Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el busto de Goya, en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Soria, y de Tarragona, en la Plaza de España, de Sevilla.
Hoy, 30 de marzo, es el aniversario del nacimiento (30 de marzo de 1746) del pintor Francisco de Goya, personaje representado en esta enjuta de la Plaza de España, así que hoy es el mejor día para Explicarte el busto de Goya, en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Soria, y de Tarragona, en la Plaza de España, de Sevilla.
La Plaza de España [nº 62 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 31 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 1 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 11 al 21 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
La Plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.
En las enjutas de los arcos que componen la gran arcada que circunda toda la plaza, dentro de unos tondos de profundo sabor renacentista italiano, modelados en alto relieve y esmaltados en blanco sobre fondo azul cobalto, aparecen los bustos de personajes de especial relevancia en la historia de España. Su ejecución original corrió a cargo de las Fábricas de Mensaque Rodríguez y Cía. y de Pedro Navia.
En orden cronológico, figuran tanto aquellos destacados en las ciencias, en las humanidades, en las artes o en las armas, como reyes o santos.
Son un total de cincuenta y dos, distribuidos en cuatro series de trece personajes, dispuestos entre los catorce arcos de cada tramo de la plaza.
Es sorprendente el repertorio de estos personajes ilustres que desde sus privilegiados balcones en la arcada, disfrutan del ancho espacio de la hermosa plaza. Simultáneamente, ellos son vistos por los paseantes como muestra de la gloria de España y como ejemplo a seguir (La Cerámica en la Plaza de España de Sevilla, 2014).
En este caso el personaje histórico representado es Goya, en un busto que directamente hay que relacionarlo con los autorretratos que el genio de Fuendetodos realizó.
Conozcamos mejor a Francisco de Goya, personaje representado en la obra reseñada;
Francisco de Goya y Lucientes. (Fuendetodos, Zaragoza, 30 de marzo de 1746 – Burdeos, Francia, 16 de abril de 1828). Pintor.
Goya nació accidentalmente en Fuendetodos, pueblo de su familia materna. Braulio José Goya, dorador, de ascendencia vizcaína, y Gracia Lucientes, de familia campesina acomodada, residían en Zaragoza, donde contrajeron matrimonio en 1736. Francisco fue el cuarto de seis hermanos: Rita (1737); Tomás (1739), dorador también, citado a veces como pintor; Jacinta (1743); Mariano (1750), muerto en la infancia, y Camilo (1753), eclesiástico y capellán desde 1784 de la colegiata de Chinchón.
Tras la escuela, que la tradición acepta con reservas como la de los padres escolapios de Zaragoza, entró en el taller de José Luzán (1710-1785), hijo también de un dorador vecino de los Goya, de formación napolitana y vinculado a la Academia de Dibujo.
Javier Goya, en las notas biográficas sobre su padre para la Academia de San Fernando (1832), aseguraba que “estudió el dibujo desde los trece años en la Academia de Zaragoza bajo la dirección de José Luzán”, y Goya, en la autobiografía del catálogo del Museo del Prado (1828), decía que le “había dado a copiar las más bellas estampas que tenía”, aunque no hay apenas en sus primeras obras conocidas huellas del estilo tardo-barroco de aquél. Más adelante siguió su formación con Francisco Bayeu Subías (1734-1795), relacionado por lejano parentesco con los Goya, y que, años después, sería su cuñado por esa unión tradicional entre familias de artistas. En 1771, la Academia de Parma citaba a Goya como “scolaro del Signor Francesco Vajeu” y lo confirmaba él mismo en 1783, con motivo del matrimonio de su cuñada María Bayeu, a la que conocía desde hacía veinte años por haber estudiado “en casa” de Bayeu.
