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lunes, 6 de mayo de 2024

El edificio 45 "Alexander von Humboldt", de José Morales, Juan González, Sara de Giles y Miguel Hernández, y sus jardines, en la Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el edificio 45 "Alexander von Humboldt", de José Morales, Juan González, Sara de Giles y Miguel Hernández, y sus jardines, en la Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla)
     Hoy, 6 de mayo, es el aniversario del fallecimiento (6 de mayo de 1859) de Alexander von Humboldt, así que hoy es el mejor día para ExplicArte el edificio 45 "Alexander von Humboldt", de José Morales, Juan González, Sara de Giles y Miguel Hernández, y sus jardines, en la Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla)
     Edificio de reciente construcción que responde a una concepción propia de las tendencias actuales en materia de diseño, búsquedas espaciales y soluciones volumétricas. El planteamiento general se fundamenta en una organización prismática dominante, a la que se le sustraen partes, generando huecos o ámbitos vacíos de importantes dimensiones. 
     Todo el proyecto se identifica con una estética minimalista, que se verifica en el manejo de texturas, materiales y tratamientos superficiales.
     La organización planimétrica responde a una fuerte ortogonalidad de componentes y líneas generales. En términos funcionales, largas circulaciones horizontales ordenan la actividad interna, conectándose a las mismas los espacios servidos, que se presentan organizados en forma paralela o de batería.
     El edificio expone una gran liviandad general dado el amplio espacio vacío de planta baja y la presencia ritmada de pilares metálicos que exponen un ordenamiento modulado de la estructura.
     Destaca como parte de su lenguaje la selección cromática realizada, tanto en su interior como en su exterior, que dota al conjunto del edificio de una vitalidad que contrasta con los materiales utilizados.
     El edificio Alexander Von Humboldt (edificio 45) es una construcción proyectada y dirigida por los arquitectos José Morales, Juan González, Sara de Giles y Miguel Hernández en el año 2000 (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Los jardines del edificio 45 están configurados en varios espacios independientes; uno de ellos se encuentra situado en el extremo izquierdo de la fachada sur, mientras que el resto se encuentra en la fachada este del edificio.
     El jardín de la cara sur es de planta rectangular, su base es de tierra y está recubierta de guijarros blancos. El perímetro se delimita con una línea de adoquines que se encuentra al mismo nivel del suelo, que lo separa del carril bici y del acerado con el que linda. Aquí se localizan tres ejemplares de Olivo (Olea europaea), un árbol perenne que no suele superar los 10 metros de altura. Las hojas son verde oscuro en el haz y blanquecinas en el envés, las flores son blancas y se agrupan en racimos, y su fruto son las aceitunas. 
     En la fachada este encontramos varios espacios independientes, separados entre sí por los accesos peatonales al edificio y al parquin número 14, y por el carril bici. Éstos rodean parcialmente al parking y tienen una planta más o menos rectangular. La base es de hierba, excepto en invierno, y su perímetro se delimita con una línea de adoquines, que según la zona, puede encontrarse al mismo nivel del suelo o por encima de éste, en forma de escalón. 
     En cuanto a las especies presentes, como árboles se encuentran el Almez o Latonero (Celtis australis), el Laurel de Indias (Ficus microcarpa) y el Ficus nítida (Ficus retusa), aunque este último tiene aquí porte arbustivo. 
     El Almez es un árbol que puede crecer hasta los 20 metros de altura, con la corteza lisa, grisácea y ramas erectas; las hojas son ovales, acuminadas y con márgenes dentados, de color verde glauco y con pelos el haz, mientras que el envés es más claro. Frutos en forma de drupa, de color negro, al final de un pedúnculo. 
     El Laurel de Indias es una especie perenne, con el tronco liso y grisáceo. Las hojas son simples, alternas, algo coriáceas, ovado - elípticas, con el margen entero, sin pelos y de color verde oscuro. Las flores están escondidas y envueltas por el propio fruto, el cual consiste en un pequeño higo de color púrpura.
     El Ficus nítida por su parte tiene las hojas coriáceas, alternas, ovaladas y de color verde brillante. Sus flores son pequeñas, poco vistosas, y de color amarillo blanquecino. El fruto es similar a un higo de pequeño tamaño y color ocre.
     Se distinguen también ejemplares de Bambú dorado (Phyllostachys aurea) y de Hierba de la Pampas (Cortaderia selloana), también conocida como Plumeros. 
