Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "La casta Susana", de Gonzalo Bilbao, en la sala XIII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 27 de mayo, se conmemora el aniversario (27 de mayo de 1860) del nacimiento de Gonzalo Bilbao, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "La casta Susana" obra de la que es autor, Gonzalo Bilbao, y que se encuentra en la sala XIII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala XIII del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "La casta de Susana", de Gonzalo Bilbao (1860-1938), siendo un óleo sobre lienzo, pintado hacia 1914, en estilo costumbrista, con unas medidas de 2'72 x 2'06 m., y procedente de la Donación de Dª María Roy, en 1939.
La obra narra un episodio de la vida de Susana recogida en el libro de Daniel (13, 1-64). Susana, esposa de un rico e influyente judío, tenía un magnífico jardín en su casa de Babilonia y era deseada por dos ancianos jueces que la espiaban mientras se bañaba. Intentaron abusar de ella pero al ser rechazados la acusaron de adulterio, fue juzgada y condenada a muerte. En el camino a su lapidación, la comitiva se cruzó con el profeta Daniel, que, aun siendo un niño, conocía la doblez de los jueces y propuso interrogarlos por separado para conocer la verdad, demostrando que sus versiones de los hechos no coincidían y por lo tanto mentían por lo que fueron ellos los que recibieron el castigo.
Bilbao toma como excusa el tema bíblico que él aprovecha para pintar un desnudo. Sitúa a la figura principal en un amplio escenario en el momento previo a su baño justo antes de retirar el velo que todavía cubre parcialmente su cuerpo, mientras en un plano posterior los dos ancianos se asoman para contemplarla. Junto a la mujer aparece un pavo real que simboliza el alma incorruptible y una bandeja con los ungüentos necesarios para el aseo (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
A Velázquez la realización de Las Meninas le hubiera bastado para consagrarse en la historia del Arte. En tono menor, pero con suficiente resonancia, a Gonzalo Bilbao le consagró en Sevilla la ejecución de Las Cigarreras, pintura que le otorgó una gran celebridad en el ámbito popular. Como quiera que esta pintura forma parte de los fondos del Museo de Sevilla, hay que señalar que su presencia en ellos otorga categoría y realce a la colección de obras pertenecientes a los años finales finales del siglo XIX y del siglo XX, que por cierto no es muy relevante.
La vida de Gonzalo Bilbao transcurrió desde 1860 en que nació en Sevilla hasta 1938, año en que falleció en Madrid. Como todos los pintores de generación completó su formación sevillana con estancias en Roma y París, al tiempo que viajó por el norte de África buscando exóticos motivos de inspiración.
La personalidad artística de Gonzalo Bilbao está basada en la habilidad y soltura de su dibujo, la utilización de un colorido rico y suntuoso y finalmente el empleo de un sentido de la luz intenso y contrastado. En la utilización de recursos lumínicos puede decirse que es uno de los pintores más audaces después de Sorolla y en la aplicación de la pincelada se advierte por su soltura y agilidad que en muchas ocasiones se acerca a la técnica de los impresionistas. En este sentido fue consciente del ambiente poco progresista a nivel artístico que imperaba en la mentalidad de la crítica y de la clientela sevillana, y por ello moderó su soltura técnica, evitando excesos que hubieran exacerbado a los partidarios del academicismo.
En sus comienzos, como todos los jóvenes que pintaron en las dos últimas décadas del siglo XIX, fue practicante de una pintura orientada en su temática a evocaciones del pasado. Pero cumplido tal purgatorio no volvió a insistir en esta temática y se dedicó a lo que realmente emanaba de sus instinto artístico: la práctica de una pintura basada en la luz y el color de su tierra. Tiene sobre todo Bilbao un grupo de obras con tema rural, en donde exalta el esfuerzo del trabajo al aire libre en el ambiente agrícola durante el verano, que forma parte de lo mejor, de su producción.
También supo ser pintor de la ciudad, recreando aspectos costumbristas de gran belleza como funciones religiosas, escenas laborales o diversiones populares; hay incluso algunas pinturas suyas que tratan el tema del desnudo femenino y al contemplar los estudios de la luz sobre la piel, el esplendor y la belleza que otorga a las formas corporales, se suscita el lamento porque no hubiese prodigado con más intensidad este tema.
