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viernes, 3 de mayo de 2019

La Iglesia de Santa Cruz (antigua Iglesia de los Clérigos Menores)


   Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia de Santa Cruz (antigua Iglesia de los Clérigos Menores), de Sevilla.      
     Hoy, 3 de mayo, la Iglesia conmemora la "Invención de la Santa Cruz", es decir el hallazgo por parte de Santa Elena, madre del emperador Constantino, de la verdadera Cruz de Jesucristo en su peregrinación a Jerusalén. Al tratarse de una fiesta relacionada con la pasión de Cristo, su Cruz, la fiesta en rito romano será de color rojo. "Invención" (del latín invenio, "descubrir") es el nombre litúrgico y oficial. En cambio Cruz de Mayo o fiesta de las Cruces es la denominación popular. Se festeja el 3 de mayo, y la Iglesia católica, según el rito romano, ha situado el hallazgo de la santa Cruz. Es una festividad muy extendida en España e Hispanoamérica. Pero tras la reforma de la liturgia romana por Juan XXIII, en 1960 con el motu proprio Rubricarum instructum, perdió importancia en el calendario romano.
      Y que mejor día que hoy, para Explicarte la Iglesia de Santa Cruz (antigua Iglesia de los Clérigos Menores), de Sevilla.
      La Iglesia de Santa Cruz (antigua Iglesia de los Clérigos Menores) [nº 23 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 11 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Mateos Gago, 34; en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
      La calle que conduce a la visión más universal de la Giralda no fue el lugar original donde se asentó la primitiva iglesia de Santa Cruz. Tuvo otra apariencia, probablemente mudéjar y se situó en la actual plaza de Santa Cruz, el turístico rincón de la antigua judería que centra la antigua cruz de forja de la Cerrajería. Allí se situó uno de los templos cristianos que vinieron a sustituir a las antiguas sinagogas judías, tal como ocurrió con el convento de Madre de Dios, la parroquia de San Bartolomé o la iglesia de Santa María la Blanca. En 1810 los invasores franceses, entre otros expolios, desalojaron la antigua parroquia, iniciándose su derribo para la transformación del lugar en una plaza pública. Con ello se perdió un notable patrimonio, trasladándose otras piezas (como el cuadro del Descendimiento de Pedro de Campaña, hoy en la Catedral) y perdiéndose la pista de enterramientos tan singulares como el de Bartolomé Esteban Murillo, allí enterrado. Todavía conocería la parroquia un traslado transitorio al antiguo Hospital de los Venerables Sacerdotes, llegando definitivamente al emplazamiento actual en 1840.
      Este edificio comenzó a construirse en 1665 y se terminó en 1728 bajo la supervisión de José Tirado (autor de la cabecera del templo), siendo originalmente la iglesia conventual de los Clérigos Menores. El templo siguió las trazas clasicistas del arquitecto Sebastián de Ruerti, que diseñó una estructura monumental de tres naves con amplio crucero y elevada cúpula que destaca en el caserío de la zona. La fachada y la espadaña no fueron rematadas y su aspecto actual corresponde al diseño neobarroco de Juan Talavera (1926-29) que intervino en la construcción dentro del plan de reurbanización que se llevaba a cabo en la antigua judería con vistas a la Exposición Iberoamericana de 1929. Talavera diseñó la decoración con aires clasicistas de las tres puertas y coronó todo el conjunto con una cruz de hierro forjado.

