Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

   Otra Experiencia con ExplicArte Sevilla :     La intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla" , presentado por Ch...

viernes, 26 de diciembre de 2025

Haz tu ruta con ExplicArte Sevilla: Tú decides la ruta, la fecha y el precio (Free Tour - propina)

 

     Con ExplicArte Sevilla podrás hacer la ruta que desees por Sevilla (o cualquier localidad de la provincia, o de cualquier lugar), siempre adaptándonos a tu tiempo y a tus necesidades. Hay multitud de ellas, y desde aquí te proponemos algunas de ellas (hay tantas Rutas como tú quieras), en las que ponemos el acento en el aspecto artístico:

     Ruta Leyendas y Curiosidades de Sevilla: Desde Explicarte Sevilla nos adentraremos en las Leyendas y Curiosidades de Sevilla: el "No8Do" emblema de Sevilla, Doña María Coronel, la Cabeza del Rey Don Pedro, Grace Kelly, el "Negro de Triana",...

     Ruta Sevilla Imprescindible: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos los monumentos y barrios más típicos de Sevilla: Plaza de España, Plaza de Toros, Torre del Oro, Catedral, Giralda, Barrio de Santa Cruz, Reales Alcázares, Ayuntamiento,...

     Ruta Sevilla Patrimonio de la Humanidad: Desde ExplicArte Sevilla te mostraremos los monumentos Patrimonio de la Humanidad: Catedral de Santa María de la Sede, Reales Alcázares, y el Archivo General de Indias.

     Ruta Sevilla Prehistórica: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos en el Museo Arqueológico de la ciudad y en las salas dedicadas a la Prehistoria el devenir de este momento histórico-artístico de la ciudad.

     Ruta Sevilla Prerromana - Ispal: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos en el Museo Arqueológico de la ciudad y en las salas dedicadas al mundo prerromano el devenir de este momento histórico-artístico de la ciudad con especial atención al mundo de Tartessos y a los demás pueblos que se asentaron en la zona.

     Ruta Sevilla Romana - Hispalis: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos los vestigios que podemos encontrar del paso de la cultura romana por la actual ciudad, como los Monolitos de la calle Mármoles, las Columnas de la Alameda de Hércules, restos del Acueducto ("Caños de Carmona"), restos de las Murallas, el Antiquarium, y la obligada visita al Museo Arqueológico. Incluso podremos visitar el cercano enclave arqueológico de la ciudad romana de Itálica en el pueblo de Santiponce.

     Ruta Sevilla Visigoda: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos los vestigios que la cultura visigoda ha dejado en nuestra ciudad, sobre todo en la Catedral y en el Museo Arqueológico y te contaremos las historias de San Hermenegildo, y San Leandro y San Isidoro, personajes históricos imprescindibles de Sevilla.

     Ruta Sevilla Musulmana - Isbiliya: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos los principales vestigios que la cultura musulmana ha legado a Sevilla, comenzando por nuestro símbolo más universal: La Giralda, junto con la Torre del Oro, Los Reales Alcázares,...

     Ruta Sevilla Judía: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos la huella judía en la Sevilla de hoy: las antiguas sinagogas y los barrios judíos de Santa Cruz o de San Bartolomé.

     Ruta Sevilla Mudéjar: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos los innumerables vestigios que la cultura mudéjar dejó en Sevilla, fundamentalmente en los Reales Alcázares, Iglesia de San Marcos, Iglesia de Santa Marina,...

     Ruta Sevilla Gótica: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos nuestra Catedral, el edificio gótico más grande de la cristiandad.

     Ruta Sevilla Renacentista - Nova Roma: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos los imprescindibles vestigios renacentistas de nuestra ciudad, representados por el Ayuntamiento, el remate de la Giralda y la Sacristía Mayor de la Catedral.

     Ruta Sevilla y su río: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos la importancia que ha tenido el río Guadalquivir, el antiguo Betis, en la historia de la ciudad, recorriendo sus puentes, el Barrio de Triana, la Torre del Oro,...

     Ruta Sevilla y América: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos la llamada Sevilla Americana, la Sevilla del siglo XVI y XVII cuando nuestra ciudad se convirtió en la capital del mundo, con edificios tan importantes como el Archivo de Indias o la Casa de la Moneda.
     
     Ruta Sevilla Barroca: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos la esencia de nuestra ciudad, puesto que Sevilla es una ciudad eminentemente barroca en prácticamente todos y cada uno de sus edificios. 

     Ruta Sevilla Neoclásica: Desde Explicarte Sevilla también te mostraremos las huellas neoclásicas de nuestra ciudad que podemos contemplar en las iglesias de San Ildefonso o San Bartolomé.

     Ruta Sevilla Romántica: Desde Explicarte Sevilla te mostramos la huella romántica de los Jardines del Parque de María Luisa y del Barrio de Santa Cruz.

     Ruta Sevilla Modernista: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos el legado modernista que también tiene en Sevilla sus ejemplos como las casas que podemos encontrar en las calles Alfonso XII, Feria, Tomás de Ibarra, Felipe II y Adriano, entre otras.

     Ruta Sevilla Regionalista: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos el legado que arquitectos como Aníbal González y sus contemporáneos dejaron en Sevilla con la famosísima Plaza de España.

     Ruta Sevilla y la Expo del 29: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos el legado que la Exposición Iberoamericana de 1929 dejó en Sevilla en modo de pabellones y edificios que conforman el Parque de María Luisa y el Barrio de Heliópolis.

     Ruta Sevilla y la Expo del 92: Desde Explicarte Sevilla te mostraremos el legado que en la Isla de la Cartuja quedó para nuestra ciudad, llevándola al siglo XXI.

     Ruta Sevilla Cofrade: Desde ExplicArte Sevilla te mostraremos la importancia del mundo cofrade en la historia de nuestra ciudad y sus incontables manifestaciones artísticas en el interior de los templos, las casas de hermandad, y en los actos de culto interno y externos (procesiones).

     Ruta Sevilla, Ciudad de Ópera: Desde ExplicArte Sevilla te mostraremos la importancia de Sevilla en la historia del Bel Canto, puesto que está presente en más de 100 óperas. Podemos elegir varias rutas relacionadas con la Ópera y Sevilla: Sevilla escenario de Ópera ASevilla escenario de Ópera BEl Mito de CarmenEl Mito de Don Juan, y El Mito de Fígaro.

     Ruta Magallanes y la primera vuelta al mundo 1519-1522: Desde ExplicArte Sevilla te mostramos los hitos más importantes de la expedición que dio la I Vuelta a la Tierra.

