Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Adriano dando un paseo por ella.
La calle Adriano es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio del Arenal, del Distrito Casco Antiguo; y va de la calle Antonia Díaz al paseo de Cristóbal Colón.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
La vía, en este caso una calle, está dedicada a Adriano, emperador romano, nacido en Itálica.
La vía, en este caso una calle, está dedicada a Adriano, emperador romano, nacido en Itálica.
El nombre primitivo de este espacio es el de Baratillo; la función de baratillo o malbaratillo, como lo llama Cervantes, está detectada desde la segunda mitad del s. XVI, pero su uso como topónimo está constatado desde la primera mitad del s. XVII. En 1859 se le da el actual, en recuerdo de este emperador romano, nacido en Itálica, que gobierna entre 117 y 138. La calle se forma a través de un largo proceso de ocupación de un sector del antiguo Arenal. El eje debió ser el camino que, desde siglos medievales, unía la Puerta del Arenal con el puente de barcas, cruzando el Arenal en diagonal. Desde dichos siglos se irá produciendo una ocupación del espacio, iniciada con la construcción de casas adosadas a la muralla desde la puerta mencionada hasta la Cestería, además de instalaciones menos permanentes (casas de madera, tinglados, chozas, etc.). a comienzos del s. XVII toda la muralla está oculta tras dichos edificios. en 1638 se levanta el Convento del Pópulo en el otro extremo de este espacio, lo que unido a la formación del muladar conocido como Monte del Baratillo o del Malbaratillo y la construcción de la capilla de la Piedad hacia fines del siglo, van configurando el ámbito de la calle.
En 1649 se abría un cementerio adosado al mismo convento, con ocasión de la gran epidemia del mismo año, el cual subsistía a comienzos del s. XVIII, fecha en que se instala en sus inmediaciones una plaza de toros provisional, de madera, y en 1745 un juego de pelota. En 1757 se inicia la actual plaza de toros. Todavía el plano de Olavide (1771) refleja un espacio sin organizar, destacando edificios aislados (plaza de toros, convento y una manzana de casas hacia Antonia Díaz). Desde comienzos del s. XIX hay noticias de peticiones de solares para construir entre la capilla y la plaza de toros, así como en la zona del Pópulo. En el plano de 1848, la acera de los impares ya aparece totalmente formada, casi una línea recta desde Antonia Díaz al paseo de Cristóbal Colón. Las décadas siguientes conocen nuevos procesos de venta y subasta de terrenos. En la de 1860 se traza la manzana frontera a la capilla del Baratillo y la triangular de Pastor y Landero, Arenal y Adriano. Paralelamente, la plaza de toros ha ido quedando oculta por una serie de edificios que se adosan a ellas, y que culminan el proceso de formación de la calle, al levantarse, en el siglo XX, el edificio que por medio de un paso abovedado privatiza el viejo callejón del Circo, que aislaba la plaza por el oeste. Hoy desembocan en ella las de Gracia Fernández Palacios, Valdés Leal, López de Arenas, Pastor y Landero y Arenal.
En cuanto a su infraestructura, estuvo cruzado este Baratillo por varios husillos y caños, que desaguaban en el río, salvados por algunas alcantarillas o puentecillos. Al iniciarse el desmonte del cerro del Baratillo, hacia 1728, se llevan a cabo reformas en el sistema de alcantarillado, originándose protestas por parte del vecindario por los perjuicios que podía causarles la aireación de tanta basura. Al construirse la plaza de toros fue preciso desviar uno de los husillos, aprovechándose para su canalización y entubado. Las noticias sobre la pavimentación y acerado se sitúan en el s. XIX, corriendo a cargo de los particulares de éstas últimas. Los planos de la segunda mitad de dicho siglo presentan hileras de árboles a todo lo largo de la calle, delimitando un espacio central más ancho, completado con operaciones de empedrado de cunetas y atajeas, para diseñar un paseo. en 1889 se ordena la sustitución del empedrado por adoquinado, operación que se lleva a cabo o continúa en las primeras décadas del s. XX. esta dotación se completa actualmente con un arbolado de gran frondosidad, integrado por plátanos.
