Por amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Orfila, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 24 de abril, es el aniversario del nacimiento (24 de abril de 1787) de Mateo Orfila, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Orfila, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Orfila es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de la Encarnación-Regina, del Distrito Casco Antiguo; y va de la confluencia de las calles Daoiz, Angostillo, y Javier Lasso de la Vega, a la confluencia de la plaza de Villasís y la calle Laraña.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
Las primeras referencias a este espacio se encuentran en documentos de los siglos XVI y XVII. En ellos se habla de "la calle que va de calle de Carpintería a San Andrés", de la "calle que va hasta la plazuela de la casas de don Pedro de Pineda", "del Hospital de San Andrés a la plazuela de Villasís", etc. Se llamó también en esa época de don Pedro de Pineda, por la casa-palacio de la familia noble en ella asentada. A principios del s. XVIII se conocía como Ermita de San Andrés, por la iglesia de este nombre, y ya a mediados del mismo aparece como Quebrantahuesos, cuyo origen exacto se desconoce; Santiago Montoto duda entre atribuirlo al ave rapaz o al juego infantil así designado. Con ese nombre fue conocida hasta 1868, en que se acordó rotularla con el actual, en recuerdo del famoso médico don Mateo [¿?] Orfila (1787-1853) profesor de la Sorbona y autor de importantes publicaciones en el dominio de la toxicología y de la química aplicada a la medicina.
Es una calle de corta extensión, ancha y casi rectilínea, pues forma un leve recodo a partir de la casa núm. 6. Su anchura es mayor en el tramo inicial, en la desembocadura de José Gestoso. En el pasado fue, sin embargo, angosta. Así lo atestiguan documentos y sucesos proyectos de ensanches y rectificaciones de líneas, desde el mismo s. XVI hasta principios de nuestro siglo, que es cuando la calle adquiere las dimensiones actuales. También hay noticias desde 1586, de frecuentes arreglos en el empedrado y adoquinado, y quejas, ya en el XIX, .del mal estado de su pavimento. Una crónica local del diario La Andalucía recoge Que "ningún nombre es tan oportuno... como el de la calle Quebrantahuesos..., cuyo empedrado es el más a propósito para quebrantar" (25-VIII-1859). A las dificultades de su pavimento hay que añadir el intenso tráfico que la calle soportaba ya en el pasado, por el continuo paso de coches y carros que obligaban "a los transeúntes a tener que resguardarse en las dos o tres puertas que hay en cada acera" (El Porvenir, 2-XII-1856). En la actualidad está asfaltada, con aceras de losetas, pero soporta igualmente una alta densidad de tráfico, pues recoge los vehículos procedentes de Encarnación y Laraña y por tanto de la "ronda", y los canaliza hacia la plaza del Duque de la Victoria, uno de los centros comerciales de la ciudad.
Dominan en la calle las edificaciones de principios de siglo, con tres y cuatro plantas, algunas muy valiosas, como la casa núm. 11, obra del arquitecto José Espiau y Munoz, proyectada en 1907 y finalizada en 1911. Es una de las más importantes muestras del regionalismo arquitectónico sevillano. También hay que subrayar el interés de la capilla de la Hermandad del Prendimiento (los Panaderos), llamada en el pasado ermita de San Andrés. Perteneció al gremio de maestros alarifes. Fue renovada en 1762 y en ella residió en el s. XIX la Escuela de Cristo y la Congregación de Luz y Vela. Hoy reciben allí culto las imágenes titulares de la citada cofradía, cuya entrada, la noche del Miércoles Santo, congrega a numeroso público. Orfila ofrece un carácter marcadamente comercial (accesorios domésticos, farmacia, zapatero, muebles de cocina, pastelería...) y mercantil (bancos, compañías de seguros...), y soporta el intenso tráfico humano que caracteriza a toda esa zona. En el XIX fue centro ocasional de reunión de rateros y hampones, y hasta no hace mucho tiempo se mantuvieron en ella establecimientos hoy ya anacrónicos, como un centro veterinario para el herraje de las caballerías. También desapareció la casa-palacio de los marqueses de Villasís, cuya fachada lateral daba a Orfila. En el subsuelo de la calle han aparecido restos de la muralla romana de Sevilla, en dirección longitudinal [Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor la Biografía de Mateo Orfila, quien da nombre a la vía reseñada;
Mateo José Buenaventura Orfila i Rotger, (Mahón, Islas Baleares, 24 de abril de 1787 – París, Francia, 12 de marzo de 1853). Médico, fundador de la toxicología.
