Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de San Clemente, de Sevilla.
Hoy, 23 de noviembre, Memoria de San Clemente I, papa y mártir, tercer sucesor del apóstol San Pedro, que rigió la Iglesia Romana y escribió una espléndida carta a los corintios, para fortalecer entre ellos los vínculos de la paz y la concordia. Hoy se celebra el sepelio de su cuerpo en Roma (s. I) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Convento de San Clemente, de Sevilla.
El Convento de San Clemente [nº 55 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 66 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Reposo, 9; en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo.
Pocas calles tienen un nombre tan apropiado para acoger un monasterio como la antigua calle del reposo de las monjas, acceso a un recinto que fue históricamente superior al tamaño actual, como así demuestran los restos de una antigua casa de acceso que se conservan en la calle Santa Clara. Un convento medieval en un extremo de la antigua ciudad almohade que llegó a funcionar como una pequeña ciudad dentro de la ciudad. San Clemente resume la historia de la ciudad: un antiguo palacio musulmán, la antigua puerta musulmana de Vib-Rangel, la Orden del Císter que reformó a la Iglesia medieval, una fundación repobladora de la Reconquista, la tumba de reinas, madres de reyes y de infantas; el refugio de un don Juan Tenorio, el patrocinio de Felipe II, un rey en cuyos dominios no se ponía el sol; la ciudad donde gobernaba una abadesa con báculo, mitra y anillo; los otros del Barroco repartidos por retablos y cálices, los cuadros y las rejas expoliados por las tropas del mariscal Soult, las dificultades de la desamortización, la acogida a otras monjas que en el siglo XIX sufrieron peor suerte, el refugio de escritores, el lugar de ensayo de toreros, una de las sedes sevillanas de la exposición universal de 1992, la llegada de nuevas vocaciones procedentes de Hispanoamérica, el nuevo esplendor, la sala de exposiciones… Custodiado por los azulejos de San Clemente con su ancla y San Fernando con su espada, un monasterio que compendia la historia y el arte de la ciudad.
La historiografía tradicional adjudicaba su fundación al mismo San Fernando tras la reconquista de la ciudad en 1248. Precisamente su nombre se debería a la fecha de rendición de la ciudad, el 23 de noviembre de 1248, día de San Clemente, uno de los primeros papas de la historia de la iglesia que fue martirizado y arrojado con un ancla al mar por negarse a adorar a Júpiter. Llegaba así a Sevilla la austera rama femenina del Císter, la orden fundada por San Roberto, San Esteban y San Alberico en el año 1098. Su origen se sitúa en tierras francesas, en torno a la gran abadía de Citeaux, cerca de Dijon, en 1098. El impulsor del nuevo movimiento, Roberto de Molesmes, buscó una vuelta a la absoluta pobreza, el rechazo de los bienes temporales y la valoración del trabajo manual como medio de vida. Para conseguir la conciliación entre oración y trabajo la opción ideal sería la vuelta al monacato primitivo, instalándose en lugares aislados y solitarios. Fue el papa Calixto II en 1120 el que confirmó definitivamente la orden con la aprobación de la Charta Charitatis, iniciándose una espectacular expansión por Europa, que aportaría a la Iglesia personalidades de la talla intelectual de Esteban Harding o Bernardo de Claraval. A la península llegó pronto la nueva orden con fundaciones como Poblet, Huerta o Cardeña, creándose paulatinamente monasterios que irían adquiriendo gran vinculación con la monarquía, siendo especialmente significativo el real monasterio de las Huelgas de Burgos.
Aunque la documentación conservada nos remite a una posible fundación posterior a la tradicional fecha de 1248, la arqueología sí ha demostrado la existencia de un recinto anterior, el legendario palacio musulmán que estaría ubicado cercano a la puerta de la muralla conocida como Vib-Ragel. Poco se conserva de la primitiva edificación medieval, que tuvo una extensión menor a la actual, aunque parece que la primitiva iglesia original pudo estar situada en el mismo sitio que la actual. La vinculación de la monarquía con las Huelgas de Burgos se mantuvo durante siglos en el monasterio sevillano, ya que contó con la protección directa de numerosos monarcas a lo largo de los siglos. En San Clemente recibirían sepultura doña María de Portugal, viuda de Alfonso XI, en una tumba situada en un lateral del presbiterio; en el coro se enterraron doña Berenguela, hija de Alfonso X y doña Leonor y doña Beatriz, hijas de Enrique II. El monasterio recibió concesiones reales desde tiempos de Alfonso X, renovándose dichas concesiones por Sancho IV, Fernando IV, Alfonso XI, los Reyes Católicos y por los diferentes reyes de la Casa de Austria y la Casa de los Borbones.
San Clemente conoció importantes reformas en el siglo XVIII, tras el terremoto de Lisboa, y momentos de decadencia tras la invasión francesa. El 22 de julio de 1811 las tropas francesas expulsaron a las monjas y emplearon las dependencias conventuales como cuartel, convirtiendo a la histórica iglesia en un almacén. Las monjas cistercienses fueron acogidas en el cercano convento de franciscanas de Santa Clara. El 7 de octubre de 1812 pudo regresar la comunidad cisterciense, perdiendo el monasterio obras de arte como el lienzo de Francisco Pacheco que representaba a Cristo servido por los ángeles. Durante el siglo XIX la comunidad resistió el proceso desamortizador, ya que el convento no fue suprimido, aunque sí perdió una parte importante de sus posesiones, especialmente las tierras de labor fuera de la ciudad. Quedaron mermadas sus primitivas huertas y desaparecieron las edificaciones que llegaban hasta el arquillo de Santa Clara. Era el último tramo de la actual calle Santa Clara, en su confluencia con la calle Lumbreras, sector que era conocido como calle del Arquillo de San Clemente y que llegó a albergar hasta dieciséis casas y un hospital también llamado de San Clemente.
En el siglo XX San Clemente sobrevivió a los recortes económicos y se convirtió en lugar y fuente de inspiración de artistas y escritores. Hacia 1914 el pintor Joaquín Sorolla instalaría en el compás un estudio para realizar uno de los grandes lienzos destinados a la Hispanic Society de Nueva York, tomando como modelos a los populares vecinos del compás. También fue motivo de inspiración para los hermanos Álvarez Quintero, que situaron a los porteros del convento y a su compás como telón de fondo de su obra Las calumniadas. En la segunda mitad del siglo, a partir de 1971, intervino el arquitecto Rafael Manzano en la restauración del claustro y de algunas cubiertas. Ya a partir de 1985 se procedió a una restauración integral del edificio con vistas a su empleo como uno de los pabellones de la ciudad en la Exposición Universal de 1992. El proyecto corrió a cargo del arquitecto Fernando Villanueva Sandino y su resultado final fue la puesta en valor de uno de los conjuntos más monumentales de la ciudad. En años posteriores continuó el proceso de restauración de numerosas piezas del patrimonio conventual con el patrocinio de la Fundación el Monte (que usó durante algunos años algunas de sus dependencias como sala expositiva) y el posterior de la Obra Social de Cajasur.
El acceso actual al conjunto se realiza por la calle Reposo, a través de una portada de comienzos del siglo XVII inspirada en los libros de grabados tardomanieristas de la época, estando coronada por un notable azulejo de San Clemente del siglo XVIII. También se puede acceder al conjunto a través de una portada similar desde la calle Santa Clara, coronada en este caso por un azulejo de San Fernando, del siglo XVIII. Ambas portadas se suelen relacionar con la obra del arquitecto de origen milanés Vermondo Resta, que intervino a comienzos del siglo XVII en diversos edificios sevillanos como los Reales Alcázares, siendo reconstruidas en 1771 en su parte superior por José Álvarez.
