Hoy, 8 de mayo, es la Festividad de Bienaventurada Virgen María Madre y Mediadora de todas las Gracias, así que hoy es el mejor día, para ExplicArte el desaparecido Convento de Santa María de Gracia, de Sevilla.
El desaparecido Convento de Santa María de Gracia, se encontraba en la calle Santa María de Gracia, en el Barrio de la Encarnación-Regina, del Distrito Casco Antiguo, y va de la calle Tarifa, a la calle Rafael Padura.
Fundación e Historia del convento hasta su extinción.
Este convento de monjas dominicas, que estaba situado al inicio de la calle que todavía hoy lleva su nombre, tuvo su origen en un beaterio -de Santa Catalina de Siena-, fundado junto a la parroquia del mismo título por un grupo de señoras dirigidas por el P. Fray Domingo de Baltanás, "rector que fue del colexio de Santo Tomás". Estas beatas profesan en un principio la regla de la orden tercera de Santo Domingo, para lo que piden licencia apostólica al papa Alejandro VI, quien muere antes de firmarla. Lo hará su sucesor, Julio II en el año 1503.
El Padre Baltanás, deseando labrar un convento más amplio, pide y consigue unas casas de una señora viuda, Doña Juana Fernández, situadas en la parroquia de San Miguel en "sitio que era todo de tenerías". La viuda, dona además todo lo que tiene "porque quiso tomar ábito en este monasterio".
Exactamente el 12 de junio de 1525 se comienza a labrar el convento, y, "teniendo labrada la iglesia y forma de monasterio", con el nombre de Santa María de Gracia, el 25 de octubre de este mismo año, pasan a él las beatas de Santa Catalina, "que eran seis", siendo priora Sor María de San Juan Bautista y profesa Sor María de San Andrés. Las cuatro restantes eran novicias. El mismo día toma el hábito la viuda, Doña Juana Fernández, con el nombre de Sor María de Jesús, "y todas le dieron el nombre de fundadora, por haber dado cuanto poseía". Con ella toman el hábito tres novicias más. Estas, y las que procedían de Santa Catalina, profesan el año siguiente, el día de Todos los Santos.
El número de religiosas crece rápidamente, siendo ya 29 en 1537. La comunidad decide ahora tener mayor rigor: "libratorios (locutorios) tan cerrados que ni veamos ni seamos vistas" y prohibir la entrada en clausura a nadie, excepto para administrar los sacramentos en casos de peligro de muerte. También acuerdan mandar a tres religiosas a Baeza, para fundar un nuevo convento. La licencia para esta fundación fue concedida por el papa Clemente VII en 1539. Data también de estos años la fundación en Lepe -aunque el libro de fundación no nos da su fecha exacta-, pues al hablar en el año 1578 del número de religiosas profesas -58-, especifica que de ellas seis habían muerto, y otras once habían ido como fundadoras a Baeza y Lepe. Ambos conventos, tampoco existen en la actualidad.
Este mismo año 1578, el Papa les va a conceder por un Breve -aceptado por la comunidad el 22 de septiembre pasar de la orden tercera a profesar en la de Santo Domingo. Y es esta fecha -1578- prácticamente la del punto final del "libro de fundación". Se termina de escribir "el 13 de noviembre de 1702, siendo prior de San Pablo el P. Manuel de Sto. Tomás". La cronista asegura que se limita a trasladar a él "un libro que está en nuestro poder", "sin faltar un ápise a la verdad". La razón del traslado será "las letras muy gastadas del antiguo". Sólo añade "algunas noticias que han sucedido después". En general, estas nuevas noticias nos hablan de algunas donaciones (altares o imágenes). Las comentaremos al describir el convento y el lugar donde estaban situados.
Recoge también el libro la relación de prioras, desde la primera, que ya conocemos, Sor María de San Juan Bautista, venida del beaterio de Santa Catalina, y "lo fue hasta el 19 de marzo de 1528", hasta la última, que hace el número 112. Se llamaba "Sor María Ana de Presentación, electa el 30 de octubre de 1833 y confirmada por el P. Provincial y el P. Prior de San Pablo el 10 de noviembre del mismo año". Asimismo, nos informa de "ábitos", "profesiones" y "muertes de las religiosas" y es curioso que así como en la relación de prioras, profesiones y muertes, el libro se sigue escribiendo puntualmente hasta la extinción del convento en 1837, no haya continuidad en su historia, como debió ser voluntad de la cronista a juzgar por el gran número de páginas en blanco del libro. Las pocas noticias que tenemos, las hemos recogido en los libros de cuentas -se conservan prácticamente de todo el siglo XVIII y de los años del XIX que el convento existe-. En estos libros se pormenorizan los gastos en comida (muchas legumbres y bacalao), médico, funciones solemnes y obras de conservación de las casas y fincas rústicas propiedad del convento. Este detalle en los gastos vendría dado por el hecho de que, periódicamente, debían rendir cuenta de entradas y salidas del dinero al P. Visitador, perteneciente, en este caso, al convento dominico de San Pablo. Gracias a ello podemos hoy conocer algunos detalles de la ubicación exacta del convento y dependencias que tenía. Pero a pesar de haber mirado con todo detalle libros de cuentas y papeles sueltos, no hemos encontrado noticia alguna de obra importante, de lo que parece deducirse que la estructura primitiva del convento no varía a través de su historia. Solamente se mejorará y reparará lo que con el tiempo se vaya deteriorando. Podemos sí decir que el cuidado por mantenerlo es continuo, al menos en el tiempo de que se conservan las cuentas.
