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jueves, 28 de diciembre de 2023

La Casa Provincial de Expósitos, Casa Cuna (actual sede de la Fundación San Telmo), de Antonio Gómez Millán

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Casa Provincial de Expósitos, Casa Cuna (actual sede de la Fundación San Telmo), de Antonio Gómez Millán, de Sevilla.     
     Hoy, 28 de diciembre, Fiesta de los Santos Inocentes, mártires, niños que fueron ejecutados en Belén de Judea por el impío rey Herodes, para que pereciera con ellos el niño Jesús, a quien había adorado los Magos. Fueron honrados como mártires desde los primeros siglos de la Iglesia, primicia de todos los que habían de derramar su sangre por Dios y el Cordero [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Casa Provincial de Expósitos, Casa Cuna (actual sede de la Fundación San Telmo), de Antonio Gómez Millán, de Sevilla
     La Casa Provincial de Expósitos, Casa Cuna (actual sede de la Fundación San Telmo), se encuentra en la avenida de la Mujer Trabajadora, 2; en el Barrio de Los Arcos, del Distrito Norte.
       El proyecto de 1912 supone el estreno como arquitecto titular de la Diputación Provincial de Antonio Gómez Millán, en una parcela de la Huerta de San Jorge que había donado la condesa de Lebrija Dª Regla Manjón Mergelina, en la que el autor concibe un conjunto de 8 edificios reducido tras 1914 a los tres que se ejecutan y terminan en 1916.
       Consecuencia lógica de la aplicación de los estudios tipológicos a la funcionalidad de los edificios, la planta de la Casa Cuna se concibe primando criterios de orden y organización, apoyados en la simetría y el rigor, heredero todo el planteamiento de los esquemas funcionales de centros asistenciales y sanitarios que se fueron depurando durante el siglo XIX y que vino a aglutinar en la ciudad la larga serie de pequeñas dependencias, vinculadas a órdenes religiosas en las que, desde muy antiguo, se venía recogiendo y dando educación a niños expósitos.
       La ubicación buscada debía responder a un espacio de periferia de la ciudad, en la que fuese posible una amplia y acotada superficie. El edificio se ordena desde los accesos por la actual avenida de la Mujer Trabajadora en el que dos pequeños pabellones enmarcan el acercamiento al conjunto, con generosos espacios de apeadero ajardinado que centra la portada principal, historicista, de la Casa Cuna.
     Una serie de edificaciones complementarias se distribuyen por la parcela, acompañando sin competencia a la edificación principal y liberándola de usos que se desarrollan de forma independiente: capilla, aulas, oficinas utilizando los espacios ajardinados como vertebradores de las circulaciones entre los diferentes pabellones, valorándose en ellos especialmente el contacto con la notable vegetación.
     El edificio de Antonio Gómez Millán (1912-1916) ha sido recientemente reformado (1997) por Gonzalo Díaz Recaséns y Antonio Martín Molina, quienes adaptaron el edificio principal al programa de aulas requerido por el Instituto Internacional de la Fundación San Telmo. El actual PGOU le otorga un Grado de Protección C, estando incluido en su Catálogo Periférico CP.016 (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
El arquitecto Antonio Gómez Millán (1883-1956).
     Nació en Sevilla, hijo del conocido arqui­tecto José Gómez Otero, fundador de una saga de artistas, entre los que cabe citar otros dos hermanos arquitectos, José, que le precedió, y Aurelio Gómez Millán. Otros descendientes de éstos han seguido la tradición familiar en arquitectura.
     Después de prepararse en la Universidad de Sevilla, ingresó en la Escuela de Arquitectura de Madrid (1902), en la que se tituló en 1907. Empezó a trabajar enseguida en Sevilla por el prestigio de su padre. Se incorporó como arquitecto a la Diputación Provincial de Sevilla en 1912, donde permaneció toda su vida profesional. Precisamente, en ese mismo año, proyectó para la Diputación una de sus mejores obras, el Hospicio de niños expósitos o Casa Cuna Provincial de Sevilla, que ahora comentamos, cuyas obras fundamentales se realizaron entre 1914 y 1916 (posteriormente, se hicieron reformas y ampliaciones). Tam­bién ejerció la profesión libre, en cuya acti­vidad destaca la restauración del Teatro ro­mano de Mérida y otras obras de conser­vación del patrimonio nacional, por lo que fue distinguido nombrándolo académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Femando de Madrid.
