Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el busto de Verdaguer, en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Valladolid, y de Vizcaya, de la Plaza de España, de Sevilla.
Hoy, 17 de mayo, es el aniversario del nacimiento (17 de mayo de 1845) de Jacinto Verdaguer, así que hoy es el mejor día para ExplicArte el busto de Verdaguer, escritor y sacerdote, máximo representante de la Renaixença literaria catalana; en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Valladolid, y de Vizcaya, de la Plaza de España, de Sevilla.
La Plaza de España [nº 62 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 31 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 1 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 11 al 21 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
La plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.
En las enjutas de los arcos que componen la gran arcada que circunda toda la plaza, dentro de unos tondos de profundo sabor renacentista italiano, modelados en alto relieve y esmaltados en blanco sobre fondo azul cobalto, aparecen los bustos de personajes de especial relevancia en la historia de España. Su ejecución original corrió a cargo de las Fábricas de Mensaque Rodríguez y Cía. y de Pedro Navia.
En orden cronológico, figuran tanto aquellos destacados en las ciencias, en las humanidades, en las artes o en las armas, como reyes o santos.
Son un total de cincuenta y dos, distribuidos en cuatro series de trece personajes, dispuestos entre los catorce arcos de cada tramo de la plaza.
Es sorprendente el repertorio de estos personajes ilustres que desde sus privilegiados balcones en la arcada, disfrutan del ancho espacio de la hermosa plaza. Simultáneamente, ellos son vistos por los paseantes como muestra de la gloria de España y como ejemplo a seguir (La Cerámica en la Plaza de España de Sevilla, 2014).
En este caso el personaje histórico representado es Jacinto Verdaguer, en un busto, cuyo referente es un retrato fotográfico muy conocido.
Conozcamos mejor la Biografía de Verdaguer, quien se encuentra representado en la enjuta entre los arcos de las provincias de Valladolid, y de Vizcaya, de la Plaza de España:
Jacint Verdaguer Santaló, (Folgarolas, Barcelona, 17 de mayo de 1845 – Vallvidrera, Barcelona, 10 de junio de 1902). Escritor y sacerdote, máximo representante de la Renaixença literaria catalana.
Nace en Folgarolas, un pequeño pueblo cercano a la ciudad de Vic, en el seno de una familia modesta pero relativamente ilustrada. Su padre era constructor de casas y labriego por cuenta ajena. Su madre pertenecía a una familia de carpinteros artesanos. Es el tercero de ocho hermanos, de los cuales cinco morirán siendo niños. Son primos suyos vicenses ilustres como el médico e historiador Joaquim Salarich Verdaguer y el abogado y político —fundador de la Lliga Regionalista catalana— Narcís Verdaguer Callís. Sus padres —su madre en especial— le inculcan sentimientos religiosos que le llevarán a ingresar, en 1855, recién terminados los estudios primarios en la escuela de su pueblo, en el Seminario de Vic, donde cursará la carrera eclesiástica. Hasta los diecisiete años vive con sus padres en Folgarolas, recorriendo a pie, dos veces cada día, los cinco kilómetros que separan a su pueblo natal de la capital de la comarca. En 1862, se instala en el manso denominado Can Tona, a medio camino de Vic y Folgarolas, donde ejerce de maestro de los niños de la casa, ayudando ocasionalmente en las labores del campo. Allí vive durante ocho largos años, hasta obtener su primer destino eclesiástico en 1871. En un ambiente que se puede calificar de idílico, el continuo contacto con la naturaleza infunde a su sensibilidad, ya muy marcada por sus orígenes campesinos, un fuerte sentimiento de vinculación con la tierra, y le suscita el interés por todo aquello que conforma la cultura rural.
