Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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lunes, 10 de junio de 2019

El Convento del Espíritu Santo


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento del Espíritu Santo, de Sevilla.     
      Hoy, 10 de junio, (cincuenta días después del domingo de Resurrección), es la Solemnidad de Pentecostés, día en el que se concluyen los sagrados cincuenta días de la Pascua y se conmemoran, junto con la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos en Jerusalén, los orígnes de la Iglesia y el inicio de la misión apostólica a todas las tribus, lenguas, pueblos y naciones [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      También se celebra hoy la Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, a quien Cristo encomendó sus discípulos para que, perseverando en la oración al Espíritu Santo, cooperaran en el anuncio del Evangelio [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
       Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Convento del Espíritu Santo, de Sevilla.
      El Convento del Espíritu Santo [nº 46 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 84 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle San Juan de la Palma, 23 (también tiene acceso por la calle Dueñas, 1; aunque a la Iglesia de accede por la calle Espíritu Santo, s/n); en el Barrio de la Feria, del Distrito Casco Antiguo.
   "Hemos sabido por boca de muchos que el Hospital del Espíritu Santo al que la ciudad de Montpellier debe la piadosa solicitud de su amado hijo Guido resplandece tanto por la piedad como por el ejercicio de una dilatada hospitalidad". Piedad y hospitalidad. Las dos características que el papa Inocencio III reconocía a Guido de Montepellier para reconocerle en la bula de 22 de Abril de 1198 la creación de la Orden del Espíritu Santo. "Tuve hambre y me distes de comer; tuve sed y me distes de beber...". Con esta cita comenzaba Guido de Montpellier a finales del siglo XII la regla de una nueva orden que sería confirmada en 1213 y cuyo escrito original se conserva en el Archivo Nacional de Roma. Nacía la larga historia de la Orden del Espíritu Santo, que conviviría desde tiempos de Eugenio IV con la regla de San Agustín. Alcanzó un gran esplendor en los siglos siguientes, aunque en el siglo XV se inició una etapa de decadencia, entre otras causas, por la prohibición de las postulaciones en algunos países, por los expolios que sufrieron algunos de sus hospitales y por la rivalidad entre las casas de Roma y Montpellier. A ello se unirían las guerras y revueltas del siglo XVI, con ejemplos tan claros como el propio saqueo de la casa de Roma en 1527. España se vio libre de estos asaltos y en el siglo XVI llegaron nuevas fundaciones en Sevilla, Valladolid y otras realizadas en el Nuevo Mundo recién descubierto: Cuzco, México, Santo Domingo y Cartagena de los Reyes. Otro elemento añadido fueron los intentos de transformar el carácter de la orden en otra de tipo militar. Un cúmulo de circunstancias que llevó a la extinción de la rama masculina por parte de Pío IX en el siglo XIX, aunque la femenina no desapareció e, incluso, creció con el paso del tiempo. La Orden del Espíritu Santo se mantiene en la actualidad por diversos países como España, Francia, Polonia, Italia y Burundi. Los monasterios españoles se dedican a la vida contemplativa y, junto al de Sevilla, se sitúan en Sangüesa (Navarra), el Puerto de Santa María (Cádiz) y Puente de la Reina (Navarra).

   Su sede sevillana se sitúa en las cercanías de San Juan de la Palma, colindante con el palacio de Dueñas, con una desconocida iglesia con acceso por la recoleta calle de su nombre y con una historia tan apasionante como la de la propia orden. En el año 1538 fue concedida la bula de fundación del convento del Espíritu Santo de Sevilla a la malagueña doña María de Aguilar por parte del general de la orden. Para conocer el espíritu originario de la orden había marchado un año antes al Hospital del Espíritu Santo en Roma, donde vistió el hábito de la misma y, tras el noviciado, hizo la profesión de manos del gran preceptor general fray Francisco de Landis, hacia el año 1534. El documento fundacional firmado y sellado por el general tiene fecha del 5 de diciembre de 1538, un establecimiento que solo tendría funciones de monasterio y no las de hospital. La construcción del monasterio fue bien acogida por las autoridades eclesiásticas y civiles, pero pronto hubo una impugnación por parte de las autoridades por el fundacional carácter de estricta pobreza, alegándose la existencia de otros conventos pobres en la ciudad. Ello motivó que la fundadora recurriera al nuncio del Papa e, incluso, emprendiera un segundo viaje a Roma para visitar al papa Paulo III. El pontífice, por bula expedida el 26 de noviembre de 1545, refrendaría la fundación dada por el gran maestro amenazando con la posible excomunión a quienes mostraran algún tipo de oposición.
   Importante fue la contribución de doña Inés Méndez de Sotomayor, a la que en 1544 se le concedieron los títulos y el derecho de fundadora. Con su aportación se adquirieron las casas que fueron llamadas de las "Niñas de la Doctrina". La fundadora, al final de sus días, la nombró sucesora con los títulos de cofundadora y abadesa perpetua. De hecho, rigió al monasterio por espacio de cinco años, época en la que asentó la fundación en el lugar actual, unas casas compradas a doña Guiomar Hernández de la Peña con huertas en la calle del entonces conocido como Horno de las Tortas.En esta época la comunidad comenzó a recibir algunas niñas para formarlas en la fe católica y buenas costumbres. Tras superar algunas reticencias iniciales ante una nueva "fundación para pobres", llegó a alcanzar gran esplendor a finales del siglo, llegando su historia hasta el año 1626. 