     Se incluye dentro del grupo de maestros del regionalismo sevillano, aunque muestra notables diferencias. En efecto, se inició como modernista para continuar, enseguida, como historicista con tradición clásica, sin dejar de practicar un cierto eclecticismo y, después, se introdujo en la vanguardia de un cierto estilo internacional.
     Rehusó, hasta cierto punto, el neomudéjar decorativista postulado por su cuñado Aníbal González y tampoco empleó el neoplateresco. Según Gómez Terreros, Antonio Gómez Millán prefiere la construcción bien hecha al estilo y huye de los primores decorativos procedentes de la Giralda o de las Casas Consistoriales de Sevilla. Esto no es completamente cierto pues, como veremos después, en alguno de sus proyectos para la Casa Cuna, introduce adornos de sebka y el escalonamiento de vanos, todo en ladrillo cerámico visto, propio de la tradición mudéjar.
     En opinión de Villar Movellán se preocupa en sus diseños por una mínima ornamentación, jugando con pequeñas masas volumétricas y huyendo de la monumentalidad en sus construcciones, excepto, quizás, la Casa Cuna que presenta cierta majestuosidad. Pero, a pesar de todo, sus resoluciones con ladrillo visto lo emparentan artísticamente con algunas obras de Aníbal González, al tiempo que se apoya en solu­ciones foráneas, a las que dota de un sello personal. A lo largo de toda su extensa obra se aprecia una producción desigual, a veces, con alejamientos evidentes del regionalismo. En resumen, Antonio Gómez Millán es un arquitecto relativamente historicista, "sin ex­cesivos matices regionalistas".
La Casa Provincial de Expósitos de Sevilla.
     Esta obra era un proyecto promovido por la Junta Protectora de Niños Expósitos, presidida por la condesa de Lebrija, con la co­laboración de otras damas ilustres de la sociedad sevillana (marquesa de Benamejí, Marquesa de Matallana, etc.).A este fin, la condesa cedió su finca "Huerta de San Jor­ge" a la Diputación (1913) para que en ella se construyese un nuevo hospicio, ya que el existente estaba totalmente desbordado y no reunía las condiciones adecuadas.
     Por entonces, ya estaban hechos y apro­bados unos planos por Antonio Gómez Millán, que recientemente había ingresado oficialmente como arquitecto en la Diputación provincial.
     La Huerta de San Jorge estaba situada a las afueras de Sevilla, en la zona norte de la ciudad, por la prolongación del camino de Miraflores.
     Para la elaboración de este proyecto, el arquitecto tuvo en cuenta la relevancia de la higiene, por lo cual el terreno era un lugar sano, espacioso, ventilado y bien ubicado. Asimismo, como iba a estar regentado por las Hermanas de la Caridad, encargadas de esta función desde 1838, de­bía contar con dependencias para la admi­nistración, aposentos para las monjas, capacidad para unos 200 expósitos, estancias diversas (lactancia, enfermería, juegos, ropería, etc.), casas para el médico y el ca­pellán, así como vaquería para asegurar la alimentación de nodrizas y lactantes. Por otra parte, los materiales tendrían que ser buenos y baratos, por lo cual se eligió el ladillo cerámico que, además, era muy conocido por la tradición de los buenos obre­ros sevillanos (baratos de adquisición y transporte). La piedra, fundamentalmente már­mol, se reservó para algunos detalles de la fachada (columnas, capiteles y suelos de la parte noble) y del interior (peldaños de las escaleras de acceso al piso superior).
     Conviene señalar que en esta obra el arquitecto muestra su predilección por el ladrillo visto y por la decoración sobria y clásica realizada con estos mismos elementos, sin apenas aditamentos ornamentales, excepto algunos detalles de azulejos combinados diestramente con la fábrica de ladrillo aparente. Realiza un dibujo cuidadoso con las líneas de la superficie y juega con la profundidad y distribución de los paramen­tos de ladrillo de la misma más que con los motivos añadidos de azulejos o mármol.
     También se debe mencionar que el propio autor en la memoria del proyecto reconoce ciertas influencias de la iglesia de San­ta Paula de Sevilla o del Monasterio de San Isidoro del Campo, especialmente notorias en la portada de la capilla, y del sobrio mudéjar aragonés.
