Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el banco de la provincia de Badajoz, en la Plaza de España, de Sevilla.
Hoy, 3 de junio, es el aniversario de la conquista de Badajoz (3 de junio de 1230), hecho histórico que se representa en el panel cerámico central del banco de la provincia de Badajoz en la plaza de España, así que hoy sea el mejor día para Explicarte el banco de la provincia de Badajoz en la Plaza de España, de Sevilla.
La Plaza de España [nº 62 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 31 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 1 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 11 al 21 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado - Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
La plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.
La estructura de cada banco provincial consiste en un panel frontal representando un acontecimiento histórico representativo de la provincia en cuestión, incluyendo por lo general escenas con los monumentos más representativos de la ciudad o provincia. Flanquean el conjunto anaqueles de cerámica vidriada, destinados originalmente a contener publicaciones y folletos de la provincia en cuestión. Rematando el banco aparece un medallón cerámico en relieve con su escudo. En el suelo se reproduce en azulejos el plano de la provincia y sus localidades más destacadas. Entre los arcos figuran los bustos en relieve de los personajes más importantes de la historia de España. La ejecución de la mayoría de los mismos corrió a cargo del escultor ceramista Pedro Navia Campos.
La Exposición Iberoamericana tuvo sus motivaciones políticas y propagandísticas, y éstas influyeron en algunos detalles. Respecto a las escenas históricas representadas en los bancos de las provincias, algunos de ellos fueron retirados precipitadamente en los meses previos a su inauguración por sus incorrecciones históricas o su inconveniencia política, ya que se consideró que no sintonizaban con la idea de unidad y paz que pretendía proyectar el recinto monumental.
En el banco de la provincia de Badajoz, situado entre los de las provincias de Ávila y de Baleares, y entre la Torre Norte, y la Puerta de Aragón, de la Plaza de España, la escena histórica representada en su panel central es la Conquista de Badajoz a los moros por Alfonso IX de León. Año 1230. En los ángulos superiores del panel cerámico, figuran a la izquierda la Puerta de Palmas, formando parte de la muralla de Badajoz y a la derecha la Alcazaba de Badajoz con la Torre de Espantaperros o Torre de la Atalaya, obra original, al igual que los bancos y librerías, fue realizado por Manuel Sánchez Rodríguez en 1926 (otras fuentes lo adjudican a Manuel Soto). A mediados del siglo XX fue sustituido el motivo central por otro de la fábrica Pedro Navia pintado por Pedro Salas López-Cepero. Una siguiente intervención estuvo a cargo del Grupo Cerámico Triana 71. En la restauración de 1992 fue borrada la firma de Pedro Salas. Aún más, pudimos ver en la zona central una firma tachada en la que se puede leer Sánchez Domínguez. Banco y Librerías de Estudio Cerámico, Manuel Soto, 1926. En 2004 la Escuela Taller Plaza de España restaura in situ el motivo completo. El motivo retirado fue restaurado por dicha Escuela y depositado en los almacenes del Patrimonio del Estado ubicado en los bajos del edificio de la Plaza de España.
Los azulejos retirados fueron restaurados por dicha Escuela y depositados en los almacenes del Patrimonio del Estado ubicado en los bajos del edificio de la Plaza de España, y en los extremos unos anaqueles, también cerámicos, donde se colocaron originalmente folletos de cada localidad. En la zona inferior encontramos otro panel cerámico con el mapa de la provincia y tres bancos en forma de "U" decorados con dibujos vegetales derivados de los típicos candelieri con angelotes centrados en algunos de ellos por cartelas con nombres de poblaciones de la provincia pacense, como Fuente de Cantos, Jerez de los Caballeros, Llerena, Mérida, y Zafra así como personajes históricos nacidos en la misma, como Beato Juan de Rivera, y Núñez de Balboa.
Sobre el balcón, encontramos una balaustrada centrada por el escudo, en forma de tondo, de la provincia, decorado con una especie de corona de laurel. En el arco que está sobre él, aparecen en sus enjutas los relieves con los bustos de Fernando III. El Santo, San Fernando (1201–1252). Rey de Castilla y de León, Conquistador de Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla, santo; y Ramón Llull, Raimundo Lulio (1232–1316) Escritor religioso, terciario franciscano, misionero, filósofo, teólogo y beato, como personajes de la historia de España (www.retabloceramico.net).
