Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Vicente Ferrer", de Lucas Valdés, en la Iglesia de la Magdalena, de Sevilla.
Hoy, 5 de abril, Memoria de San Vicente Ferrer, presbítero de la Orden de Predicadores, de origen español, que recorrió incansablemente ciudades y caminos de Occidente en favor de la paz y la unidad de la Iglesia, predicando a pueblos innumerables el Evangelio de la penitencia y la venida del Señor, hasta que en Vannes, lugar de Bretaña Menor, en Francia, entregó su espíritu a Dios (1419) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "San Vicente Ferrer", de Lucas Valdés, en la Iglesia de la Magdalena, de Sevilla.
La Real Parroquia de Santa María Magdalena [nº 16 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 60 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Cristo del Calvario, 2 (aunque la entrada habitual se efectúa por la calle San Pablo, 12); en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
La Real Parroquia de Santa María Magdalena, ocupa desde 1810 la iglesia del antiguo convento de San Pablo, que había sido una de las instituciones religiosas más antiguas de la ciudad, ya que los dominicos se instalaron en Sevilla a raíz de la conquista de Sevilla por Fernando III. Una vez conseguido el permiso real, construyeron una iglesia de la que ningún testimonio queda y que debía de presentar un carácter arquitectónico de estilo gótico. Esta iglesia se conservó hasta su hundimiento en 1691, planteándose de inmediato su reconstrucción, que corrió a cargo del arquitecto Leonardo de Figueroa; las obras concluyeron en 1709. Desde esta fecha hasta 1715 se realizó una amplísima labor de ornamentación pictórica en sus muros, labor que, mayoritariamente, realizó Lucas Valdés, siguiendo un amplio y prolijo programa iconográfico que venía a exaltar la grandeza y milagros de la Orden dominica.
Presbiterio
El punto de partida de toda la labor ornamental se inicia en el presbiterio del templo al que, inicialmente, se le dio un significado eucarístico, al estar presidido en sus muros laterales por dos enormes lienzos que realizó Lucas Valdés, entre 1710 y 1715, con temas alusivos a ceremonias y sacrificios en el templo de Jerusalén. Los temas de estas pinturas son David llevando el Arca de la Alianza al Templo y La inauguración del Templo de Jerusalén después de su reconstrucción. Esta última pintura lleva una inscripción que, traducida, señala que la gloria de este templo reconstruido sería más grande que la que tuvo el primero, en una clara alusión a que la nueva iglesia barroca de los dominicos de San Pablo superaría la magnificencia de la antigua iglesia gótica arruinada.
Los elementos decorativos en las paredes de este presbiterio, realizados en mármoles de abultado relieve, complementan su simbología al mostrar representaciones del sol, la luna y las estrellas, que aluden a la Virgen María. De esta manera, con un sentido eucarístico y mariano, quedaba subrayada la solemnidad de este espacio.
La primera intervención de pintura mural del presbiterio aparece en el arco toral que se abre sobre el altar mayor, donde, en los laterales, se representan en pequeños medallones La imposición de los estigmas a Santa Catalina de Siena y La comunión de Santa Inés de Montepulciano. Ambas son santas dominicas y al pie de las cuales figuran dos inscripciones. Bajo Santa Catalina puede leerse: EGO ENIM ESTIGMATA DOM/NI IESU IN CORPORE MEO PORTO (Yo tengo impresas en mi cuerpo las señales del Señor Jesús); procede esta frase de la Epístola de San Pablo a los Gálatas, 6, 17. Santa Inés de Montepulciano lleva la siguiente inscripción: ECCE AN- GELI ACESSERUNT ET MINISTRABANT EI (y he aquí que se acercaron los ángeles y le servían) tomada de Mateo 4, 11. En el centro de este arco toral figuran las representaciones de las Santas Justa y Rufina que llevan las siguientes inscripciones: HAEC EST VERO FRATERNITAS QUAE NON QUAM POTUIT VIOLARI CERTAMINI (Verdaderamente ésta es la fraternidad que nunca pudo violarse en una disputa), texto que procede del Breviario romano en las fiestas de los mártires Juan y Pablo y que se encuentra bajo Santa Justa. Santa Rufina lleva una inscripción, que continúa el texto anterior, que señala: QUAE EFFUSO SANGUINE SECUTAE SUNT DOMINUM (Éstas, derramada su sangre siguieron al señor), alusiva esta frase al martirio ambas santas.
La principal preocupación de la Orden dominica fue la predicación de la fe cristiana para difundirla por todo el orbe. Por ello, no ha de sorprender que la decoración de la bóveda que cubre el presbiterio sea una representación del Triunfo de la Fe, cuya extensión universal se proyecta sobre las cuatro partes del mundo que figuran en las pechinas, sobre las que descansa dicha bóveda. Son representaciones de Europa acompañada de un caballo blanco, Asia con un pebetero y un dromedario, América armada con arco y flechas y acompañada de un cocodrilo y África que aparece con un león.