La mayor parte del caserío pertenece al s. XIX y a comienzos del actual, sobre todo en la acera de los pares. esquina a Pastor y Landero hay una interesante casa modernista (la Casa de las Moscas) de Antonio Gómez Millán (1912), y los números 25 a 29 pertenecen al estilo regionalista y son obra de Aurelio Gómez Millán (1932-1935). El único edificio anterior a estas fechas es la Capilla del Baratillo, que se construye en 1694 por una hermandad que había sido aprobada el año anterior, surgida en torno a la cruz de hierro existente en el cementerio abierto en 1649, y que hoy remata la cúpula. La capilla ha sido ampliada en varias ocasiones, y sigue acogiendo a esta popular cofradía del Miércoles Santo, en el que la calle se abarrota para contemplarla. A fines del s. XVIII existía, enfrente de Antonia Díaz, un retablo del Nazareno, o Jesús de las Tres Caídas, cuyo origen se atribuye al torero Pepe Hillo, quien lo habría comprado en el Jueves y lo cuidó hasta su muerte. Gozó de gran devoción y en 1869 fue desmontado y trasladado a la citada capilla del Baratillo. En 2014 se realizó junto a la Capilla, el monumento a la Cruz del Baratillo que también es un homenaje a la primera vuelta al mundo y recuerda asimismo el cementerio que existió en el lugar.
Este espacio se ha caracterizado por su intensa actividad, relacionada con la inmediatez del puerto. Desde fechas tempranas se ubican en él actividades económicas relacionadas con el tráfico marítimo, como cordeleros y artesanos que trabajan el hierro; el sector central se denomina Hierro Viejo en el s. XVI, con unas 30 casas-tiendas; esta actividad se mantendrá hasta la segunda mitad del s. XIX, y aún hoy queda alguna tienda o chatarrero. Lo que caracterizó y dio nombre a este lugar fue la consolidación en el s. XVII, aunque sus orígenes se sitúan en el anterior, de un mercado de géneros variados, con frecuencia usados, aludido por Cervantes, hacia 1601; en 1689 un regidor de la ciudad se refería a él como "plaça pública donde todas las tardes concurren muchas personas a vender todos lo xeneros de mercaderías", popularizándose el nombre de Baratillo o Malbaratillo. En torno al cerro de este nombre se instalan casuchas de madera y tenderetes, donde desarrollan sus actividades en el s. XVIII coheteros, barberos, vendedores de leña y madera. Un sitio inmediato se llama en este momento de los Perros. En el primer tercio del siglo XX se prohíbe a los sombrereros vender en este lugar, y en el gremio de los zapateros se origina un enfrentamiento por la misma causa. A mediados del s. XIX se le describe como lugar de almacenes y tiendas de toda clase de géneros de labranza y ropa hecha, nueva y vieja.
Al urbanizarse la calle, los tenderos y fabricantes de objetos de hierro siguieron invadiendo la calzada, utilizándola para sus trabajos, encendiendo fogatas, obstruyendo el tráfico, dañando el arbolado y molestando, por la índole de su trabajo del hierro, al vecindario, hasta que en 1874 se prohíbe este tipo de ocupación, algo que ha había pretendido a fines del s. XVI un regidor, sin conseguirlo. En 1746 se redactó un proyecto para construir un mercado junto a la Capilla del Baratillo, que no se llegó a ejecutar. Los almacenes de mercancías son otro de los elementos característicos de la edificación de la calle, y todavía se conservan algunos antiguos más o menos alterados y reutilizados. En la actualidad se sigue manteniendo algo de ese carácter, por la abundancia almacenes al por mayor y, por tanto, movimiento de vehículos de transporte, a los que se unen los coches que penetran o salen del casco; todo ello hace que esta calle presente el aspecto de un aparcamiento de transporte. La animación cambia de signo los domingos que hay corrida y los días de Feria, por encontrarse en ella las taquillas y varios accesos a la plaza.
