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sábado, 23 de diciembre de 2023

El Pabellón del Ministerio de Marina, de Vicente Traver, para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Comandancia de Marina)

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Pabellón del Ministerio de Marina, de Vicente Traver, para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Comandancia de Marina), de Sevilla.
      El Pabellón del Ministerio de Marina, de Vicente Traver, para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Comandancia de Marina) [nº 48 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en la Avenida de Moliní, 7; en el Barrio Sector Sur-La Palmera-Reina Mercedes, del Distrito Bellavista-La Palmera.
     La Exposición Iberoamericana de 1.929 supone la transformación urbana más importante de la ciudad en época contemporánea hasta 1992. El recinto se desarrolla en un entorno ajardinado en el que se disponen arquitecturas singulares que lo monumentalizan: apoyado en el curso del río y en edificios existentes de la importancia de la Fábrica de Tabacos o del Palacio de San Telmo, da forma al deseo de crecimiento hacia el sur que la ciudad ya había manifestado en proyectos como el trazado del Salón de Cristina o El Jardín de las Delicias de Arjona.
     El escenario fundamental es el del sector segregado de los jardines del Palacio de los Montpensier y que constituyeron el Parque de María Luisa en honor de la cesión por la infanta María Luisa de Orleáns, prolongado en el Jardín de las Delicias y a lo largo de la Avenida Reina Victoria (hoy Paseo de las Delicias y de la Palmera) hasta el Sector Sur. Otros edificios dispersos se situaron en los jardines de San Telmo o, en el caso singular del Gran Hotel "Hotel Alfonso XIII- en el Jardín de Eslava.
     El trazado inicial surge como consecuencia del concurso de anteproyectos celebrado en 1911 y del que se eligió la propuesta de trazado unitario presentada por el arquitecto Aníbal González y que, en los que le siguieron (1913, 1924, 1925 y 1928), se fue desfigurando en aras de una implantación dispersa con la intervención de un número más amplio de profesionales. El arquitecto dimitió falleciendo poco antes de inaugurarse el certamen.
     Se trata de uno de los pabellones oficiales de la Exposición Iberoamericana, cuyo objetivo habría de ser, al igual que el Pabellón del Ejército, mostrar los progresos de la industria naval española. El edificio se construirá entre 1927 y 1929, siendo autor del proyecto y de la dirección de las obras Vicente Traver, arquitecto director de la EIA.
     De planta rectangular (30 x 20 m.) y estructura simétrica, dispone básicamente de una crujía de borde organizada en torno a un patio cubierto que ocupa una posición centrada A la crujía de la fachada principal se le antepone un pórtico de columnas pareadas de mármol en planta baja y azotea en la alta. La escalera, de tres tramos, se instala en el centro de la crujía más alejada de la fachada, insistiendo en su condición simétrica, que, por otra parte, queda transgredida por la presencia de la torre del reloj, situada en la cabeza de la crujía lateral derecha.
     Estilísticamente se incluye en la corriente historicista de inspiración barroca, con ciertas influencias de los esquemas regionalistas, en la utilización masiva del ladrillo visto y el empleo de la cerámica vidriada en remates y elementos decorativos de la torre.
     El pabellón ocupa en planta baja una superficie aproximada de 625 m2, estimándose para toda la edificación una superficie total construida de 1.300 m2 (Guillermo Vázquez Consuegra, Cien edificios de Sevilla: susceptibles de reutilización para usos institucionales. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1988).
     "Aquella época en que la Marina española remontó el vuelo de su gloria a esfera tan superior que no la ha alcanzado, y se puede asegurar, sin temeridad ni jactancia, que no es po­sible la alcance ninguna otra...
     ...Colón, Vasco Núñez de Balboa, Magallanes y Elcano, en menos de media centuria, añadieron al cono­cido un nuevo mundo, averiguando sus más cortas comunicaciones y, con la demostración más atrevida y más gloriosa, presentaron la extensión y figura de la Tierra. Este conjunto de novedades estupendas ocasionó aquella revolución única, que con un trastorno sin ejemplo mudó la faz del Universo, varió la construcción del orbe, alteró las leyes, los usos, las opiniones, el comercio, el poder, la salud, las virtudes y los vicios de los hombres y de las naciones..." (Vargas Ponce).
