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jueves, 20 de agosto de 2020

La Capilla del Hospital de San Bernardo, o de los Viejos (Capilla de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina), atribuida a Juan de Oviedo


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla del Hospital de San Bernardo, o de los Viejos (Capilla de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina), de Sevilla.
     Hoy, 20 de agosto, Memoria de San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado junto con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Císter, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux, donde dirigió sabiamente, con la vida, la doctrina y el ejemplo, a los monjes por el camino de los mandamientos del Señor. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y unidad e iluminó a toda la Iglesia con sus escritos y sus sabias exhortaciones, hasta que descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia (1153) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Capilla del Hospital de San Bernardo, o de los Viejos (Capilla de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina), de Sevilla.
     La Capilla del Hospital de San Bernardo, o de los Viejos (Capilla de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina), se encuentra en la calle Amparo, 13; en el Barrio de la Encarnación - Regina, del Distrito Casco Antiguo.
   Entre las calles Amparo, Viriato y Viejos se conservan los restos del antiguo hospital de San Bernardo, conocido como el hospital de los Viejos, una de las primeras instituciones geriátricas de Europa, erigida en el silo XIV por la labor de varios sacerdotes que fueron anexionando casa con fin asistencial. Fue fundado en 1355 como “sustento y regalo de la venerable ancianidad y honrada vejez”. Dirigía la institución una hermandad compuesta de 30 sacerdotes naturales de Sevilla, de los cuales al menos 4 de ellos debían ser canónigos o prebendados de la Catedral. A finales del siglo XIV, la hermandad se fusionó con otra existente en la parroquia de San Juan de la Palma. Según las reglas establecidas para ser admitido en este hospital, hombres o mujeres, era necesario tener cumplidos los 60 años, ser natural de Sevilla, persona honrada y pobre vergonzante. Durante cinco siglos permaneció abierto el hospital, hasta su desaparición como tal en el siglo XIX. Se extinguió la institución pero el conjunto y su capilla se conservaron en un aceptable estado hasta comienzos de la década de los setenta, época en la que fue expoliado  el valioso retablo que presidía la capilla, una obra de arte que añadir a otras que se perdieron, como los cuadros de Juan de Roelas que se conservan en manos particulares. En la cercana iglesia de San Andrés permanece el lienzo que representa la Lactación mística de San Bernardo.
   La llegada al edificio de la primitiva hermandad de la Pastora de Santa Marina frenó el deterioro de la capilla. El resto del edificio, que apenas conserva parte de sus muros y de un patio interior, ha sido restaurado en los últimos años para convertirse en un centro de atención diurna.

   La capilla se sitúa en una de las esquinas del edificio, tradicionalmente atribuido al arquitecto Juan de Oviedo y de la Bandera (siglo XVIII). Tiene una portada manierista de dos cuerpos, con vano de acceso de medio punto en la parte baja, y vano adintelado enmarcado con frontón partido en la parte superior, una curiosa muestra de portada-ventana única en el arte sevillano. El interior presenta planta rectangular, estando formada por dos naves paralelas irregulares que conservan parte de una interesante armadura de madera. En la nave principal, donde se conservan algunos restos de la antigua bóveda de cubrimiento, se encuentra el retablo mayor diseñado por José Luis Asián Cano, de estilo manierista y realizado en el año 2001. En el camarín se sitúa la talla de la Divina Pastora de las Almas, atribuida tradicionalmente a Francisco Ruiz Gijón. Fue la primera representación escultórica de la aparición que tuvo el fraile capuchino fray Isidoro de Sevilla. Su hermandad nació en 1703, en la parroquia de San Gil, pero pronto alcanzó gran devoción en la parroquia de Santa Marina, donde tuvo capilla propia. Tras el incendio del templo mudéjar en 1936 pasó por varias iglesias, hasta asentarse definitivamente en esta capilla en 1992. En el ático del retablo se sitúa un lienzo moderno de San Miguel Arcángel realizado por Manuel Lobato.