Empieza pronto a componer versos, en catalán –— única lengua literaria en su intensa vida de escritor—, y en la línea de la poesía burlesca y satírica del barroco tardío, simultaneándolos con imitaciones de los autores castellanos del Siglo de Oro (en especial, fray Luis de León), modelos de la preceptiva poética que se impartía en las aulas del Seminario. En esta época (1860-1865) escribe y recoge de labios de los campesinos composiciones populares –—romances, coplas, canciones— cuyo interés mantendrá a lo largo de toda su vida. Por otra parte, se procura una vasta formación literaria con la lectura de los clásicos universales: Homero, Virgilio, Dante, Milton, Tasso... En este sentido, y fuera del Seminario, le fue de gran utilidad la Biblioteca Episcopal de Vic, creada a principios de siglo por un obispo ilustrado.
Escribe, sin llegar a publicarlas, decenas de poesías amatorias y sentimentales —al parecer se enamoró, sin ser correspondido, de una chica de su pueblo–—, y compone un extenso poema, escrito bajo el influjo de “Mirèio” de Mistral, titulado “Amors d’en Jordi i na Guideta”, que no publica dada su condición de seminarista.
De 1863 es su primer trabajo poético de una cierta ambición: el poema épico en dos cantos “Dos màrtirs de ma pàtria, o siga Llucià i Marcia”, dedicado a los dos patronos romanos de la ciudad de Vic. En esa obra, Verdaguer sigue, en esencia, la narración de la “Leyenda àurea” recogida por su primo Joaquim Salarich en su obra Vich, su historia, sus monumentos, sus hijos y sus glorias (1854). El martirio de los dos santos vicenses representa, para el poeta, la cristianización de la patria en el contexto del antiguo mundo romano. El localismo de la leyenda toma, así, una dimensión universal: la propagación del cristianismo sobre la romanidad. Formalmente imita a autores épicos castellanos del Siglo de Oro (Lope de Vega) y a catalanes de su tiempo: el Aribau de “La pàtria” (1833) y, sobre todo, el Rubió y Ors de Lo Roudor del Llobregat (1841). Y no hay que excluir la influencia ideológica del Chateaubriand de Les martyrs (1809), epopeya en prosa sobre los inicios del cristianismo. El poema se publica, en 1865, como folletín del semanario vicense Eco de la Montaña, poco después de ser premiado en los Juegos Florales de Barcelona. Es su primera obra importante, que le distingue y prestigia entre sus amigos y condiscípulos. La gloria le sonríe cuando acaba de cumplir los veinte años.
En poco tiempo se ha producido un cambio de orientación estética en los escritos del joven estudiante. Atento a los nuevos gustos imperantes entre los promotores de la Renaixença literaria catalana (Milà, Rubió, Aguiló...), se incorpora al Romanticismo, movimiento artístico consolidado en toda Europa desde principios de siglo y adoptado por los principales escritores catalanes del momento. El Romanticismo favorece el renacimiento de las letras catalanas y la normalización del catalán en usos cultos y literarios. Verdaguer abandona, pues, la orientación neoclásica y tardobarroca de sus primeros escritos, y sigue resueltamente las pautas del Romanticismo, que ya no abandonará.
En junio de 1867, convoca a sus amigos estudiantes cerca de Can Tona, junto a una fuente y bajo un sauce, e inaugura con un bello discurso romántico —que dará a la imprenta–— las esbartades, reuniones periódicas del “Esbart de Vic”, un grupo de jóvenes aficionados a las letras patrias. En 1868, abandona el proyecto, empezado dos años antes, de un poema épico centrado en la aventura atlántica de Cristóbal Colón, que intenta escribir en prosa, como había hecho Chateaubriand en Les martyrs. Ese mismo año presenta, sin éxito, a los Juegos Florales de Barcelona otro poema épico, en verso, titulado “L’Atlàntida enfonsada i l’Espanya naixent de ses ruïnes”.