Nació en el seno de una familia perteneciente a la burguesía menorquina. Su formación intelectual se inició a muy corta edad; el ambiente cosmopolita de la isla, debido a las diversas dominaciones extranjeras, facilitó la disponibilidad de preceptores que le enseñaron Idiomas (latín, francés, inglés), Filosofía, Matemáticas y otras disciplinas, siempre bajo la atenta mirada de su padre, influyente comerciante, armador y banquero.
Siendo aún un adolescente, en 1802, se embarcó durante tres años en un brick que recorrió las costas del norte de África, pero los avatares de este viaje —tempestades, piratería, reinicio de las hostilidades entre España e Inglaterra en el Mediterráneo, etc.— hicieron desistir al joven marino de un futuro relacionado con el comercio marítimo, consiguiendo el permiso paterno para ir, en 1805, a estudiar Medicina a Valencia.
Durante este primer curso en la Universidad valenciana comenzó a interesarse por la Química, que estudió tanto en las clases del profesor Pizcueta como, en un plano más autodidáctico, a través de las obras de los grandes químicos franceses, como Lavoisier, Fourcroy, Berthollet, etc. Tras ganar un premio académico y tener un breve encuentro con la Inquisición, debido a una denuncia infundada, se trasladó a Barcelona en 1806, donde permaneció durante dos años. Su profesor de Química fue en esta ocasión Francisco Carbonell y Bravo, seguidor de Fourcroy y uno de los principales promotores de la nueva Química industrial que tan interesante papel desempeñaría en el desarrollo económico de Cataluña. Gracias, precisamente, al apoyo de Carbonell, Orfila fue pensionado por la Junta de Comercio de Barcelona para formarse durante cuatro años como químico, transcurridos los cuales debería regresar a Barcelona para ocuparse de una Cátedra de dicha disciplina.
Orfila aceptó las condiciones de la Junta, aun cuando le obligaban a abandonar sus estudios de Medicina, y marchó a Madrid, para asistir a los cursos de Joseph Louis Proust. Sin embargo, el prestigioso químico francés ya no se encontraba en la capital de España, por lo que, inmediatamente, en julio de 1907, se trasladó a París, iniciando sus estudios de Ciencias Físicas y Naturales y matriculándose también en Medicina.
El comienzo de la Guerra de la Independencia en 1808 motivó la suspensión de la aportación económica de la Junta de Comercio, así como la promesa de la Cátedra en Barcelona. Finalmente, con la ayuda de un pariente que vivía en Marsella —ya que tampoco podía recurrir a su padre por el cierre de fronteras— consiguió alcanzar el grado de doctor en Medicina, estudios por los que acabó decidiéndose, el 27 de diciembre de 1811.
La primera actividad que Orfila llevó a cabo al terminar sus estudios consistió en abrir una escuela privada en la que impartió clases de Química. Cuando pretendía hacer una demostración práctica a sus alumnos, se percató de que los precipitados obtenidos al tratar con diversos reactivos una solución de arsénico no se encontraban si dicho veneno se diluía en vino, café, leche, caldo, helado, etc. Ante el estupor inicial y tras un gran número de ensayos, llegó a la conclusión de que la mayor parte de los venenos, cuando están mezclados con líquidos animales o vegetales, no podían ser descubiertos con los medios puestos en práctica hasta entonces. Se trataba de un descubrimiento capital porque, como el propio Orfila comprobó inmediatamente, este hecho no estaba reseñado en ningún libro de Medicina Legal: la toxicología no existía. Los peritos encargados de descubrir la existencia o no de envenenamiento analizaban sustancias procedentes, en general, del jugo gástrico, la bilis, etc., pero difícilmente podían encontrar en ellas materias sospechosas.
En 1814, apareció el Traité des Poisons que sentaba las bases de la nueva toxicología; cuatro años más tarde, se publicó una de las obras de Orfila que más difusión llegó a alcanzar: Secours à donner aux personnes empoisonnés ou asphysiées que, más que un tratado o un manual especializado, fue un texto de divulgación que contribuyó, sin duda, a que unos conocimientos tradicionalmente rodeados del oscurantismo de la alquimia y la brujería llegaran al gran público. Entre uno y otro, aparecieron los Eléments de Chimie Médicale en 1817, dirigido a estudiantes, que llegó a tener ocho ediciones hasta 1851 y fue traducida a varios idionas.