   El templo presenta diversas obras en sus muros, destacando el primitivo lienzo de la Divina Pastora, en un retablo moderno de Asián, obra de comienzos del siglo XVIII atribuida tradicionalmente a Alonso Miguel de Tovar que ahora se considera realizada por Domingo Martínez. En otro retablo lateral se conserva el Santísimo Cristo del Amparo, obra moderna de Gamero Viñau que se encargó originalmente para una exposición sobre el Corpus de la Caja San Fernando. La talla académica de Santa Marina fue modelada por Palao Baños y policromada pro Berlanga.
   La hermandad ha contado a lo largo de su historia con notables hermanos e ilustres patronos. La familia real, con Felipe V a la cabeza, formó parte de su nómina durante su estancia en Sevilla durante el llamado Lustro Real (1729-1733). También recibió la hermandad a Fernando VII en 1823. De su larga historia conserva un interesante patrimonio en el que destaca el ajuar y los aderezos de la imagen, el célebre simpecado donado por el duque de Osuna, un regio ostensorio de plata, juego de varas y la cruz alzada con ornamentación de querubines que procesionan en la anual salida de la hermandad (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010). 
     La fundación de la entidad hospitalaria data de 1355 en que comenzó a funcionar en unas casas de la collación de Santa Catalina. En 1395 otra hermandad, que tenía un hospital con la advocación de San Bernardo en el mismo sitio que hoy ocupa, cedió a la primera sus casas, que se encontraban ruinosas por carecer de medios económicos para restaurarlas. Este grupo de casas se demolieron y en su lugar se construyó en el siglo XVI el edificio actual, cuya traza es atribuida, aunque sin confirmación documental, a Juan de Oviedo.
     El hospital estaba compuesto por las edificaciones que ocupan la manzana triangular, comprendida entre las calles Viejos, Amparo y Viriato, y, además, una casa que fue residencia del Administrador y sala de juntas, situada en la calle Viejos, frente al hospital, unida a ésta por un arquillo demolido después de la prohibición de 1852 y una galería subterránea que aún permanece.
     La entrada al hospital se hace por la calle Viejos a través de un patio triangular, y a la iglesia por la calle Amparo, donde se sitúa la portada, que muestra características cultas propias del XVI o principios del XVII. La Iglesia es de una sola nave, casi rectangular, con cabecera recia y con una capilla lateral situada a su derecha. Se cubre con techo raso hasta el espacio ocupado por el presbiterio, que cuenta con una bóveda de arco rebajado sostenida por herraduras ojivales de principios del XVI.
     El edificio tiene dos plantas, ocupa la manzana completa y sus trazas responden a los esque­mas de construcción sevillanas en donde los patrones responden a dos factores interrelacionados: el patio y las fachadas. El patio adopta una forma trapezoidal, con arquerías en dos de sus frentes, de arcos ligeramente rebajados sobre columnas corintias en su planta baja y galería cerrada con balcones en la planta superior. Está situado en segunda crujía respecto de las calles Viejos y Viriato.
     Las dependencias del hospital se distribuyen en torno a este patio, el de mayores dimensiones, y el triangular, al que ya nos referimos. El edificio cuenta con dos escaleras importantes situadas a un lado y otro de este último patio, que cumple las funciones de zaguán o compás.
     El hospital ocupa en planta baja una superficie de 693 m2. La superficie total construida en sus dos plantas es de 1.108 m2 (Guillermo Vázquez Consuegra, Cien edificios de Sevilla: susceptibles de reutilización para usos institucionales. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1988).
    Edificio atribuido a Juan de Oviedo, constituido en un antiguo solar dedicado a albergar ancianos desamparados, su fundación data de 1355. Ocupa toda una manzana entre las calles Viejos, Amparo y Viriato. Las estancias del Hospital se configuran en torno aun patio trapezoidal con arquerías en dos de sus frentes, columnas corintias en planta baja y galería cerrada en la planta alta a las que se acceden por dos escaleras situadas en un pequeño patio triangular que hace función de zaguán.