En febrero de 1727 se hace "puerta al coro alto y tres ventanas a la enfermería baja y postigo a la misma enfermería" y se componen "dos ventanas de la casa de labor alta" y se hace en ella "otra nueva". El costo de la obra fue de 1.223 reales y 10 maravedíes. Especifica que los tableros fueron dados "de limosna". En mayo de este mismo año hacen rejas de alambre "a las ventanas del coro bajo" y unas puertas de madera para "la capilla del Señor Crucificado del claustro". La comunidad compra la madera -le cuesta 30 reales- y vende para hacer las puertas "la coronita de oro de Ntra. Señora", advirtiendo que el resto de la obra lo paga una religiosa de velo blanco, Sor María de S. Idelfonso, "que cuida de dicha capilla". Añade que la capellana suple la coronita de oro vendida por otra de plata.
Se levantan "los corredorcillos del patio del coro que confinan con las celdas de la calle de la Plata", y "se trastejaron los tejados de todo el convento", con otras pequeñas obras en octubre de 1734. En agosto de 1735 se comienza a dorar el retablo mayor, "siendo priora la M. Sor María del Santísimo Sacramento y administrador del convento el P. José Tapia". Se hará con dinero de limosnas y por falta de ellas se interrumpe la obra, cuando ya habían sido entregadas al dorador 7.872 reales y 17 maravedíes. Se acabará de dorar en 1752, gracias a que en esta fecha, "D. Juan Pérez Quijano lo siguió por su cuenta" y "de la nuestra (se refiere a la comunidad) fue necesario, poner andamios, habilitar al dorador, que no estaba examinado, en que se gastaron 632 reales 22 maravedíes". El "estreno" del retablo -acabado de dorar- se celebra "en el día de la Concepción de la Virgen Sma." de este mismo año. En las "cuentas" con motivo de la fiesta, se especifica el gasto de "clarín", "ruedas y cohetes", "sermón", "limosna de misa", y "desayuno de los Padres de altar, sacristanes y doradores".
Entre el comienzo y fin del dorado del retablo mayor, tenemos noticia de otras obras: serán en la mayordomía y casa de labor, las que se hacen el mes de agosto de 1736. Más importantes parecen las del verano de 1742. Ahora se compone "la pared de la iglesia'', "desde la esquina de la calle Cadenas hasta la calle de la Plata", haciéndose nuevos muchos trozos, y reforzando el resto con hierro y madera. En la esquina de las dos calles, "se aseguró la pared con una columna". La obra, garantizada por "los maestros de la ciudad" por "más de cien años", cuesta 2.333 reales y 30 maravedíes, pagándose con la dote de una religiosa, Sor María de la Natividad, previa licencia "del muy reverendo P. Fray Pedro de Fontanilla".
Pasando por alto otros arreglos en aposentos, gallineros y cocina, llegamos al año 1750, en que con el dinero obtenido de la venta de unas alhajas, donadas por Doña Gabriela Nieto, se enriquece el viril con una serie de piedras y se le hace peana de plata. También recibe la comunidad este mismo año, por testamento de D. Juan Tomás Díez, "un lienzo del Señor con la cruz a cuestas de Baldés" y "dos espejos con molduras de pasta doradas". González de León, al describir la iglesia del convento, habla de "algunas pinturas de Lucas Valdés que hace muchos años se extraviaron". Quizás se refiere a ésta y es posible que estuviese entre unas pinturas que se vendieron" en el año 1784 en 40.657 reales y 28 maravedíes, gastados junto con otros 160.285 "de limosnas", "en hacer una pared y sacarla de cimientos de la clausura que cae a la calle, desbaratar la sacristía de adentro y fuera y hacerlas de nuevo, hacer cuarto para la casera y cuarto común, hacer la escalera para subir a los libratorios, solar el compás y la antepuerta reglar, hacer el libratorio chico, cocina a la casera, rebajar la antecocina de acá adentro y escaños para la iglesia y pintura para la sacristía de afuera, recorrer los tejados y tomar desconchados del convento". Esta obra, comienza el 7 de marzo de 1783 y finaliza el 6 de septiembre de 1784, obra importante pues, y necesaria a pesar de haber gastado el año 1756, 4.296 reales y 26 m. "en componer lo que maltrató la casa el terremoto el 1º de noviembre de 1755"; que había incluido "tabiques en la casa de labor y tejados" -casi se tejan de nuevo coro e iglesia-. Se hacen también otros pequeños "reparos" en la escalera del lavadero y su corredor y hubo que levantar y "solarlo nuevo", "el patio grande", debido a un atasco en la pileta y piloncillo.
Por amenazar ruina se arreglan en 1761 el patio de la cocina, los cimientos del refectorio, se solaron "los corredorcillos" y se saca "de cimientos" un pedazo de basurero, y se hacen nuevas tageas (alcantarillas). Se paga en parte con la dote de una religiosa, Sor María de Sto. Tomás, costando más de 200 ducados. La comunidad tiene que poner el resto.
