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lunes, 13 de marzo de 2023

La pintura "San Leandro enseñando a Santa Florentina", de Francisco Miguel Ximénez, en la Iglesia del Convento de San Clemente

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Leandro enseñando a Santa Florentina", de Francisco Miguel Ximénez, en la Iglesia del Convento de San Clemente, de Sevilla.   
   Hoy, 13 de marzo, en Sevilla, en Hispania, San Leandro, obispo, que en España se celebra el día trece de noviembre (c. 600) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
       Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "San Leandro enseñando a Santa Florentina", de Francisco Miguel Ximénez, en la Iglesia del Convento de San Clemente, de Sevilla.
   El Convento de San Clemente [nº 55 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 66 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Reposo, 9; en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo.
     Esta pintura mural al seco que encontramos en la Iglesia del Convento de San Clemente fue realizada en estilo rococó en 1770 por Francisco Miguel Ximénez. La composición se desarrolla inserta en una cartela de perfiles sinuosos, ornamentada al exterior con rocallas. Se remata en la parte superior con una guirnalda de flores. San Leandro, Arzobispo de Sevilla, aparece aquí en el interior de una estancia, que se abre a la derecha de la composición para que veamos otra construcción. El santo aparece sentado a la izquierda de la composición, enseñando a su hermana Santa Florentina, a la que acompañan otras monjas, todas ellas arrodilladas delante del arzobispo, que lleva la mitra y el palio sobre el pecho. A la izquierda, se dispone una mesa con tapete de color verde (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     De este monasterio cisterciense fundado por Alfonso X El Sabio se sabe que estaba construyéndose en 1255 y que se había concluido en 1260. En él se instaló una comunidad de monjas que procedían de la casa madre de las Huelgas Reales de Burgos. En el proceso de su fundación participó intensamente el obispo de Sevilla, don Remondo de Lozana, quien probablemente fue la persona que señaló que el convento estuviese bajo la advocación de San Clemente, pues fue en el día de su festividad cuando se conquistó la ciudad.  Posteriormente, en 1284, el Rey Alfonso X El Sabio, a instancias del Obispo Don Remondo, otorgó grandes privilegios al convento, puesto que en él profesaba una de sus hijas, doña Berenguela. Estos privilegios fueron confirmados posteriormente por Sancho IV, Fernando IV y Alfonso XI. En el siglo XV los Reyes Católicos renovaron, de nuevo, los privilegios de la comunidad, los cuales siguieron vigentes hasta el reinado de Carlos III en el siglo XVIII, ya que en 1770 patrocinó amplias reformas en el convento, sufragando, entre otros, el programa pictórico que cubre los muros del templo.
   La nave de la iglesia presenta un excepcional repertorio de elementos constructivos, puesto que está cubierta con un espléndido artesonado mudéjar de mediados del siglo XVII, cuyos zócalos llevan recubrimientos de magníficos azulejos que se han puesto en relación con el ceramista Roque Hernández.
   Hacia 1770, con recursos aportados por Carlos III, la comunidad de monjas cistercienses debió de contactar con el pintor sevillano Francisco Miguel Ximénez para que decorase los muros laterales de la nave. Esta realización artística había sido atribuida con anterioridad a Lucas Valdés, aunque puede comprobarse, tanto en el dibujo de las figuras, como en las orlas y molduras que las envuelven, que aparece claramente la impronta del estilo rococó.
   El actual conocimiento de la obra de Ximénez nos permite atribuirle esta decoración mural de la nave, en la cual se formula un homenaje de triunfo y gloria a la historia de las órdenes benedictina y cisterciense, representando allí a todos sus santos, a los que se añade la presencia de las principales figuras del santoral sevillano.