     Así decían las célebres frases de un marino, matemático y literato español, Vargas Ponce (1760-1828), reproducidas en una cartela del patio del Pabellón de la Marina de Guerra en la Exposición Ibero-Americana. Con estas palabras se pretendía justificar la participación de este Depar­tamento de Estado en el certamen, destacando el valor, arrojo y pericia de los marinos españoles en el Descubrimiento de América, cuya conmemoración era, al fin y al cabo, el fundamento de la Exposición. Se intentaba demostrar que el único y verdadero artífice de la aventura hacia las Indias no había sido Cristóbal Colón.
     Sin embargo, más allá de esta justificación, una razón política explicaba la intervención de la Marina en la muestra: el compromiso del Gobierno con el éxito de la Exposición durante la Dictadura de Primo de Rivera. Y así fue, muy especialmente, desde que, a fin de 1925, tuvo lugar el nombramiento de José Cruz Conde como Comisario Regio, hom­bre que con su gran capacidad organizadora hizo cambiar por completo la marcha de la empresa. La Ibero­ Americana se presentaba como una ocasión inmejorable para demostrar a España y al resto de los países par­ticipantes el fortalecimiento del Estado mediante la comparecencia con pabellones representativos propios, de distintos departamentos ministeriales y entidades paraestatales de categoría nacional.
     Pese a ello, ya en el Plan General de la Exposición, concebido por el Comité Ejecutivo del certamen Hispano-Americano en febrero de 1911, se pretendía destinar uno de los edificios provisionales a Pabellón de Guerra y Marina.
     La extensión que habría de destinarse a esta construcción sería 2.000 m2, frente a los 2.832 del edificio definitivo. Sólo superaría esta superficie a la del Pabellón de Minería (1.000 m2), siendo equivalente a la de los Palacios de Agricultura y Fomento y rebasándola, aparte de la Casa Real y el Gran Casino, el de Actos y Fiestas y el de Bellas Artes, ambos de 3.000 m2. Si la superficie la duplicaban los Pabellones de Industrias y Manufacturas, la del de Maquinarias era el triple. A estos 30.000 m2 edificados por el Comité habría que añadir otros 10.000 más para pabellones americanos.
     Sin lugar a dudas, las cifras señaladas en el proyecto de 1911 demuestran varios hechos. En primer lugar, que la que se gestó como una Exposición Hispano-Americana (nombre que conservó hasta 1922), se concibió más como un certamen nacional que relegaba a segundo plano a los países concurrentes. Por otra parte, en lo que respecta al pabellón que nos ocupa, que este Departamento de Estado iba a ser uno de los de participación menos brillante en la muestra, en oposición a lo que finalmente sucedió.
     En cualquier caso, en estos primeros momentos, el Comité Ejecutivo se desentendió por completo de todo lo que no fuera el acondicionamiento del Parque de María Luisa (donado a los sevillanos en 1893 por la Infanta María Luisa de Borbón) y la realización de las plazas de España y América, los dos principales centros del certamen. Nada hará suponer una intervención de la magnitud finalmente conseguida por el Departamento de Marina con la exhibición de las Industrias Navales y las Marinas de Guerra y Mercante en sus respectivos pabellones. Nuevas expectativas aparecen cuando, a mediados de 1925, al tiempo que se decide invitar a las regiones españolas -y después de solicitarla directamente en Madrid el militar Rodríguez Caso-, se designa una ponencia para promover la participación de las Industrias Militares, curiosamente -como señala Encar­nación Lemus- buscando la participación estatal en el sector menos conseguido hasta el momento, el industrial. Ese mismo año, por Real Orden, se notifica la concurrencia de las Industrias Militares, entre ellas la del Ministerio de Marina y la Industria Naval Española, que "ya entran de lleno en el contenido industrial de la Exposición Ibero-Americana por el notorio grado de adelantamiento".
     Pese a ello, la construcción del pa­bellón definitivo se retrasó a 1928. Desde febrero del año anterior se venían agilizando las gestiones para la participación de este departamento, concretamente con el nombramiento (por Real Orden del 5 de febrero) de una Comisión para la concurrencia de las Marinas de Guerra, Mercante e Industrias Militares bajo la presidencia del Comisario de Ma­rina del Puerto de Sevilla, consignándose un crédito de 200.000 pesetas.
     La Marina concurrirá con: "...todo lo que pudiera llamarse manifestación de actividad moral, militar y civil. Las Compañías de Navegación y la Industria Naval estarán representadas en la Exposición, en cuyo recinto se levantará por el Mi­nisterio de Marina un Pabellón que quedará después para Sevilla como futura Comandancia de Marina..."