      Sorprende en su interior el aire neoclásico del presbiterio, reforzado por el blanco de los muros, tan poco habitual en el arte sevillano. Un clasicista templete, realizado en 1792 por el academicista Blas Molner y coronado por la imagen de la Fe, vino a sustituir el antiguo retablo barroco original de la iglesia, perdido en un incendio. Alojaba la imagen de la Virgen del Mar, talla que fue titular de una extinta cofradía que acaparaba a las mujeres antes conocidas como "extraviadas o descarriadas", según antiguos cronistas en "el proceloso mar de las pasiones", lo cual explicaría la curiosa iconografía de una imagen que hoy se conserva en un lateral del altar mayor portando un barco de plata. Hoy centra el neoclásico templete del presbiterio la notable imagen de la Virgen de la Paz, proveniente del convento dominico de San Pablo, hoy parroquia de la Magdalena. Se data hacia 1579 y se conocia bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, siendo relacionable por su iconografía con otras obras del mismo autor manierista, como la titular del convento dominico de Madre de Dios o la misma advocación de la actual capilla del Museo. Sedente, con el Niño sobre sus brazos, sigue las formas monumentales de las matronas y las sibilas romanas que sirvieron de inspiración en el Renacimiento sevillano, siendo repolicromada ya en el siglo XVIII, y más recientemente, restaurada por Ricardo Comas. Enmarcada por el airoso templete de columnas corintias diseñado por Molner, la imagen se ve cobijada también (en una ubicación también poco habitual) por uno de los mejores órganos de la ciudad, realizado a fines del siglo XVIII por el maestro organero Antonio Otín Calvete, autor de piezas tan significativas como los órganos del palacio de Oriente de Madrid, el de la Catedral de Sevilla, el del monasterio de San Clemente o las parroquiales del Salvador, San Vicente o San Lorenzo. Fue restaurado en diciembre de 2002.   
      El muro izquierdo de la iglesia alberga notables retablos. En el espacio del crucero se sitúa una pieza del siglo XVIII que acoge a la excelente imagen del Cristo de las Misericordias, obra anónima del siglo XVII, muy cercana al estilo de Pedro Roldán, que muestra a Cristo vivo, con la mirada alta, con un modelado suave que recuerda al crucificado de la Expiración de la parroquia de Santiago de Écija. Es titular de la hermandad de Santa Cruz, que procesiona el Martes Santo desde su fundación en 1904 en torno al antiguo crucificado ya existente en la capilla de los Auñón de la antigua iglesia de los Clérigos Menores. A sus pies se sitúa la talla arrodillada de la Virgen de la Antigua, antes de los Dolores, obra de Emilio Pizarro de la Cruz (1900), que fue restaurada en 1930 por Manuel Galiano.
      A continuación se sitúa el retablo de Santa Ana y la Virgen Niña, talla de Pedro Roldán que se inserta en un buen retablo contratado en 1672 por Bernardo Simón de Pineda y que fue policromado por el pintor Juan de Valdés Leal, un ejemplo más de un taller que colaboró de forma conjunta en numerosas obras. Al igual que otros retablos de la iglesia, presenta mesa de altar añadida ya en el siglo XVIII, con decoración de rocalla barroca. El siguiente retablo es obra del siglo XVIII, cercano al estilo de Pedro Duque Cornejo, con escultura de San Francisco Carracciolo al centro, uno de los fundadores de la orden de los Clérigos Menores. De poco interés es el retablo siguiente, neoclásico, con pintura de San Antonio repartiendo limosna. Muy interesante es el retablo situado a los pies del muro, el realizado en 1678 por Bernardo Simón de Pineda, con la habitual compartimentación mediante columnas salomónicas, que muestra tallas de la Inmaculada, San Miguel y San Gabriel.  

    Volviendo a la zona del presbiterio, a su derecha se sitúa un retablo neobarroco con una talla de San José datable a fines del siglo XVIII y cercano al estilo del escultor levantino Blas Molner, autor del templete central de la iglesia. En el mismo muro, ya en el brazo del crucero se sitúa un retablo del siglo XVII reformado en época neoclásica. Aloja a la Virgen de los Dolores, talla neobarroca de Antonio Eslava (1967) que presenta ciertas influencias de la escuela barroca castellana, una constante en la obra del imaginero. La imagen procesiona bajo palio el Martes Santo, en un proporcionado paso de palio neorrenacentista diseñado por el cofrade Emilio García Armenta.