Fue también Bilbao un hábil retratista especialmente en su época de madurez, pudiéndose decir que ante su caballete posó la mejor sociedad sevillana. Algunos de sus retratos en el Museo merecen especial mención por su importancia histórica, como el de don Francisco Rodríguez Marín y don José Gestoso. Otros lo merecen por su prestancia y belleza como el de doña Flora Bilbao, su hermana, y el de doña María Roy, su esposa.
Puede decirse que Gonzalo Bilbao fue el último gran costumbrista de la pintura sevillana. Heredero de la tradición romántica, transformó profundamente esta tendencia merced a la alegría de su pincel y al vigor de su colorido (Enrique Valdivieso González, Pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Susana y los viejos;
Este relato, que nos llegó en una interpolación apócrifa al Libro de Daniel, se sitúa en los inicios de la vida del profeta: sólo habría tenido 12 años cuando, como un nuevo Salomón, emitió un juicio que confundió a los dos viejos lujuriosos.
La historia, que sucede en Babilonia durante el Exilio, se presenta como un díptico de dos cuadros contrastados al gusto de Greuze o de Hogarth, que podría titularse La Inocencia acusada y la Maldad castigada.
Primer cuadro: el baño de Susana
Dos viejos lujuriosos se introducen ocultamente en el jardín (pomarium) donde inocentemente se bañaba la casta Susana, esposa del rico Joaquín. Le hicieron proposiciones deshonestas, seguidas de amenazas. Los gritos de ella los obligaron a huir, pero para vengarse de la contrariedad la acusaron de haber fornicado con un joven bajo un árbol del jardín y pidieron que se la condenara a muerte por crimen de adulterio.
Segundo cuadro: el juicio de Daniel
El joven Daniel, que dudaba de la sinceridad de esos dos viejos verdes enamorados, y aunque estuviese escrito que dos hombres que presentaran el mismo testimonio decían la verdad, los hace encerrar a cada uno en una habitación y los interroga por separado «¿Bajo qué árbol los viste juntos?» El primero responde, bajo un lentisco; el segundo, bajo una coscoja. Convictos de falso testimonio, los viejos son lapidados en lugar de su víctima.
I. Fuentes
Las fuentes de este relato edificante y sin ningún fundamento histórico, son muy claras. Al menos se advierten tres que no se excluyen en absoluto y que por el contrario posiblemente se hayan combinado.
En principio se trata de la amalgama de dos motivos que se encuentran con múltiples variaciones en la leyenda universal: la inocente mujer calumniada y la precoz sabiduría de un niño.
La etimología popular también tiene algo que decir. Si Susana se convirtió en el símbolo de la castidad es porque su nombre, en hebreo, significa hija de los lirios. Se encuentra la misma raíz en el nombre persa de la ciudad de Susa (ciudad del lirio) y en el nombre árabe del lirio que pasó a la lengua castellana con la forma azucena. Por otra parte, Daniel, que significa Mi juez es Dios, en este relato se limita a emitir un juicio de acuerdo con la etimología de su nombre.
Finalmente, deben tenerse en cuenta reminiscencias bíblicas que explican tanto paralelismos. La resistencia de la casta Susana se corresponde con la castidad de José del cual es la exacta réplica; su baño recuerda al de Betsabé que espiara el viejo rey David y el Juicio de Daniel es la réplica del Juicio de Salomón.
II. Interpretación simbólica
¿Cómo se explica la extraordinaria fortuna de este relato en el arte cristiano? También la respuesta a esa pregunta es fácil.
Como ya lo hemos señalado, ha sido popularizado por la plegaria de los agonizantes (Ordo commendationis animae) compuesta en el siglo II por san Cipriano de Antioquía, cuya influencia capital en el simbolismo del arte de las catacumbas fuera demostrada por Ed. Le Blant. «Recibid Señor -imploraban los agonizantes o los sacerdotes que les asistían- el alma de vuestro siervo; libradla de todos los peligros como habéis librado a Susana de la falsa acusación.» (Libera, Domine, animan ejus sicut liberasti Susannam de falso crimine.)