     De esta forma, en sólo dos meses (abril de 1927), la Comandancia de Marina solicita 1.000 m2 para su pabellón -ya permanente- en la Avenida Luis Moliní (esquina al muelle en territorios cedidos por la Junta de Obras del Puerto) y 2.500 m2 más para instalaciones provisionales con carácter temporal y gratuito para las Industrias Navales, entre la Avenida de la Raza y el cerramiento de la Zona de Servicios de la Junta de Obras del Puerto, detrás de los Almacenes Comerciales.
     En este sentido, habría que indicar, respecto a la ubicación del pabellón, que se mantiene la ya proyectada en el Plan General de 1911. Según éste, en terrenos de la Huerta del Carmen y otros pertenecientes a la Junta de Obras del Puerto, se situarían, en torno a una gran plaza, los pabellones de Maquinaria y Electricidad, Agricultura y Guerra y Marina, además de reser­varse un espacio para cuatro nacio­nes americanas.
     Respecto a lo finalmente ejecutado, merece la pena destacar cómo, aunque los pabellones estatales se repartieron por todo el certamen, en su mayor parte se distribuyeron en la embocadura de las avenidas Luis de Moliní y de la Raza, en terrenos de la margen izquierda del Canal de Al­fonso XIII. Estos habían sido cedidos en 1925, provisionalmente hasta que en diciembre de 1930 pasasen a propiedad de la Junta, a cambio de un canon anual de 3.000 ptas. Junto a otros de posterior incorporación (como los pertenecientes a las Huertas del Carmen y de San José), los de la Junta de Obras del Puerto, en principio solicitados para obras complementarias y de carácter provisional, se convirtieron en importante foco de distribución de pabellones.
     Además del que nos ocupa, el Pabellón de Tabacalera y -en la parcela colindante a éste- el de la Cruz Roja Española. En la Avenida de la Raza, próxima a la Glorieta de dicho nombre en una parcela de 50 x 55 m. el Pabellón de la Sociedad Española de Construcción Naval, también realizado por Traver. Al otro lado de la Avenida, los de Marruecos y Guinea Ecuatorial, entonces colonias africanas, a las que se otorgaba un papel desmesurado respecto a la función de estas en la sociedad y economía españolas. El Gobierno pretendía otorgarles rango de provincias para, exaltando su labor colonizadora, justificar la permanencia de la Dictadura. Fuera de este ámbito, quedaban el Pabellón de la Compañía Telefónica Nacional, en la Avenida de Don Pelayo del Parque de María Luisa, y, en la de Portugal, el de las Industrias Militares.
     Tras este breve paréntesis sobre la distribución de los pabellones estatales en el recinto y volviendo al tema que nos ocupa, las gestiones hacia la concurrencia, debemos señalar cómo el progresivo interés por la participación de la Marina queda claramente manifiesto cuando, en noviembre de 1927, el rey Alfonso XIII firma en Malta un decreto sobre la concurrencia de este departamen­to, duplicándose la cantidad de 200.000 pesetas consignadas en el presupuesto establecido con antelación.
     Gestionada la concurrencia, se encargó la edificación del Pabellón de Marina Mercante, hoy desaparecido, a Antonio Illanes del Río (1883-1973), autor del Banco de España, en la Plaza de San Francisco (1918-1928) y de la Aurora Polar. Construyó un edificio sencillo, pero monumental, de blancas paredes con adornos de ladrillo.
     El de la Marina de Guerra fue realizado por Vicente Traver y Tomás (1888-1966), sucesor de Aníbal González tras su dimisión como ar­quitecto general del certamen donde, en pocos años, antes de volver a su Castellón natal, realizó una amplia labor constructiva en colaboración con jóvenes arquitectos como Fer­nando de la Cua­dra y Jesús Guerra.
     Como los levantados por el Comité con posteridad a 1925, el de Traver fue construido en estilo neobarroco. Con la revalorización del barroco histó­rico sevillano, antes menos preciado, se abandona el neomudé­jar del "Primer Regionalismo". Las visiones tan antagónicas que am­bas corrientes podían ofrecer de un mismo edificio quedan patentes al comparar el que finalmente se levantó con el proyecto de Pabellón de Marina y Guerra que, incluido en su Plan General de la Exposición, Aníbal González, sin llegar a hacerlo, pretendía realizar antes de la dimisión de su cargo. Concepción la del primer Arquitecto General, asimismo distinta a las de sus rivales en el concurso de 1911. Fermín del Álamo y la del autor de aquel proyecto presentado bajo el lema "!Adelante, que llevas al César!", el maestro de obras Narciso Mundet Ferrera.