   El Bambú dorado es una planta perennifolia que puede alcanzar los 9 metros de altura, con tallos erectos y muy ramificados, de color dorado. Sus hojas son pecioladas, largas y de color verde brillante. 
     Los Plumeros son una especie de gramínea, que forman grandes matas que pueden alcanzar los 3 metros. Las hojas son estrechas, largas y arqueadas. Sus flores se agrupan en espigas terminales de color blanco plateado, aunque existen variedades con otras tonalidades.
     Por último, rodeando parcialmente el parking del edificio, se localizan algunos individuos de Palmera mexicana (Washingtonia robusta), una especie que llega a superar los 30 metros de altura, con el tronco fino, hojas muy grandes de color verde brillante, flores hermafroditas de color blanco y frutos pardos de menos de 1 centímetro.
     Las Oficinas Técnicas de Arquitectura e Ingeniería S.A. (OTAISA), recibieron el encargo de construir la Universidad Laboral de Sevilla en 1949. 
     Además de las edificaciones destinadas a acoger a los alumnos, los arquitectos encargados del proyecto tuvieron en cuenta la importancia de los jardines en un campus como este, creando diferentes composiciones. Con el paso del tiempo los espacios se han ido modernizando, añadiendo nuevas construcciones pero sin olvidar el papel esencial que tienen los jardines en esta universidad.
     Actualmente todos estos jardines forman parte de la Universidad Pablo de Olavide, que se asienta en los terrenos de la Antigua Universidad Laboral (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Biografía de Alexander von Humboldt, personaje que da nombre a la obra reseñada;
     Alexander von Humboldt, (Tegel, Alemania, 14 de septiembre de 1769 – Berlín, Alemania, 6 de mayo de 1859). Naturalista, geógrafo y explorador.
     Alexander von Humboldt nació en el denominado por él como “castillo del aburrimiento” en Tegel, muy cerca de Berlín, un mediano palacete en el que discurrió su infancia, siempre acompañado por su hermano mayor Wilhelm. Su padre fue un importante personaje palaciego, chambelán del rey de Prusia, y su madre, Elisabeth Colomb, una mujer rica que parece que marcó profundamente la personalidad de Alexander. La influencia de Joachim Heinrich Campe, un educador al que la bibliografía humboldtiana no trata demasiado bien, parece evidente. Su afición a la literatura de viajes y el haber sido él mismo un escritor de más o menos éxito con la publicación de su particular Robinson, tuvo que influir necesariamente en la imaginación del joven Alexander. Se sabe hoy también que Campe fue un destacado miembro de la masonería alemana y está claro que Humboldt adquirió bastantes principios ideológicos de esta asociación. Asimismo, tuvo como segundo profesor a Gottlob C. Kunth, quien parece que dejó su impronta en la adquisición de algunos valores éticos, en la enseñanza de la filosofía roussoniana y en el aprendizaje de otros idiomas. Este elemento se considera muy relevante en el éxito de ambos hermanos en los círculos culturales de la época, incluidos los judíos berlineses que, al parecer, influyeron de manera importante en la educación de Alexander, con especial relevancia la tertulia de Marcus Herz y su esposa Henriette, un espacio cultural privilegiado en el Berlín ilustrado.
     El propio Alexander dejó trazada su peripecia vital en los siguientes años en la biografía que presentó en 1799 al ministro español Mariano Luis de Urquijo en el escrito Noticia sobre la vida literaria de Mr. de Humbold [sic], comunicada por él mismo al Barón de Forell, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional en Madrid, y que se sigue aquí con bastante fidelidad.
