Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la desaparecida Puerta de la Barqueta, de Sevilla.
La Puerta de la Barqueta, se encontraba en la avenida Torneo, en su confluencia con la calle Puerta de la Barqueta; en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
Estaba situada en la calle Torneo, a la altura de la calle Blanquillo.
La Puerta de la Barqueta, se encontraba en la avenida Torneo, en su confluencia con la calle Puerta de la Barqueta; en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
Estaba situada en la calle Torneo, a la altura de la calle Blanquillo.
A esta puerta se le han aplicado hasta tres topónimos diferentes a lo largo de su historia, como son los de Bibarragel en sus múltiples variantes, de la Almenilla y de la Barqueta.
El primero de ellos no aparece documentado en las fuentes musulmanas, aunque su etimología árabe evidente y el hecho de figurar en la documentación castellana del siglo XIII, permiten suponer que tras la conquista cristiana, tal y como ocurrió en las puertas de la Macarena, Triana y Carmona, se castellanizó su nombre árabe de bab al-Ragwal, el cual haría referencia a la población a la que conducía el camino que de ella partía y, que según F. Hernández, sería Qalat Ragwal, es decir Alcalá del Río, aunque hay quien considera que el nombre árabe de la puerta sería el de bab al-Rayyal o "de los peones".
El topónimo de la Almenilla aparece ya registrado en un documento de los Papeles del Mayordomazgo fechado en 1386, si bien hace referencia a una torre albarrana cercana a la puerta, y que en el siglo XVI todavía menciona Peraza. Sin embargo, no lo encontramos designando a esta puerta hasta este siglo.
Por su parte, el de la Barqueta es mucho más moderno, ya que no aparece hasta el siglo XVII, aunque será el que se imponga definitivamente.
En cuanto al origen del primero de los topónimos, es decir el de Bibarragel, los historiadores sevillanos lo explican a partir de una plaza del mismo nombre que estaba junto a la puerta.
Sólo Peraza intenta explicar su etimología, aunque duda entre dos posibilidades: que signifique "puerta de huésped", y a que este sería el significado de Ragel en árabe, o "puerta de Ragel o Laget", nombre del individuo a quien estaría dedicada. Sin embargo, este autor utiliza este topónimo para referirse a la que el resto de la historiografía designa con el de San Juan o del Ingenio, en lo que coincide con Palomo y, en un primer momento, con Ortiz de Zúñiga, puesto que este último duda a la hora de identificar este topónimo con la puerta de San Juan o la de la Almenilla, si bien finalmente se decide por ésta.
En cuanto al topónimo de la Almenilla, casi todos los autores coinciden a la hora de explicar su origen en virtud de una que coronaba la puerta y servía para medir la altura alcanzada por el Guadalquivir en sus crecidas, cuya existencia tenemos documentada al menos desde 1485, aunque hay quien lo relaciona con la torre "del Almenilla".
Por último, la historiografía sevillana es unánime a la hora de explicar el origen del topónimo de la Barqueta a partir de la presencia junto a esta puerta de una barca que posibilitaba atravesar el Guadalquivir, cuya existencia tenemos documentada al menos desde 1437.
El único dato que tenemos acerca de la primitiva estructura de la puerta islámica data de 1386, y en él queda patente, en contra de lo que sostiene algún investigador, que la torre de la Almenilla nada tiene que ver con esta puerta: "la obra que se a de fazer en la torre del almenilla, et despues buelve fasta la torre de la puerta de bilbarrejel". Por lo tanto, se trataría de una torre-puerta con acceso en recodo único y protegida por barbacana.
La historia de este punto de la muralla es extremadamente compleja debido a las numerosísimas obras que se realizaron en ella, puesto que así lo requerían los continuos daños que ocasionaban las crecidas del Guadalquivir.