     Como se puede apreciar en las ilustraciones que acompañamos, en el edificio se mezclan el Renacimiento (obsérvese la portada serliana y las galerías de vanos con arcos de medio punto), un austero mudéjar (discretos adornos obtenidos por la disposición de los ladrillos) y algunas deriva­ciones modernistas (los pináculos que co­ronan la fachada), todo ello conjugado con gran fluidez.
     El edificio principal es una de las construcciones más brillantes de su tiempo, muy volcada al exterior, en donde se disponen grandes y cuidados jardines, además de otras construcciones auxiliares estratégicamente dispuestas.
     La fachada tiene una gran monumentalidad, con evidentes rasgos renacentistas, como la serliana y los vanos ya comenta­dos, mudéjares (la decoración se consigue con el propio ladrillo) y eclécticos (vanos tripartitos) que, en conjunto, constituyen recursos historicistas. Esta fachada se corona con unos pináculos de carácter modernista ya comentados, compuestos por yuxtaposición de elementos geométricos que terminan en flameros cónicos.
     También son clasicistas las ventanas termales que se disponen en los frentes de las cuerpos laterales que dan a la fachada principal. Pero la construcción, a pesar de sus líneas sobrias y clásicas, tiene detalles constructivos de recuerdo mudéjar, que contribuyen a clasificar el edificio en la escuela regionalista sevillana. En efecto, además del primoroso trabajo en ladrillo cerámico, las dos torres de la capilla muestran una cierta influencia del mudéjar aragonés, unas ménsulas escalonadas recuerdan los royos de modillones de la Mezquita de Cór­doba, la acumulación de finas columnas para el soporte de la portada es un recurso nazarí, y la combinación de ladrillos con azulejos en bancos y enjutas de fachada y del arco de la capilla es también signo inequívoco de la escuela renacentista de Sevilla desarrollada en el primer tercio del siglo XX. 
     Tras la serliana, a través de un vestíbulo solado en mármol, donde constan unas placas conmemorativas de la fundación, se accede al interior. Hay una gran galería trans­versal, con suelo de mármol y zócalo de azulejo sevillano, a la que se abre la gran capilla en el centro y otras dependencias de la planta correspondiente.
     En todo el interior predomina la funcionalidad, con materiales elegidos con crite­rios de solidez y economía. Los muros de carga son de fábrica de ladrillo de distintos espesores según los esfuerzos que tienen que soportar, aparejados con morteros de cal y de cemento, mientras que los entra­mados de los pisos y cubiertas son de hie­rro con forjado de bovedillas. Estos entramados están ocultos en la planta alta me­diante cielos rasos, pero en la planta baja las bovedillas están enlucidas con mortero de cal. Todos los dormitorios estaban estucados con yeso. Los pavimentos eran de loseta hidráulica, excepto el vestíbulo y la galería principal, ya comentados, y la capilla y las dos escaleras laterales que eran de mármol. Los zócalos, en general, estaban chapados con piedra caliza.
     Conviene comentar que no se proyectó una escalera central de tipo imperial, como cabría esperar de la categoría del edificio, sino de dos laterales para lograr una mayor fun­cionalidad y acceso a los dos grandes cuerpos laterales del piso superior donde esta­ban dormitorios y otras dependencias.
     Pensando en una conservación barata y duradera para este edificio público de mu­cho tránsito y trabajo, se prescindió de la ornamentación, confiando toda la decoración a la propia disposición de los materiales. Así, el ladrillo visto en patios y otros sitios forma pilastras, arcos y molduras, aprovechando la destreza tradicional de los obre­ros artistas sevillanos.
     La salubridad, higiene, ventilación y luz estaban aseguradas en todas las habitaciones por la acertada disposición de los abun­dantes ventanales y la distribución de las galerías de servicio. No se consideró conveniente la calefacción por la posibilidad de cambios bruscos de temperatura entre habitaciones, galerías, escaleras y otros espacios. El servicio de agua potable se aseguró por una doble acometida a la red general y a un pozo propio en la zona ajardinada. Conviene recordar que, por entonces, la situación del servicio de agua a la dudad era precaria, confiado a una empresa extranjera que administraba los Caños de Carmona, mediante un largo acueducto, cuyos restos aun pueden apreciarse al principio de calle Oriente. Para las aguas residuales se dispu­so un pozo de depuración (fosa séptica).