     Después de haber disfrutado de una educación muy cuidada en la casa paterna y de la enseñanza de los sabios más distinguidos de Berlín, acabó sus estudios en las Universidades de Gotinga y Frankfurt. Destinado entonces a la carrera de Hacienda, estuvo durante un año en la Academia de Comercio de Hamburgo, establecimiento dedicado tanto a la instrucción de negociantes, como a la de las personas, que debían servir al Estado en la dirección del Comercio, de los bancos y de las manufacturas. El éxito que tuvo su primera obra sobre las montañas basálticas del Rin, hizo que el barón de Heinitz le contratase para su departamento en la dirección de minas. Efectuó por entonces un viaje de mineralogía y de historia natural por Holanda, Inglaterra y Francia, bajo la dirección de George Forster, célebre naturalista, que había dado la vuelta al mundo con el capitán Cook. Según Humboldt, a él le debía la mayor parte de los conocimientos que poseía antes de su viaje americano. A la vuelta de Inglaterra, aprendió la práctica de la minería en Freiberg y en Harz. Tras algunas experiencias útiles para el ahorro de combustible en el cocimiento de sal y después de haber publicado una pequeña obra relativa a este asunto, el Rey le envió a Polonia y al sur de Alemania para estudiar las minas de sal gema de Vieliezca, Hallein, Berchtesgaden y otros lugares. Los planes que puso en marcha sirvieron para los nuevos establecimientos de las salinas de Magdeburgo. Además, tras la incorporación a la Corona de Prusia de los Margraviatos de Franconia, el Rey le nombró director de minas de estas provincias, en las que la explotación estaba descuidada desde hacía siglos. Estuvo consagrado a la práctica de la minería durante tres años, en los que las minas de alumbre, de cobalto, e incluso las de oro de Golderonach comenzaron a ser rentables para las arcas del Rey. Poco después se le envió por segunda vez a Polonia, para dar noticias sobre el provecho que se podría sacar de las montañas de esta nueva provincia. Dirigió, a la vez, los proyectos para la mejora de las fuentes salinas situadas a orillas del Báltico. Fue durante esta estancia continuada en las minas cuando realizó una serie de experimentos, bastante peligrosos, sobre los medios de volver menos nocivas las mofetas subterráneas, y salvar a las personas asfixiadas. Consiguió construir una nueva lámpara antimefítica, que no se apagaba con ningún gas, y la máquina de respiración, instrumentos que servían al mismo tiempo a los minadores militares, cuando el contraminador impedía sus trabajos con humo. Este aparato tuvo la aprobación del Consejo de Guerra y su simplicidad le hizo extenderse rápidamente por otros países. Publicó también, durante este período, una obra de botánica, Flora Fribergensis, la fisiología química de los vegetales, traducida a numerosas lenguas, y un gran número de memorias de física y de química, contenidas en parte en los periódicos de Francia e Inglaterra.
     A la vuelta de Polonia acompañó a Hardenberg en sus negociaciones políticas, que el Rey le había encargado poco antes de la paz de Basilea. Le siguió en su visita a los ejércitos, acantonados junto al Rhin, en Holanda y en Suiza. Fue allí, cuando tuvo la oportunidad de visitar la alta cadena de los Alpes, el Tirol, la Saboya y el resto de la Lombardía. Cuando al año siguiente las tropas francesas avanzaron hacia la Franconia, fue enviado al cuartel general de Moreau para negociar sobre la neutralidad de algunos príncipes del Imperio, cuya protección había asumido el rey prusiano.
     Según sus propias palabras: “Teniendo un ardiente deseo de ver otra parte del mundo y de verla con la referencia de la física general, de estudiar no solamente las especies y sus caracteres, estudio que se ha hecho casi exclusivamente hasta hoy día, sino la influencia de la Atmósfera y de su composición química sobre los cuerpos organizados; la formación del globo, las identidades de las capas [estratos] en los países más alejados unos de otros, en fin las grandes armonías de la Naturaleza, tuve el deseo de dejar por algunos años el servicio del Rey y de sacrificar una parte de pequeña fortuna al progreso de las Ciencias. Solicité mi licencia, pero S. M. en lugar de concedérmela, me nombró su Consejero Superior de Minas, aumentando mi pensión y permitiéndome hacer un viaje de historia natural. No pudiendo ser útil a mi patria en una ausencia tan grande, no acepté la pensión, dando las gracias a S. M. por una gracia, menos acorde a mi poco mérito, que al de un padre, que gozó hasta su muerte de la confianza más distinguida de su Soberano”.
     Para preparar su viaje reunió una escogida colección de instrumentos científicos, para poder determinar la posición astronómica de los lugares, la fuerza magnética, la declinación y la inclinación de la aguja imantada, la composición química del aire, su elasticidad, humedad y temperatura, su carga eléctrica, su transparencia, el color del cielo, la temperatura del mar, etc.
