Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Barrio La Palmilla-Doctor Marañón, de Sevilla, dando un paseo por él.
Hoy, 19 de mayo, es el aniversario del nacimiento (19 de mayo de 1887) de Gregorio Marañón y Posadillo, personaje que da nombre al Barrio La Palmilla-Doctor Marañón, así que hoy es el mejor día para ExplicArte el Barrio La Palmilla-Doctor Marañón, de Sevilla, dando un paseo por él.
El Barrio La Palmilla-Doctor Marañón es, en el Callejero Sevillano, un barrio que se encuentra en el Distrito Macarena, delimitado por las vías avda. Sánchez Pizjuán, c/ Doctor Muñoz Peralta, c/ Doctor Domínguez Rodiño, avda. Doctor Fedriani, y c/ Doctor Marañón.
El Barrio La Palmilla-Doctor Marañón lo componen las vías siguientes: c/ Doctor Cerví, c/ Doctor Domínguez Rodiño, avda. Doctor Fedriani, c/ Doctor Marañón, c/ Doctor Muñoz Peralta, c/ Doctor Royo, c/ Doctor Seras, c Doctores González Meneses, barriada La Palmilla, y avda. Sánchez Pizjuán.
El Barrio, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, siendo el conjunto de vías urbanas con características homogéneas, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos.
Fue trazada a principios de la década de 1960, por la Constructora Bargar,S.A., sobre la Huerta de la Colesita, conocida ya con este nombre en el plano del infante don Carlos (1827). Tiene una planta sensiblemente cuadrangular y es posible distinguir dos espacios abiertos, uno en torno a Doctor Cerví, utilizado como aparcamiento, y otro terrizo, entre Doctor Muñoz Peralta y Doctor Domínguez Rodiño; el resto son manzanas de edificios alargados que, salvo en Doctor Muñoz Peralta, se disponen en paralelo, creando calles peatonales. Estas son terrizas o están mal pavimentadas, a base de cemento y guijarros. El sistema de desagüe de las calles es muy rudimentario, pudiéndose apreciar aún canalillos centrales. El acerado es muy deficiente. La iluminación procede de farolas tipo báculo. El arbolado y la jardinería son escasos, siendo de destacar un magnífico ejemplar de pino recubierto de hiedra, situado junto al monumento al doctor Marañón, en la confluencia de las avenidas Sánchez Pizjuán y Doctor Marañón. Los bloques son mayoritariamente de cinco plantas, aunque también los hay de diez. La línea de edificación es recta, salvo en las manzanas situadas en las proximidades de las avenidas, que son ligeramente quebradas. De uso fundamentalmente residencial, en torno a Doctor Cerví, punto central de la barriada, hay unos locales comerciales, dotados de porche. Es frecuente ver transitar por sus calles a los estudiantes y empleados del cercano Hospital Universitario Virgen de la Macarena [Francisco Salgado Jiménez, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor la Biografía del Doctor Marañón, a quien está dedicado parte de este Barrio de la ciudad;
Gregorio Marañón y Posadillo, (Madrid, 19 de mayo de 1887 – 27 de marzo de 1960). Médico, científico, historiador, humanista y académico.
Nacido en el seno de una familia burguesa e ilustrada, su padre, Manuel Marañón y Gómez Acebo, oriundo de Santander, conocido abogado en el Madrid de la Restauración, consejero del Banco de España, diputado por Madrid y miembro de la Real Academia de Jurisprudencia, fue coautor, junto a León Medina, de una serie de famosos compendios de legislación. Su madre, Carmen Posadillo Vernacci, natural de Cádiz, de familia de origen cántabro, falleció tres años después del nacimiento de Gregorio. Fue el cuarto de siete hermanos —uno de ellos, gemelo suyo, murió al nacer—. Durante su infancia y juventud trató a relevantes amigos de su padre que influyeron en su trayectoria vital. Entre ellos, destacan José María de Pereda, Marcelino Menéndez Pelayo —que le acompañó en su examen de ingreso escolar— y Benito Pérez Galdós, de cuya mano conoció la ciudad de Toledo, que fue tan importante en su vida.
En el curso 1902-1903, inició sus estudios de Medicina en la Facultad madrileña de San Carlos. Fueron sus maestros Ramón y Cajal, San Martín, Alonso Sañudo, Madinaveitia y Olóriz. Antes de finalizar sus estudios, comenzó a publicar sus primeros artículos clínicos y experimentales en la Revista Clínica de Madrid.