     Y muchas más rutas... tú decides. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

La pintura "Pareja de majos", de Gutiérrez de la Vega, en la sala XII del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Pareja de majos", de Gutiérrez de la Vega, en la sala XII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     Hoy, 26 de diciembre, se conmemora el aniversario (26 de diciembre de 1791) del nacimiento de José Gutiérrez de la Vega, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "Pareja de majos" obra de la que es autor, Gutiérrez de la Vega, y que se encuentra en la sala XII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
   El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     En la sala XII del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Pareja de majos", obra de Gutiérrez de la Vega (1791-1865), siendo un óleo sobre lienzo en estilo romántico, pintado hacia 1830, con unas medidas de 0,83 x 0,72 m., procedente de la adquisición de la Junta de Andalucía (2005).
     El pintor Gutiérrez de la Vega es, junto a Esquivel, el más destacado representante de la escuela romántica sevillana. Llegó a ser un artista de prestigio, muy solicitado por las clases altas sevillanas y madrileñas que le encargaron numerosos retratos. Cuenta además con una abundante producción de pinturas de tema religioso. Participó, como no podía ser de otro modo, de la naciente corriente costumbrista que desde el Romanticismo tuvo tanto predicamento en la pintura sevillana hasta bien entrado el siglo XX, aunque su producción pictórica de esta temática es escasa y de ahí el interés de esta obra, que nos permite ampliar la visión que de este artista se ofrece en nuestras colecciones.
     Los protagonistas de esta escena de galanteo se presentan ante un fondo de celaje grisáceo en el que aparece la Giralda a un lado. Visten con trajes típicos. Ella, con el gesto castizo de colocarse la mano en la cintura, lleva mantilla de encaje, traje negro con un broche dorado y piedra azul engastada, flores en el pelo y el abanico en su mano derecha. Él, en el acto de llevarse un cigarro a la boca, viste amplia capa y el popular sombrero de catite negro mientras dirige su mirada hacia la mujer. La tez blanca y delicada de la figura femenina contrasta con el negro de su indumentaria, con la oscuridad del fondo y hasta con la figura del majo, de manera que el protagonismo de la obra se centra en su figura, destacada por su luminosidad. La pincelada se advierte suelta y suavemente deslizada sobre el lienzo (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
     Nació en Sevilla en 1791 formándose en la Escuela de Bellas Artes de esta ciudad. Desde 1813 actuó como pintor independiente, destacando muy pronto en la práctica de retratos y de escenas religiosas. Hacia 1830, advirtiendo que en Sevilla sus ambiciones artísticas no podían ser colmadas, decidió trasladarse a Madrid donde consiguió ser retratista de moda y efigiar a los principales personajes de la política y de la aristocracia, haciéndose notar incluso en el ambiente de la corte. Precisamente el mayor empeño que tuvo Gutiérrez de la Vega en su vida fue el de ser nombrado pintor de cámara, aunque este cargo nunca le llegó a ser concedido. En Madrid murió en 1865.
     Durante su etapa madrileña Gutiérrez de la Vega incrementó notablemente sus conocimientos en el arte del retrato; a su formación murillesca añadió el buen conocimiento del espíritu del retrato inglés de principios del siglo XIX, aspecto que le permitió otorgar a sus personajes elegancia y distinción. A este sustrato añadió aspectos que supo extraer de la retratística de Goya en lo referente a la captación de las facultades anímicas del retratado. Con estos elementos hábilmente fundidos pudo desarrollar una muy aceptable carrera como pintor de retratos que en algunas ocasiones se afecta de blandura e inexpresividad, aspectos superados por la amabilidad y la belleza de sus modelos (Enrique Valdivieso González, La pintura en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Biografía de Gutiérrez de la Vega, autor de la obra reseñada;
     José Gutiérrez de la Vega Bocanegra. (Sevilla, 26 de diciembre de 1791 – Madrid, diciembre de 1865). Pintor del romanticismo español.
     Ya en los años de infancia Gutiérrez de la Vega mostró gran afición por el arte, especialmente por la pintura, lo que resulta natural pues su familia, aunque modesta, tenía un cierto nivel artístico. Su padre era arcabucero grabador y tallista en madera con buena fama en la ciudad de ser gran conocedor de ambas técnicas. A esto se unía la buena reputación como pintor seguidor de Murillo de su tío Salvador Gutiérrez. Así que el joven Gutiérrez de la Vega aparece matriculado en la Academia de Sevilla en 1802 y desde ese primer momento hay constancia de que fue un alumno aventajado, de ahí que Francisco de Bruna, que era protector de la Academia, se convirtiera en su más eficaz apoyo aconsejándole que dejara el trabajo en el taller paterno y se dedicara por entero a la pintura. Él mismo le llevó a la clase de José Alaniz, con quien trabajó durante dos años, al cabo de los cuales, pasó al estudio de su tío Salvador Gutiérrez.
     A juzgar por los libros de matrícula de la Academia, no parece que sus estudios se interrumpieran hasta 1817 salvo el curso que la Academia estuvo cerrada a causa de la Guerra de la Independencia. En todo caso es evidente que durante estos primeros años el joven pintor alternó sus estudios con las labores de buril en el taller de su padre. En 1811 pasó una corta temporada en Cádiz para pintar en el teatro con el profesor Zurita, modalidad pictórica que no volvió a cultivar nunca. Cuando regresó a Sevilla, abandonó el taller paterno y permaneció en el estudio de su tío, más que por seguir aprendiendo, por su admiración por Murillo para la que la cercanía de Salvador Gutiérrez era toda una garantía.
     En 1813 contrajo matrimonio con Josefa López y a partir de este momento se propuso la conquista siempre dura de la fama. Pintó sus primeros retratos que inauguraron el comienzo de la primera etapa de su obra, que transcurrió entre Sevilla y Cádiz y que puede considerarse cerrada en 1832.
     Probablemente sus dos primeras obras son el San Isidoro y el San Leandro, copias de Murillo, que se supone fechadas entre 1814 y 1815 y que están en el Museo del Romanticismo de Madrid. Sin embargo, la primera obra fechada que se conoce es el Retrato del Deán López Cepero de 1817 y que está en la colección del conde de Ibarra en Dos Hermanas (Sevilla). Este retrato y el que firmó en 1821 de D. Manuel Moyano y que está en colección particular en Valladolid muestran en primer lugar al pintor en contacto con personalidades destacadas de la vida sevillana, pero, sobre todo, dan la clave de sus comienzos, en los que todavía el dibujo es algo duro y el color aplicado con pincelada poco suelta. Desde el primer momento alternó la pintura de retratos con el estudio continuado de la obra de Murillo, de manera que las obras del gran pintor del XVII que estaban en las ricas colecciones de Pereira y Bravo y las bóvedas del convento de capuchinos de la ciudad hispalense se convirtieron en ocasión y escuela además de permanente estímulo para nuestro pintor.
     Concretamente en el año 1821 Gutiérrez de la Vega emprendió la copia del lienzo El milagro de las aguas que Murillo hizo para el Hospital de la Caridad.
     Aparte de esta copia, Gutiérrez de la Vega debió de fijarse allí, en el Hospital de la Caridad, en los otros lienzos de Murillo que representan historias de caridad ejemplificadas en el Antiguo y Nuevo Testamento.
     De entre estos lienzos, el de La curación del paralítico le serviría de modelo para uno de los cuadros que en 1824 pintó para la iglesia sevillana de San Pedro. El encargo incluía tres lienzos que aún están en la iglesia y que representan a Cristo y la Samaritana, La Oración en el Huerto y el de La curación del paralítico en la piscina. De los tres, el mejor, sin duda, es este último y aun cuando la búsqueda de profundidad no es tan sabía como en el caso del lienzo de Murillo, se concede una gran importancia al escenario arquitectónico, figurando la serie de pórticos de los que habla el Evangelio de San Juan y que dan a la composición un escalonamiento de planos bastante perfecto y se percibe también una mayor facilidad en el movimiento de las figuras. 