En octubre de 1870, celebra su primera misa en la capilla de Sant Jordi, cerca de su pueblo natal, y un año después es destinado como vicario a Vinyoles d’Orís, otro pueblecito de su comarca, donde trabajará con ahínco para rehacer el fallido poema y convertirlo en la definitiva Atlántida. A ella dedicará todos sus esfuerzos durante los próximos años, y finalmente, en 1877, los verá recompensados con un premio extraordinario en los Juegos Florales de Barcelona y la edición del poema en el anuario de la institución. Inspirado por unos pasajes de Platón y de Juan Eusebio Nieremberg, el poeta combina sus propias experiencias a partir de sus recuerdos de adolescente —en 1863 vio cómo se inundaba la parte baja de la ciudad de Vic–— o de sus viajes a América —realizados en 1875 y 1876, para curar unas dolorosas cefalalgias— con la lectura de viejas crónicas peninsulares y de las grandes epopeyas clásicas (Homero, Virgilio) y renacentistas (Milton, Tasso, Camões), para refundir, en una unidad no siempre orgánica, elementos mitológicos y cristianos, y desarrollar, relacionándolos, tres temas principales: el hundimiento de la Atlántida, el nacimiento de España y el descubrimiento de América. El poema consta de diez cantos, enmarcados por una introducción y una conclusión de tema colombino, y contiene fragmentos líricos de una prodigiosa belleza junto a otros de gran fuerza descriptiva y riqueza de imaginación. La monumentalidad de la obra y el eco que obtiene —pronto se traduce a varias lenguas europeas— se han considerado un símbolo de la afirmación definitiva del catalán como lengua literaria moderna y de su reconocimiento en el ámbito de otras culturas.
Poco después entra, como capellán particular, al servicio del marqués de Comillas —Antonio López y López, industrial y financiero cántabro establecido en Barcelona—, quien costea la primera edición de L’Atlàntida, que lleva, acarada al texto catalán, una versión castellana del mismo realizada, bajo la supervisión del autor, por Melchor de Palau. En octubre del mismo año viaja a Roma, formando parte de una peregrinación española, y, en una visita al Vaticano, tiene una conversación privada con León XIII, Papa poeta, a quien promete enviar un ejemplar de L’Atlàntida. Fruto literario de este viaje son dos cartas a su amigo, el canónigo vicense Jaume Collell, quien las publica en su semanario catalanista La Veu del Montserrat, donde el poeta dará a conocer futuras relaciones viajeras y excursionistas.
Gracias al mecenazgo de su protector, puede dedicarse a escribir y preparar nuevos textos para la imprenta. En abril de 1879, publica el volumen poético Idil·lis i cants místics, con un prólogo de Milà i Fontanals. Para muchos lectores constituyen una sorpresa las delicadas composiciones líricas y religiosas del libro, muy alejadas de la grandiosidad, conceptual y métrica, de los cantos de L’Atlántida. El poeta expresa en ellas el amor “a lo divino”, tomando como modelo a los escritores místicos castellanos, en especial a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús.
En 1880, con motivo del milenario del hallazgo de la imagen de la Virgen de Montserrat, tiene un papel destacado como propagandista del monasterio y de la “Moreneta”, recién proclamada por León XIII patrona de Cataluña. Participa, con Sardà y Collell, en la campaña patriótico-religiosa del milenario, y publica dos pequeños volúmenes de poesías de tema montserratense: Cançons de Montserrat y Llegenda de Montserrat, que, años más tarde, y con algunos otros poemas, reunirá en un solo libro: Montserrat, 1898. En la Llegenda, trata la historia mítica de fray Garí, eremita de la santa montaña, convertido en bestia por un crimen nefando (el asesinato de la hija del conde Barcelona, a quien debía iniciar en la vida devota). Las Cançons, por su parte, reúnen composiciones que pronto son musicadas, como el conocido “Virolai” o la “Cançó de la Moreneta”. En 1881, preside los Juegos Florales de Barcelona, pronunciando un parlamento centrado en la figura histórica del Rey Jaime I de Cataluña-Aragón. Dos meses después, el valenciano Teodor Llorente le invita a formar parte de los Juegos Florales de Lo Rat Penat, y en la ciudad del Turia es recibido con gran cordialidad por los poetas y los miembros de dicha asociación.
