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viernes, 31 de mayo de 2019

El Convento de Santa Isabel


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de Santa Isabel, de Sevilla.  
      Hoy, 31 de mayo, Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magnificat, y que mejor día que hoy para ExplicArte el Convento de Santa Isabel [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
         Y que mejor día que hoy para explicarte el Convento de Santa Isabel de Sevilla.
     El Convento de Santa Isabel [nº 37 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 76 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Hiniesta, 1 (aunque la entrada a la Iglesia del Convento se efectúe por la plaza Santa Isabel, 2; en el Barrio de San Julián, del Distrito Casco Antiguo.
   En la collación de San Marcos, en unas casas principales de doña Isabel de León se fundó en 1490 "A la gloria de Dios y de San Juan Bautista y de la Santa Visitación de Nuestra Señora Santa Isabel", el convento de la Visitación, hoy conocido por el Convento de Santa Isabel. Fue originalmente regido por la Orden de San Juan, ya que el hijo de la fundadora era comendador de dicha orden, siendo expedida la licencia de la fundación el día 27 de mayo del mismo año por el gran maestre de los sanjuanistas. El origen de esta rama femenina se remonta, según algunos autores, a la fundación de la propia Orden de Malta en el siglo XI y a las primeras monjas consagradas del Hospital de Santa María Magdalena. La labor de estas religiosas, dirigidas por doña Inés de Alix, era esencial para atender a peregrinas y enfermas en los hospitales. Entre sus cometidos, uno de los más curiosos era labrar y abastecer de lienzos a los peregrinos que iban a Tierra Santa. La orden sanjuanista femenina se extendería por Italia, España, Portugal, Reino Unido, Francia, Dinamarca, Países Bajos y Rodas, permaneciendo fieles al ideal y al carisma de la Orden de San Juan. Otros autores sostienen que la fecha oficial de su creación fue el año 1153, cuando el papa Eugenio III aprobó la fundación de la comunidad del convento de Sijena por parte de la reina Sancha de Aragón, viuda de Alfonso II, y su hija Dulce. Sería, por tanto, el origen de una de las primeras comunidades femeninas del cristianismo. En sus inicios, tenían vínculos familiares con los caballeros de la Orden y su cometido era rezar por ellos y por el gran maestre. El monasterio de La Valeta se fundó siglos después, en el año 1584; y al igual que en otros conventos más antiguos, a sus religiosas se les denominaba sorores del mismo modo que los caballeros eran llamados fratres. El día 6 de enero de 1493 ya se colocaba el Santísimo en la primitiva iglesia de las sanjuanistas sevillanas, de la cual apenas se tienen más noticias, ya que los escasos restos de la primera etapa se conservan en el claustro mudéjar. El conjunto conoció sucesivas ampliaciones en siglos posteriores, siendo especialmente significativa la construcción, a comienzos del siglo XVII, de una nueva iglesia en cuyas trazas intervino Alonso de Vandelvira.

   La desamortización de Mendizábal, en 1835, conllevó la expropiación del edificio por parte del Estado y su conversión en una cárcel de mujeres y reformatorio femenino (casa de Arrepentidas). Su uso definitivo llegaría más tarde, en el año 1869, con el asentamiento de la congregación de filipenses Hijas de María Dolorosa y de San Felipe Neri, fundada en 1859 por la madre Dolores Márquez y el padre García Tejero, manteniéndose desde entonces el culto y la función educativa y de reinserción de sus orígenes. La madre Dolores Márquez (Sevilla, 1817) aspiró  a ser religiosa del Carmelo pero en su búsqueda vocacional se cruzó en septiembre de 1859 con el padre García Tejero. Éste le propuso su colaboración en la obra de acogida a la mujer prostituida que había comenzado con Rosario Muñoz, en la festividad de Santa María Magdalena de 1859, en una casa del barrio Santa Cruz. A la conocida como casa de las Arrepentidas acudió durante unos meses, decidiendo que se quedaría y compartiría su vida con Rosario y con aquellas mujeres malditas en la puritana sociedad sevillana del siglo XIX. Dos de febrero del año 1860. Una tarea difícil por delante, acoger a mujeres de "mala vida"; Rosario y la madre Dolores llegan a ser confundidas con las arrepentidas, llegan a ser confundidas con las prostitutas y llegan a ser apedreadas las puertas y ventanas de lo que algunos pensaban que era una nueva casa de citas. El siguiente paso para asentar la labor de la casa será la constitución de una congregación religiosa, las Filipenses Hijas de María Dolorosa, que tendrán la aprobación del arzobispo de Sevilla en 1865. En los dos años siguientes la madre Dolores viajaría a Madrid para conseguir la aprobación civil de las Constituciones y un edificio que permitiera desarrollar con dignidad las actividades de la congregación. En la capital le sorprenderá la Revolución de septiembre de 1868, por lo que no pudo regresar hasta octubre a Sevilla. Tras pasar por diferentes sedes, las religiosas filipenses y sus acogidas pasan definitivamente en 1869 al antiguo convento de la Visitación de Santa Isabel, lugar donde establecerán una escuela gratuita para niñas y una casa de ejercicios espirituales para mujeres. A partir de aquí se sucederán las fundaciones: Jerez de la Frontera, Córdoba, Antequera, Málaga, Almería. Ya en 1886 sería elegida como superiora general M. Salud Rubio y Sedor, pasando madre Dolores a residir en Málaga. Todavía en 1892 fue llamada a Cádiz donde fundaría una nueva casa de arrepentidas de Cádiz; donde acude, feliz al poder extender el instituto. Volvería a Málaga como superiora donde, dirigiendo una comunidad con 12 hermanas, una casa con 40 acogidas y un colegio con 140 alumnas, recibe la noticia de la aprobación de la congregación por el papa León XIII. Esto permitió que, junto a otras 33 hermanas, hicieran sus votos perpetuos el 24 de septiembre de 1898, ya que anteriormente solo hacían un voto privado de castidad por un año. Desde 1900 volvería a la casa central de Sevilla, donde falleció el 31 de julio de 1904, con 87 años llenos de amor y servicio a una congregación que seguiría creciendo. Prueba de ello es la presencia de casas de la congregación en lugares como Antequera, Córdoba, Málaga, Cádiz, Écija, Puerto Real, Puente Genil, Tenerife o Madrid, así como las casas fundadas en países como Perú, Ecuador o Kenia. En la casa sevillana siguen manteniendo sus tres funciones principales de acogida a mujeres y niños (especialmente en situación de maltrato o de niños tutelados por la Junta de Andalucía), educativa (con el colegio adjunto que imparte educación primaria y secundaria) y la función espiritual como centro de encuentro y celebraciones.    
   Del conjunto arquitectónico que hoy conforma el convento destaca su excepcional iglesia, cuya construcción se comenzó en 1602 según las trazas manieristas de Alonso de Vandelvira, que diseñó la portada principal en 1609. Situada en su acceso lateral, se estructura en torno a columnas corintias que cobijan hornacinas vacías, originalmente con esculturas de Andrés de Ocampo. En el ático se muestra un excelente altorrelieve con el tema de la Visitación entre pináculos manieristas y coronado por el escudo de la primitiva Orden de San Juan. El relieve es obra pétrea del año 1609, muy erosionado por el paso del tiempo presentando las imágenes de la Virgen, Santa Isabel, Zacarías, San José y unos niños. Si nos distanciamos un poco más, desde la degradada plaza de Santa Isabel también podremos contemplar los mismos escudos en tonos azules en la airosa espadaña manierista de principios del siglo XVÏI que se asoma a la plaza y que parece rivalizar con la cercana del convento de Santa Paula.