     Es en estos años de la década de 1820 en los que el pintor iba teniendo una clientela abundante, lo que demuestra un éxito de su labor de retratista. Precisamente a esos éxitos se debe que en 1825 se le nombre en la Academia ayudante de pintura con el sueldo anual de 100 ducados. Asimismo, de los premios que otorgaba la Academia, Gutiérrez de la Vega obtuvo en 1828 el correspondiente a la clase de Trazos, al mismo tiempo que Esquivel obtenía el de la clase del Natural. Todo permite asegurar, pues, que el artista estaba durante estos años sevillanos en contacto con gente que ocupaba puestos destacados que le proporciona una clientela bastante numerosa que le brindó una posición desahogada y que se mantuvo constante entre 1824 y 1832. En 1829 Gutiérrez de la Vega volvió a Cádiz envuelto ya en una cierta aureola de celebridad, nada menos que como huésped del cónsul inglés Brackenbury, y tanto en esta casa como luego en la de los Monsalves de Sevilla, donde vivió casi tres años Richard Ford, tendría ocasión de ir incorporando a su obra notas características de la pintura inglesa, influencia que a partir de estos momentos mantendrá hasta el final de su vida.
     Gutiérrez de la Vega debió de ver pintura inglesa primero en casa del coleccionista Standish y luego en la de los Brackenbury y los Ford y, desde luego, esa manera poética tan afín a su temperamento debió de resultarle algo casi familiar porque lo incorporó a su obra con total naturalidad. El primer retrato donde es perceptible esa influencia inglesa es un Retrato de señora (1828) que está en la colección A. Sánchez de Madrid, pero, como es lógico, los lienzos más representativos de esta faceta de acercamiento a la pintura inglesa coincidieron con la estancia en Cádiz y son los Retratos del Sr. y la Sra. Brackenbury, fechados en 1830, y el de las hijas de ambos que, aunque sin fecha, debe estar realizado en este mismo año, retrato este último que tiene la particularidad de ser doble, algo muy inglés y muy poco habitual entre los retratos españoles. El pintor regresó a Sevilla y, en el corto espacio de tiempo que transcurrió hasta su traslado a Madrid en compañía de Antonio María Esquivel, desplegó una actividad extraordinaria especialmente en lo que se refiere a retratos: el del Marqués de Moscoso, el de su mujer, el de Francisco Saavedra, D. José Arias Saavedra y otros muchos que harían la lista interminable y en los que demuestra haber alcanzado un estilo propio en el que mezcla una técnica bastante valiente con un dibujo sólido en el que han desaparecido ya los titubeos iniciales. Todos participan de ese aire inglés que tanta elegancia otorga a sus pinceles.
     La etapa sevillana en la que también hay cuadros de género, debe cerrarse con los retratos del matrimonio Ford, fechados los dos en 1831 y actualmente en la colección B. Ford de Londres y en los que el artista se afirma en esa mezcla gratísima de elementos españoles e ingleses.
     La amistad con el cónsul británico debió de hacerse muy estrecha, porque en un determinado momento le pidió que viajara con él a Inglaterra para conocer bien la pintura inglesa, pero, debido a las obligaciones familiares, Gutiérrez de la Vega no pudo aceptar la invitación.
     No cabe duda de que estos éxitos animaron al pintor a trasladarse a Madrid, y para preparar su relación con la Academia de Bellas Artes envió de regalo una copia del retrato que Murillo hizo a Andrés de Andrade y algo más tarde se dirigió a la Academia manifestando su deseo de optar a los premios establecidos por la corporación. Al quedar inscrito en esta oposición, marchó a Madrid en compañía de Esquivel. El tema que todos debían ejecutar era el descubrimiento del Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa. El fallo del concurso fue para Gutiérrez de la Vega decepcionante, sin embargo insistió en que la Academia le permitiera optar al título de académico de mérito, se le admitió y el tema que ejecutó fue La última comunión del rey Fernando III el Santo. El dictamen fue totalmente favorable, de manera que el pintor se quedó ya en Madrid donde empezaron a abrírsele perspectivas muy halagüeñas.
     Se inició, pues, la etapa madrileña en la vida y en la obra de Gutiérrez de la Vega. Hay un buen número de cuadros que testimonian su rápida conquista de prestigio en el medio madrileño. Fue el momento en que su amigo y protector Juan Grijalva le introdujo en Palacio, donde hizo el primer retrato de la Reina Gobernadora, quien durante estos primeros años le distinguió sobre otros pintores encargándole varios retratos. El primero, ejecutado en La Granja, presenta a la Reina de busto, un poco a la manera de los retratos realizados por Vicente López, y está fechado en 1833. A este siguieron otros retratos. Además la Reina le encargó el retrato de Isabel II y Luisa Fernanda niñas (1833) en el que hizo gala de su facilidad para componer una escena de tono familiar muy influida por la pintura inglesa. Luego, entre los años 1833 y 1846 hizo varios retratos de Isabel II, sin duda el más grato el que se guarda en el Alcázar de Segovia, de técnica suelta y casi abocetada, que demuestra que fueron estos años los que marcaron la culminación de su carrera como pintor, los retratos de Isabel II culminan con el que se expone en las salas del Museo del Romanticismo de Madrid, representada de pie y con todos los atributos de la Corona y que, a pesar de ser un retrato con todo el aparato de lo oficial, toda la figura de la Reina está envuelta en un aire de naturalidad que choca con el escenario palaciego, y en cuanto a la técnica el pintor era ya dueño de su propio estilo, dibujaba con toques sueltos y lograba espléndidas transparencias.
     Entre los retratos que realizó de Isabel II, éste es, quizás, el que deja ver la influencia de Goya.
     También es en estas décadas de 1940 y 1950, cuando sus retratos, abundantísimos, muestran que al estilo que el pintor traía de Sevilla, con ese agradable poso de influencia inglesa, añadía ahora un acercamiento a la pintura de Goya que revierte en una técnica muy suelta y al mismo tiempo un aire de naturalidad menos elegante y más directo. En 1832 está fechado el Retrato de señora, de la colección Maura de Madrid, en el que tanto el dibujo como la técnica recuerdan a Lawrence, o diría que incluso en la suavidad con que envuelve al modelo recuerda también a Van Dyck. De entre los retratos que recuerdan a Goya cabe destacar algunos, como el de Su mujer moliendo colores (1837).
     Pero, sin duda, los mejores están pintados en la década de 1844-1855, como por ejemplo, el de Bravo Murillo, en el Ministerio de Fomento (1848), o el de D. Ramón de Santillán en el Banco de España (1852).
     Pero Gutiérrez de la Vega pintó muchísimos, concurrió a exposiciones y además participó activamente en las tertulias literarias y artísticas del Liceo, del que fue uno de sus más entusiasmados fundadores.
     Asombra el número de lienzos de tema religioso en una época en que el altar ha dejado de ser un lugar de encargo para los artistas y en este sentido hay que destacar los lienzos de santas que pintó Gutiérrez de la Vega, donde sólo el esquema y la composición recuerdan a la serie de santas de Zurbarán; cabe destacar la Santa Águeda, Santa Catalina, o La Magdalena despojándose de sus joyas, que es copia de un lienzo de Valdés Leal. El Museo del Prado guarda asimismo un espléndido Martirio de Santa Catalina. En el mismo Museo hay que llamar la atención sobre La maja desnuda, que evoca en su fluidez técnica y en su composición los prototipos de Tiziano.
     Durante estos años el pintor cruzó una abundante correspondencia con la Academia de Sevilla, que le había nombrado teniente director, para que regresara a su ciudad, pero el pintor no volvió y, por tanto, a la altura del año 1850 quedó desligado completamente de ella. Mientras tanto, el pintor reclamó incansablemente a la Reina que le hiciera efectivo su nombramiento de pintor de cámara, pero sistemáticamente se le respondía que se haría cuando hubiera una vacante.
     A pesar de su abundante clientela, los últimos años del pintor no fueron afortunados. Los encargos disminuyeron, el ansiado nombramiento no llegó nunca y además los documentos demuestran que en Palacio casi se le consideraba un estorbo; de manera que Gutiérrez de la Vega murió en diciembre de 1865 seguramente solo y desilusionado (Ana María Arias de Cossío, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Pareja de majos", de Gutiérrez de la Vega, en la sala XII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre la Sala XII del Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