     La distribución de las diversas dependencias se hizo de una forma funcional; es decir, las más cercanas a la puerta de entrada son las salas de uso frecuente por el público (iglesia, portería, sala de visitas, botiquín, etc.). En los grandes cuerpos laterales esta­ban las estancias de trabajo y alojamiento de expósitos, así como la residencia de las Hermanas de la Caridad, ropería, escuela, enfermería, cocina, comedores, etc.
     En la planta superior (planta principal), también dispuesta con gran funcionalidad, se organizan diversas estancias de día o de recreo, dormitorio de lactantes y nodrizas y otras salas o despachos para las hermanas o para la Junta Protectora de Expósitos.
Edificios posteriores y otras intervenciones
     Las más importantes son los pabellones de la entrada a ambos lados del recinto cerrado. En el proyecto original de 1912 ya constaban dos pabellones iguales situados si­métricamente a la entrada del complejo hospiciano. Estaban destinados a viviendas del médico y del capellán, y se concibieron como "chalets" independientes con una distribución sencilla, muy acertada. En un primer proyecto se propuso un tipo de edificio con torreón neomudéjar, en el que se podían reconocer adornos de sebka y vanos ciegos escalonados basados en los de la Giralda, pero se descartó por otro tipo. Los definitivos tienen una línea más clasicista, en vez de neomudéjar, a base de paramentos de ladrillo con diversa profundidad y arcos de medio punto parecidos a los del edificio principal. También se modificó su función, pues el de la izquierda, con una planta superior menor, se dedicó a portería con un tomo para la recepción anónima de los expósitos; en el de la derecha, además de la vivienda del médico, se organizó, al parecer, una enfermería.
     No consta la terminación de estos pabellones, pero debieron construirse casi al mismo tiempo del edificio principal, quizás entre 1916 y 1917.
Capilla
     Estaba prevista en los planos originales del edificio, pero se construyó entre 1921 y 1922. Hay que aclarar que el proyecto primitivo se reformó para ampliar el recinto en 4 m de longitud, de forma que resultó una verdadera iglesia para dar servicio, además, a los fieles de las cercanías. Tiene una puerta de ladrillo bicolor con trazas que recuerdan a la iglesia de Santa Paula. Estaba decorada con pinturas y posee un espectacular retablo barroco sin dorar, del siglo XVIII, que procede de un convento ruinoso de carmelitas de Carmona. El cuerpo de la iglesia se introduce entre los dos amplios patios de luces del edificio y, desde éstos, se observan las dos torres de inspi­ración mudéjar que la adornan, no visibles desde el exterior.
     Hay otros dos pabellones posteriores que no constan en el proyecto primitivo. El más antiguo es un edificio cuadrangular con zócalos y pequeñas zonas de ladrillo visto combinado con paramentos encalados. El otro, más amplio, es posterior a nuestra guerra civil, como se puede comprobar por la peor calidad de los materiales utilizados. Es un edificio funcional, no exento de cierta gracia, con arcadas y pérgola, compuesto por dos cuerpos paralelos, uno de ellos de dos pisos, probablemente utilizado en par­te para funciones administrativas.
     Como se comentará en un próximo artículo, destinado al complejo restaurado y dedicado a las nuevas funciones de San Telmo, el primero de estos pabellones alberga actualmente la cafetería y el comedor. El segundo pabellón es el que se adaptó en principio para las primeras actividades docentes del Instituto Internacional San Telmo (Carlos González Barberán, La antigua Casa Cuna de Expósitos, en Revista de la Agrupación de Miembros del Instituto San Telmo, junio 2006).
Conozcamos mejor la Leyenda, Historia, Culto e Iconografía de los Santos Inocentes, mártires;
La leyenda y su falta de historicidad
     Las pequeñas víctimas del cruel Herodes se evaluaban en el fabuloso número de ciento cuarenta y cuatro mil, como los mártires del Apocalipsis, que imploraban la venganza de Dios al pie de su altar.
     Según el relato de Mateo (2: 16 - 18), que completaron y ampliaron los Evangelios apócrifos, la Leyenda Dorada y el teatro religioso de los autos sacramentales, Herodes, furioso por el engaño de los Reyes Magos que advertidos por un ángel, en vez de ir a llevarle informes acerca de su visita a Belén regresaron por mar, ordenó la matanza de todos los niños de hasta dos años de edad (a binatu et infra) para tener la seguridad de que el futuro rey de los judíos no escapase con vida.