Ahora bien, de estas obras debe destacarse la que tuvo lugar durante los años 1627 y 1628, puesto que ante el estado de ruina en la que se encontraba la puerta a consecuencia de la inundación de 1626, "tan baxa, que casi quedaba inferior a la madre del río (...), aplicándose con gran zelo el Asistente Conde de la Puebla del Maestre (...) y arbitrando medios, á que exhaustos los propios de la Ciudad no podian contribuir", debió levantarse "(...) tanto, que su umbral baxo quedó donde estaba el alto de la antigua, con que quedó superior, no solo al río en su ordinario curso, sino en sus mayores crecientes". En términos muy similares se expresan González de León y Palomo.
Según parte de la historiografía, las obras también habrían consistido en la construcción de dos torreones que flanqueaban la puerta, tal y como figura en un dibujo de Tovar. Sin embargo, Ortiz de Zúñiga se refiere a estas obras en los siguientes términos: "embebiéndola (la puerta) en un robusto y alto torreón escarpado", en lo que coincide con el testimonio de Espinosa y Cárcel, así como con la planta de la puerta que figura en los planos y proyectos de obras de los siglos XVIII y XIX.
Por lo tanto, tras estas obras la puerta de la Barqueta adquirió el aspecto con el que permaneció, salvo las modificaciones hechas a finales del XVIII, hasta su derribo a mediados del siglo XIX.
En lo que a las inscripciones se refiere, en 1617 se colocó una lápida con inscripción en castellano, conmemorativa de las obras que se iniciaron en 1604 y concluyeron aquél año y que fue redactada por el humanista Francisco de Rioja.
En 1628 se colocó otra lápida de mármol con inscripción latina en conmemoración de las obras que se realizaron tras la inundación de 1626. Conocemos su emplazamiento gracias a la historiografía, puesto que los tres autores que la recogen coinciden en situarla en la torre que flanqueaba la puerta.
Otra lápida con inscripción en castellano en conmemoración de las obras que se efectuaron entre 1773 y 1779 se colocó en 1780. Sabemos a través de la historiografía y del dibujo de Tovar, que se encontraba colocada en en el muro exterior del Blanquillo.
La inscripción de 1617 debió perderse tras la inundación de 1626, puesto que la práctica totalidad de la historiografía no la recoge y Llaguno y Amirola afirma que la localizó "en un códice antiguo".
La de 1627 se conserva en los fondos del Museo Arqueológico Provincial, donde ingresó el 12 de marzo de 1880 entregada por la Comisión de Monumentos (R.E. 273).
Por su parte, la de 1780 pertenece a la Colección Arqueológica Municipal, cuyo número de inventario es el 21, encontrándose expuesta en la galería de acceso de la Torre de Don Fadrique (Daniel Jiménez Maqueda, Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Guadalquivir Ediciones. Sevilla, 1999).
No todas las puertas de la vieja muralla de Sevilla daban a un camino principal. Algunas se abrían, como hemos visto, al viento y la nada. Mas también hubo otras que conducían al misterio o la ensoñación; al enigma que corre a ocultarse bajo las aguas verdes del río cuando una esquila conventual se oye anunciando el amanecer. O a una tumba que debería haber estado aquí pero que no está. Un monasterio cisterciense y un edificio abandonado que aguarda tiempos mejores para ser demolido y sustituido por vaya usted a saber qué invento, encuadran las esquinas de la calle Calatrava; la arteria que conduce hasta el interior de la ciudad desde este lugar que en 1992 volvió a llamarse la Barqueta, después de haber permanecido durante casi un siglo convertido en una sórdida esquina, entablada frente a la tapia que guardaba las vías del ferrocarril. Nadie pudo imaginar durante todos esos años de grisura, tráfico, atascos, hollín y grafitis -«Tonto el que lo lean- que este lugar hubiera sido en el pasado un sitio de esparcimiento y recreo; el hermoso y romántico rincón donde la ciudad se encontraba con el río que le dio el ser y también con más de un quebradero de cabeza. Porque aquí era precisamente por donde primero se colaban las aguas del Guadalquivir cuando los temporales las hacían salirse de madre.