     Humboldt, en su autobiografía, describió sus últimas experiencias antes del viaje americano con las siguientes palabras: “Habiendo hecho por entonces algunos descubrimientos sorprendentes sobre el fluido nervioso y la manera de estimular los nervios por agentes químicos, aumentando y disminuyendo la irritabilidad a voluntad, sentí la necesidad de hacer un estudio más singular de Anatomía. Con este objeto estuve cuatro meses en la Universidad de Jena y publiqué los 2 volúmenes de mis Experiencias sobre los Nervios y el proceso químico de la vitalidad, obra cuya traducción ha aparecido en Francia. Me trasladé de Jena a Dresde y Viena para estudiar las riquezas botánicas y para entrar nuevamente en Italia. Los sucesos de Roma me hicieron desistir de este proyecto y encontré durante mi estancia en Salzburgo un nuevo método para analizar el aire atmosférico, método sobre el cual he publicado una memoria con Vauquelin. Al mismo tiempo acabé la construcción de mi nuevo Barómetro y de un instrumento, que he llamado Antracómetro, porque mide la cantidad de ácido carbónico contenido en la atmósfera. Con la esperanza de poder llegar hasta Nápoles, partí hacia Francia, donde trabajé con los químicos de París durante 5 meses. Leí numerosas Memorias en el Institut National, contenidas en los Annales de Chimie, y publiqué dos obras, una sobre las mofetas de las minas y los medios de volverlas menos dañinas, la otra sobre el análisis del aire”.
     El Directorio Francés decidió, por aquella época, hacer un viaje alrededor del mundo con tres buques, bajo el mando del capitán Baudin, al que Humboldt fue invitado por el ministro de Marina. Se preparaba ya para partir hacia El Havre, cuando la falta de fondos hizo fracasar este proyecto. Decidió entonces irse a África para estudiar el monte Atlas; aguardó durante dos meses a su embarcación en Marsella, pero los cambios políticos ocurridos en Argel le hicieron renunciar a este proyecto y tomar el camino de la Península a fin de solicitar la protección de Su Majestad Católica para un viaje a América.
     Sobre su audiencia en la Corte española, gestionada por el barón de Forell, embajador de Sajonia, el gran colaborador de Clavijo y de Herrgen en el Real Gabinete de Historia Natural y en el nuevo Real Estudio de Mineralogía, ha quedado el testimonio que él mismo recuerda en su Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente: “Fui presentado a la corte de Aranjuez, en el mes de marzo de 1799. El rey se dignó acogerme con bondad. Le expuse los motivos que me inducían a emprender un viaje al nuevo continente y a las islas Filipinas, y presenté una memoria sobre esta materia al secretario de Estado. El caballero de Urquijo apoyó mi solicitud y logró allanar todos los obstáculos. El proceder de este Ministro fue tanto más generoso cuanto no tenía yo nexo ninguno personal con él. El celo que mostró constantemente para la ejecución de mis proyectos no tenía otro motivo que su amor por las ciencias. Es un deber y una satisfacción para mí consignar en esta obra el recuerdo de los servicios que me prestó”.
     Hay una carta del barón de Forell, fechada en Aranjuez el 11 de marzo de 1799, y dirigida a Mariano Luis de Urquijo, en la que el embajador de Sajonia presentaba el proyecto de Humboldt, convencido de que el permiso para visitar los dominios españoles en América daría como fruto un gran avance en los conocimientos científicos del mundo natural. Forell solicitaba la protección de Urquijo, que ya había dado pruebas de su interés en el progreso de las ciencias, tanto para Alejandro de Humboldt como para Aimé Bonpland, sólo mencionado, sin su nombre, como secretario y copista. Asimismo, el embajador pedía que se entregase la memoria al rey Carlos IV y en caso de aprobación, solicitaba la expedición de los pasaportes y de cartas de recomendación necesarias para que el sabio prusiano pudiera pasar a América con los instrumentos adecuados para sus observaciones. Además, Alejandro de Humboldt presentó una Memoria al rey Carlos IV, en la que manifestaba sus intereses científicos. Resulta extremadamente interesante que Humboldt solicitase el permiso para penetrar en el Nuevo Mundo, alegando la perfección de los nuevos instrumentos de medición de los fenómenos atmosféricos, pero, sobre todo, haciendo hincapié en su particular obsesión, repetida en numerosas cartas a sus amigos, “la formación del Globo, la medida de las capas que lo componen y el reconocimiento de las relaciones generales que unen a los seres organizados”; objetivos que contrastan con lo señalado en el pasaporte y el permiso especial de Urquijo, que destacaban el estudio de las minas, una empresa más práctica para los gobernantes españoles.