Después de los modestos inicios en Aragón, donde se le atribuye, de hacia 1765, el relicario, destruido, de la parroquia de Fuendetodos con la Aparición de la Virgen del Pilar a Santiago, así como varias pinturas para la devoción privada confirmadas como de su mano en los últimos, la carrera cortesana se perfilaba como la única posible para un joven con ambiciones. Se trasladó a Madrid en 1763, siguiendo a Bayeu, que trabajaba en la decoración del Palacio Real. En diciembre de 1763 Goya quiso obtener una pensión de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y en 1766 se presentó al premio de primera clase de pintura, aunque fracasó en ambos.
En un arranque de independencia Goya viajó a Italia por sus propios medios, según decía más tarde en un memorial a Carlos III (24 de julio de 1779), y está documentado en Roma en la primavera de 1771, aunque viajó a Italia en junio de 1769, como ha revelado la última documentación localizada de sus capitulaciones de boda. La tradición le situó en Roma en el n.º 48 de la Strada Felice (Via Sistina), barrio de los artistas, en casa del pintor polaco Taddeus Kuntz, amigo de Mengs, como la familia de éste aseguraba años más tarde, aunque no hay noticias documentales de ello. El Cuaderno italiano (Madrid, Museo del Prado), álbum de apuntes comprado en Italia, recogía anotaciones de las ciudades que visitó, todas del norte, entre ellas Bolonia, Venecia, Parma y Milán, viajando de regreso a través de Génova y Marsella.
En abril de 1771 envió el cuadro Aníbal que por primera vez mira Italia desde los Alpes (Fundación Selgas Fagalde) al concurso de la Academia de Parma por el que recibió una mención, reseñada en el Mercure de France en 1772. Varios dibujos del Cuaderno italiano copian esculturas clásicas de Roma, un fresco de Giaquinto, así como presentan composiciones propias y las primeras ideas documentadas de cuadros tempranos, algunos pintados ya en España, donde regresó entre mayo y julio de 1771. Su primer encargo fue el fresco del coreto de la basílica del Pilar, de 1771-1772, con la Adoración del Nombre de Dios, de excepcional y moderna grandeza, auto titulándose en esa ocasión “Profesor de Dibujo en esta Ciudad [Zaragoza]” (22 de noviembre de 1772).
Se casó, sin embargo, en Madrid, en la iglesia de San Martín (25 de julio 1773) con Josefa Bayeu (nacida el 19 de marzo de 1747), hermana de Francisco, que fue padrino de la boda con su mujer, Sebastiana Merklein, aunque el primer hijo de Goya, documentado en el Cuaderno italiano, Antonio Juan Ramón Carlos, nació en Zaragoza (29 de agosto de 1774), donde el artista trabajaba en los frescos de la cartuja de Aula Dei.
Goya dejó nuevamente Zaragoza el 3 de enero de 1775, llegando a Madrid el día 10 (anotación en su Cuaderno italiano) para iniciar su trabajo como pintor de cartones de tapices para la Real Fábrica de Santa Bárbara con el sueldo de 8.000 reales de vellón al año. Recomendado por Bayeu, Goya aseguraba más tarde, orgulloso, que fue Mengs quien le hizo volver de Roma para el Real Servicio, aunque sus primeros cartones, fechados en la primavera de 1775 para la serie ya comenzada con destino al comedor de los príncipes de Asturias en El Escorial, se pintaron según ideas de Bayeu. Los temas representados, elegidos por el rey, eran de caza, que fue la afición más importante del artista a lo largo de su vida. Perros, escopetas y lugares de caza favoritos, a veces en compañía de sus egregios mecenas, aparecerán en la importante correspondencia con su amigo de infancia, el comerciante zaragozano Martín Zapater (Madrid, Museo del Prado), como los alrededores de Madrid, la sierra de Guadarrama y El Escorial, Arenas de San Pedro, Chinchón, la Albufera de Valencia y el Coto de Doñana en las tierras de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). El segundo hijo, Eusebio Ramón, nació en Madrid (15 de diciembre de 1775); vivía Goya entonces en la calle del Reloj, tal vez en casa de Bayeu, y entre 1776 y 1778 pintó los cartones para el comedor de los príncipes de Asturias en el palacio de El