Esta también pudo ser la apartada orilla de Don Juan, el romántico enclave donde hasta Gustavo Adolfo Bécquer quiso tener su tumba, deseo que el poeta expresó en una de las cartas que escribió desde su celda del monasterio de Veruela; un sepulcro desgastado por el tiempo, lleno de verdín y oculto por la hojarasca de un otoño eterno, sobre el que se proyectase la sombra triste de un sauce. Al final, la ciudad contravino los deseos del poeta y destinó sus huesos a reposar en un lugar mucho más olvidado que este: el Panteón de los Sevillanos Ilustres. Lo cierto es que los poetas parecen demostrar una misteriosa querencia funesta por este lugar, pues acaso fue también en este recodo del río donde a punto estuvieron de ahogarse varios de los más egregios integrantes de la generación del 27. Con ocasión de su estancia en Sevilla para participar en el homenaje a Góngora organizado por el Ateneo donde se harían la famosa e histórica foto, Federico, Alberti, Dámaso, Guillén, Chabás, Bacarisse y Bergamín decidieron cruzar el río de noche en una barca guiándose de una maroma que hacía de catenaria entre orilla y orilla. La que pretendía ser una más de las muchas aventuras que vivieron en aquellos días del diciembre sevillano a punto estaría de costarles la vida. El viento empezó a soplar, el río a agitarse, la maroma a tensarse describiendo un violento arco y la barca a parecerse a la de Caronte. Al evocar el suceso, Dámaso Alonso recuerda cómo las risas que llevaban de tierra se les fueron poco a poco apagando, conforme la crecida del río iba acrecentando la amenaza. "El Guadalquivir, inmenso toro oscuro, empujaba la barca, la quería para sí y para el mar". Y al llegar a la mitad del camino, García Lorca entró en pánico. "Tanto y con tanta ponderación lamentaba haberse embarcado, que primero creí que se trataba de una broma más, entre sus bromas. No, era auténtico terror; le salía de la carne, al contacto de aquella fuerza negra, mugidora, fría,.. Por fortuna, los poetas ganarían la orilla sanos y salvos sin que nada les pasara, bien es cierto que el destino le tendría reservada a Federico García Lorca una prueba aun peor. No está claro, sin embargo, el punto exacto donde tal episodio aconteció. Si fue donde cruzaba el río la barqueta que dio nombre a la puerta, no se ha podido averiguar, pero no es descartable. En todo caso, se non e vero, e ben trovato.
Todavía entonces no podía ser más a propósito este recodo del Betis para que en él aconteciera una tragedia de tantísima trascendencia literaria. Ciertamente, para que Bécquer soñara con tener aquí su tumba, el paisaje debió de parecerse bastante poco al que tuvo durante la mayor parte del siglo XX. Y así fue. El río Guadalquivir ascendía hasta aquí formando una perfecta línea paralela con la vieja muralla de la ciudad, que en este punto viraba para dirigirse hacia la puerta de la Macarena, mientras el río continuaba hasta la hacienda de Buenavista, donde se erigía el monasterio de los Jerónimos. Justo en este rincón de la cerca era donde se alzaba la vieja Puerta de Vib Arragel, que andando el tiempo sería llamada de la Almenilla y más tarde de la Barqueta, adoptando el de la embarcación que durante años se halló en este punto del cauce fluvial para conducir a la otra orilla a los viajeros que se encaminaran hacia Santiponce y, más allá, a Extremadura. Tenía este rincón de la ciudad un punto bucólico, conferido por la presencia del río y la fronda del bosque de rivera que lo festoneaba, y también ese punto entre melancólico y enigmático que tienen los sitios donde las ciudades acaban, yendo a perderse en una nada incierta, pues no había camino más allá de la vieja Puerta de la Barqueta, sino la enigmática y voluble senda verde del milenario Guadalquivir.