     La portada más interesante es la de la iglesia que responde a las formas manieristas de fines del XVI. La planta de la iglesia es rectangular de una nave y capilla lateral (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Viejos, 2. HOSPITAL DE LOS VIEJOS. Este Hospital de San Bernardo o de los Viejos nació en el siglo XIV, y es la única fundación de este tipo que ha llegado hasta nuestros días. El edificio, que apenas tiene interés, ocupa la manzana delimitada por las calles Amparo, Viriato y Viejos. Solamente la iglesia merece la atención. Es de una sola nave y el presbiterio se cubre con bóveda de nervadura. Su portada, en calle Amparo, es almohadillada, flanqueada por pi­lastras con sus correspondientes entablamentos, y remata en un frontón partido con pináculos que da paso a una ventana [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia;
HISTORIA Y LEYENDA

   Monje borgoñón que en el siglo XII reformó la orden de los cistercienses. Su nombre de origen germánico (Bernhard) significa fuerte como un oso (Bär).
   Nacido en 1090 en Fontaine les Dijon, después de la muerte de su madre abandonó la casa paterna para entrar en la abadía del Cister (Citeaux). En 1115, arrastrando algunos monjes en la secesión, fundó el monasterio de Claraval (Clairvaux, Clara vallis: el valle claro), que gobernó hasta su muerte en 1153.
   Como los grandes abades de Cluny, fue uno de los más firmes apoyos del papado, a cuyo servicio puso toda su autoridad que era considerable en todo el mundo cristiano. Hizo campaña por el papa Inocencio II contra el antipapa Anacleto. En 1146 predicó la segunda cruzada sobre la acrópolis de Vézelay. Al año siguiente, en 1147, el papa Eugenio III asistió con él al capítulo general de Claraval.
   Era amigo del cisterciense inglés San Esteban Harding y del cisterciense irlandés San Malaquías quien murió en sus brazos en Claraval.
   Desde el punto de vista iconográfico, lo que debe recordarse de la acción que desarrolló, es sobre todo su devoción a la Virgen.
   San Bernardo fue uno de los más fervientes difusores del culto de María, de quien se llamaba el fiel capellán (Beatae Mariae capellanus) o el caballero sirviente. En su tratado De Laudibus Virginis celebra con efusión su maternidad virginal (gaudia matris habens cum virginitatis honore), aunque sin aceptar la doctrina de la Inmaculada Concepción, sin embargo. Se lo había motejado el citarista de la Virgen (citarista Mariae).
   Fue por su iniciativa que los cistercienses pusieron todas sus iglesias bajo la advocación de Nuestra Señora.
   En su sermón acerca de la Natividad de María, declaró que la Virgen es el acueducto por el que descienden hasta nosotros todas las aguas del cielo. La recomienda a los fieles como la mediadora más misericordiosa y la más poderosa. “Si la majestad divina os espanta, recurrid a María. El Hijo concederá a su Madre y el Padre concederá a su Hijo. Ella es la escala de los pecadores.”
   Durante toda la Edad Media, el nombre de San Bernardo permaneció indisolublemente unido al culto de la Virgen. Es por él que en la Divina Comedia (Paradiso, 31), Dante se hace introducir ante el trono de la Reina del Cielo. Si San Bernardo ha enriquecido de esa manera la iconografía de la Virgen, en cambio declaró la guerra al arte, especialmente a la escultura que consideraba como un lujo pernicioso que proscribió en las iglesias cistercienses. “Las obras de arte –decía- son ídolos que separan de Dios.” Desde este punto de vista la reforma de San Bernardo parece un anticipo de la reforma de Lutero y de Calvino, hostiles a las imágenes. Su Apología de Guillermo de San Teodoro, citada con tanta frecuencia, es una violenta invectiva contra el lujo insolente de los cluniacenses, que consideraba incompatible con la vida monástica.