   El siglo XVII fue un nuevo periodo cargado de turbulencias e inestabilidad en la vida del convento. El hecho más significativo fue el nombramiento de una niña de doce años como abadesa, en una clara imposición de la nobleza que quiso manejar el convento, una situación que estuvo a punto de producir su extinción. La propia comunidad acudió entonces al gran maestro de la orden, entablándose un pleito que duró años. La solución llegó con la intervención del visitador general fray Juan Calvo Segura, que nombró como abadesa a una monja virtuosa querida por la comunidad, la madre María de Mayorga, acentuándose desde entonces el carácter contemplativo de la comunidad. También a comienzos del siglo XVII, el monasterio pasa a la jurisdicción del Arzobispado de Sevilla. El otro gran envite que debió soportar la comunidad fue la imposición que quiso hacer el arzobispo en 1628 de una comunidad de dominicas procedente del convento de Santa María de los Reyes, resistiendo la comunidad gracias a la actuación de doña Inés Niño de Guevara, curiosamente una de las siete monjas que años atrás había permanecido en el convento tras la escisión producida por la perpetuación como abadesa de Inés Méndez.

   Ya en el siglo siguiente, el decreto de 11 de julio de 1711 y la escritura fundacional de 1715 del arzobispo Manuel Arias permitieron establecer un seminario para niñas nobles arruinadas. Teniendo presente los orígenes del monasterio de Espíritu Santo y que él se observaba vida común, solicitó de las monjas que aceptasen su dirección y ministerio, adosándose a los muros del monasterio y con comunicación interior con el mismo, siendo conocido como Colegio de Niñas Nobles del Espíritu Santo. A fines del siglo XVIII, en tiempos del arzobispo Marcos Alonso Llanes, se realizan importantes obras en el edificio conventual, que afectaron tanto a la decoración como a la estructura del edificio. Tanto la portada como la espadaña y los coros de la iglesia parecen corresponder a esta época. La institución sobrevivió tanto a la invasión francesa como al proceso desamortizador del siglo XIX. Ya en el siglo XX, conocería un gran cambio en 1965 cuando, siguiendo las orientaciones del cardenal Bueno Monreal, el colegio se abrió a toda clase de niñas, ampliando su capacidad y transformándose en centro de enseñanza general básica y preescolar. Ello conllevó diversas reformas y añadidos que, en general, no desvirtuaron la concepción del edificio histórico. También se creó una residencia de estudiantes de bachillerato y carreras universitarias, con capacidad para 100 jóvenes. En 1997 se suprimiría el colegio y en 1999 correría la misma suerte la residencia. Se acometió una nueva reorganización del edificio con la creación en el año 2000 de la casa de ejercicios espirituales llamada Sancti Spiritus, función que llega hasta nuestros días y que mantiene 44 habitaciones que suelen alcanzar un notable índice de ocupación.
   El conjunto arquitectónico muestra en buena parte de su exterior una apariencia de ladrillo desnudo fruto de la restauración de los años setenta del siglo XX, intervención que eliminó los originarios muros enlucidos y encalados, destacando un calvario cerámico dieciochesco sobre el acceso de la calle Dueñas. En el acceso correspondiente al colegio de las Niñas de la Doctrina aparece la inscripción "Erigió a propias expensas y dotó con liberal mano el eminentísimo y reverendísimo señor cardenal don Manuel Arias, arzobispo de esta ciudad de Sevilla. Año de MDCCXIV". La iglesia, abierta a la recoleta calle titulada del Espíritu Santo, es edificio barroco de sencilla planta conventual, una sola nave, bóveda de cañón con arcos fajones y lunetos y coro a los pies que separa la clausura. Sufrió importantes daños en el terremoto de Lisboa de 1755, conociendo su última gran remodelación en 1790, gracias al mecenazgo del obispo Marcos Alonso Llanes. Todavía en el siglo XIX conocería nuevas intervenciones como la colocación, en 1866, de un nuevo zócalo de azulejos. Su única portada aparece en su muro derecho, fechándose en 1790. Entre el caserío del barrio se yergue la espadaña, de formas airosas y decorada con azulejos del siglo XVIII.

   El retablo mayor es obra de los últimos años del siglo XVIII. La Inmaculada que lo preside es obra anónima anterior, del siglo XVII aunque posiblemente repolicromada. Tallada en madera y policromada en oro, muestra notas de un barroco final en el empleo de estípites y elementos de rocalla, con ciertas tendencias neoclásicas en el progresivo abandono de la ornamentación. Fechable hacia 1760, se estructura en banco, un cuerpo con tres calles y un destacado ático, estando articulado el cuerpo central mediante cuatro grandes estípites, teniendo en la parte central un manifestador neoclásico que indica una posible intervención en el siglo XIX. En las calles laterales aparecen San Juan Bautista y encima un relieve con el tema de San José con el Niño; en el lateral derecho se sitúa una tabla de San Juan Bautista coronada por un relieve de San Joaquín. Como iconografía propia de la orden, el tema de la venida del Espíritu Santo corona el ático del retablo junto a la representación habitual de la Trinidad. Se encuentra flanqueado el ático por dos tallas de San Agustín y de Santa Tecla. 