En 1882, publica una Col·lecció de càntics religiosos per al poble, fruto de la producción religiosa propagandística de los últimos años. Lleva a la imprenta, también, bajo el título de Salteri franciscà, una serie de romances sueltos sobre la vida de San Francisco de Asís, que, junto a otras poesías franciscanas, formarán más adelante el libro Sant Francesc (1895). Y, sobre todo, da a conocer Lo somni de Sant Joan, un complejo poema teológico dedicado a la devoción del Sagrado Corazón de Jesús –—símbolo del amor divino—, promovida por Roma y difundida en Cataluña por los futuros obispos de Vic Morgades y Torras i Bages. Con la publicación de ese volumen, comprometido con el movimiento apologético del catolicismo de su tiempo, entra en un escenario religioso de alcance universal. En 1887, reelaborará y ampliará el poema, acompañándolo de una traducción castellana hecha por él mismo. En marzo de 1883, realiza un crucero por el Mediterráneo en compañía de Claudio López, hijo y heredero del primer marqués de Comillas, fallecido un par de meses antes. Visitan Tánger, Argel y la isla de Mallorca, y el poeta –—bajo la influencia de la moda orientalista y la pintura de Fortuny— toma notas coloristas de sus impresiones, que publicará como reportaje en La Veu del Montserrat y La Ilustració Catalana bajo el título de “Records de la costa d’Àfrica”. En mayo, el consistorio de los Juegos Florales de Barcelona le premia una extensa oda dedicada “A Barcelona”, de la que el ayuntamiento de la ciudad hace una edición de cien mil ejemplares. En esta composición vuelven a sonar la métrica y la grandiosidad de L’Atlàntida, aplicadas ahora a la historia de la capital de Cataluña. El poeta, instalado definitivamente en Barcelona, enaltece el momento de plenitud y expansión de la ciudad, y hace votos para que su futuro sea tan esplendoroso como lo fue su glorioso pasado.
Pasa el verano caminando por el Pirineo, en un extenso periplo de dos meses cruzando las comarcas del norte de Cataluña, pasando por Andorra, con ascensiones al Canigó y a la Pica d’Estats. El motivo fundamental de ese largo itinerario no es otro que la preparación de una nueva epopeya, el poema “Canigó”, que lleva in mente hace tres años. Al mismo tiempo, toma notas de sus impresiones excursionistas, como había hecho ya el verano anterior en ocasión de un recorrido de tres semanas por las comarcas leridanas y el Valle de Arán, con el objetivo de subir al pico de Aneto, cumplido el 22 de julio de 1882.
En mayo de 1884, con Eusebi Güell i Bacigalupi, cuñado del segundo marqués de Comillas, emprende un viaje de un mes al centro y al norte de Europa. Visitan Lyon, Ginebra, Maguncia, Colonia, Berlín, San Petersburgo y París, donde el poeta se entrevista con Mistral, Daudet y otros escritores provenzales, y mantiene contacto con los editores y traductores franceses de L’Atlàntida. Al mismo tiempo, toma notas para un relato de sus impresiones europeas que publicará poco después, con el título de “A vol d’aucell”, en La Veu del Montserrat y La Ilustració Catalana. Durante el verano se hospeda, durante un mes y medio, en el santuario ampurdanés de la Virgen del Mont, donde aprovecha para trabajar en su poema “Canigó”. Escribe también poesías y prosas de gran valor descriptivo.
El año siguiente publica Caritat, un volumen misceláneo de poesías, y saca a la luz, también, la traducción catalana de Nerto, el tercer poema largo de su mentor Frederic Mistral.