En el casquete de la bóveda, y en su centro, bajo un baldaquino, aparece de pie La Fe flanqueada por los arcángeles San Miguel y San Rafael. La Fe sostiene la cruz y levanta hacia lo alto un cáliz con la Sagrada Forma. En los laterales se disponen dos balconadas con ángeles trompeteros que resaltan su triunfal aparición. Sobre la balaustrada dos ángeles muestran palmas y ramas de olivo, mientras que otro, en la parte superior, sostiene una antorcha encendida que alude a la luz que proporciona la Fe.
Flanqueando este fingido espacio arquitectónico se encuentran los dos principales santos dominicos, que son Santo Domingo y Santo Tomás de Aquino. El primero, Santo Domingo, muestra un pliego escrito en el cual aparece la siguiente frase: PESTEM FUGAT HAERETICAM NOVUM PRODUCENS ORDINEM (Pone en fuga a la peste herética creando un nuevo orden); este texto procede de un himno a Santo Domingo. Santo Tomás enseña un libro abierto en cuyas páginas señala este texto: ERRORUM PULSO NUVI SOLIS RADIUM (Rechazada la oscuridad de los errores por el rayo del nuevo sol); este segundo texto está extraído de un himno a Santo Tomás. También es de advertir que a los pies de ambos santos aparecen, en posiciones convulsas y agitadas, figuras alegóricas de las herejías vencidas.
En las paredes de este presbiterio figuran también, representados de cuerpo entero, algunos de los principales santos de la Orden dominica, formando una serie que se complementará después con los que aparecen en los pilares del crucero. Los que figuran aquí son: San Pedro, mártir de Verana, San Juan, mártir de Colonia, San Gonzalo de Amarante y San Antonino. En los frentes de los soportes que dan al crucero aparecen otros religiosos como San Pío V, San Alberto Magno, San Benedicto XI y San Agustín Gazoto. Luego, en los pilares de la nave, se encuentran otros ocho santos dominicos identificados por sus rótulos como San Jacinto, San Jacobo de Merania, San Vicente Ferrer, San Ambrosio Sacedonio, San Raimundo de Peñafort, San Pedro González Telmo, San Luis Beltrán y San Enrique Susón.
Pues bien, los pilares del crucero se encuentran decorados con las imágenes de los más importantes santos que ha dado la orden dominica, entre ellos San Vicente Ferrer, que lo encontramos en el pilar de la izquierda (muro del Evangelio) más cercano a la nave de la Iglesia, mirando hacia la nave de la Epístola, en la parte superior, vistiendo el hábito dominico (Enrique Valdivieso, Pintura mural del Siglo XVIII en Sevilla, en Pintura Mural Sevillana del Siglo XVIII, Fundación Sevillana Endesa, 2016).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Vicente Ferrer, presbítero;
Predicador dominico nacido en Valencia en 1350 y muerto en Vannes, Bretaña, en 1419.
Asesor espiritual de Juan I de Aragón, y luego penitenciario mayor en Aviñón, fue él quien persuadió al antipapa Benito XIII a renunciar a la tiara. Pero conoció la celebridad, sobre todo, por sus éxitos como predicador (maximus post apostolos Divini Verbi praeco), tanto en España como en Francia, donde convirtió un gran número de judíos, moros, valdenses y cátaros. Llamado por el duque de Bretaña, fue a predicar a Vannes en 1417; allí murió, recibiendo sepultura en la catedral.
La leyenda lo convirtió en taumaturgo. Se le atribuían curaciones milagrosas e incluso resurrecciones. Curó a un gotoso y a una muchacha quienes, a consecuencia de una caída, no podían caminar.
Salvó a un niño que cayera del muro mientras escuchaba su sermón, resucitó a una judía que se convirtió. En Vannes reanimó a un niño a quien su madre había degollado y cortado en trozos durante un ataque de locura. A causa de su nombre, Ferrer, que en catalán significa «herrero», igual que a san Eloy se le atribuyó el milagro de la pata del caballo, cortada y luego vuelta a pegar.
CULTO
Fue canonizado en 1455.
Es patrón de las ciudades de Valencia y Vannes; y también de los fabricantes de tejas y de los techadores, a causa de una confusión con san Vicente de Zaragoza.
Se lo invoca contra la epilepsia y los dolores de cabeza.
En Bretaña, es protector de los caballos.
San Vicente lleva hábito dominico. Sus atributos son muy variados: un sol con la sigla de Jesús, que brilla sobre su pecho, una llama sobre la cabeza o en la mano; a veces grandes alas, igual que san Juan Bautista en el arte bizantino, porque el papa lo había comparado con el ángel enviado por Dios para convertir a los pecadores; y una paloma inspiradora.