      Ya en el muro lateral se sitúa, en primer lugar, un retablo moderno con escultura de San Antonio de Padua donado al antiguo convento en 1730. Le sigue un nuevo retablo barroco de Bernardo Simón de Pineda, con interesante pintura de Cristo yacente en su banco y talla de Dolorosa arrodillada en la hornacina principal. A continuación se sitúa un retablo neoclásico de 1812 realizado por Miguel Albis. Está presidido por una imagen anterior de San Eligio, de mediados del siglo XVII. Fue el titular gremial de los plateros sevillanos, que en épocas pasadas consagraron a su patrón numerosas fiestas y solemnes cultos ya olvidados. Procede de la capilla propia que los plateros tenían en el desaparecido convento de San Francisco, hoy plaza Nueva, y es atribuido por algunos autores a Juan de Mesa. Ya a los pies de la nave se sitúa un nuevo retablo barroco de comienzos del siglo XVIII, con pinturas de la Virgen de la Soledad y una representación de San Carlos Borromeo, el arzobispo de Milán, en el ático.
     Mantiene la luminosa iglesia como cancel de la puerta principal el procedente del convento de carmelitas de San Alberto, hoy oratorio filipense.
   Junto a las ya mencionadas, la iglesia acogió en tiempos pasados a la desaparecida hermandad de la Virgen de la Rosa de Jericó, con capilla abierta al exterior, que celebraba rosario público cantado por las calles de la antigua judería (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
     Primitivamente fue convento de clérigos menores bajo la advocación del Espíritu Santo. Las obras de la iglesia comenzaron en 1665 y se concluyeron en 1728, interviniendo en su ejecución el maestro José Tirado, quien realizó íntegramente la cabecera del templo. Su planta presenta tres naves con un amplio crucero cubierto por una  espaciosa cúpula. La fachada de la  iglesia permaneció doscientos años sin concluir hasta que se levantó en 1929, con diseño del arquitecto Juan Talavera.
     En el presbiterio se levanta un templete neo­clásico, que fue ejecutado en 1792 por Blas Molner y se remata con una escultura de la Fe. En su interior alberga una escultura sedente de la Virgen con el Niño, de tamaño natural, obra atribuida a Jerónimo Hernández, y fechable a finales del siglo XVI, aunque fue policromada de nuevo en el siglo XVIII.
     El órgano neoclásico que figura en el presbiterio es del primer tercio del siglo XIX y es obra del maestro organero Antonio Otín Calvete. Remata el órgano una bella alegoría de la música sacra.

     En la nave izquierda del templo figura un importante conjunto de retablos. Comenzando por los pies de la iglesia, aparece en primer lugar un retablo barroco realizado en 1678 por Bernardo Simón de Pineda, que tiene esculturas de la misma época de la Inmaculada, San Miguel y San Gabriel. De escaso interés es el retablo siguiente, de estilo neoclásico, fechable a principios del siglo XIX, que alberga una pintura moderna de San Antonio repartiendo limosna. El siguiente retablo está atribuido a Pedro Duque Cornejo, siendo fechable en el segundo cuarto del siglo XVIII. Tiene una escultura de San Francisco Carracciolo, en su hornacina central, y en las laterales, esculturas de San Antonio y San Francisco. Figura a continuación un buen retablo barroco, documentado como obra de Bernardo Simón de Pineda en 1672, con policromía de Valdés Leal, al cual pertenece la pintura del Niño Jesús que figura en el tabernáculo. La hornacina central la ocupa un grupo escultórico de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, obra realizada por Pedro Roldán en el año citado. En el espacio del crucero de este muro de la izquierda, se halla un retablo del último tercio del siglo XVIII, que alberga una escultura del Cristo de las Misericordias, obra mag­nífica atribuida a Pedro Roldán que puede fechar­se a finales del siglo XVII. A la derecha del altar mayor figura un retablo moderno de imitación barroca con una escultura de San José de finales del siglo XVIII atribuida a Blas Molner. En el brazo del crucero correspondiente al muro derecho, se dispone un retablo del siglo XVII, repintado en época neoclásica, que alberga una escultura de la Virgen de los Dolores, de candelero, obra de Antonio Eslava en 1967. En el banco aparece un buen grupo escultórico de la Transverberación de Santa Teresa, fechable a mediados del siglo XVIII.