   Al siglo XVIII corresponde también el retablo del muro izquierdo de la nave, de especial barroquismo y dinamismo, dedicado al Corazón de Jesús y que debió ser originalmente una original estructura de retablo-manifestador. Hoy está presidido por una imagen de Santa Orosia, patrona de Jaca, que debió ser añadida con motivo de las restauraciones de 1790. Sobre un original fondo de nubes y bajo un teatral dosel se sitúan diversos santos como San José, Santa María Magdalena, San Buenaventura, San Francisco de Sales, el beato de la Colombière (propagador de la devoción al Corazón de Jesús), San Bernardino y Santa Rosa de Lima. Es pieza anónima, precursora de la devoción al Sagrado Corazón en la ciudad y se inspira en los rompimientos de gloria de la pintura de la época. Se recorta sobre una pared tapizada en damasco rojo y muestra elementos de un barroco tardío muy teatral, relacionable también con las formas del comulgatorio.
   En el mismo muro se abre la capilla sacramental, con planta cuadrada y cubierta con bóveda semiesférica y decoración de óculos. Está presidido por un retablo neoclásico que alberga diferentes pinturas del siglo XIX que representan a San José, San Marcos, San Pedro y San Antonio de Padua. Algo anterior parece la pintura que se sitúa en el sagrario, con una interesante iconografía del Niño Jesús con la cruz a cuestas. En esta capilla estuvo cobijada durante algunos años la primitiva titular de la hermandad de la Resurrección, la Virgen de la Aurora, obra de Jesús Santos que se conserva actualmente en la iglesia de Santa Marina con la nueva advocación del Amor.
   En el muro derecho, en la parte más cercana al presbiterio, el retablo de San Agustín de Hipona es obra fechable hacia 1760 y muestra al santo con sus habituales atributos, la pluma (en referencia a sus escritos) y la maqueta de la iglesia en plata (como "Padre de la Iglesia") completándose con las imágenes de San Juan Nepomuceno a su izquierda y San Cayetano a su derecha. A los pies del titular destaca una pequeña imagen de la Virgen del Carmen.

   El último retablo del muro es obra del siglo XVII. Presenta una interesante muestra pictórica de Juan del Castillo, fechable hacia 1620, con el tema de la Aparición de Cristo a Santa Teresa de Jesús, una de las visiones de la santa de Ávila en las que veía a Cristo atado a la columna en el momento de ser azotado y en una correcta composición de cuidado estudio anatómico en la figura de Cristo. El resto de las pinturas que enmarcan a la principal son obra muy posterior, ya que están firmadas por J. Oliva en 1889 y representan a diversos santos como San Fernando, San Francisco de Asís o San Francisco de Paula. Delante del retablo se sitúa la imagen de la Virgen del Valle, imagen de candelero que porta al Niño Jesús en sus brazos.
    Lienzo de interés histórico es el que aparece sobre la reja del coro bajo, el momento en el que la fundadora, doña María de Aguilar, se presenta ante el papa Paulo III en un marco arquitectónico de corte renacentista que le da cierta profundidad y con la presencia de varios miembros masculinos de la orden. Es obra firmada en 1790 por Francisco Miguel Jiménez mediante las siglas F. X.
   Pieza importante es el comulgatorio del coro bajo de movida estética dieciochesca y abigarrada decoración, relacionable con el retablo dedicado al Corazón de Jesús. El coro bajo es una estructura singular en la habitual configuración de esta dependencia ya que se divide en tres naves mediante columnas que sostienen arcos de medio punto rebajados, teniendo proporciones de pequeña iglesia dentro de la propia iglesia. Es un sector que debió rehacerse en las reformas de 1790. Cercano a la reja acoge un interesante y recogido órgano del siglo XVIII realizado en 1760 por Francisco Pérez de Valladolid, con una decoración barroca en la que destacan dos pequeñas esculturas de San Agustín y Santa Orosia. En el coro bajo se muestra un amplio conjunto de fanales y vitrinas característicos del siglo XVIII, con tallas como las de un Cristo atado a la columna, San Agustín, San Juanito, San Miguel, la Virgen del Espíritu Santo y una Dolorosa. En la misma dependencia cuelgan pinturas con temas como la Oración del huerto, Camino del Calvario o San Ignacio de Loyola. Sin duda alguna, la gran pieza del coro bajo y devoción fundamental del convento es la talla del Niño Jesús Milagroso, talla del siglo XVII cargada de tradiciones milagrosas en la historia del convento. Su llegada sigue una tradición que se puede rastrear en otros conventos de la ciudad como Santa Paula o Santa Ana.