     El edificio del sevillano Aníbal González y Álvarez Ossorio (1876-1929) se inspiraba en el Castillo de Coca, que, situado entre los ríos Eresma y Voltoya, en la actual provincia de Segovia, fue construido por D. Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla y señor de Coca y Alaejos a fines del siglo XV.
     Aníbal González recurrió a este castillo, más que por sus connotaciones históricas (sus moradores permanecieron fieles al emperador Carlos V durante la Guerra de las Comunidades) por su valor artístico. Esta magnífica muestra del "mude­jarismo", considerada por Lampérez culminación y arquetipo del estilo en la arquitectura militar del siglo XV por la espléndida fábrica de ladrillo de todos sus paramentos, plasmaba en su esencia los ideales estéticos del "Primer Regionalismo". El que es uno de los mejores castillos de España (no sólo por su arquitectura, sino por sus salones) y una de las construcciones más originales de nuestra arquitectura presentaba, además, una peculiaridad que favorecía que Aníbal González lo tomase como modelo: al no ser un edificio situado en altura, sino que su molde se yergue sobre un terreno llano, se adecuaba más al espacio urbano.
     De su modelo. el autor tomó la disposición general de la planta, cuyas dimensiones calculó en 1.851,60 m2.
     Para que la altura no resultara excesiva, del triple recinto que el castillo constaba, eludió el primero que, en escarpa, se ceñía al terreno y cuya superficie lisa sólo quedaba inte­rrumpida por grandes cubos en los ángulos y en el centro de cada lienzo. No prescindió, sin embargo, del foso que rodeaba al segundo, "tan característico de la arquitectura mili­tar, prolongado luego por un puente levadizo". Si lo hizo con la robusta y cuadrada Torre del Homenaje que, levantada en el ángulo NE del segundo recinto, protegía su puerta interior: la torre rompería con la simetría tan constante en las equilibradas composiciones del arquitecto. Como en el castillo, el último recinto, de doble altura, constituiría el núcleo de la edificación propiamente dicha: una planta rectangular en torno a un pa­tio o plaza de armas.
     El del pabellón, de 21 metros de longitud por 12 de anchura, se proyectó descubierto, pero "en caso preciso, y suponiendo que se necesitara mayor amplitud de cubierta, sería fácilmente reconstruible una armadura de hierro y cristal". Por sus cuatro lados, excepto en el vestíbulo rectangular de 12,5 x 10 m., dispuso Aníbal González un espacio cubierto, destinado a sala de exposición para objetos de gran volumen, perfectamente iluminado por numerosos vanos al patio y a la fachada. Completándolo, en los án­gulos del edificio, cuatro pequeños salones octogonales, para exhibición de objetos "diminutos y delicados", que al exterior simulaban torres.
     Como en el modelo, su abigarrada fachada confería al proyecto un as­pecto original y el movimiento desenfrenado de sus paramentos, con entrantes y salientes, un rico efecto lumínico: cuatro cubos de torres poligonales, en los ángulos de cada recinto, se  rematarían con garitones de la misma  forma  que,  multiplicándose (más por afán decorativo que imperativo militar), salpicaban los lienzos de muro: merlones con estrías verticales contornearían todo el perímetro de las torres, garitas y pasos de ronda.
     Asimismo, para la fachada principal, Aníbal González tomó ciertos ele­mentos de los palacios góticos del siglo XV en Ávila y Zamora. ¿Pudiera el arquitecto haber tenido por modelo para el destacado cuerpo central la Casa de los Monos de Zamora? Como en este palacio, proyectó una gran puerta que, con el dovelaje muy des­piezado, el intradós abaquetonado y decorado con las características pomas del momento, estaba enmarcada por un alfiz quebrado (tan propio de la época), con sendos blasones en las enjutas y un gran escudo a eje del ingreso, flanqueado por dos figuras tenantes, los salvajes que, sosteniéndo­los, dan nombre a la casa.