En 1909, obtuvo el Premio Martínez Molina, otorgado por la Real Academia de Medicina, que no se concedía desde 1904, cuando fue otorgado a Ramón y Cajal y que conllevaba el nombramiento de académico correspondiente. El jurado quedó desconcertado al comprobar que el autor del trabajo premiado, Investigaciones anatómicas sobre el aparato paratiroideo del hombre, aún no había finalizado su carrera de Medicina. En 1910, obtuvo el Premio Extraordinario de licenciatura. Viajó a Alemania pensionado por el Ministerio de Instrucción Pública, donde trabajó con Paul Ehrlich —asistiendo a la terminación de sus estudios sobre el compuesto 606, conocido con el nombre de salvarsán—, y con el profesor Embden, familiarizándose con las líneas de investigación médica más avanzadas del momento. A su regreso, publicó La quemoterapia moderna según Ehrlich. Tratamiento de la sífilis por el 606 y sus primeros trabajos sobre la enfermedad de Addison. En 1911, elaboró su tesis doctoral, La sangre en los estados tiroideos, obteniendo el Premio Extraordinario de doctorado. Ganó, por oposición —con el número 1—, una plaza de médico de la Beneficencia Provincial, solicitando como destino el Servicio de enfermedades infecciosas del Hospital General de Madrid. Allí realizó una ingente labor clínica y científica, atendiendo con enorme generosidad a sus pacientes, a los que con frecuencia ayudaba materialmente, y mejorando también por su cuenta el equipamiento de su Servicio. En julio de ese mismo año contrajo matrimonio con Dolores Moya Gastón de Iriarte, hija de Miguel Moya, uno de los periodistas más influyentes de su tiempo, director de El Liberal, fundador y primer presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, senador y académico de la Real Academia de Jurisprudencia. Por línea materna, Lola Moya era nieta del almirante Gastón de Iriarte, capitán general de Filipinas. Su mujer, que siempre colaboró amorosamente con él, fue determinante en su vida y obra. Fruto de este matrimonio nacieron cuatro hijos, un varón y tres mujeres.
Sus trabajos científicos y experimentales se centraron en la lucha contra las enfermedades infecciosas y la endocrinología, de la que fue pionero en España.
Sus tratados médicos y humanísticos alcanzaron sucesivas ediciones y fueron traducidos a numerosos idiomas. Al tiempo que publicó La doctrina de las secreciones internas. Su significación biológica y sus aplicaciones a la Patología (1915), apareció el primero de sus prólogos. Con Teófilo Hernando inició una larga y fecunda colaboración al codirigir el Manual de Medicina Interna (1916), primer tratado de su especie elaborado por autores españoles. En 1918, viajó a Francia comisionado por el Gobierno español —junto a los doctores Pittaluga y Ruiz Falcó—, para estudiar la etiología de la epidemia gripal que asolaba España y elaborar propuestas para combatirla, entablando amistad con científicos europeos como Fleming, Babinski y Cushing. Por entonces, publicó La edad crítica (1919), que sufrió diversas revisiones hasta la definitiva Climaterio de la mujer y del hombre (1937), y La diabetes insípida. Nuevas orientaciones sobre su patogenia y tratamiento (1920). Sus investigaciones sobre la adrenalina, resultaron fundamentales para sus innovadores trabajos sobre la emoción. Así, publicó varios artículos, entre otros “La emoción” (1920) y “Contribución al estudio de la acción emotiva de la adrenalina” (1922), que, en su traducción francesa, se convirtió en el trabajo más citado de la literatura científica marañoniana. Al cabo de diez años de ejercicio profesional, gozaba de un amplio prestigio internacional como consecuencia de algunas de sus aportaciones a la ciencia clínica, como su descripción del síndrome pluriglandular, sus trabajos sobre insuficiencia suprarrenal, fisiopatología tiroidea, hipofisaria e hipotalámica, su concepto de edad crítica, sus aportaciones acerca de la emoción y los estados prediabéticos, el síndrome A-B-D, entre otras. Los tratados de endocrinología conocen como “signos de Marañón”, la mano hipogenital (1918) y la mancha roja tiroidea (1922).