Cuenta la tradición que "un desconocido llegó al torno monacal y pidió por favor a la monja tornera, le guardase el paquete o cajón que traía, hasta que vinieran a recogerlo". La entrega, habitual en tiempos pasados, no despertó ningún tipo de recelos en la comunidad. Pasaron meses sin que nadie reclamara el paquete, las monjas expusieron el caso a los superiores mayores y estos decidieron abrirlo. Fue enorme la sorpresa al descubrir que se trataba de una imagen de un Niño Jesús que fue advocada como "El Niño Esposo". Al existir en aquella época la rama masculina, fue vestido como si fuera un miembro de ella. En las crónicas del monasterio del último tercio del siglo XVII se le conoce con este nombre y se relatan las revelaciones que hizo a la Madre Juana de la Cruz Lozano y Soriano, monja de la comunidad y mística por excelencia, que vivió en estos años. Al atribuírsele numerosos milagros comenzó a ser conocido como el "Niño Milagroso". Estéticamente es una imagen anónima que sigue las formas montañesinas de la primera mitad del siglo XVII, siendo una talla completa que se suele vestir con ropajes naturales y situándose sobre una peana formada por tres cabezas de querubines. La peana inferior parece un añadido posterior ya que tiene elementos decorativos tipo rocalla que la sitúan estéticamente en el siglo XVIII. La imagen lleva en su mano izquierda una cruz y en la derecha un pequeño silbato en forma de pez y una campanita. En una de sus revelaciones a la Madre Juana pidió le pusieran ésta última, como símbolo de las llamadas que interiormente hacía a las almas. Sin haber sido informado, el orfebre que la realizó grabó en ella lo mismo que el Niño había pedido: una rosa y una cruz. Son muchos los que dicen haber escuchado el toque de la campanita al realizarse un gran favor o milagro. Entre las visiones y sucesos que acumula, en una milagrosa aparición del Niño Jesús a la madre Juana refiriéndose a la imagen indicó: "éste es mi verdadero retrato". Desde entonces se acumulan en la historia del convento las intervenciones milagrosas de la talla, desde la cura de enfermedades a la paralización de una inundación que estuvo a punto de asolar la ciudad y que fue detenida tras el lanzamiento a las aguas del bonete con el que se cubría a la imagen.

   La clausura ha conocido diversas reformas, especialmente en el siglo XX, con la creación del nuevo edificio que funcionó como colegio y que hoy acoge la casa de ejercicios. Se organiza fundamentalmente en torno a dos patios, el claustro pequeño rehecho modernamente y el claustro principal. En torno al primero destaca la sala capitular, en cuyos muros cuelgan diversos lienzos barrocos como los que representan a Santa Tecla, a la fundadora del convento, la escena de Pentecostés o el Papa Inocencio III. En el plano escultórico destaca un Crucificado de formas tardogóticas, la imagen de la  Virgen de la Palma (de mediados del siglo XVII y repolicromada en época posterior) y un Niño Jesús que duerme sobre una cruz, pieza del siglo XVIII.
   El claustro principal, de dos cuerpos, es una estancia irregular que emplea columnas renacentistas de mármol blanco sobre la que descansan arcos de medio punto que se transforman en arcos rebajados en el piso superior. En sus muros blancos destaca la decoración de las numerosas plantas y macetas que acoge, creando un efecto de perspectiva y ampliación de espacios la escalera que se sitúa en uno de los ángulos de la estancia. A este patio se abre el refectorio, el lugar donde las monjas comen en comunidad, presidido por una gran pintura de la Última Cena de finales del siglo XVII que parece imitar modelos compositivos más antiguos. En el locutorio pequeño se conserva un notable lienzo que representa a la Divina Pastora, devoción netamente sevillana y propia del siglo XVIII, que parece cercano al estilo de Alonso Miguel de Tovar. También acoge otras tallas como un Niño Jesús, San Antonio de Padua, Cristo atado a la columna o Santa Catalina de Siena. Excelente pieza es la cabeza de un Crucificado colocado sobre un cojín que parece seguir las formas del taller de Pedro Roldán y del que se desconoce el destino del resto del cuerpo.
 La jornada de las monjas del Espíritu Santo comienza a las seis de la mañana, media hora más tarde llegará el oficio de lectura, el rezo de laudes y la misa, algo más tarde de las siete. Los domingos se retrasa el horario de misa a las 9.30 de la mañana. Durante la semana, tras la misa llega un tiempo de oración personal al que se seguirá el desayuno y el llamado "saludo a la abadesa" y tiempo de intercambio con el resto de la comunidad. Después le seguirá la jornada de trabajo, dividido entre diversas tareas como las de la cocina, limpiezas, ropero y, especialmente, la atención a la casa de ejercicios de la comunidad. Algo antes de de la una de la tarde, mediante la llamada con campana que se usa para todos los actos comunitarios, las monjas acudirán al coro para rezar la hora sexta, tiempo al que seguirá el almuerzo en comunidad. Tras una hora de recreo, las monjas rezarán nona antes de las tres de la tarde, rezo al que seguirá una hora de silencio riguroso, el llamado silencio mayor en el que no se hablará y durante el que se evitará todo tipo de ruidos. Terminará a las cuatro de la tarde con el rezo comunitario del rosario, al que seguirá un tiempo de lectura. El resto de la tarde se dedicará a la formación hasta las 7 menos diez, momento en el que sonará de nuevo la campana convocando al rezo de vísperas. Tras un tiempo de oración personal, a las 20.30 las monjas cenarán en comunidad y tendrán una media hora de recreo. El día termina con el rezo de completas a las 21.30, retirándose las monjas a sus celdas en torno a las diez de la noche. Todos los jueves se realiza exposición del Santísimo Sacramento, siendo de gran solemnidad el monumento eucarístico que se realiza el Jueves Santo. Ese día se emplea una urna del siglo XVIII realizada en madera de ébano, con incrustaciones de filigrana de plata y de nácar, que fue regalada al convento por un virrey americano. Es un ejemplo de la notable orfebrería que atesora el convento en la que destacan dos cálices barrocos marcados por el cordobés Damián de Castro, un ostensorio neoclásico con la marca de Antonio Méndez y un rico bargueño de madera lacada y decorado con animales y elementos florales, pieza de posible origen filipino.