Pardo con escenas de la vida popular en Madrid, como el Baile a orillas del Manzanares y El quitasol, ya de su propia invención, con tipos populares caracterizados con perfección magistral, y divertidas historias cargadas de contenido satírico y moralizante, enlazando con la corriente popular favorecida por la Ilustración. El artista se acercaba más que otros compañeros suyos, en el naturalismo y sentido del humor de sus escenas, a los tipos y situaciones descritos en los sainetes de un amigo de esos años, el autor teatral Ramón de la Cruz, mientras que en la caracterización de sus figuras demostraba el mismo conocimiento de tipos y modas que las ilustraciones del grabador Juan de la Cruz, hermano del anterior, en su Colección de Trages de España. El Cuaderno italiano revela que Goya intentó regresar a Italia con Mengs, en 1777, pero enfermó gravemente a fines de ese año, asegurando a Zapater que había “escapado de buena”, y había recibido el encargo de dos series más para la Fábrica de Tapices. Nacieron en Madrid otros dos hijos, Vicente Anastasio (21 de enero de 1777) y María del Pilar Dionisia (9 de octubre de 1779), cuando Goya vivía en la carrera de San Jerónimo, en la casa de la marquesa de Campollano, aunque poco después habitaba ya en casa propia, en el nº 1 de la calle del Desengaño, donde vivió hasta junio de 1800. Entre 1778 y 1780 pintó las series de cartones de tapices del dormitorio de los príncipes de Asturias, en El Pardo, con escenas como El cacharrero y El ciego de la guitarra. Se fechan entonces las estampas sobre obras de Velázquez de la colección real, que valoró el erudito Antonio Ponz, y El agarrotado y El ciego de la guitarra, de invención propia. En enero de ese mismo año, según contaba a Zapater, había sido presentado al Rey y a los príncipes de Asturias, “... y les besé la mano que aun no abia tenido tanta dicha jamás”.
El 7 de julio de 1780, con el clasicista Cristo en la cruz (Madrid, Museo del Prado), ingresó como miembro de mérito, por unanimidad, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Nació su quinto hijo (22 de agosto de 1780), Francisco de Paula Hipólito Antonio Benito, y en el otoño Goya se trasladó con su familia a Zaragoza para pintar el fresco de la cúpula de Regina Martyrum en el Pilar. La obra fue rechazada en 1781 por la Junta de la basílica a causa de la incorrección de la figura de la Caridad y la oscuridad general del colorido, imponiéndosele la supervisión de Bayeu, a lo que se negó. Se produjo la ruptura entre los cuñados que duró varios años y afectó a la actividad de Goya, que perdió encargos proporcionados por su cuñado. Su honor de artista, que tan profundamente sintió toda su vida, quedó restaurado al encargársele por orden del ministro de Estado, el conde de Floridablanca, uno de los cuadros para la basílica de San Francisco el Grande, la Predicación de San Bernardino de Siena, concluido en enero de 1783. Había nacido una niña, Hermenegilda Francisca de Paula (13 de abril de 1782), admirándose su cuñado cartujo, fray Manuel Bayeu, en sus cartas a Zapater, de la fecundidad del artista, aunque todos sus hijos, salvo el último, Javier (2 de octubre de 1784), murieron en la infancia. En el decenio de 1780 comenzó de lleno la actividad de Goya como retratista, de la que no se conoce hasta entonces más que un Autorretrato, de hacia 1772-1775 (Zaragoza, Museo de Bellas Artes). Destaca el Retrato del conde de Floridablanca como protector del Canal de Aragón (1783, Madrid, Banco de España), y los que pintó para su nuevo mecenas, el infante don Luis de Borbón, en el exilio de su palacio de Arenas de San Pedro (Ávila). Para entonces Goya era ya reconocido por importantes figuras de la cultura de su tiempo, como el citado Antonio Ponz, Gaspar Melchor de Jovellanos, a quien retrató hacia 1783 (Oviedo, Museo de Bellas Artes), y el erudito y coleccionista Juan Agustín Ceán Bermúdez, aunque su amistad con otras figuras, como Leandro Fernández de Moratín y Juan Meléndez Valdés, debió de comenzar algo después, según las noticias de Ceán Bermúdez.