Su importancia, vitalidad y movimiento han quedado reflejados en obras muy diversas desde el s. XVI, en autores como Cervantes o Mateo Alemán, cuyo pícaro Guzmán de Alfarache, refiriéndose a la actividad delictiva que allí se desarrolla, dice "las noches en el Baratillo ganábase de comer honrosamente y de todo salíamos bien"; pasando por viajeros de siglos posteriores, hasta llegar a los contemporáneos, que se hacen eco de aquel pasado, como Luis Montoto, José Mas, Romero Murube o Camilo José Cela. Así, un azulejo en la esquina de Valdés Leal, recuerda a Lope de Vega, autor del Arenal de Sevilla, y otro, en la acera de enfrente, la alusión de Cervantes al Malbaratillo en Rinconete y Cortadillo [Antonio Collantes de Terán Sánchez en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Su importancia, vitalidad y movimiento han quedado reflejados en obras muy diversas desde el s. XVI, en autores como Cervantes o Mateo Alemán, cuyo pícaro Guzmán de Alfarache, refiriéndose a la actividad delictiva que allí se desarrolla, dice "las noches en el Baratillo ganábase de comer honrosamente y de todo salíamos bien"; pasando por viajeros de siglos posteriores, hasta llegar a los contemporáneos, que se hacen eco de aquel pasado, como Luis Montoto, José Mas, Romero Murube o Camilo José Cela. Así, un azulejo en la esquina de Valdés Leal, recuerda a Lope de Vega, autor del Arenal de Sevilla, y otro, en la acera de enfrente, la alusión de Cervantes al Malbaratillo en Rinconete y Cortadillo [Antonio Collantes de Terán Sánchez en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor a quien está dedicada esta vía del callejero sevillano, Adriano:
Adriano. Publius Aelius Hadrianus. Itálica (Santiponce, Sevilla), [24 de enero de 76] – Baia (Mirandola Modena, Italia), [10 de julio de 138], Emperador de Roma.
Nació en Itálica (Sevilla) según cuenta en su autobiografía. Sus antepasados eran oriundos de Adria, en Italia, y emigraron a Itálica en época de los Escipiones a finales del siglo III a. C. Su padre, Elio Adriano, era primo del emperador Trajano. A los diez años murió su padre, y Ulpio Trajano fue nombrado su tutor.
Trajano le llevó a Roma, donde recibió una esmerada educación griega. A los quince años volvió a Itálica donde pasaba todo el día dedicado a la caza, por lo que Trajano lo llamó a Roma. Poco después fue nombrado decemviro. A continuación, fue tribuno militar en Moesia, en tiempos del emperador Domiciano.
Al recibir Trajano el poder imperial, fue él el encargado de comunicarle la noticia. Por estos años creía en las profecías de los astrólogos. Fue cuestor siendo Trajano cónsul por cuarta vez. Al terminar esta magistratura, se encargó de redactar las actas del Senado, que se guardaban en el Erario. A continuación, acompañó a Trajano a la guerra dácica, donde, para imitar a Trajano, se dio a la bebida. Desempeñó la magistratura de tribuno de la plebe. En la segunda guerra dácica, Trajano puso al frente de la primera legión Minerva a Adriano. En esta guerra alcanzó gran prestigio por sus hazañas militares. Desempeñó el cargo de pretor. Después pasó, como legado del pretorio, a Panonia, donde venció a los sármatas.
Mantuvo la disciplina militar y terminó con los abusos de los procuradores encargados de la recolección de los impuestos. Por estos éxitos fue nombrado cónsul. Desaparecida la mano derecha de Trajano, Lucius Licinius Sura, se encargó de redactar los discursos para el Emperador. Logró el favor de la esposa de Trajano, Plotina. Con el apoyo de la Emperatriz alcanzó el cargo de legado en la guerra contra los partos.
Para esta fecha, Adriano estaba ya seguro de que sería el sucesor de Trajano en el poder imperial. Plotina le ayudó a obtener el segundo consulado. Fue adoptado por Trajano, siendo legado de Siria.
Adriano tenía un carácter diametralmente opuesto al de Trajano. Este emperador era un general nato, Adriano era un pacifista. Abandonó enseguida las recientes conquistas de Trajano al oriente del Tigris y del Éufrates. La primera medida que tomó al alcanzar el poder fue un acto de clemencia, al no condenar a muerte a algunos sospechosos de actuar contra el emperador. Sin embargo, en el ejército, expulsó a Lusius Quietus, jefe de la caballería formada por “mauri” (procedentes del Norte de África), que había actuado brillantemente en las guerras de Dacia y del Oriente, partidario de continuar la guerra.
Adriano, desde Antioquia (Antakya, Turquía), se encargó de enviar a Roma las cenizas de Trajano, y de que el Senado de Roma le divinizara. Adriano fue aclamado Emperador sin la aprobación del Senado, que le concedió el triunfo, que en realidad era debido a Trajano. Lo rechazó, y condujo él mismo la imagen de Trajano en el carro triunfal. También rechazó el título de padre de la patria. Devolvió a Italia el oro coronario, que era una contribución en oro para la fabricación de las coronas de oro, para colocarlas sobre la cabeza de los generales en el día del triunfo. Disminuyó los impuestos imperiales de las provincias, medida que le hizo muy popular. Se vio obligado por los sármatas y roxolanos (pueblos que vivían al norte del Danubio) a dirigir el ejército en Moesia (bajo Danubio). Solucionó el conflicto mediante la diplomacia, llegando a la paz con el rey de los roxolanos. El Senado ordenó asesinar a cuatro senadores a los que se acusaba de preparar una conjura contra Adriano. En realidad, eran contrarios a su política y partidarios de seguir antiguos proyectos.