     El primero de los retablos del muro derecho es moderno y en su hornacina se alberga una escultura de San Antonio de Padua, tallada en el siglo XVIII. Sigue un retablo, obra de Bernardo Simón de Pineda, con reformas rococó que tiene en el banco una buena pintura de Cristo en el sepulcro, y en la hornacina principal una Dolorosa. A continuación se dispone un retablo neoclásico, ejecutado en 1812 por Miguel Albis, con una buena escultura de San Eligio, de la segunda mitad del siglo XVII. Finalmente figura un retablo barroco de principios del siglo XVIII, con pinturas de la Virgen de la Soledad en su hornacina central y de San Carlos Borromeo, en el ático. Sobre la puerta de la sacristía hay una buena pintura italiana del siglo XVII, de autor anónimo, que presenta la escena de la Degollación del Bautista.
     Posee este templo numerosas piezas de orfebrería, no sólo de la parroquia, sino de las hermandades que en él se alojan. Son muy  abundantes los cálices, entre los que se cuentan tres de tipo manierista, con decoración muy plana a base de temas geométricos y ces de tipo vegetal, datables a comienzos del siglo XVII. De estilo rococó existen uno punzonado por Juan Guerrero, y otro, muy estilizado y de perfil ondeante, que lleva la marca de Cárdenas. De plata dorada y decorados con esmaltes son una custodia de grandes dimensiones y un copón pequeño fechado en 1615. Muy interesantes son las cruces, una procesional con relieves, que sigue el modelo de Merino, y otra de altar, de filigrana, con base octogonal, obra  del siglo XVII. Varios son los conjuntos de vinajeras y bandejas, destacando unas muy gruesas, de comienzos del XVII, y otras muy estilizadas, decoradas con rocallas y punzonadas por Juan Guerrero. La hermandad sacra­mental posee dos ciriales, con bella decoración barroca, fechados en 1699, y un gran lábaro de plata, de la primera mitad del siglo XIX. Finalmente hay que mencionar un gran ostensorio de plata dorada, de tipo imperio, que lleva la marca de la ciudad de Sevilla y la del platero José García Díaz, artista de comienzos del siglo XIX (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).  

   El templo es de tres naves y crucero con hermosa cúpula sobre pechinas, tribunas sobre las naves laterales y espacioso coro, situándose el órgano en el presbiterio, en el que se alza un templete neoclásico, obra de Blas Molner. Contiguo a la iglesia subsiste el claustro del antiguo convento, hoy convertido en patio de la escuela pública adyacente. La capilla sacramental posee dos tramos, aunque, en realidad, se trata de dos recintos comunicados entre sí por un robusto arco, contando asimismo con sendas rejas que se abren a la nave del Evangelio. La bóveda ochavada sobre trompas del testero es uno de los pocos restos arquitectónicos que subsisten de la primitiva edificación parroquial mudéjar, sus ocho plementos se adornan con pinturas murales ejecutadas por Rafael Blas Rodríguez en 1941. El tramo restante queda cubierto por bóveda de cañón rebajado decorada con casetones de escayola. La decoración de las yeserías corresponde a la remodelación llevada a cabo por el arquitecto Manuel Gómez en 1933-1935 en éste ámbito espacial.
     Es la iglesia del antiguo convento de clérigos menores, comenzada en 1665 y terminada en 1728 por el maestro José Tirado. La fachada fue construida en 1929 con diseño del arquitecto Juan Talavera (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     La iglesia de Santa Cruz, templo parroquial cuya severa fachada forma una bella imagen desde la calle Guzmán el Bueno, perpendicular a ella. Su construcción se llevó a cabo entre 1665 y 1728, aunque la fachada no se concluyó hasta 1929, con proyecto del arquitecto Juan Talavera. Tiene tres naves separadas por arcos de medio punto sobre pilares de gran espesor, las laterales muy estrechas, cubiertas con bóvedas vaídas, mientras la central lleva bóveda, de cañón con arcos fajones y lunetos. El crucero, de gran amplitud, muestra cúpula de media naranja con vidrieras y barandal a modo de tribuna. A los pies, lleva coro alto que se prolonga en tribunas por la nave principal. En el presbiterio, en el interior de un gran templete compuesto por columnas corintias, se encuentra Nuestra Señora de la Paz, imagen en madera policromada que se atribuye a Jerónimo Hernández, quien debió tallarla a finales del siglo XVI. En el brazo izquierdo del crucero se encuentra el Cristo de las Misericordias, soberbio Crucificado atribuido a Pedro Roldán. En el brazo derecho está la Virgen de los Dolores, imagen de candelero tallada en 1967 por el sevillano Antonio Eslava. En el retablo situado a mitad de la nave izquierda se encuentra el grupo en madera polícroma formado por Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, talla magnífica de Pedro Roldán (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Santa Cruz;
La Leyenda de la cruz
   La historia de la Santa Cruz, antes y después de la Crucifixión, dio nacimiento a un ciclo legendario que fue popularizado por Santiago de Vorágine en la Leyenda Dorada.