Goya fue nombrado teniente director de Pintura de la Academia de San Fernando (1 de mayo de 1785) con el sueldo de 25 doblones anuales (2.000 reales), y al año siguiente, en julio de 1786, limadas sus diferencias con Bayeu y a propuesta de Maella, se le nombró pintor del Rey con el sueldo de 15.000 reales.
Fray Manuel Bayeu le refería a Zapater el nombramiento de su cuñado: “Esta accion de Francho [Bayeu], como azía tiempo no se trataban, a sido para mí la de más satisfacción que he tenido. Dios quiera vivan en paz y como Dios manda”. Se reanudaron efectivamente sus trabajos para la Fábrica de Tapices tras seis años de inactividad, y en 1786-1787 realizó la serie de las Cuatro Estaciones para el comedor del príncipe en El Pardo, y en 1788 los bocetos para los cartones de tapices del dormitorio de las infantas, entre los que destacan La pradera de San Isidro y La gallina ciega, único del que ejecutó el cartón porque se suspendieron los trabajos por la muerte de Carlos III. En ese período había comenzado, además, su larga relación con la casa ducal de Osuna, mantenida hasta después de la guerra de la Independencia.
Goya había alcanzado una excelente situación en la Corte, que le halagaba profundamente, pintando ya entonces, como le contaba a Zapater, sólo para la más alta aristocracia, y desde luego para el Rey, de quien realizó el retrato como cazador hacia 1787 (Madrid, Museo del Prado). Concluyó ese decenio con su nombramiento como pintor de Cámara (30 de abril de 1789) y con los retratos de los nuevos reyes, Carlos IV y María Luisa de Parma (Madrid, Academia de la Historia). La correspondencia con Zapater, numerosa en la década de 1780, revela la amistad de Goya con ilustres zaragozanos, entre los que se hallaban Juan Martín de Goicoechea; Manuel Fumanal, director del seminario de San Carlos; Tomás Pallás, militar y de la Real Sociedad Económica Aragonesa; Alejandro Ortiz y Márquez, médico y catedrático de la universidad; José Yoldi, administrador general del Canal de Aragón, y Ramón Pignatelli, fundador de la Real Sociedad Económica Aragonesa, rector de la Universidad e impulsor del Canal de Aragón. Esas relaciones culminaron con la elección del artista como socio de mérito de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País (22 de octubre de 1790). En Valencia había pintado las obras para la capilla de la duquesa de Osuna en la catedral, y tenía relación con la Academia de Bellas Artes de san Carlos a través de su secretario, Mariano Ferrer y Aulet, fue nombrado académico de mérito de ésta (20 de octubre de 1790). Según le refería a Zapater en noviembre de 1787, estaba aprendiendo el francés, el italiano ya lo hablaba y se había vuelto “viejo con muchas arrugas que no me conocerías sino por lo romo y por los ojos undidos [...] lo que es cierto es que boy notando mucho los 41”. La correspondencia con su íntimo amigo revela las aficiones de Goya, además de demostrar lo buen hijo, hermano y padre que era y la cálida relación con sus amigos. Le gustaban las corridas de toros, incluso Moratín decía, ya en los años de Burdeos, que Goya se jactaba de haber toreado en su juventud, pero también asistía al teatro, a la ópera y a los conciertos de música en la Corte. Su carácter alegre se revela en su gusto por las “tiranas”, las fiestas con sus amigos y familiares, los viajes a Valencia, por ejemplo, para “tomar los aires marítimos”, o a Zaragoza para asistir a las fiestas del Pilar. Desde 1783 se firmaba como “Francisco de Goya”, señalando así orígenes hidalgos por su ascendencia vizcaína, pero todos los esfuerzos que hizo para obtener una infanzonía resultaron fallidos, ya que nada encontró en los archivos zaragozanos que probara su pretendida nobleza.