Desde 1917, amplió el campo de sus inquietudes comenzando a publicar artículos sobre cuestiones sociales y políticas —sin dejar de lado su quehacer médico e investigador—. Junto a amigos, artistas e intelectuales, de su generación, realizó largos viajes por España. Por entonces fue retratado por Sorolla y Zuloaga y, más tarde, por Benlliure, Barral, Solana, Benedito, Macho y Vázquez Díaz. A su consulta en el Hospital, añadió el ejercicio de la medicina privada, contando entre sus pacientes a algunas de las personalidades nacionales y extranjeras más relevantes de su tiempo. Era ya por entonces una de las figuras más admiradas y conocidas de todo el país. En 1919, fue nombrado consejero de Sanidad y, en 1920, de Instrucción Pública —en sendos Gobiernos liberales—.
Ese mismo año viajó a Alemania para visitar hospitales y preparar las directrices del futuro Hospital del Rey. Por entonces, fallecieron tres personas que habían sido decisivas en su juventud, su padre, Miguel Moya y Benito Pérez Galdós. En 1921, adquirió y restauró el “Cigarral de Menores”, lugar de enorme trascendencia en su vida, en donde escribió una parte sustancial de su obra. En su casa toledana reunió a muchas de las personalidades españolas y extranjeras que configuraron la historia de su tiempo.
El 12 de marzo de 1922, a los treinta y cinco años, ingresó como académico de número en la Real Academia de Medicina. Su discurso versó sobre el Estado actual de la doctrina de las secreciones internas. En el verano de ese mismo año, protagonizó el famoso viaje a Las Hurdes junto a Alfonso XIII. Aquella expedición a una de las zonas de mayor marginalidad de España permitió poner en marcha acciones terapéuticas que paliaron el hipotiroidismo congénito y endémico de su población. Este viaje marcó un hito fundamental en la vida del doctor Marañón, plasmando su compromiso, como intelectual y como español, con el devenir de su país.
Dentro de las corrientes culturales e intelectuales de la España contemporánea, fue miembro destacado de la conocida como Generación del 14. Su biografía intelectual estuvo marcada por la defensa de los principios liberales —respeto y tolerancia hacia las ideas de los demás, la comprensión como pauta de actuación, la defensa de la libertad como valor humano esencial...—. En ese contexto, la interrupción del sistema político de la Restauración por la dictadura de Miguel Primo de Rivera, en septiembre de 1923, determinó su implicación en la vida política española.
Entonces, desde diferentes ámbitos científicos y culturales —como, por ejemplo, desde la presidencia del Ateneo de Madrid—, enarboló la bandera del liberalismo.
Su proximidad intelectual y personal con Miguel de Unamuno hizo que el cese de éste en sus cargos universitarios y su destierro ahondasen el enfrentamiento de Marañón con la dictadura. En 1925, su desacuerdo con la política sanitaria de Martínez-Anido tuvo como consecuencia su destitución como director del Hospital del Rey. En 1926 se produjo la conspiración cívico-militar conocida como “La Sanjuanada”. Aunque no participó en ella, le fue impuesta una multa de 100.000 pesetas y sufrió prisión en la Modelo de Madrid durante un mes, período durante el cual tradujo la obra del inglés Friedrich Hardman, sobre el conocido héroe de la Guerra de la Independencia, El Empecinado.
Entre tanto, Marañón publicó a finales de la década de 1920 una serie de trabajos científicos que obtuvieron un notable éxito. Sus Tres Ensayos sobre la vida sexual (1926) provocaron una auténtica convulsión social en la España de la época. En este trabajo, Marañón se ocupaba, entre otras cosas, de los conceptos de “diferenciación sexual” e “intersexualidad”, que estaban en el fundamento de su idea de la sexualidad y que dieron origen, por ejemplo, a su famosa teoría del “donjuanismo” —que desmitificaba éste como arquetipo de virilidad—. En Gordos y flacos (1926), Marañón se fijó en el tratamiento endocrino de la obesidad, y en la relación entre peso —constitución morfológica— y psicología. En Amor, conveniencia y eugenesia (1929), desarrolló una teoría acerca de la constitución familiar y los deberes que los seres humanos tenían para con la sociedad en función de su edad y sexo —prestando especial atención a la juventud y su protagonismo en las sociedades de entonces, cuando las masas irrumpieron en la escena pública—.
En su prólogo criticaba con extrema dureza a la dictadura de Primo de Rivera, al tiempo que, en el que escribió al libro de Marcelino Domingo, ¿A dónde va España?, mostraba su ostensible aproximación al socialismo.