 Al interior, la iglesia presenta la típica planta de cajón conventual, con tres tramos de nave y el presbiterio, muy atrevida en su profundidad y en su altura. La cubierta de la nave es de bóveda de medio cañón con lunetos y recuadros geométricos; mientras que en la zona del presbiterio se recubre con bóveda baída. A pesar de las reformas, mantiene el coro bajo a los pies de la nave (donde se conservan los restos de los fundadores), aunque la actual comunidad no tenga un carácter de clausura. Fue comenzada en 1602 bajo la dirección y trazas de Alonso de Vandelvira, firmando el visado y supervisión de la obra el maestro mayor del Arzobispado, cargo ocupado entonces por el milanés Vermondo Resta. Los alarifes que corrieron a cargo de la ejecución de la obra fueron Juan de los Reyes y Diego Coronado. El carpintero Juan Fernández realizaría la techumbre de una obra que debió marchar a buen ritmo, ya que estaba terminado en julio de 1609.
   El retablo mayor tiene dos cuerpos y ático, siendo Juan de Mesa el autor de su talla y el probable diseñador, y su cuñado Antonio de Santa Cruz el ensamblador. Se firmó carta de pago en 1624, estructurándose bajo cánones tardorrenacentistas mediante columnas estriadas de orden corintio de tamaño decreciente. El conjunto pictórico del retablo fue, en parte, robado por el mariscal Soult en 1810. Las pinturas originales que se conservan en el ático se atribuyen a Juan del Castillo, representando el nacimiento de San Juan y San Juan niño. El resto sustituye a las expoliadas por el ejército francés. Muestran el tema de la Matanza de los Inocentes en la calle lateral derecha, la Inmaculada en el centro y el Bautismo de Cristo en la izquierda, todas ellas en el segundo cuerpo del retablo. 
   En cuanto a las esculturas del retablo, situadas en el primer cuerpo están la Dolorosa, San Joaquín y Santa Isabel, todas del siglo XVIII. La imagen de la Virgen llegó con la comunidad de monjas filipenses y sigue los modelos del escultor Cristóbal Ramos, siendo relacionable con otras piezas de la misma iconografía en la ciudad. En el ático aparece un Calvario del siglo XVI que podría provenir de la primitiva iglesia. Por el retablo se sitúan diversos escudos de la Cruz de San Juan, alusivos a las primitivas habitantes del edificio, situándose en la calle central el escudo de la congregación filipense, un corazón ardiente con los siete puñales y el lema Omnium Mayor Charitas.
   A pesar del expolio francés y de las sucesivas reformas, la iglesia sigue manteniendo un notable patrimonio. En el muro izquierdo, junto a la reja del coro, destaca un retablo arcosolio con dos grandes cuadros, Adoración de los Reyes y Descanso en la huida a Egipto, obras de Juan del Castillo basadas en las escenas descritas por los Evangelios Apócrifos, y que debieron ser realizadas hacia 1625.  A continuación, se dispone el retablo de San José con el Niño, obra de Diego López Bueno (1612), uno de los artistas más completos y, al mismo tiempo, más desconocidos de la primera mitad del siglo XVII. Está presidido por el grupo de San José y el Niño, tallas anónimas de mediados del siglo XVII. En la pared del muro izquierdo hay varias pinturas: una Inmaculada del XVIII, copia de un original de Palomino; una Santa Gertrudis del siglo XVII, y una Magdalena del XIX, copia de un original de Van Dyck. Destaca especialmente el lienzo que representa a San Ignacio en la cueva de Manresa, escena que muestra al santo jesuita escribiendo los Ejercicios Espirituales y la aparición de la Virgen según la interpretación de Domingo Martínez (hacia 1740), una pintura que parece provenir de la Sala de ejercicios de los filipenses sevillanos, y que sigue los modelos de Valdés Leal. Es un cuadro tenebrista dentro de la producción de su autor, que representó el mismo tema en la iglesia jesuita de San Luis de los Franceses. Precisamente, junto al presbiterio hay un pequeño retablo de mediados del siglo XVII, con una notable escultura de San Felipe Neri, cercana a la producción de Pedro Roldán.