Adriano, para librarse de la acusación de permitir dar muerte a cuatro consulares, marchó a Roma y ordenó repartir en Roma tres áureos por persona. En el Senado, juró que no castigaría a ningún senador.
Adriano no se desentendió de la política activa. Estableció un servicio de postas, con el fin de que no pesara su funcionamiento sobre los magistrados. Tomó algunas medidas para hacerse muy popular. Así, perdonó grandes cantidades de dinero a los deudores en Roma y en Italia, que debían al fisco, y en las provincias, cuantiosas cantidades de deudas atrasadas. Mandó quemar los documentos de las deudas en el Foro de Trajano, para que no se pudieran reclamar.
Prohibió que los bienes de los condenados aumentasen el fisco privado, sino el erario público. Aumentó la política seguida por Trajano de alimentar a niños desvalidos. Completó a los senadores empobrecidos el patrimonio para que continuaran pudiendo serlo, a tenor de los hijos que tuvieran. Distribuyó muchos bienes, no sólo entre amigos, sino entre otros muchos, para que pudieran mantener el nivel social requerido por su cargo. A algunas mujeres les proporcionó el alimento necesario. Todas estas medidas tuvieron gran repercusión social. También se ocupó de divertir al pueblo. Dio combates de gladiadores, que eran muy apreciados, y el día de su cumpleaños ofreció mil animales salvajes para los espectadores del circo. Rechazó los juegos circenses en su honor, salvo los que celebraban su cumpleaños.
Proclamó en el Senado y en las asambleas con frecuencia que pensaba gobernar el Estado de modo que todo el mundo se percatara de que era propiedad común de todos los ciudadanos, no del Emperador.
Se rodeó de los mejores senadores, y a varios los nombró tres veces cónsules. Cuando se encontraba en Roma o en sus proximidades, siempre acudía a las reuniones del Senado. Prohibió que los caballeros participaran en los pleitos de los senadores. Decía que hablaba mal del Emperador quien había hablado mal de los senadores. Todos estos datos son muy positivos en el Gobierno de Adriano. El autor de su Vida en la Historia Augusta, obra de un retórico de finales del siglo IV, censura que abandonara muchas de las provincias conquistadas por Trajano, y que destruyera el teatro del Campo Marcio, obra de Trajano, decisión que era muy antipopular.
En Roma solía asistir a las ceremonias oficiales de los pretores y cónsules durante su mandato. Participó en los banquetes que organizaban los amigos. Visitó, incluso varias veces al día, a los enfermos, aunque fueran caballeros y libertos. Celebró combates de gladiadores en honor de su suegra, y la honró con otras distinciones.
Adriano fue un viajero infatigable. Recorrió prácticamente todo el imperio. Visitó Campania y ayudó a sus ciudades con donativos y beneficios. En Galia socorrió a muchas ciudades, dando prueba de su liberalidad. En Germania entrenó al ejército, como si amenazase una guerra, llevando una vida campamental corriente. Mantuvo la disciplina militar, un tanto resquebrajada, destruyendo las salas de banquetes, los pórticos, los subterráneos y los jardines de los campamentos. Se informó sobre los almacenes del ejército. De Germania pasó a Britania, donde construyó un muro que separase a los bárbaros de los romanos. En Roma, destituyó al prefecto del pretorio y al jefe de la correspondencia imperial, por haber tratado sin la debida reverencia a la Emperatriz, Sabina, que no se caracterizaba por tener un buen carácter. Adriano procuró estar bien informado de todo. De Britania volvió a Galia, donde recibió noticia de la revuelta de Alejandría, motivada por la aparición del buey Apis, que ocasionó una pugna por el lugar de ubicación de su culto.