En enero de 1930, al terminar la dictadura primorriverista, Marañón era uno de los principales referentes intelectuales del momento. Hombre respetado por la inmensa mayoría de los protagonistas de aquella hora, se convirtió en adalid del movimiento republicano.
Con la crisis de la Monarquía, fundó e impulsó, junto a José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala, la Agrupación al Servicio de la República, plataforma que auspició la llegada del régimen republicano de 1931. En esta coyuntura es conocida la decisiva reunión que se celebró en su despacho el 14 de abril en la que el conde de Romanones y Niceto Alcalá- Zamora pactaron la transición de la Monarquía a la República y la salida de Alfonso XIII de España. La ascendencia social y política de Marañón hizo que figurase entre los candidatos a la presidencia de la Segunda República. En la política republicana tuvo un papel destacado. Elegido diputado para las Cortes Constituyentes que elaboraron la Constitución promulgada en diciembre de 1931, en diversas ocasiones renunció a ofrecimientos para formar Gobierno o ser ministro. La paulatina radicalización e intransigencia de la vida política española, le llevó a alejarse del primer plano político renunciando a su escaño en mayo de 1933.
En el verano de 1931, Marañón fue nombrado catedrático de Endocrinología —era la primera vez que se dotaba a esa disciplina de entidad propia en la Universidad española—. En el Instituto de Patología Médica desarrolló una intensa labor científica, formando colaboradores y dirigiendo diferentes investigaciones.
La relevancia científica y cultural que Marañón había atesorado en estos años tuvo otros reconocimientos importantes, como su nombramiento de doctor honoris causa por la Universidad de La Sorbona (1932) y su elección como numerario de las Academias Española (1933), de la Historia (1934) y de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1934) —en las que ingresó en 1934, 1936 y 1947 respectivamente—.
En esos años publicó sus primeros ensayos históricos fijándose, especialmente, en el género biográfico, siendo pionero de lo que se ha denominado “psicohistoria”.
Así, en obras como Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo (1930), Amiel. Un estudio sobre la timidez (1932), Las ideas biológicas del padre Feijoo (1934), El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar (1936) o Tiberio. Historia de un resentimiento (1939), analizaba aspectos del comportamiento humano como la timidez, la pasión de mandar, la impotencia o el resentimiento. Su narrativa se caracterizó por una excelente prosa que introduce al lector en el universo de cada personaje histórico y su época.
Su estilo literario, caracterizado por la claridad de su prosa, produjo ensayos relevantes donde abordaba diferentes aspectos éticos y filosóficos. En Raíz y Decoro de España (1933), reflexionaba sobre la circunstancia del hombre contemporáneo. Ante la crisis de las democracias parlamentarias liberales europeas y el auge de las dictaduras totalitarias, Marañón constató la defunción del liberalismo político en España, al tiempo que reivindicaba la defensa de los principios liberales como rectores de la conducta individual. En Vocación y ética (1936), se ocupó de la preparación integral del médico y de su conducta y deberes con la sociedad.
En los meses finales de la Segunda República, al advertir la extraordinaria radicalización política y el ascenso de la violencia a la que se estaba asistiendo desde finales de 1934, Marañón realizó constantes llamamientos a la responsabilidad, a la comprensión, al respeto de la normalidad democrática y a la concordia civil. A diferencia de otros intelectuales que le eran afines, en los meses inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, confiaba en el futuro de la República y achacaba la inestabilidad política y social existente a la inmadurez pasajera del régimen de 1931. Cuando el 18 de julio de 1936 se produjo la sublevación militar, Marañón, que se encontraba en Portugal visitando a un enfermo, regresó apresuradamente a Madrid para apoyar a la República. Sin embargo, los acontecimientos revolucionarios vividos en Madrid en los meses de agosto y septiembre, los asesinatos, entre otros muchos, de Calvo Sotelo, Melquíades Álvarez, Manuel Rico Avello o de Fernando Primo de Rivera —colaborador suyo en el Instituto de Patología Médica—, así como su propio paso por las checas y las presiones que sufrió para que firmase algunos manifiestos, le distanciaron del régimen republicano. Al correr peligro su vida, a mediados de diciembre de 1936 partió hacia París. Desde allí, apoyó al bando “nacional” con artículos como Liberalismo y comunismo (1937), en donde se percibe su visión de la Guerra Civil como una lucha entre el comunismo y el anticomunismo, lo foráneo y lo español. Consideraba que la República liberal había fenecido y que en la guerra que se estaba librando, aunque los dos bandos eran antidemocráticos, uno estaba encaminado a instaurar un régimen comunista en tanto que el otro daría lugar a una dictadura que contemplaba como transitoria hacia una nueva era liberal depurada de errores pasados.