jueves, 25 de diciembre de 2025

El sitio arqueológico Ermita de Belén, en Carmona (Sevilla)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el sitio arqueológico Ermita de Belén, en Carmona (Sevilla)
      Hoy, 25 de diciembre, Pasados innumerables siglos desde de la creación del mundo, cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra y formó al hombre a su imagen; después también de muchos siglos, desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes tras el diluvio como signo de alianza y de paz; veintiún siglos después de la emigración de Abrahán, nuestro padre en la fe, de Ur de Caldea; trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto bajo la guía de Moisés; cerca de mil años después de que David fuera ungido como rey; en la semana sesenta y cinco según la profecía niel; en la Olimpíada ciento noventa y cuatro, el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe, el año cuarenta y dos del imperio de César Octavio Augusto; estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen: la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y qué mejor día que hoy para ExplicArte el sitio arqueológico Ermita de Belén, en Carmona (Sevilla).
     En una llanura. No hay restos significativos. Según Ponsich, se trataba de una villa romana del s. III d. C. Nosotros no damos por segura esa cronología (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Culto e Iconografía de la Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo;
HISTORIA

   De acuerdo con la tradición adoptada por la Iglesia, Cristo habría nacido en Belén, un 25 de diciembre, a media noche.
   En realidad el lugar y la fecha de nacimiento son desconocidos.
   Acerca del sitio donde nació, los Evangelios profesan opiniones contradictorias. Mateo y Lucas hacen nacer a Jesús en Belén; Marcos y Juan creen que vio la luz en Nazaret.
   La tradición del nacimiento en Belén se apoya en una profecía de Miqueas (5: l). Se creía que el Mesías, descendiente del rey David, nacería como él en Belén. Pero el censo, que la historia vincula con el viaje de María y de José a este pueblo, es posterior en muchos años al nacimiento de Jesús.
   ¿El Mesías nació en Nazaret? Es lo que admitía Renan, arguyendo con el hecho de que a Jesús lo apodaran Nazareno. Los historiadores más recientes están menos seguros. El título de Nazareno, erróneamente interpretado en el sentido de hombre de Nazaret, en realidad significaría «Santo de Dios».
   En suma, nada  autoriza  a afirmar que Jesús haya nacido en Belén y no en Nazaret, o viceversa.
   La misma incertidumbre reina en torno al año de su nacimiento que no podemos fijar ni con una aproximación de quince años, ya cerca del día, fijado arbitra­riamente por la liturgia. 
   Lo que a primera vista nos asombra es el hecho de que ninguno de los evangelistas haya pensado en precisar la fecha de nacimiento del Mesías y que los apóstoles no hayan tenido la idea de celebrar el cumpleaños de su maestro desaparecido. Para comprender esta sorprendente omisión, debe recordarse que en la liturgia cristiana la única fecha importante era la de su muerte. Lo que en el Martirologio romano se llama Natalicio de un santo (dies natalis), no es, como la palabra parece indicar, el día de su nacimiento, sino por el contrario, el de su muerte. Y con Cristo pasó como con los santos. La liturgia se concentró en torno a su Resurrección. El domingo de Gloria de la Pascua relegó a la Natividad a la sombra.
CULTO
   Fijación del aniversario de la natividad