Conozcamos mejor el hecho histórico que aparece en el panel principal del banco de la provincia de Badajoz;
He titulado así este breve ensayo porque realmente son más dudas que certezas las que tenemos sobre las operaciones militares que culminaron con la conquista de Badajoz por Alfonso IX en la primavera de 1230. Y esto es así, entre otras cosas, porque los cronistas de aquel tiempo, los historiadores contemporáneos a los hechos narrados, no quisieron o no pudieron ofrecer información sobre el acontecimiento. Tres fueron los escritores cristianos que escribieron crónicas entre 1236 y 1248, Rodrigo Jiménez de Rada, Juan de Osma y Lucas de Tuy, autores de historias oficiales que relatan los hechos considerados trascendentales de su época y del pasado de los reinos en los que vivían, principal, pero no únicamente, León y Castilla, unificados desde que Fernando III, ya rey de Castilla, asumiera el reino de León del que hasta ese momento había sido titular su padre, Alfonso IX, entre 1188 y 1230. Fernando potencia con la unión de los reinos la preponderancia castellana sobre la leonesa, la primacía de Toledo sobre León, otorgando una mayor importancia a los valores castellanos en detrimento de los leoneses, unos principios castellanistas reflejados en las crónicas y un cantar de gesta elaborado durante su reinado como es el Poema de Fernán González.
Fernando no hacía sino continuar una política desarrollada por Alfonso VIII de Castilla durante la segunda mitad del siglo XII y los primeros años del XIII. Alfonso VIII no conoció un reino castellanoleonés unificado en una sola corona, su mandato estuvo marcado por rivalidades y enfrentamientos mantenidos con León, con su tío Fernando II y con su primo, y coyunturalmente yerno, Alfonso IX. Durante el largo reinado de Alfonso VIII (1163-1214) se sentaron los cimientos de la ideología castellanista que terminaría triunfando e imponiéndose sobre la leonesista, empleándose la Literatura y la Historia como instrumentos eficientes en esta empresa cultural, política, social, ideológica y mental. En los años de gobierno de Alfonso VIII se redactó la Crónica Najerense, que reinterpretaba a favor de Castilla una crónica antigua defensora de las esencias leonesistas, la Historia Silense, y que inaugura una práctica que tendrá éxito en historias posteriores, como es la de insertar en el discurso histórico cantares de gesta de tradición oral que recitaban los juglares en plazas, mercados, castillos y cortes. Composiciones que nos hablan de héroes castellanos y villanos leoneses, de Sancho II, rey de Castilla, asesinado en el cerco de Zamora por un traidor zamorano –leonés- llamado Bellido Dolfos, de un héroe castellano, Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, que encarna los valores de fidelidad y destreza caballeresca contra leoneses y, curiosamente, no frente a musulmanes. En ese tiempo circulaban versiones juglarescas de las hazañas del caballero de Vivar, que serían puestas por escrito en un poema que hoy conocemos como Cantar o Poema de Mío Cid, en el que los buenos son castellanos y los malos son leoneses. Parece que el entorno cortesano de Alfonso VIII bastante tuvo que ver en la versión escrita de lo que hoy consideramos obra fundacional de la literatura medieval “castellana”, y castellanista.