En 1764 "se gastan 3.177 reales y 20 maravedíes", "en recorrer toda la casa de calzos en las paredes, solerías, desconchados y cañerías". Se levanta una pared de cimientos, "otra de la cocina alta, que se soló de nuevo y una pared que se hizo en el jardín de 6 varas de largo y 3 y media de ancho", "solar media azotea, echar caños nuevos de arriba abajo, encalar la carbonera y lavaderos, remendar puertas y otras menudencias". Dos años más tarde "se recorren los tejados, cambian varias vigas del desván de la iglesia y se pone solería en el "patio de allá afuera". También se harán "reparos" en 1768 -un lienzo de pared nuevo- y 1769 -varias vigas nuevas de madera y "tejar un pedazo de corredor del patio del coro". En otro legajo, sin fecha, encontramos "la cuenta de los gastos ocasionados", "en construir una enfermería alta para las enfermas, con pieza separada para las de mal contagioso, cocina, antecocina, despensa, lugar común y demás necesario". Esta importante obra se hace "con el caudal perteneciente a la M.R.M. Sor María Manuela de San José en complimiento del testamento que otorgó antes de su profesión religiosa". El gasto es de 48.319 reales y 19 maravedíes.
D. Pedro Lince Berastegui, hace, el año 1765, donación de una imagen -que existe todavía- de San Vicente Ferrer. Por testamento, dona también todos sus bienes, pidiendo que su cuerpo sea enterrado ante la imagen donada. Se conserva su testamento. Morirá el año 1782 y se cumple su voluntad. La comunidad gasta 291 reales y 22 maravedíes en su entierro.
Otro devoto, D. Francisco de Quesada y Peña, costeará. "las rexas del coro del convento de Sta. Mª de Gracia" -herrería, carpintería, albañilería y pintura- con el encargo de que la comunidad le encomiende a Dios. Se hace la obra en 1785, año en que también consta que se hacen otros "reparos" en la enfermería.
Más obras en 1788: se "compone" la pared del convento que da a la calle de la Plata, por orden del Gobierno -dicen- "por lo ruinosa que estaba" y otra "del costado del coro que linda con la puerta de la iglesia". Además se hacen obras "en un ángulo del claustro" y se levanta una pared "del patio de cocina". Cuesta todo el arreglo 8.155 reales y 17 maravedíes.
Al año siguiente, se "quita el techo del almacén de aceite y de calle Cadenas" y "se vuelve a labrar". También se teja de nuevo el cuarto "que está sobre el refectorio", se compone y hace obra en el corredor que va a calle Cadenas y se dora "el retablo de la Concepción", y en 1790, además de otros "reparos", se hace un arco en el torno. Hay constancia de otras pequeñas obras de albañilería y carpintería de los años 1791, 1792 y 1795.
La última obra de cierta importancia se recoge en el libro de fundación. Se hace en 1817 y afectará "a la pared principal de la iglesia". Comienza el 20 de mayo "con derribo total" de la pared. Previamente, "se entraron en clausura todas las imágenes". Nombran especialmente al "Smo. Cristo de los atribulados". Las imágenes se colocan "en el coro bajo" y el Santísimo "en la sacristía de afuera", "abriendo una puerta y poniendo rejas para oír misa y comulgar también servía de confesonario, y en el libratorio del corredor, reja, con licencia que se obtuvo del Santo Tribunal". La obra dura un año, "y se gastó en la reparación 73.218 reales y 28 maravedíes". El 6 de marzo de 1818 "habiendo precedido la bendición de la nueva iglesia" por el prior de San Pablo Fray Luciano Román y otros padres que le acompañaron, "se trasladó el Santísimo y colocó en el altar mayor y dijo la primera misa el dicho P. Prior, y el día 13 del mismo, que fue viernes de Dolores, se celebró el estreno con una fiesta a la Santísima Trinidad, como protectora de esta casa". Siguió la obra, sin embargo, hasta el 20 de mayo de este año, siendo priora Sor María Manuela de Santo Domingo.
Sin más noticias escritas, el convento continúa su vida hasta el año 1837, en que, por orden del gobierno se reúne con la comunidad también dominica de Sta. María la Real, entonces en la calle S. Vicente. No es ésta sin embargo la "noticia" que nos da González de León, quien afirma que pasan al convento de Madre de Dios, quizás influido por Arana de Varflora, el cual, corno vimos, y también equivocadamente, dice ser ésta la procedencia de las primeras religiosas de Sta. María de Gracia.
Allí no hay en absoluto tradición de este traslado y sí la hay en Sta. María la Real. Y no sólo tradición, sino alguna de sus imágenes -entre ellas la titular- y su archivo. No deja de ser curioso esto último, pues se ha perdido en cambio el propio de Sta. María la Real. La tradición oral ininterrumpida cuenta que al ser este convento suprimido por la Junta Revolucionaria el año 1868, en el corto traslado de las religiosas desde la calle S. Vicente a la de Sta. Clara, desaparecieron, o por mejor decir, fueron robados dos carros, que entre otras cosas portaban el archivo. Afortunadamente, en este caso las religiosas recuperaron su convento. No pasó así con el de Sta. María de Gracia. Desalojado, se vendió y en su iglesia, "en la parte que llegaba hasta el coro", se construye un teatro cómico, el Teatro de la Campana, que comienza a funcionar el 22 de abril de 1841.
El convento es destinado por su comprador a casa de vecinos, "mas todo está destruido, robado, sin barandas ni pasamanos, de modo que ni para vecinos se puede arrendar, aunque viven en él algunos".
Descripción del edificio.
La iglesia.
LA PLANTA
"Era de cañón bastante largo y muy ancho para dividir la capilla mayor y sus rejas baja y alta para dividir los coros de las monjas".