   En el muro derecho destaca otra escena jesuita de la vida de San Ignacio de Loyola. Fue realizada por Valdés Leal en el siglo XVII dentro del ciclo que hizo para la casa profesa, un conjunto de pinturas desmembrado que en su mayor parte fue a parar al Museo de Bellas Artes. Un retablo de hacia 1630 muestra la tradicional composición de los retablos de acarreo: se mezclan esculturas y pinturas de diferentes épocas, un Nazareno del siglo XVIII, San Pedro y San Pablo de finales del XVII y otras pinturas menores. Fue un retablo originalmente dedicado a San Juan Evangelista, según apuntan las águilas que lo coronan. A continuación aparece la capilla del licenciado Juan Carrillo, con un retablo de 1610 diseñado por Juan de Oviedo y de la Bandera y que contó originalmente con las tallas de Martínez Montañés. Hasta la invasión francesa albergaba el lienzo del Juicio Final de Francisco Pacheco, trasladado a tierras francesas. El monumental lienzo de casi 3,5 x 2,5 metros fue pintado por Pacheco en 1611, y se le perdió la pista en 1869, cuando un abad intentó venderlo en París. Curiosamente es uno de los cuadros más documentados de la pintura española, porque el mismo Pacheco le dedicó dos capítulos en su libro Arte de la pintura. Durante más de un siglo y medio se desconoció su paradero, apareciendo en 1996 en una casa palacio de Marsella, lugar del que pasó al Musée Goya de Castres. En 2006 regresó temporalmente a Sevilla para una exposición. Su lugar lo ocupa la imagen del Crucificado de las Misericordias, excelente talla de Juan de Mesa realizada en 1622 proveniente de la iglesia de los mercedarios de la calle San José, lugar para el que fue adquirido por el mercedario fray Domingo de los Santos por un precio de 1.355 reales. Es un cristo vivo, que parte del modelo montañesino del Crucificado de la Clemencia (hoy en la Catedral) con algunas notas más barrocas propias de Juan de Mesa. La imagen ha participado en numerosas exposiciones y fue restaurada en la década de 1990 por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH). En el ático del retablo, sustituyendo a una pintura de Dios Padre, se sitúa en la actualidad un lienzo anónimo del siglo XVII que representa a San Hermenegildo. 
   Al final del testero izquierdo se sitúa el retablo de San Juan Bautista, fechado en 1606. Al centro, la figura del titular con el cordero y su cruz en forma de lábaro, talla que presidió originalmente el retablo mayor (en la actual hornacina de la Dolorosa), como correspondía a la titulación primitiva del convento. Es obra que debe estar en el círculo de Juan de Mesa, con características cercanas a otras interpretaciones realizadas por el maestro Martínez Montañés.
   A los pies de la iglesia, como acceso al coro bajo, destacan las dos portadas en piedra trazadas por el arquitecto Alonso de Vandelvira. Enmarcadas entre azulejos de cuenca o arista, una de ellas muestra en su ático la curiosa iconografía de Cristo como el Buen Pastor, que no duda en portar sobre sus hombros a la oveja perdida. Una escena del mundo clásico trasladada a la iconografía cristiana. Ovejas descarriadas en la casa de las arrepentidas, un tema que sobreviven al paso de los siglos. El coro se cubre con una bóveda de yeserías geométricas de comienzos del siglo XVII. Sus muros muestran algunos restos de pinturas de la segunda mitad del siglo XVIII, pudiendo distinguirse a Santa Ubaldesca y Santa Flora. Entre las esculturas que se sitúan en esta estancia destacan una Inmaculada de candelero del siglo XVIII, un San Antonio de Padua del siglo XVII, un notable Crucificado de finales del XVI y el busto de un Ecce Homo con las trazas habituales de Antonio Castillo Lastrucci. Junto a la reja se disponen las tumbas de los padres fundadores, la madre Dolores Márquez y el padre García Tejero.
   El acceso a las dependencias de la comunidad se puede realizar por una puerta lateral que conduce al antiguo compás del convento, con tres pórticos en cada frente sobre sencillos arcos de medio punto que se sustentan sobre antiguas columnas de procedencia romana. La edificación fue notablemente transformada en los siglos XIX y XX como consecuencia de la desamortización y, muy especialmente, con la creación del colegio de enseñanza primaria (hoy incluye también secundaria). Por ello se conservan pocas piezas artísticas, aunque se mantengan algunos de los patios originales de la edificación. La parte de más interés la constituye el claustro principal del edificio, fechable a comienzos del siglo XVI y que se sustenta sobre pilares ochavados de ladrillo encalado que sostienen arcos de medio punto y escarzanos. A pesar de su cronología, presenta claras influencias tardomudéjares, ejemplo de la pervivencia de este estilo en la Sevilla del siglo XVI. En su centro permanece una fuente de mármol blanco que mantiene la inscripción "esta agua se trajo el año de 1586, 14 de agosto, siendo priora la muy ilustre señora doña Ana de Heredia". Junto a la señorial escalera que compartimenta estancias y que une los dos patios principales, se sitúa una estancia con arquitectura del siglo XVII que acoge un lienzo de la Virgen de las Angustias, obra de finales del siglo XVII. En la misma sala cuelgan otros lienzos como una copia de la Virgen de la Servilleta de Murillo y un Calvario firmado por José María Romero, datable hacia 1860. 

   "Lo más grande de todo es el amor". El lema de la congregación filipense se sigue haciendo realidad en la comunidad actual, que mantiene el triple objetivo fundacional de acogida a las mujeres, de enseñanza y de fomento de la espiritualidad, con una adaptación decidida y constante a los tiempos actuales. Cuando nació la congregación, la Constitución de 1865 incidía en la idea de no crear un instituyo nuevo sino en la extensión de los valores del espíritu de San Felipe Neri, ideal imbuido por el padre García Tejero, miembro del Oratorio filipense sevillano, que en los difíciles años centrales del siglo XIX era una de las escasas posibilidades de vida en comunidad masculina en Sevilla. En su origen las monjas filipenses tenían un carácter de lo que podríamos llamar semiclausura, estipulándose en su primitiva Constitución que no debían salir "más de tres veces al mes" del convento. Nuevas constituciones en 1867, en 1911 y otras posteriores fueron adaptando las normas de la comunidad, que hoy se rige por las constituciones aprobadas en 2005, una evolución que mantiene intacto el espíritu fundacional pero que se adapta al concilio Vaticano II, convirtiendo las filipenses en monjas de vida activa que ya no tienen el carácter de semiclausura.
   La jornada de la comunidad comienza antes de las siete de la mañana, ya que a las 7.15 se rezan laudes, seguidas por la celebración de la misa a las 7.45 (Sábados a las 8.30 y domingos a las 10.00 h). Tras el desayuno comenzará el trabajo en las diferentes áreas de atención, el colegio, las acogidas, los niños, la administración ... Una larga jornada que tendrá un tiempo de oración con el rezo de una corona de los Siete Dolores de Nuestra Señora y el rezo comunitario de vísperas a las siete de la tarde, seguido de una oración personal, rezo del rosario y de completas. Todavía se alargará la jornada con la compañía a las acogidas, la atención a sus hijos, cuestiones administrativas y de formación personal ...
   Son celebraciones litúrgicas especiales el Viernes de Dolores (por la dedicación a María Dolorosa), el nacimiento del padre fundador (11 de mayo), el día de San Felipe Neri (26 de mayo), la muerte de la madre fundadora (31 de julio), el día de la Inmaculada (8 de diciembre, por la dedicación a la pureza de las mujeres provenientes de la prostitución y porque ese día murió el padre fundador mientras tocaban las campanas de la Giralda en la festividad de la Inmaculada) y el día 23 de diciembre (nacimiento de la madre Dolores Márquez). En Semana Santa procesionan junto al convento las hermandades de la Hiniesta y la vecina hermandad de los Servitas, ambas muy vinculadas a la comunidad, que suele contemplar sus cortejos a las puertas del edificio.
   "Debo morir muerto, penitente y santo". Profunda reflexión que realizaba el padre García Tejero antes de su muerte. Seguramente, la santidad aspirada tiene su residencia en la vieja collación de San Marcos (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla. Almuzara, 2011).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María:
   La fiesta deriva del ciclo navideño y parte de Lucas 1, 39-56. Aunque parezca extraño, porque es un acontecimiento salvífico evangélico, antes del siglo XIII no hay documentos históricos que la atestigüen, en que consta que los franciscanos la celebraban fervorosamente según prescripción del Capítulo General de 1263, siguiendo la exhortación de por San Buenaventura.  La predicación de los Menores hizo que se extendiera a muchas Iglesias, aunque con diversos días de celebración: por ejemplo, en Praga (de cuyo caso hablamos a continuación) y Ratisbona, el veintiocho de abril; en París, el veintisiete de junio; en Reims y Ginebra, el ocho de julio. Se conservan hasta nueve Oficios de esta fiesta. Para su extensión definitiva a la Iglesia Latina fue fundamental la labor del poderoso Arzobispo de Praga y Canciller del Emperador Juan Jenstein (+1400), que en el fragor del Cisma de Occidente se interesó por la fiesta y, habiéndole preparado personalmente Oficio rimado y Misa, la promulgó para su Iglesia en un sínodo diocesano el dieciséis de junio de 1386, señalándole el veintiocho de abril y trabajó por extenderla a otras diócesis y congregaciones, escribiendo a obispos y superiores y dirigiendo varias peticiones a Urbano VI Prignano para que la extendiera a toda la Iglesia para rogar que se erradicara el cisma que azotaba a la Iglesia.