   La leyenda que cristalizó muy pronto en torno a la brillante personalidad de San Bernardo, es rica en milagros que fueron popularizados por la Leyenda Dorada. Casi todos se reparten en dos series: las Tentaciones del demonio y las Apariciones de Cristo y de la Virgen.
   Se cuenta que había arrojado a su hermana al agua helada de un estanque para aplacar el ardor culpable de ésta, que le había inspirado deseos incestuosos.
   Según el Pèlerinage de la Vie humaine (Peregrinación de la Vida humana), compuesto hacia 1358 en imitación del Roman de la Rose por Guillaume de Guillerville, se habría cubierto con una armadura y guanteletes para imponerse la continencia y rechazar las tentaciones de una mujer “que estaba acostada en su cama, desnuda junto a él; no obstante cuando una vez hacía ella volvióse no sintió su tacto. Sus manos estaban tan enguantadas y armadas que ella creyó que él fuese hombre de hierro, del cual se alejó confusa, sin sobarlo.”
   La famosa Leyenda de los nueve versos de San Bernardo también se refiere a sus altercados con el demonio. Para conservar su ingenuo sabor, lo mejor es reproducir la versión original: “El diablo le dijo una vez que sabía nueve versos del Salterio y que aquel que los dijera una vez cada día no dejaría de conseguir la salvación. San Bernardo le preguntó cuáles eran esos nueve versos; pero el diablo no los quería decir. Entonces San Bernardo le respondió que el recitaría a diario del Salterio entero. A lo cual el diablo le dijo cuáles eran, para que no tuviese más mérito recitando todo el Salterio.”
   Las Apariciones de Cristo y de la Virgen son las que más inspiraron a los artistas.
   Un día en que San Bernardo estaba en adoración ante el crucifijo, Cristo, desclavando las manos, se inclinó sobre él y lo estrechó contra su pecho. Siguiendo la costumbre del plagio, tan frecuente en la literatura hagiográfica, los franciscanos atribuyen la misma visión mística a San Francisco de Asís (los dominicos han procedido exactamente de la misma manera con otro milagro de la leyenda de San Bernardo. Su madre habría soñado que paría un perro blanco que ladraba vigorosamente contra los enemigos de Dios. El mismo perro reaparece en el nacimiento de Santo Domingo, salvo que en vez de tener la túnica blanca de los cistercienses, la tenía con manchas blancas y negras, como los dominicos).
   Más ferviente aún era la devoción de San Bernardo hacia la Virgen. Por ello no resulta sorprendente que ella lo haya colmado de gracias. La Virgen no se limitó a aparecérsele, como a los otros santos, sino que habría humedecido sus labios con algunas gotas de la leche que alimentara al Niño Jesús. Es lo que se llama el milagro de la Lactancia.

   La escena había ocurrido en la iglesia de Saint Vorles, en Chatillon sur Seine, donde San Bernardo oraba ante una estatua de la Virgen amamantando al Niño Jesús. En el momento en que pronunciaba las palabras Monstra te esse matrem, la estatua se animó y la Virgen, apretándose un pecho, hizo saltar algunas gotas de leche sobre los labios de su adorador que estaban resecos a fuerza de haber cantado sus alabanzas. Según la tradición local de Chatillon, “Bernardo habría recibido leche no sólo encima de la boca sino sobre los ojos y la túnica, que se volvió blanca.”