Es necesario tener en cuenta estos antecedentes para que podamos entender, en parte, por qué los logros conquistadores de Alfonso IX “de León” fueron silenciados, de manera intencionada o bajo presión ambiental, por los tres historiadores que mencionábamos más arriba: Lucas de Tuy, Juan de Osma y Rodrigo Jiménez de Rada. Son las suyas las crónicas cristianas más próximas temporalmente a las conquistas de Alfonso IX, y son las únicas que podrían habernos ofrecido cierta luz sobre las mismas, pues los cronistas musulmanes no nos aclaran nada. Valoremos en principio a Rodrigo Jiménez de Rada, que podríamos calificar como hombre del Renacimiento en la primera mitad del siglo XIII, arzobispo de Toledo, estimada por él como “ciudad regia”, constructor de la catedral de Toledo, autor intelectual y gran ideólogo de la cruzada que culminó con la victoria de Las Navas de Tolosa en 1212,“hombre de negocios”, señor feudal, intelectual y, lo que más nos interesa, autor de una Historia de España, la Historia de rebus Hispaniae o Historia de los hechos de España, verdadero armazón, en estructura y orientación ideológica, de lo que luego sería la Estoria de Espanna de Alfonso X, que desde entonces hasta no hace demasiado tiempo sería la historia oficial de España, la Historia de una España enraizada en la idea de Castilla y no tanto de León. Ni que decir tiene que, en general, lo leonés es negativo en la obra del arzobispo, al tiempo que todo lo castellano es sublimado y enaltecido, con una salvedad, la de Alfonso VI, conquistador de Toledo, la “ciudad regia”, unificador de reinos, modelo para otros reyes que debían regir los destinos de una Castilla y un León unificados.
Para Jiménez de Rada Alfonso IX es un rey que comete decisiones erróneas, por fiarse de lisonjeros y murmuradores, tópico literario empleado en la época para no atacar frontalmente a una figura vilipendiada. El arzobispo de Toledo escribe su crónica hacia 1248 por encargo de Fernando III, hijo de Alfonso IX y de Berenguela, hija de Alfonso VIII “el Noble”. Si muestra más reparo en utilizar adjetivos descalificativos es quizás por respeto a Berenguela, idolatrada en su relato, y no tanto por agradar a Fernando, hacia cuya figura no muestra demasiado aprecio. Pero, en la visión política de los acontecimientos que narra, Alfonso es un individuo pernicioso para los intereses de Castilla (de España), más preocupado en dañar a su primo y suegro con guerras que en hacer lo mismo contra los musulmanes. Es más, se alía con los musulmanes para atacar al rey castellano, pecado imperdonable en un tiempo de cruzada. “Finge” ayudar a su primo antes de Alarcos, y al enterarse de la derrota se alía con Sancho VII de Navarra y a los “árabes” para atacar Castilla, “destruyendo, robando y asolando” el territorio. En el extenso relato de la campaña de Las Navas el leonés brilla por su ausencia. No hay más desprecio que no hacer aprecio. Vuelve a ser mencionado bastante después, cuando da cuenta del conflicto que mantuvo con su hijo Fernando III por el trono de Castilla, cuando puso bastantes impedimentos al futuro rey “movido por la arrogancia” que uno de sus aliados “había inculcado en su corazón”. Únicamente en la vejez decide lanzarse por su cuenta contra los infieles y consigue algunos logros, nunca comparables a los alcanzados por su venerado Alfonso VIII. Resume sus hazañas en pocas, protocolarias y frías palabras: “Pero una vez llegado a la vejez, el rey de León consagró sus obras al Señor y lanzó la guerra contra los árabes, y les ganó Montánchez, Mérida, Badajoz, Alcántara y Cáceres. También repobló Salvaleón, Salvatierra y Sabugal y otros muchos lugares, con los que ensanchó las fronteras de su reino; también combatió con Abenhut, un hábil sarraceno que poco antes se había apoderado del trono de Andalucía tras ahuyentar a los almohades; pero, derrotado en la batalla, volvió grupas ante el rey Alfonso en las cercanías de Mérida y, conquistada Mérida, se rindió”.