   Así, la fecha litúrgica del 25 de diciembre no reposa sobre dato histórico alguno. En los primeros tiempos cristianos la Natividad se celebraba el día de la Epifanía (6 de enero) y esa costumbre se conservó en la Iglesia de Armenia. A mediados del siglo IV, en 534, la fiesta, localizada en principio en Roma, en la basílica de Santa María la Mayor o del Pesebre (ad Praesepe), fue cambiada arbitrariamente por el papa Liberio al 25 de diciembre. 
 Debe admitirse que esa fecha no concuerda con el relato de la Anunciación a los pastores, que según Lucas, supieron la buena nueva en la estación en que pasaban la noche al aire libre con sus rebaños.
   ¿Por qué se eligió esa fecha y no otra cualquiera? Porque es la del solsticio de invierno. El Mesías, en efecto, es frecuentemente comparado con el Sol: es el sol de la Nueva Ley. Por ello se hace coincidir su fiesta con el renacimiento anual del as­tro solar.
   Quizá haya que tener en cuenta la influencia de las otras religiones de la antigüedad. La fecha del 25 de diciembre coincide con la fiesta del dios solar Mithra y con las Saturnales romanas que la Iglesia tenía interés en suplantar con una fies­ta cristiana.
   Sea como fuere, la fijación de la Navidad el 25 de diciembre comportó en consecuencia la de otras muchas, establecidas en relación con la Natividad, así como las hay en función de la Pascua: la Anunciación se celebra nueve meses antes (25 de marzo), la Circuncisión ocho días después (1 de enero), la Purificación de la Virgen o Presentación de Jesús en el Templo, cuarenta días más tarde (2 de febrero).
   La fiesta de Navidad
   Esta vacilación acerca de la fecha de la Natividad explica la aparición tardía de la fiesta de Navidad.
   En Roma, no está probada con  anterioridad al siglo IV, y la misa de gallo, que el Liber Pontificalis atribuyó al papa san Telesforo que vivió en el siglo II, en verdad no fue introducida antes del siglo V, después de la fundación de Santa María la Mayor. El Oriente había sido más precoz.
   El emperador Constantino hizo edificar una basílica en el lugar de la gruta (spe­os, spelaion) donde la Virgen habría parido tras no encontrar alojamiento en la venta o caravasar. Esta iglesia, que san Jerónimo llamó «ecclesia speluncae Salvatoris», fue dotada con un pesebre de plata por santa Helena, que se convirtió en un objeto de peregrinación tan célebre como la cruz de gemas del Gólgota.
   De esa primitiva basílica no queda casi nada, porque fue reconstruida en tiempos de Justiniano que la hizo decorar con mosaicos dorados que representan de un lado a los profetas de la Encarnación, y del otro el árbol genealógico de Jesé y el misterio de la Natividad.
   Apenas instituida, la fiesta de Navidad adquirió en Bizancio una importancia preponderante entre las solemnidades del año litúrgico. San Juan Crisóstomo la glorificó como «la más venerable de las fiestas».
   En Roma, a partir del siglo V, no se contentaron con celebrar la misa de gallo, ese día los sacramentarios prescribieron tres misas (trina celebratio): por la noche, al amanecer y durante el día.
   Tres in Natali debent missae celebrari.
   He aquí como santo Tomás de Aquino interpreta y justifica simbólicamente esta triple celebración. El día de Navidad -escribió en la Suma- se celebran varias misas para recordar el triple nacimiento de Cristo. La primera es el nacimiento eterno en el seno del Padre, que para nosotros permanece invisible y oculto: por eso la misa se canta por la noche. El segundo es de orden espiritual: es el nacimiento de Jesús en nosotros, por eso se canta una misa en la aurora. El tercer nacimiento de Cristo es corporal: es el instante en que sale del vientre virginal de su madre, revestido de carne y visible para nosotros. Por ello la tercera misa se canta a plena luz, con este introito: «Puer natus est nobis.»
   La basílica de Santa María la Mayor, que entre sus reliquias más insignes cuenta con el Pesebre del Salvador, expuesto en la capilla subterránea del Pesebre, es el principal santuario de este culto.
   La fiesta de Navidad no es sólo una solemnidad litúrgica, es también una fiesta esencialmente popular. Numerosos cánticos en latín y en lengua vulgar, las representaciones de los autos sacramentales o Misterios, los pesebres o belenes de los cuales san Francisco de Asís ofreció el primer ejemplo en Greccio, prueban esta uni­versal popularidad que a su vez reflejan las obras de arte.
ICONOGRAFÍA
   El estudio iconográfico del tema de la Natividad se divide lógicamente en tres partes:
l. Los Preludios, es decir los episodios anteriores al nacimiento: el Viaje a Belén y el censo, la Expectación del parto.
2. La Natividad propiamente dicha.
3. Los temas complementarios de la Adoración de los Pastores y de los Reyes Magos.
   La natividad
   El Nacimiento de Cristo está relatado en el Evangelio de Lucas (2: 7) con extrema brevedad: "Y (María) dio a luz a su hijo primogénito, y envolvióle en pañales, y lo reclinó en un pesebre, porque en el mesón no había lugar para ellos". 
   La piedad popular pedía más que esa lacónica, seca información sumaria, tan desprovista de poesía como un acta de estado civil. Los Evangelios apócrifos acudieron en su ayuda bordando pintorescos adornos sobre ese cañamazo. A ellos se debe la introducción de las dos comadronas, la crédula y la incrédula. El buey y el asno, humildes compañeros olvidados por san Lucas, aunque el símbolo evangélico de éste sea precisamente un buey, tienen el mismo origen: con sus alientos cálidos que escapan como humo de sus fosas nasales, calientan la atmósfera glacial del establo y confieren a la Natividad el encanto ingenuo de una tierna leyenda franciscana. 
   De acuerdo con la Leyenda Dorada, la Natividad de Jesucristo estuvo acompañada de numerosos prodigios: el milagro de los tres soles, el derrumbe del templo de la Paz, la aparición de una estrella a la sibila y al emperador Augusto, el surgi­miento de una fuente de aceite que fluyó en el Tíber.
Las dos versiones de la natividad
   Los teólogos tenían otras preocupaciones que también se reflejan en la iconografía de la Natividad. Había dos maneras de imaginar el Nacimiento de Cristo. Según unos, la Virgen habría parido con dolor; según los otros, habría tenido el privilegio de dar a luz sin sufrimiento.
   Es la segunda opinión la que acabó imponiéndose, en Oriente como en Occidente.
   En una descripción de la Natividad de Marcos Eugénicos, se dice que «la Virgen, habiendo parido sin sufrimiento, no está en absoluto fatigada ni pálida; no siente necesidad de acostarse, sino que se sienta con solemnidad como una reina y los Reyes Magos prosternados adoran al Niño Rey que sostenía en las manos».
   El concilio de Trento ratificó esa doctrina. De acuerdo con su portavoz, el jesuita flamenco Molanus, deben separarse del pesebre a las comadronas, puesto que la Virgen parió sin dolor. Y en el parto no debe representarse yacente y enferma (de­ cumbens et aegrotans), sino de rodillas, según la visión de Santa Brígida, en adoración ante el Niño.
   De esta dualidad de opiniones derivan dos tipos iconográficos enteramente diferentes.
   1. En la versión siria retomada por los bizantinos, la Natividad es un verdadero parto. La Virgen está acostada sobre un colchón, parece agotada por la fatiga, yace de costado y se vuelve hacia el Niño que una comadrona está bañando.
   2. En el arte occidental de finales de la Edad Media, la Natividad se convierte en una adoración. La Virgen, que según se ve, no ha sufrido, está arrodillada, con las manos unidas ante el Niño desnudo y luminoso, acostado sobre una gavilla de paja o sobre un pliegue de su manto.
   1. El tema bizantino del parto
La escena tiene lugar en una gruta, que sirve como establo y como habitación al mismo tiempo, como era costumbre en Palestina.
La Virgen, el Niño y san José
   La Virgen está acostada en el lecho junto al recién nacido fajado (pannis involutus) que está acostado, ya en un pesebre, ya en una cuna.
   En las miniaturas anglosajonas de la escuela de Winchester (siglos X-XI) que decoran el Benediccional de Aethelwold y el Misal de Robert de Jumieges, se ve una mujer guiada por un ángel que coloca un almohadón bajo la nuca de la Virgen. 
