El Real Alcázar [nº 2 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 2 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plaza del Triunfo, 5 (la salida se efectúa por la plaza Patio de Banderas, 10); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En el Real Alcázar, en el Palacio del Rey Don Pedro, se encuentra el Patio de las Doncellas [nº 10 en el plano oficial del Real Alcázar].
En el Real Alcázar, tras la fachada del Palacio del Rey Don Pedro, y una vez traspasada la puerta nos adentrarnos en el Vestíbulo de pequeñas dimensiones que en eje acodado conduce a los dos sectores principales del Palacio, a la derecha el doméstico o privado y a la izquierda el oficial. Este espacio apenas nos revela la suntuosidad que encontraremos en el interior. Ambas características son propias de una concepción arquitectónica islámica en la que es preceptivo la entrada en ángulo para evitar la visión directa del interior del Palacio. Las cuatro columnas que enmarcan la primera zona de este Vestíbulo se hallan coronadas por capiteles visigóticos, tres de ellos procedentes posiblemente de la antigua basílica de San Vicente Mártir y, un cuarto labrado al estilo del califato.
El Vestíbulo se halla dividido en tres espacios por arcos de medio punto muy peraltados que poseen sus enjutas y arquivoltas cuajadas de yeserías mudéjares con las que se ornamentan también los frisos. Todo el conjunto se cubre con artesonados, siendo los dos laterales, probablemente los primitivos.
Tras acceder a una zona de penumbra y traspasar una puerta con escalones, desembocamos en el último tramo de este Vestíbulo, extraordinariamente luminoso y en el que hemos de destacar a la izquierda el arranque de una escalera, llamada en el siglo XVI de "Las Damas'', que, a través de sus varias conexiones, conduce hasta el Palacio Alto, Patio de la Montería y Patio del Crucero. También hemos de hacer notar la existencia de dos boveditas almohades situadas en esta zona que nos demuestran como las edificaciones del siglo XII llegaban hasta aquí.
Desde el Vestíbulo y, traspasando una puerta cuyas hojas de madera y labor de lazo pintadas, son soberbias muestras de la carpintería mudéjar toledana, pasamos al patio principal del Palacio nombrado de las Doncellas, en tomo al cual discurría la vida oficial de la Corte.
Estos apoyos eran duales en los corredores y únicos y más gruesos en los ángulos. Dichas arquerías, que denotan su origen cordobés, se prolongan en paños de tsebka calados de influjo granadino.
El centro de cada flanco aparece destacado con un arco mayor. Desconocemos si ya en su origen el Patio tuvo una segunda planta, pero lo que sí es claro es que en tiempos de los Reyes Católicos ya existían unos corredores altos adintelados, apeados en pilares de ladrillos y ornamentados con yeserías mudéjares.
Este Patio se labró en el espacio existente entre el Palacio Gótico y el actual Salón de Embajadores, que había sido anteriormente Sala del Trono del Palacio abbadita de Al-Muwarak y, que en el curso de estas obras se remodelaría. En el testero, por tanto, que limita con el Palacio Gótico, entre los contrafuertes, se labraron divanes moriscos para poder desde ellos gozar de la contemplación del bellísimo patio.
El espacio central posiblemente estaría ocupado por un jardín de crucero, con cuatro calles surcadas por rías que simbolizarían los cuatro ríos del Paraíso terrenal y, las solerías de los corredores posiblemente eran de ladrillo raspado y olambrilla. Zócalos de alicatados bellísimos inspirados en los granadinos y pertenecientes cronológicamente al siglo XIV componiendo labores de lazo, ornan las paredes de las galerías circundantes. Esta traza no responde a un diseño dictado por el capricho, sino estricto, donde cada pieza engarza perfectamente con las colindantes. Por ventura, y aun después de sufrir múltiples restauraciones, han llegado en buen estado de conservación hasta nuestros días.