En los sermones que daba solía anunciar la proximidad del Juicio Final. De ahí que los pintores lo hayan representado con un libro abierto o una filacteria donde se leen las palabras que resumen sus enseñanzas: Timete Deum et date illi honorem quia venit hora judicci ejus. A veces, señala con el índice a Cristo o bien las trompetas del Juicio final.
Por último, a veces se le conceden como atributos pilas bautismales, a causa de los muchos judíos españoles que convirtiera a la Iglesia de Roma (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de San Vicente Ferrer, presbítero;
San Vicente Ferrer, (Valencia, 1350 – Vannes, Bretaña (Francia), 5 de abril de 1419). Religioso dominico (OP), teólogo, predicador, escritor, santo.
Nació en Valencia en 1350, hijo del notario Guillermo Ferrer y de Constancia Miquel; dos años antes se había visto fuertemente afectada la ciudad por la “peste negra”, que reapareció en el verano de 1351 y de nuevo en 1362-1363. Todavía niño, en 1357, le otorgaron un beneficio eclesiástico en la iglesia de Santo Tomás; lo propio hicieron posteriormente con su hermano Bonifacio, jurista y prior general de la Cartuja. A principios de 1367 ingresó en la Orden dominicana, en el convento de Valencia, después de cursar Gramática latina, algo de Filosofía y tal vez algunos fundamentos del Derecho; el 27 de abril de 1367 pasó el beneficio de que disfrutaba al mencionado Bonifacio.
Profesó en 1368 y, en septiembre, lo destinaron a estudiar Filosofía al Convento de Santa Catalina de Barcelona; continuó los cursos de Filosofía, junto con los de ciencias naturales, en el convento de Lérida (1369-1372); aquí se inició en la enseñanza de la lógica (c. 1371-1372). De nuevo volvió a Barcelona para dedicarse de lleno al estudio de la Biblia y de la teología (1372-1376). A partir de 1376 fue alumno del “studium generale” que los dominicos tenían en Toulouse.
Escribió en la juventud unos tratados filosóficos: De la unidad del universal y De las suposiciones dialécticas.
Son fruto de su temprana dedicación a la enseñanza; se fundamenta en Aristóteles y sigue de cerca los comentarios de santo Tomás de Aquino, a la vez que muestra buen conocimiento de las corrientes principales de su tiempo en el terreno de la lógica.
En octubre de 1379 fue elegido prior del convento de Valencia; en diciembre del mismo año participó en Barcelona en una reunión convocada por el cardenal de Aragón Pedro de Luna, futuro Benedicto XIII, y entonces legado del papa aviñonés Clemente VII; estaba de regreso en Valencia el 14 del mismo mes, tal como aseguraban los jurados de la ciudad; éstos no quisieron recibirle, como deseaba, para tratar del problema del cisma de la Iglesia, porque no podía presentar cartas del rey de Aragón Pedro IV; estaban seguros que “en privadas conferencias” mantenía la legitimidad de Clemente VII, y se manifestaba decidido a recorrer el reino para defender su parecer; se mostraba, sin embargo, dispuesto a esperar a que las autoridades valencianas conocieran la opinión del Rey.
En 1380 escribió el “Tratado sobre el cisma moderno”, favorable al Papa de Aviñón, porque, tal como estimaba, la elección de Urbano VI no fue verdaderamente canónica, libre o segura. Orientaba su tratado a sacar de la indiferencia a Pedro IV de Aragón.
En marzo de 1380 renunció al priorato, y, al año siguiente, predicó la cuaresma en Valencia, dividida en bandos. El infante don Martín le rogó que fuese a Segorbe a predicar por la Semana Santa, pero el gobernador y jurados de Valencia escribieron al infante suplicando que lo dejara en su ciudad natal, cuya pacificación llevaba por buen camino. Le encomendaban diferentes asuntos, como la ejecución de disposiciones testamentarias. A partir de diciembre de 1385 fue profesor de Teología en la escuela catedralicia a la que acudían clérigos y laicos; simultaneaba la atención a la cátedra con la predicación, y así en 1386 predicó la cuaresma en Segorbe. En 1389 tenía ya el título de “maestro en teología” y, en el capítulo de la Seo de Urgel celebrado por septiembre, le nombraron “predicador general”. Por su predicación se arrepintieron algunas mujeres públicas en 1390 y el consejo de la ciudad de Valencia, oído el parecer del maestro Vicente, decidió apoyar económicamente los esponsales que contrajeron. El mismo año el cardenal Pedro de Luna lo llevó consigo en una legación por el Reino de Castilla; renunció entonces a la cátedra en la escuela de la catedral. A la muerte del rey Juan I (9 de octubre de 1390) finalizó la legación del cardenal, pero fray Vicente se quedó por algún tiempo predicando. Al cabo de unos meses, en 1391, regresó a Valencia; el 24 de noviembre de 1392 la reina Violante, esposa de Juan I, le nombró confesor y siguió a la Corte por Cataluña.