   En el muro izquierdo, y comenzando su recorrido siguiendo la disposición tradicional de izquierda a derecha, encontramos, en primer lugar, un grupo de tres santas formado por Santa Umbelina, Santa Columba y Santa Franca. En un medallón irregular de perfil rococó figura San Isidoro en la escena en la que se le aparece a San Fernando, durante el proceso de reconquista de la ciudad de Sevilla. Encima, aparece otro medallón con la imagen de San Alberico en el momento de recibir un hábito blanco de manos de la Virgen. Después, encontramos a Santa Cunegunda y Santa Matilde seguidas de otro medallón donde vemos a San Ildefonso, arzobispo de Toledo, en el acto de recibir la casulla que le entregó la Virgen; la presencia de este santo dentro de la iconografía de la orden se debe a que en su juventud, en Toledo, patrocinó la construcción de un templo de monjas benedictinas. En lo alto, observamos otro medallón oval donde se representa a San Esteban Harding, tercer abad del Císter en el episodio milagroso en que la Virgen le entrega un cíngulo como emblema de castidad. El recorrido pictórico mural de esta nave izquierda culmina con las figuras de Santa Gertrudis La Menor, flanqueada por Santa Juliana y Santa Aleyda.
   En el muro derecho  la decoración  pictórica prosigue con la descripción de las principales devociones benedictinas y cistercienses y, por ello, en primer lugar se representa a Santa Edeltrudis y a Santa Edita, a los lados de Santa Lutgarda. En un medallón de la parte inferior aparece San Anselmo, obispo de Canterbury y, en otro que figura en la parte superior vemos a San Plácido en la escena de su martirio. En el centro de este muro derecho se representa a Santa Isabel de Esconauguía y a Santa Hildegarda; ambas flanquean a una Santa cuyo título está barrido y no se puede identificar. En otro medallón aparece, seguidamente, San Leandro, sobre el cual figura otro con la representación de San Mauro en el momento de salvar a su compañero, San Plácido, de perecer ahogado en el lago Subiaco. En el último tramo pictórico de este muro derecho está Santa Florentina, hermana de San Isidoro y San Leandro, y Santa Escolástica, figurando en el centro Santa Eduvigis (Enrique Valdivieso González, en Pintura Mural del Siglo XVIII en Sevilla. Fundación Sevillana Endesa. Sevilla, 2016).
Conozcamos mejor la Historia, Culto e Iconografía de San Leandro, obispo
     Nació en Cartagena. Fue arzobispo de Sevilla y apóstol de los visigodos en el siglo VI.
     Se abocó a la conversión de los arrianos. Hacia el final de su vida, se hizo secundar por su hermano Isidoro, quien lo sucedió hacia 598.
     Es patrón de Sevilla. Se lo invocaba contra el reumatismo.
     Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, y un corazón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Leandro en la Historia de la Iglesia de Sevilla
     San Leandro, Arzobispo de Sevilla. Nacido en Cartagena el primer tercio del siglo VI intervino decisivamente en la conversión del pueblo visigodo y de su rey Recaredo, quien abjuró del arrianismo en el Concilio III de Toledo (589). Murió hacia el año 600. 
   Nació en Cartagena hacia el año 540, el mayor de cuatro hermanos, hijos de Severia­no, alto funcionario del reino visigodo, y de madre de nombre desconocido, convertida más tarde al catolicismo. Sus otros hermanos fueron: Florentina, monja; Fulgencio, obispo de Écija; e Isidoro, sucesor de Leandro en la sede hispalense, todos ellos santos y cumbre jamás alcanzada de la Iglesia de Sevilla.
       La primera semblanza de san Leandro nos viene de su hermano san Isidoro, en su libro De viris illustribus. Merece la pena que consignemos traducido el perfil biográfico que nos ofrece de su hermano mayor:
      «Leandro, cuyo padre se llamaba Severiano, oriundo de la provincia Hispana Cartaginense, fue monje de profesión y desde el monacato designado obispo de la Iglesia de Sevilla en la provincia Bética. Hombre de una dulce elocuencia, de aventajadísimo ingenio y distinguido tanto por su vida como por su doctrina, a su fe y a su habilidad se le debe la vuelta de los godos desde la insensatez arriana a la fe católica. En la peregrinación de su destierro compuso dos libros contra los dogmas de los herejes, riquísimos en erudición bíblica; en ellos no sólo descubre la maldad de la impiedad arriana sino que además la refuta con estilo vehemente, es decir, demostrando lo que tiene la Iglesia católica contra los mismos y cuán distante está de ellos tanto por las creencias religiosas como por los sacramentos de la fe. 