Nada comparable a los elogios usados para celebrar la conquista de Cuenca por Alfonso VIII en 1177 y para glorificar la campaña, desarrollo y éxito alcanzado por el rey castellano en Las Navas de Tolosa, a cuyo relato dedica buena parte del libro VIII de su obra, y no un mero capítulo marginal como el reproducido. El siguiente historiador de la época que nos interesa es Juan de Soria o de Osma, canciller de Fernando III y que escribe hacia 1236 una crónica llamada Chronica regum Castellae o Crónica de los reyes de Castilla. Queda claro sobre qué realidad nacional pivota el relato de un individuo muy cercano a los círculos de poder castellano, a los de la corte de Alfonso VIII y, especialmente, a los de Fernando III. Los reyes de León vuelven a ser un tanto obviados en sus acciones conquistadoras de territorios musulmanes. Lleva incluso más lejos su inquina hacia Alfonso IX, a quien considera vasallo de Alfonso VIII, por haber sido armado caballero por él en Carrión en 1188, hecho entendido como humillante y deshonroso para el leonés y repetido con frecuencia para resaltar la subordinación de León hacia Castilla. Esa investidura caballeresca de Alfonso IX por Alfonso VIII, que simboliza la sumisión vasallática del leonés al castellano, será tema recurrente no solo en este autor, también en el relato de Jiménez de Rada y en los preámbulos de algunos documentos emanados directamente de la cancillería del rey castellano. Juan de Osma considera a Alfonso IX “arco de maldad”, “cruel enemigo” del “glorioso rey de Castilla”, cuya destrucción busca mediante una “coalición de impiedad” con los musulmanes, una alianza en armas que devasta el reino de Castilla cometiendo “muchas atrocidades” y la “deshonra de la religión cristiana”. Alfonso IX disfruta con la derrota que Alfonso VIII sufrió en Alarcos contra los almohades en 1195, “se congratulaba y se gozaba del infortunio acaecido a los castellanos”, dice textualmente el cronista. Alfonso VIII, por su parte es un rey “noble” y “glorioso”, alguien que no se quiebra ante la adversidad, firme creyente en Jesucristo, en quien encuentra fuerza para afrontar la “herética maldad” de sus enemigos.
Los logros militares y conquistadores de Alfonso IX son minimizados en el relato de Juan de Osma. Es para él un rey inconstante, que lo único que hace es poner obstáculos a la guerra santa que Alfonso VIII lanza insistentemente a los musulmanes, afirmando que “el rey de León ponía gran impedimento a aquel tan santo y tan laudable propósito”. Únicamente actúa el leonés contra los infieles si es ayudado con dinero y tropas por su primo el rey castellano, como en la toma de Alcántara, donde Alfonso VIII envió a Diego López de Haro con 600 caballeros. Una vez tomada y fortificada esa llave del Tajo marcharon hacia Mérida, donde permanecieron algunos días, posiblemente asediándola, hasta que Alfonso IX decidió volver con sus tropas a su reino, “enfrentándosele don Diego –López de Haro- y aconsejándole lo contrario”, es decir, que permaneciera allí. Hechos como este, reales o imaginados, llevan a Juan de Osma a poner el acento sobre esa “inconstancia y pusilanimidad del rey de León”, para destacar, por el contrario, el arrojo y la constancia de Alfonso VIII, que no contento con haber destruido a los almohades en las Navas de Tolosa no cesa en sus guerras contra los musulmanes, guiado por el “único y gran deseo de acabar su vida contra los sarracenos por la exaltación del nombre de Jesucristo”, por el “firmísimo propósito de acabar su vida en tierra de moros en tiempo de guerra”, y soportando en ello grandes penurias.
A partir de ahí Alfonso IX prácticamente desaparece del relato. El cronista canciller narra acontecimientos desarrollados en Castilla, en distintos puntos de Europa y del ámbito cruzado de Tierra Santa. Pasa a dar cuenta de las rebeliones nobiliarias a las que tuvieron que enfrentarse Berenguela y Fernando III, frente a unos magnates que son ahora los diabólicos enemigos –“satélites de Satanás”- de los representantes del trono castellano, madre e hijo. El rey de León vuelve a aparecer en el relato complicando la vida a la que había sido su esposa ya su propio hijo Fernando, movido por la “vanagloria” y la “soberbia”, mientras Fernando III es quien retoma el testigo del fallecido Alfonso VIII en la guerra santa contra los infieles tras resolver los problemas de su reino, “teniendo el firme e irrevocable propósito de destruir aquella gente maldita”, porque en él “había irrumpido el espíritu del Señor” y sus “hechos eran dirigidos por el Señor”.