La actual iglesia fue consagrada el 30 de septiembre de 1588, siendo bendecido el templo por el cardenal don Rodrigo de Castro. Se accede a ella por un elegante pórtico construido en 1596 por el maestro carpintero Juan Martín, mostrando un friso neoclásico que debió realizarse en las intervenciones posteriores al terremoto de Lisboa. Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por Miguel Ángel Tabales constatan que se edificó sobre la primitiva iglesia medieval, que debió realizarse a finales del siglo XIII. Aunque no conste oficialmente, se ha apuntado la posible dirección de las obras por parte de Pedro Díaz Palacios, maestro mayor de obras de la Catedral. Analogías estructurales con las iglesias conventuales del convento de franciscanas de Santa María de Jesús o del convento de dominicas de Madre de Dios, donde intervino el citado arquitecto, permiten darle la autoría de la fábrica de San Clemente. El templo presenta una única nave con planta de cajón. De gran profundidad, tanto en planta como en alzado, se estructura en una sola nave cubierta con excelente artesonado de madera de cinco paños, probablemente realizado por los mismos artífices que el refectorio de la Cartuja, Diego de Cerezo y Lucas de Cárdenas. Sobre el presbiterio aparece una cúpula semiesférica tras un gran arco toral que sirve de transición entre ambos espacios. La bóveda, pechinas y muros se hallan decorados con pinturas al temple, imitando una decoración de yeserías, con motivos geométricos, vegetales y figurativos, especialmente escudos de órdenes militares. En las pechinas aparecen los Evangelistas. En el estreno de la iglesia la decoración pictórica correspondió al portugués Vasco Pereira, que firmaba el pago de “una pintura que hizo en la capilla mayor de los cuatro evangelistas, del renuevo que hizo en el retablo grande del altar mayor, de la hechura y pintura del Cristo de bulto que está encima del antepecho del coro alto y de la pintura de las armas que están pintadas en el altar de la reina”. Todas estas pinturas fueron posteriormente renovadas por Valdés Leal, Lucas Valdés y, las correspondientes a los muros de la iglesia, por Francisco Miguel Jiménez.
Aunque en la última reforma la comunidad trasladó el rezo de las horas a una nueva sillería junto al presbiterio, arquitectónicamente sigue manteniendo el coro a los pies de la iglesia, cerrado por una austera reja. Sobre ésta se sitúa una pintura mural (aunque enmarcada por una rica talla de madera) realizada por Valdés Leal en 1682; representa a San Fernando presidiendo la solemne procesión de la Virgen de los Reyes en la Sevilla recién reconquistada. Son perceptibles diversas órdenes religiosas que conforman el cortejo, una estampa del proceso repoblador de la ciudad por órdenes militares y religiosas. La obra es un ejemplo de la vinculación del pintor con el monasterio, ya que su hija María profesó como monja. El pago de la dote incluyó la decoración pictórica del templo. Al morir Valdés Leal su labor fue culminada por su hijo Lucas Valdés, que concluyó las pinturas murales del presbiterio. El resto de la compleja decoración de los muros laterales muestra un programa de glorificación de la Orden del Císter, con numerosos santos y reinas relacionados con la orden y un estilo y técnica atribuibles a Francisco Miguel Ximénez, hacia 1770.
El retablo mayor es pieza fundamental del siglo XVII, cronistas del mismo siglo como Ortiz de Zúñiga lo catalogaron ya como “de los más admirables de Sevilla”. Tiene una larga historia que comienza en 1624 cuando la comunidad decide sustituir el retablo anterior y acude al afamado Juan Martínez Montañés para la realización de una nueva obra. Problemas en los pagos motivaron un complicado pleito que acabó con la renuncia del maestro a la realización del retablo al año siguiente, rescindiéndose el contrato en septiembre de 1625. En 1639 la abadesa del convento, Ana de Santillán y la priora, Juana de León, firmaron un documento solicitando la autorización para retirar el viejo retablo, firmaron un documento solicitando la autorización para retirar el viejo retablo, que por su mal estado llegaba a ser peligroso para la integridad de la comunidad. Tras la experiencia frustrada de Montañés y la salida de Alonso Cano de la ciudad, el mejor retablista de Sevilla era Felipe de Ribas, con quien las monjas entablarán contacto en breve plazo de tiempo. Era una oportunidad que el artista no podía desaprovechar por lo que el 12 de marzo de 1639 firma, junto a Gaspar de Ribas, un meticuloso contrato en el que se estipulan de forma pormenorizada las condiciones de realización de la obra.
Los dos autores realizarían la obra en borne y cedro, según estipulaba el contrato, concluyéndose al final de la década de 1640. La policromía y dorado son de Valdés Leal y fueron realizadas en fecha más tardía (hacia 1680), en una obra que rompe el planismo de los retablos realizados hasta la fecha e inicia una nueva concepción escenográfica plenamente barroca. A este pintor se atribuye la interesante iconografía de Cristo como fuente de vida que aparece en la puerta del Sagrario. La magna obra se estructura en un banco, dos cuerpos con tres calles y ático. Destacan, sobre todas, las esculturas de la calle central que nos muestran a San Clemente con el ancla como símbolo de su martirio (fue arrojado al mar con un ancla al cuello). La Inmaculada y un excepcional Crucificado. En los laterales del primer cuerpo aparecen San Benito de Nursia (de negro), como creador del monacato occidental, y San Bernardo (de blanco), como el gran reformador medieval de ese monacato. El segundo cuerpo recoge las tallas de San Hermenegildo (con un hacha que recuerda su martirio) y San Fernando (vestido según la estampa de Bernardo del Toro que se anticiparía a la iconografía de su posterior canonización), como símbolos de la vinculación del monasterio con la monarquía y Sevilla. El retablo se estructura siguiendo el canon tardorrenacentista, empleándose columnas pareadas, decoración de cartones recortados en sus fustes y ángeles en los frontones que barroquizan la estructura original. En la zona del presbiterio aparece el enterramiento de doña María de Portugal, esposa de Alfonso XI y algunos restos de las primitivas pinturas de Vasco Pereira (siglo XVI) que decoraron inicialmente la iglesia. Hasta hace algunos años era costumbre la colocación sobre el féretro de un cojín, un cetro y una corona como símbolos del enterramiento real.
En el muro izquierdo, el retablo de la Virgen de los Reyes es obra de mediados del XVII, cercana al taller de los Ribas. La escultura de la Virgen es una imagen fernandina de mediados del siglo XIII, aunque el Niño Jesús es del siglo XVIII. A los lados aparecen dos esculturas de San Francisco de Asís (fundador de los franciscanos) y San Esteban Harding (uno de los artífices de la reforma cisterciense), coetáneos del retablo. En la restauración de la iglesia se comprobó que tras esta estructura se conservan unas pinturas murales con una alegoría de la Inmaculada que se aparece a los Reyes de Israel, posiblemente las originales de Pereira. El siguiente es un retablo dedicado a una excelente talla de la Virgen de los Dolores, de cierto aire castellano, que, al igual que el retablo, se podría fechar en el siglo XVIII. A los lados aparecen dos bustos relicarios de comienzos del siglo XVII, estando coronada por un San Juan Evangelista escribiendo el Apocalipsis en la isla de Patmos, que podría estar reaprovechado de un retablo anterior. A los pies del muro aparece un retablo dedicado a San Fernando que podemos fechar en la década de 1670. De esta fecha serían las pinturas y la escultura del titular, que es atribuible al taller de Pedro Roldán. Es probablemente una obra realizada con motivo de la canonización del rey en 1674, ya que estaba representado con anterioridad en el retablo mayor de la iglesia.