     Respecto a la financiación de su viaje, el propio Humboldt aclaró unos años más tarde al Journal de Bordeaux, que lo había hecho a sus expensas, aunque con la protección magnánima del rey de España durante los cinco años que había durado el viaje, algo que, sin duda, implicaba el ahorro de determinados gastos, pero no la necesidad de disponer de un presupuesto propio. Sabemos que desde Barcelona había solicitado a Kunth dinero para instalarse en Madrid y el 4 de abril de 1799, ya en Madrid, le comentaba que el marqués de Iranda, miembro del Consejo Real de Hacienda y uno de los hombres más distinguidos de Europa, le trataba como un padre y le facilitaría todo lo necesario para su viaje.
     Para conocer el viaje americano de Humboldt y Bonpland, la mejor fuente es el escrito que él mismo realizó y que se conserva en la American Philosophical Society en Filadelfia. Según el propio Humboldt, los dos viajeros zarparon de La Coruña con la fragata española Pizarro rumbo a las islas Canarias, donde ascendieron al cráter del pico del Teide y realizaron experimentos para el análisis del aire. En julio llegaron al puerto de Cumaná en América meridional. Visitaron en 1799 y en 1800 la costa de Paria, las misiones de los indios chaymas, las provincias de Nueva Andalucía (afectada por terribles terremotos, uno de los países más calurosos y más saludables de la tierra), de Nueva Barcelona, de Venezuela y de la Guayana española. En enero de 1800 salieron de Caracas en dirección a los bellos valles de Aragua, donde el gran lago de Valencia recuerda al de Ginebra, adornado por la majestuosa vegetación tropical. Desde Portocabello atravesaron, al sur, las inmensas planicies de Calabozo, del Apure y del Orinoco, los Llanos, donde en la sombra (debido a la reverberación del calor) el termómetro de Réaumur subía a 35-37 grados. En San Fernando de Apure, en la provincia de Barinas, Humboldt y Bonpland comenzaron esta fatigosa navegación y levantaron el mapa del país con la ayuda de relojes de longitud, de los satélites de Júpiter y de las distancias lunares. Descendieron el río Apure que desemboca bajo los 7º de latitud en el Orinoco, remontaron este último río (pasando los célebres raudales de Maipures y Atures) hasta la boca del Guaviare. Desde esta embocadura subieron por los pequeños ríos Atabapo, Tuamini y Temi, y de la misión de Yavitá cruzaron por tierra a las fuentes del famoso río Negro, que bajaron hasta San Carlos. Desde la fortaleza de San Carlos del Río Negro, Humboldt remontó hacia el norte por el río Negro y el Casiquiare al Orinoco y, encima de éste, hasta el volcán Duida o a la misión de Esmeralda, cerca de las fuentes del Orinoco. Desde Esmeralda, Humboldt y Bonpland bajaron con las aguas crecidas todo el Orinoco hasta su delta en Santo Tomé de Guayana o Angostura. Regresaron a Cumaná por las planicies de Cari y las misiones de los indios caribes. Después de una estancia de algunos meses en Nueva Barcelona y Cumaná, nuestros viajeros llegaron a La Habana.
     Humboldt permaneció tres meses en la isla de Cuba, donde se ocupó de medir la longitud de La Habana y de la construcción de hornos en los ingenios. Estaba a punto de salir hacia Veracruz, cuando falsas noticias sobre el viaje del capitán Baudin le hicieron cambiar de plan. Las gacetas anunciaban que este navegante saldría de Francia hacia Buenos Aires y desde allí, por el cabo de Hornos, a Chile y las costas del Perú. Humboldt había prometido al capitán Baudin y al Musée de París, que buscaría unirse a la expedición desde el mismo momento en que se enterara que tendría lugar. Estas consideraciones obligaron a Humboldt a fletar en Batabanó una pequeña goleta para trasladarse a Cartagena y, desde allí, lo antes posible, por el istmo de Panamá al mar del Sur. Esperaba encontrar al capitán Baudin en Guayaquil o en Lima y visitar con él la Nueva Holanda y las islas del Pacífico.