   A veces, a consecuencia de una contaminación con el tipo de la Virgen de la Leche, la Virgen acostada amamanta al Niño, ya fajado, ya desnudo.
   En el arte francés del siglo XII, el pesebre suele reemplazarse con un altar. Se ha explicado esta innovación por la intención de expresar simbólicamente que a partir de su nacimiento Jesús estaba destinado a sacrificarse por la salvación de los hombres. Allí debería verse más bien la influencia del drama litúrgico de Navidad, del cual sabemos que el pesebre estaba situado en mitad del altar mayor, iluminado por una estrella que se deslizaba a lo largo de una cuerda.
   José, que no cuenta para nada en el nacimiento del Niño Dios, sólo tiene el papel de un simple extra. Sentado en un rincón, enfurruñado o adormilado, descansa sobre el arreo del asno desalbardado, que le sirve de asiento.
   No obstante, a veces intenta ser útil. Lleva al Niño en brazos que le alcanza a la Virgen, a menos que sostenga un candil encendido cuya llama protege con la mano, para iluminar la oscuridad de la gruta: es un medio para señalar que es de noche.
   Los pintores alemanes del siglo XV le imponen humildes trabajos un tanto ridículos: se quita las calzas para calentar al recién nacido, o atiza el fuego con un fuelle para que se caliente la papilla. Esos detalles familiares se han tomado de los autos sacramentales.
Las dos parteras y el Castigo del incrédulo
   Según el Evangelio del Seudo Mateo (cap. XIII), fue José quien se encargó de ir a buscar a las dos parteras (obstétricas), o como se decía con mayor frescura en francés arcaico, dos vientreras, para que ayudaran en el parto de María.
   En el Protoevangelio de Santiago (cap. XIX), sólo se trata de una partera. Pero el Seudo Mateo menciona dos, de las que conoce hasta sus nombres.
   En el arte bizantino, especialmente en los frescos rupestres de Capadocia, se la llama Salomé y Maia (Mea); este último nombre, que significa simplemente «la partera» (del cual deriva la expresión maieutica, preferida por Sócrates) se convirtió en un nombre propio. El arte de Occidente distingue Zelomi y Salomé, aunque en realidad se trate del mismo nombre. 
   La primera, Zelomi, después de haber examinado a la parturienta, declara sin vacilar que ésta sigue virgen después del parto: Virgo concepit, virgo peperit; post par­tum virgo permansit. La segunda, Salomé, permanece incrédula, duda de ese parto virginal, sin obra de hombre, contrario a todas las reglas; como santo Tomás, pide tocar para creer. Pero se le secan las manos: para curarse le basta tocar los pañales (fasciae) del Niño Dios que en el pasado se llamaban «las banderas de infancia» de Jesús.
   En los autos sacramentales, la Salomé de los Evangelios apócrifos fue reemplazada por Santa Anastasia, cuyo nombre se deformó en Homnestasia, Omnestasia o Netasia.
   Dicha Anastasia, a quien fue a buscar José, tenía las manos cortadas; sólo le que­ daban muñones, lo cual la volvía inepta para hacer parir a la Virgen. Pero las manos volvieron a crecerle milagrosamente, de manera que pudo asistir a María y recibir en brazos al recién nacido.
   Esta variante procede de una contaminación  con la leyenda de la partera cuyas manos resecas curan al ponerse en contacto con los pañales del Niño Jesús. A esta leyenda piadosa alude la Plegaria de Huon de Burdeos, rimada por Alexandre Arnoux:
   Seigneur Jésus qui régnez dans le ciel.../ Au même temps que la Vierge en gésinel Vous enfantait dans /'étable voisine, / Sainte Onnestase a Bethléem vivait! Qui n 'avait pas de mains ni de poignets .../ Elle vous prit , chétif sur la paille. / A ses moignons vous [Cites recueillil Et tout soudain, par volonté divine / Il lui poussa des mains droites et fines. 
   Señor Jesús  que reinas  en el cielo...
   Al mismo tiempo que la Virgen de parto
   Os daba a luz en el establo vecino,
   Santa Onnestasia que en Belén vivía 
   Y que ni manos ni muñecas tenía... 
   Os cogió, endeble, sobre la paja
   Entre sus muñones fuisteis vos recogido 
   Y de pronto, por voluntad divina
   Le crecieron manos, derechas y finas.
   San Jerónimo niega la presencia de las comadronas y afirma que María, habiendo parido sin dolor, no tuvo necesidad de ayuda alguna y fue partera y parturienta al mismo tiempo: «Maria ipsa et mater et obstetrix fuit».
   Esta protesta de un doctor de la Iglesia habría tenido algún efecto si las comadronas se hubieran introducido en la escena sólo para asistir a María durante el parto y ocuparse del recién nacido. Pero también se trataba de otra cosa. El objetivo teológico de esta leyenda era probar el parto sobrenatural de Cristo, Hijo de Dios, produciendo el testimonio de dos comadronas particularmente expertas en su oficio. La desconfianza y la incredulidad de una de ellas reforzaba su testimonio, de la misma manera que la experiencia táctil de santo Tomás introduciendo la mano en la herida de Cristo se interpretaba como la prueba más convincente de la Resurrección.
   La credulidad popular persistió por ello en confiar en el relato de los Evangelios apócrifos: la historia de la partera incrédula fue popularizada por la Leyenda Dorada, y por los autos sacramentales del teatro de los Misterios.
   En un manuscrito de los Milagros de Nuestra Señora se lee: «Salomé que no creía que Nuestra Señora hubiera parido virginalmente, sin obra de hombre, perdió las manos porque quiso comprobarlo; se arrepintió, puso las manos sobre Nuestro Señor y éstas le fueron devueltas.»
   La leyenda todavía se puso en escena en el Misterio de la Encarnación y Natividad de Nuestro Salvador Jesucristo, que fue representada en Ruán en 1474.
   En estas condiciones resultaría sorprendente que, como lo creyera E. Mâle, ese motivo que en el siglo IX vemos tratado en un fresco descubierto en 1944 en Castel Seprio, Lombardía, y en el siglo XI, sobre las puertas de bronce de Hildesheim, en los XII y XIII sobre los capiteles de Chartres y de Lyon, y las vidrieras de Laons y de Mans, desapareciera bruscamente del arte cristiano.
   «A partir de ese momento -asegura E. Mâle- la leyenda de las comadronas ya no se encuentra en nuestras catedrales, ni tampoco se la ve más en los manuscritos miniados de los siglos XIII y XIV. Parece que la extrema ingenuidad del antiguo relato haya molestado a la Iglesia. En el siglo XIII los artistas olvidaron  el motivo de las comadronas, que se remontaba a los primeros tiempos del arte cristiano.»
   Si esta afirmación es válida para el arte francés, en cambio no se aplica a las demás escuelas, porque Italia, Flandes y Alemania ofrecen, aún en las postrimerias de la Edad Media, numerosos ejemplos de este motivo arcaico. 
     Italia. En su Natividad (Uffizi, Florencia) que data de 1424, Gentile da Fabriano permanece fiel a esta tradición. Otro tanto ocurre con Ottaviano Nelli en su Natividad de Foligno y con Lorenzo da Viterbo en su fresco de la iglesia de S. Maria della Verità, en Viterbo, en donde se ve a José que regresa a la gruta seguido por las dos parteras (1453).
     Países Bajos. Más típica aún es la célebre Natividad del Museo de Dijon, pintada hacia 1430, quizá para la cartuja de Champmol por el maestro llamado de Merodc o de Flémalle: las dos comadronas tocadas con turbante, como debían estarlo en la puesta en escena de los autos sacramentales tienen allí el papel principal y su diálogo está escrito sobre filacterias.
     Zelomi, arrodillada frente al Niño recién nacido, da testimonio de la virginidad milagrosa de la joven madre diciendo: Virgo peperit filium. Salomé, volviéndose hacia su comadre, hace por el contrario un gesto de incredulidad y objeta: Credam quum probavero (Lo creeré cuando tenga la prueba). Enseguida es castigada por su escepticismo, porque su mano derecha queda súbitamente paralizada. Un ángel que desciende del cielo le aconseja que toque al Niño divino: Tange puerum et sanaberis (Toca al Niño y sanarás). Ese pequeño guión prueba que los autos sacramentales habían conservado hasta esta época la popularidad de la leyenda que la Iglesia aún no pensaba  incluir en el Index.