Hacia fines del año 1790 aparecieron los primeros síntomas de la grave enfermedad que le sobrevino a principios de 1793, temblores y mareos a los que se refiere en cartas de ese período a Zapater. En 1791 Goya puso dificultades para seguir pintando cartones de tapices a las órdenes de Maella y fue acusado de ello al Rey por Livinio Stuyck, director de la Real Fábrica, aunque la intervención de Bayeu y la amenaza de que se reduciría su salario le hicieron reconsiderar su postura; tras ello el artista comenzó la preparación de su última serie, trece cartones para el despacho del rey Carlos IV en El Escorial, con escenas “campestres y Jocosas”, de las que sólo pintó seis, como entre las que destacan La boda o El pelele. El 14 de octubre de 1792 Goya firmaba el informe solicitado por la Academia de San Fernando sobre las enseñanzas de las Bellas Artes, en el que expresaba la necesidad de libertad en el estudio de la pintura, que definió como “Sagrada ciencia”. Asistió a la Junta Extraordinaria del 28 de octubre, pero no a la del 18 de noviembre por unos cólicos que padeció, y recogió su nómina de académico a principios de enero de 1793. Viajó entonces a Sevilla, donde cayó enfermo a finales de ese mes según se deduce de la correspondencia entre sus amigos Zapater y el comerciante gaditano Sebastián Martínez, a cuya casa en Cádiz fue trasladado Goya, ya enfermo, por su amigo Ceán Bermúdez. Martínez aseguraba en enero que “la naturaleza del mal es de las más temibles” y a fines de marzo que “el ruido en la cabeza y la sordera nada han cedido, pero está mucho mejor de la vista y no tiene la turbación que tenía que le hacia perder el equilibrio”. Zapater decía que “a Goya, como te dije, le ha precipitado su poca reflexión”. Esa ambigua frase ha dado pie a numerosas interpretaciones sobre la naturaleza de la enfermedad, de la que Goya quedó definitivamente sordo: sífilis, saturnismo, “cólico de Madrid” —envenenamiento por metales en los utensilios de preparar la comida—, y “perlesía” —hemiplejia—.
Regresó a Madrid a principios de mayo de 1793 y en enero del año siguiente presentó a la Academia de san Fernando la decisiva serie de cuadros de gabinete sobre hojalata, con escenas de toros y otras “diversiones nacionales”, como Los cómicos ambulantes (Madrid, Museo del Prado), y temas de carácter dramático, El naufragio, Incendio de noche (colecciones privadas), Corral de locos (Dallas, Meadows Museum) y Prisioneros en una cueva (Bowes Museum), pintadas con independencia y sin estar sometido a las imposiciones de la clientela. Es posible que fuera en los meses que siguieron cuando Goya terminó los últimos cartones para los tapices del comedor del rey, comenzados antes de su enfermedad. Reanudó plenamente su actividad en 1795, con retratos y cuadros de encargo, como los de la Santa Cueva de Cádiz. Se fecha entonces su acercamiento a Godoy, así como el mecenazgo de los duques de Alba, que dio pie incluso a la moderna leyenda, basada en débiles indicios, de los amores del artista con la duquesa. A la muerte de Bayeu, en agosto de 1795, Goya fue nombrado director de Pintura de la Academia e inició en ese brillante período sus álbumes de dibujos, los llamados Álbum de Sanlúcar y Álbum de Madrid, fechados ahora hacia 1794-1795, sin que se advierta en su técnica segura y delicada rastro alguno de los temblores de su enfermedad. Planteó en ellos las primeras ideas para esas obras maestras de la sátira contra vicios y costumbres de la sociedad que fueron Los Caprichos, publicados en enero de 1799, y, según su primer biógrafo, L. Matheron, gestados en el entorno de las duquesas de Alba y de Osuna.