     En la descripción de su proyecto, Aníbal González no se refiere al material a emplear. Como parece por la acuarela del proyecto -único punto de referencia para nuestro estudio- este cuerpo central y las torres angulares se concibieron en sillares pé­treos al modo castellano, combinándose así con el tratamiento dado a los paramentos exteriores, de ladri­llo, lisos y sólo interrumpidos por un piso de ventanas, ya no geminadas, como en el palacio zamorano, sino de arcos rebajados, rematados por gruesas cardinas góticas.
     En la memoria, también eludió el arquitecto toda referencia a su interior. Cabría preguntarse si Aníbal González dejaría volar su imaginación con lacerías y atauriques de ye­serías y zócalos de azulejos, del mismo modo que, en su época, hizo el autor del castillo. Decoración que, en este caso, sería un alarde de inventiva, puesto que, al desaparecer la del edificio segoviano en el siglo pasado, el arquitecto sevillano no habría podido inspirarse en ella.
     El segundo de los proyectos pre­sentados al concurso de 1911 tenía por lema "¡Adelante. que llevas al César!". Era de planta en L como el que el mismo autor proyectase para Pabellón de Bellas Artes. Mundet Ferrera pretendía dar a cada edificio la forma de las distintas letras de la palabra SEVILLA. Se distribuía el interior en tres salones de exhibición, con cuatro torreones almenados en los ángulos. Con valor simbólico, el muro de la fachada llevarla adosadas columnas a modo de colosales ca­ñones y otros atributos de la Marina, con el objeto de dejar bien claro el destino del edificio.
     Por último, la idea de Fermín del Álamo era bastante distinta. Para darle cierto carácter militar al pabellón, se valdría de un pasillo almenado, torreones adosados a la parte alta del muro y una torre de señales en cada esquina. La disposición habría de ser sencilla: una sala cuadrangular central, con entrada por sus dos fachadas, y dos salas cuadrangulares. La construcción.de bóvedas tabicadas de cinco metros de luz sobre pilares y muros de cerramiento de doble tabique de ladrillo. La decoración, como en todos los pabellones que el arquitecto proyectó, por aplicaciones de yeso, pintadas a la cola y al óleo.
     Curiosamente incluiría, detrás del edificio, un pequeño puerto para disponer modelos de grúas giratorias, barcos, etc., que, construido en hormigón, estaría circundado por una galería abierta semicircular -cuya columnata se reduciría a tambores de cañizo revestidos de yeso-, sobre la que apoyaría el friso. Fermín del Álamo indica en la memoria de su proyecto que "esta idea ya se había visto en otras muchas exposiciones, como la última de Valencia". Todas estas propuestas diferían del proyecto finalmente ejecutado, muchos años más tarde, ya destituido Aníbal González de su cargo de Arquitecto General del certamen. Vicente Traver, autor del definitivo, prefirió el estilo neobarroco, más en la línea de las últimas construcciones regionalistas. Sin embargo, es el suyo un neobarroco sin estridencias. Dejando volar su imaginación, el arquitecto consigue que la racionalidad y simplicidad de plantas y alzados sean sólo aparentes.
     De una parte, la planta del edificio es inscribible en un rectángulo, pero los paramentos de las cuatro alas que, -unidas por otros tantos cuerpos angulares-, la constituyen, están a muy distintos planos, originando continuos entrantes y salientes en las fachadas. Distribuyó la planta en dos pisos y azotea: del total de siete salas de ex­hibición, tres en cuerpo bajo y cuatro (una más correspondiente al vestíbulo) en el principal. En el centro, un patio porticado, falso eje de simetría de la construcción, pues la sala principal del edificio, en disposición axial y con fachada a la Avenida de la Raza, no encuentra equivalente en el otro lado menor del pabellón. Del mismo modo, Traver descentra la que, contigua al vestíbulo, está interrumpida por el patio cubierto. Salas, por tanto, de dimensiones muy variadas en las que el arquitecto establecía un circuito exposicional cerrado perfectamente estudiado, aunque muy distinto al tan longitudinal del proyecto que Fermín del Álamo realizara en 1911.
     Intentando también romper la acentuada horizontalidad, otra disimetría en planta: la torre-vigía, elemento -de inevitable presencia- ya constante en los distintos proyectos del primer concurso. Su cuerpo bajo, cuadrado, aligerado graciosamente por un airoso remate hexagonal muy abierto.