   Los héroes principales de esta novela piadosa que abarca varios siglos, son Adán, Salomón, la reina de Saba, el emperador Constantino, Santa Helena y finalmente Heraclio, que devuelve la Santa Cruz a Jerusalén.
La madera de la Cruz antes de la Crucifixión
   La idea central de la leyenda es la intención de vincular la Redención con el pecado Original. Se imaginó que la cruz del Gólgota se había construido con madera procedente del árbol de la Ciencia. Por ello, en los himnos litúrgicos, la cruz se invoca con el nombre de Arbor.
   ¿Qué sucesión de vicisitudes y metamorfosis permitió que la madera del árbol de la Ciencia se convirtiera en la cruz de Jesús? Se supuso que Adán había arrancado una rama antes de ser expulsado del Paraíso. Según otra versión, es el tercer hijo de Set quien habría recibido ese brote de manos del arcángel Miguel, y lo habría plantado sobre su tumba.
   Mucho tiempo después, la reina de Saba, que fue a Jerusalén para visitar a Salomón, al encontrarse frente a una viga echada sobre un arroyo a manera de puente, vio en espíritu que el Redentor sería fijado alguna vez a esa madera. Por ello se negó a pisar esa tabla sagrada y se arrodilló para adorarla.
   Salomón hizo clavar esa pieza de madera en el suelo con el objeto de que no fuese pisoteada. Por un misterioso fenómeno, apareció en la Piscina probática donde flotaba y curaba milagrosamente a los enfermos y tullidos. Los verdugos la retiraron de esa piscina y construyeron con ella la cruz de Jesús.
   Esta leyenda novelesca ha sido representada muchas veces por los pintores italianos del Trecento y del Quattrocento, sobre todo en las iglesias de los franciscanos, guardianes del Santo Sepulcro, muchas de las cuales estaban bajo la advocación de la Santa Cruz (Santa Croce).
   La escena más popular de este ciclo es el gesto de la reina de Saba al arrodillarse frente a la madera de la Santa Cruz cuando aún servía de puente sobre un arroyo.
La reina de Saba adora la madera de la Cruz
   En la vidriera de Saint Pantaléon, en Troyes, se lee esta ingenua inscripción:
          La royne de Sabba ne voulut marcher sur la dicte planche
          Pour ce qu'elle fut inspirée que sur icelle planche
          Serai crucifiçe le Rédempteur des humains.
   (La reina de Saba no quiso caminar sobre esta tabla / Porque recibió la inspiración que sobre esa misma tabla / Sería crucificado el Redentor de la humanidad.)
   De acuerdo con una leyenda popular que asimila la reina de Saba a la reina Pedauca, al retroceder para vadear el arroyo, ella mostró una pata de oca.
   Existe otra versión de esta leyenda que también reposa en la idea de la continuidad de los dos Testamentos, pero que es totalmente diferente.
   Adán, expulsado del Edén, como recuerdo del Paraíso perdido se lleva una rama del Árbol de la Ciencia que le sirvió de bastón hasta su muerte.
   Dicho bastón, que los patriarcas se transmitieron de generación en generación, fue encontrado por Jetró, el suegro de Moisés. De ese bastón colgó Moisés la serpiente de bronce, prefiguración de Cristo crucificado. Por la intermediación del traidor Judas, llegó a las manos de los verdugos de Cristo que lo utilizaron para construir la cruz.