   El papa el mismo 1386 le prometió acceder a su petición en cuanto las turbulencias políticas se lo permitieran, porque se encontraba exiliado en Génova. Habiendo regresado a Roma y estudiado el tema, el citado Urbano VI, en consistorio público, promulgó la fiesta para toda la Iglesia Latina con voto de que se recompusiera su unidad perdida el seis de abril de 1389. En un segundo consistorio público, en los meses de mayo o junio del mismo año, determinó que se fijase el dos de julio y que tuviese vigilia y octava como la del Corpus, y que se rezaran los textos eucológicos de Jenstein. Pero el decreto definitivo no pudo promulgarlo porque le sorprendió la muerte, tras haberla celebrado en Santa María la Mayor, en el mes de octubre del mismo año; la dilación pudo ser por sus múltiples ocupaciones o por objeciones de algunos teólogos a los textos de Jenstein. Le correspondió publicarlo a su sucesor Bonifacio IX Tomacelli el nueve de noviembre del citado año, con la esperanza de que Cristo y su Madre visitaran la Iglesia y pusieran fin al Gran Cisma que dividía la túnica inconsútil de Cristo. El Oficio fue definitivamente redactado por el Cardenal Adam Easton, monje benedictino inglés y Obispo de Lincoln.  Como fue extendida durante el Cisma, muchos obispos de la obediencia opuesta no habían adoptado la nueva fiesta, por lo que fue confirmada, republicando la bula de Bonifacio IX, por el Concilio de Florencia en 1441, bajo la presidencia de Eugenio IV Condulmer, y se ordenó a Tomás de Corcellis un oficio nuevo, que tuvo bastante difusión. En dicho concilio aceptaron también la fiesta en la misma fecha los patriarcas sirio, maronita y copto.  Nicolás V Parentucelli, para que se produjera una total introducción de la fiesta en las Iglesias particulares, volvió a republicar la bula bonifaciana en la suya Romanorum gesta Pontificum de veintiséis de marzo de 1451. Sixto IV della Rovere, por su parte, franciscano conventual, en 1475, hizo introducir en los libros libros litúrgicos de su Orden un nuevo Oficio propio. Fue ratificada, aunque sin octava, por el calendario postridentino de San Pío V Ghislieri, que abolió todos los Oficios propios y le señaló el mismo Oficio de la Natividad mutatis mutandis. Sin embargo, muchas órdenes religiosas, como los carmelitas, los dominicos, los cistercienses, los mercedarios, los servitas, entre otras, así como Siena, Pisa, Loreto, Vercelli, Colonia y otras diócesis, conservaron la octava, así como Bohemia, que celebraba la fiesta el primer domingo de julio como doble de la primera clase. Poco después, Clemente VIII Aldobrandini, en la revisión de los libros litúrgicos de 1602, la elevó a doble mayor e introdujo un Oficio propio compuesto por el franciscano Padre Ruiz. El Beato Pío IX Mastai-Ferretti la elevó, después de su vuelta a Roma del destierro de Gaeta, el trece de mayo de 1850, a doble de segunda clase.  Se señaló primeramente para su celebración el dos de julio, porque es el primer día después de la octava de la Natividad de San Juan Bautista, estimándose que para aquella fecha acabaría la estancia de María en casa de su prima Isabel. Si se hubiera escogido el comienzo de la misma, habría coincido con la cuaresma.
   Fue trasladada en la reforma de 1969 al treinta y uno de mayo como colofón del Mes de María, con el rango de memoria obligatoria, insertándola así entre la Anunciación y la Natividad del Bautista. La Iglesia alemana, sin embargo, ha conservado la fecha del dos de julio, para celebrarla junto con los luteranos. En la comunión anglicana es una conmemoración. Si es verdad que los bizantinos celebran el dos de julio una fiesta mariana, nada tiene que ver con esta celebración, pues lo que conmemoran es la colocación del vestido de la Virgen en la basílica de las Blanchernas (año 473). Para el establecimiento de una fiesta que conmemore la Visitación en la Iglesia Ortodoxa hay que esperar al siglo XIX, por la labor litúrgica del Archimandrita Antonin Kapustin (+1894), cabeza de la Misión Eclesiástica Ortodoxa de Rusia en Jerusalén, que incluso compuso un servicio para el Menaion, que la incluyó en el calendario después de la consagración de la Iglesia del Encuentro de la Virgen y Santa Isabel, promovida por él en Jerusalén, el treinta de marzo de 1883 según el calendario juliano, día que quedó señalado para la fiesta. Sin embargo, no ha sido aceptada por todas las Iglesias bizantinas (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía, de la Visitación de la Virgen María;
La Visitación de la Virgen
I. El terna. Su fuente en las escrituras e interpretación simbólica