     Manteniendo siempre unas líneas bastante cúbicas y sin perder la armonía de los elementos, supo tam­bién Traver romper la racionalidad de sus alzados. Cada ala, cada cuerpo angular, difiere de los restantes, manifestando un mayor interés por la fachadas a las Avenidas de Moliní y la Raza, aunque, eso sí, sin despreocupar ninguna de ellas.
     Cualquier piso es del mismo modo distinto a su inmediato, variando la distribución de las loggias, las balaustradas... y, sobre todo, las formas, embocaduras y remates de los vanos. Desde el clasicismo del piso bajo de la fachada, donde predominan las líneas rectas (en todo caso enriquecidas por orejetas neobarrocas), al mayor decorativismo del segundo con los roleos de las embocaduras, tarjas y ménsulas, sus frontones curvos -a veces rotos, en un afán manierista, otras enmarcando las veneras bajorrenacentistas-. Decorativismo que focalizó en la magnífica fachada con frente a la Avenida Luis de Moliní, donde -como en el resto del edificio-, contrasta la severidad del cuerpo bajo, -con un pórtico de columnas toscanas pa­readas-, con el barroquismo del alto, cuyo balconaje preside el escudo de la Monarquía Española.
     Logró Traver un perfecto diálogo expresivo entre la piedra decorativa y el ladrillo de los paramentos, similar al de otros pabellones neobarrocos que realizó para la Exposición Ibero-Americana, como el de Tabacalera,  muy  cercano  al  que  nos ocupa  Sin embargo, en ellos con­trastaban las molduras en tono albero sobre las superficies blancas. Influido  por  la  huella  de Aníbal González, Traver combina en la torre-reloj el ladrillo con la cerámica de los veinte blasones de los grandes marinos españoles desde la Reconquista hasta la época, escudos que, en tarjas barrocas, separan guirnaldas y enmarcan un friso de ovas y dentellones. Baluartes de nuestra Marina: Tenorio, Espinosa y Tello, Ruiz de Apodaca. Valdés, Mendoza, Villavicencio, Ponce de León, Giraldino, Ulloa, Lebo, el Marqués de Nervión, Diego de Rivera, los Pinzón. Avilés, Medina, el Conde de Bustillo, la familia Córdova, Winthivissen y Pardo de Figueroa.
     En este marco neobarroco, el Di­rector del Museo Naval de Madrid, el Teniente de Navío D. Julio Guillén, ambientó una de las siete salas en el estilo de la época de la Marina Española que allí se hubiera de conmemorar. La principal o de "El Descubrimiento de América", gótica, con un artesonado de 90 m2 inspirado en los de la Lonja de Valencia, en honor a los Reyes Católicos. Se decoró con herrajes y lámparas toledanas y burgalesas, damascos, cuadros de Colón, los Reyes, los hermanos Pinzón, la Carta de Juan de la Cosa, etc.
     Otras salas fueron la de "La Circunvalación del Mundo" o de Felipe II, realizada en estilo Renacimiento; la de Carlos III o de "La Contribución de la Marina a los Acontecimientos Geográficos de América", y la de Isabel II o de "La Primera Circunnavegación de buques acorazados". A ellas se añadía la barroca de "Los Hechos Gloriosos de la Marina española" y, en estilo del momento, el vestíbulo, el patio y la biblioteca. El vestíbulo fue decorado por Francisco Rivera con cuadros representando la Carabela Santa María, un soberbio Araujo -el dios Neptuno y Eolo-, un joven pintor que, con Lozano, realizó también las pinturas del patio. Por último, en otra pequeña sala se guardaban los recuerdos de Isaac Peral.
     Nada nos queda de esto. Al menos el edificio se mantiene en pie y no se ha perdido como sucedió con tantas construcciones levantadas para la Exposición Ibero-Americana. Y gracias a la Comandancia de Marina, que como estaba previsto, y tras la consiguientes adaptaciones, clausu­rada la muestra, se instaló en el pabellón (Amparo Graciani García, El Pabellón de la Marina de Guerra en la Exposición Ibero-Americana, en Revista Aparejadores, nº 35. Sevilla, 1990).
Conozcamos mejor la Biografía de Vicente Traver Tomás, autor del edificio reseñado;
     Vicente Traver Tomás (Castellón de la Plana 23 de septiembre de 1888 – Alicante 15 de noviembre de 1966). Arquitecto y publicista.