Elegido papa Pedro de Luna (28 de septiembre de 1394) con el nombre de Benedicto XIII, y muerto Juan I (19 de mayo de 1395), fue llamado a la corte pontificia de Aviñón en 1396, y nombrado confesor y maestro del palacio apostólico; a partir de 1398, en que el Rey de Francia sustrajo la obediencia a Benedicto XIII, vivió en el convento de los dominicos.
Tras una grave enfermedad entendió que debía dedicarse de lleno a la predicación como “legatus a latere Christi”, y así lo hizo en adelante desde finales de noviembre de 1399. Poco antes (20 de agosto de 1399) le escribieron los jurados de Valencia sabiéndole ya libre de las tareas que le había confiado el papa Luna; deseaban que volviera a su tierra porque se les había hecho largo el tiempo en que permanecía fuera.
Resulta difícil todavía precisar por completo su itinerario apostólico, pero puede indicarse que se internó en la Provenza, Delfinado, Valles de los Alpes, Lombardía, Piamonte, Saboya, Suiza, y de nuevo en Italia, y Francia. Nicolás de Clemanges, rector de la Universidad de París, después de escucharlo en Génova, comunicaba en 1405: “Nadie mejor que él sabe la Biblia de memoria, ni la entiende mejor, ni la cita más a propósito. Su palabra es tan viva y tan penetrante, que inflama, como una tea encendida, los corazones más fríos [...]. Para hacerse comprender mejor se sirve de metáforas numerosas y admirables, que ponen las cosas a la vista [...]. ¡Oh si todos los que ejercen el oficio de predicador, a imitación de este santo hombre, siguieran la institución apostólica dada por Cristo a sus Apóstoles y a los sucesores! Pero, fuera de éste, no he encontrado uno sólo”. (Fages, Historia, T. I, pág. 132).
El propio san Vicente informó desde Ginebra (17 de diciembre de 1403) al maestro de la Orden J. de Puynoix, comentando las muchas ocupaciones que había tenido hasta entonces; predicaba diariamente —a veces dos y tres veces— a las gentes que acudían de todas partes; se veía obligado a preparar los sermones mientras iba de camino. Después de dejar la zona de Valence, en la ribera del Ródano, estuvo tres meses por el Delfinado, visitó los valles provenzales de la diócesis de Embrum; permaneció trece meses por Lombardía, entró en Saboya y recorrió las diócesis de Aosta, Tarantaise, Saint Jean Maurienne y Grenoble. “He recorrido por ellas predicando en las ciudades, pueblos y fortalezas, dedicándoles más o menos tiempo, según me parecía necesario, y ahora me hallo en la diócesis de Ginebra” (Robles, Obras, pág. 397). Le seguían, en ocasiones, muchas personas —la “compañía”— hombres y mujeres, gentes simples y letradas, artesanos, comerciantes, religiosos, sacerdotes, un gran pueblo de penitentes, escribió su primer biógrafo Juan Nider. Viajó a pie, mientras se lo permitió la salud, después se sirvió de un asnillo; vivió en pobreza voluntaria, no comía carne y observaba los ayunos eclesiásticos y de su familia religiosa.
Entró en la región italiana hacia el mes de junio de 1402 a través del Monginevro y de los valles de Angrona, de Pont, de Lanzo, y prosiguió a través de los principales centros urbanos del principado de los Acaia, y marquesado de Saluzzo y Monferrato, hasta las grandes ciudades de la llanura: Alessandria, Vercelli (agosto de 1406), Piacenza, Monza, Bérgamo.
Entre agosto y septiembre de 1402 estuvo en Turín, en el otoño en Vigone (volvió en el verano de 1407), Pinerolo (cuaresma de 1403), Ivrea, en el verano, Annecy, primeros de septiembre.
En Génova comenzó a predicar por julio de 1405.
Los genoveses dejaban sus ocupaciones para ir a escucharlo.
Predicó en la iglesia de Santo Domingo; el púlpito que utilizó se conserva aún en Santa Maria di Castello, y en el mismo convento ha quedado honda huella del santo taumaturgo. Especialmente significativa es la pintura mural en la Antiloggia que lo representa predicando en Perpiñán ante el rey de Castilla (7 de noviembre de 1415), para inclinarle a favor del concilio de Constanza y al abandono de Benedicto XIII. Es seguramente una de las primeras pinturas que se realizaron tras su canonización en 1455.