     Los hagiógrafos describen con complacencia esta carnicería. Evocan a la soldadesca arrancando a los pequeños de entre los brazos de sus madres y tronchándolos con las espadas o ensartándolos en la punta de sus lanzas. El número de víctimas de este infanticidio masivo se habría elevado a millares. El Menologio griego calcula su número en 144.000, cifra fabulosa que es la copia del número de los justos del Apocalipsis de san Juan.
     Sería superfluo cuestionar esas cifras agrandadas de buena gana por la credu­lidad popular. En un pueblo como Belén, que contaba sólo con algunos cientos de habitantes, los niños varones menores de dos años podían ser, cuando mucho, alrededor de veinte. Los cálculos más complacientes no superan un máximo de sesenta víctimas.
     Pero aún en un relato donde no se exageren las cifras ¿podría admitirse que ha ya una sola pizca de verdad histórica? Todo conduce a creer que no se trata de la exageración de un hecho real sino de una pura invención.
     La Presentación de Jesús en el templo había tenido lugar en Jerusalén. Cabe preguntarse por qué José, en vez de regresar a su casa en Nazaret, condujo a su familia al incómodo establo de Belén.
     Ya resulta sospechoso que el acontecimiento sólo se haya consignado en uno de los cuatro Evangelios canónicos: salvo el de Mateo, los otros tres lo ignoran completamente. Las dudas se agravan por el hecho de que los analistas romanos, y sobre todo el historiador judío Flavio Josefo, que relata la vida de Herodes hasta en sus menores detalles, no digan una palabra.
     Señalemos, además, que la Matanza de los Inocentes no es una leyenda aislada, específicamente judía: la historia del niño predestinado a quien el rey en el trono considera una amenaza para su reinado o su vida, y del cual se defiende de antemano haciendo asesinar a todos los niños de su edad, es un tema de la leyenda universal que se encuentra, con variantes, en las del dios hindú Krishna, Ciro, Rómulo y hasta Moisés, puesto que el Antiguo Testamento habla de la matanza de los niños de Israel ahogados en el Nilo por orden del faraón.
     Y por último -este argumento podría hacer innecesarios todos los demás- el evangelista admite el origen bíblico de su relato que no es más que una profecía realizada: «Entonces se cumplió la palabra del profeta Jeremías, que dice: Una voz se oye en Ramá, lamentación y gemido grande; es Raquel, que llora a sus hijos y rehúsa ser consolada,  porque  ya  no existen ».
     Así, la Matanza de los Inocentes sería, como la mayoría de los acontecimientos relatados en los Evangelios, la consumación de una profecía del Antiguo Testamento.
El culto de los Santos Inocentes
     Muy popular en la Edad Media, el culto de los santos Inocentes provocó en 1212 la asombrosa cruzada de los niños que acabó de manera miserable.
     La abadía de Saint Denis y la iglesia de los Inocentes en París, pretendían poseer, ambas, el cuerpo entero de uno de los pequeños mártires.
     La abadía benedictina de Brantôme (Dordogne), se jactaba de conservar las reliquias de san Sicario, uno de los Inocentes.
     En Saint Germain des Prés, una pierna relicario del siglo XIII contenía la tibia de uno de ellos. El Museo de Zurich recogió el pie relicario de otro, embutido en una pieza de orfebrería del siglo XV.
   La cartuja de Würzburgo, en Alemania, exponía el cuerpo de uno de los Inocentes. La Edad Media confundía en un solo culto a los santos Inocentes con los pequeños mártires cristianos que habrían sido víctimas de los asesinatos rituales de los judíos. Los niños encontrados (Findelkinder) y los niños de coro (Chorknaben), estaban puesto bajo su protección.
     Aunque la hecatombe de los Inocentes de Belén pertenece al dominio de la fábula, la piedad popular veneró a los muertos como a los primeros mártires cristianos: su bautismo de sangre se juzgó equivalente al bautismo por el agua.
     Su culto se desarrolló muy tempranamente, al principio en Palestina, en cuya basílica de Belén había una capilla dedicada a los Santos Inocentes.
     El día de su muerte, el 28 de diciembre, se consideraba día nefasto.