     El mismo tema vuelve a encontrarse en una Natividad atribuida a Jacques Daret (1433), que se encuentra en la Morgan Library de Nueva York. El Breviario del du­que de Borgoña Felipe el Bueno, que se conserva en la Biblioteca de Bruselas, y cuyas miniaturas se atribuyen a Jean Tavernier de Oudenarde o a G. Vrelant de Brujas, nos ofrece otro ejemplo que puede fecharse con la mayor verosimilitud en 1445. José y la partera que éste fuera a buscar están estupefactos al ver a la Virgen de rodillas frente al recién nacido. Su asombro está bien expuesto: José levanta su caperuza roja; la comadrona Zelomi, que se disponía a intervenir y ya se había arremangado, se queda pasmada frente al milagro, con los brazos caídos.
     Por último, es un tema frecuente en los retablos de madera labrada de Flandes y de Brabante, de finales del siglo XV. Como pruebas tenemos un pequeño retablo en el Louvre, otro en el Museo de Gante, y un tercero en la colección Blair de Chicago donde, detrás de la Virgen arrodillada hay dos mujeres, una de las cuales, la partera incrédula, se mira la mano desecada.
     Alemania. Esta tradición se prolonga en Alemania, como lo atestigua el retablo de la iglesia de San Blas de Bopfingen, pintado por Friedrich Herlin en 1472. Un cuadro del Art lnstitute de Chicago, pintado hacia 1512 por Albrecht Altdorfer también muestra detrás de la Virgen adorando al Niño Jesús, a José que trae a una comadrona.
     También se han encontrado ejemplos en la escultura suaba y alsaciana. El Museo de la obra Notre Dame de Estrasburgo posee un altorrelieve de madera de tilo policromada y dorada -hacia 1480- donde la Adoración aparece acompañada por el tema de la partera incrédula.
     Por lo tanto es a partir del siglo XVI y no del XIII, cuando este motivo escabroso desaparece definitivamente del repertorio del arte cristiano. Es una de las víctimas de la depuración iconográfica del concilio de Trento.
El lavado del niño
     La función de las comadronas no se limita a dar testimonio de la realidad de la maternidad virginal de María: ellas también preparan el baño del recién nacido. En el retablo de las clarisas de la catedral de Colonia, excepcionalmente, este trabajo es realizado por la propia Virgen y por San José que vierte agua en una cubeta.
     Una de las comadronas prueba la temperatura del agua con la mano. En el arte alemán suele ser su pie descalzo lo que moja en la bañera.
     ¿Cuál es el origen de este tema que no se menciona en los Evangelios canónicos ni tampoco en los apócrifos, pero que de todas maneras es muy frecuente en el arte bizantino que lo ha transmitido a Occidente?
     Se lo ha querido explicar por un texto, como es natural, y se ha pretendido que lo introdujo en el arte el hagiógrafo griego Simeón Metafrasto (el Traductor), quien vivió en el siglo X.
     Se trata de un error, puesto que puede citarse un ejemplo del siglo IX: una pintura mural carolingia de Italia meridional, en la cripta del monasterio benedictino de San Lorenzo, en el nacimiento del río Volturno.
     Es posible que se trate, simplemente, de una copia directa de los sarcófagos paganos donde el tema  aparece esculpido con  frecuencia en las representaciones del Nacimiento de Baco.
     Es un motivo muy discutible desde el punto de vista de la ortodoxia, porque si Cristo ha nacido de una Virgen, su nacimiento ha sido tan puro como su concepción. No necesitaba ser lavado como los hijos de los seres humanos aquél que vino al mundo para lavar a la humanidad las manchas del pecado original.
     Para responder a esta objeción, los teólogos sostuvieron que el Niño sólo había sido lavado en apariencia, pero que en realidad era él quien había purificado el agua del baño. Se trataría de una prefiguración del Bautismo, y por ello los artistas de la Edad Media dan a veces a la cubeta de la ablución la forma de las pilas bautismales.
     En efecto, en el arte simbólico de la Edad Media, de la misma manera que el pesebre está asimilado al altar, la bañera se transforma en pila bautismal, salvo cuando adquiere la forma de un cáliz eucarístico.
     Los antiguos iconógrafos, poco familiarizados con el arte bizantino, no comprendían nada de esta escena que interpretaban de una manera muy extraña, como San Juan Evangelista hundido en un recipiente con aceite hirviendo.
     A finales de la Edad Media la bañera adquirió la forma de una cubeta de madera.
     La escena desapareció a partir del siglo XV por dos razones. En primer lugar, por una de carácter doctrinario: resultaba irreconciliable con la creencia en la Virgen pariendo sin dolor y de manera sobrenatural, popularizada por el tema de la Adoración que sustituyó al Parto. En segundo lugar, por una razón estética: la escena del Lavado o Baño asociada con la Natividad comportaba un desdoblamiento del Niño, representado dos veces: fajado en el pesebre y desnudo en la cubeta o bañera. Esta yuxtaposición, que resultaba chocante como un  arcaísmo, no podía subsistir en el tiempo en que el arte de Occidente, más evolucionado, buscaba la unidad de la com­posición centrada en la Adoración del Niño Jesús.
2. El tema occidental de la adoración
     El tema de la Adoración del Niño Jesús, a partir del siglo XV sustituyó al motivo bizantino del Alumbramiento.
     En vez de mantenerse acostada debajo del recién nacido fajado, a partir de entonces la Virgen permanece arrodillada «flexis genibus», con las manos unidas frente al Niño desnudo, extendido sobre un montón de heno o sobre u n pliegue de su manto. Quem genuit adoravit.
     La Natividad de Cristo se diferencia de las de la Virgen y San Juan Bautista a la primera mirada, justamente por ese rasgo.
   La genuflexión de la Virgen
     ¿Cómo explicar una transformación tan radical de la iconografía tradicional? De acuerdo con una idea muy antigua, puesto que se encuentran vestigios suyos en la mitología griega, se consideraba que la posición genuflexa facilitaba el parto. Augea, identificada con Ilicia, diosa del parto, tenia como mote «en gonasi" («de rodillas» ), porque había parido a Télefo arrodillándose.
     Sin retroceder tanto en el tiempo, se ha alegado con la doctrina teológica del Parto sin dolor favorecida por el progreso del culto mariano; pero puede advertirse la acción de influencias más claras.
     Según E. Mâle, el libro Meditaciones del Pseudo Buenaventura, un franciscano italiano del siglo XIV que se llamaba Giovanni de Caulibus, habría tenido influenciea preponderante. Pero desgraciadamente, en dicha versión la Virgen habría parido de pie cogida a una columna. «Cuando llegó a la Virgen el momento de parir, se levantó en mitad de la noche y se apoyó contra una columna que había allí (cum venisset hora partus, surgens Virgo appodiavit se ad unam colurnnam quae ibi erat).» Agrega el autor que José, para ayudar, cogió un fardo de heno del pesebre que arrojó a los pies de la Virgen, y que el Hijo de Dios, saliendo del vientre de su madre sin causarle dolor alguno, fue proyectado al instante sobre el heno, a los pies de la Virgen.
     El cambio que comprobamos en la iconografía de la Natividad del siglo XV se explica mucho mejor, como lo ha demostrado el iconógrafo sueco Henrik Cornell, por la popularidad de las Revelaciones de otra mística: Santa Brígida de Suecia.
     Cuenta Santa Brígida que durante su peregrinación a los Santos Lugares, en 1370, se le apareció la Virgen en Belén, y fiel a la promesa que le hiciera en Roma, reconstruyó ante su mirada y con los menores detalles la forma en que pariera a Jesús. La Virgen vestía una túnica transparente (subtili tunica), a  través de la cual Brígida veía claramente su carne virginal. En el momento de parir se descalzó, como Moisés ante la Zarza ardiendo, se levantó el manto blanco, se quitó el velo, dejó caer sus cabellos dorados sobre los hombros, después preparó los pañales y vendas del Niño que dejó a su lado. Cuando todo estuvo bien dispuesto, flexion ó las piernas (genuflexa est) y comenzó a orar. Mientras rezaba de esa mane­ra, con las manos elevadas, el Niño nació súbitamente, envuelto en una luz tan deslumbrante que eclipsaba completamente la del pequeño candil de José. Entonces, inclinando la cabeza y con las manos unidas, la Virgen adoró al Niño con gran respeto, y le dijo: Bene veneris, deus meus, dominus meus et filius meus. Luego lo estrechó contra su pecho, le cortó el cordón umbilical con los dedos y lo vendó con cuidado.