Predicó en la plaza contigua a la iglesia de Santa Zita, muy cerca de Génova, y allí renovó las reglas de una cofradía del siglo xiii, la de los Cassacianti. Continuó a lo largo de la región en ciudades como Savona, Ventimiglia, Varazze, Montalta, Riva-Ligure, San Remo (también 16 de noviembre de 1405). Pacificó facciones encontradas y promovió la justicia. Estableció una cofradía de penitentes en Savona. Volvió a la Liguria otras dos veces, en 1407 y 1408; el 12 de marzo de 1407 estaba de nuevo en Génova; por Pascua de 1408 predicó a sus hermanos dominicos reunidos en capítulo provincial en Savona (22 de abril), Avigliana y Lenì (26-30 de septiembre de 1408). “Las pacificaciones cubren una parte importante de la misión subalpina de Vicente Ferrer, en una perspectiva religiosa y política” (Gaffuri, pág. 115).
En el territorio de Suiza, como se ha indicado, estaba a finales de 1403, y manifestaba su intención de predicar en la diócesis de Lausana; predicó antes en el territorio de la diócesis de Sion, y estuvo en la abadía de St-Maurice (21 de enero de 1404), procedente de Thonon; pasó más tarde a Lausana (24 de febrero-1 de marzo), Romont (finales de febrero-5 de marzo), ¿Berna?, Friburgo (9-13 de marzo), Morat (14-15 de marzo), Payerne (16-17 de marzo), Avenches (18-19 de marzo), Estavayer-le-Lac (20-21 de marzo), Yverdon, a orillas del lago Neuchâtel (¿6-12 de abril?), Lausana (30 de marzo-antes 8 de abril), ¿Yverdon (lo más tarde 12 de abril)?, Croy, Aubonne. El 6 de septiembre de 1404 estaba en Lyon.
El 29 de noviembre de 1408 entraba en Montpellier; todos los días cantaba la misa y después subía al púlpito para dirigirse a las multitudes, continuó por Fabrègues y Loupian y de allí se dirigió a Perpiñán (comienzos de enero de 1409). El 30 de marzo estaba en Gerona, donde predicó dentro y fuera de la iglesia de los dominicos; en la ciudad de Vic, a finales de mayo y comienzos de junio, reconcilió a grupos enfrentados, y en la plaza mayor ha quedado constancia de tal predicación hasta el día de hoy. El 14 de junio entró en Barcelona; predicó en la huerta del Convento de Santa Catalina, y la ciudad determinó subvencionar con 300 florines a los que le acompañaban.
Pasó después a Manresa y volvió a Torre de En Ramon Desplá, junto a Barcelona. Viajó a Lérida (15 de diciembre de 1409-7 de enero de 1410), Tarragona y Montblanch. Los jurados de Valencia deseaban tenerlo en la ciudad, tal como se lo comunicaron en carta de 12 de junio de 1409 y, de nuevo, el 28 de agosto y 4 de diciembre; en mayo de 1410 se preparaban ya para recibirlo; hizo, al fin, el ingreso el 23 de junio de 1410, y predicó en el mercado, a espaldas de la iglesia de San Juan; le seguían más de trescientas personas, entre los cuales había muchos sacerdotes y personas de letras; permaneció en Valencia hasta el 26 de agosto de 1410; predicó después en Liria y Teulada, y regresó a Valencia, momento en que se coloca la fundación del colegio de niños huérfanos, que existe hasta el momento presente.
Desde Valencia se encaminó hacia Orihuela, pasando por el monasterio de la Murta, cerca de Alcira, Terrateix, marquesado de Albaida, Játiva, Luchente, Alicante, Elche, Fortuna y Avanilla; la estancia en Orihuela fue a finales de 1410; el justicia y jurados de la villa aseguraron que no bastaban los confesores para oír las confesiones y repartir la comunión y certificaban que “del todo les había dejado cristianos” (Teixidor, t. I, pág. 337). Después se fue a Murcia (hasta el 27 de febrero de 1411), Librilla, Alhama y Lorca (hasta el 7 de marzo), regresó a Murcia (hasta el 14 de abril). Partió para Molina de Segura (15 de abril), Cieza (16-17 de abril), Jumilla (18-20 de abril), Hellín (22 de abril), Tobarra (Albacete), (24 de abril), Chinchilla (25 de abril-16 de mayo de 1411), Albacete (hasta el 19 de mayo), Villaverde (20 de mayo), Alcaraz (21 de mayo, día de la Ascensión, hasta el 24 de mayo); el 25 de mayo cayó enfermo y pasó 18 días sin predicar, a no ser el domingo y lunes de Pentecostés en La Moraleja; después predicó en Villarreal (Ciudad Real), Ciudad Real (14-24 de junio), Malagón (24 de junio), Santa María del Monte, de la Orden de San Juan (25 de junio), Los Yébenes (26-27 de junio), Orgaz (29 de junio), Nambroca (30 de junio). En Toledo estuvo todo el mes de julio de 1411. Se encaminó acto seguido a Bienquerencia y los Yepes (1-2 de agosto), Ocaña (4-10 de agosto), Borox (11 de agosto), al día siguiente enfermó, pero pasó a Illescas (13 de agosto); “duróle la enfermedad, que fue de tercianas, seis semanas y le dexó tan flaco y quebrantado que no pudo predicar hasta Adviento” (Teixidor, t. I, pág. 343). De Toledo pasó a Simancas y a Valladolid (convento de San Pablo). De Valladolid se trasladó a Ayllón, donde estaba la Corte del rey de Castilla, a finales de 1411. Por la octava de Epifanía de 1412 predicó en Simancas y Tordesillas; después en Medina de Rioseco (hasta el 22 de enero), y a continuación fue a Zamora y Salamanca, donde predicó en la huerta del convento de San Esteban, en el lugar denominado Monte Olivete.