Como muchos de aquellos intelectuales, se percató del peligro que llamaron de “bolchevización” o “sovietización” del Gobierno de Madrid, pero no se dio cuenta —o lo minimizó comparativamente— del peligro fascista durante la guerra. Desde los meses finales de la contienda civil, insistió en la necesidad de la reconciliación nacional para la construcción de la futura España.
En los años que permaneció en París —hasta finales de 1942—, fue autorizado a ejercer la medicina en los hospitales franceses y en su consulta privada. Al mismo tiempo, llevó a cabo una intensa investigación en los archivos nacionales buscando documentación para la elaboración de una historia de la emigración política española que nunca vio la luz como tal, pero cuyos resultados subyacen en la mayor parte de sus obras históricas de años venideros —como, por ejemplo, en Luis Vives. Un español fuera de España (1942), Antonio Pérez (el hombre, el drama, la época) o Españoles fuera de España (ambas en 1947)—. Otros de sus ensayos que vieron la luz en este período tenían como trasfondo la melancolía de España y el tiempo perdido como consecuencia de la Guerra Civil —Tiempo viejo y tiempo nuevo (1940), Elogio y nostalgia de Toledo (1941)—.
También realizó sendos viajes a varios países de Latinoamérica (1937 y 1939), donde dictó conferencias y recibió diferentes honores académicos, como, por ejemplo, el doctorado honoris causa por la Universidad peruana de San Antonio de Cuzco y su incorporación a la Academia Nacional de Medicina de Perú.
Marañón regresó a España en el otoño de 1942. Si bien la dictadura —como hizo con otros intelectuales— utilizó su figura para mejorar su imagen exterior, Marañón asumió la tarea de recuperar la tradición liberal que el régimen de Franco trató de erradicar y cuyas raíces se remontaban al período ilustrado. Así, “la mayor aportación política de Marañón fue sin duda haber levantado la bandera del liberalismo, de la libertad, en una época en que pocos o ninguno podían hacerlo” (Miguel Artola). Desde su defensa del liberalismo ético, encabezó los primeros manifiestos que denunciaban desde el interior la situación política y solicitaban el regreso de los exiliados. Mantuvo su amistad con algunos de los más relevantes exiliados, como Francesc Cambó, Luis Araquistain, Salvador de Madariaga o Indalecio Prieto, quien, en 1956, le escribía: “Es la de usted la única voz que me llega desde España para reconfortarme y consolarme”. Con algunas excepciones, como la de ciertos sectores del falangismo, el franquismo respetó su figura, lo que le permitió amparar a otros españoles y difundir su pensamiento y conducta liberal influyendo, decisivamente, en ámbitos intelectuales y universitarios.
Como escribió José Luis López Aranguren, “la lección moral de Marañón fue no sólo personal y profesional vocacional, sino también política. Su ética severa estuvo penetrada de humana comprensión, y de esta comprensión brotó su profundo liberalismo, que le llevó a ser, hasta su muerte, el más alto poder moderador que en el orden social hubo en España, el último gran liberal dieciochesco”.
En 1944, se reincorporó al puesto de médico de la Beneficencia Provincial de Madrid y, dos años más tarde, en 1946, retomó su cátedra de Endocrinología, al tiempo que promovió la aparición del Boletín del Instituto de Patología Médica. Desde entonces, y hasta su fallecimiento, continuó entretejiendo los mimbres de esta disciplina en España. En sus tratados médicos se fijó en cuestiones de deontología profesional. En línea con su visión humanista de la ciencia, manifestó su preocupación por su creciente y excesiva tecnificación en obras como el Manual de diagnóstico etiológico (1943) o La Medicina y nuestro tiempo (1954).