 La Visitación es la visita que la Virgen, embarazada de Cristo, (Virgo praegnans), hace en secreto a Hebrón, a su prima mayor, Isabel, embarazada de San Juan Bautista, el Precursor (Johanne impregnata), para comprobar con este embarazo milagroso la verdad del mensaje del ángel Anunciador.
   La fuente de este tema es un pasaje del Evangelio de Lucas (1: 39 - 56): «En aquellos días partió María apresuradamente a las montañas, a una ciudad de Judá. Y habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. Y sucedió que al oír Isabel la salutación de María, la criatura dio saltos en su vientre (exultavit infans in utero ejus) e Isabel se sintió llena del Espíritu Santo ( ...) gritó: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre» (benedictus est fructus ventris tui).
   ¿Cuánto tiempo permaneció María en casa de su prima? Las estimaciones oscilan entre varios días y varios meses. De acuerdo con una tradición bizantina recogida en las Homilías del monje Santiago, la Virgen habría esperado hasta el nacimiento de Juan Bautista y asistido al parto de Isabel.
   Una de las prefiguraciones de este acontecimiento es el regreso de Judit a Betulia con la cabeza de Holofernes. Osías la recibió como Isabel acogió a la Virgen victoriosa de Satán.
   Los teólogos han visto una prefiguración de la Visitación en este versículo de los Salmos (85:11): «Se han encontrado la piedad y la fidelidad, se han dado el abrazo la justicia y la paz.»
   Según Bossuet, la Virgen e Isabel son el símbolo de la Iglesia y de la Sinagoga que se ofrecen las manos.
II. Culto
   La fiesta de la Visitación, que por lógica debería estar más cerca de la Anunciación, fijada el 25 de marzo, ha sido traslada al 2 de julio. Fue instituida en el siglo XV para conseguir la finalización del gran Cisma  de Occidente.
   En la Edad Media, los aserradores celebraban la Visitación porque la actitud de la Virgen y de Isabel, inclinadas cada una hacia la otra, les evocaba el gesto de los leñadores inclinándose simétricamente para aserrar el tronco de un árbol.
   En el siglo XVII, en 1610, San Francisco de Sales asistido por la bienaventurada Juana de Chantal, instituyó en Annency la orden de las religiosas de la Visitación, llamadas también salesas.
III. Iconografía
   La relativa esterilidad del tema de la Visitación se explica en primer lugar por razones teológicas: desde el punto de vista de la Redención (Der Ratschluss der Erlösung), la Visita de la Virgen embarazada a su prima no es más que un episodio secundario que no se podría comparar con la Anunciación, preludio de la Encarnación, y en consecuencia de la Salvación.
   No obstante, las Revelaciones de santa Mechthild de Magdeburgo, en el siglo XV, popularizaron esta escena interpretada como la primera estación terrena del Redentor «fruto de las entrañas de la Virgen .»
   Pero también deben tenerse en cuenta razones de orden estético.
Analogías y diferencias con el tema de la Anunciación
   La Visitación, como la Anunciación, es esencialmente una escena de dos personajes.
   Sin embargo el tema de la Visitación, menos rico en posibilidades que el de la Anunciación, se distingue por tres rasgos muy claros.

   Los personajes son de la misma naturaleza en vez de pertenecer a dos esferas diferentes. María e Isabel son dos criaturas humanas que comparten los mismos sentimientos, al tiempo que la Anunciación relaciona dos seres disímiles por su esencia, uno de los cuales tiene un papel activo y el otro lo tiene pasivo.
   En vez de estar separadas, más o menos distantes, las dos mujeres se estrechan las manos, se tocan o se abrazan. El principio de unidad y de simetría predomina sobre el de dualidad y disimetría inherente a la Anunciación.
   Finalmente, el espacio, en vez de estar repartido entre un interior y un exterior, tiene el mismo carácter de unidad: la escena se sitúa al aire libre, frente a la casa de Isabel que sale al encuentro de María, y no en su interior.
   Por lo tanto hay menos oposiciones y contrastes, y en consecuencia, menor dinamismo que en la escena precedente. La gama de los matices psicológicos es mu­cho más restringida, puesto que los únicos sentimientos susceptibles de expresión son la alegría maternal y el agradecimiento a Dios.
   No obstante hay que agregar que la diferencia de edades entre las primas aporta un elemento de variedad del cual los artistas supieron sacar buen partido.
   Podrían señalarse analogías aún más estrechas con el Encuentro de Ana y Joaquín en la Puerta Dorada, puesto que en los dos casos aparece el tema del Abrazo.
Los cinco episodios
   En los ciclos narrativos, el episodio de la Visitación está dividido en cinco cuadros que comportan numerosas escenas: el Viaje, el Encuentro, el Canto del Magnificat, el Nacimiento de San Juan Bautista, el Retorno seguido de los Reproches de José.
1. El Viaje
   En principio asistimos a la partida de la Virgen. Tiene la cabeza cubierta con un sombrero de paja de ala ancha para protegerse del sol de Julio, y se apoya en un bastón que se asemeja a un bordón de peregrino.
   Como el camino a través de la montaña es rudo y poco seguro, no camina sola, habitualmente se la supone acompañada por una criada que lleva un cesto al hombro, y a veces hasta por José y los ángeles que la guían.
   El Reposo de la viajera, notoriamente copiado del Descanso en la Huida a Egipto, es un tema infrecuente. En los dos manuscritos bizantinos de las Homilías del monje Santiago (siglo XI), un niño trepado en un árbol recoge fruta y la entrega a la Virgen. Una  mujer con el torso desnudo cerca de una fuente, personificación de la Tierra y no de Eva suplicante, como lo creyera Rohault de Fleury, le tiende los brazos.
2. El Encuentro
   Desde el punto de vista de la composición, la escena del Encuentro presenta grandes analogías con la Anunciación.

   Se trata de una escena con dos actores y el tema común es la Salutación de la Virgen, ya por el ángel Gabriel, ya por Isabel. Sin embargo, en este caso los dos personajes son, en vez de un ángel y una mujer joven, dos mujeres de diferentes edades, y el encuentro entre las dos primas tiene carácter de afectuosa intimidad: no se limitan a saludarse, se abrazan y besan.
   El tema comporta numerosas variantes que reflejan la evolución del culto mariano: la Salutación, el Abrazo, la Genuflexión de Isabel.
     a) Las dos mujeres de pie se saludan a distancia
   Santa Isabel y la Virgen se inclinan ceremoniosamente una hacia la otra.
   De acuerdo con G. Millet, que distingue en todos los temas de iconografía cristiana una fórmula helénica y otra siria, tendríamos allí la expresión del ideal griego.
   Es la fórmula usual en el arte francés de los siglos XII y XIII (portada de Moissac, vidriera de Chartres; grupo de la portada de la catedral de Reims).
   Esta actitud llena de dignidad, pero de una reserva un tanto fría, concordaba mal con las tendencias del arte realista y más humano de finales de la Edad Media que lo sustituyó con otro motivo.
     b) Las dos mujeres se abrazan de pie
   Una segunda fórmula cuyos orígenes se remontan al arte sirio (ampolla de Monza, frescos de Capadocia) del cual pueden citarse ejemplos precoces en la escultura francesa del siglo XII (capiteles de Die y de Saint Benoît sur Loire), se introdujo en la pintura italiana en el siglo XIV, con Giotto.
   Las dos primas, a quienes acerca el embarazo común, se echan cada una en brazos de la otra y se estrechan tiernamente, de manera que "Sacri junguntur uteri".
   Es la réplica del abrazo de las Justitia et Pietas, tal como fue representado en el siglo XII, en el tapiz tramado de Quedlinburg.
     c) Isabel se arrodilla ante la virgen
   El culto mariano exigía que las dos mujeres no fuesen representadas sobre un pie de igualdad. Aquella que va a parir al Precursor, San Juan Bautista, se arrodilla frente a la que lleva al Mesías en el vientre.
   Desde principios del siglo XV este motivo apareció en las Muy Bellas Horas de Nuestra Señora, iluminadas para el duque Juan de Berry, al igual que en las Horas de Rohan.
   La fórmula, adoptada por el arte italiano de finales del siglo XV (Ghirlandaio, Andrea della Robbia), se impuso después del concilio de Trento en el arte barroco, que mediante un rodeo hacia el tipo ceremonioso retornó de ese modo al primer arte cristiano. A veces dos ángeles levantan la cola del manto de la Virgen Reina.
   La escultura popular bretona del siglo XVII ofrece numerosos ejemplos.
     d) La representación del embarazo en transparencia con los dos embriones visibles "in utero"
   Habría sido preferible que el arte cristiano se hubiera contentado con esos tres tipos iconográficos, uno más solemne, los otros más dinámicos y vivaces; pero cada uno de ellos con sus posibilidades de belleza, y en los cuales es preciso reconocer, en cualquier caso, el mérito de la decencia.
   Por desgracia, el arte realista de la decadencia de la Edad Media no se detuvo allí, y de la misma manera que se había atrevido a representar en la Anunciación al Niño Jesús completamente formado, zambulléndose desde lo alto del cielo en el vientre materno, también subrayó el embarazo de las dos mujeres y mostró a sus hijos en estado de embriones, visibles «in utero».