El 12 de abril de 1412 entraba con su hermano Bonifacio en la villa de Caspe para mediar en el pleito sucesorio a la muerte de Martín I el Humano, rey de Aragón. La sentencia final se pronunció el 24 de junio; comenzó san Vicente a dar su parecer y se pronunció a favor de Fernando I de Castilla; éste tuvo mayoría de votos, y al menos un voto de cada reino allí representado. El 28 de junio se hizo pública la sentencia, previa predicación del santo. Terminado el compromiso de Caspe fue a Alcañiz, donde el 27 de julio de 1412 contestó a Benedicto XIII sobre la doctrina que predicaba acerca del Anticristo y el fin del mundo que, opinaba, coincidirían en el tiempo; estimaba que llegarían muy pronto, pero sometía su parecer a la corrección y determinación del Papa.
De Alcañiz fue a Lérida y Balaguer, Lucena, diócesis de Tortosa (30 de septiembre de 1412), Sagunto (26 de noviembre), Valencia (29 de noviembre de 1412-enero de 1413), ducado de Gandía, monasterio de Valldigna, Cullera, Alcira (febrero de 1413), Valencia, donde predicó la Cuaresma y estuvo hasta el 26 de abril, San Mateo, en el Maestrazgo, Traiguera (20 de julio), Barcelona (26 de agosto), Mallorca (1 de septiembre-2 de octubre de 1413), Benisalem (12 de octubre), la Pobla, Valldemosa, Pollensa y otras poblaciones de la isla; de nuevo en Palma (8 de diciembre-22 de enero de 1414). Desde Mallorca navegó hasta Tortosa para participar, a instancias del rey Fernando I, en una disputa con los judíos. Fue a Zaragoza, también a petición del Rey, Daroca (7 de junio), Morella (julio-septiembre de 1414), invitado a una reunión con Benedicto XIII y el rey Fernando para tratar de la unidad de la Iglesia; fue de nuevo a Zaragoza; en esta ciudad estaba el 1.º de noviembre de 1414, día en que se abrió el concilio unionista de Constanza (1414-1418); estuvo en Zaragoza hasta el 6 de enero de 1415, y predicó por diferentes poblaciones de Aragón, como Encinacorba, Calatayud, Barbastro (29 de junio), Graus, Benabarre, Aínsa.
Se encontraba en Perpiñán a últimos de agosto de 1415; llegó también el emperador Segismundo, representantes del concilio de Constanza, y el rey Fernando I de Aragón, para negociar la renuncia de Benedicto XIII; éste, sin embargo, no hizo nada por la unidad. El 6 de enero de 1416 Vicente Ferrer anunció en la Catedral de Perpiñán la sustracción de la obediencia del rey de Aragón al papa Luna. Desde Perpiñán atravesó el Languedoc y se dirigió a Toulouse, donde entró el viernes de pasión de 1416, rodeado de numerosa comitiva, precedido por una cruz de madera y recitando letanías y oraciones; una multitud salió a recibirlo; se hospedó en esta ocasión en el mismo convento que le había albergado en la juventud; al comienzo predicó todos los días por la mañana en el claustro, y lo hizo por espacio de dos o tres horas sin interrupción; después, durante veintiún días continuos, utilizó la plaza de Saint Etienne, frente a la catedral. Muy de mañana celebraba la eucaristía; cantaba el coro que le acompañaba; después se cubría con la capa de su Orden y predicaba; aseguraban en el proceso de canonización que se dirigía a la gente con semblante alegre, como si fuera un joven de veinte a treinta años, con mucho fervor; su voz era clara y sonora, desgranaba los secretos de la sagrada doctrina, de modo que todos sus oyentes, jóvenes, mayores, niños, provectos y sencillos, admirados, recibían la palabra de Dios con mansedumbre y amor; no manifestaban cansancio, aunque la predicación durara al menos tres horas; empero, en el viernes santo de aquel año 1416 duró seis horas continuas; por diferentes zonas de la plaza, según estimación común, llegó a concentrarse una multitud de diez mil y más oyentes.