La Invención y la Adoración de la Vera Cruz
   La historia de la Santa Cruz no se detiene en la Crucifixión. A falta de huesos de Cristo, cuyo cuerpo había subido al cielo, la devoción popular se volcó sobre el instrumento del suplicio que ocupó el primer lugar en el catálogo de las reliquias.
   Las tradiciones creadas en torno a este símbolo de la fe cristiana fueron difundidas en el siglo XIII por la Leyenda Dorada que narra detalladamente la maravillosa historia de la Búsqueda, el Descubrimiento y la Exaltación de la Santa Cruz.
1. La Invención de la Vera Cruz por santa Helena
   Después de la muerte de Cristo la cruz no se mantuvo plantada  en el Gólgota, puesto que erigían una nueva para cada ejecución. Fue enterrada con los «patibula» de los dos ladrones en una fosa común que cayó en el olvido. Ninguno de los apóstoles y evangelistas se preocupó por ello, según parece.
   Algunos siglos más tarde, Cristo se aparece en sueños al emperador Constantino y le promete que vencerá bajo el signo de la cruz. Constantino sale de Roma al encuentro del ejército de Majencio, y gracias a la cruz que resplandece en su lábaro, consigue la victoria.
   Santa Helena, su madre, decide entonces viajar a Jerusalén para encontrar la madera de la Vera Cruz. Reúne a los ancianos para indagar acerca del lugar donde está enterrada, y le informan sobre un tal Judas como único depositario del secreto.
   Éste, interrogado, finge no saber nada. Helena ordena que lo echen en una cisterna seca: después de seis días de ayuno, Judas pide que se lo perdone y promete decirlo todo. Cuando cavan en el sitio que él señala, se descubren las tres cruces del Calvario.
La identificación de la Vera Cruz
   Desgraciadamente, las tres cruces se parecían entre sí ¿Cómo distinguir entonces la Santa Cruz, la de Jesús, de las correspondientes a los Ladrones? Su autenticidad fue revelada por el milagro de un muerto que resucitó a su contacto, o bien de acuerdo con otra leyenda, por la inscripción (titulus) que permanecía fijada a la madera de la Vera Cruz.
    En medio de la alegría general, Judas se convirtió, y en su bautismo cambió su nombre malsonante por el de Ciriaco (Dominicus); y hasta llegó a ser elegido obispo de Jerusalén.
   Por pedido de Santa Helena, emprendió búsquedas complementarias en el Gólgota para encontrar los Santos Clavos, que aparecieron en la superficie tan brillantes como si fueran de oro.
   Toda esta historia ha sido inventada. No hay texto alguno que haga alusión al descubrimiento de la Vera Cruz antes de 347; ahora bien, Santa Helena murió en Nicomedia  en 327.
2. La reconquista de la Santa Cruz por el emperador Heraclio
   Las aventuras de la Santa Cruz no habían terminado.
   La preciosa reliquia, que Constantino y Helena habían enriquecido con gemas (crux gemmata), fue pillada por el rey de los persas, Cosroes II. El emperador Heraclio la reconquistó en 628 y la devolvió a Jerusalén, sólo en parte, porque uno de los brazos habría quedado en Constantinopla.
   Ese retorno de la Vera Cruz está narrado de dos maneras diferentes.
   Según la primera versión, Heraclio se había propuesto llevar personalmente sobre sus hombros la Cruz reconquistada a la cima del Calvario, y para honrarla creyó que lo mejor era vestirse con sus ornamentos imperiales. Pero cuando quiso levantar la Cruz le resultó imposible conseguirlo. El patriarca Zacarías le explicó la causa de ese prodigio: puesto que Cristo había transportado su cruz con humildad, era conveniente que un emperador cristiano hiciese otro tanto. Una vez despojado de sus ornamentos, en camisa y con los pies descalzos, pudo subir la Cruz hasta el Gólgota.
   La Leyenda Dorada introdujo una variante en esta anécdota. Heraclio quería hacer una entrada triunfal en Jerusalén; pero al llegar a Jerusalén a caballo, seguido por un brillante cortejo, debió detenerse ante la Puerta Dorada, pues la encontró cerrada. Un ángel le advirtió que debía devolver la Cruz imitando la humildad del Rey Celestial que había entrado por esa puerta montado en un asno.