Con esas impresiones no nos sorprende que el cronista se extienda en detallar el asedio y conquista de Capilla (1226) por su idolatrado Fernando III, de quien es, no lo olvidemos, cortesano, canciller y hombre de confianza. Es la primera conquista de Fernando y el cronista oficial carga las tintas laudatorias en su narración. Mientras, refiere de pasada, Alfonso IX asediaba Badajoz y el rey de Portugal (Sancho II) Elvas, pero tuvieron que desistir de aquellos intentos “frustradas sus esperanzas”. Se justifica Juan de no profundizar en la narración del intento del leonés por conquistar Badajoz y del portugués por hacer lo propio con Elvas –“no es de nosotros decirlo, ya que personas diversas opinan diversamente”-, pero afirma que “es común sentencia de todos”, o sea opinión generalizada, que “después de innumerables gastos y muertes de hombres, los sarracenos se glorían por la defensa de las villas y las retienen hoy”. O sea, que los esfuerzos del leonés no servían para nada, que tras perder hombres y recursos no conseguía absolutamente nada, y que abandonó aquella empresa “no queriendo tolerar el fuego del calor del verano”.
Esta interesada narración nos advierte de que es posible que esta parte del relato de la crónica fuera redactada antes de que se produjera la conquista de Badajoz en 1230, lo cual no deja de ser sorprendente, pues ofrece información detallada de acontecimientos posteriores como la conquista de Córdoba (1236), curiosamente, por su admirado Fernando III, o la propia muerte de Alfonso IX en 1230. ¿Distintas etapas de composición?, o, más bien ¿arbitrariedad de un cronista tendencioso nada dispuesto a conceder la más mínima gloria a Alfonso IX? Es por eso que empequeñece acciones bélicas y conquistadoras del leonés como la batalla de Alange y la toma de Mérida, ambas en 1230, o la conquista de Cáceres, en 1229. El micro relato de este último acontecimiento es de lo más llamativo, pues se condensa en una frase mínima, anotada como de pasada, en la narración de hechos ocurridos en aquel tiempo en al-Andalus y en otros puntos de la península Ibérica: “Por los mismos días el rey leonés tomó el castillo de Cáceres”, y punto.
Nada de los sucesivos intentos de Alfonso IX por conquistar esa ciudad desde 1218, algunos de los cuales se ejecutaron bajo el signo de la cruzada, es decir, como empresas estimuladas por el Papa con la bula de cruzada, o sea, como auténticas guerras santas como lo había sido, por ejemplo la batalla de Las Navas de Tolosa. Tras hablarnos de la conquista de Mallorca por Jaime el Conquistador con cierta profundidad, pasa a trazar unas breves notas sobre la toma de Mérida, considerada “una ciudad antiguamente famosa” que en aquel tiempo era “una pequeña villa” y que “se entregó al rey”. Destaca Juan de Soria las pocas fuerzas empleadas para el asedio, con lo que quita importancia a la acción, y lo mismo hace al referirse a la conquista del castillo de Montánchez por “algunos” caballeros de la orden de Santiago y “algunos otros pocos”.
Pasa a hablarnos de la batalla de Alange, contra tropas dirigidas por el caudillo Ibn Hud, quien acudió en socorro de los emeritenses, aunque nada de eso se nos diga, pues se antepone la rendición de Mérida al choque armado, y parece que sucedió al revés. El relato de la batalla es breve: “ambos ejércitos salieron al campo y por auxilio de nuestro Señor Jesucristo, aunque fuesen pocos los que estaban con el rey leonés con relación a la multitud de moros, los vencieron y mataron muchos de ellos; Aben Hut huyó y marchó confundido”. Debería entonces el Juan de Osma haber pasado a relatar la conquista de Badajoz, pero tal vez eso era demasiado para él, pues Badajoz había sido la capital de un reino floreciente, la ciudad almohade más importante en el occidente peninsular, la que daba sentido a todo aquel territorio islámico. Sin embargo Badajoz no está en el discurso histórico que nos propone Juan, que se limita a decir que los “habitantes de Elvas” “huyeron abandonando el castillo” cuando supieron que Ibn Hud había sido derrotado en Alange, y que “algunos hermanos portugueses” que habían participado en la batalla junto a Alfonso IX se la encontraron con las puertas abiertas, vacía, en su camino de regreso a Portugal y la ocuparon para su rey, quien al enterarse envió caballeros para retenerla: “y así aquella ciudad, famosa en aquellas tierras, fue tomada por la gracia del Salvador para el nombre cristiano”. Y Badajoz brilla por su ausencia.