Estaba en alto, se "subía por ocho o diez gradas de mármoles encarnados". En ella se situaba el Retablo mayor.
RETABLO MAYOR
"Del tiempo medio, no del todo malo", donde "se veneraba una imagen de Nuestra Señora de antigua escultura". Fue la dote que "truxo" una religiosa "la Madre Cristo, llamada en el siglo Dña. M. de Oviedo, hija de Juan de Oviedo y Dña. Mariana Fernández", quien "tomó el hábito a 3 de agosto de 1599" y "profesó a 5 de agosto de 1600".
Celestino López Martínez recoge la noticia de que "en el año 1601", Juan de Oviedo "terminó el retablo mayor del monasterio de Sta. María de Gracia, de religiosas dominicas de Sevilla, que apreciaron Gaspar Núñez Delgado en nombre de Oviedo y Andrés de Ocampo por el convento, los cuales artistas elogiaron cumplidamente la arquitectura, talla y escultura de la obra, y la apreciaron en 11.493 reales". La fecha -1601-, un año después de la profesión de su hija, coincide con el último del decenio (1591-1601) que marca Pérez Escolano como cénit de su etapa de escultor y retablista.
Por todo lo anteriormente expuesto, afirmamos rotundamente ser obra de Juan de Oviedo, la magnífica Sta. María de Gracia, titular del convento, que hoy se conserva en la Real. Por si todo lo dicho fuera poco, añadimos que "la sencillez de líneas, en vestidos, en peinados, serenidad y dulzura, precisión anatómica", denuncian "el amor al renacimiento" de su autor, como discípulo que fue de Jerónimo Hernández, quien a su vez lo fue de Hernán Ruiz.
Que Sta. Mª de Gracia presidía el retablo mayor, aparte de ser lógico siendo la titular del convento, lo confirma una donación de joyas -hoy día inexistentes lógicamente- hecha en mayo de 1819 por Doña Prétola Calonge. Regala un aderezo de diamantes y plata, y un "cintillo" de diamantes con aro de oro, "para Sta. María de Gracia que está colocada en el altar mayor".
Llevada la imagen a Santa Mª la Real, se veneró dentro de clausura hasta 1939, en que se coloca presidiendo el retablo mayor en sustitución de otra de vestir, de escaso mérito. Hoy preside la improvisada capilla del nuevo convento de Bormujos. Hay que hacer constar que el Niño Jesús es moderno, obra de Castillo Lastrucci, de los año cuarenta.
No hay más noticias del retablo mayor, ni de otras esculturas, que sin duda tendría. Sí podemos en cambio aportar que del retablo que había "antiguamente", y suponemos quiere decir el anterior al que la M. Cristo "truxo" como dote en 1600, se conserva hoy un Señor con la cruz a cuestas, que debe ser de la época de la fundación -1525- aproximadamente. Esta imagen, al hacer el nuevo retablo, "se coloca en la sacristía" por no haber donde ponerlo.
OTROS RETABLOS
González de León, sólo dice que en la nave "había cinco retablos, pero ninguno tenía cosa artística notable". Podemos precisar, gracias a las noticias recogidas en el archivo, a quién estaban dedicados cuatro de ellos. Uno a S. Vicente Ferrer, cuya imagen, donada como hemos visto en 1765 y de escaso mérito a nuestro juicio, se conserva hoy día en el interior del convento de Sta. Mª la Real. Presidía "un retablo dorado" con repisa con puertas de cristal, que hace también el donante -el indiano D. Pedro Lince Berastegui- y estaba situado "junto al púlpito". Anteriormente a esta donación había en este lugar "un cuadro del Nacimiento", al que el donante labra en compensación "una capilla en el claustro". A S. Vicente "le hizo un vestido bordado de oro, capa de terciopelo bordada, alas bordadas y diadema de plata sobredorada, blandones, atriles y todo el aderezo de altar y una cadena de plata gruesa". De todo esto lo único que se conserva es el santo y sus vestiduras.
Otro de los cinco retablos estaba dedicado a la Concepción y debía estar a continuación del anterior, ya que con motivo de una obra se gastan 130 reales "por quitar los altares y volverlos a poner de S. Vicente y Ntra. Sra. de la Concepción".
Un tercer retablo tenía como titular a Sto. Domingo. También procede de un libro de cuentas la noticia de su existencia: se gastan 2.000 reales "en el retablo de nuestro Padre". Un Santo Domingo, procedente de Sta. María de Gracia, está hoy en Santo Domingo de Scala Coeli en Córdoba. Sus riquísimas ropas -tisú tejido a aguja- viste hoy a otra imagen del Santo en Sta. Mª la Real.
Dentro de una arqueta con varios papeles encontramos uno que habla de un patronato fundado por un particular "en la capilla del Cristo, que está al lado del evangelio de altar mayor". Debe tratarse del "Stmo. Cristo de los atribulados" que se menciona al hablar del traslado de las imágenes de la iglesia "con motivo de la obra" en su pared principal en 1818. En testamento otorgado por Juan de Miranda, vecino de Sevilla, el 18 de mayo de 1601, se menciona esta capilla, "donde tengo mi enterramiento": quiere que sus albaceas doren y den "de azul" a su reja "con el parescer del Señor Acensio de Maeda".
En la improvisada capilla de Sta. María la Real se venera "un magnífico crucificado, de tamaño natural, de mediados del siglo XVI" procedente de Sta. María de Gracia. Es el Smo. Cristo de los atribulados.