Varias personas expertas, teólogos y juristas, escribían los sermones de manera literal, de verbo ad verbum; los recogían íntegramente, tanto en latín, como en lengua vulgar; se trataba de sermones que rezumaban sabiduría, apoyados en la Sagrada Escritura, que movían los corazones y las conciencias; era su doctrina inteligible para cualquier edad y estado, eclesiástico o civil. Estas “reportationes”, trascripciones o colecciones de sermones fueron, después, copiadas de manera oficial por personas de ciencia y llevadas a diversas partes del mundo. Muchos predicadores se servían de ellas. En Toulouse dejó fama de santo; lo contemplaban lleno de virtudes, humilde, benigno, sobrio, piadoso, de constante oración, lección y estudio, de día y de noche. Tenía siempre la Biblia al alcance de la mano; su lectura le transportaba a divinos coloquios, diurnos y nocturnos. Acudían a beneficiarse de los tesoros de Dios que repartía con tanta abundancia, gentes del campo y de la ciudad; los ciudadanos, aun en días no festivos y de manera espontánea, cerraban sus negocios, talleres o tabernas e iban al sermón, en que se concentraban por lo menos de dos a tres mil personas, en el más absoluto silencio, aún cuando se hallaban numerosos niños y hasta párvulos; todos, tanto los que permanecían de pie, como los que podían sentarse, escuchaban con atención; lograban oírlo los de cerca y los más distantes; hablaba en su propia lengua vulgar, sin embargo, tolosanos, vascones y galos, así como de otras naciones y lenguas, confesaban y decían que le entendían plena y perfectamente; esto lo tenían por singular milagro y especial regalo.
Predicó después en Muret, Hauterive, Montesquieu, Camaran, Albí (por pentecostés de 1416, hasta el 20 de junio), Gaillac, Cordes, Najac, Guépie, Villefranche, Saint-Affrique (6 de julio), Sauveterre, Rodez (hasta el 23 de julio), Milhau, Mende, Marvéjols, Saint-Flour (15 de septiembre), Puy (3 de octubre de 1416), Clermont Ferrand, Montferrand, Moulins. En mayo de 1417 pasó a Lyon, Mâcon (22 de junio), Autun, Poligny, Besançon (4 de julio), Dijon (agosto), Bourg-en-Bresse, Chambéry, Nevers (septiembre), La Charité/Loire, Bourges (diciembre), Tours (diciembre), Angers (enero de 1418). Recorrió la Bretaña (8 de febrero de 1418-5 de mayo de 1419), tal como ha precisado recientemente Cassard. En el proceso de canonización ofrecieron muchos detalles de esta etapa. Fue recibido solemnemente en Vannes, donde entró a lomos de una asnilla, vestido de dominico, necesitaba ya de la ayuda de otro para caminar y para subir al estrado, pero su debilidad se trocaba en fortaleza y agilidad cuando predicaba. Su predicación agradaba mucho al pueblo y le era tan acepta que no caía en el tedio; aunque hablaba en su lengua nativa, mediante la dulzura, gestos que hacía, y porque, como creían comúnmente, Dios así lo disponía, todos obtenían fruto de sus predicaciones. Era humilde para saber dudar, y así consultaba cuestiones doctrinales a otros. Fruto de la predicación fue un duradero cambio en las costumbres; fue exaltada la fe y mejor conocida, cesaron las blasfemias; pequeños y mayores recibieron instrucción para invocar y honrar el nombre de Jesús, rezar el Padre nuestro y el símbolo de los Apóstoles, oír misa, hacer la señal de la cruz, así como otras muchas cosas acerca de la fe y el divino servicio. Se decía que, después de san Pablo, no hubo apóstol mayor; acudían a los sermones a pesar del rigor de la estación, con nieve, fuertes vientos, lluvias o fríos intensos. Dominaba la Sagrada Escritura de tal modo que la aplicaba a cualquier propósito; la recitaba tan perfectamente como si la leyera; ayudaba a disipar toda tristeza, infundía alegría, y a la gente se le hacía corto el tiempo de los sermones. Llevaba consigo libros que normalmente los transportaba sobre un asno.