En las Navidades de 1885 (pero con fecha de 1886) publica Canigó, que lleva el subtítulo de Llegenda pirenaica del temps de la Reconquista. Elaborado durante los últimos cinco años, se trata de otro poema épico con el que pretende contrarrestar la supuesta españolidad de su primera epopeya, L’Atlàntida. A diferencia de ésta, Canigó, por el tema, la forma y el uso de la lengua, deviene enseguida su mejor obra poética. “Leyenda” de filiación romántica, dedicada “a los catalanes de Francia”, Canigó canta el origen de una Cataluña centrada —que no limitada— por el Pirineo. Los elementos paganos —de un lado los invasores y de otro las hadas–— se contraponen a las fuerzas cristianas y crean una tensión dramática en cuyo centro se encuentra Gentil, el joven protagonista. Éste es, sobre todo, un soñador, y eso permite al poeta reducir las partes narrativas y acentuar los momentos líricos y descriptivos. Con la publicación de Canigó, Verdaguer ve repetidas las muestras de reconocimiento y afecto de críticos y lectores. Pronto recibe toda suerte de elogios, entre los cuales los de Menéndez y Pelayo que, en carta particular, le expresa su felicitación por una obra “más interesante que la Atlántida” y más armónica en su factura, reiterándole que le considera “el poeta de mayores dotes nativos de cuantos hoy viven en tierra de España”. Esa plenitud literaria y nacional del poeta tiene su punto culminante, el 21 de marzo de 1886, durante los actos de inicio de la restauración del monasterio de Ripoll, en la coronación simbólica, por el obispo Morgades, “en nombre de Cataluña”.
En abril del mismo año, viaja a Palestina y Egipto, dando cumplimiento a un sueño largamente acariciado: desde pequeño ha deseado emprender ese viaje, cuyo resultado literario será un libro de impresiones en la línea del Itinéraire de Paris à Jerusalem de Chateaubriand, y del Voyage en Orient de Lamartine o Nerval, bien conocidos por el poeta. Collell, primer editor de esas impresiones en La Veu del Montserrat, las titula Dietari d’un pelegrí a Terra Santa, aunque el autor se referirá a ellas siempre como “mon Itinerari”. En 1887 publica Excursions i viatges, su primer libro en prosa, que constituye el primer libro de viajes en catalán contemporáneo. En él recoge cinco textos aparecidos antes en las dos citadas publicaciones periódicas catalanas: “Excursió a l’Alt Pallars”, “L’aplec de Montgarre”, “Records de la costa d’Àfrica”, “A vol d’aucell” y “L’ermita del Mont”. En ellos pueden advertirse ecos de Víctor Hugo, Alexandre Dumas, Hippolyte Taine y otros escritores franceses muy leídos por Verdaguer.
En 1888 —año de la Exposición Universal de Barcelona— publica Pàtria, un volumen poético misceláneo, de cuarenta y seis composiciones, que el autor considera unitario, habida cuenta de su propia concepción de “patria” o su particular idea de “poesía patriótica”. El libro, prologado por su amigo Collell, constituye una especie de autoantología, con temas, registros y formas característicos de toda su producción, de la que viene a ser una síntesis y un balance. En enero de 1889, publica el Dietari... con las impresiones de su anterior viaje a Egipto y Palestina. El “itinerario” de Verdaguer a los Santos Lugares constituye un hito en la prosa catalana del siglo XIX y es una aportación de primer orden a la literatura de viajes contemporánea. El viaje a Tierra Santa le produce una honda transformación espiritual que tendrá graves repercusiones en su futura vida de sacerdote y escritor. Incrementa su dedicación pastoral, intensifica la oración, el ayuno y la confesión, al tiempo que empieza a ejercer realmente su cargo —hasta entonces nominal— de limosnero del marqués de Comillas. Verdaguer está convencido de que sólo la caridad puede frenar las desigualdades sociales en una Barcelona convulsa y en creciente expansión. El anarquismo y el socialismo son las ideologías políticas que, con trastorno revolucionario —Barcelona será conocida como “la ciudad de las bombas”—, propugnan un cambio radical en las relaciones entre empresarios y trabajadores.