Parte del año 1796 lo pasó en Andalucía, en Cádiz, donde tuvo casa propia, según Moratín, y en Sevilla, de donde las noticias que llegaban sobre su salud no eran muy favorables. Visitó a la duquesa de Alba en Sanlúcar y pintó el célebre retrato de la dama vestida de negro (Nueva York, Hispanic Society, 1797). A principios de 1797 se encontraba de regreso en Madrid, para renunciar a su cargo de director de Pintura de la Academia porque “ve en el día que en vez de haber cedido sus males se han exacerbado más”. La liberación de las responsabilidades de la Academia determinó los años más prolíficos de la vida de Goya con retratos excepcionales entre los que destacan el de Jovellanos (1798) (Madrid, Museo del Prado) y La Tirana (1799) (Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando), y obras como la Maja desnuda, documentada en el palacio de Godoy en 1800, y la Maja vestida, más tardía, documentada en enero de 1808. Se fechan a fines de ese decenio también los cuadros con Asuntos de brujas para los duques de Osuna, los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida y en diciembre de 1798 el Prendimiento para la catedral de Toledo, así como los nuevos retratos reales, María Luisa con mantilla, Carlos IV cazador y el Retrato ecuestre de María Luisa en el otoño de 1799.
Culminó la década de 1790 con el nombramiento de Goya como primer pintor de Cámara, escalón supremo de su carrera cortesana, firmado el 31 de octubre de 1799 por el Primer Ministro, Mariano de Urquijo, y con el sueldo de 50.000 reales de vellón. Goya escribía ese día su última carta a Zapater (fallecido en 1803): “Los Reyes estan locos con tu amigo”. Ese patrocinio real, y de Godoy, siguió durante los primeros años del siglo XIX, iniciado iniciándose en junio de 1800 con la espectacular Familia de Carlos IV. En ese mismo mes Goya se había trasladado a su nueva casa de la calle de Valverde n.º 35 y había vendido su anterior vivienda a Godoy, cuyo servicio se hace patente en el Retrato de la condesa de Chinchón (abril de 1800) (Madrid, Museo del Prado), en el del ministro con motivo de la Guerra de las Naranjas (1801) (Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) y en los grandes lienzos alegóricos para la decoración de su palacio (c. 1802-1804), como la Alegoría del Tiempo y la Historia (Estocolmo, Nationalgalleriet). La faceta de los retratos privados es excepcionalmente rica en estos años; en ellos Goya define el retrato aristocrático, de inusitada variedad, como los del Conde y la condesa de Fernán Núñez (1803) (Madrid, colección Fernán Núñez), de la Marquesa de Villafranca pintando a su marido (1804) (Madrid, Museo del Prado), de la Marquesa de Santa Cruz (1804) (Madrid, Museo del Prado) y del Marqués de San Adrián (1804) (Pamplona, Museo de Bellas Artes). Al mismo tiempo, el auge de la sociedad burguesa propició el retrato de esa nueva clase social que Goya pintó desde sus inicios en obras más íntimas, sobrias y realistas, de aguda psicología, como el del pintor Bartolomé Sureda y su mujer Teresa Sureda, 1804-1805 (Washington, National Gallery), de Antonio Porcel (1806) (Buenos Aires, Jockey Club, destruido), de los actores Isidoro Máiquez (Chicago, Art Institute) o de la actriz retirada Antonia Zárate (c. 1808) (Dublín, National Gallery).