En 1815, contrajo matrimonio con Gabrielle Lesueur, joven de la burguesía parisina, que le introdujo en reuniones y soirées, en las que Orfila llegó a destacar por su simpatía y especial habilidad para el canto —el empresario italiano Barilli llegó a proponerle, sin éxito, que debutara como barítono—. Una intensa vida social que supo compaginar con la actividad científica y que le procuró los contactos adecuados para ascender en el ámbito político y académico.
La fama de Orfila crecía y traspasaba fronteras. En 1815, el Gobierno español le ofreció una Cátedra de Química en Madrid. La Guerra de la Independencia acababa de terminar y comenzaba el poder absoluto de Fernando VII, poco propicio a fomentar el avance y el progreso científico. Orfila dirigió al Gobierno un informe en el que detallaba una serie de condiciones para aceptar el cargo (dotación para una enseñanza eminentemente experimental; plan formativo para dotar de profesores de Química a todas las universidades españolas en el plazo de diez años, etc.). La propuesta fue rechazada y Orfila se quedó en Francia, donde fue nombrado médico de cámara de Luis XVIII.
En 1819, ganó la Cátedra de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de París. A partir de entonces, su vida estuvo siempre ligada a esta institución, de la que fue catedrático de Química desde 1823 y decano entre 1831 y 1848. Desde su entrada en la Universidad, su dedicación a la Medicina Legal fue notoria y constante; primero hubo de solventar ciertas lagunas de su propia formación, pues sus estudios sobre los venenos y sus efectos en el organismo humano eran tan sólo una parte de la amplia gama de conocimientos que exige la disciplina forense. Fruto de este esfuerzo fue la publicación en 1821 de sus Leçons faisant partie du cours de Médecine Légale, que ya en su tercera edición en 1835 se convirtió en el definitivo Traité de Médecine Légale. Asimismo, en 1831, publicó en colaboración con Octave Lesueur, un Traité des exhumations juridiques. Además de estas obras monográficas, colaboró en diversas revistas médicas francesas y en especial en los Annales d’Hygiène Publique et Médecine Légale, publicación pionera en su campo, cuyo primer número apareció en 1829 gracias a la vigorosa iniciativa de Orfila y Tardieu, entre otros.
Pero, además de estas aportaciones, que le valieron fama y reconocimiento en los más diversos círculos intelectuales, sus actuaciones ante los tribunales de justicia otorgaron a sus actividades y, cómo no, a su propia persona una enorme repercusión social. Sus opiniones en casos de envenenamiento eran considerados infalibles, llegando a hacerse célebre un proceso por el solo hecho de que el famoso toxicólogo fuese requerido para efectuar un peritaje. Uno de los más significativos fue el llamado “caso Lafargue”: el 14 de enero de 1840 murió envenenado con arsénico Charles Lafargue, vecino de la ciudad de Glandier. La autopsia del cadáver no ofreció, en un primer momento, ningún resultado concluyente. El posterior estudio toxicológico demostró la presencia de vestigios de arsénico en el estómago, por lo que la viuda, Marie Capelle, fue detenida y puesta a disposición judicial.
El asunto se complicó cuando un nuevo análisis toxicológico solicitado por la defensa y llevado a cabo por otros peritos, no evidenció restos del veneno. Los primeros expertos consultados se retractaron de su informe reconociendo la poca fiabilidad de sus técnicas, pero una sombra de duda seguía planeando sobre el caso. Ante semejante situación sólo quedaba reclamar el arbitraje del más prestigioso toxicólogo de Francia: Orfila demostró, sin lugar a dudas, la existencia de arsénico en el cuerpo de Lafargue, que no procedía ni de los reactivos utilizados, ni de la tierra que rodeaba el féretro, ni del existente de manera natural en el organismo humano. En definitiva, descartando un falso positivo, se demostró que Lafargue había sido envenenado, pasando el “caso Lafargue” a engrosar los anales del crimen y situando a Orfila en la cúspide de la ciencia forense.
Orfila es, pues, el fundador de la toxicología, una nueva ciencia para cuyo desarrollo fue necesario que otras ciencias, como la fisiología, la química o la farmacología, se perfeccionaran de modo paralelo y ofrecieran posibilidades para el estudio de las sustancias venenosas y de sus efectos. Durante la primera mitad del siglo xix cristalizó todo un sistema médico en el que el laboratorio fue cobrando cada vez mayor protagonismo; las ciencias básicas empezaron a ser imprescindibles no sólo para la práctica clínica, sino también para la comprensión de la propia naturaleza del enfermar. Así, las relaciones entre anatomía patológica y clínica propuestas por Bichat y que dieron lugar a la llamada mentalidad anatomoclínica, los trabajos experimentales de Magendie, que pusieron a su discípulo Claude Bernard en el camino de una profunda renovación de la fisiología y de la fisiopatología, o las aportaciones de Orfíla a la química médica y a la nueva ciencia toxicológica deben entenderse en el marco de un paradigma médico positivista en el que Orfila brilla con luz propia.