   La fiesta principal del convento es la de Pentecostés, teniendo gran seguimiento popular los cultos dedicados al Niño Jesús Milagroso que se realizan el día 2 de enero. Tradicionalmente se exponía en la iglesia aunque, tras la agresión que sufrió la imagen del Gran Poder en el año 2010, las monjas han optado por acercarlo al público a través de la reja del coro bajo (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
     Edificio de principios del siglo XVII, en el que emprendió diversas obras entre 1712 y 1720 el arquitecto Diego Antonio Díaz y que fue ampliamente remodelado en 1790 con el mecenazgo del Arzobispo de Sevilla don Alonso de Llanes. A la primera etapa corresponde la estructura del interior de la iglesia, de planta rectangular y con una sola nave de cuatro tramos, cubierta con una bóveda de cañón con arcos fajones y lunetos. A esa misma fase pertenecen también, aunque fueran reformados parcialmente con posterioridad, los dos coros, uno en alto y otro en bajo, que aparecen a los pies de la nave. En 1790 se remodeló el interior de la iglesia, como lo indica una leyenda situada en la reja de madera del coro alto. A esta segunda etapa pertenece la portada. Adosado a la iglesia se encuentra el antiguo Colegio, construido en 1715 y cuya fachada se restauró hace pocos años. Sobre la portada del convento aparece un interesante azulejo del XVIII que representa el Calvario.
     El retablo mayor consta de banco, un cuerpo de tres calles, compartimentadas por estípites, y ático, pudiéndose fechar hacia 1770. En las calles laterales del primer cuerpo figuran las esculturas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista y los relieves de San José y San Joaquín, todos ellos de la época del retablo, y en la hornacina central una escultura de la Inmaculada, de la primera mitad del XVII, aunque fuera muy retocada en el XIX. En los laterales del ático se sitúan las esculturas de San Agustín y Santa Tecla y en el centro los relieves de la Venida del Espíritu Santo y la Trinidad. La puerta de plata del sagrario es obra de principios del XIX, presentando los punzones de la ciudad de Sevilla y de los plateros Méndez y García.
     Al inicio del muro izquierdo se encuentra un retablo-hornacina de la segunda mitad del XVIII de gran barroquismo con un gran número de pequeñas esculturas de santos, que servía para la exposición de la Eucaristía. A continuación se encuentra la antigua Capilla Sacramental, presidida por un retablo de hacia 1791 realizado por Francisco de Acosta el Mozo. En él figuran seis lienzos que reproducen composiciones de Murillo, Velázquez y Luis de Vargas. El último retablo del muro es de hacia 1625, vinculándose las pinturas que lo decoran con Juan del Castillo. De ese maestro son San Juan Bautista, San Juan Evangelista, San Antonio de Padua y San José con el Niño, que aparecen en el intradós, y la Anunciación, del ático. La Adoración de los Reyes, que vino a sustituir con toda seguridad a una desaparecida composición de igual temática de Juan del Castillo, está firmada y fecha­da en 1888 por E. Leo.
    En el muro derecho se sitúan dos retablos. El primero es de hacia 1760 y consta de banco, un cuerpo de tres calles y ático. En la hornacina central aparece una escultura de San Agustín y en las laterales las de San Juan Nepomuceno y San Cayetano, todas de aquella misma fecha. El siguiente, situado a los pies de la nave, es de hacia 1625, presentando una estructu­ra similar al de igual emplazamiento del muro contrario. Como en él, parte de las pinturas son de Juan del Castillo, si bien por desgracia de ese maestro sólo se conserva en la actualidad el gran lienzo central, en el que se representa a Santa Teresa ante Cristo flagelado. Los cuatro pequeños lienzos del intradós están firmados y fechados en 1889 por J. Oliva, debiéndose de haber colocado aquel año en sustitución de los de Juan del Castillo.
     Sobre la reja del coro aparece un gran lienzo que representa a la Fundadora de la Orden ante Paulo III. Está firmado en 1790 con las iniciales F. X. que corresponden a Francisco Ximénez. A la derecha del coro se sitúa el comulgatorio, de finales del XVIII, con dos pequeñas esculturas de San Basilio y Santa Gertrudis en el interior.
     Entre las abundantes piezas de orfebrería destaca una arqueta de filigrana de plata, de labor muy fina, que parece obra cordobesa del siglo XVIII. Entre los numerosos cálices, se cuentan dos ejemplares debidos al platero cordobés Damián de Castro; uno de ellos con decoración de aristas entorchadas, de elegante y sobrio efecto, va fechado en 1774. Con decoración típicamente barroca, compuesta por flores carnosas, acantos y gallones invertidos, es otro cáliz donado por Ignacio Thamaral, platero sevillano examinado de maestro en 1716. De estilo rococó se encuentran varias bandejas y coronas de imágenes, así como otros aderezos, entre los que destacan un gran copón con el punzón de Blanco. El ostensorio es de tipo neoclásico y lleva la marca de Antonio Méndez (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     Se funda el monasterio en 1538 merced a la bula concedida por el general de la Orden a doña María de Aguilar. En 1544 el núcleo original del convento se instala sobre un grupo de casas, de las que hace donación doña Inés Méndez Sotomayor.