En el arte cristiano primitivo, la casta Susana es siempre el símbolo del alma salvada. Está representada ya en la forma alegórica de un cordero entre dos lobos, ya en la actitud de una orante (Susanna orans) entre los dos viejos.
Más tarde se convirtió, como la Virgen, en el símbolo de la Iglesia. Los dos viejos que la calumnian son la imagen de los judíos y de los paganos que persiguen a la Iglesia .
III. Los dos aspectos del tema: la escena del baño y el ejemplo de justicia
Ese simbolismo no podía dejar de perder su atractivo, a la larga. Pero la leyenda ofrecía otros aspectos y se prestaba a las más diversas interpretaciones, lo que explica que haya permanecido tanto tiempo viva. Según se ponga el acento en la lujuria de los viejos que sorprenden a Susana en el baño, o en el castigo de éstos, el arte puede extraer de allí un tema erótico o moral.
Para los teólogos y los juristas de la Edad Media, la absolución de la casta Susana, a quién ellos llamaban santa Susana de Babilonia, es un Ejemplo de Justicia. Los artistas paganos o libertinos del Renacimiento y del siglo XVIII sólo se interesaron en la escena del Baño, en la que buscaban conseguir efectos picantes: Susana, para ellos, no es más que una ninfa espiada por dos faunos lascivos.
A veces, las diferentes escenas están agrupadas en un ciclo narrativo, por ejemplo en un sarcófago de Arles (s. IV), en el camafeo carolingio llamado de Lotario (siglo IX) del Museo Británico o todavía en el siglo XVI, en la chimenea de la Lonja de Brujas. Pero casi siempre están claramente separadas.
En el sarcófago de Arles la escena es muy casta: Susana lee el Libro de la Ley entre dos árboles detrás de los cuales se ocultan los viejos.
A partir del siglo XVI, el Baño de Susana tiende a convertirse, como el de Betsabé, en tema erótico de Biblia galante.
Ya en las telas pintadas a finales de la Edad Media, la lección moral no excluye una cierta complacencia sensual que se deja traslucir por las inscripciones:
"Susana se hace desnudar del todo por sus criadas en el jardín lleno de flores nuevas. Los viejos lujuriosos vieron a Susana en el baño, sola, y pidieron su deshonra.»
La escena del baño no se ha escamoteado, pero en el arte del Renacimiento y de los siglos siguientes, se convirtió en tema único. Ya no se trata de un alma salvada ni de inocencia justificada sino de aquello que Fragonard habría llamado Los felices azares del baño. La Biblia no ofrece más que un pretexto cómodo para mostrar una bella mujer desnuda arreglándose.
La castidad de Susana se corresponde con la castidad de José (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Gonzalo Bilbao, autor de la obra de arte reseñada;
Gonzalo Bilbao Martínez, (Sevilla, 27 de mayo de 1860 – Madrid, 4 de diciembre de 1938). Pintor, catedrático de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y ateneísta.
Nació en el seno de una familia hispalense acomodada. Tras sus estudios primarios en el Instituto de San Isidoro, cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla, que terminó en 1880. No obstante, sus habilidades artísticas, demostradas desde niño, le decantaron hacia la práctica exclusiva de las artes, especialmente de la pintura que, según referencias, siguió en los primeros años de juventud cerca de los maestros Francisco y Pedro Vega. A los veinte años de edad y tras una previa formación sevillana y madrileña en el Museo del Prado, realizó un ansiado viaje a Italia, visitando Venecia, Nápoles y Roma. En Roma contactó con la colonia artística postfortuniana. Tuvo ocasión entonces de ejecutar preciosos y luminosos “tableautines”, aún muy demandados porque constituían el punto de arranque del moderno paisaje “plenearista”, que tanto gustaba practicar el pintor. Después de una breve estancia en Sevilla, donde participó en la Exposición de 1882 de la Academia Libre de Bellas Artes, viajó al año siguiente a París para completar su formación. Allí obtuvo la Tercera Medalla en la célebre Exposición del Centenario de la Revolución.