En este tiempo construyó en Nimes una basílica en honor de Plotina, la esposa de Trajano, que era una maravilla de técnica arquitectónica. Invernó en Tarragona y restauró el templo levantado en honor de Augusto. Convocó en la capital de la provincia tarraconense a los representantes de toda Hispania, quejosos de la intensidad de las levas de soldados para el ejército. Rehízo totalmente Itálica, su ciudad natal, siguiendo los modelos de las grandes ciudades del Oriente. Durante el gobierno de Adriano, trabajo en la ciudad un grupo de excelentes escultores griegos que dejaron obras de gran calidad artística, como una Venus de tipo alejandrino, una cabeza y torso de Artemis, y una segunda escultura de la diosa cazadora. Pasó de esta ciudad a Mauritania, donde sofocó una revuelta de los mauritanos. En Oriente se preparaba la guerra contra los partos, que el Emperador zanjó con una entrevista. A continuación atravesó Asia Menor, llegó a Grecia, donde se inició en los misterios de Eleusis, celebrados en honor de Core, Démeter y Triptólemo, que eran antiquísimos. A la ciudad de Atenas la colmó de beneficios. Luego visitó Sicilia, donde escaló el Etna para contemplar la salida del sol. Después visitó Roma y marchó a África, donde colmó de beneficios a las provincias africanas. De África regresó a Roma y se encaminó al Oriente. De camino visitó Atenas y terminó el templo consagrado a Zeus Olímpico, comenzado por los Pisistrátidas en la segunda mitad del siglo VI a. C. En Asia Menor dedicó otros templos.
Como medida política devolvió a Osdroe, rey de los partos, la hija caída prisionera por Trajano.
Invitó a la amistad con Roma a reyes y gobernantes regionales, demostrando ser un gran diplomático, que prefería el trato directo a la guerra. Condenó a muerte a los procuradores y gobernantes de las provincias que habían ejercido mal su cargo. En este aspecto Adriano demostró siempre ser duro e intransigente. Con los habitantes de Antioquía, capital de Siria (hoy en Turquía), fracasó y les odió de tal modo que pensó separar la capital del resto de la provincia. En este momento estalló una revuelta entre los judíos, por la prohibición de la circuncisión.
Después pasó a Arabia y en Pelusium, reconstruyó con más munificencia el sepulcro de Pompeyo.
Durante la travesía del Nilo, el favorito del Emperador, Antinoo, se ahogó en las aguas. Sobre su muerte corrieron varias versiones. Según una, se sacrificó por la salud del Emperador; según otra, cristiana, era el amante de Adriano, debido a la desmesurada homosexualidad del Emperador. Por deseo de Adriano, los griegos deificaron al favorito y afirmaron que por su medio se obtenían oráculos, que, según los rumores del vulgo, componía el mismo Adriano.
Adriano fue un intelectual nato, debido a su buena formación clásica. Su biógrafo (su autobiografía se ha perdido), escribe que dominó la Literatura, la Aritmética y la Geometría. Fue un gran entendido en pintura.
Cantaba bien acompañado de un instrumento musical de cuerda. Fue desenfrenado en el placer sexual. Compuso versos en honor de las personas que inflamaban sus deseos. Escribió algunos poemas amorosos. Fue entendido en todo tipo de armas, y gran conocedor de la táctica y estrategia militar. Conoció, igualmente, el manejo de las armas de los gladiadores. Su biógrafo califica a Adriano de inconstante y variable, huraño y cortés, circunspecto y guasón, atolondrado, tacaño y a la vez generoso, doblado y franco, cruel y clemente.
Enriqueció a los amigos, pero desconfiaba de ellos, dando crédito a cualquier murmuración sobre ellos, por lo que acabaron siendo enemigos.
Adriano ansió la fama de tal manera que escribió su autobiografía, que entregó, según su biógrafo, a sus libertos compañeros de educación y cultura, mandando que la publicasen como si fueran ellos los autores de la misma. Tenía tendencia a usar expresiones arcaicas. Era profundo conocedor de la astrología, en la que creía. Admitió en su intimidad a los filósofos Epicteto y Heliodoro, a varios gramáticos, retóricos, músicos, geómetras, astrólogos y pintores.
Esta intimidad es prueba del carácter intelectual de Adriano, al que gustaba el trato con gentes cultas.
Adriano, en el año 124-125, envió un rescripto a Minucius Fundanus, procónsul de Asia, a causa de una petición de los provinciales que había enviado a Adriano el predecesor de Fundanus, Licinius, reclamando intervenciones más drásticas contra los cristianos.
El Emperador se negó a satisfacer la petición de los provinciales y reformó la norma de Trajano, según la cual sólo se podía preceder contra los cristianos a base de denuncias en regla, atribuyendo al acusador las pruebas.
La época del gobierno de Adriano coincidió con un gran momento en la arquitectura y en la escultura, sin duda inspirada por el fino gusto del emperador.
