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sábado, 18 de diciembre de 2021

La imagen "Nuestra Señora de la Esperanza, Divina Enfermera", anónima, de la Hermandad de La Lanzada, en la Iglesia de San Martín

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "Nuestra Señora de la Esperanza, Divina Enfermera", de la Hermandad de La Lanzada, en la Iglesia de San Martín, de Sevilla.    
     Hoy, 18 de diciembre, es la Memoria de la Expectación de la Virgen, llamada también Fiesta de la Esperanza, es una fiesta memorial nacida en España, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la imagen "Nuestra Señora de la Esperanza, Divina Enfermera", de la Hermandad de La Lanzada, en la Iglesia de San Martín, de Sevilla.
     La Iglesia de San Martín [nº 47 en el plano oficial del Ayuntamiento; y nº 86 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Divina Enfermera, 2 (aunque la entrada al templo se efectúa por la plaza de San Martín, 1); en el Barrio de la Feria, del Distrito Casco Antiguo.
     En la cabecera de la nave de la Epístola se alza el altar de la Virgen de la Esperanza, titular de una histórica hermandad de gloria hoy fusionada con la penitencial. El altar, de columnas salomónicas, está fechado en 1667 y se atribuye a Francisco Dionisio de Ribas. La titular, conocida como la Divina Enfermera, es talla del siglo XVI, transformada en el XVIII para ser vestida, y en el siglo XX por Castillo Lastrucci. Procede del antiguo hospital de Nuestra Señora de la O, en la Correduría, y a sus pies se enterró el afamado historiador Ortiz de Zúñiga, que en el siglo XVII publicó los Anales de Sevilla (Manuel Jesús Roldán,  Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
     La imagen de Nuestra Señora de la Esperanza “Divina Enfermera” es una obra anónima de la segunda mitad del siglo XVI, si bien su aspecto actual se debe a remodelaciones profundas realizadas en los años 1786 y 1922, esta última ejecutada por el escultor Antonio Castillo Lastrucci. A lo largo de su historia ha sufrido diversas restauraciones de importancia, destacando la realizada en 1984 por José Rivero Carrera y la más reciente, en 2019, por el profesor Juan Manuel Miñarro.
     La imagen, de gran valor artístico y devocional, fue titular de la Ilustre Hermandad de la Nuestra Señora de la Esperanza, fusionada con la Cofradía de la Lanzada en el año 1981.
     El origen de esta advocación se remonta al año 1249, en el que el rey Fernando III funda el Hospital de la Correduría. En este lugar se coloca una imagen de la virgen con el título de Nuestra Señora de la Esperanza. En poco tiempo y gracias a los enormes favores obtenidos dicha imagen empezó a ser conocida como “Divina Enfermera”. Tras el cierre del hospital se traslada la imagen a la Iglesia de San Martín en el año 1587, fundándose la hermandad en el año 1666.
     Cuenta con un valioso patrimonio de orfebrería entre los que destacan la corona de plata del primer cuarto del siglo XIX, ráfaga también de plata del último cuarto del XVIII y cetro con forma de ancla que porta en su mano derecha, del último tercio del s. XVIII.
     La imagen sale anualmente en procesión el primer sábado del mes de octubre, entronizada en el paso de María Santísima del Buen Fin, sin palio, candelería y candelabros y rematado en sus esquinas con los candelabros del paso de misterio.
     En los días previos a su festividad del mes de diciembre, nuestra hermandad celebra Triduo en su honor culminado el día 18 con el besamanos y la Función Solemne. Como datos anecdóticos y a la vez entrañables, cabe reseñar que durante el periodo de Adviento se retira de sus manos el Niño, para colocarle en su vientre una “O” representando el estado de expectación. Asimismo, desde el día 25 de diciembre y hasta la celebración de la Candelaria, el Niño Jesús aparece vestido con batón de recién nacido (web oficial de la Hermandad de La Lanzada).
     Bellísima e histórica imagen, al parecer del s. XVI, aunque muy reformada posteriormente. Se cuenta, con razón, entre las más "guapas" y agraciadas Vírgenes de Gloria de Sevilla, con un encanto fisonómico difícil de ponderar. Lleva un Niño Jesús donde se aprecian mejor los rasgos arcaizantes, quizá porque fue menos tocado por los restauradores. El precioso y poético sobrenombre de "Divina Enfermera" le viene de haber sido titular de un desaparecido hospital puesto bajo el nombre de Nuestra Señora de la Expectación o de la O, en la antigua Correduría. 