Las labores de yeso que revisten arquerías y paramentos internos de los corredores muestran la persistencia de tradiciones cordobesas con otras granadinas, como la inscripción epigráfica que insistentemente discurre por los frisos con el conocido lema de los Nazaríes "Sólo Dios vence".
Durante el Renacimiento este Patio sufre importantes remodelaciones a las que en otras entradas anteriores nos hemos referido.
Fundamentalmente se reconstruyen sus corredores altos al gusto italiano adornándose exterior e interiormente con yeserías de cuño plateresco, cuyos restos aún quedan en los corredores de mediodía y de poniente. Todo el paramento de fondo del corredor oriental, cuajado de yeserías, no corresponde ni al edificio original ni a las restauraciones del siglo XVI, sino que ha sido fruto de una intervención recientísima.
Utilizándose los moldes sacados de los restos de yeserías platerescas y, en material distinto del original, en restauraciones recientes, se ha querido devolver a estas galerías el aspecto que en el siglo XVI tuvieron.
Los corredores bajos, que se remodelaron al unísono que los altos, también ostentan claramente la huella de las intervenciones, en los emblemas heráldicos imperiales diseminados por los frisos y, en general, en las yeserías que los adornan, donde los motivos platerescos se entremezclan con los mudéjares, en las columnas y en el enlosado de mármol del patio y sus corredores que proporcionarían un aire más clásico al conjunto.
De todas formas los motivos renacentistas se entremezclan en perfecto maridaje con los mudéjares y el patio, en líneas generales, no pierde su imagen medieval (Ana Marín Fidalgo, El Alcázar de Sevilla. Ed. Guadalquivir, 1992).
el Patio de las Doncellas, centro de la vida oficial de la corte. De proporciones rectangulares, está rodeado de una galería baja de arcos lobulados y decoración de sebqa, de tradición almohade, que originalmente apeaban en cimacios de madera sobre columnas de mármol. Originales del siglo XIV, son también la decoración de las paredes interiores con yeserías de tradición granadina, en las que vuelve a aparecer el lema nazarí, y los zócalos de alicatados con labores de lacería, entre los que se destacan los magníficos paños existentes en los divanes abiertos en el muro oriental. Las techumbres con lacerías estrelladas de ocho puntas fueron colocadas en tiempos de Isabel la Católica, siendo restauradas en 1856.
Durante el siglo XVI, la necesidad de adaptar el antiguo palacio a las exigencias de la corte imperial, haciéndolo más funcional y confortable, y de revestirlo de las galas del renacimiento, se tradujo en la puesta en marcha de un ambicioso programa de obras. Muchas de ellas fueron epidérmicas, de simple mantenimiento y consistieron en la reparación de los daños que el tiempo y el uso habían ocasionado en las estructuras y en su decoración. Sin embargo, al lado de estas tareas se elaboró un proyecto, enormemente ambicioso, destinado a cambiar sustancialmente la fisonomía del alcázar sevillano. Este programa se consolidó a partir de 1537 cuando el emperador Carlos V dictó un ordenamiento para las obras reales, designando como maestros mayores de las mismas a los arquitectos Alonso de Covarrubias y Luis de Vega. No obstante, el desarrollo de una auténtica política constructiva en los palacios de la monarquía hispana no se llevaría a cabo hasta 1545 cuando el príncipe Felipe, el futuro Felipe II, instaure la Junta de Obras y Bosques, mediante la que dota a cada una de las casas reales de la estructura funcionarial precisa para el correcto control de las obras emprendidas.
Sin embargo, antes de la promulgación de estas normas y de producirse la renovación administrativa correspondiente, se proyectaron reformas en el palacio sevillano. Así, en 1532 se encargó a los escultores residentes en Génova, Giangiacomo della Porta, Nicolao de Corte, Antonio María Aprile de Carona y Antonio di Novo de Lancia, la labra de una serie de columnas, pilares, capiteles, basas y dinteles destinados a transformar el Patio de las Doncellas. Por motivos desconocidos la obra no se llevó a cabo, retomándose la idea dos años más tarde y efectuándose un nuevo contrato, por distintas piezas marmóreas para la galería del patio, con los escultores Aprile de Carona y Bernardino de Bissone, quienes en aquel momento se encontraban en Sevilla. Los materiales destinados a las galerías superiores que tenían que venir de Génova, no llegaron a la ciudad hasta 1540, iniciándose de inmediato las obras en el citado patio.