Adriano hermoseó con excelentes edificios Roma y las principales ciudades que visitó. En Roma restauró el Panteón levantado por Agrippa, que había sufrido incendios en los años 80 y 110. El edificio es una rotonda cilíndrica cubierta por una bóveda semiesférica, precedida de un hall coronado de un frontón triangular sostenido por ocho columnas. Hasta entonces no se había cubierto un espacio tan grande.
En Roma levantó el templo de Venus y de Roma. Es un templo pseudodíptero (con las columnas de uno de los lados adosadas al muro de la cella y las del otro separadas) con la cella (el recinto cerrado de un templo) elevada sobre gradas.
En Tivoli (antigua Tibur, Italia) construyó el emperador su residencia, la Villa Adriana. Tiene edificios residenciales, palacetes, pórticos, exedras, estadios, teatros, bibliotecas, un odeón. Una villa rica y suntuosa de menores dimensiones es la de los Quintili, en la Vía Appia, en las proximidades de Roma. En los últimos años de vida del emperador se comenzó a levantar un mausoleo de planta circular, a imitación del de Augusto en Roma. Las provincias, también, se beneficiaron de la pasión constructora de Adriano. Sólo en Atenas, a los años de gobierno de Adriano pertenecen la puerta de Adriano, el citado Olimpeión, el teatro de Herodes Ático y la biblioteca de planta rectangular. En Aizanoi (Frigia, Asia Menor), la actual Çavdarhisar, Turquía, se consagró un templo en honor a Zeus, períptero (con columnas separadas del muro del recinto), de orden jónico, obra del arquitecto griego Hermógenes. Estaba rodeado por un períbolo porticado. A estos años pertenecen los arcos de Gerasa (Jordania, la actual Jerash) con tres puertas flanqueadas por cuatro columnas, y de Palmira con tres puertas con las cuatro columnas decoradas. En la colonia Aelia Capitolina (Jerusalén) se levantó el gran templo consagrado a Júpiter romano. En Nîmes se data en estos años un ninfeo, con las paredes decoradas con nichos coronados con triángulos. De la misma fecha son las monumentales termas de Leptis Magna (Al Khums, cerca de Trípoli, Libia), con planta de simetría bilateral, como las de Roma. En Palmira se esculpió en la roca una tumba, que recuerda la arquitectura pintada de los dos últimos estilos pompeyanos. En tiempos de Adriano se ha fechado el pretorio de Lambaesis, en Argelia, la basílica de Thamugadi (Timgad, Argelia) y, probablemente, el Arco.
Han llegado hasta hoy excelentes retratos de Adriano, destacando los del Museo Vaticano, los de las Termas, en Roma, y el busto de Itálica. Magníficas esculturas de su esposa, la emperatriz Sabina, representada como Venus, se conservan en el Museo de las Termas de Roma, y como Ceres, en el anticuario de Ostia (Italia). Los retratos del amigo de Adriano, Antinoo, son muchos, y todos de un gusto muy refinado, propios del arte griego. Una vez se le representa como Vertumnus (Museo Laterano, Roma), otra, como Apolo (Leptis Magna), una tercera como Dioniso (Museo Vaticano y Villa Hadrianea), y una cuarta como Silvano, firmado por Antonianos de Afrodisias (Instituto de los Fondi rustici, Roma). Cuatro relieves se fechan también en época adriana. En uno se representa la apoteosis de Sabina con Adriano sedente. En el segundo, el Emperador pronuncia el elogio fúnebre de Sabina, la cabeza ha sido sustituida por la de Marco Aurelio. En el tercero, se encuentran Adriano y Roma, la cabeza ha sido sustituida, igualmente, por la de Marco Aurelio. Los tres relieves se conservan en el Museo de los Conservatori de Roma. En el cuarto relieve, en el Museo del Louvre, cinco pretorianos charlan tranquilamente.