   Era difícil, sin duda, no indicar el embarazo de las dos primas, que es uno de los datos esenciales del tema; pero también era posible sugerirlos discretamente, sin insistir en ello. Es lo que hicieron los imagineros de las catedrales francesas con una reserva llena de tacto: en el trascoro de Notre Dame de París, Isabel coloca la mano sobre el pecho de María, y se maravilla al sentir su vientre hinchado.
   Estas alusiones no bastaron en el siglo siguiente, cuyo gusto fue más basto. En el contrato relativo a un grupo de la Visitación, que se encargó en Dijon al escultor aragonés Juan de la Huerta, está debidamente especificado que la Virgen e Isabel serán representadas «estando preñadas de niños». No se imagina nada mejor que mostrar dos matronas palpándose el abdomen para asegurarse recíprocamente de sus embarazos.
   En un gran retablo del altar mayor de la catedral de Friburgo, Brisgau (Suiza), Hans Baldung Grien pone a retozar una pareja de conejos, símbolo de fecundidad, a los pies de ambas mujeres.
   Pero las cosas no pararon allí. Como si esas explicaciones no hubieran sido suficientes, se llegó a representar a los dos niños visibles en el vientre abierto o transparente de sus madres.
   La responsabilidad de esta aberración del gusto no debe imputarse al arte occidental de finales de la Edad Media. El tema tiene indudable origen oriental, puesto que aparecen ejemplos en el arte bizantino a partir del siglo XI. Puede citarse una obra de ese período en la ilustración del Salterio Jludov de Moscú. De la misma manera que Jonás aparece en transparencia en el vientre de la ballena, Jesús y el pequeño San Juan Bautista se transparentan en los diáfanos vientres de sus madres embarazadas.
   El Tetraevangelio serbio de la Biblioteca de Belgrado, donde el pequeño San Juan se transparenta en el vientre de Isabel ofrece, en el siglo XIII, otro ejemplo probatorio. Quizá haya que ver aquí una imitación o reminiscencia de las Vírgenes bizantinas del tipo de la Platytera (Blacherniotissa), en la que el Cristo Emmanuel se inscribe en un tondo inserto en el pecho de la Virgen.
   Sea como fuere, este tema de dos niños visibles in utero fue adoptado por el arte de Occidente hasta el siglo XV. Los pintores representaban, como si hubiesen previsto la radiografía, a los dos fetos fosforescentes en el vientre transparente de sus madres. Los escultores, al no contar con este recurso, cavaban en el vientre de las dos mujeres pequeños nichos abdominales, fenestrellas, por las cuales se veían los embriones como si fuesen reliquias en un relicario. Una estatua de madera en Görlitz representa una Virgen ahuecada de esa manera, con un visor de cristal a través del cual se ve al Niño. Esta idea pudo serle sugerida al artista por las Vírgenes abrideras de madera, marfil o alabastro en cuyos interiores se tallaba o esculpía el grupo de la Trinidad.
   La iconografía de la vida prenatal del Niño Jesús no se detiene allí.

   La evolución del tema conduce a una última fase. Ya no se contentan con representar a los dos embriones, o más bien los dos homúnculos, inmóviles en los vientres de sus madres; además se los representa en acción, «duplicando»,  por así decir, los gestos maternales: Jesús de pie hace un gesto de bendición, al tiempo que el pequeño San Juan Bautista se arrodilla frente al Niño Dios, del cual él ya tiene consciencia de ser sólo el humilde Precursor.
   Esta mímica intrauterina sólo traduce el texto del Evangelio de Lucas (1: 39-41), que narra que al oír la voz de la Virgen, el hijo que Isabel llevaba en el vientre dio saltos de alegría (exultavit infans in utero).
   De ahí a ponerse de rodillas no había más que un paso. Los pintores podían leer en una historia de San Juan Bautista versificada a finales del siglo XV:
     Notre Dame qui était pleine / De nostre Seigneur Jésus Christ / Si vint voit sa chère cousine. / Or       entendez que l'enfant fist: / Dedans le ventre de sa mère / S'agenouilla devant son maistre.
     Nuestra Señora que estaba llena
     De nuestro Señor Jesucristo
     Fue a visitar a su querida prima.
     Y ahora oíd lo que hizo el hijo de ésta:
     En el vientre de su madre
     Se arrodilló frente a su señor.
   La literatura fue todavía más lejos que la pintura. El autor de un poema en versos octosílabos acerca del Nuevo Testamento no se limitó a describir los movimientos de los dos niños «ceñidos» en el vientre de sus madres: los hizo hablar. El pequeño San Juan adora a su Señor y le dirige una plegaria, Jesús le responde desde el vientre de María. Cuán estupefactas debieron quedarse las dos mujeres, ventrílocuas sin proponérselo, al oír ese diálogo milagroso de sus hijos que hablaban antes de su nacimiento.
   Puede citarse, es cierto, un precedente en el Antiguo Testamento. El profeta Jonás entonó una acción de gracias a Yavé en el vientre de la ballena. Pero por inverosímil que sea esta fábula bíblica, fue superada por la imaginación desenfrenada de los hagiógrafos medievales.
   Se cuenta que en un cuadro de la iglesia de San Juan, en Zara, se veía en otros tiempos una Visitación en que el pequeño Juan Bautista brincaba de alegría en el vientre de su madre. Ese cuadro fue quemado por orden del obispo que lo encontraba chocante como espectáculo, no sin razón.
   Muchas representaciones de ese género debieron correr la misma suerte después de la Contrarreforma, hecho que explica su relativa escasez. Sin embargo, pueden citarse buen número de ejemplos esculpidos, pintados o grabados, de Visitaciones con embriones visibles, sobre todo en el arte alemán.