       Existe también un laudable opúsculo de Leandro contra las enseñanzas de los arrianos, en el cual, después de proponer su doctrina, le opone la correspondiente respuesta. Publicó asimismo un tratado sobre la instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo dirigido a su hermana Florentina y dividido en capí­tulos. Trabajó mucho para mejorar los oficios eclesiásticos escribiendo para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa.
       Escribió muchas cartas: una al papa Gregorio sobre el bautismo, otra al hermano, en la que le advierte que no debe temer la muerte. Escribió asimismo muchísimas cartas familiares a otros obispos, que aunque no eran abundantes en palabras, eran ciertamente muy penetrantes por su doctrina. Floreció bajo Recaredo, hombre religioso, en cuyo tiempo terminó sus días con muerte admirable.»
       Esta reseña, desesperadamente breve, no resuelve las dudas y oscuridades suscitadas en una vida tan compleja y rica.
       Perteneciente a una familia distinguida (se duda si su padre, hispano-romano, fue gobernador de Cartago Nova; su madre, de origen godo y de religión arriana, se convirtió tras el destierro), ésta hubo de huir de Cartagena posiblemente cuando los bizantinos ocuparon la ciudad y se refugiaron en Sevilla. Aquí mueren sus padres y Leandro se hace cargo de la familia y especialmente de la educación de Isidoro, el hermano menor. Libre de estos cuidados, abrazó la vida monástica.
       Su elevación a la sede hispalense hay que situarla con toda probabilidad poco antes de la llegada de Hermenegildo a la Bética. Por lo tanto, hacia los años 577-578. A él se debe en gran medida la conversión de Hermenegildo, según cuenta san Gregorio Magno en sus Diálogos: «Hermenegildo, hijo de Leovigildo, pasó de la herejía arriana al catolicismo por la predicación de Leandro, amigo mío desde no hace mucho tiempo». Aunque Gregorio de Tours, en su Historia Francorum, lo atribuye a su esposa Ingunda: «Ingunda predicó a su esposo que abandonase la falacia de la herejía y reconociese la verdad de la ley católica. El se opuso durante un tiempo, pero al fin, conmovido por sus ruegos, se convirtió al catolicismo».
       Salpicado por la contienda suscitada entre Hermenegildo y su padre Leovigildo, san Leandro marchó al destierro en el año 580 y partió en misión diplomática de la Iglesia visigoda a Constantinopla. Allí conoció a Gregorio Magno, apocrisario o nuncio apostóli­co por aquel entonces en la ciudad imperial. El propio Gregorio Magno, en sus Moralia in Job, refiere de este encuentro: «Hace bastante tiempo que te conocí en Constantinopla, cuando yo también estaba allí por intereses de la sede apostólica y tú habías ido a esta ciudad como legado por motivos de fe de los visigodos». Aunque san Leandro no obtuvo resultados políticos de su viaje, al menos le vino de aquella estancia una amistad de por vida con el futuro papa Gregorio Magno. Años después, uno en Roma y otro en Sevilla, intercambiarían abundante correspondencia, conservándose únicamente cuatro cartas de Gregorio a Leandro, pero en donde se puede palpar la talla humana y moral del arzobispo de Sevilla. 