En el muro derecho, el retablo más cercano a la capilla mayor es el dedicado a San Juan Bautista. Arquitectónicamente se estructura en torno a un arcosolio que cobija una estructura de banco, piso principal y ático, estando dividido en tres calles y siguiendo las formas de los grandes tratadistas italianos como Sebastián Serlio y Leon Batista Alberti. Este retablo fue encargado en 1605 a Gaspar Núñez Delgado que realizó los relieves que representan escenas del santo del primer cuerpo, el Nacimiento del Bautista y la Visitación, así como la escultura de bulto redondo del titular, obra maestra de su autor. En 1610 interviene Francisco de Ocampo, que completó la decoración, terminando con un relieve de más profundidad las escenas superiores que representan el Bautismo de Jesús al centro y la predicación y la degollación del Bautista en las dos escenas laterales. La policromía de las tablas del retablo correspondió a Francisco Pacheco en 1613, con escenas que representan a los Evangelistas y a los cuatro Padres de la Iglesia: San Agustín, San Jerónimo, San Gregorio y San Ambrosio. En los laterales, el mismo autor representó a los profetas del Antiguo Testamento, Malaquías, Davíd, Isaías y Elías. Junto a la puerta de acceso al coro, el retablo de Santa Gertrudis, la monja que anticipó la devoción al Corazón de Jesús, es obra de fines del XVII. La pintura de la titular es obra atribuible a Lucas Valdés, apareciendo a sus pies una imagen de Cristo Yacente dentro de una urna, obra del siglo XVII. Toda la iglesia se halla decorada por un espectacular zócalo de azulejos del siglo XVI (aparece la fecha de 1588 en algunos de ellos) con motivos de grutescos, santos, profetas, puttis, decoración floral y puntas de diamante. Se suele atribuir a Cristóbal de Augusta, autor de los azulejos del llamado palacio cristiano en los Reales Alcázares, aunque también se apunta la participación de su suegro Roque Hernández. La visita a la iglesia es recomendable en algunas de las horas litúrgicas en las que se permite el acceso (rezo de completas, al atardecer), en las celebraciones especiales (Corpus, día de San Clemente, Triduo Sacramental) y, sobre todo, durante la novena a Santa Gertrudis, en noviembre, momento para contemplar el espectacular altar efímero que se instala, resumen vivo de la estética conventual sevillana.
A los pies de la iglesia, a ambos lados de la pintura mural de San Fernando, se encuentran las puertas de acceso al coro, enmarcadas por yeserías arquitectónicas de comienzos del siglo XVII. La puerta lateral derecha es el antiguo comulgatorio, lugar por donde las monjas recibían la comunión antes de la reforma litúrgica que trasladó el coro a la zona del presbiterio. Presenta un suntuoso recargamiento decorativo de estilo rococó, con una hornacina donde aparecen pintadas una Inmaculada y un Niño Jesús, obras anónimas del siglo XVIII. La puerta derecha permite acceder al coro bajo, amplia estancia rectangular con numerosos retablos barrocos de diversa factura. Destaca uno de mediados del siglo XVII con pinturas que representan la Visitación, el Nacimiento de San Juan, el Bautismo de Cristo y las cabezas cortadas de San Pablo y de San Juan Bautista, pinturas que se suelen atribuir a Lucas Valdés, hijo de Juan de Valdés Leal. De la primera mitad del siglo XVII es un retablo que acoge a la Virgen de la Esperanza. Otro retablo del siglo XVIII está presidido por una imagen de San José con el Niño y tiene alrededor pinturas que representan a Santa Matilde, Santa Umbelina, Santa Escolástica, Santa Lutgarda y Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Del siglo XVII, pero policromado en época neoclásica, es un retablo dedicado a San Fernando y a Santiago Apóstol. Llama la atención la duplicidad de advocaciones representadas en la iglesia y al mismo tiempo en el coro, explica por sí misma la tajante separación que antaño existía entre la zona pública y la clausura conventual. El órgano es obra neoclásica de comienzos del siglo XIX, realizado por el maestro Otín Calvete. En el coro cuelga una pieza excepcional de la orfebrería sevillana, una lámpara de bronce adornada con elementos vegetales y geométricos unos esmaltes con los escudos de los Guzmán. Datable hacia 1400, se suele identificar como una donación de doña Beatriz de Castilla, la viuda del conde de Niebla que fue monja en el convento en cuyo coro fue enterrada en 1409.
El monasterio se organiza en torno al gran claustro principal, obra realizada a partir de 1615 según el diseño de Diego López Bueno, maestro mayor de Fábricas del Arzobispado que dirigiría las obras, y de Miguel de Zumárraga, maestro mayor de obras de la Catedral. También intervino posteriormente en su ejecución, como maestro alarife, Juan de Segarra, a quien tradicionalmente se había atribuido su ejecución. Es un gran claustro cuadrado (no perfecto en sus medidas) que se realizó sobre el antiguo claustro mudéjar, teoría que quedó confirmada con las últimas excavaciones arqueológicas. Sus frentes, de aproximadamente 25 metros de largo, presentan dos pisos, con siete artos en cada frente que descansan en elegantes columnas pareadas, solución poco habitual en los conventos sevillanos (presenta esta tipología el claustro de la Casa Grande la Merced). Los arcos del piso inferior son semicirculares y los del piso inferior carpaneles, siendo las columnas de orden toscano y sosteniendo cimacios con ménsulas gallonadas. Ésta es una solución que también empleó Diego López Bueno en el claustro de Santa Paula. Una de las galerías altas del claustro está cerrada, es el fruto de la intervención del siglo XVIII realizada por el arquitecto neoclásico José Álvarez. Una actuación importante en el claustro se realizó tras la inundación que afectó al edificio en 1626, cuando el cercano Guadalquivir acabó anegando el monasterio. Las obras conllevaron la elevación del jardín central, la colocación de una fuente y el revestimiento de las paredes del claustro por un zócalo de azulejos, obras que se comenzaron siendo abadesa doña Petronila de Sandi que se terminaron bajo la dirección del monasterio por doña Brianda de Guzmán. Tuvo el claustro, por tanto, un revestimiento de azulejos perfectamente documentado compuesto por más de nueve mil piezas. Fueron realizadas por Benito de Valladares entre 1627 y 1628, siendo expoliados casi en su totalidad con la ocupación de las tropas francesas en el siglo XIX. En las cuatro esquinas del claustro se abren cuatro retablos-hornacinas dedicadas al Nacimiento, la Dolorosa, la Piedad y los Desposorios Místicos de Santa Catalina. Desde el claustro se puede contemplar una de las mejores vistas de la espadaña marienista del monasterio, con una estructura de arcos y dinteles inspirado en Sebastián Serlio y Andrea Palladio que se hizo muy popular entre los conventos sevillanos del siglo XVII. Fue diseñada por Diego López Bueno y por Miguel de Zumárraga.
Entre las dependencias que se abren al claustro destaca el refectorio, notable estancia rectangular reformada a comienzos del siglo XVII. Estuvo presidida desde ese siglo por el lienzo que representaba a Cristo servido por los ángeles, de Francisco Pacheco, lienzo de notables proporciones que fue expoliado por los franceses y que hoy se conserva en el museo Goya de Castres, en Francia. La estancia tuvo diversas reformas a lo largo de su historia, siendo destacable la de 1729, en la que se le abrieron unos óculos en uno de sus frentes para mejorar su iluminación. Su aspecto actual debe corresponder a la intervención de Diego Antonio Díaz entre 1730-40. En esa época se debieron realizar los retablos que la presiden en la actualidad, que representan al jesuita San Estanislao de Kostka y a San José con el Niño, ambas atribuidas al pintor Domingo Martínez y relacionables con el retablo pictórico de la sala de ordenación del convento de Santa María de Jesús. En un lateral se mantiene el púlpito desde el que una monja lee textos sagrados durante las comidas en comunidad.
Contiguo al claustro principal se sitúa el llamado patio grande o claustro de la Abadesa, que fue el centro del monasterio original. Su aspecto actual es el fruto de numerosas intervenciones entre los siglos XV y XVIII, siendo de planta trapezoidal. Del siglo XVI son las columnas genovesas de su piso bajo, con curiosos capiteles de castañuelas. La planta alta parece del siglo XVII y sigue modelos de Diego López Bueno. La otra estancia de interés es el llamado patio angosto, obra fundamentalmente del siglo XVI, estancia que se sitúa entre las galerías de los antiguos dormitorios y el ala sur del claustro principal. Vuelve a tener capiteles de castañuelas en sus columnas, configurándose definitivamente entre 1627-28, época en la que se hicieron nuevas arquerías y se colocaron azulejos con cabezas de querubines de Benito de Valladares cuyas reproducciones venden las monjas en la actualidad en el torno. Con este patio comunicaba la iglesia primitiva cuya hermosa portada, de ladrillos bícromos gótico-mudéjares, se conserva todavía.