   Esta leyenda mística, desconocida para el autor de la Leyenda Dorada, que se escribió por primera vez en un texto del siglo XIV, quizá sea, como tantas otras fábulas hagiográficas, la puesta en escena de una simple metáfora acerca de la elocuencia “dulce como la leche” de San Bernardo a quien habían motejado “Doctor melliflus”. La leche de la Virgen tiene aquí el papel de la miel depositada por las abejas sobre los labios de San Juan Crisóstomo y de San Ambrosio. San Bernardo era el caballero de la Virgen y se consideraba que su elocuencia tenía la dulzura de la leche. Combinando esos datos, un hagiógrafo ingenioso habría forjado el milagro de la Lactancia. El recuerdo de la Virgen mostrando a su Hijo los pechos que lo amamantaran, para interceder a favor de los pecadores en el Juicio Final, ha podido inspirar tanto a los hagiógrafos como a los artistas (el milagro de la Lactancia no permaneció mucho tiempo como el monopolio de San Bernardo. A causa de los plagios hagiográficos se volvió tan contagioso como la cefaloforia. Fueron gratificados con él San Agustín, San Fulberto de Chartres, Santo Domingo, San Alano de La Roche y Santa Catalina de Ricci).
   Como contrapartida, puede recordarse y consignarse aquí una leyenda que pusieron en circulación los adversarios de San Bernardo. Un monje del monasterio de Claraval lo habría visto aparecer en sueños con una mancha negra sobre el pecho, sobre la tetilla (ad mamillam pectoris). Dicha mancha era el castigo que se le había infligido por haber sostenido que la Virgen María no estaba exenta del pecado o de la mácula original.
   Entre las escenas de la vida de San Bernardo que presentan un carácter histórico, hay pocas que hayan llamado la atención de los artistas. Asombra, por ejemplo, que ni en la Edad Media ni en los tiempos modernos ni uno sólo se haya aplicado a evocar la predicación de la cruzada sobre la acrópolis de Vézelay.
   El episodio más popular es el papel que tuvo en Parthenay, en calidad de legado pontificio, para quebrar la rebelión de Guillermo de Aquitania, duque de Guyenne y conde del Poitou, que había tomado partido por el antipapa Anacleto, contra el papa Inocencio II.
   Después de haber celebrado la misa en la iglesia donde no podía entrar el duque excomulgado, San Bernardo habría avanzado hacia él presentándole la hostia consagrada: “He aquí el Hijo de la Virgen, el Jefe y el Señor de la Iglesia que viene a ti. He aquí a tu Juez, y tu alma estará pronto ante él.” Al oir esas palabras, el duque fue acometido por un terror tal que cayó al suelo soltando espuma por la boca como un loco furioso, sin poder articular ni una palabra. Sólo se pudo levantar cuando Bernardo lo hubo tocado con el pie. Entonces Guillermo de Aquitania, como duque de Guyenne y conde del Poitou, prometió reconocer a Inocencio II como auténtico y legítimo papa, y reinstalar a los obispos en la posesión de sus sedes episcopales y restituirles los bienes que les había confiscado.
   Después de esa sumisión, el duque se habría convertido en ermitaño para expiar sus pecados: habría llevado el resto de su vida un cilicio sobre el cual habría hecho remachar una armadura. Pero en este punto se vuelve a caer en la leyenda hagiográfica provocada por una confusión entre el duque Guillermo, padre de Leonor de Aquitania, y el ermitaño Guillermo de Maleval.
CULTO
   Canonizado en 1174, San Bernardo se convirtió naturalmente en uno de los patrones de Borgoña, su provincia natal.
   Su cuerpo fue colocado en 1178 en una magnífica tumba detrás del altar mayor de la iglesia  de Claraval. Una parte de su cabeza se conserva en el tesoro de la catedral de Troyes.
   Por la intermediación de la orden internacional  de los cistercienses, que enjambró en toda la cristiandad, su culto se difundió a gran distancia, sobre todo en Italia, en Chiaravalle, en España hasta Gibraltar y en Alemania, especialmente en las abadías cistercienses de Fürstfelfenbruck, en la Alta Baviera, y Altenberg, en Renania. Los cistercienses y las cistercienses, que en su honor se llamaron bernardinas no eran la única orden religiosa que se reclamaba de él, puesto que la orden de los templarios, monástica y militar a la vez, también había adoptado su regla.