Como capellán de los marqueses, se encuentra incómodo en su situación de privilegio. Ha vivido diez años en un suntuoso palacio, sin problemas materiales, y dedicado a la escritura. Diez años de gloria literaria y prestigio social, de honores y distinciones, que le han consolidado como escritor áulico de la familia más distinguida de España. De repente, cumplidas todas sus ambiciones, se halla descontento de sí mismo, como sacerdote que ha cedido a los halagos de la fama y que ha hecho una brillante carrera de escritor. El desasosiego le corroe y se entrega de lleno a la oración y al apostolado, a la confesión y a la caridad. No tiene un no para nadie; los pedigüeños profesionales se aprovechan de su buena fe y pronto el marqués empieza a preocuparse por la actuación de su limosnero.
En 1890 entra en contacto con un grupo de visionarios que le convencen de la necesidad de luchar contra el maligno. Asiste a las reuniones del grupo en una “casa de Oración” —un piso en la calle de Mirallers—, donde anota los relatos de los videntes y presencia exorcismos, que llegará a practicar en su habitación del palacio de los marqueses. El obispo de Barcelona le prohíbe terminantemente la práctica de estos rituales, y Verdaguer los abandona, pero sigue vinculado al grupo de visionarios y, en especial, a la familia Durán-Martínez —una viuda, su hijo y dos hijas, una de ellas vidente—, que no dejará jamás. La vinculación con esa familia, con la que vivirá hasta su muerte, es motivo de escándalo público y pronto será causa de graves problemas para el sacerdote.
En 1892, compra una finca —los “Penitents”, en Vallcarca— para restaurar una capilla y celebrar reuniones vinculadas a las de la “casa de Oración”. Obtiene su propiedad, en subasta pública, a costa de un endeudamiento personal que le llevará a la desesperación y la miseria. A principios de 1893, el marqués decide prescindir de los servicios de su capellán y acuerda con el obispo de Vic —de quien Verdaguer depende canónicamente— su salida del palacio. Luego de acogerlo unos días en su palacio episcopal, Morgades le propone pasar una temporada en el santuario mariano de La Gleva, cerca de Vic, para rehacer su salud, deteriorada —según el prelado— por su excesiva dedicación sacerdotal. Permanece en el santuario dos largos años, trabajando intensamente “lejos de bibliotecas, de mis editores, de mis libros e incluso de mis propios manuscritos”. Culmina la publicación de Jesús infant, una trilogía poética —motivada por su viaje a Tierra Santa y la devoción a la Sagrada Familia— integrada por los libros Nazaret (1890), Betlem (1891) y La fugida a Egipte (1893). Publica además Roser de tot l’any (1894), un “dietario de pensamientos religiosos” aparecidos semanalmente en el periódico La Veu de Catalunya, un volumen de cánticos devotos, Veus del Bon Pastor (1894), e incluso reedita el Dietari... (1894).
Durante los últimos meses, contraviniendo las órdenes de su obispo, viaja con frecuencia a Barcelona, donde se relaciona con la familia Durán y con algunos de los miembros del grupo de la “casa de Oración”. Se difunden calumnias sobre su persona, corren rumores sobre su posible locura, y Morgades, hasta entonces comprensivo, toma una decisión que, vistas las futuras consecuencias, hay que considerar desacertada: manda a Verdaguer un título de admisión en el asilo de sacerdotes de Vic, donde se recluye a los clérigos de la diócesis con deficiencias físicas o psíquicas. El poeta interpreta la propuesta de su obispo como una certificación de su desequilibrio mental y reacciona con violencia ante el conato de internamiento en lo que considera un manicomio para eclesiásticos.