La siguiente noticia que Juan de Osma ofrece sobre Alfonso IX es la de su muerte, tras dedicar bastantes líneas a la narración de acontecimientos ajenos a Castilla y León. Es la única ocasión en la que Juan dedica mínimos elogios a una figura continuamente denostada en su relato, al decir que “el rey de León don Alfonso, padre de nuestro rey” “murió con final feliz, según se cree, concluyendo su vida en celo de la justicia, persiguiendo viril y prudentemente a ladrones y otros malvados”. Ese carácter de rey justiciero y perseguidor de malhechores es resaltado por el último cronista contemporáneo que voy a glosar, Lucas de Tuy, el único historiador favorable a Alfonso IX en particular y a los reyes de León en general. Lucas de Tuy es leonesista, lo que para Jiménez de Rada y Juan de Soria es Castilla y Toledo para él es León reino y León ciudad. Pero Lucas, obispo de Tuy, escribe su Chronicon Mundi o Crónica del Mundo (1238), bajo la presión ambiental de una corte castellana regida por la reina Berenguela y su hijo Fernando III, quienes le encargan la obra historiográfica mencionada. De esa corte forman parte los dos otros autores castellanistas analizados más arriba, de hecho Jiménez de Rada se sirve de la obra de Lucas de Tuy para elaborar su propia Historia, suprimiendo, maquillando o amplificando lo que cree oportuno para alimentar esa dimensión castellanista que quiere dar a su relato.
Lucas de Tuy es un historiador maniatado y vigilado pero no precisamente ignorante, y aprovecha los estrechos márgenes de libertad de los que dispone para elogiar a sus venerados reyes leoneses y a su querida León, y, de paso, lanzar algún que otro mensaje subliminal contra Castilla y Alfonso VIII, elogiado en su visión general pero cuestionado con algún que otro dardo retórico. La imagen de Alfonso IX que proyecta Lucas es la de un rey que, como su padre, nunca había sido derrotado, y subrayar así su carácter invencible, algo de lo que no podía presumir -era consciente y así lo exponía el Tudense, no de manera directa, sino mediante una sutil comparación- su primo, por haber sido derrotado y deshonrado en Alarcos, considerado aquel hecho como una “deshonra”, entre otras cosas, porque no quiso esperar en Toledo el refuerzo del leonés, debido a su ímpetu y “animosidad”.
Llama la atención, así pues, que el Tudense afirmara que Alfonso IX “nunca fue vencido en batalla, sino que siempre resultó victorioso”, si tenemos en cuenta, por ejemplo, que Alfonso VIII de lo único invencible de lo que podía presumir era, a juicio del Tudense, de “su ánimo invencible”. Así pues, la encarnación de la victoria militar para el Tudense no es el rey castellano, sino los reyes de León, Fernando II y Alfonso IX de manera especial, de los que elabora imágenes que deben ser valoradas y contrastadas con las de Alfonso VIII, teniendo en cuenta, además, que en esa época los conocidos héroes épicos del Poema de Mío Cid, referencias caballerescas, se caracterizan por ser guerreros invictos, nunca derrotados, siempre vencedores en, significativamente, la batalla campal.