Sobre la venida del Anticristo, dice la testigo X. Alieta, que trató en su última predicación en Vannes, e instruyó en la fe para que se mantuvieran firmes contra él. Predicaba virtudes —“ mirabiliter virtutes exaltando”—. Terrible cuando hablaba de los vicios y de las penas eternas; cuando hablaba de Dios, de las virtudes y de la gloria del paraíso, aparecía dulce y benigno; hablaba con tal mansedumbre que los oyentes, también los endurecidos, se animaban a la devoción y contrición. Llegó a Bretaña físicamente muy débil; aunque no había cumplido los setenta años, a algunos les parecía contemplar una persona de ochenta, y no faltaba algún testigo que lo consideraba nonagenario; cuando subía las escaleras del estrado tenía que apoyarse en dos personas que, prácticamente, lo llevaban en el aire; sin embargo, a la hora de la misa, y al predicar, se transformaba, cantaba y se dirigía al público con voz potente; entonces les parecía robusto, ágil en sus movimientos, con capacidad para comunicarse a larga distancia. En suma, el anciano débil se convertía en predicador joven, como de unos treinta o cuarenta años.
Enseñó en Valencia y Aviñón, escribió sobre temas relacionados con la filosofía y teología; en el Tratado del cisma, como queda dicho, se mantuvo oficialmente en la línea aviñonesa hasta el año 1416, aunque desde 1398 el problema que le preocupó de verdad fue el de la predicación. Sobre este particular resulta provechosa la lectura de Ramón Arnau, así como sobre el tema del Anticristo y el fin del mundo la reciente obra de Sebastián Fuster. Escrito muy difundido fue el Tratado de la vida espiritual; de él se conocen sesenta y una ediciones hasta 1981, diecinueve en el siglo xvi; en 1918 se tradujo al chino.
Como afirma en el prólogo, extracta fragmentos de otros autores, valiéndose con gran probabilidad de la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia. Se advierte en este breve tratado la huella del predicador que desea animar al progreso espiritual por la senda de la vida religiosa. En el Tratado muy consolatorio sobre las tentaciones de la fe enlaza con la tradición patrística, espiritualidad medieval y con la teología de Santo Tomás; refleja gran madurez y proporciona luz y paz a la persona en sus luchas por mantenerse fiel a Dios, “porque Dios es omnipotente, por encima de cuanto puedan decir, pensar o entender los hombres”. Escribió también algunas “Notas marginales” a la Suma de Teología de Santo Tomás, que legó al convento dominicano de Santa Lucía de Alcañiz; manifiesta un notable esfuerzo por aclarar conceptos, al comentar e interpretar las sentencias del Aquinate. Por lo que se refiere al “Epistolario” puede decirse que las cartas más numerosas de las conservadas son las que le escribieron a él. Aunque, de las escritas por él, destacan dos: al maestro de la Orden dominicana sobre su predicación (diciembre de 1403), y al papa Benedicto XIII sobre sus predicaciones acerca de la venida del Anticristo y fin del mundo (27 de julio de 1412).
El Tratado contra los judíos, que se le ha adjudicado al menos en parte, está orientado a ofrecer argumentos a los cristianos en su trato con los judíos; Robles cree que no ha sido el redactor oficial, aunque sí se advierten sus huellas. “La predicación de San Vicente hacia la comunidad hebraica y musulmana se inscribe en una pauta tradicional que no permite barruntar signos de la tragedia que se desarrollará a finales del Cuatrocientos y comienzos del Quinientos” (Montesano, pág. 76).
Falleció en Vannes rodeado de numerosos fieles (5 de abril de 1419). Manifestaciones multitudinarias de aprecio tuvieron lugar en torno a los restos mortales que, al fin, se colocaron en un sepulcro, entre el coro del cabildo y el altar mayor de la catedral. Señales de veneración se multiplicaron en torno a la tumba, y ante ella se leían periódicamente gracias extraordinarias que se recogían con precisión en un libro, favores o milagros atribuidos a la intercesión del gran taumaturgo.
Nicolás V nombró en 1451 una comisión para instruir proceso canónico en orden a la canonización; se recogieron testificaciones en Bretaña, Toulouse, Nápoles y Aviñón. Fue canonizado por Calixto III el 29 de junio de 1455. Su fama y veneración están difundidas por el mundo, y se desea su reconocimiento como “Doctor de la Iglesia”. La iconografía resalta de manera particular la faceta de predicador y taumaturgo; con frecuencia se le representa con hábito dominicano, el brazo derecho levantado y el dedo índice extendido, con una filacteria en la que se lee: “Timete Deum et date illi honorem, quia venit hora iudicii eius”. A veces se le representa con dos grandes alas, para evocar su título de “Ángel del Apocalipsis”, con una trompeta que expande su sonido por la tierra al fin del mundo, una llama de fuego en la cabeza, la cruz enarbolada o una vara de azucena en la mano, un capelo cardenalicio y dos mitras a los pies, recordando la renuncia que hizo a la oferta de tales dignidades eclesiásticas, sentado en la cátedra, subido al púlpito, imponiendo las manos sobre los enfermos, etc (Vito Tomás Gómez García, OP, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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