     Esta  devoción está probada en Francia por numerosos testimonios. Algunas de sus reliquias fueron llevadas desde Oriente por san Casiano, a la abadía de Saint Victor en Marsella, en el año 414. Dicha abadía cedió una  parte de las reliquias a otra gran abadía provenzal, la de Saint Maximin. En el siglo XII, la capilla capitular de Saint Caprais de Agen se puso bajo la advocación de los Santos Inocentes. El cementerio de los Inocentes de París, célebre por su Danza Macabra, tenía una iglesia aledaña a la cual el rey Luis XI ofreció «un Inocente entero en un gran relicario de cristal».
     Las representaciones de los Santos Inocentes en Italia se multiplicaron a partir del siglo XV a causa de la fundación de los orfelinatos que se pusieron bajo su patronazgo.
Iconografía
   Es infrecuente que estén representados con independencia de dicho tema. Tiene palmas como atributos.
     Los Inocentes, asimilados a los santos y a los mártires, está nimbados y tienen como atributo la palma del martirio. Están vestidos con una camiseta manchada de sangre o bien desnudos con un ceñidor de hojas.
     En los ciclos narrativos deben distinguirse seis episodios:
1. Herodes pregunta a los sacrificadores y a los escribas dónde nació Cristo.
2. Herodes ordenando la matanza de los inocentes. 
   Está sentado en un trono, como en la escena de la Visita de los Reyes Magos, un demonio le dicta malos consejos al oído.
3. La matanza de los inocentes.
   En las realizaciones más antiguas, los verdugos llevan a Herodes en brazos o al hombro a los niños que han quitado a sus madres.
   Después, la escena se volvió más dramática y brutal. Es una serie de furiosos duelos entre los brefoctones (matadores de niños pequeños) y las madres que defienden a sus hijos. Un soldado coge a un niño por el pie, lo deja colgando cabeza abajo y se dispone a cortarlo en dos con su espada, como en la simulación del Juicio de Salomón. Muchos de ellos son ensartados como lechones.
   En una segunda versión que parece de origen provenzal, los niños no reciben la muerte por espada sino que son aplastados contra el suelo, al pie del trono de Herodes.
   Las mujeres expresan su dolor mesándose la cabellera y desgarrándose las mejillas con las uñas. Una de ellas se afana en reunir los miembros dispersos de su hijo cortado en pedazos.
4. La huida a la montaña de Isabel y san Juanito
   Este episodio, incorporado a la Matanza de los Inocentes, se ha tomado de los Evangelios apócrifos, especialmente del Protoevangelio de Santiago y del Evangelio Armenio de la Infancia (cap. 14: 2).
   «Cuando Isabel supo que se buscaba a su hijo Juan, lo cogió y partió hacia la montaña y buscaba donde ocultarlo pero no encontraba escondrijo. Con un profundo suspiro dijo: -Montaña de Dios, recibe a una madre con su hijo. Y súbita­mente la montaña se abrió y los recibió.»
   La píxide bizantina de marfil procedente de la Bóveda Chilhac, cerca de Brioude (Louvre), ofrecería la más antigua representación conocida de este episodio que ha sido reeditado por los hagiógrafos en la leyenda de santa Bárbara. Se encuentran otros ejemplos en una miniatura del Homiliario de Gregorio Nacianceno (siglo IX, B.N., París), en los frescos de Capadocia (siglo XI), y en los mosaicos de Kahrié Djami, Constantinopla (siglo XIV).
   En el arte bizantino esta escena suele asociarse con la Matanza de los Inocentes.
5. La degollación de Zacarías
   Furioso porque san Juanito había escapado, Herodes hace degollar frente al altar a su padre, el sumo sacerdote Zacarías. Se encontró la sangre coagulada de éste, pero no su cuerpo que había desaparecido.
6. La muerte de Herodes
   Tantos crímenes merecían un castigo ejemplar. La justicia popular no trató a Herodes mejor que a Judas. La tradición lo hacía morir agusanado a causa de una enfermedad vermicular.
   Según Pedro Comestor, el cuerpo del tirano fue roído vivo por los gusanos que pululaban en sus testículos putrefactos: «Ipsa quoque verenda putrefacta scatebant vermiculis. Putredo testiculorum vermes generabat». Acaba  suicidándose con el cuchillo que usaba para pelar la fruta y los demonios se llevan su alma al infierno (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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Más sobre la avenida de la Mujer Trabajadora, en ExplicArte Sevilla.

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