Tal vez por todo ello el halo misterioso de la leyenda acabaría haciendo presa en este rincón donde la ciudad se encontraba con el río, provocando que lo que al principio fuera el escenario para el esparcimiento y recreo de las gentes, pasara de los gozos a las sombras y se convirtiese andando el tiempo en una sórdida y oscura trampa donde mejor resultaba no aventurarse, pues allí merodeaban randas peligrosos que el común tomó por fantasmas -los fantasmas del Blanquillo-, aunque de fantasmas tenían más bien poco.
Cuando a principios de los años noventa del siglo pasado fueron demolidas las últimas construcciones ferroviarias que aún existían al final de la Resolana, quedaron al descubierto los restos de una enorme construcción de argamasa que inmediatamente fueron relacionados con restos de la muralla. En efecto, guardaban esa relación, pues tales restos eran a buen seguro lo único que aún se conservaba de lo que en tiempos se denominó el Patín de las Damas. Cuenta Ortiz de Zúñiga que en el año de 1383, para hacer frente a las avenidas del río, y como defensa de la ciudad en el punto donde más combatían sus aguas, se determinó construir una especie de malecón de argamasa, terraplenando la zona que había entre la muralla y el río a la altura de la puerta de la Barqueta, llamada entonces de la Almenilla. Aquella obra daría lugar a una gran planicie junto al río que pronto empezó a ser frecuentada por los sevillanos, que disfrutaban allí de agradables paseos; de ahí su nombre original. Las cosas, sin embargo, se irían torciendo poco a poco, conforme el Guadalquivir fue devorando aquel potente malecón de argamasa que hubo de ser reforzado en varias ocasiones, hasta la definitiva de 1773. Claro que para entonces, Sevilla ofrecía otros lugares de esparcimiento, como la Alameda de Hércules, que la población tenía más a mano. Tal fue la causa de que el patín dejara de serlo y el lugar de las damas fuera ocupado por unos fantasmas que, en realidad, eran algo bastante peor, pues aquellos que el pueblo tomaba por almas en pena, ánimas del purgatorio que buscaban en vano la salvación, no eran sino malhechores que se amparaban en las sombras y la desolación que se habían adueñado del antiguo lugar de recreo y esparcimiento para cometer sus sangrientas fechorías; bandidos que cuando no tenían para desvalijar a un infeliz que hubiera cometido la temeridad de aventurarse en sus dominios se dedicaban al contrabando, introduciendo en la ciudad mercancías sin abonar los correspondientes derechos de puerta, para lo cual se disfrazaban del modo más grotesco simulando ser espectros que, como apuntaba Álvarez-Benavides, volaban luego a las tabernas para repartirse "los dones que alcanzaban en la tierra procedentes de manos que muchas veces terminaban de hacer milagros cuando aparecían clavadas en las escarpias por las calles de la ciudad y caminos vecinales".
Claro que el bueno de Álvarez-Benavides, pese a su afán de evaporar la superchería y falsas creencias que se habían instalado entre los sevillanos de su época, también nos legó a propósito de la Puerta dela Barqueta y su anexo Patín de las Damas, luego llamado el Blanquillo, un increíble relato que parece sacado de la novela de Las minas del rey Salomón. Cuenta que al ser demolida "se hizo un descubrimiento muy curioso. En el costado izquierdo de la misma y cerca de las escaleras que conducían al Blanquillo, apareció la entrada de un subterráneo. Esta bajada de boca cuadrangular dirigía primero sus escalones hacia el río, después continuaba en dirección paralela al mismo tiempo, a continuación aparecía una mina que se dirigía a la izquierda y, por último, tornaba a ser paralela al Guadalquivir y daba entrada a un espacio cuadrado y abovedado que contenía una gran piedra en su centro y parecía haber servido de mesa. En uno de los ángulos de este espacio aparecían señales de una puerta con dirección al sur, y otra también que se descubrió tapiada, cerraba el paso de una distinta galería colocada en dirección hacia el este. La construcción de aquella misteriosa obra indicaba ser de origen romano y, al ser descubierta, lejos de practicar un detenido examen de ella, se apresuraron a rellenarla de escombros procedentes del derribo y la vía férrea extendió por encima su raíl sin que nadie se preocupara en hacer más averiguaciones sobre el particular... ¿Realidad o ficción? Imposible ya averiguarlo.