     A finales del siglo XVIII se producen importantes daños en el edificio, que se remodela en 1790 gracias al mecenazgo del arzobispo de Sevilla don Alonso de Llanes.
     Adosado a la iglesia, y construyendo la fachada del edificio a la calle Dueñas, se localiza el antiguo colegio, construido en 1715 y cuya fa­chada se restauró hace algunos años, cuando se remodeló el colegio en su totalidad.
     La iglesia, de principios del XVII y restaurada en 1790 con el conjunto del convento, es de planta rectangular, de tipo cajón puro con cabecera recta, con una sola nave de cuatro tramos, cubierta con una bóveda de cañón con arcos fajones y lunetos. De esta misma época son las portadas del convento y la espadaña. Igualmente, durante el siglo XVIII se disponen los coros alto y bajo, que se sitúan a los pies de la nave, aunque se reforman posteriormente. El coro bajo adopta una configuración muy singu­lar, compartimentándose en tres naves por medio de columnas sobre las que apean arcos rebajados.
     Construyendo el espacio restante, entre la "L" formada por la iglesia -que se alinea dando fachada a la calle Espíritu Santo- y el colegio que abre su fachada a Dueñas, aparece el resto de las dependencias del convento. El primero de los patios, más próximo a fachada, queda incluido en el recinto del colegio; manteniendo su posición y materiales se rehízo en la última reforma importante bajo la dirección F. Jiménez Ontiveros. Desde este claustro pequeño, y a través de un tránsito, también renovado, se accede al espléndido claustro del siglo XVI, llamado "patio del ataúd" o del ciprés. De forma trapezoidal presenta arquerías superpuestas en sus cuatro frentes de arcos semicirculares sobre columnas renacentistas. Al fondo en su lado más corto, se sitúa la escalera exenta en la galería, de dos tramos en forma  de ángulo, que apoya su tramo más largo sobre columnas de mármol.
     Es de destacar en esta organización la magnífica secuencia de espacios abiertos que se produce desde el claustro pequeño, a través del tránsito, el claustro grande, la escalera y un patio, más pequeño, al fondo de ésta.
     Algunas de las piezas más importantes del convento, como es el caso del refectorio -también reformado-, se disponen en torno claustro principal.
     Al fondo de la edificación se sitúan el noviciado y los dormitorios junto a un patio bastante modificado. 
     El conjunto del edificio -iglesia, convento y colegio- ocupa en planta baja, incluyendo patios y jardines, una superficie de 3.400 m2 (Guillermo Vázquez Consuegra, Cien edificios de Sevilla: susceptibles de reutilización para usos institucionales. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1988).
    El conjunto monástico se organiza en torno a varios claustros, el primero de los cuales esta más próximo a la fachada y es el más pequeño; conecta a través de un tránsito con el claustro del siglo XVI de planta trapezoidal y arquerías semicirculares sobre columnas de mármol, al que abre escalera exenta de dos tramos.
     La fachada del antiguo colegio dependiente de la institución da a la calle Dueñas, se edificó en 1715, mientras que la fachada que da a la calle Espíritu Santo abre la portada de la iglesia, portada en arco de medio punto flanqueada por pilastras y coronada por frontón partido sobre el que resalta el escudo de la institución y la inscripción "Año de 1790". La iglesia es de cajón, planta rectangular, de una nave dividida en cuatro tramos, cubiertas por bóveda de cañón con arcos fajones y lunetos, mientras que el coro se se compartimenta entres naves por medio de columnas con arcos rebajados. El templo data del siglo XVII, habiendo sido restaurado en 1790, cuando también se levanta la espadaña. 
     Fundado en 1538 funcionó instalado en un grupo de casas donadas por Dª Inés Méndez de Sotomayor, remodelándose el edificio en 1790 merced al mecenazgo de Don Alfonso de Llanes, arzobispo de Sevilla (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Solemnidad de Pentecostés:
La Pentecostés
   Puede parecer ilógico a primera vista incluir la Venida del Espíritu Santo en el cielo de la Glorificación de Cristo, puesto que Cristo está ausente en esta escena, y los Apóstoles se reúnen alrededor de la Virgen.
   Pero es Cristo resucitado quien envía el Espíritu Santo a los apóstoles, y la Virgen, a pesar del lugar que se le atribuye en el centro del grupo, sólo tiene un papel secundario en esta escena de glosolalia, donde ella es la única que se mantiene en silencio. El protagonista invisible es Cristo, quien infunde el Espíritu Santo en los apóstoles, para permitirles hablar todas las lenguas necesarias para la predicación del Evangelio entre los gentiles, aunque no las hayan estudiado nunca.
   Por otra parte, basta leer el Evangelio de san Juan para comprender cuál era el pensamiento de los apóstoles. Jesús les promete que una vez desaparecido de esta tierra, no los dejará huérfanos, sino que les enviará de parte del Padre otro consolador, el Paracleto o el Espíritu de verdad, que estará con ellos eternamente (Juan, 14: 16 y 15: 26). Y en otra conversación que se sitúa después de la Resurrección (20: 21 - 22), vuelve aún más explícitamente acerca de esta  misión: «Como me envió mi Padre, así os envío yo. Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.» La misma idea está expresada en el Evangelio de Mateo, a propósito de la predicación de San Juan Bautista  (3: 11): «Yo, cierto, os bautizo en agua con vistas a la penitencia; pero en pos de mí viene otro más fuerte que yo ( ...) él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego.»