       Un dato curioso aparece en una de estas cartas: ambos padecían de gota, enfermedad frecuente en posteriores arzobispos de Sevilla. «Sobre la enfermedad de la podagra o mal de gota que aqueja a vuestra santidad -le escribe Gregorio Magno- debo deciros que yo también me encuentro enormemente oprimido por un constante dolor producido por esa enfermedad. Pero nuestro consuelo será fácil, si en medio de los castigos que padecemos, traemos a nuestra memoria los pecados que hemos cometido». También le envió el palio, símbolo de su dignidad arzobispal: «Como una bendición del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, os enviamos el palio que habéis de usar tan sólo en la misa. Al enviároslo, debí advertiros cómo debíais vivir, pero suprimo esta exhortación porque vuestras costumbres van delante de las palabras».
       La vuelta del destierro hay que fecharla en el 586, año de la muerte de Leovigildo. La subida al trono de Recaredo y su conversión supondrá un cambio radical en el panorama de la Península. En febrero de 587 -aún no había cumplido el año de reinado- ya era católico. La conversión del pueblo godo del arrianismo al catolicismo, siguiendo el exem­plum regis, se hizo casi sin resistencia salvo algún que otro obispo arriano y se proclamó oficial en el concilio III de Toledo, celebrado en 589. Presidido por san Leandro, en esta reunión nacional brilló el arzobispo hispalense con su dulce elocuencia y aventajadísimo ingenio, en expresión de su hermano Isidoro. San Leandro glosó la homilía de aquel día memorable con estas palabras que resonaron en la basílica de Toledo: «Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia; los que antes nos atribulaban con su dureza, ahora nos consuelan con su fe».
       No escribió mucho san Leandro. Su herencia literaria es corta, pero a él se debe el impulso intelectual que, irradiando de Sevilla, puso en movimiento la labor científica de la España visigoda. En el destierro, escribió dos obras teológicas contra los arrianos que se conservan: Duos adversus haereticorum dogmata libros y Opusculum adversus instituta arianorum. En el concilio III de Toledo pronunció su Homilia in laudem Eclesiae, canto a la paz y a la unión en un estilo hermoso. Escribió también, según su hermano Isidoro, "para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa». Y por último, aparte sus cartas que se han perdido, ese maravilloso texto obre la vida religiosa y dedicado a su hermana Florentina: De institutione virginum, con avisos preciosos para toda vida religiosa que quiera caminar por la vida del Espíritu.
     Murió, no se sabe bien la fecha, hacia el 599 ó 600. San Isidoro, tan parco al referirse a su hermano, dice que «terminó sus días con muerte admirable». La Iglesia de Sevilla celebra su fiesta el 13 de noviembre (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Leandro de Sevilla, obispo
       San Leandro de Sevilla (Cartagena, Murcia, c. 535 – Sevilla, c. 600). Obispo y escritor, santo.
       La mayor parte de los datos biográficos conocidos sobre Leandro de Sevilla se conservan en las obras de Gregorio Magno (Epistolae, Dialogi y Moralia in Iob), Juan de Biclaro (Chronicon), Isidoro de Sevilla (el capítulo 28 de su De uiris illustribus) y Gregorio de Tours (Historia Francorum). Gracias a Isidoro, su hermano menor y sucesor en la sede metropolitana de Sevilla, se sabe que ambos tuvieron otros dos hermanos: Florentina (que estuvo al frente de una comunidad religiosa femenina) y Fulgencio (obispo de Écija).
       Su padre se llamaba Severiano. Siendo aún bastante joven (c. 554), abandonó Cartagena junto con su familia, posiblemente a causa de las luchas políticas del momento entre hispano-romanos, godos y bizantinos. Se sabe también que fue monje —no se conoce dónde ni por cuánto tiempo— y que probablemente ya era obispo de Sevilla (c. 578), cuando Hermenegildo se sublevó contra su padre Leovigildo. Por esta misma época Leandro realizó un viaje a Constantinopla. A su vuelta fue a Cartagena y no volvió a Sevilla hasta alrededor del año 585. Sobre la razón que lo mantuvo varios años fuera de su sede episcopal no existen datos precisos, pero el parecer más extendido relaciona su ausencia primero con una embajada a las órdenes de Hermenegildo, tras su sublevación contra Leovigildo; y luego con las represalias tomadas por este Monarca contra los obispos no arrianos que apoyaron a su hijo. Como Isidoro habla de su destierro, se supone que lo pasó en Constantinopla, en Cartagena o en ambas ciudades.