   Entonces el emperador comenzó a llorar, se descalzó, se quitó sus ropas, e incluso la camisa, y tomando la Cruz del Señor llamó humildemente a la puerta que se abrió y le permitió el paso.
3. La Exaltación de la Santa Cruz
   Estos dos grandes acontecimientos de la Búsqueda y de la Reconquista de la Santa Cruz fueron conmemorados en la liturgia griega y romana.
   La fiesta de la lnventio S. Crucis recuerda el descubrimiento de la Vera Cruz por la emperatriz Helena. En cuanto a la fiesta de la Exaltatio, que tiene el sentido de elevación, de ostención ante los peregrinos, celebraba en su origen la advocación de la basílica constantiniana del Santo Sepulcro, donde se encontraba la Cruz desenterrada por la emperatriz Helena; pero más tarde se aplicó a su devolución por Heraclio, después de su victoria sobre Cosroes.
   Fue el papa Sergio, oriundo de Siria, quien introdujo en Roma a finales del siglo VII esta fiesta jerosolimitana. En el oficio de ese día, el sacerdote hace cuatro elevaciones de la cruz.
   Todos los santuarios de la cristiandad tenían como suprema ambición poseer un trozo de la Vera Cruz que los emperadores de Constantinopla  no dejaron de acuñar. Esas reliquias insignes se guardaban en las staurotecas (del griego stauros: cruz) que generalmente tienen la forma de una cruz de doble travesaño.
   Las más célebres son la del monasterio de la Sainte Croix de Poitiers, donada en 570 a Santa Radegunda por la emperatriz Sofía; las de Monza, en Lombardía y, en Hungría. La más preciosa desde el punto de vista artístico es la stauroteca de Limbourg del Lahn, adornada con magníficos esmaltes alveolados que proceden del botín robado por un caballero alemán en Constantinopla en ocasión de la cuarta Cruzada, en 1204.
Iconografía
   Hemos insistido largamente en el tema de la leyenda y el culto de la Santa Cruz, porque una y otro dieron nacimiento a numerosas realizaciones artísticas del mayor interés, algunas de las cuales, como los frescos de Piero della Francesca en Arezzo, son incomparables obras maestras.
   La mayoría de dichos ciclos, que se inspiran en la Leyenda Dorada, han sido ejecutados para iglesias de la orden de los franciscanos, con frecuencia puestas bajo la advocación de la Santa Cruz (Santa Croce).
          1. Invención e identificación de la Vera Cruz por santa Helena
          2. El emperador Heraclio, en camisa y descalzo, devuelve la Cruz a Jerusalén
   Heraclio generalmente lleva el asta o poste de la Cruz, sin el travesaño.
El culto de la Santa Cruz
   Numerosas Iglesias o abadías de toda la cristiandad estaban bajo la advocación de la Santa Cruz. En Francia, el monasterio fundado por santa Radegunda, en Poitiers. En España y Austria las abadías cistercienses de Santes Creus y de Heiligenkreuz.
Los instrumentos de la Pasión
   La Cruz no es el único objeto de veneración. La devoción de la Edad Media incluyó en el mismo culto a todos los instrumentos de la Pasión que agrupó en una especie de trofeo llamado las Armas de Cristo. Se le atribuía un poder mágico, como a la señal de la cruz.
   Este tema esencialmente popular a pesar de su carácter heráldico, suele acompañar el Cristo de la Piedad o a la Misa de san Gregorio, imágenes a las que se vinculaban numerosas indulgencias.
   Los elementos que forman parte de su composición se multiplicaron poco a poco. En el siglo XIII estaban reducidos a seis: la corona de espinas, la columna y las varas de la Flagelación, la cruz, los clavos, la esponja y la lanza de la transfixión.