LA CUBIERTA
"Era de madera" y el suelo "de ladrillos".
Había en la iglesia algunos cuadros. Ponz y González de León hablan de pinturas de Lucas Valdés, que según este último "hace muchos años que se extraviaron". Ya hemos visto que al menos un "Baldés" hubo y quizás se vendió. Arana de Valflora habla también de pinturas de Clemente de Torres, cuyo paradero se desconoce.
LOS COROS
Alto y bajo, debían estar a los pies de la iglesia, pues González de León precisa que el teatro que se forma en ella una vez desalojado el convento "llegaba hasta el coro". Las dos rejas, las manda hacer "un devoto" en 1785, "siendo prior de San Pablo fray Jerónimo González y priora de este convento Sor María de Sta. Cecilia".
En el coro alto y desde 1725 estaba colocado un crucificado "que tendrá con la cruz una vara de alto". Lo traen al convento "sobre una peana de escultura muy grande, la cual se dio para S. Juan Bautista (ignoramos dónde estaba colocado este Santo que no se conserva) para cuando sale en procesión del Corpus y la doraron toda".
La imagen del crucificado se coloca "al lado izquierdo debajo de un sitial encarnado y bordado". "Dejó esta alhaja a este convento en su testamento D. Antonio Basilio, presbítero". Quizás sea este el Smo. Cristo de la Salud, que consta en la crónica de Sta. María la Real como procedente de Sta. María de Gracia.
También en el coro alto estaba situada una pequeña imagen de vestir: Ntra. Sra. de la Encarnación, que hoy se venera dentro del convento de Sta. María la Real en una hornacina embutida en la pared. La Virgen está de rodillas, sobre una peana y delante de un atril con un libro. Frente a ella y a la altura de su cabeza, pende un ángel. Sobre las dos figuras aparece el Espíritu Santo en forma de paloma. Tanto el ángel como la Virgen (de vestir) tienen un rostro aporcelanado, típico del XIX, pero hay noticias de esta imagen en el convento al menos del siglo XVII. Volveremos más adelante sobre este tema.
Por último, sabemos que había en este coro "al lado derecho" un cuadro de la Asunción "como de dos varas o más de alto, con moldura dorada, su valor, según la pintura y el artífice que lo pintó valía 200 ducados". No nos dicen quién fue el artífice y sí el donante: Doña Dionisia Saavedra y Espain. Dona esa "alhaja" en su testamento el año 1723, para que, puesta en el coro, las monjas la reverencien y se acuerden de encomendar su alma a Dios.
CORO BAJO
Sobre la silla prioral, "rindiéndole obediencia" se coloca en 1739 un niño Jesús "que parece del Japón", "como de una vara de alto" y con "una cruz en la mano" que dona al convento "Doña Petronila Salinas, viuda de D. Martín de Oyo". El niño trae también varios vestidos y un cofre de ébano para guardarlos.
Dentro del coro había un sagrario. Sabemos de él porque en esta misma fecha se "compone" (se dora, ponen tachuelas de plata y colgadura nueva).
También en el coro bajo estaba colocada una imagen de vestir de la Virgen del Rosario, de aproximadamente un metro de altura, que ha llegado hasta nosotros con una preciosa tradición.
Ya hemos apuntado que en el libro de fundación, escrito en 1702, aparte de los datos relativos a ésta, profesiones, abadesas y muertes de las religiosas, se recogen varias noticias sobre la donación de diversas imágenes y alhajas al convento. La cronista advierte que, salvo los hechos producidos después de escribir la crónica, se limita a "trasladarlos" de otro libro en mal estado que entonces se conservaba en el convento. La historia de esta imagen está en la página 293 del libro y en resumen es como sigue.
Llega al convento el año 1585, donada por Doña Isabel de Ribera. Procedía de un caballero de su familia, quien yendo de caza se la encuentra "entre unas breñas". Impresionado, la lleva a su casa y le "causó tal efecto" que "dejando el mundo entró religioso en el convento de las Cuevas'', llevando con él la imagen "con condición de que después de sus días volviese a su casa y herederos".
Cuando "de unos herederos a otros" llega al poder de Doña Isabel de Ribera, decide ésta donarla al convento "donde estaría con más decencia y veneración" y "se la trajo a la Rda. M. Priora, Sor María de la Cruz que en el siglo se llamaba Constanza de Santillán". Hemos comprobado que Doña Constanza "hija de Fernando de Abreu y de Doña Juana de Pineda", "tomó el hábito a 22 de mayo de 1534". Efectivamente se llamó en el convento Sor María de la Cruz y murió "a 19 de noviembre de 1607".
"Pasando algunos años" de estar la imagen en el convento, la religiosa encargada de su cuidado, tiene tres noches seguidas el mismo sueño. La Virgen le pide que sea otra monja de la comunidad, la Madre S. Agustín, quien se ocupe de ella. Esta se resiste a hacerse cargo de la imagen hasta que "llegando a noticia de los muy reverendos Padres de S. Pablo, dijeron que estaba obligada como religiosa a admitir el servir a Ntra. Señora, como lo ejecutó, quien tenía un hermano, el mejor escultor que había en España, Juan Martínez Montañés, y, habiendo visto la imagen que el rostro y las manos eran de corcho, le hizo rostro y manos y niño de madera".