Artista inquieto y buscador de nuevas formas de expresión, realizó un periplo artístico por el norte de África, que le llevó en 1889 a viajar por Marruecos para captar sus efectos luminosos y coloristas, lo que plasmó en admirables obras neorrománticas pletóricas de vivacidad. Más tarde recorrió las regiones del norte hispano-francés, mostrando sus preferencias por las calidades pictóricas del paisaje de la costa y los alrededores de Fuenterrabía. Los paisajes castellanos también constituyeron cita obligada de su itinerario artístico, especialmente Toledo, ciudad que le produjo una viva impresión y a la que dedicó una serie variada de paisajes.
En 1893 fue elegido académico de Bellas Artes de Sevilla y logró la Medalla Única en la Exposición Universal de Chicago. Al año siguiente fue nombrado secretario del Centro de Bellas Artes de Sevilla; inició así una fructífera relación con el Ateneo y la Sociedad de Excursiones, que presidió ocho años después.
Desde 1903 —año en que sustituyó al pintor José Jiménez Aranda—, ejerció como profesor de Composición Decorativa en la Escuela de Artes, Industria y Bellas Artes, cuya dirección ostentó más tarde. Al año siguiente, en Madrid, contrajo matrimonio con María Roy Lhardy, con la que no tuvo descendencia. Aprovechaba sus estancias en Madrid, desde entonces cada vez más frecuentes, para acudir al Museo del Prado en calidad de copista, sobre todo de artistas clásicos y de Velázquez, en cuya práctica encontraba el apoyo y la amistad de su paisano y entonces director de la pinacoteca, el pintor José Villegas.
En los inicios del nuevo siglo, el pintor se incorporó a algún movimiento estético entonces en boga; entre otros, el simbolismo, tendencia con la que resuelve algunos temas, por ejemplo, las alegorías marianas del Protectorado de la Infancia de Triana (Sevilla). Por otra parte, hay que vincular el calado social de su arte al regionalismo.
En 1910 fue nombrado delegado regio; acompañó a la infanta Isabel en el cortejo oficial de los actos celebrados en Argentina con motivo del centenario de su independencia. Aprovechó la circunstancia para estrechar las relaciones artísticas hispano-argentinas, lo que se plasmó más tarde en el certamen iberoamericano de Sevilla de 1929. En Buenos Aires participó en la Exposición Internacional, en la que obtuvo la Primera Medalla. Logró el mismo galardón en la Exposición Internacional de Santiago de Chile.
Gonzalo Bilbao, que gozaba de una acomodada posición y ejercía como distinguido retratista de la Corona, la nobleza y la alta burguesía, llegó a alcanzar gran popularidad como pintor costumbrista, pues utilizó hábilmente una iconografía que se identificaba con la idiosincrasia andaluza. Su serie dedicada a las cigarreras fue un éxito; cabe destacar el clamor popular cuando se le negó recompensa por su cuadro Las cigarreras en la fábrica (Museo de Bellas Artes de Sevilla), presentado en la Exposición Nacional de 1915. Sin embargo, como pintor cosmopolita, ese mismo año obtuvo la Primera Medalla en la Exposición Internacional de San Francisco (California) y, al año siguiente, expuso en la Casa Demotte de París, donde se encontraba como delegado del Estado español en la Exposición de Arte Hispánico. También participó entonces en la Exposición Internacional de Panamá, en la que recibió la Primera Medalla.
En 1925 fue nombrado presidente de la Comisión de Arte de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Al mismo tiempo, fue elegido para presidir el patronato del Museo de Bellas Artes y la Real Academia de Santa Isabel de Hungría de la misma ciudad. El retrato de 1934 a Rodríguez Marín fue como un anticipo a su discurso de ingreso en la Academia de San Fernando de Madrid, leído el 27 de marzo de 1935, acerca de El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Fue una lección de erudición, en la que comparó el arte encerrado en esa pinacoteca con el arte contemporáneo.
En 1930 participó en la Exposición de Primavera de Sevilla, y tres años después, el madrileño Círculo de Bellas Artes le dedicó un magno certamen individual en el que expuso más de noventa cuadros, verdadera muestra antológica y colofón a su carrera.
Gonzalo Bilbao recibió innumerables reconocimientos públicos nacionales e internacionales, como la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Cruz de Alfonso XII, la Encomienda de Carlos III. Asimismo, fue nombrado comendador de la Legión de Honor francesa y oficial de la Corona de Bélgica (Gerardo Pérez Calero, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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