Del amplio patrimonio que todavía conserva el monasterio se podrían destacar numerosas piezas escultóricas como un San Juan y una imagen de la Virgen con el Niño atribuidos a Montañés, la Virgen de Belén, pieza en alabastro de comienzos del siglo XVI, y diversas imágenes del Niño Jesús o de diversos santos. A pesar de los expolios, todavía conserva la comunidad lienzos de interés como el que representa los Desposorios místicos de Santa Catalina, San Fernando con los maceros (siglo XVI), las cabezas de San Pablo y San Juan atribuidas a Sebastián de Llanos Valdés (siglo XVII), la Piedad atribuida a Meneses Osorio o diversos lienzos cercanos al estilo de Domingo Martínez. En la notable colección de orfebrería destaca por su originalidad el llamado salero de San Fernando, copón medieval de formas góticas que presenta escenas relacionadas con la leyenda de San Jorge. Excepcional es el archivo del monasterio, perfectamente catalogado, que acoge documentos de gran interés desde la fundación del monasterio en el siglo XIII.
Desde el siglo XIII, la comunidad de monjas más cercana al río Guadalquivir comienza su jornada mucho antes de la salida del sol, al son de la campana comunitaria. Las monjas comienzan a las 5.15 h y, tras un tiempo para el estudio, llega el momento de la eucaristía a las 8.00 h (los festivos, la misa se celebra a las 10 de la mañana). Todo el Oficio Divino –invocación inicial, himno, antífonas, salmos, verso, lectura de las Sagradas Escrituras- se realiza cantado. En los domingos y festividades solemnes es especialmente hermoso la interpretación en gregoriano. Tras el desayuno sigue un tiempo de oración personal y otro de rezo comunitario, ya que a las diez menos cuarto se rezará tercia. En una perfecta adecuación a la regla benedictina, el ora es seguido por el labora, el gran principio que San Benito ofreció al monacato cristiano. El Císter, como movimiento monástico benedictino, ha seguido estos principios y la comunidad de San Clemente es un ejemplo. Sus religiosas laboran, trabajan para procurarse lo necesario para su propio sustento. Las monjas elaboran dulces y mermeladas con productos de la huerta del monasterio, realizando también tareas administrativas de ordenación de cartas y documentación bancaria. Entre los dulces conventuales destacan los cortadillos especiales, los pestiños de miel, las piñonadas, las llamadas dulzuras clementinas o las pastas de almendra. En época navideña están disponibles los llamados corazones de Santa Gertrudis, una original tarta de almendra en forma de corazón o las llamadas dulzuras de Navidad, caja surtida. Recomendable es el llamado bizcocho cisterciense, done el escudo de la orden se transforma en azúcar sobre fondo de bizcocho. Además, las monjas elaboran mermeladas de naranja (dulce o amarga), limón o miel de la sierra. Tras el tiempo de trabajo llegará el rezo de la hora sexta a las 13.15 h. Le sigue un breve examen de conciencia personal y el rezo del ángelus. Después, 13.30 h, es el momento del almuerzo en comunidad, en el refectorio, que se lleva a cabo en silencio, mientras se escucha la palabra de Dios que leerá una monja desde el púlpito del refectorio. También se podrán leer diversos artículos sobre la actualidad del mundo y de la Iglesia. El rezo de nona, a las 15.15, la quinta de las horas canónicas, pone fin a este periodo de oración.
Por las tardes se combinará de nuevo el trabajo, el estudio y la oración. Tras un tiempo de compartir fraterno trabajo cotidiano y estudio, a las 18.00 h comienza el último tiempo de rezo del día, iniciado con el canto de vísperas, al que le siguen treinta minutos de oración personal y la cena. La intensa jornada acaba con la última de las horas litúrgicas, completas, y con el canto de la salve cisterciense en honor de la Santísima Virgen. “Muéstrame Señor propicio, protégenos mientras dormimos”. Es el cántico que realizan las monjas antes de pasar de forma individual ante la abadesa del monasterio, que las despide y bendice en el último acto comunitario de la jornada. A las 21.00 el día concluye y se inicia el descanso. Silencio mayor en San Clemente. La calle hace honor a su nombre. Se inicia el reposo de las monjas (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
San Clemente conoció importantes reformas en el siglo XVIII, tras el terremoto de Lisboa, y momentos de decadencia tras la invasión francesa. El 22 de julio de 1811 las tropas francesas expulsaron a las monjas y emplearon las dependencias conventuales como cuartel, convirtiendo a la histórica iglesia en un almacén. Las monjas cistercienses fueron acogidas en el cercano convento de franciscanas de Santa Clara. El 7 de octubre de 1812 pudo regresar la comunidad cisterciense, perdiendo el monasterio obras de arte como el lienzo de Francisco Pacheco que representaba a Cristo servido por los ángeles. Durante el siglo XIX la comunidad resistió el proceso desamortizador, ya que el convento no fue suprimido, aunque sí perdió una parte importante de sus posesiones, especialmente las tierras de labor fuera de la ciudad. Quedaron mermadas sus primitivas huertas y desaparecieron las edificaciones que llegaban hasta el arquillo de Santa Clara. Era el último tramo de la actual calle Santa Clara, en su confluencia con la calle Lumbreras, sector que era conocido como calle del Arquillo de San Clemente y que llegó a albergar hasta dieciséis casas y un hospital también llamado de San Clemente.
En el siglo XX San Clemente sobrevivió a los recortes económicos y se convirtió en lugar y fuente de inspiración de artistas y escritores. Hacia 1914 el pintor Joaquín Sorolla instalaría en el compás un estudio para realizar uno de los grandes lienzos destinados a la Hispanic Society de Nueva York, tomando como modelos a los populares vecinos del compás. También fue motivo de inspiración para los hermanos Álvarez Quintero, que situaron a los porteros del convento y a su compás como telón de fondo de su obra Las calumniadas. En la segunda mitad del siglo, a partir de 1971, intervino el arquitecto Rafael Manzano en la restauración del claustro y de algunas cubiertas. Ya a partir de 1985 se procedió a una restauración integral del edificio con vistas a su empleo como uno de los pabellones de la ciudad en la Exposición Universal de 1992. El proyecto corrió a cargo del arquitecto Fernando Villanueva Sandino y su resultado final fue la puesta en valor de uno de los conjuntos más monumentales de la ciudad. En años posteriores continuó el proceso de restauración de numerosas piezas del patrimonio conventual con el patrocinio de la Fundación el Monte (que usó durante algunos años algunas de sus dependencias como sala expositiva) y el posterior de la Obra Social de Cajasur.
El acceso actual al conjunto se realiza por la calle Reposo, a través de una portada de comienzos del siglo XVII inspirada en los libros de grabados tardomanieristas de la época, estando coronada por un notable azulejo de San Clemente del siglo XVIII. También se puede acceder al conjunto a través de una portada similar desde la calle Santa Clara, coronada en este caso por un azulejo de San Fernando, del siglo XVIII. Ambas portadas se suelen relacionar con la obra del arquitecto de origen milanés Vermondo Resta, que intervino a comienzos del siglo XVII en diversos edificios sevillanos como los Reales Alcázares, siendo reconstruidas en 1771 en su parte superior por José Álvarez.