"Cuando murió la M. S. Agustín, fue el entierro día de procesión del rosario y conforme iba saliendo el cuerpo del coro, iba la imagen volviendo el rostro a donde llevaban el cuerpo. Esto lo testificaron las religiosas que se hallaban presentes".
Hasta hoy ha llegado la tradición oral de la imagen que vuelve el rostro en el entierro de la religiosa que le cuidaba. El 6 de enero de 1987 y a los 86 años, muere la M. S. Miguel, a quien conocimos. Esta religiosa, entró en el convento con 8 años y conoció a dos procedentes de Sta. María de Gracia que le transmitieron la noticia e identificaron la imagen, que se conserva actualmente. Nuestra ilusión por verla se truncó al comprobar que su aspecto aporcelanado la hace parecer del XIX. También el maniquí es moderno. Sin embargo, movidos quizá por la belleza de su rostro y manos, decidimos remover todo lo removible para tratar de averiguar. Y esto es lo que encontramos:
En primer lugar, la noticia de que la M. S. Agustín, cuidadora de la imagen, era hija -y no hermana- de Juan Martínez Montañés. Leemos en la pág. 29 del libro de la fundación que "Doña Juana Villegas, hija de Juan Martínez Montañés y Dña. Ana Villegas, tomó el hábito el primero de marzo de 1607. Profesó a 16 de marzo de 1608. Dió de dote 1.000 ducados, renunció de padre y madre en el mismo año. La M. S. Agustín murió a 18 de noviembre de 1653".
Para nuestra suerte -y para la suya sobre todo pues gozará de la eterna bienaventuranza- la M. S. Agustín fue una religiosa "observantísima". Y decimos para nuestra suerte porque gracias a ello hubo quien escribió su vida, sin duda para ejemplo de las religiosas venideras. Esta "vida", escrita en un cuadernillo, debe ser contemporánea del libro de la fundación -escrito repetimos en 1702- o al menos no muy posterior, pues los datos dice la cronista conocerlos ''por informe de su hermana que todavía es viva". Aquí hay una pequeña confusión. No es hermana, pero sí sobrina, ya que hay constancia de la profesión y muerte en el convento de dos nietas de Montañés, hijas de Fernando Martínez Montañés y de Doña Luisa Ojirondo. Una de ellas, Doña María, toma el mismo nombre que su tía, ya muerta -M. S. Agustín- (pues ellas profesan en 1675) y muere muy pronto, el 28 de enero de 1679. De ahí pudo venir la confusión entre tía y hermana. La otra nieta de Montañés, Doña Juana, toma el nombre de Sor María de S. Fernando y muere el 18 de junio de 1733. Debía saber muy bien quién fue el autor de la imagen y no creemos se diera tal noticia en el libro de la fundación -escrito, insistimos en vida de su nieta- sin tener seguridad de ello. Por otra parte, lo normal y lógico sería que Montañés hiciese alguna obra para el convento donde estaba su hija, que por cierto "era la maior de su casa" y "criáronla sus padres con mucho amor y ostentación", según nos cuenta su biógrafa que habla, insistimos, por boca de su sobrina.
Aunque sentimos la tentación de dar detalles sobre la familia Montañés, conocidos a través de la vida de esta hija suya, que muere en olor de santidad, no queremos desviarnos del tema esencial: la autoría de la Virgen del Rosario, y corriendo el riesgo de que se nos juzgue insistentes en grado superlativo, queremos añadir algo más. Al describir el coro alto decíamos que allí estaba colocada una imagen de vestir de la Encarnación -que también se conserva en la actualidad- y cuyo aspecto aporcelanado, como el de esta posible obra de Montañés, nos induciría a creer que es obra del XIX. Pues bien, tenemos noticias de estar en el convento desde una fecha bastante anterior. Con la misma letra que se escribe la vida de la hija de Montañés -es decir en fecha anterior a 1733 en que muere su nieta que vive al hacerlo hay otro cuadernillo contando las gracias concedidas por la imagen de Ntra. Sra. de la Encarnación, "que está en el coro alto". Así que por lo menos la imagen será del XVIII, aunque creemos que es anterior, ya que uno de los favores que se le atribuyen sucede "en el año de seiscientos ochenta y cuatro" con motivo de "una gran quema en el barrio de S. Martín". Y por cierto, a través de esta historia de los "favores" concedidos por la imagen de la Encarnación, nos enteramos de que "en tiempos antiguos" -no dice la fecha pero la cronista escribe la frase, no lo olvidemos, a principios del XVIII-, "la dieron a un escultor que la aderezase porque estaba echada a perder". Es decir, la imagen "aderezada" antes de 1733 fue sin duda vuelta a "aderezar" en el XIX. ¿No pudo pasar lo mismo con la Virgen del Rosario, de la que no consta ninguna restauración anterior -salvo la hecha por Montañés- y fueron ambas imágenes puestas al gusto de este tiempo? Creemos que esto es lo más probable que haya ocurrido.
El convento.
"Era bastante grande", con "un magnífico patio claustrado, con corredores bajos y altos con arcos sobre gruesas columnas de mármol y antepechos de hierro. Tenía también otro segundo patio y otros más pequeños, excelentes dormitorios, cuadras grandes de varios usos y demás necesario, y el patio del claustro grande era ameno jardín".