     Sus primitivos cofrades fueron del gremio de los pellejeros y tuvo como gran devoto al eximio analista Ortiz de Zúñiga, que dispuso ser enterrado junto a su altar. También fue muy devota de Ella la nobleza de la ciudad, y en particular las señoras cuando se hallaban próximas a ser madres, por el misterio que su advocación representa. Todavía se conserva la interesantísima e inefable costumbre de simbolizar al pequeño Jesús durante los días prenavideños, con un resplandor de plata en su vientre, alegórico de la Expectación. Sale procesionalmente en Octubre, sacada por la cofradía de la Lanzada, a la cual está fusionada su hermandad de Gloria. Rico paso de talla dorada, con aplicaciones de orfebrería en metal plateado. Opulentos candelabros, de dibujo neogótico. Manto liso de terciopelo verde, su color simbólico, porque expresa el triunfo de la vida sobre la muerte. El título de Esperanza es, ciertamente, de los más gratos al corazón sevillano. No en balde un comentarista piadoso aplicó a tan soberana efigie las palabras de San Agustín: "Vos sois la única esperanza de los pecadores, por vuestra intercesión esperamos el perdón de nuestros pecados; en Vos está la esperanza que tenemos de los premios eternos" (Serm. 18 de Sanct.). Así lo explicaba también el monje Beda: "Honremos toda nuestra vida a María, Reina del Cielo y de la tierra, porque nunca abandona a los que esperan en Ella; y si Jesucristo oye las oraciones de los Santos, con más razón oirá las de su Madre; cuando le pide por los pecadores que quieren convertirse". (Hom. de S.V.M.) (Juan Martínez Alcalde. Sevilla Mariana. Repertorio Iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Virgen de la Esperanza
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     La representación de la Virgen en la espera del parto, denominada con el nombre de Nuestra Señora de la Expectación o de la Esperanza, no es del todo extraña al arte del siglo XIII, puesto que puede citarse un ejemplo en la catedral de León; pero se volvió frecuente a finales de la Edad Media. En efecto, en esta época la Iglesia instituyó la fiesta de la Expectación de la Virgen, fijada el 18 de diciembre, ocho días antes de Navidad.
     Una abadía belga tomó el nombre de Abadía de Buena Esperanza.
     Ese tema del embarazo parece haber sido particularmente popular en España y en Portugal donde las Vírgenes de este tipo llevan el nombre de Nuestra Señora de la O (Nossa senhora do O), sea a causa de la forma ovoidal de su vientre abombado, sea, de acuerdo con otra explicación tomada de la liturgia, porque en la semana precedente a la Natividad, las antífonas cantadas en los oficios comienzan por la letra O.
     Muchas de estas figuras no son, verosímilmente, más que elementos separados de grupos de la Visitación, donde la Virgen formaba pareja con su prima Isabel: en el vientre de las dos mujeres había una cavidad oval para alojar los embriones del Niño Jesús y de san Juanito (san Juan Bautista).
     Los pintores españoles representan a la Virgen en cinta con un sol sobre su vientre abombado.
     Las escuelas de pintura italiana y alemana también ofrecen algunos ejemplos (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).   
Conozcamos mejor la Memoria de la Expectación de la Virgen, llamada también Fiesta de la Esperanza
     Se estableció como fiesta principal de la Virgen de la liturgia hispánica, en conmemoración de la Encarnación del Verbo, en el X Concilio de Toledo, presidido por San Eugenio III Obispo de Toledo, celebrado el  656 durante el reinado de Recesvinto. Fue confirmada, así mismo, por su sucesor, San Ildefonso de Toledo, pues el anterior prelado murió al año siguiente de la promulgación, al que erróneamente se le atribuye el título que hoy tiene, pero al que pertenecen casi todos los textos eucológicos de la fiesta. Puesto que la observancia cuaresmal o la fiesta de Pascua imposibilitaban señalarla el veinticinco de marzo, nueve meses antes de Navidad, se decidió instaurarla en el contexto del Adviento, en la octava anterior a la celebración de nacimiento, fundamentándose en el ejemplo de Iglesias lejanas, quizás a la copta y a la etiópica. Fue la única fiesta mariana de la liturgia hispánica hasta que sobre el siglo IX se introdujo la de la Asunción. Recibe también el nombre popular de Fiesta de la O porque desde su víspera hasta el veintitrés se cantan solemnemente al Magníficat unas antífonas, que se hicieron muy populares, y que empiezan siempre por la exclamación latina O (español, Oh), para mostrar el perpetuo asombro del hombre por el nacimiento del Dios humanado. 
     En la Iglesia de Inglaterra se adelantó ya en el medievo esta práctica al día dieciséis, señalando para el día veintitrés una octava antífona de tinte mariano: O Virgo virginum, que dice así: “Oh, Virgen de Vírgenes, ¿cómo ha de ser esto? / Ya que nunca antes hubo una como vos, ni la volverá a haber./ Hijas de Jerusalén, ¿por qué os maravilláis de mí? / Lo que vosotros admiráis es un misterio Divino”. Ésta pasó a utilizarse en la fiesta de la Expectación cuando se introdujo en el Rito Romano. Cuando se impuso en la Península Ibérica el Rito Romano a partir del siglo XI, se mantuvo como fiesta particular  hispana, con el título con que actualmente la conocemos, al tiempo que la festividad romana de la Anunciación del veinticinco de marzo pasó a ser introducida en el Missale Gothicum. En la reforma postridentina del Rito Romano esta fiesta fue aprobada por Gregorio XIII Buoncompagni en 1573 con la categoría de doble mayor en el Propio de Toledo. Las lecciones del breviario se tomaron del tratado De perpetua virginitate del citado San Ildefonso de Toledo. Esta Iglesia consiguió incluso el privilegio, aprobado el veintinueve de abril de 1634, de celebrarla incluso en concurrencia con el IV Domingo de Adviento. De aquí se extendió a casi todas las diócesis hispánicas.
     Del ámbito hispano pasó a otras Iglesias y congregaciones, a las que se les concedió: a Venecia y Tolouse en 1695, a los cistercienses en 1702, a Toscana en 1713, incluso a los Estados Pontificios en 1725 por Benedicto XIII Orsini (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e  Iconografía de la Virgen con el Niño;  
    Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad 
     Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
     En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques. 
     Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
     Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres. 
     Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
     Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
     En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
     Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
     Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
     Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
     A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
     La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones. 
      El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
     Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles. 
     A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
     Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
     A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
     Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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