Aunque en la última reforma la comunidad trasladó el rezo de las horas a una nueva sillería junto al presbiterio, arquitectónicamente sigue manteniendo el coro a los pies de la iglesia, cerrado por una austera reja. Sobre ésta se sitúa una pintura mural (aunque enmarcada por una rica talla de madera) realizada por Valdés Leal en 1682; representa a San Fernando presidiendo la solemne procesión de la Virgen de los Reyes en la Sevilla recién reconquistada. Son perceptibles diversas órdenes religiosas que conforman el cortejo, una estampa del proceso repoblador de la ciudad por órdenes militares y religiosas. La obra es un ejemplo de la vinculación del pintor con el monasterio, ya que su hija María profesó como monja. El pago de la dote incluyó la decoración pictórica del templo. Al morir Valdés Leal su labor fue culminada por su hijo Lucas Valdés, que concluyó las pinturas murales del presbiterio. El resto de la compleja decoración de los muros laterales muestra un programa de glorificación de la Orden del Císter, con numerosos santos y reinas relacionados con la orden y un estilo y técnica atribuibles a Francisco Miguel Ximénez, hacia 1770.
El retablo mayor es pieza fundamental del siglo XVII, cronistas del mismo siglo como Ortiz de Zúñiga lo catalogaron ya como “de los más admirables de Sevilla”. Tiene una larga historia que comienza en 1624 cuando la comunidad decide sustituir el retablo anterior y acude al afamado Juan Martínez Montañés para la realización de una nueva obra. Problemas en los pagos motivaron un complicado pleito que acabó con la renuncia del maestro a la realización del retablo al año siguiente, rescindiéndose el contrato en septiembre de 1625. En 1639 la abadesa del convento, Ana de Santillán y la priora, Juana de León, firmaron un documento solicitando la autorización para retirar el viejo retablo, firmaron un documento solicitando la autorización para retirar el viejo retablo, que por su mal estado llegaba a ser peligroso para la integridad de la comunidad. Tras la experiencia frustrada de Montañés y la salida de Alonso Cano de la ciudad, el mejor retablista de Sevilla era Felipe de Ribas, con quien las monjas entablarán contacto en breve plazo de tiempo. Era una oportunidad que el artista no podía desaprovechar por lo que el 12 de marzo de 1639 firma, junto a Gaspar de Ribas, un meticuloso contrato en el que se estipulan de forma pormenorizada las condiciones de realización de la obra.
En el muro izquierdo, el retablo de la Virgen de los Reyes es obra de mediados del XVII, cercana al taller de los Ribas. La escultura de la Virgen es una imagen fernandina de mediados del siglo XIII, aunque el Niño Jesús es del siglo XVIII. A los lados aparecen dos esculturas de San Francisco de Asís (fundador de los franciscanos) y San Esteban Harding (uno de los artífices de la reforma cisterciense), coetáneos del retablo. En la restauración de la iglesia se comprobó que tras esta estructura se conservan unas pinturas murales con una alegoría de la Inmaculada que se aparece a los Reyes de Israel, posiblemente las originales de Pereira. El siguiente es un retablo dedicado a una excelente talla de la Virgen de los Dolores, de cierto aire castellano, que, al igual que el retablo, se podría fechar en el siglo XVIII. A los lados aparecen dos bustos relicarios de comienzos del siglo XVII, estando coronada por un San Juan Evangelista escribiendo el Apocalipsis en la isla de Patmos, que podría estar reaprovechado de un retablo anterior. A los pies del muro aparece un retablo dedicado a San Fernando que podemos fechar en la década de 1670. De esta fecha serían las pinturas y la escultura del titular, que es atribuible al taller de Pedro Roldán. Es probablemente una obra realizada con motivo de la canonización del rey en 1674, ya que estaba representado con anterioridad en el retablo mayor de la iglesia.
A los pies de la iglesia, a ambos lados de la pintura mural de San Fernando, se encuentran las puertas de acceso al coro, enmarcadas por yeserías arquitectónicas de comienzos del siglo XVII. La puerta lateral derecha es el antiguo comulgatorio, lugar por donde las monjas recibían la comunión antes de la reforma litúrgica que trasladó el coro a la zona del presbiterio. Presenta un suntuoso recargamiento decorativo de estilo rococó, con una hornacina donde aparecen pintadas una Inmaculada y un Niño Jesús, obras anónimas del siglo XVIII. La puerta derecha permite acceder al coro bajo, amplia estancia rectangular con numerosos retablos barrocos de diversa factura. Destaca uno de mediados del siglo XVII con pinturas que representan la Visitación, el Nacimiento de San Juan, el Bautismo de Cristo y las cabezas cortadas de San Pablo y de San Juan Bautista, pinturas que se suelen atribuir a Lucas Valdés, hijo de Juan de Valdés Leal. De la primera mitad del siglo XVII es un retablo que acoge a la Virgen de la Esperanza. Otro retablo del siglo XVIII está presidido por una imagen de San José con el Niño y tiene alrededor pinturas que representan a Santa Matilde, Santa Umbelina, Santa Escolástica, Santa Lutgarda y Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Del siglo XVII, pero policromado en época neoclásica, es un retablo dedicado a San Fernando y a Santiago Apóstol. Llama la atención la duplicidad de advocaciones representadas en la iglesia y al mismo tiempo en el coro, explica por sí misma la tajante separación que antaño existía entre la zona pública y la clausura conventual. El órgano es obra neoclásica de comienzos del siglo XIX, realizado por el maestro Otín Calvete. En el coro cuelga una pieza excepcional de la orfebrería sevillana, una lámpara de bronce adornada con elementos vegetales y geométricos unos esmaltes con los escudos de los Guzmán. Datable hacia 1400, se suele identificar como una donación de doña Beatriz de Castilla, la viuda del conde de Niebla que fue monja en el convento en cuyo coro fue enterrada en 1409.
Entre las dependencias que se abren al claustro destaca el refectorio, notable estancia rectangular reformada a comienzos del siglo XVII. Estuvo presidida desde ese siglo por el lienzo que representaba a Cristo servido por los ángeles, de Francisco Pacheco, lienzo de notables proporciones que fue expoliado por los franceses y que hoy se conserva en el museo Goya de Castres, en Francia. La estancia tuvo diversas reformas a lo largo de su historia, siendo destacable la de 1729, en la que se le abrieron unos óculos en uno de sus frentes para mejorar su iluminación. Su aspecto actual debe corresponder a la intervención de Diego Antonio Díaz entre 1730-40. En esa época se debieron realizar los retablos que la presiden en la actualidad, que representan al jesuita San Estanislao de Kostka y a San José con el Niño, ambas atribuidas al pintor Domingo Martínez y relacionables con el retablo pictórico de la sala de ordenación del convento de Santa María de Jesús. En un lateral se mantiene el púlpito desde el que una monja lee textos sagrados durante las comidas en comunidad.
Desde el siglo XIII, la comunidad de monjas más cercana al río Guadalquivir comienza su jornada mucho antes de la salida del sol, al son de la campana comunitaria. Las monjas comienzan a las 5.15 h y, tras un tiempo para el estudio, llega el momento de la eucaristía a las 8.00 h (los festivos, la misa se celebra a las 10 de la mañana). Todo el Oficio Divino –invocación inicial, himno, antífonas, salmos, verso, lectura de las Sagradas Escrituras- se realiza cantado. En los domingos y festividades solemnes es especialmente hermoso la interpretación en gregoriano. Tras el desayuno sigue un tiempo de oración personal y otro de rezo comunitario, ya que a las diez menos cuarto se rezará tercia. En una perfecta adecuación a la regla benedictina, el ora es seguido por el labora, el gran principio que San Benito ofreció al monacato cristiano. El Císter, como movimiento monástico benedictino, ha seguido estos principios y la comunidad de San Clemente es un ejemplo. Sus religiosas laboran, trabajan para procurarse lo necesario para su propio sustento. Las monjas elaboran dulces y mermeladas con productos de la huerta del monasterio, realizando también tareas administrativas de ordenación de cartas y documentación bancaria. Entre los dulces conventuales destacan los cortadillos especiales, los pestiños de miel, las piñonadas, las llamadas dulzuras clementinas o las pastas de almendra. En época navideña están disponibles los llamados corazones de Santa Gertrudis, una original tarta de almendra en forma de corazón o las llamadas dulzuras de Navidad, caja surtida. Recomendable es el llamado bizcocho cisterciense, done el escudo de la orden se transforma en azúcar sobre fondo de bizcocho. Además, las monjas elaboran mermeladas de naranja (dulce o amarga), limón o miel de la sierra. Tras el tiempo de trabajo llegará el rezo de la hora sexta a las 13.15 h. Le sigue un breve examen de conciencia personal y el rezo del ángelus. Después, 13.30 h, es el momento del almuerzo en comunidad, en el refectorio, que se lleva a cabo en silencio, mientras se escucha la palabra de Dios que leerá una monja desde el púlpito del refectorio. También se podrán leer diversos artículos sobre la actualidad del mundo y de la Iglesia. El rezo de nona, a las 15.15, la quinta de las horas canónicas, pone fin a este periodo de oración.