   Además, era particularmente honrado por los apicultores y los fabricantes de cirios, a causa de su mote “Doctor melliflus”, que le había valido una colmena como atributo. Protege no sólo a los apicultores sino también a las abejas.
   En algunos pueblos de Borgoña era patrón de los viticultores. Sin embargo su figura no cuenta entre los santos populares.
ICONOGRAFÍA

   No existe ningún retrato natural del santo. Sus imágenes tardías no tienen valor documental alguno.
   Según sus contemporáneos, era delgado, espiritualizado por el ayuno y las austeridades. Era pelirrojo de cabellera y barba. Está representado como abad mitrado de la orden del Císter, envuelto en una cogulla blanca (alba cuculla) con el báculo abacial.
   Sus atributos son muy numerosos: un perro blanco en alusión a la visión de su madre, una colmena o un enjambre de abejas, que traduce su calificativo de Doctor melliflus, una mitra puesta en el suelo porque habría rechazado la dignidad episcopal por humildad (las tres mitras puestas en el suelo designan a San Bernardino de Siena), una hostia que le presenta al duque de Aquitania excomulgado, los Instrumentos de la Pasión que aprieta contra su corazón, porque decía que se había tejido un ramo con los sufrimientos de Cristo, una rueda porque forzó al diablo a reparar el eje roto de una carreta, y un demonio encadenado.
   A pesar de haber despreciado al arte “que aleja de Dios”, su iconografía es bastante rica (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Juan de Oviedo, a quien está atribuido la obra reseñada;
     Juan de Oviedo y de la Bandera, (Sevilla, 21 de mayo de 1565 – Bahía, Brasil, 25 de marzo 1625). Ingeniero militar, arquitecto, matemático y escultor.
     Se formó posiblemente con su padre, Juan de Oviedo y Fernández, y con el prestigioso imaginero Miguel Adán en Sevilla. Autor de los retablos de Azuaga (Badajoz, en 1588), Cazalla de la Sierra (1592) y el de la iglesia del Salvador en Sevilla, en 1601. Fue maestro mayor de construcciones y arquitectura en la provincia de León y posteriormente en Sevilla. Como arquitecto, llevó a cabo en esta última ciudad una amplia labor constructiva, realizando en la misma, entre otros, los templos San Benito, donde recurre a las columnas pareadas ya empleadas por el arquitecto milanés Vermondo Resta, y San Leandro, y los conventos de la Asunción (1615) y de la Encarnación de Belén. 
     Su obra más emblemática es la iglesia y el convento de Nuestra Señora de la Merced, actual Museo de Bellas Artes de Sevilla, comenzada en 1606 y terminada, en su parte más importante, en 1612. A él se debe, igualmente, el túmulo erigido en 1598, en la catedral sevillana al rey Felipe II (obra de las denominadas efímeras), elogiado por Cervantes, y en la que colaboró el famoso imaginero Martínez Montañés y más adelante, el correspondiente a la reina Margarita de Austria en 1611.
     Como ingeniero civil llevó a cabo las obras del encauzamiento del río Guadalquivir, estableciendo, para prevenir las riadas, un sistema de desagüe por husillos, obras para el abastecimiento de agua, y para la restauración de edificios, entre los que se encuentra el del propio ayuntamiento de la ciudad. 
   El contacto directo con personajes como el duque de Alcalá o el conde-duque de Olivares, le promocionan en la Corte, como ingeniero militar de la corona de España. Parece que era nombrado en 1600 Ingeniero del Rey, y en 1604 se encontraba en Sevilla, donde recibía instrucciones del ingeniero Tiburcio Spannochi (ingeniero mayor de las fortificaciones de los reinos de España). También a principios de siglo, era enviado a Almería para que estudiara sus fortificaciones. Resultaba que la ciudad había desbordado el perímetro defensivo construido a finales del siglo anterior, incluso la catedral se había construido fuera del recinto. Oviedo, para solucionar el problema, realizaba unas trazas e iniciaba las obras de unas nuevas murallas que englobaban las zonas extrarradio, e incorporaban a la vez las fortificaciones ya materializadas anteriormente.