     Humboldt salió de Batabanó en marzo de 1801, costeó el sur de la isla de Cuba, donde determinó varias posiciones astronómicas. La falta de viento alargó mucho esta navegación, las corrientes llevaron la pequeña goleta demasiado al oeste hasta la embocadura del río Atrato. Descansaron en el río Sinú y tuvieron una vuelta penosa a Cartagena. La temporada estaba demasiado avanzada para la navegación en el mar del Sur, lo que obligaba a abandonar el proyecto de cruzar el istmo. Por ello, Humboldt permaneció unas semanas en los bosques de Turbaco y subió en cuarenta días el río Magdalena, del que esbozó un mapa. Desde Honda subieron hasta Santafé de Bogotá, la capital del reino de Nueva Granada. Las extraordinarias colecciones del sabio José Celestino Mutis, la grande y majestuosa catarata de Tequendama, las minas de Mariquita, de Santa Ana y de Zipaquirá, el puente natural de Icononzo, son las curiosidades que detuvieron a Humboldt y Bonpland hasta el mes de septiembre de 1801. A pesar de la temporada de lluvia, emprendieron el viaje a Quito, pasaron los Andes de Quindío. Desde la ciudad de Cartago, en el valle del Cauca, bordearon el Chocó y por Buga llegaron a Popayán, donde subieron al cráter del volcán de Puracé.
     Desde Popayán pasaron por los desfiladeros de Almaguer a Pasto y de esta ciudad, situada al pie de un volcán, por Tuqueres y la provincia de los Pastos, a la ciudad de Ibarra y Quito. Su llegada a esta capital se produjo en enero de 1802. Se quedaron cerca de un año en el reino de Quito. Emprendieron expediciones por separado a las montañas nevadas de Antisana, de Cotopaxi, de Tunguragua y del Chimborazo. En todas sus expediciones les acompañó Carlos Montúfar, hijo del marqués de Selva Alegre de Quito, que estaba muy interesado por el progreso de las ciencias. Después de haber acompañado a Humboldt en el resto de su expedición por Perú y el reino de la Nueva España, pasó con él a Europa.
     Tras haber examinado el terreno descompuesto en el terremoto de Riobamba de 1797, pasaron por los Andes de Azuay a Cuenca. El deseo de comparar las quinas descubiertas por Mutis en Santafé, y las de Popayán, la Cuspa y el Cuspare de Nueva Andalucía y del río Caroní, con la quina de Loja y del Perú, hizo que prefirieran no seguir la ruta abierta de Cuenca a Lima, sino pasar —con inmensas dificultades por el transporte de sus instrumentos y colecciones— por el bosque de Saraguro a Loja, y desde allí a la provincia de Jaén de Bracamoros. Tuvieron que cruzar el río Huancabamba, vieron las ruinas de la calzada del Inca, descendieron por el río Chamaya, que les llevó al Amazonas, y navegaron por este último río hasta las cataratas de Tomependa. Desde el Amazonas regresaron al sudeste por la cordillera de los Andes a Montán y visitaron las minas de Hualgayoc. Desde Cajamarca bajaron a Trujillo, en cuyos alrededores se encuentran las ruinas de la inmensa ciudad peruana Mansiche. Siguieron las áridas costas a Santa, Huarmey y Lima, donde permanecieron algunos meses.
     Desde Lima los tres viajeros pasaron por mar a Guayaquil —lugar en el que fue redactado el borrador del Essai sur la géographie des plantes—, desde donde emprendieron el viaje a México. Navegaron hasta Acapulco, puerto occidental del reino de Nueva España.
     Humboldt tenía, en principio, previsto hacer una estancia de sólo unos meses en México y acelerar su vuelta a Europa, pero las circunstancias le obligaron a estar un año en Nueva España.
     Los viajeros subieron de Acapulco a Taxco, famoso por sus minas, y desde allí, por Cuernavaca, llegaron a la capital de México. Esta ciudad, que entonces contaba con 150.000 habitantes, situada en el terreno del antiguo Tenochtitlán, entre los lagos de Texcoco y Xochimilco, era sin duda comparable a las más bellas ciudades de Europa, en opinión de Humboldt. Los grandes establecimientos científicos, como la Academia de Pintura, de Escultura y de Grabado, el Colegio de Minería, el Jardín Botánico, eran instituciones que hacían honor al gobierno que los había creado. Tras una estancia de unos meses en el valle de México y después de haber fijado la longitud de la capital, Humboldt y sus acompañantes visitaron las minas de Morán y de Real del Monte y el Cerro del Oyamel, donde los antiguos mexicanos fabricaban cuchillos de obsidiana. Poco después pasaron por Querétaro y Salamanca y llegaron a Guanajuato, una ciudad de 50.000 habitantes y famosa por sus minas.