   De manera que es Cristo quien en verdad otorga el Espíritu Santo, y el principal personaje de la Pentecostés; pero no aparece en la escena. Salvo raras excepciones está, como los muertos, presente e invisible.
La Misión encomendada a los apóstoles
   Es por un error de interpretación, en efecto, que Émile Mâle creyó reconocer la Pentecostés en el célebre tímpano del nártex de Vézelay, donde un Cristo gigantesco extiende los brazos y muestra las palmas agujereadas de las que irradia luz que ilumina a los apóstoles.
   No es el único ejemplo del tema en el arte francés del siglo XII. Aparece por primera vez en Borgoña, hacia el 1100, en una miniatura del Leccionario de Cluny (B.N., París) que ha podido inspirar al escultor de Vézelay. Pero no es particular de esa región, puesto que en la misma época se lo encuentra en una miniatura del Sacramentario de Limoges (B.N., París) y en un fresco de la iglesia de Saint Gilles de Montoire (Loir et Cher), donde pueden verse claramente los rayos rojos que brotan de las llagas sangrantes de Cristo, que se fijan sobre las cabezas de los apóstoles.

   El tema representado no es en absoluto la escena que tiene lugar en el cenáculo cincuenta días después de la Pascua, y que es la única que merece, estrictamente, el nombre de Pentecostés; se trata de la Aparición de Cristo resucitado a los apóstoles, quienes reciben de su Señor la misión de evangelizar el mundo.
   La fuente no es el relato de los Hechos de los Apóstoles, sino un pasaje del Evangelio según San Mateo (28: 19), reproducido en el suplemento del Evangelio de Marcos (16: 15), donde Cristo dice a sus discípulos: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Ite et docete omnes gentes).»
   Las naciones cuya evangelización constituye la misión de los apóstoles, están evocadas de manera pintoresca en el dintel y en los marcos del tímpano de Vézelay, y en las obras similares del siglo XII que son seudos Pentecostés.
   También debe procurarse no confundir con la Pentecostés el Descenso del Espíritu Santo sobre los fieles, tema muy infrecuente, cuyo ejemplo más conocido es una página del Libro de Horas de Étienne Chevalier, de Jean Fouquet.
La Pentecostés propiamente dicha
1. Fuentes e Interpretación
   A diferencia de los temas precedentes, el relato del milagro no está en los Evangelios sino en los Hechos de los Apóstoles (2: 1 - 41).
   «Al cumplirse el día de Pentecostés, estando todos juntos en el lugar, se produjo de repente un ruido proveniente del cielo como el de un viento que sopla impetuosamente, que invadió toda la casa en que residían. Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse.»
   Estupefactos al oír a esos galileos hablar tantos idiomas que les resultaban incomprensibles, los judíos supusieron en principio que se habían embriagado, y que esa súbita glosolalia era el efecto de la borrachera. Pero Pedro replicó que a las nueve de la mañana era demasiado temprano para estar ebrios, y explicó que ese milagro realizaba la profecía de Joel (2: 28): «( ....) derramaré mi espíritu sobre toda carne ( ...)»
   Así, en el origen de la Pentecostés encontramos la consumación de una profecía del Antiguo Testamento. Pero la manifestación del Espíritu en forma de soplo, e incluso de tormenta acompañada de relámpagos, es en verdad una creencia común a todas las sectas espiritistas de la antigüedad y de los tiempos modernos. La llama del relámpago en la lengua hebrea se compara con una lengua de fuego, de allí procede la idea de que el Espíritu Santo se había manifestado por el don de lenguas, y que así había dotado a los apóstoles con las habilidades políglotas indispensables para la evangelización de los gentiles.

   La Pentecostés aparece como la continuación necesaria de la Misión de los apóstoles y el preludio de su acción, que sin ese milagro les habría resultado imposible. Por ello, esta escena inicia lógicamente el relato de los Hechos de los Apóstoles. Por una curiosa inversión de ideas, la Confusión de las lenguas, que en el Génesis se presenta como un castigo del orgullo humano, aquí se convierte en una gracia concedida por el Espíritu Santo.
   En la interpretación prefigurativa de la Biblia, la Venida del Espíritu Santo, que confiere el don de lenguas a los apóstoles, se compara con la Confusión de las lenguas que detiene la construcción de la Torre de Babel.
   El don de lenguas acordado a los apóstoles debe reunir a aquellos a quienes la «torre de la confusión» volviera extranjeros. Por sus esfuerzos se elevará un edificio que sin presunción ni locura podrá pretender subir hasta el cielo, y en lugar de desafiar al Señor, aportará la reconciliación del mundo con su Creador. La nueva torre espiritual de la Gracia ya no será construida, como la de Babel, símbolo de la desmesura y el orgullo humanos, con piedras o ladrillos, sino con las virtudes de Cristo Redentor (non lapidibus, sed de virtutibus Christi).
2. Culto
   La Pentecostés estaba considerada la fiesta colectiva de los apóstoles. Y se celebraba muy especialmente en Saint Sernin de Toulouse, que se jactaba de poseer reliquias del colegio apostólico.