Entonces publicó algunas de sus mejores obras. Entre otras, Ensayos liberales (1947), donde insistió en la pervivencia del liberalismo como pauta de conducta. Desde el punto de vista historiográfico, mientras las corrientes en boga exaltaban el pasado católico e imperial de España, Marañón se ocupó de su desmitificación —sobre todo de Felipe II—. Se fijó en temas como las Comunidades de Castilla, la expulsión de los moriscos, el siglo XVIII o el liberalismo decimonónico. Su obra Antonio Pérez (el hombre, el drama, la época), publicada en 1947, es la que ha conformado, junto a su biografía sobre el conde-duque de Olivares, su gran aportación a la historiografía contemporánea española.
En 1947, ingresó en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En su discurso —dedicado a su predecesor, Santiago Ramón y Cajal— expuso, de modo sintético, las principales pautas de su pensamiento científico y universitario. En años posteriores continuó siendo objeto de diversas distinciones científicas y culturales. Su elección como numerario para la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en 1953, supuso el reconocimiento a toda una vida dedicada al cultivo de las ciencias, las artes y las letras.
En 1956, ingresó en la corporación con el discurso El Toledo del Greco —tema al que dedicó un ensayo publicado por entonces—. En 1958, fue nombrado primer presidente del Centro de Investigaciones Biológicas (Consejo Superior de Investigaciones Científicas).
Del mismo modo, continuó recibiendo diferentes honores académicos internacionales, como, por ejemplo, su nombramiento de doctor honoris causa por la Facultad de Medicina de Oporto (1946), su elección como académico de Ciencias Morales y Políticas de París y de Ciencias de Nueva York (ambas en 1956), o su investidura honoris causa por la Universidad de Coimbra (1959).
Con el fallecimiento de Gregorio Marañón el 27 de marzo de 1960, España perdió a una de las personalidades más respetadas de su siglo XX. Traducida a los idiomas más importantes del mundo, su vastísima obra se cifró, que se conozca, en la publicación de un total de ciento veinticinco libros, en torno a mil ochocientos artículos, ciento cuarenta y seis discursos, trescientas treinta y seis conferencias y más de doscientos treinta prólogos. Su obra médica se plasmó en más de mil artículos de investigación y treinta y dos monografías publicadas en los países científicamente más avanzados. Sus descubrimientos sobre las glándulas de secreción interna, las enfermedades infecciosas, la emoción, la diabetes, la obesidad y sus trabajos sobre biología sexual, entre otros, le otorgaron fama mundial.
Como han señalado Pedro Laín Entralgo y Juan Rof Carballo, su labor docente estuvo marcada por dos claves didácticas: la creación de la especialidad de la endocrinología y la antropologización de la medicina.
Gran conocedor del hombre, en el campo de la psicología, sus consideraciones sobre procesos psicológicos y psicopatológicos resultaron fundamentales en temas como las edades, los sueños, el resentimiento, el hambre, la timidez, etc. Al ser sus aportaciones ampliamente recogidas en la literatura internacional se convirtió en uno de los nombres españoles más citados en los libros de psicología del mundo entero. Sus ensayos literarios y sus estudios históricos también alcanzaron una amplia difusión nacional e internacional.
Como intelectual y hombre comprometido con el destino de su país, participó en muchos de los acontecimientos culturales, sociales y políticos más importantes de su tiempo. Como ha indicado Alejandra Ferrándiz, como humanista, trató una pluralidad extraordinaria de temas, por los que discurrió su grandísima curiosidad intelectual y humana. Disfrutó de un extraordinario carisma, personal y social, que le acompañó siempre. La impresionante multitud que acompañó su cortejo fúnebre en Madrid representaba el reconocimiento que la sociedad española tributaba a la vida y obra del doctor Marañón. En 1987, al cumplirse el centenario de su nacimiento, el rey Juan Carlos I recordó, en el Acto Conmemorativo del Centenario en la Real Academia Española, “cómo los estudiantes de mi generación recibimos [de Marañón], a través de enseñanzas y lecturas, el aliento y la invitación al trabajo y al patriotismo, de este español excepcional [...]. Marañón vivió comprometido con los valores que son necesarios en todo tiempo: la libertad, el sentido trascendente de la vida, el amor a la Patria propia y la vocación intelectual como servicio” y manifestó su satisfacción al crear el título de marqués de Marañón, con Grandeza de España —para sus descendientes—, en memoria de Gregorio Marañón y Posadillo “médico, científico y humanista, que hizo inseparables esas tres condiciones en su persona y en su obra [...], auténtico intelectual cuya figura marcó la época de la historia de España que le tocó vivir” (Gregorio Marañón y Bertrán de Lis y Antonio López Vega, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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