     Vicente Traver fue un arquitecto prolífico y polifacético, de gran proyección en tierras valencianas y andaluzas durante la primera mitad del siglo XX, que ha sido calificado por algunos historiadores como el máximo representante del casticismo en tierras valencianas.
     Formado en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, donde se tituló en 1912, a mediados del año siguiente fue nombrado arquitecto de la Comisaría Regia de Turismo y Cultura Artística Popular, por el Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, II Marques de la Vega Inclán, marchando a Sevilla, para realizar el traslado de la portada del palacio de los Duques de Arcos en Marchena a la Huerta del Retiro de los jardines del alcázar sevillano. Posteriormente y también como arquitecto de la Comisaría Regia se hizo cargo de diversas restauraciones en Toledo (castillo de Layos, 1918), Sevilla y Valladolid (Casa de Cervantes). En 1914 se estableció en Sevilla, donde permaneció casi veinte años, y ganó el concurso de la sección de Bellas Artes del Ateneo sevillano con un anteproyecto de hotel en los Jardines de Eslava, principiando una fecunda etapa en la que realizó gran número de obras particulares en la ciudad del Guadalquivir y otras capitales andaluzas.
     Galardonado en 1926 con la medalla de oro de la exposición de Arte Decorativo de Paris y con el Gran premio de la Exposición Iberoamericana de Sevilla, fue presidente de la Asociación General de Arquitectos, siendo nombrado el 13 de enero de 1927, tras la renuncia de Aníbal González, arquitecto general y director artístico de la Exposición Iberoamericana de Sevilla. A este respecto se ha calificado el papel de Traver como decisivo para el éxito de la Exposición Internacional, pues a su cargo estuvo no tan solo la realización de proyectos sino también la supervisión artística de pabellones particulares y oficiales.
     Distinguido en 1929 con los grados de Caballero y Comendador de la Orden del Santo Cristo, de Portugal y Galardonado en 1930 con el primer premio del concurso nacional para el proyecto del templo monumental dedicado a la Virgen de los Desamparados de Valencia, en 1933 regresaba a su ciudad natal, –a la que no obstante permaneció vinculado durante su estancia en Sevilla, especialmente con la Sociedad Castellonense de Cultura, de la que era miembro fundador y colaborador de su Boletín–, y para la que ya en 1925 había redactado el Plan de ordenación y urbanización de Castellón y proyectado y edificado diversas viviendas.
     En Castellón estableció su oficina de trabajo y rápidamente se nutrió de clientela particular además de la de carácter eclesiástico, pues fue nombrado arquitecto diocesano de Tortosa, siendo numerosas los edificios que diseñó y construyó, tanto en su ciudad natal como en poblaciones vecinas y Valencia capital.
     Nombrado durante el conflicto bélico Auxiliar Técnico de la Junta Delegada del Tesoro Artístico de Castellón (1936-38) y posteriormente Agente de Enlace del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, tras la entrada de las tropas del general Franco, el 14 de abril de 1939 fue nombrado alcalde de Castellón, cargo que desempeñó hasta noviembre de 1942, impulsando diversas reformas urbanas contempladas en el Plan que había redactado en 1925.
     Arquitecto diocesano de Valencia desde el 14 de julio de 1939, dirigió la restauración del Aula Capitular de la Catedral de Valencia, la de la capilla de las reliquias y la llamada capilla del Santo Cáliz, así como la reconstrucción del Palacio Arzobispal y la construcción del Seminario Metropolitano de Valencia en Moncada.
     Dedicado a la arquitectura y también a la labor de publicista e investigador, llevó a cabo numerosas e importantes obras en Castellón y poblaciones de su entorno, en un estilo clasicista y ecléctico muy característico de nuestro biografiado.
     Nombrado en 1914 caballero de la Real Orden de Isabel La Católica y un año más tarde condecorado con el grado de comendador de la misma Real orden, fue designado en 1948 presidente de la Comisión Provincial de Monumentos de Castellón.
     De su afición al cultivo de la Historia surgieron diversos libros y numerosos artículos en el “Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura”, de la que fue miembro activo y vice-presidente. Fue también correspondiente de la Real Academia de la Historia y de las de Bellas Artes de San Fernando, Santa Isabel de Hungría y San Carlos (Ferrán Olucha Montins, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Pabellón del Ministerio de Marina, de Vicente Traver, para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Comandancia de Marina), de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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