       En la primera trabó amistad con Gregorio —luego Gregorio Magno—, que vivió allí como apocrisiario de Pelagio II entre 579 y 585; en la segunda, con el obispo Liciniano. La tradición cuenta que, en su lecho de muerte, Leovigildo encomendó a Leandro el cuidado pastoral de su hijo Recaredo. Éste, ya como Rey, convocó en 589 el III Concilio de Toledo, en el que renegó públicamente del arrianismo y decretó la conversión de su reino. Leandro de Sevilla y Eutropio de Valencia fueron las personalidades más destacadas del Concilio.
       Conservamos dos obras transmitidas bajo el nombre de Leandro: el De institutione uirginum et de contemptu mundi libellus y el De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum. De ellas, la primera es la única que se le puede atribuir con total seguridad. Es un tratado dividido en dos partes: una larga introducción sobre la virginidad seguida de normas y consejos de aplicación práctica sobre las virtudes y la vida monástica.
       En él hace gala de una enorme erudición patrística: sus fuentes conocidas son Tertuliano, Cipriano de Cartago, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Casiano e incluso Benito de Nursia (es poco probable que haya utilizado el De laude uirginitatis de Osio de Córdoba, o el Annulus de Severo de Málaga). Este texto ha llegado hasta hoy en dos versiones de distinta extensión. La más breve —con diez capítulos y medio menos— es la más conocida.
       Leandro es también autor del discurso De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum, también conocido como Homelia in laudem Ecclesiae. Se ha conservado junto a los cánones del III Concilio de Toledo, contexto en el que debió de pronunciarse. Ahora bien, como Isidoro no lo cita entre las obras de Leandro, hubo en el pasado quien dudó de su autoría. Se trata de un texto sólidamente estructurado desde el punto de vista retórico y también de enorme erudición: en él se adivina el conocimiento de Ambrosio (Explanatio Psalmorum), Gregorio Magno (Moralia in Iob), Casiodoro (Expositio Psalmorum) y, sobre todo, Agustín de Hipona (Epistulae, Enarrationes in Psalmos, Enchiridion, De sancta uirginitate, Sermones...). Algunos de estos autores habrían podido ser citados a través de fuentes intermedias.
       Se sabe que Leandro escribió otras obras, hoy perdidas.
       Isidoro habla de “dos libros contra los dogmas de los herejes”, de un “pequeño tratado sobre las creencias de los arrianos” y de innumerables cartas que tampoco se han conservado. Se conoce el tema y destinatario de dos de ellas: el bautismo, dirigida a Gregorio; y el temor a la muerte, enviada “a su hermano” (no se sabe a cuál de los dos). Por último, la atribución a Leandro de todas o muchas de las composiciones del conocido como Liber psalmographus y de la misa y oficio de san Vicente sólo es, por el momento, hipotética.
       En fin, la importancia en su tiempo de Leandro como político, teólogo y hombre de letras se ve atestiguada, además de por sus obras y por su trato con monarcas y personalidades del entorno visigodo, por algunos aspectos de su relación con Gregorio Magno.
     Por una parte, el sevillano fue quien alentó a Gregorio a escribir sus Moralia in Iob, razón por la cual fue su dedicatorio. Por otra, al final de su vida, Gregorio le otorgó licencia para el uso del palio en las celebraciones solemnes. Esto podría indicar que Leandro fue incluso vicario apostólico en la zona, pero no hay pruebas que lo corroboren (María Adelaida Andrés Sanz, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Francisco Miguel Ximénez, autor de la obra reseñada;
     Francisco Miguel Ximénez de Alanís, (Sevilla, 1717 – 1793). Pintor.