     Personajes accesorios: los dos maridos, las dos Marías
   El Evangelio no dice que José haya acompañado a la Virgen. Además, la Visitación generalmente comporta sólo dos personajes, la Virgen e Isabel; se trata de un secreto de mujeres intercambiado sin testigos.
   Pero muy temprano se complicó la escena sumando a las dos primas, sus maridos. La presencia de Zacarías es natural, puesto que el encuentro tiene lugar en su casa. La de José lo es mucho menos, puesto que la Virgen se considera de incógnito y la presencia de José resulta irreconciliable con la apenada sorpresa que expresa luego, al descubrir el embarazo de su mujer. Dicha presencia contradice al mismo tiempo el texto del Evangelio y la verosimilitud. Pero su ausencia, por otra parte, estaba en contra de las costumbres orientales que vedaban a una mujer viajar sola.
   Los dos maridos generalmente están situados a ambos lados del grupo de las dos mujeres, a quienes enmarcan. No obstante, a veces expresan su alegría estrechándose la mano o abrazándose, sin hablarse, puesto que Zacarías estará mudo -por no haber creído en la promesa del ángel- hasta el nacimiento de su hijo.
   El más antiguo ejemplo de esta añadidura se remonta al siglo VI, y es un bajorrelieve de marfil del púlpito de Maximiano en Ravena. El tema es particularmente frecuente en la escuela veneciana del siglo XVI, como lo prueban en el Museo de Viena los cuadros de Palma Vecchio y de Giovanni Cariani. Los artistas románicos flamencos lo introdujeron en los Paises Bajos (Martin de Vios, Museo de Dijon). Vuelve a encontrárselo en el arte francés del siglo XVII (Colgadura de la Vida de la Virgen, catedral de Estrasburgo. Dibujo y grabado de Claudine Bouzonnet Stella, Bibl. de Metz).
   A los dos esposos se los sustituye, o se suman, en ciertas ocasiones, dos criadas o las dos Marías, hermanas maternas de la Virgen, María Cleofás y María Salomé. Ghirlandaio ha adoptado este último partido en su célebre Visitación del Louvre.
   Más excepcional resulta la presencia de dos ángeles turiferarios o caudatarios, oficiando de pajes y llevando la cola del manto de la Virgen. Ese detalle, que se observa en una miniatura de las Horas del mariscal de Boucicaut (Museo Jacquemart André), procede de una contaminación con la Coronación de la reina de los cielos. A consecuencia de estos añadidos de personajes de compañía (Begleifiguren), la Visitación se separa cada vez más del tipo de la Anunciación, cuyo tema resulta incompatible con la presencia de espectadores.
3. La Virgen cantando el Magnificat

   Lucas, 1: 46 - 56. Después de la salutación de su prima Isabel, María entona un cántico de acción de gracias que se llama Magnificat. «Mi alma glorifica al Señor. Y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava, por tanto ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones».
   Ese cántico, calcado del que entona Ana, madre de Samuel, es la única plegaria conocida de la Virgen. A decir verdad, aunque la Vulgata diga expresamente: Et ait Maria, ha sido cuestionada por los teólogos modernos: Harnack, Loisy y Goguel, que sostienen que el Magnificat debe ser restituido a Isabel, también ella estéril durante largo tiempo.
   Los bizantinos representan a la Virgen con el alma en las manos, en forma de un niño orante, y ofreciéndolo a Dios.
   En Occidente este tema sólo ha inspirado a un reducido número de artistas.
4. La Virgen asiste al nacimiento de san Juan Bautista
   De acuerdo con una tradición que se remonta a Orígenes y a san Ambrosio, la Virgen habría permanecido tres meses junto a su prima, con el objeto de esperar el nacimiento de Juan. San Buenaventura cuenta que María tomó en sus brazos al hijo de Isabel. «El niño fijaba sus miradas en María, como si hubiese comprendido quien era; y cuando ésta quería devolverlo a su madre, inclinaba la cabeza hacia la Virgen y parecía sólo encontrar placer en ella.»
5. El Regreso a Nazaret y la Justificación de la Virgen
   Al tiempo que la Visitación se basa en el Evangelio de Lucas, todos los episodios complementarios, situados entre el regreso a Nazaret y la Natividad están tomados de los Evangelios apócrifos: Protoevangelio de Santiago (capítulos XIII, XIV), Evangelio del Seudo Mateo (cap. X), Evangelio Armenio de la Infancia (cap. VII).
   Después del nacimiento de San Juan Bautista, la Virgen retomó el camino de Nazaret. Pero al volver al hogar fue acogida por los celos de José que cuando descubrió su embarazo la acusó de adulterio y amenazó repudiarla. Ella se justificó contra esas injuriosas sospechas soportando la prueba de las aguas amargas.
   Las escenas son cinco: l. La Virgen se despide de Isabel.; 2. Los celos de José; 3. La Admonición del ángel; 4. La prueba del agua amarga; 5. El arrepentimiento de José que se disculpa por sus infundadas sospechas.
     a) La Virgen se despide de Isabel
   Tema escasamente tratado.
     b) Los celos de José
   Después de la Visitación, que le habría abierto los ojos de haber asistido a ella, José, de regreso de Cafarnaum donde había ido a trabajar en su oficio, descubrió con estupor el embarazo de María. «Se quedó estupefacto» al verla encinta.