El proceso fue largo, pues concluyó en 1572, e incluyó la renovación de las salas altas distribuidas en torno al patio. Con ello se pretendía dotar al monarca de unos aposentos de mayor prestancia y comodidad, razón que motivó la incorporación de chimeneas en alguna dependencia. El arquitecto Luis de Vega fue el responsable del programa de obras, siendo el maestro Juan Hernández el encargado de llevarlas a cabo al frente de una gruesa nómina de artesanos. Para las galerías superiores se empleó un orden jónico, distribuyéndose los soportes de tal forma que se enfatizan los huecos centrales de cada frente. Sobre los arcos y en los frisos interiores de las galerías se emplearon yeserías con motivos clásicos, entre los que se incluyeron los emblemas imperiales y las columnas de Hércules con el lema "Plus Ultra". En la planta inferior se procedió a renovar y refrescar las grandes puertas de madera y las techumbres de las salas inmediatas al Patio de las Muñecas, así como a pavimentar con mármoles los corredores.
Reinando Felipe II se procedió a concluir la adaptación y modernización del palacio, enlazando sus diversos sectores, con objeto de hacerlo más unitario y racional. A partir de 1560 y tras elaborarse un informe sobre los daños y necesidades de la residencia real, se programaron una serie de obras destinadas a transformar definitivamente el Patio de las Doncellas. Para ello se sustituyeron los primitivos soportes de la galería baja por otros contratados en 1561 con los marmoleros Francisco y Juan de Lugano, que se completaron con los encargados a Francisco de Carona dos años más tarde. Mientras se reemplazaban los antiguos soportes por columnas corintias se peraltaron los arcos centrales de cada galería, enfatizando los ejes de cada testero, rehaciéndose los machones en que apoyan y sus yeserías.
Cada uno de los lados del patio se rematan, en la parte superior, por un ancho friso en los que aparecen, entre otras, las inscripciones "Loor a Alá por sus beneficios", "gloria a nuestro Señor" y ''para ti ¡oh Alá único' (es) la omnipotencia". Todas corresponden a las obras de tiempos del rey Don Pedro I. Entre aquellas se colocan los escudos de Castilla y León, de Carlos V, de la Orden de la Banda y la empresa de las columnas de Hércules con el lema ''plus ultra". Así pues, sobre la primitiva obra mudéjar se incorporaron nuevos emblemas y temas heráldicos durante el siglo XVI.
En las jambas de los arcos centrales aparecen temas renacentistas, entre los que destacan los balaustres platerescos, figuras de damas, copas, guirnaldas, cabezas de angelotes y diferentes cartelas con inscripciones. Las que aparecen en el arco del frente sur, en el lado derecho, son "de 16 L 10", "in ie" y "nf osis", en el lado contrario "is ma", "plvs", "vltra" y "tanto monta". En este mismo arco, pero en el paramento exterior "1567''. En la misma galería, pero en el último arco del ángulo sureste, en el paramento interior, aparece una cartela con la leyenda "R.F.P.II", "1569 a.", "Francisco", "Martínez" y "M". Estas, así como las anteriores, se refieren a los años de la obra renacentista, 1567-69, bajo el reinado de Felipe II, siendo el autor de las mismas, el maestro alarife Francisco Martínez. Al otro lado del patio, en el arco mayor, en los paramentos exteriores, las inscripciones son "koma", "F. S. nl pan tro" y "o esfnl" (Juan Carlos Hernández Núñez, Alfredo J. Morales. El Real Alcázar de Sevilla. Scala Publishers. Londres, 1999).
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