De un arco adriano se conservan ocho grandes medallones, que fueron empotrados en el Arco de Constantino, con cabezas de Constantino y de Licinio. Representan la caza del jabalí, del oso y del león, los sacrificios ante Apolo y Diana, a Hércules y a Silvano, y la partida para la caza. En estos medallones queda patente la gran pasión por la caza del Emperador. La escuela de escultores de Afrodisias produjo esculturas de gran calidad durante el gobierno de Adriano. A esta escuela pertenecen un retrato firmado por Zenas y el mencionado retrato de Antinoo Silvano, dos centauros y dos sátiros tallados en mármol de color vinoso amoratado, muy parecido al bronce. Los centauros están firmados por Aristeas y Papías de Afrodisias. Ambos son trasuntos libres de originales helenísticos. A la misma escuela y, probablemente, a la misma mano, hay que atribuir los dos sátiros. Otras esculturas adrianeas de gran calidad artística, son el Poseidón de Afrodisias, firmado por Publius Licinius Priscus, hoy en el Museo del Prado, que es un trabajo libre de modelos helenísticos, y el Zeus de Cirene, obra de Zenión. Los talleres de época adrianea produjeron excelentes sarcófagos, con temas tomados de Grecia, como Orestes, la muerte de los hijos de Nióbide, Thiaso báquico, el rapto de las Leucippides, Aquiles entre las hijas de Licomedes, el rapto de Proserpina, y Endimión y Selene, temas que serían muy del gusto de Adriano, gran enamorado de la cultura griega.
La mala situación del Imperio romano explicaría la política económica de Adriano, según el gran economista del Imperio, M. Rostovzeff. Sus viajes a lo largo del Imperio tendrían como fin conocer directamente la economía del mismo. Su política tendió a favorecer la urbanización. Mejoró también la situación del campesinado.
Intentó, desde el primer momento, remediar el peligro de la despoblación. Ya en el 117 se ocupó de la situación de Egipto. Ordenó que las tierras que pertenecían a la llamada tierra basiliqua y onsiaqua no fueran tasadas según las tarifas antiguas, sino que se hicieran nuevas tarifas de pago. Los papiros puntualizan que esta medida obedece a una política general de bienestar. La documentación epigráfica del norte de África menciona una Lex Hadriana de rudibus agris et iis qui per X annos continuos inculti sunt, inscripción de Asir Ouassel. La inscripción es de época de los Severos, pero remonta a los tiempos de Adriano. Esta ley es más reciente que la Lex Manciana de época de Trajano. Las disposiciones esenciales de la Lex Hadriana se mencionan en la Lex Manciana: la autorización a poner en explotación las tierras sin cultivar, y la definición del derecho adquirido por los cultivadores, que es un uso propio. Esta ley sólo se refería a África. Se ha supuesto también que su aplicación se extendía a todo el Imperio. La Lex Hadriana prevé una subordinación directa de las explotaciones al Estado romano, mientras que la Lex Manciana tiende a favorecer la pequeña propiedad, que, aunque independiente en apariencia, estaba vinculada a los grandes dominios por obligación perpetua. En África, la Lex Hadriana se aplicó a los saltus, bosques y pastizales del Emperador. Una inscripción de Delfos sugiere que se aplicaba también a las propiedades comunales.
Adriano publicó un rescripto recogido en el Digesto (XLVIII.21.2) que gradúa las penas según la categoría social y la intención. Se aplicaba sobre el desplazamiento de los mojones. Adriano ordenó a los gobernadores precisar las fronteras entre las ciudades y los pueblos. El Emperador tomó numerosas medidas sobre los mojones, para restituir a las ciudades las tierras comunales, que los particulares tendían, continuamente, a usurpar.
En el año 137, Adriano encargó al procurador de Mauritania Cesariense, C. Petronio Celer, asentar a los númidas. El Emperador se ocupó del cultivo de los olivares en África. Dio leyes rigurosas para prohibir la exportación de una cierta cantidad de aceite.
En Cástulo (Linares, Jaén) se conserva la cabecera de un rescripto sagrado sobre el aceite, lo que prueba que Adriano se ocupó de la producción de aceite en el sur de Hispania. Probablemente, la política agraria de Adriano varió de manera considerable de los comienzos al final de su gobierno. Al principio se ocupó de los grandes beneficios, que celebran los papiros de Egipto y las inscripciones de África. Al final, se ocupó de trabajos de límites, que tenían por finalidad sacar a la economía agrícola de su mala situación. También se ocupó de trabajos de regadío.
En la historia del Derecho Romano, la obra legislativa de Adriano ocupa un papel importante. Su obra reformadora se fecha en los últimos años de su gobierno, a su vuelta de Atenas, en 132-133. La ideología de Adriano es típicamente helenística. Su gobierno es una aplicación y desarrollo de ideas de César. Su ideal son leyes comunes y racionales. La política de Adriano tendió a uniformar las provincias e Italia, al extender a ésta el régimen administrativo provincial. Su principal asesor jurista era un africano, Juliano. Las reformas de Adriano marcan menos profundamente la administración del Imperio que el progreso del Derecho. Transformó más las funciones que las estructuras administrativas.