En junio de 1803 Goya compró una nueva casa en el nº 7 de la calle de los Reyes, que no llegó a habitar, y el 7 de julio, en carta a Miguel Cayetano Soler, regaló al Rey las planchas de cobre de los Caprichos y doscientos ejemplares a cambio de una pensión de 12.000 reales para su hijo Javier, que deseaba estudiar Pintura. Goya preparaba el futuro de su hijo, de quien no hay noticias fidedignas de sobre su actividad como pintor, y que casó el 8 de julio de 1805 con Gumersinda Goicoechea, hija del comerciante madrileño, Martín Miguel de Goicoechea, a los que también retrató el artista en dos espléndidos y novedosos retratos de cuerpo entero (colección Noailles). En 1806 nació el único nieto del artista, Mariano, retratado por su abuelo en 1810 vestido con elegancia y tirando de un carretón de juguete (Madrid, col. Larios). En los inicios del siglo XIX comienzan los elogios al artista por la altura de su arte, entre los que destaca el poema de Manuel José Quintana, de 1805, valorando su figura por encima de la de Rafael de Urbino y augurándole la fama universal en siglos venideros. Debió de continuar con sus cuadernos de dibujos, de difícil y amplia datación, pues las composiciones se relacionan con temas que van desde principios del siglo XIX hasta 1820, como los de los Álbumes C, D, E y F.
Goya permaneció en Madrid durante la Guerra contra Napoleón (1808-1814) y juró fidelidad a José Bonaparte como oficial de palacio, recibió también la orden de España, que no recogió, y retrató a alguno de los ministros y autoridades del nuevo gobierno francés. Por otra parte, como pintor de cámara del nuevo rey proporcionó listas de cuadros de la colección real con destino al museo creado por Napoleón en París, aunque se tienen escasas noticias documentales de su actividad en esas fechas, con largos períodos de silencio. El inventario de sus bienes y de Josefa Bayeu, fallecida al final de la guerra (12 de julio de 1808), registra numerosas obras que revelan su actividad incesante. Trabajó también en los aguafuertes de los Desastres de la guerra, denuncia de la violencia sobre el pueblo indefenso, y en la Tauromaquia, publicada en 1815. En febrero y marzo de 1814 se gestó, por la Regencia, el encargo de los dos grandes lienzos del Dos y Tres de mayo en Madrid (Madrid, Museo del Prado), con el brutal ataque de los patriotas víctimas de la invasión y de la despiadada respuesta de los franceses.
En mayo Goya pasó favorablemente la depuración de los funcionarios de palacio al servicio del gobierno francés, recuperó su salario y sus derechos y pintó de nuevo para la Corona y sus altos dignatarios (Retrato de Fernando VII con manto real, Madrid Museo del Prado, y Retrato del duque de San Carlos, Zaragoza, Museo de Bellas Artes). A partir de 1815 el artista se fue alejando de la Corte, sustituido en el gusto del monarca por Vicente López, y se centró entonces en su actividad privada: retratos (Retrato del X duque de Osuna, Bayonne, Musée Bonnat), cuadros para la Iglesia, que había sido fiel mecenas desde su juventud (Santas Justa y Rufina, Sevilla, Sacristía de los cálices de la Catedral, y La última comunión de san José de Calasanz, Madrid, Padres Escolapios), en los dibujos de los álbumes de ese período, C, D y E, en las últimas láminas de los Desastres, los llamados Caprichos enfáticos, y en la serie de los Disparates.
Vivía Goya aún en la calle de Valverde cuando en 1818 adquirió una casa de campo a las afueras de Madrid, conocida como la “Quinta del Sordo”, que guardaría sus “Pinturas negras”. Desde 1815 vivían en su casa Leocadia Zorrilla y sus dos hijos; la joven, que hacía las veces de gobernanta, era prima de la mujer de su hijo y ha sido considerada por indicios y por algunas referencias de Moratín, ya en Burdeos, como la compañera de sus últimos años, aunque no existen noticias fidedignas al respecto.