   Además, señalaba la fecha de nacimiento de la Iglesia cristiana (Natale della Chiesa).
   En la Edad Media, en Notre Dame de París y en Saint Jacques la Boucherie, se reconstruía el milagro haciendo descender desde lo alto de la bóveda una paloma y trozos de estopa encendida.
3. Iconografía
   Se distinguen tres tipos principales, con y sin la Virgen.
l. La Pentecostés con la Virgen
   Bizantinos y occidentales coinciden en atribuir a la Virgen el lugar central, aunque no el papel principal.
    El hecho no deja de ser sorprendente, puesto que María, al haber recibido en su persona el Espíritu Santo, el día de la Anunciación, no necesitaba recibirlo una segunda vez, tanto más por cuanto no participaba del apostolado. Además, su presencia no se menciona explícitamente en los Hechos de los Apóstoles.
   La única justificación de esta tradición iconográfica es un pasaje del capítulo que precede al relato de la Pentecostés (Hechos, 1: 13), donde se dice que los apóstoles reunidos en Jerusalén, en el piso alto, es decir, en la habitación principal de la casa, «perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús...». De ello no debe deducirse en modo alguno que la Virgen estuviese con ellos el día de la Pentecostés. Su presencia es una simple suposición que los teólogos admitieron, y que luego se impuso a los artistas, tanto más fácilmente por cuanto éstos tenían la costumbre de representarla en medio de los apóstoles en la escena de la Ascensión.

   Madre adoptiva de San Juan y Reina del cielo, fue considerada muy pronto la reina y la madre espiritual de los doce apóstoles (regina et mater Apostolorum). También puede admitirse que la Virgen sea aquí, como en la escena de la Ascensión, sólo el símbolo de la Iglesia.
   Los apóstoles forman un círculo alrededor de la Virgen que preside la asamblea sin participar en el milagro. Encima de las cabezas planea la paloma del Espíritu Santo, que deja caer sobre ellos una lluvia de pavesas o de lenguas de fuego.
   De inmediato los doce comienzan a hablar todos a la vez, y gesticulan, convirtiendo el cenáculo en una pequeña torre de Babel. Tienen el gesto de alocución, para indicar que están en condiciones de conversar en diversos idiomas.
2. La Pentecostés con los apóstoles solos
   Existen representaciones de la Pentecostés donde los doce apóstoles reunidos en la habitación alta y sobrevolados por la paloma del Espíritu Santo están representados sin la Virgen, cuya presencia no está clara mente señalada en los Hechos de los Apóstoles.
   Además del grupo de los apóstoles deben tenerse en cuenta dos elementos iconográficos importantes: la irradiación del Espíritu Santo y la representación del Mundo, que los apóstoles, convertidos súbitamente en políglotas,  podrán evangelizar.
     1. La irradiación o el don de lenguas
   En las representaciones de la Pentecostés se han empleado, como es natural, los motivos solares o planetarios que ya hemos visto en la iconografía de los Siete Dones del Espíritu Santo.
   El Libro de los Perícopes de la Biblioteca de Munich (siglo XI), simboliza la efusión del Espíritu Santo mediante una rueda inflamada en torno a la cual se agrupan los apóstoles. En la Biblia de Floreffe (siglo XII), los apóstoles están sentados en las molduras inferiores de un enorme disco, y reciben los rayos emitidos por las siete palomas del Espíritu Santo.
   A veces la paloma emisora está reemplazada por la Mano de Dios cuyos dedos separados irradian.
   La inspiración divina generalmente está simbolizada por una lluvia de lenguas de fuego. Muchas veces, esas lenguas inflamadas toman la forma de cintas o cuerdas que descienden sobre la cabeza de cada uno de los apóstoles (Capitel de la Daurade, en Toulouse).

   En ciertas miniaturas bizantinas (Homilías de San Gregorio Nacianceno, B.N., París) se advertirá que el Espíritu Santo no desciende directamente sobre los apóstoles, sino sobre el Trono Venerable (Vacua Sedes, Trono vacío del Juicio Final), donde reposa el libro del Evangelio, y es allí donde rebrotan o rebotan los rayos.
     2. El Cosmos
   Lo que caracteriza a las representaciones bizantinas de la Pentecostés es que los diferentes pueblos que serán evangelizados en sus respectivas lenguas, están personificados colectivamente por la figura del Cosmos, es decir, del mundo con el aspecto de un rey coronado de pie ante la puerta del cenáculo, que tiene en las manos un lienzo con los doce rollos, que corresponden a las predicaciones de los doce misioneros. Esta alegoría del Cosmos, que traduce el pasaje de las Escrituras acerca del Espíritu de Dios llenando el mundo (Spiritus Domini replevit Orbem terrarum), ha permanecido extraña a la iconografía occidental.
   Por error se había creído que ese misterioso personaje representaba al rey David, e incluso al profeta Joel, que hace decir a Yavé (2: 28): «Después de esto derramaré mi espíritu sobre toda carne».
     Catálogo
   Las representaciones de la Pentecostés son numerosas, tanto en el arte paleocristiano (miniaturas y mosaicos) como en el románico y el gótico; pero se multiplicaron sobre todo a finales de la Edad Media, a consecuencia de la fundación de las cofradías del Espíritu Santo, y luego, en el siglo XVI, a causa de la institución de la orden del Espíritu Santo por Enrique III (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).

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