     Desde Guanajuato regresaron por el valle de Santiago a Valladolid, en el antiguo reino de Michoacán. Bajaron de Pátzcuaro en dirección a la costa del océano Pacífico a las planicies de Jorullo. Llegaron casi hasta el fondo del cráter de este gran volcán de Jorullo, donde analizaron el aire sobrecargado de ácido carbónico. Regresaron a México por el valle de Toluca y, en los meses de enero y febrero de 1804, llevaron sus investigaciones hacia la vertiente oriental de la cordillera. Midieron los nevados de la Puebla, el Popocatépetl y el Iztaccihuatl, el gran pico de Orizaba y el Cofre de Perote. Tras una corta estancia en Jalapa, se embarcaron en Veracruz con rumbo a La Habana. Recogieron las colecciones que habían dejado en 1801 y tomaron la vía de Filadelfia para volver en julio de 1804 a Francia. En Estados Unidos visitaron la American Philosophical Society y Humboldt tuvo la oportunidad de conocer al presidente Thomas Jefferson.
     Una colección de seis mil especies diferentes de plantas, de las que una gran parte era nueva, observaciones mineralógicas, astronómicas, químicas y morales fueron el resultado de esta expedición, que quedó reflejado, además, en multitud de obras impresas, aunque hay que destacar su Voyage aux Régions équinoxiales du Nouveau Continent, y sus Ensayos políticos sobre Cuba y Nueva España, en los que Humboldt hizo los más grandes elogios de la protección con la cual el gobierno español quiso apoyar sus investigaciones.
     Tras los primeros meses de estancia en París para iniciar su trabajo científico, Humboldt se trasladó en 1805 a Italia. Allí pudo ver a su hermano Wilhem —entonces embajador ante el Vaticano— y hacer algunas observaciones en el volcán Vesubio junto a Louis J. Gay-Lussac y Leopold von Buch. Después volvió a Berlín, ciudad en la que recibió todo tipo de honores y fue nombrado chambelán del rey de Prusia, cargo en el que ejerció como consejero y diplomático en una situación bélica con Francia muy delicada por la ambición política de Napoleón. Fue la época en la que Humbodt redactó sus preciosos Cuadros de la Naturaleza, antes de poder regresar en 1808 a su querido París, donde continuaba su obra editorial y mantenía reuniones con amigos de la talla de Berthellot, Gay-Lussac, Arago, Chateaubriand, etc., una situación que pudo mantener hasta 1827, fecha en la que marchó a Berlín por orden expresa del rey de Prusia Federico Guillermo III, con el que colaboró estrechamente en la Corte de Postdam. Poco después impartió las conferencias que le hicieron célebre en su tierra y que serían el germen de su futura obra de madurez, el Cosmos. En 1829 tuvo además la oportunidad de hacer su anhelada expedición a Siberia, aprobada por el zar Nicolás I, quien le impuso el más absoluto secreto sobre las condiciones de esclavitud de muchos campesinos. Estuvo en este viaje acompañado por el químico Gustav Rose, el zoólogo C. G. Ehrenberg y su criado Seifert. El nuevo periplo comenzó en abril de 1829 y el célebre Humboldt fue recibido con todos los honores por la Corte imperial rusa en San Petersburgo. Recorrieron un itinerario que les llevó a Moscú, Nizhnyi Novgorod, Kazan, Perm y los Urales, montes en los que Humboldt debía encontrar diamantes para el zar. Después se dirigieron a Tobolsk, Barnaui, el Altai y la frontera china, desde donde regresaron hacia Omsk, Quirguiz y Kazaj, para llegar a Astracán, en las orillas del mar Caspio. El 3 de noviembre del mismo año los expedicionarios llegaban a Moscú, tras un extraño viaje que daría a conocer en su obra sobre Asia Central en 1843. Dos años más tarde comenzó la publicación del Cosmos, cuyo cuarto volumen no llegaría hasta 1858, un año antes de la muerte del genio en Berlín, quien ya preparaba un quinto tomo de su obra de síntesis (Miguel Ángel Puig-Samper Mulero, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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Más sobre la localidad de Dos Hermanas (Sevilla), en ExplicArte Sevilla.

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