Además de su faceta meramente científica, no puede olvidarse al Orfila político que llegó a dirigir la sanidad francesa durante los años treinta del siglo xix. El 1 de mayo de 1831 fue nombrado decano de la Facultad de Medicina de París, cargo que ocupó ininterrumpidamente durante todo el período de mandato de Luis Felipe de Orleans. El puesto de decano en una Facultad tan importante como la de París era, sobre todo y fundamentalmente, un cargo político, un puesto de confianza del Gobierno no sólo en lo que se refería al control de la conflictiva dinámica universitaria de aquellos años, sino en cuanto a la dirección y vigilancia de la Medicina y de la Sanidad del país. Orfila llegó a ser, en efecto, una especie de ministro de Sanidad de la Monarquía de Julio. En 1832, fue nombrado miembro del Consejo General de Hospitales, en 1834 pasó a formar parte del Consejo General del Sena y del Consejo de Instrucción Pública, incorporándose paulatinamente, en años sucesivos, a la Real Academia de Medicina, al Consejo de Salubridad, al Consejo Municipal de París, etc. Desde todas estas instancias y presidiendo numerosas comisiones, Orfila se convirtió en el gran reformador de la Medicina y de la enseñanza de la Medicina francesa.
En el ámbito universitario propició, más que un plan de estudios, un nuevo sistema docente, con la introducción de las clases prácticas experimentales y, sobre todo, con la definitiva instauración de las prácticas hospitalarias; esto es, la enseñanza de la clínica a cabecera del enfermo. Su influencia llegó a la Medicina española a través de su discípulo Pedro Mata, primer catedrático de Medicina Legal en Madrid y reformador, asimismo, de los estudios universitarios.
Las reformas en la organización del ejercicio de la Medicina fueron encaminadas a afianzar el poder, los honorarios y la imagen social de los médicos, para lo que se prescindió de los “oficiales de salud”, profesionales no médicos que desarrollaban tareas asistenciales, fundamentalmente en el medio rural y que, en cierto modo, suponían una cierta competencia para el desarrollo del corporativismo médico.
Durante sus años de mandato, que no estuvieron exentos de un innegable autoritarismo (remedando a Luis XIV, llegó a afirmar: “La Faculté c’est moi”), se supo rodear de un grupo selecto de colaboradores que fueron sacando adelante numerosas iniciativas tendentes a la organización y administración de la sanidad pública: creación obligatoria de archivos en asilos y hospitales (1837), legislación sobre alienados y asilos para locos (1838), implantación del Sistema Métrico Decimal en Medicina y Farmacia (1837), creación de un cuerpo de inspectores de inclusas (1839), limitación teórica del trabajo de los niños en las manufacturas (1841), necesidad para las nodrizas mercenarias de un certificado médico para poder ser contratadas como tales (1842), refuerzo de la higiene en los cementerios (1842), instauración de una policía de sustancias venenosas (1845, 1846), prohibición expresa al Ministerio de Comercio de otorgar patentes de invención a remedios desconocidos o medios terapéuticos secretos (1844), etc.
Finalmente, el 28 de febrero de 1848, año de la primera Revolución obrera en Europa, fue cesado de todas sus funciones. Una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo decano fue ordenar una auditoría en la Facultad durante el tiempo que había durado la gestión de Orfila y que, al no revelar anomalías graves, contribuyó, en gran medida, a que la campaña de desprestigio emprendida en su contra —como hombre fuerte del régimen anterior— no se agudizara. No obstante, Orfila siguió impartiendo docencia en su Cátedra de Química y perteneciendo a la Academia de Medicina, de la que llegó a ser presidente en 1851. Dos años más tarde, el 12 de marzo de 1853 murió como consecuencia de una neumonía. Sus suntuosas exequias sirvieron a Napoleón III y al poder del Segundo Imperio, que se había instaurado en Francia el 2 de diciembre de 1852, para mostrarle, en un alarde de habilidad política, como una de las víctimas inocentes de la Revolución del 1848 (Rafael Huertas, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La calle Orfila, al detalle:
Capilla de San Andrés
Retablo cerámico de la Virgen de Regla
Retablo cerámico del Cristo del Soberano Poder
Sede Ateneo de Sevilla
Edificio c/ Orfila, 11.
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