   Seguro de no tener nada que ver en ello, le dirigió duros reproches por su mala conducta. La interrogó en presencia de sus cuatro hijos: «¿Por qué has hecho esto tú, que has sido alimentada por un ángel?». Le advirtió que debía lapidarse a una mujer embarazada que no había conocido a su marido. Ella respondió sin perder la calma que aunque estuviese efectivamente embarazada, seguía siendo virgen y no había conocido hombre alguno en su ausencia.
   José permaneció incrédulo, y para evitar un escándalo, decidió repudiarla discretamente. Pero un ángel del Señor se le apareció y le hizo desistir del proyecto afirmándole que el Niño que María llevaba en el vientre había sido concebido por el Espíritu Santo, y que ella estaba «tan virgen como lo fue al nacer».
   Esta escena de celos y reproches está en germen en un pasaje del Evangelio según Mateo (1: 19 - 21), donde se dice que José pensó en devolver a la Virgen, a ocultas (Voluit occulte dimittere eam). Pero fue introducida en el arte cristiano por los evangelios apócrifos, y popularizada por el teatro de los Misterios que desarrollaron con complacencia la comedia de las quejas del marido engañado.
Iconografía
   José observa con expresión irritada a la Virgen encinta que intenta disculparse. Ya ha hecho un paquete con sus ropas y está dispuesto a abandonarla, cuando en el momento crítico aparece un ángel para aplacar su cólera.
   El tema resulta tan familiar en el arte bizantino como en el de Occidente.
   En todo el Oriente helenizado, griego o eslavo, ha sido popularizado por el célebre Himno Akatista, compuesto en el siglo VII cuya sexta estrofa comienza con estas palabras: Una tormenta en el corazón.
   María se justifica con un pasaje de los Salmos 44: 12: Kai epihumesei o Basileus («Prendado está el rey de tu hermosura») que ella le muestra inscrito sobre una filacteria.
   En las puertas de bronce de la catedral de Pisa, María responde: Rore coelesti fe­cundar (Es el rocío celestial quien me ha fecundado).
   Este tema escabroso fue eliminado del repertorio del arte católico en el siglo XVI, por el concilio de Trento.
     c) Primera aparición de un ángel a José para calmarle y disculpar a la Virgen
   Un ángel aparece ante José para darle «sosiego» e impedirle repudiar a la Virgen embarazada. Le explica la «maravillosa impregnación» de su mujer por el Espíritu Santo.
   La declaración tranquilizadora del ángel está glosada en una vidriera de la iglesia Saint Gervais de París, por esta cuarteta ingenua:
     Un ange de Dieu luy nonça
     Et pour verité prononça
     Que de l'Esprit elle estoit pleine:
     Par quoy fut son cuer hors de peine.
   (Un ángel de Dios le anunció / Y con verdad  pronunció / Que del Espíritu ella estaba llena / Por lo cual su cuerpo era inocente.)
   La variante que se lee en la iglesia de Sainte Croix de Provins es del mismo estilo:
     Prens, ô Joseph, ton épouse sans crainte
     Du Saint-Esprit, non d 'homme est enceinte
     Fils de Dieu, vierge, elle enfantera
     Lequel Jésus un chascun nommera.
   (Toma José a tu esposa no temas nada / Del Espíritu Santo, no de hombre, está embarazada / Un Hijo de Dios, aún Virgen, parirá / A quien Jesús, cada cual, llamará.)

   Este tema suele aparecer asociado con el precedente. Ya se lo encuentra en el arte cristiano primitivo, sobre un sarcófago de Puy.
     d) María bebiendo el agua probática en el tempo
   De acuerdo con una ley mosaica que sin duda es un vestigio del culto del agua (hidrolatría), aplicada por numerosas tribus, la mujer sospechosa de infidelidad era conducida al templo y debía no sólo jurar que era inocente sino beber «el agua probática» o «de convicción de Dios», que Henri Estienne llamó en el siglo XVI, en su Apología para Herodoto, «el agua de redargución». Si era inocente la bebía sin molestias, pero si por el contrario era culpable, el agua purgativa y detectora, cargada de maldiciones por el sumo sacerdote, la ponía gravemente enferma. Se trataba en suma, como en el caso de la ordalía del fuego de mayor difusión en la Edad Media, de una forma de Juicio de Dios.
   He aquí los términos en que está enunciada la ley en el Libro de los Números (5: 11 - 28): «El Señor habló a Moisés, diciendo: ( ...) Si una mujer casada se extraviare, y despreciando al marido yaciere con otro hombre, y el marido no pudiere averiguarlo ( ...) la llevará delante del sacerdote... (éste) la conjurará, y dirá: Si no se ha acostado contigo hombre ajeno, y si no te has deshonrado con hacer traición al marido, no te harán daño estas aguas amarguísimas sobre las cuales he amontonado maldiciones. Pero si te has enajenado de tu marido, y te has deshonrado, y acostado con otro hombre, incurrirás en estas maldiciones. Póngate Dios por objeto de execración y escarmiento de todos en su pueblo: haga que se sequen tus muslos, y que tu vientre hinchándose, reviente.»
   Traducido al lenguaje de la medicina moderna, el castigo con que amenaza el Dios de Moisés a la mujer adúltera es la hidropesía.
   Los Evangelios canónicos no hablan de esta prueba humillante infligida a la Virgen. Pero el Protoevangelio de Santiago (16, 1) supone que se le aplicó la ley de Moisés. Además, agrega  que el pobre José, el marido inquieto, debió someterse también a este juicio de Dios, para probar que había respetado la virginidad de su mujer. En el Liber de ortu Beatae Mariae, jura «quod nunquam penitus tetigisset eam», que él sólo se había permitido acariciarla sin poseerla.
   «El sacerdote dijo: Os haré beber el agua probática del Señor y vuestra falta será revelada. Y habiendo vertido el agua, hizo beber a José y lo envió a la montaña, y éste regresó sin molestias. E hizo beber también a María y la envió a la montaña, y ella regresó igualmente indemne».
   Según otra versión incluida en el Evangelio del Seudo Mateo, el hombre y la mujer sospechosos de adulterio o de comercio carnal ilícito, después de haber bebido el agua de la prueba debían dar siete vueltas alrededor del altar sin que les a apareciera signo alguno de malestar en el rostro.
   Si soportaban victoriosamente el examen, los acusadores, sospechosos de falso testimonio, debían beber a su vez el agua amarga. En el teatro religioso de la Edad Media se veía a los acusadores de la Santísima Virgen caerse muertos después de la contraprueba.
   El sumo sacerdote que presenta a María y José la copa amarga, está identifado con Zacarías, padre de San Juan Bautista.
Iconografía
   El arte cristiano de Occidente ha rechazado con razón esta anécdota poco edificante de la purga acusadora. Pero el arte oriental o bizantino no tuvo los mismos escrúpulos de decencia y ofrece numerosos ejemplos de este tema que se ve ilustrado cabalmente en las Homilías del monje Santiago. Los dos acusados son aprehendidos y conducidos brutalmente frente al sumo sacerdote; los cuatro hijos de José son expulsados a bastonazos.

     e) El arrepentimiento de José
   Convencido por la Aparición del ángel y el juicio de Dios de que su mujer sigue pura a pesar de las apariencias, José se retracta públicamente: se arrodilla frente a la Virgen y le pide perdón por sus sospechas infundadas.
   Más reservado que el arte bizantino, el de Occidente se abstuvo de insistir con un tema que amenazaba ridiculizar a José, marido demasiado crédulo, y de comprometer el respeto debido a la Madre del Salvador.
   Desde este punto de vista, es característico que en la Arena de Padua, Giotto pase directamente de la Visitación a la Natividad (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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