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La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
Desde el padrón de 1665, primera referencia conocida, aparece como Haza, quizás por encontrarse lindante con una huerta de este nombre, citada en documentos del s. XVIII. En 1859, coincidiendo con una reforma del nomenclátor del barrio, se le dio el actual. Alude al cargo de Adelantado de Andalucía que poseía don Fadrique Enríquez de Ribera, quien costeó el edificio del Hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre, próximo a esta calle. Sus orígenes quizás se remonten al s. XVI en que ya existía el barrio extramuros de la Macarena, del que forma parte, y que en el citado padrón se cita como el Barrezuelo.
Desde el padrón de 1665, primera referencia conocida, aparece como Haza, quizás por encontrarse lindante con una huerta de este nombre, citada en documentos del s. XVIII. En 1859, coincidiendo con una reforma del nomenclátor del barrio, se le dio el actual. Alude al cargo de Adelantado de Andalucía que poseía don Fadrique Enríquez de Ribera, quien costeó el edificio del Hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre, próximo a esta calle. Sus orígenes quizás se remonten al s. XVI en que ya existía el barrio extramuros de la Macarena, del que forma parte, y que en el citado padrón se cita como el Barrezuelo.
Conozcamos mejor a Dº Fadrique Enríquez de Ribera, I Marqués de Tarifa, Adelantado de Andalucía y mecenas, nacido en Sevilla 1476 y fallecido en la misma ciudad en 1539, a quien se dedica esta vía de la capital hispalense.
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A los nueve años de edad, en 1485, de manos del maestre Alonso de Cárdenas recibe Fadrique el hábito de la Orden de Santiago, siendo comendador de la misma en Guadalcanal. De esmerada formación, según García Martín sería educado en la Escuela de nobles que llevaba Pedro Mártir de Anglería en Salamanca teniendo contactos en ella con Lucio Marineo Sículo, al ser también ciudad de residencia del humanista italiano y cronista de los Reyes Católicos. Como miembro de la familia de los Ribera, que tenía bajo su jurisdicción el adelantamiento mayor de la frontera andaluza, acompañó a su padre y hermanastro a los últimos acontecimientos bélicos de la guerra de Granada y participa junto a ellos en la toma de Alhama, habiendo sido previamente armado caballero en la frontera nazarí por el príncipe don Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos. También, como miembro de la familia de los Enríquez, almirantes de Castilla, se hace constar su presencia en la flota que en 1496 condujo a Flandes a la princesa Juana para casar con Felipe el Hermoso y traer de regreso a la princesa doña Margarita para desposarse en Castilla con el príncipe don Juan.
En 1506 fue nombrado alcalde mayor de Sevilla y en 1511, tras la muerte de su hermanastro, adelantado mayor de Andalucía, siendo al mismo tiempo señor de Tarifa, Bornos, Espera, El Coronil y conde de Los Molares. En 1514 recibió el título de I marqués de Tarifa y en 1515 el señorío de Alcalá de los Gazules, formando de ese modo uno de los estados señoriales más importantes de la Baja Andalucía que con el tiempo —como duques de Alcalá y de Medinaceli— pasa a ser cabeza de la nobleza española. Representó a la ciudad de Sevilla en las Cortes de 1518 celebradas en Valladolid y en donde juró obediencia al joven rey Carlos I; de nuevo, volverá a entrevistarse con él, ya Emperador, en la misma capital castellana en 1522. En medio, están los años del viaje a Tierra Santa que hubieran de darle fama y notoriedad y con posterioridad su quehacer como mecenas, al parecer, alejado de los avatares políticos de su tiempo y dedicado al gobierno de sus señoríos y estado. Contrajo matrimonio con Elvira de Herrera, que fue anulado, sin tener descendencia. Sí tuvo, en cambio, una hija natural, Catalina Enríquez de Ribera, más tarde convertida en duquesa de Osuna y a quien dejó en herencia la mayoría de los bienes no vinculados, pues los del mayorazgos y estado señorial pasaron a su sobrino Pedro, II marqués de Tarifa y I duque de Alcalá.
El hecho más destacado de su biografía personal, y por el que se le conoce gracias a las consecuencias que tuviera, fue su viaje a Tierra Santa. Antes, había visitado algunos santuarios de peregrinación en tierras de España (Santiago, Guadalupe, Monserrat, etc.).
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Sale de Bornos a las doce de la mañana y la primera parada para cenar fue en su villa de El Coronil, a unas cinco leguas de distancia, con esta minuciosidad de detalles se narran las vicisitudes del viaje que duró dos años. Atravesó Andalucía, bordeó el Levante español —Murcia, Valencia y Cataluña—, atravesó los Pirineos y recorrió el sur de Francia, pasa los Alpes y adentrarse por el norte de Italia (Turín, Milán, Bolonia, Ferrara, Verona, Padua, etc.) hasta llegar a Venecia el 17 de mayo de 1519. Estancia en la capital de los Dux para hacer acopio de lo necesario para la segunda parte del viaje, que continuó en barco por el Egeo y por tierras griegas y turcas —donde se les une el poeta Juan del Encina, que dejó una relación del viaje en ripiosos versos— hasta llegar a Jerusalén. Visitó la ciudad, recorrió los Santos Lugares y tierras afines (Betania, Josafat, Monte Sion, río Jordán, etc.) y emprendió regreso en agosto de 1519. Tras las escalas de Chipre y Rodas, de nuevo en Venecia y desde allí un giro italiano por ciudades como Asís, Bolonia, Parma, Florencia, Siena, San Miniato, Pisa, Roma, Nápoles, Génova, etc. Continuó por Francia (Cambery, Grenoble, Valence, Bayona, etc.) y pasó a España siguiendo la ruta del norte (San Sebastián, Vitoria, Burgos, Valladolid, etc.) para finalizar el viaje en Sevilla el 20 de octubre de 1520.
Durante el viaje el marqués recogió información referida al arte, la economía, la vida cotidiana, la religiosidad, las festividades e incluso las mancebías, etc., con descripciones de lugares visitados, explicaciones de los edificios que conoció y obras de arte que contempló, negocios que realizó, etc. El comportamiento del viajero, el sentido último del viaje y la narración del mismo han sido interpretados bajo perspectivas simbólicas y cabalísticas, relacionadas con el mundo exotérico en relación a los Santos Lugares. De lo que no cabe duda, sin embargo, es de la trascendencia del viaje al convertirse, por sus logros, en un vehículo privilegiado de penetración de los valores del Renacimiento en España gracias a las inquietudes culturales y artísticas de Fadrique Enríquez puestas de manifiesto en tres de sus actuaciones más sobresalientes: la formación de su biblioteca —legada a la Cartuja de Sevilla—; la construcción de su palacio sevillano, conocido como Casa de Pilatos, construido entre 1492 y 1533 como una obra maestra del plateresco e imitando, según, la leyenda del Pretorio de Poncio Pilatos en Jerusalén y en donde hizo acopio de las obras de artes que trajo consigo; por último, la construcción de la nueva fábrica para el hospital de las Cinco Llagas —siguiendo las trazas del hospital Mayor de Milán— para albergar la fundación que creara su madre Catalina de Ribera, el edificio civil de mayores dimensiones hasta la construcción del Escorial.
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