Dedica más espacio que sus contemporáneos a relatar las conquistas de Cáceres, Mérida y Badajoz, aunque tampoco demasiado, por estar controlado o porque su narración histórica es más sucinta, menos profunda, abarcando un amplio arco temporal que se extiende desde la antigüedad hispana hasta sus días, organizando los contenidos de manera similar a Jiménez de Rada. Aun así nos cuenta que Alfonso, junto con tropas de su hijo Fernando asedió Cáceres, “una fortísima fortaleza de los bárbaros, y la tomó”. Al año siguiente, prosigue poco más adelante, asedió la “ciudad” –y no “villa”- Mérida, y como era “fuerte y animoso” se enfrentó contra Ibn Hud cerca de Alange, cuando este acudía a socorrer a Mérida, y lo venció gracias a la ayuda de Dios, quien envió al “beato Santiago con una multitud de caballeros blancos”. Previamente, afirma Lucas, San Isidoro había aparecido en Zamora para vaticinar que Alfonso conquistaría Mérida y derrotaría a los sarracenos en una batalla campal, como así fue. En las figuraciones de Lucas San Isidoro aparece en otras ocasiones ayudando a reyes y campeones leoneses. Poco antes de esto había relatado muy brevemente que tras la toma de Mérida Alfonso “asedió Badajoz y tras pocos días la tomó”, que “abandonaron los sarracenos Elvas y otros muchos castillos”, “que poblaron los cristianos al encontrarlos vacíos”. Dispuesto para otras conquistas acudió a Galicia para rezar ante el apóstol Santiago, encontrando la muerte en Villanueva de Lemos (de Sarria), habiendo reinado “felizmente” durante cuarenta y dos años. El reinado de Alfonso X el Sabio (1252-1284) supone una auténtica revolución cultural, siendo una de las ramas más cultivadas la de la Historia. Se compone en ese tiempo, entre otras, la Estoria deEspanna, conocida también como Primera Crónica General, que consagra para la posteridad las visiones castellanistas de Jiménez de Rada, aunque emplee como fuente también la crónica de Lucas de Tuy. Se perpetua por tanto la imagen negativa de un Alfonso IX que únicamente en la vejez, al final de su vida, conquista territorios a los musulmanes, reduciendo sus hazañas a la mínima expresión, limitándose a decir sin demasiados cambios lo que previamente había escrito don Rodrigo. No será hasta finales del siglo XIII cuando encontremos otras noticias de Alfonso IX. Se las debemos a Juan Gil de Zamora, franciscano instructor del infante Sancho, futuro Sancho IV (1284-1295), intelectual culto, leonesista convencido y a quien debemos, entre otras muchas obras, una breve biografía del rey leonés que no sería publicada hasta 1888, por Fidel Fita. En ella se aprovechan las crónicas de Lucas de Tuy y de Jiménez de Rada y se añaden otras informaciones interesantes, que no nos aclaran nada sobre las conquistas de Cáceres, Mérida o Badajoz pero que nos presentan a un “valentísimo rey” actuando como un auténtico caballero en la batalla de Alange. Antes del choque, recrea Gil de Zamora, algunos consejeros de Alfonso le intentan disuadir de para evitar la batalla porque el rey pierde una de las espuelas.
Lejos de entenderlo como un mal agüero el leonés responde “cierto que el reyno debe entrar en batalla con espuelas, como los miedosos, y por esto cayó la espuela, para animarme a quitar también la otra”, se supone que para perseverar como valiente y no huir como cobarde. Curiosa figuración si tenemos en cuenta que el Cid Campeador, había sido retratado por la épica castellana dejando escapar a Bellido Dolfos, por no haber podido calzarse espuelas, después de que el leonés matara a Sancho II y se refugiara en Zamora, ciudad del alma de Juan Gil, en rápido galope. Relatos posteriores a los mencionados aquí no harán sino perpetuar las visiones de la Estoria de España. Las circunstancias de la conquista de Badajoz seguirán sin ser conocidas, en la oscuridad, durante siglos, posiblemente, entre otras cosas, por las razones aquí referidas. Sin embargo Alfonso IX sí apreció ese acontecimiento, pues en los últimos documentos que expidió su cancillería se intituló como “rey de León, de Galicia y de Badajoz”, pues eso era precisamente lo que había sido durante siglos, un reino, con una capital que había sido la ciudad más importante del área occidental de al-Andalus. Esos autores, por unas razones u otras, nos privaron del conocimiento de aquellos hechos. Lejos de nuestro ánimo juzgar a aquellos que vivieron y escribieron en un tiempo ya lejano, con sus propias circunstancias y particularidades. Lejos de nuestra intención criticar un modelo de trabajo historiográfico que, al fin y al cabo, no es tan antiguo como puede parecernos, pues, aunque suene a tópico, no todos los que escriben Historia lo hacen precisamente, aún en la actualidad, con “buenas” intenciones (David Porrinas González, Alfonso IX y la desconocida conquista de Badajoz en 1230).
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