Lo poco que se puede añadir a esta descripción, bastante completa y escueta, es a través del seguimiento de las obras que se van haciendo a lo largo de los año en las distintas dependencias del convento. Así sabemos la existencia de dos capillas en el claustro principal, la "del Señor crucificado" -se habla de ella en las cuentas de 1727- y la del Nacimiento, que hace en 1765 el indiano D. Pedro Lince para trasladar aquí el cuadro que estaba en la iglesia y en cuyo lugar colocar un S. Vicente Ferrer. También se habla de un patio de la cocina, sin duda uno de los "más pequeños" que nombra el autor. Otro, posiblemente, correspondería a la enfermería. La había alta y baja y con sala separada para las enfermas contagiosas además de su "cocina, antecocina, despensa, lugar común y demás necesario".
Terminamos la descripción de este convento con la frase: "no tiene nada exterior que observar" que parece indicar que sus fachadas y puertas no eran especialmente importantes. Pero podemos precisar que la portada de la iglesia era lateral, ya que los coros estaban a los pies. Además el hecho de que hubiera cinco retablos laterales parece indicar que el lugar de un posible sexto retablo era la puerta de la iglesia [Mª Luisa Fraga Iribarne, Conventos Femeninos Desaparecidos, Sevilla - Siglo XIX. Sevilla, 1993].
La mediación universal de la Santísima Virgen María es una doctrina deducida de la enseñanza tradicional de la Iglesia, a partir de la solicitud maternal de María por todo el género humano en la misión redentora de su Hijo, que forma un todo con ella, y se extiende a todas las gracias que nos ha adquirido Cristo. Aunque es una verdad no definida, viene siendo aceptada por el pueblo cristiano desde tiempo inmemorial: ya a San Germán de Constantinopla, en el siglo VII, se le llama el Doctor de la Mediación de María.
Son múltiples las advocaciones marianas que reflejan la mediación de María: Amparo, Auxiliadora, Consolación, Gracias, Merced, Milagro, Misericordia, Patrocinio, Providencia, Refugio, Remedio, Socorro... En la Edad Media, el franciscano San Bernardino de Siena, insigne predicador, contribuyó ostensiblemente a extender la doctrina de la distribución de María de todas las gracias. En el mismo sentido, toda la himnología medieval occidental canta el papel de María como abogada y mediadora. Así mismo la proclamamos intercesora en la segunda parte del avemaría, de composición eclesiástica, oración base, por otra parte, del Ángelus y del Rosario. En la Península Ibérica, el título de mediadora e intercesora se patentiza ya en su liturgia hispánica autóctona. A comienzos de la Edad Moderna, influyó mucho la predicación del agustino Santo Tomás de Villanueva, Arzobispo de Valencia, que entreteje su reflexión teológica en torno a imágenes y tipos bíblicos, recogiendo la herencia de la piedad medieval. Incluso el Rey Felipe IV, a propuesta de la Real Junta de la Inmaculada, movida por el jesuita P. Nieremberg, estableció, como comentamos en otro apartado, la Fiesta del Patrocinio de la Santísima Virgen para España y sus dominios por carta del veinte y ocho de septiembre de 1655, confirmada por el Papa Alejandro VII Chigi por el Breve Praeclara charissimi del veinte y ocho de julio del año siguiente, para un domingo de noviembre. Un decreto real en 1664 la fijó el segundo. Se extendió por otros lugares en el siglo XVIII. En la segunda mitad del XIX el Cardenal Mercier (+1926), Arzobispo de Malinas, Bélgica, promovió en la Iglesia un movimiento mariano mediacionista. En 1913 elevó a San Pío S Sarto una petición para que declarara dogma de fe la Mediación Universal de María en la dispensación de todas las gracias, firmada el episcopado belga, clero, fieles, universidades católicas, órdenes religiosas…
Ya en este siglo, el Papa Benedicto XV Della Chiesa, llama a la Virgen Omnipotencia suplicante, y afirma que la ha tomado por Patrona desde el comienzo de su pontificado. Este mismo pontífice, el veinte y uno de enero de 1918, a petición del Cardenal Mercier, concedió a toda la nación belga Oficio y Misa de Santa María Virgen Mediadora de Todas las Gracias, que es por tanto una fiesta que hace referencia a una verdad teológica y que la Sede Apostólica ha ido concediendo a muchas diócesis e Institutos Religiosos que lo han solicitado, habiéndose hecho casi memoria general. El propio Cardenal Mercier escribió para ello a todos los obispos católicos. Se celebraba el treinta y uno de mayo hasta 1954, en que pasó a la Octava de la Inmaculada. En el Vaticano II se califica expresamente a María Mediadora.
El Concilio Vaticano II ha escrito sobre esta condición de mediadora de la Santísima Virgen: “María, asunta a los cielos, no ha dejado su misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador” (LG 62). Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres. Pero Él, no por necesidad sino por benevolencia, ha querido asociarse otros mediadores. Entre ellos, María.