Por las tardes se combinará de nuevo el trabajo, el estudio y la oración. Tras un tiempo de compartir fraterno trabajo cotidiano y estudio, a las 18.00 h comienza el último tiempo de rezo del día, iniciado con el canto de vísperas, al que le siguen treinta minutos de oración personal y la cena. La intensa jornada acaba con la última de las horas litúrgicas, completas, y con el canto de la salve cisterciense en honor de la Santísima Virgen. “Muéstrame Señor propicio, protégenos mientras dormimos”. Es el cántico que realizan las monjas antes de pasar de forma individual ante la abadesa del monasterio, que las despide y bendice en el último acto comunitario de la jornada. A las 21.00 el día concluye y se inicia el descanso. Silencio mayor en San Clemente. La calle hace honor a su nombre. Se inicia el reposo de las monjas (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
Escasos restos guarda la iglesia de este monasterio, pertenecientes a la época de su primitiva fundación por Alfonso X el Sabio, puesto que en el siglo XVI y en el XVIII profundas reformas hicieron perder al templo su fisonomía primitiva. Un pórtico del siglo XVII, reformado en época de Carlos III, da acceso al templo por el muro lateral derecho. El interior es de una sola nave, que se cubre con una magnífica techumbre mudéjar de mediados del siglo XVI. La parte inferior de los muros está revestida de un zócalo de azulejería, obra de finales del siglo XVI atribuida a Roque Hernández. Pinturas murales recubren las paredes de la iglesia apareciendo en ellos figuraciones de santos de la orden cisterciense. Estas pinturas están atribuidas a Miguel Francisco Ximénez. La capilla mayor de esta iglesia se cubre con bóveda semiesférica que descansa sobre pechinas. En ella se alberga el magnífico retablo mayor realizado por Felipe de Ribas, entre 1639 y 1647. Su estructura arquitectónica presenta dos cuerpos y un ático, articulándose en vertical con columnas corintias pareadas. En las hornacinas de este retablo, aparecen esculturas de San Clemente, en la principal, flanqueado por San Benito y San Bernardo. En el segundo cuerpo figura en el centro la Inmaculada Concepción y a sus lados San Fernando y San Hermenegildo; un Calvario remata todo el conjunto. En la policromía del retablo intervino Juan de Valdés Leal.
En los muros laterales del presbiterio aparece una decoración de carácter geométrico y vegetal, que fue realizada por Lucas Valdés en 1689 después de la muerte de su padre Juan de Valdés Leal. Igualmente son obras de Lucas Valdés, documentadas en el año citado e impresionadas por su padre, las cuatro grandes pinturas que figuran en la parte alta de estos muros laterales del presbiterio, en algunas de las cuales se representan episodios de la vida de San Clemente.
A los pies de la Iglesia y sobre el muro del coro, aparece una pintura mural realizada por Valdés Leal que representa la entrada de San Fernando en Sevilla, obra que puede fecharse hacia 1683. Interesantes por su traza son las dos puertas que comunican el coro con la iglesia, que por su estilo pueden datarse en el primer cuarto del siglo XVII.
A los pies del muro izquierdo de la iglesia, aparece un retablo fechable hacia 1670, con pinturas coetáneas que narran episodios de la vida de San Fernando; una escultura de este santo figura en la hornacina central. Aparece a continuación un retablo de hacia 1780 con una escultura de la Virgen de los Dolores y dos bustos relicarios del primer cuarto del siglo XVII.
Mayor interés tiene el retablo de la Virgen de los Reyes, fechable a mediados del siglo XVII, y presidido por una imagen de vestir de la titular, del siglo XIII. El Niño fue tallado en el siglo XVIII. A los lados de la Virgen de los Reyes, aparecen esculturas de San Francisco de Asís y San Francisco Solano. En el intradós del arco figuran pinturas con ángeles que portan atributos de las letanías. Junto al presbiterio se abre una hornacina que alberga el modesto sepulcro de la Reina Dª María de Portugal, que había sido esposa de Alfonso XI y madre de D. Pedro I el Cruel.
En el muro derecho de la nave y comenzando desde el presbiterio, figura en primer lugar un buen retablo, construido en 1606 y reformado en 1610 por Francisco de Ocampo. La magnífica escultura que representa a San Juan Bautista y que preside el retablo es obra de Gaspar Núñez Delgado, al igual que los relieves que figuran en el mismo, que tratan los temas de la Visitación, la Predicación de San Juan Bautista, el Bautismo de Cristo y el Nacimiento de San Juan Bautista. El conjunto de pinturas de este retablo fue realizado por Francisco Pacheco, quien firma una de ellas, en 1613. Sus temas son los profetas Malaquías, David, Isaías, Elías, los Evangelistas y los Cuatro Padres de la Iglesia.
Al final de esta nave se dispone un retablo de finales del siglo XVII modificado en el XVIII, que está presidido por una pintura de Santa Gertrudis, de buena calidad, que presenta características propias del estilo de Lucas Valdés. En el banco del retablo figura un Cristo yacente en una urna del siglo XVII.
Muy rica es la orfebrería del convento. Como obra excepcional hay que destacar un copón de plata dorada, en forma de mitra episcopal, que se apoya sobre tres patas de león. El cuerpo de la vasija va tallado, cincelado y decorado con esmaltes, representándose a Daniel en la fosa de los leones, San Jorge luchando con el dragón y una figura femenina. En la tapa aparecen figuras femeninas y masculinas coronadas y en el interior una M coronada en esmalte. Parece obra del siglo XIV que algunos autores han atribuido a una donación de María de Portugal, muerta en 1357 y enterrada en el templo. También de estilo gótico, pero un siglo posterior, es un cáliz con representación del Calvario y temas de flor de lis. Bellísimas son las piezas renacentistas representadas por un cáliz del segundo tercio del siglo XVI y un excepcional copón con relieves de los Evangelistas en la peana y figuras de Hermes rodeando la copa. Se remata por un templete circular sostenido por columnas y, vinculado a la escuela de Alfaro, puede fecharse en el último tercio del siglo XVI. Obra muy interesante por su rareza es una lámpara de bronce y latón que se halla en el coro, formada por astil con esferas y cabeza piramidal calada, donde aparecen arcos de herradura. El plato lleva una decoración de lacería y ataurique con escudos esmaltados de los Guzmán. Algunos investigadores la han situado a principios del siglo XV, mientras otros consideran que es una bandeja mameluca adaptada a lámpara y fechable un siglo antes. Digno de mención es un ostensorio neoclásico de la primera mitad del XIX cuyo astil está formado por una figura femenina sobre la que van dos corazones, adornándose el viril con perlas y piedras preciosas. Esta lleva la marca de Guerrero, y la peana, las de Palomino, Flores y Sevilla. Finalmente hemos de mencionar una gran custodia procesional formada por dos cuerpos y adornada con esculturas de los Evangelistas, la Inmaculada y la imagen de la Fe. Es obra neoclásica del siglo XIX (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
El convento se enclava en el extremo noroeste de la manzana definida por las calles Torneo, Calatrava, Reposo, Yuste, Santa Clara, Arte de la Seda, Lumbreras, aunque en el pasado seguramente ocupara toda la manzana.