   En el siglo XV el jeroglífico se complicó. Se agregaron las treinta monedas de Judas alineadas o cayendo en cascada de una bolsa invertida, la linterna de Malco y su oreja pegada al machete de San Pedro, el gallo de la Negación (gallus cantans), una cabeza que escupe (sputum infacie Christi), la mano que abofeteó a Cristo, la columna de la Flagelación, el aguamanil y la jofaina  del Lavatorio, las manos de Pilato, el velo de la Verónica, la túnica sin costuras y los dados que tuvieron para echarla a suertes, el martillo que hundió los clavos, la escalera del Descendimiento de la cruz.
   Cuando estos «Instrumentos» no están ordenados en una panoplia son transportados por ángeles que tienen el papel de tenantes de escudo de armas. En Solesmes, el ángel que lleva la bolsa de Judas, enjuga una lágrima en la comisura del ojo.
   Los ángeles presentando los Instrumentos de la Pasión suelen estar representados en los timpanos de las portadas de las catedrales, en la escena del Juicio Final.
Las cinco llagas
   Otra devoción también vinculada con la Crucifixión es la de las cinco Llagas o heridas. Se desarrolló en el siglo XV a causa de las indulgencias que atribuyó el papado a las oraciones en memoria de las cinco Llagas de Cristo que protegían contra la «muerte ruin», es decir, la muerte súbita, sin confesión, particularmente temida en tiempos de peste.
   Las procesiones expiatorias de los flagelantes se acompañaban con este refrán:
          Jhesus, par tes cinq rouges playes 
          De mort soudaine nous delayes.
          (Jesús, por tus cinco rojas llagas / Nos sustraes de la muerte súbita.)
   Esta devoción concordaría mejor con la antigua iconografía del Crucifijo, donde los pies de Cristo están separados, que con la nueva, donde los pies están superpuestos y agujereados con un solo clavo.
   En las xilografías coloreadas del siglo XV se encuentran tres formas de representar este motivo que pertenece casi exclusivamente a la imaginería popular.
     Las cinco Llagas tienen la forma de cortes horizontales de los que caen gotas de sangre y de donde emanan rayos de luz.
     Un corazón atravesado por una lanza y aplicado sobre una cruz está flanqueada por cuatro miembros cortados: dos manos y dos pies agujereados por clavos. El conjunto forma un trofeo de la Crucifixión.
     Las cinco Llagas están simbolizadas por cinco cruces sobre la mesa del altar, imagen del cuerpo de Cristo de acuerdo con la fórmula ritual del Pontifical.
   Con frecuencia los artistas se limitan a representar la herida del costado en tamaño real, que llevan dos ángeles en un cáliz.
   Además, la devoción a las cinco llagas se expresa alegóricamente mediante la representación de la Fuente de Vida, llena con la sangre de Cristo, que purifica las almas y cura los cuerpos. Esta Fuente de Remisión, asimilada a la Piscina probática de la Biblia, tiene cinco orificios que corresponden a las cinco Llagas del Redentor Crucificado.
   En la época de la Contrarreforma, un carmelita descalzo, José de Santa Bárbara, publicó en Amberes, en 1666, un tratado místico titulado Het Gheestelijk Kaertspel (El juego de cartas espiritual), donde el cinco de corazones está representado por cinco corazones dispuestos en tresbolillo alrededor de la Cruz, y en los cuales se inscriben las llagas de las manos, el costado y los pies (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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Horario de apertura de la Iglesia de Santa Cruz (antigua Iglesia de los Clérigos Menores):
      De Lunes a Sábados: de 10:00 a 12:30, y de 18:00 a 20:00
      Domingos y Festivos: de 09:30 a 14:00, y de 18:00 a 20:00
   
Horario de misas de la Iglesia de Santa Cruz (antigua Iglesia de los Clérigos Menores):
     De Lunes a Sábados: 12:00, 19:00
      Domingos y Festivos: 10:00, 13:00 y 19:00

Página web oficial de la Iglesia de Santa Cruz (antigua Iglesia de los Clérigos Menores):  www.parroquiasantacruz.es/

La Iglesia de Santa Cruz (antigua Iglesia de los Clérigos Menores), al detalle:
Retablo de San Francisco Caracciolo
Retablo del Santísimo Cristo de las Misericordias

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