Desarrolló la cognitio, que implica siempre un cambio de procedimiento que lleva consigo una transformación del Derecho. Por la cognitio, los diferentes órdenes jurídicos se informaban, se desarrollaban, se reunían y constituían, cuya única fuente es el príncipe. El Derecho provincial se ponía al mismo rango que el Derecho de Italia y de Roma. Los asuntos que se planteaban a la cancillería raramente, no eran de Derecho privado, sino principalmente, cuestiones de Derecho fiscal y administrativo o sea, de Derecho público. La obra de Adriano marcó un corte en el Derecho clásico.
Probablemente, de época de Adriano son las leyes de Vipasca (Aljustrel, Portugal), que contienen la reglamentación fiscal de un distrito minero, sobre el que da una información única y de gran valor.
La religiosidad de Adriano es difícil de conocer, al ser una personalidad compleja y deseosa de conocer todo. Adriano dio un gran impulso al culto a la Roma eterna, que se propagó por todo el Imperio. En Roma, se construyó por voluntad del Emperador el primer templo dedicado a la diosa Venus, protectora de la dinastía Julia. Fue consagrado en el año 121. Un aspecto importante de su religión fue la piedad hacia Trajano. Encargó al célebre arquitecto Apolodoro de Damasco levantar un templo en honor a Trajano. La piedad religiosa movió al Emperador a construir un templo a la divina Matidia en el Campo Marcio, para venerar a la madre de su madre. Su biógrafo, en la Historia Augusta (Hadr., XXII. 10), escribe que cuidó con gran diligencia de todas las cosas sagradas de Roma, y que rechazó las extranjeras. Adriano honró a los dioses extranjeros, pero por razones políticas. Se interesó por los santuarios de otros dioses, quizá llevado por su deseo de conocimiento. En Atenas, terminó el templo consagrado a Zeus Olímpico. En el año de la consagración, 128, se colocó en el templo un altar consagrado a Adriano, que a partir de esa fecha se denominó Olímpico, al ser identificado con Zeus. Esta identificación se extendió por Grecia y por Asia menor. Una manifestación de la religiosidad de Adriano fue la construcción en el 130 de un templo dedicado a Júpiter Capitolino.
Quiso convertir a Jerusalén en centro religioso. El Júpiter Capitolino sustituyó a Jahveh. El título dado a Jerusalén, Aelia Capitolina, indica idéntica intención en Adriano. A su favorito, Antinoo, le divinizó y construyó ciudades en su honor. Tenía, sin duda, Adriano, una genuina religiosidad. Al mismo tiempo creía en los oráculos, en sueños y en suertes. Visitó varios santuarios de cultos oraculares y mistéricos. En el año 125 visitó el gran oráculo de Delfos, consagrado a Apolo, y fue elegido por segunda vez arconte de la ciudad.
Este mismo año marchó al antiquísimo santuario de Dodona, donde, alrededor de una encina habitada por palomas, Zeus Naios y Dión daban oráculos. Favoreció los misterios dionisíacos, socorriendo a los artistas dionisíacos. Él mismo se llama siervo de Dionisio.
Durante la primera parte de su gobierno, Adriano gobernó apoyado en un grupo de senadores hispanos. Nombró senadores a Publius Acilius Attianus, a Caius Calpurnius Flacco, a Coelius Balbinius Vibullius Pius, a Publius Licinius Pansa, a Lucius Minicius Natalis y a Cnaeus Papirius Aelianus.
Adriano, según su biógrafo de la Historia Augusta era de buena estatura, tenía el cabello rizado y llevaba barba. Era buen jinete y andador. Durante los banquetes a los que asistía se representaban tragedias, comedias y fábulas atelanas (pequeñas representaciones teatrales). Los poetas leían versos y los músicos tocaban una especie de arpa. Cayó enfermo. Dudó mucho a quién nombrar sucesor, entre varios candidatos, hasta que por fin se inclinó por Arrius Antoninus, poniéndole por condición que adoptara a Annius Verus y a Marcus Antoninus, que llegaron a ser emperadores. El Senado dudó mucho en divinizarle, pero se adelantó Antonino Pío y le llamó como a dios. Fue, sin duda, un excelente emperador, dejó una profunda influencia en el Imperio romano y marcó un nuevo rumbo (José María Blázquez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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