Un primer examen de sus plantas nos sorprende por su falta de tipicidad en comparación con la de otros conventos cistercienses, y es que la distribución se encuentra aquí muy mediatizada por la superposición de actuaciones en los distintos períodos históricos y la acumulación de permanencias.
El monasterio posee dos compases, uno con entrada desde la calle Reposo y la calle Santa Clara, donde también existe otra puerta que da acceso al segundo compás. El primero nos introduce en la iglesia y en el espacio dedicado anteriormente a huertas, y el segundo da paso al torno y a la puerta seglar.
Sus dependencias se estructuran en torno a dos zonas presididas una por el claustro principal, que es la que posee una estructura más clara, y otra por el compás de la calle Santa Clara, que posee una estructura más confusa y edificaciones con un carácter menos unitario.
De lo que parece que fue huerta en los últimos momentos de esplendor del monasterio (siglos XVII- XVIII) queda sólo un pequeño espacio libre en la esquina de las calles Torneo y Calatrava.
Alrededor del claustro principal se sitúan las dependencias más significativas: iglesia y refectorio, una muy poco importante y marginal sala capitular y los dormitorios, todo ello edificado en dos plantas.
Su planta es casi cuadrada, con dos alturas y arquerías de columnas pareadas, abajo de medio punto y arriba de arcos carpaneles en tres de sus frentes; el cuarto es ciego con balconeras entre pilastras. En la construcción del mismo intervienen Diego López Bueno y Miguel de Zumárraga a partir de 1617, finalizándose su construcción en 1632.
La iglesia se sitúa en el lado este del patio y se orienta en sentido norte-sur. Es de una sola nave, un gran arco toral que descansa sobre dos columnas dóricas empotradas en los muros da paso al presbiterio, y los coros, bajo y alto, se sitúan a los pies. Delante de la misma existe un atrio, fechable hacia 1615, formado por arcos sobre columnas de mármol.
La nave se cubre con un magnífico techo de alfarje de cinco paños que se puede fechar en torno a los años de culminación de la iglesia y es uno de los más interesantes de la carpintería sevillana de la segunda mitad del siglo XVI, el presbiterio con cúpula de media naranja y el coro bajo por un artesonado a base de casetones serlianos con decoración de temas vegetales, de principios del siglo XVII. En cuanto a la decoración, toda la nave tiene un zócalo de azulejos del siglo XVI, y el coro bajo unas vidrieras de principios del XVIII de Antonio de la Fuente.
El norte se ocupa con el sobrio refectorio, tras él, la cocina y los restos de la huerta conventual. El ala sur incorpora la sala capitular, la entrada al coro bajo y el llamado "patio angosto". Tras ellos se sitúa la soberbia nave de los dormitorios antiguos y el "patio de la abadesa".
Entre el coro y la nave de dormitorios encontramos el más antiguo de los patios del monasterio; el "patio mudéjar", que se compone de dos frentes de sencillas arquerías que se cegaron posteriormente.
La portada a la calle Reposo, la que da al compás grande de la iglesia, consta de un cuerpo central avanzado y dos laterales. El central lo forma un arco de medio punto flanqueado por pilastras almohadilladas. Los cuerpos laterales poseen sendos vanos adintelados ciegos sobre los que se abren ojos de buey. En la parte superior, una hornacina con el azulejo de San Clemente remata el frontón curvo partido.
La portada del nº 91 de la calle Santa Clara es una puerta sencilla sobre cuyo dintel se conservan restos de un azulejo con la fecha 1771. La del nº 92 da entrada al jardín que precede a la iglesia, es almohadillada y en la parte superior posee una hornacina con un azulejo de San Fernando.
El Real Monasterio de San Clemente supone la primera fundación conventual de religiosas que se crea tras la incorporación de la ciudad de Sevilla a la corona castellana en 1248, realizada por las tropas de San Fernando.
El primer documento histórico del que se tiene noticia es un privilegio de Alfonso X fechado en 1255, en el que se refiere la circunstancia de la construcción del establecimiento cisterciense en Sevilla. El arzobispo de Sevilla don Remondo funda la comunidad en un destacado enclave, por razones históricas y morfológicas. Concretamente se situó sobre los terrenos del que fue palacio de Bib-Ragel, residencia de verano del monarca abbadita Almutamid I. La situación del palacio permitía la defensa del sector noroeste de la ciudad.
De las obras del primitivo monasterio, desde su fundación hasta el siglo XV, no nos quedan apenas vestigios; la portada de la antigua iglesia, emplazada junto a la sala capitular, o los pilares y pórticos de un claustro conocido como "patio mudéjar". En los siglos XVI y XVII se produce un intenso período de reformas que proporcionó al convento su actual estructura. El monasterio sufrió restauraciones generalizadas en el siglo XVIII. La iglesia fue edificada bajo el patrocinio de Felipe II y consagrada en 1588.
El 22 de Julio de 1811 las tropas francesas expulsan a las monjas y las dependencias conventuales servirán para cuartel y la iglesia para almacén. Las religiosas fueron acogidas en el cercano convento de Santa Clara, regresando en Octubre de 1812, si bien la pujanza de la comunidad se vería ahogada por la desamortización.
El monasterio fue restaurado para la Exposición Universal de 1992, en que formó parte del Pabellón de la ciudad. Las obras fueron patrocinadas por el Ayuntamiento de Sevilla con el concurso de una entidad de ahorros y dirigidas por el arquitecto Fernando Villanueva Sandino (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
El monasterio inicia su construcción entre 1255 y 1260 sobre los solares que en época musulmana ocupaban a orillas del Guadalquivir, los palacios de los monarcas abbaditas, llamados de Vib-Ragel; palacios y heredades que fueron cedidos al arzobispo don Remondo por Fernando III tras la conquista de Sevilla.
El edificio se organiza en torno a un gran claustro, de proporciones casi cuadradas, construido en 1632 y atribuido a Juan de Segarra. Está formado por dobles arquerías sobre columnas pareadas en sus dos plantas. Los grandes espacios cubiertos de la iglesia, el refectorio y la sala de dormitorios acotan este magnífico patio central.
Esta última construcción se quiebra en ángulo configurando básicamente el segundo claustro, de menor tamaño, construido en el siglo XVI y ampliado posteriormente en el XVII.
Un tercer claustro -próximo al principal y fechable en torno al siglo XV- termina por configurar, junto al amplio compás, esta sucesión de espacios abiertos, en torno a los cuales se instalan las numerosas construcciones que componen este edificio.
El acceso al convento se produce desde dos calles: Santa Clara y Reposo a través de dos magnificas portadas manieristas -reformadas, sobre todo en sus cuerpos superiores, en el siglo XVIII-. El compás del convento, de grandes dimensiones, quedó vinculado al edificio tras el permiso otorgado por Alfonso XI en 1334, creándose así este vasto espacio cerrado en torno al cual vivían los vecinos dependientes de la abadesa.
La iglesia, que cubre uno de los lados del claustro grande, ofrece su fachada principal al compás de entrada a través, de un pórtico del siglo XVII, reformado en época de Carlos III.
Escasos son los restos que aún conserva la iglesia de la época de su primitiva fundación por Alfonso X el Sabio, ya que las severas reformas de los siglos XVI y XVII se encargaron de cambiar su fisonomía primitiva. La que hoy presenta corresponde básicamente a la reforma que se hace bajo el reinado de Felipe II, inaugurada en 1588. Resuelta con bóveda de cañón, se cubre con un artesonado mudéjar de mitad del siglo XVI. Los muros están revestidos con zócalos de azulejos -atribuidos a Roque Hernández- fechados a finales del siglo XVI. La capilla mayor se cubre con bóveda semiesférica sobre pechinas (Guillermo Vázquez Consuegra, Cien edificios de Sevilla: susceptibles de reutilización para usos institucionales. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1988).