Todo ello empezó a cambiar cuando en 1858 la Puerta de la Barqueta, protomártir de las puertas de la muralla de Sevilla, fue demolida. También Álvarez-Benavides cuenta que por aquel tiempo un señor inglés que vivía en Sevilla, con la guasa propia de la tierra que por lo visto había ya adquirido, aunque también con una ironía y un gusto por lo realmente valioso que son genuinamente británicos, solicitó permiso para levantar en el lugar donde estuvo la puerta un monolito que pusiera: "Hércules te edificó, Julio César te cercó de muros y torres altas y un alcalde me mandó derribar con otras cuantas". Esta, lamentablemente, ha sido la historia de Sevilla desde hace muchas décadas. La historia de una ciudad que fue a parar a manos de gentes con un concepto torvo, cejijunto e ignorante del progreso. Así, la Barqueta, que una vez fue lugar de recreo y esparcimiento, acabó siendo arrasada por las vías del tren. Y con ella, toda esta orilla del río.
La Exposición Universal de 1992 nos hizo descubrir muchas cosas del mundo, pero también de la propia Sevilla. En particular, este rincón que, desplazado el tren y demolida la ominosa tapia que lo oculta, volvió a ser el mismo. O, por decirlo más exactamente, volvió a llamarse igual que antiguamente. Ahora no es una barcaza, sino un puente lo que lleva hasta ese otro camino, también de alguna manera incierto, que es el barrio de la Cartuja. Algo, no obstante, permanece igual desde hace ya casi ocho siglos: mucho antes del amanecer, mientras las oscuras aguas del río se llenan de ondas que dibujan con sus saltos los fantasmagóricos peces que nadan en ellas, una esquila suena llamando a la primera oración del día a las monjas del monasterio de San Clemente. Es lo único que logró mantenerse intacto, más allá de los siglos y los avatares desde que el rey San Fernando conquistara la ciudad. Mientras el eco de esa campana siga irrumpiendo en el misterio negro de la noche para disolver sus sombras y abrir el camino a la luz, en algún lugar de la memoria pétrea de la ciudad seguirá estando en pie la Puerta de la Barqueta. Y allá cerca, inclinado junto al río, habrá también un sauce derramando eternamente lágrimas secas sobre el musgo que oculta el sepulcro de un poeta cuyo nombre el tiempo borró (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024).
Estuvo erigida en la actual esquina de las calles Calatrava y Vib Arragel (nombre que también tuvo en su día la puerta, luego llamada de la Almenilla y finalmente de la Barqueta). Aquel lugar era donde entonces más combatían las aguas del Guadalquivir, pues en él la corriente se encontraba con los muros de la ciudad; no pocas veces de forma violenta. Para cruzar el río hubo también en este lugar del cauce una barcaza que le daría finalmente nombre a la puerta. Como todas las demás puertas, había sido renovada en la segunda mitad del siglo XVI, pero en 1626 resultó muy dañada por la mayor inundación que sufrió Sevilla a lo largo de toda su historia. El Asistente Lorenzo de Cárdenas ordenó reconstruirla, tarea que se completó en 1628. La puerta fue recrecida 'tanto que su umbral baxo quedó donde estaba el alto de la antigua, con que quedó superior no sólo al río en su ordinario curso, sino en sus mayores crecientes'. La puerta quedó embebida en un 'alto y robusto' torreón escarpado, 'desde el cual se corrió un través de muralla en parte retirada de la antigua, con bastante fondo y fuertes cubos que del todo dexaron segura en incontrastable aquella parte'. La Puerta de la Barqueta fue la primera en ser demolida, hecho que ocurrió el año 1858. Cuentan que un inglés que vivía por la zona propuso que en el lugar del derribo se levantase un monolito con la inscripción: 'Hércules te edificó, Julio César te cercó de muros y torres altas y un alcalde me mandó derribar con otras cuantas' (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
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