En mayo de 1895 abandona el santuario y se instala, en Barcelona, en el domicilio de la viuda Durán, en un piso de la calle Portaferrissa. Morgades le amonesta repetidamente, y ante la inutilidad de sus advertencias, nombra un tribunal eclesiástico que le abre un expediente disciplinario y le cita a declarar, sin que Verdaguer se dé por enterado. El obispo comete otra imprudencia de resultados catastróficos: pide al gobernador civil de Barcelona que intervenga en el conflicto canónico con su subordinado. El 14 de junio un delegado gubernativo se persona en el domicilio de la viuda con una orden de detención para Verdaguer, que se niega a abandonar la familia que le ha acogido. Al día siguiente, escribe una carta a su obispo quejándose de un procedimiento tan expeditivo y desproporcionado. El obispo le responde de inmediato, recordándole que le debe obediencia como sacerdote de su diócesis. Viéndose perseguido, manda una carta al director de El Noticiero Universal en la que expresa ante la opinión pública su situación personal. El escándalo es mayúsculo. El 23 de julio se le notifica su suspensión a divinis, disposición canónica que conlleva la prohibición de celebrar misa y cualquier otra actividad sacerdotal. El 6 de agosto publica en el periódico La Publicidad el primero de una serie de artículos “en defensa propia”, que retomará, dos años después, con la publicación de una segunda serie, más extensa. En octubre, sale a la luz un nuevo libro suyo: el poema Sant Francesc, y por Navidad (pero fechado en 1896) publica Flors del Calvari, un volumen de poesías lacerantes, compuestas en su mayor parte durante los dos últimos años, correlato poético de la prosa sangrante de los primeros artículos periodísticos, recogidos el mismo año en un opúsculo, bilingüe, titulado Mosén Jacinto Verdaguer en defensa propia.
En 1896 y 1897 se agravan sus penurias económicas y aumenta el rechazo social de la gente bienpensante. Concurre, sin posibilidades de éxito, a los Juegos Florales de Barcelona con “La Pomerola”, un long poem al estilo de los modernistas y prerrafaelitas, inédito hasta hace poco. Es objeto, a la vez, de un homenaje público en un teatro barcelonés, donde recibe una prolongada ovación de los asistentes. La opinión pública se divide en dos bandos antagónicos: conservadores y liberales toman partido, desde sus respectivos órganos periodísticos, ante el “caso Verdaguer”, que ha sido justamente comparado al affaire Dreyfus en la Francia de aquellos mismos años.
Fallecida la viuda Durán, pasa unos meses en la capital de España, donde, por mediación de los padres agustinos de El Escorial, y con la intervención del obispo de Madrid, acepta retractarse de su actitud ante Morgades. La retractación se hace efectiva el día 6 de enero de 1898. Al cabo de un mes, su obispo le devuelve las licencias sacerdotales, cerrándose así una tempestuosa etapa en la vida del poeta, decisiva en su carrera de escritor y de enorme repercusión dentro y fuera de Cataluña.
En 1899 publica Santa Eulària, último intento de poema narrativo —al modo de su inicial Dos màrtirs de ma pàtria— sobre la primera patrona de Barcelona. Dirige revistas literarias, donde publica poesías y algunos artículos, y en 1901 recoge en el volumen Aires del Montseny composiciones poéticas de varias épocas, algunas de las cuales evocan los escenarios de su infancia. En enero de 1902, pronuncia el discurso de admisión en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona —una necrológica literaria de Joaquim Rubió i Ors— y en mayo corrige las pruebas de su último libro, Flors de Maria, al tiempo que sucumbe a la tuberculosis. Los médicos le aconsejan salir de Barcelona, y el alcalde del vecino pueblo de Sarriá pone a su disposición Vil·la Joana, una finca de su propiedad entre los bosques de Vallvidrera. Allí muere el 10 de junio de 1902, acompañado de una de las hermanas Durán, a quienes lega, en un segundo testamento redactado in articulo mortis, los derechos sobre la propiedad de sus obras. Dos días después, su cuerpo es trasladado al Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona, donde recibe el adiós compungido de una multitud de ciudadanos. El día 13 es enterrado en el cementerio de Montjuic, en medio de la manifestación de duelo más impresionante de la historia de Cataluña (Narcís Garolera, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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