     Nació en Sevilla en 1717. De formación tradicional, obtenida en el taller de Domingo Martínez de acuerdo con el espíritu barroco tardío, evoluciona hacia un rococó cargado de estereotipos. Su producción es amplia y abarca los campos de la pintura de caballete y el dorado de retablos. En esta última faceta se han podido documentar varias obras, asociadas con algunos de los escultores y retablistas más relevantes del período, en especial Benito de Hita y Castillo y Julián Jiménez, como el retablo del Cristo atado a la columna de iglesia utrerana de Santa María de la Mesa. En 1727 aparece citado como oficial de pintor y avecindado en la collación de San Juan de la Palma, donde se inicia en el conocimiento de la pintura de feria.
     En 1761 pinta por encargo de la hermandad de la Carretería un cuadro con el que se celebraba el decreto de la Concepción, mostrando a La Inmaculada con Clemente XIII y Carlos III. Para esta misma congregación, hizo en 1788 las pinturas del arco triunfal que se levantó con motivo de la proclamación de Carlos IV. Al año siguiente hizo los retratos de Carlos IV y de María Luisa de Parma para la Academia de Medicina. Y en 1790 firma el cuadro que muestra a Paulo III concediendo la Bula de fundación a las religiosas del Espíritu Santo (convento del Espíritu Santo), en el que Ximénez más parece haberse interesado en el marco arquitectónico que en la representación de los personajes, por lo que trastoca el equilibrio compositivo y hace de lo accesorio un elemento principal. Ello responde, sin duda, a la creciente importancia que había adquirido entre los integrantes de la escuela el conocimiento de la arquitectura, haciendo gala en muchos de gran destreza en la interpretación del proyecto. Posiblemente este espíritu creativo tiene que ver con el maestro Domingo Martínez, que llegó a ser pintor y arquitecto de la Catedral. Prueba de ese interés es la pintura firmada con Perspectivas de edificios con varias figuras, que se encuentra en la Capitanía General de Sevilla. Pero el testimonio más claro de esta perfección formativa son las obras de la iglesia parroquial de Algodonales, donde intervino en 1786. El pintor se hizo cargo de diseñar el retablo donde iba a colocarse la imagen del Rosario “para cuyo efecto está hecho un plano por el insigne maestro de dibujo y primer director de la Real Academia de las Tres Vellas Artes de la dicha ciudad”. También la hermandad de las Ánimas quiso tener su propio aditamento, una estructura de madera realizada por Diego Meléndez, de acuerdo con el diseño de Ximénez “con arreglo a un plan delineado por el dicho Don Francisco Ximenez”. Ambos artífices se ocuparon de atender las mismas necesidades de la congregación de la Vera Cruz. Por último, tuvo parecida participación en el altar mayor, que se construiría “con arreglo a un excelente plano que por orden del mencionado Sr. vicario hizo”. Pocas veces se había visto con tanta claridad a un pintor implicado en la concepción de una estructura arquitectónica, en una circunstancia que había sido criticada cuando se había producido por intromisión profesional. 
   En línea con esta producción arquitectónica y asociada a la policromía de retablos, se encuentra la pintura mural, de la que se ha identificado un conjunto de Ximénez, la que decora los paramentos del cuerpo de iglesia del convento de San Clemente, ejecutada hacia 1770. Conjuga en esta obra una densa decoración en la que predominan las rocallas, con efigies de santos de la orden cisterciense y otras figuras de devoción, como San Ildefonso o San Esteban. La soltura con que Ximénez trabaja el temple induce a pensar en una producción mayor, que de momento no es conocida. A este respecto, recuerda Ceán Bermúdez que fue responsable de la decoración de la desaparecida iglesia de San Felipe Neri, de la que restan algunos lienzos, que han sido atribuidos en consecuencia al propio pintor y hoy se encuentran en San Alberto Magno, de los que se ha destacado el que representa a San Felipe Neri iniciando la construcción del Oratorio de Roma, donde se ha querido identificar un posible retrato del artista (Fernando Quiles García, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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Más sobre el Convento de San Clemente, en ExplicArte Sevilla.

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