En el número 49 de la calle Santa Clara nació en 1920 el poeta Rafael Montesinos, mientras que en el número 63 vivió entre 1923 y 1934 el celebérrimo bailarín Antonio. Ahora bien, la calle Santa Clara, tan larga, tan bella y tan sevillana, carece de salida, acaba justo ante la portada del venerable monasterio de San Clemente, que ocupa los números 91 y 92 de la calle. Este monasterio, de monjas cistercienses, debe su fundación a Alfonso X el Sabio, en cuya época se realiza su construcción, aunque ha sufrido un par de reformas muy amplias, una de ellas en el siglo XVI y la otra en el XVIII. Parte del convento se dedica en la actualidad a sala de exposiciones. Para entrar en la iglesia hay que pasar a la calle Reposo, rodeando por Yuste. Aquí se encuentra la entrada a un delicioso compás sembrado de naranjos, de damas de noche y de jazmines, con un atrio porticado del siglo XVII, reformado en tiempos de Carlos III. La iglesia tiene una sola nave, cuyo artesonado mudéjar es uno de los mejores de Sevilla. Lleva un alto y bellísimo zócalo de azulejos y sus muros se encuentran enteramente cubiertos de pinturas con adornos de roleos y vegetales y santos cistercienses, decoración que se extiende a la magnífica cúpula de media naranja sobre pechinas que cubre el presbiterio. Bajo esta cúpula se sitúa el soberbio retablo mayor que realizara Felipe de Riba entre 1639 y 1647. Consta de banco, dos cuerpos organizados en calles por suntuosas columnas corintias pareadas y un ático doble que se interna audazmente en la cúpula. La calle central acoge dos hornacinas; en una, la principal, situada en el cuerpo bajo y avenerada, preside el conjunto la imagen de San Clemente; en la otra, en el segundo cuerpo, está la Inmaculada. El Padre Eterno corona el conjunto. Bajo él aparece un Crucificado que tiene a sus pies al Espíritu Santo. Tanto el dorado del altar como las pinturas que aparecen en los muros del presbiterio, incluidos los cuatro grandes cuadros con escenas de la vida de San Clemente, fueron ejecutados por Lucas Valdés. Del mismo pintor es el mural que se encuentra sobre el muro del coro, con la escena de la Entrada de San Fernando en Sevilla, fechado en 1683. En el muro izquierdo del presbiterio, sin mayores lujos, se encuentra el sepulcro de Doña María de Portugal, esposa de Alfonso XI y madre de Pedro I. Muy buena es la Virgen de los Reyes que preside el altar a ella dedicado en el muro del evangelio. Se trata de una imagen de vestir de autor anónimo, datable en el siglo XIII, aunque el Niño que lleva en sus brazos es del siglo XVIII. Muy bueno es también el primer retablo del muro de la epístola, a contar desde el presbiterio. Su autor fue Francisco de Ocampo, quien lo dio por concluido en 1610. Tanto el San Juan Bautista que preside el conjunto como los relieves que en él aparecen son obra de Gaspar Núñez Delgado, mientras que las pinturas se deben a Francisco Pacheco (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Clemente I, papa y mártir;
Papa y mártir del siglo I (92-101).
De origen judío, habría sido convertido al cristianismo por san Pedro.
Sisinio, a cuya mujer había convertido, quiso perseguirlo pero fue castigado con la ceguera. Enfurecido, ordenó a sus esclavos que ataran a Clemente a quien acusaba de ser mago. Pero también éstos fueron cegados: amarraron una columna a la que tomaron por el santo y que intentaban desplazar en vano.
De origen judío, habría sido convertido al cristianismo por san Pedro.
Sisinio, a cuya mujer había convertido, quiso perseguirlo pero fue castigado con la ceguera. Enfurecido, ordenó a sus esclavos que ataran a Clemente a quien acusaba de ser mago. Pero también éstos fueron cegados: amarraron una columna a la que tomaron por el santo y que intentaban desplazar en vano.
El emperador Trajano lo desterró al Quersoneso (Crimea) donde fue condenado a partir piedras en una cantera. Para calmar la sed de sus compañeros que estaban muriéndose por la falta de agua, invocó al Cordero de Dios quien, rascando el suelo, hizo brotar una fuente de la roca.
Finalmente fue ahogado en el mar Negro con un ancla al cuello. Los ángeles le construyeron una magnífica tumba de mármol en el fondo del mar. Todos los años, el dia del aniversario de su martirio, las aguas se retiran para permitir a los cristianos llegar a pie seco hasta la capilla submarina. Sucedió una vez que cierta madre demasiado devota olvidó a su hijo alli, al año siguiente lo recuperó vivo cerca del altar.
Se trata del tipo de leyenda que se origina en un atributo. En su origen, el ancla simbolizaba su firmeza en la fe, su esperanza cristiana. Para explicar este atributo se imaginó que había sido arrojado al mar con un ancla en el cuello.
CULTO
En 867 los apóstoles de los eslavos, Cirilo y Metodio, transportaron sus reliquias desde Crimea hasta Roma, donde se le dedicó una basílica. Venecia le reservó una capilla en la catedral de San Marcos. La ciudad de Velletri lo adoptó como patrón y otro tanto hizo Pescara, en la costa del Adriático. En Francia, la iglesia de Arpajon (antiguamente Charres) está puesta bajo su advocación. También lo invocaban las madres nodrizas en Saint Lactansin (Indre), que se hacía derivar de lac in sinu, y en Saint Euphrone (Cüte d'Or). Inglaterra, país de marinos, puso bajo su advocación cuarenta y siete iglesias, entre ellas la de San Clemente de Terrington. Una iglesia de Londres, en el Strand, a orillas del Támesis, también está consagrada a él. El emblema de la parroquia es un ancla que los sacristanes llevan sobre los botones y que, paradójicamente, remata la veleta del campanario. Quizá sea el único caso en que se haya elegido el ancla, símbolo de estabilidad, para decorar una veleta que es la imagen de la movilidad por excelencia.
En Colonia, el obispo Cuniberto le dedicó una iglesia que más tarde adoptó el nombre de San Cuniberto. También era venerado en Schwarz Rheindorf, frente a Bonn.
Cirilo y Metodio difundieron su culto en los países eslavos. Era el patrón de los marmolistas, sobre todo en Sablé, Anjou, a causa de sus trabajos forzados en una cantera; y también de los barqueros y marineros a causa de su ancla. Curaba a los gotosos.
ICONOGRAFÍA
San Clemente, que está representado sin atributos en los mosaicos de San Apolinar il Nuovo de Rávena, en el arte de la Edad Media se reconoce no sólo por la tiara pontificia y la cruz de triple travesaño, sino por el ancla, instrumento supuesto de su martirio, en la que se apoya, o que lleva atada al cuello.
Las escenas más populares de su leyenda son el prodigio de la fuente que el cordero hace brotar en una cantera del Quersoneso, los milagros de la capilla funeraria construida por los ángeles en el fondo del mar Negro y el niño extraviado y recuperado por su madre en esa capilla acuática (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de San Clemente, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
Horario de apertura del Convento de San Clemente:
De Lunes a Sábados: de 10:00 a 12:45, y de 16:15 a 18:00
Horario Litúrgico del Convento de San Clemente:
De Lunes a Sábados: 07:45 (Laudes - Oración)
08:45 (Eucaristía - Tercia)
18:30 (Vísperas - Oración) (Jueves Exposición del Santísimo)
Domingos: 07:45 (Laudes)
10:00 (Eucaristía)
18:30 (Vísperas y Exposición del Santísimo)
Página web oficial del Convento de San Clemente: www.sanclementesevilla.es
El Convento de San Clemente, al detalle:
Iglesia
El Convento de San Clemente, al detalle:
Retablo de San José
Retablo de San Juan Evangelista
Retablo de la Virgen del Císter
Retablo de San Juan Bautista
Pinturas Murales
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