La mediación de María fluye de un doble hecho: primero, su maternidad espiritual. Ésta exige no sólo la transmisión de la vida sobrenatural, sino también su conservación. Y segundo: su corredención maternal, que requiere la aplicación de la redención a cada uno de los redimidos. En 1971 la Sagrada Congregación para el Culto Divino aprobó la Misa de la B.V.M. Madre de la Gracia y Mediadora, conjuntando el papel maternal de María con su mediación, cuyos textos eucológicos se encuentran en el Misal de la Virgen con el número 30. La titulada La Virgen María en Caná, la número 9, última del Tiempo de Navidad, nos transmite la continuación de la labor mediadora de la Madre de Jesús en favor de la Iglesia en el cielo, donde reina Asunta y Gloriosa, que inició en las bodas de Caná, y de Su misión ejemplarizante y salvadora de conducir a Cristo en comunión con los fieles. Aunque no está en el calendario universal, se celebra en múltiples diócesis, así en las de Cuenca, Pamplona y Tudela como memoria libre, y congregaciones religiosas, entre las que contamos a los Monfortianos y Reparadores, como memoria obligatoria, y Servitas, como memoria libre. En la Diócesis de Sevilla se celebra en esta jornada por aprobación de la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino de cinco de agosto de 1980 (Prot. n. CD 1320/80), a petición del 30 de mayo de dicho año del Cardenal Arzobispo José María Bueno Monreal con el grado de memoria obligatoria.
La advocación de Nuestra Señora de Gracia evoca el saludo del Arcángel Gabriel a María: "Dios te salve María, llena eres de gracia". Para los cristianos esta advocación no hace más que resaltar la cooperación excelente de María en el plan salvífico de Dios, para el que estaba predestinada. Esta advocación de Gracia, junto a la de Consolación y Correa, la del Buen Consejo y la del Socorro, centran la devoción mariana particular de la orden agustina, y aun podemos decir que es la más antigua de todas. Desde tiempo inmemorial el culto a la Virgen de Gracia floreció en los ámbitos agustinianos, pero desconocemos dónde y cómo surgió. El porqué de la elección de tal título y del culto particular que se empezó a tributar a la Virgen con él, las circunstancias históricas que lo envolvieron en los comienzos de la Orden y su origen espacio-temporal, se desconocen totalmente. Lo cierto es que, aunque con lentitud, pero progresivamente, la advocación fue cobrando resonancia en las devociones comunitarias y litúrgicas agustinas.
Había sido norma generalizada que las órdenes religiosas aprovecharan devociones antiguas ya establecidas en el corazón de los cristianos y las acomodaran a su peculiar manera de pensar y carisma. No olvidemos que San Agustín, el padre espiritual de la orden, es llamado el Doctor de la Gracia. Como él pone de manifiesto, en nuestro camino de salvación es necesario el auxilio de la Gracia, que recibimos en el bautismo. María venerada como Madre de la Gracia o de la Divina Gracia presenta la oportunidad de incardinar la mariología en la cristología. Probablemente sea ésta la explicación más verosímil de lo que aconteció respecto a la arraigada devoción agustiniana por Nuestra Señora de Gracia.
Entre los agustinos la devoción a este prestigioso título se desarrolló encontrando adecuadas expresiones en algunas antífonas, plegarias e himnos recomendados u ordenados por las constituciones de la Orden y sus capítulos generales, como las antífonas Benedicta tu, llamada también Vigiliae B. M. V., porque se recitaba o cantaba por la tarde, el Ave Regina coelorum, Mater regis angelorum, que se canta en la primera mitad del día, normalmente después de mediodía, o el himno Maria Mater Gratiae, al término de las procesiones. Ya en el Capítulo General de Orvieto de 1284 se recomienda el rezo o canto diario de la citada antífona Benedicta tu en honor de la Virgen de Gracia. En el Capítulo General de 1327 fue decretado el rezo diario del versículo Maria Mater Gratiae después del himno Memento salutis auctor, lo que se recordó en 1385 y 1388. Otra noticia históricamente documentada del culto de la Orden a esta advocación es del año 1401 y se refiere a una cofradía homónima organizada en los conventos de San Agustín en Valencia (España) y Nuestra Señora de Gracia en Lisboa (Portugal).
Aunque ya venía de antiguo la recitación del himno Ave Regina caelorum, Mater Regis angelorum también en honor de la Virgen de Gracia, se prescribió este uso en las Constituciones de 1551 tras la misa solemne, lo que el Capítulo General acordó que nunca debía ser suprimido en las iglesias de la Orden, y lo que se recordó en disposiciones posteriores. A partir del siglo XVI la devoción estaba consolidada en toda la Orden; se empezaron incluso a edificar conventos con este título, sobre todo en Italia e Hispanoamérica, y también se difundió la leyenda de que la Virgen de Gracia habría impedido que el Papa quitara a la Orden el hábito blanco que se vestía entonces en su honor. A partir del siglo XVII la advocación es considerada ya como propia de la Orden, aunque quedó en parte oscurecida por la de Consolación y Correa y la del Buen Consejo.
Si bien el culto general, como vemos, es antiguo, la liturgia específica no fue concedida hasta 1807. En esta fecha, el Papa Pío VII Chiaramonti, a instancias del Padre José Bartolomé Menocchio (+1823), sacristán pontificio y confesor del papa, y del Vicario General, concedió a la Orden de San Agustín facultad para incluir en su liturgia la festividad en honor de la Virgen Nuestra Señora de Gracia, con Misa y Oficio propios, a celebrar el uno de junio.
A partir de una reforma del calendario propio en 1965 se empezó a celebrar el veinticinco de marzo, en clara alusión a la escena de la anunciación del ángel a María, pero con ello se oscureció una significativa tradición agustiniana. A partir de la inclusión con el número 30 en el Misal de la Bienaventurada Virgen María de 1987 de la misa Madre de Gracia, Mediadora de Gracia, en el calendario de la Orden del 2002 se rescató esta memoria y se le señaló el ocho de mayo (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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