El 2 de mayo de 1824 Goya solicitó del Rey permiso para marchar a Francia a tomar las aguas minerales de Plombières (Vosgos). Desde la llegada a España en septiembre de 1823, de los Cien Mil Hijos de San Luis, para restituir el poder absoluto del Rey, Goya pudo decidir su exilio, al que se habían visto obligados muchos de sus amigos y familiares. No hay, sin embargo, noticias fiables de su marcha pues los viajes que hizo entre 1824 y 1828 a Madrid desde Burdeos, así como sus cartas al Rey para solicitar su licencia y jubilación, no indican que estuviera perseguido. En febrero de 1824 Goya otorgó un poder general a Gabriel Ramiro para administrar su sueldo como funcionario de palacio, en mayo de ese año hizo donación de la Quinta del Sordo a su nieto Mariano, y en junio, tras obtener la licencia del rey, marchó a Burdeos. Moratín narraba al abate Melón (27 de julio de 1824), amigo común, la llegada del artista, “sordo, viejo, torpe y débil, y sin saber una palabra de francés [...] y tan contento y deseoso de ver mundo”. De inmediato siguió viaje a París, donde los documentos de la policía, que espiaba a los exiliados políticos españoles, revelan que vivía solo, paseaba por los lugares públicos y visitaba los monumentos. Es posible que la intención del artista fuera visitar el Salon, que ese año se había retrasado hasta el mes de agosto.
Goya pintó en París dos sobrios retratos de sorprendente modernidad, los del político exiliado Joaquín María Ferrer y su mujer, y regresó a Burdeos en septiembre, donde se reunió con Leocadia Zorrilla y sus hijos. Tuvo algunos achaques y enfermedades en esos años que, sin embargo, no le impidieron hacer cuatro viajes a Madrid para solucionar sus asuntos y, seguramente, visitar a su hijo y a su nieto. Moratín dio cuenta regularmente a sus conocidos madrileños de la vida y la salud de Goya: “Goya, con sus setenta y nueve pascuas floridas y sus alifafes ni sabe lo que espera ni lo que quiere [...] le gusta la ciudad, el campo, el clima, los comestibles, la independencia y la tranquilidad que disfruta”. Pintó sólo retratos de algunos de sus amigos, como el del propio Moratín (Bilbao, Museo de Bellas Artes), el de Jacques Galos (Filadelfia, Barnes Foundation) y los últimos, pocos meses antes de morir, de su nieto Mariano (Dallas, Texas Meadows Museum) y del comerciante Juan Bautista de Muguiro (Madrid, Museo del Prado). Su actividad se centró en obras íntimas, de pequeño formato, como una serie de miniaturas sobre marfil, de las que se conocen algunos ejemplos, con figuras singulares, expresivas y mordaces, que Goya describió como más cercanas a “los pinceles de Velázquez que a los de Mengs” por la libertad y expresiva fuerza de las pinceladas. El período de Burdeos se define, sin duda, por las obras sobre papel, como los dibujos a lápiz negro de los Álbumes G y H, con escenas inspiradas en la realidad y otras en las que recurrió a recuerdos y temas que le habían interesado siempre, como las sátiras contra el clero o sobre el engaño y la locura, y figuras distorsionadas con una estética que precede al expresionismo del siglo XX. Se apasionó entonces por una técnica nueva, la litografía, y se sirvió del establecimiento de Cyprien Gaulon para imprimir la serie de los Toros de Burdeos, impresionantes visiones de la “fiesta nacional” que sobrecogen por su gran tamaño y su brutal denuncia de la violencia del ser humano idea que le había preocupado toda su vida. Cuando murió, era apreciado solamente por el pequeño grupo de amigos y familiares que le acompañaron fielmente hasta el final, pues su arte, profundamente individual, estaba lejos de las modas del momento. Murió en la noche del 15 al 16 de marzo de 1824, descrita con realismo estremecedor por Leocadia Zorrilla, y fue enterrado en el cementerio de la Chartreuse en la misma tumba que su consuegro, Martín Miguel de Goicoechea. Años después, los que se creyeron sus restos mortales se trasladaron a Madrid, donde reposan en la ermita de San Antonio de la Florida, bajos los frescos que había pintado en 1798 (Manuela B. Mena Marqués, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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