     En el sur de España realizó numerosas obras de fortificación, fundamentalmente las torres vigías del litoral, de las que terminó o construyó cuarenta, poniendo en “estado de defensa” toda la costa de la baja Andalucía, así como los castillos de Puerto Real, el Puntal y Matagorda. Realizaciones determinas por el concejo sevillano, el cual, por intereses defensivos, le había encargado la dotación de construcciones militares y equipos de artillería en localizaciones estratégicas de la costa andaluza.
     En 1614, la corona le ordenaba la recuperación, restauración y fortificación de la plaza africana de La Marmora (Túnez) tras el ataque turco. Por otro lado, la actuación de Oviedo en Málaga no es fácil de concretar, pudiendo haber intervenido en las torres costeras y las defensas del muelle de Málaga preparando la visita de Felipe III. Su intervención en el antiguo reino de Granada sí está documentada. Más tarde, en 1621 visitaba la costa de Almería, informando al Consejo de Guerra de la necesidad de reparar la torre llamada de “La Garrucha”, en la citada costa.
     En marzo de 1621 presentaba un proyecto para la reparación de los daños sufridos en la costa almeriense, tras el ataque de los turcos, ofreciendo soluciones de mejora alternativas en sus informes. Posteriormente, reparaba y fortificaba el lienzo de muralla de la ciudad de Almería, para el que tuvo que trazar un tramo abaluartado completamente nuevo. Tanto el proyecto citado, como los informes, estaban relacionados con el Informe sobre la visita de Íñigo Briceño de la Cueva (capitán general de la costa del reino de Granada) a las fortificaciones de la costa del Reyno de Granada, fechado en Almería en marzo de 1621. Briceño iba acompañado de Juan de Oviedo, y en él mismo señala que “la planta del reducto y murallas desta ciudad de Almería ymbió a V.M. hecha por mandato del Jurado Juan de Oviedo […]”. También y con respecto a Níjar, señala Briceño que “El Casillo de Rodalquilar … de Don Fadrique de Bargas Manrique, … el qual tiene obligación a su reparo, como V.M. mandará ver, por la relación del Jurado Juan de Oviedo […]”. 
   Fuera de las fronteras andaluzas, de nuevo a las órdenes de Tiburcio Spanoqui, trabajaba en las fortificaciones de la cornisa cantábrica y de la frontera con Francia.
     En 1625, era nombrado ingeniero militar de la Armada de Felipe IV y asignado con 40 ducados a la flota del capital general don Fadrique Álvarez de Toledo Osorio, que partió hacia Brasil para recuperar Salvador de Bahía, ocupada por los holandeses. Oviedo partía con la misión de reconstruir y acrecentar las fortificaciones de Bahía una vez recuperada, pero murió antes de que se tomara. Cuando replanteaba una batería en el puesto de vanguardia de San Benito, recibió un cañonazo que le voló la pierna y murió desangrado en muy poco tiempo, a la edad de sesenta años.
     Trabajó también, como Cristóbal de Rojas, en la fortificación de Gibraltar y en la de Cádiz.
     Era caballero del Hábito de Montesa (1617), maestro mayor de Sevilla y “familiar” de la Inquisición (Juan Carrillo de Albornoz y Galbeño, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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Horario de apertura de la Capilla del Hospital de San Bernardo, o de los Viejos (Capilla de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina):
            De Domingos a Viernes: de 18:00 a 20:00.

Horario de Misas de la Capilla del Hospital de San Bernardo, o de los Viejos (Capilla de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina):
            Domingos: 18:30.

Página web oficial de la Capilla del Hospital de San Bernardo, o de los Viejos (Capilla de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina): No tiene

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