     Esta descripción de matrona mística, tan experta como una comadrona en materia de partos (porque había tenido muchos hijos), concuerda  muy detalladamente con la nueva iconografía. Cornell cita una serie de pinturas inspiradas en la visión de santa Brígida, la más antigua de las cuales es, posiblemente, un fresco de finales del siglo XIV que se encuentra en Santa Maria Novella de Florencia. Una pintura sobre madera del Museo Cívico de Pisa, ejecutada a principios del siglo XV por Turino Vanni y una pequeña tabla de Siena de la Pinacoteca del Vaticano, atribuida a Sano di Pietro, reproducen de la misma manera todos los detalles del relato de santa Brígida. 
     La Virgen, cuyo pelo se le derrama sobre los hombros, adora de rodillas al Niño Jesús; ha puesto junto a ella el manto, los zapatos y los pañales que había preparado. La inscripción que escapa de su boca es la fórmula de bienvenida que conocemos tan bien: Bene veneris, dominus meus. Finalmente, la presencia de la mística sueca, arrodillada en un rincón, con ropas de viuda, con las manos unidas, o bien pasando las cuentas de un rosario, prueba sin lugar a dudas que esas Natividades italianas son el eco de las Revelaciones de santa Brígida.
     El arte alemán adoptó este motivo casi al mismo tiempo que el arte italiano. La Natividad suaba del Rosgarten de Constanza se remonta, aproximadamente, a 1420; la del maestro Francke, que se encuentra en la Galería de Arte de Hamburgo, pintada en 1424, es exactamente contemporánea de la Natividad de Gentile da Fabriano. Puede citarse un ejemplo aún más antiguo en la pintura franco neerlandesa de principios del siglo XV, en la cual el tema de la Adoración del Niño fue ilustrado hacia 1415 mediante una miniatura de Poi de Limbourg. Resulta evidente entonces que la visión de santa Brígida, preparada por todo un movimiento que se remonta a una época muy anterior a la del Pseudo Buenaventura, que es la de san Bernardo, ha renovado el tema de la Natividad no sólo en Italia sino en toda Europa.
     Estimamos que la creencia en la influencia de los textos sobre la iconografía no debe exagerarse, aunque consideremos válida la demostración anterior. La teoría que postula que «tanto en el siglo XV como en el XIII no hay una sola obra de arte que no se explique por un libro», amenaza con hacernos desconocer la acción no menos profunda de la vida de las formas. No se piensa lo bastante en la posibilidad de contaminaciones iconográficas entre temas tangentes o imbricados.
   Mucho antes del siglo XV el arte cristiano había representado al Niño Jesús adorado por los Pastores y los Reyes Magos, que forman parte de la escena de la Natividad. No es imposible que por un deslizamiento muy natural, la Natividad se haya convertido en una triple Adoración: las genuflexiones de los Pastores y de los tres Reyes Magos, sin contar las del buey y el asno, habrían acarreado la de la Virgen María.
El Niño luminoso
     E. Mâle también honra al arte italiano adjudicándole otro motivo muy característico de la nueva iconografía: el Niño luminoso convertido en fuente de claridad que irradia en las tinieblas como una luciérnaga. Dicho autor ve allí una invención de Correggio, y la fuente de dicho motivo sería la famosa Noche (Nochebuena) de la Galería de Dresde, pintada en 1530. «Lo que es de él -escribe literalmente- es el recién nacido radiante, que esparce la claridad en el cuadro como lleva la luz a las almas.»
     Esta reivindicación es doblemente errónea, porque ese motivo del Niño luminoso es muy anterior a Correggio y ni siquiera es de origen italiano.
     El arte bizantino ya conocía el tema del Niño iluminado desde afuera por las irradiaciones de la estrella milagrosa que guía a los Reyes Magos hacia el pesebre y les señala, como el haz de un proyector, al Niño que buscaban. En la miniatura y el mosaico pueden citarse ejemplos que se remontan al siglo XI: Menologio de Basilio, capilla Palatina de Palermo.
     Las Revelaciones de santa Brígida de Suecia hicieron pasar ese tema a Occidente a partir del siglo XIV. En efecto, la mística cuenta que el esplendor divino que emanaba del Niño Jesús anulaba totalmente la luz natural del candil que encendiera José.
     En las Horas de Étienne Chevalier, Jean Fouquet hace que el techo agujerea­do del establo sea atravesado por la luz de la estrella que alumbraba al Niño. A veces se introduce una variante: en la Natividad constelada de estrellas, pintada en 1424 por el Maestro Francke (Gal. de Arte de Hamburgo) es Dios Padre quien des­de lo alto del cielo proyecta un haz de rayos luminosos sobre el Niño Jesús desnudo. A partir de mediados del siglo XV triunfa otra concepción surgida de la primera con toda naturalidad: el foco de luz resulta introvertido: el Niño ya no es más iluminado desde afuera, sino desde adentro, su carne que se ha vuelto fosforescente irradia la luz que deslumbra el rostro extasiado de su madre.
     Fue en la escuela de los Países Bajos, en las obras del pintor eyckiano Petrus Cristus y del iluminador del Breviario del duque de Borgoña Felipe el Bueno; y posteriormente, en el artista primitivo holandés Geertgen tot Sint Jans (ant. col. von Kaufmann, Berlín), donde nació el tema que E. Mâle, erróneamente, atribuye a Correggio. El mérito de haber renovado el tema de la Natividad corresponde al «luminismo» nórdico procedente de los miniaturistas franceses, mucho más que a Correggio y a los pintores influenciados por Caravaggio. El valón J. Provost de Mons y el alsaciano Hans Baldung Grien lo tomaron a principios del siglo XVI. Pero fue la escuela holandesa del siglo XVII la que pudo captar la poesía y expresar el misterio del tema, gracias a la magia del claroscuro de Rembrandt.
Los ángeles adoradores
     Los ángeles aparecen tardíamente en la representación de la Natividad y siguen la huella del ángel Anunciador que alertara a los Pastores y a los Reyes Magos.
     El primer ángel que asiste a la Natividad es, en efecto, el ángel astroforo, cuya estrella guiara a los Reyes Magos hasta el pesebre de Belén. Después de haber mostrado el camino cumple el papel de introductor de los embajadores a quienes presenta al Niño Jesús.
     Poco a poco los ángeles se multiplican. En el siglo XV son ángeles niños que des­cendidos del cielo en enjambres se arrodillan y unen las manos ante el recién nacido, cuando no bailan una ronda aérea.
     Su alegría no sólo se manifiesta mediante gestos de adoración, sino también por un alegre concierto de voces e instrumentos que ofrecen al Niño Jesús. Inclinados sobre el techo de paja de la cabaña como una bandada de gorriones, cantan a toda voz Gloria in excelsis.
     En un bajorrelieve de la capilla Colleoni, en Bérgamo, se los ve tocar el laúd y hasta el órgano.
La mula y el buey arrodillados
     Los animales participan también en la Adoración del Niño luminoso. Igual que la Virgen y los ángeles, el buey y la mula (o el asno) caen de rodillas.
     A decir verdad, la presencia de los animales en el establo rupestre de la Natividad no se menciona en ninguna parte en los Evangelios canónicos.
     Esta tradición, probada a partir del siglo IV, está consignada por primera vez en el siglo VI, en el Evangelio apócrifo del Pseudo Mateo:
     «... salió María  de la gruta y se aposentó en un  establo. Allí reclinó al Niño  en un pesebre, y el buey y el asno le adoraron. Entonces se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre de su señor (Cognovit bos possessorem suum et asinus praesepe  domini sui).»
     De esa manera, como lo admite sin malicia el Pseudo Mateo que no ha intentado ocultar su fuente, la leyenda del buey y de la mula (o asno) se funda en un texto de Isaías (1: 3) apartado de su sentido original.
     Además se lo justifica por un texto de Habacuc interpretado de manera disparatada. Habacuc había escrito: «¡oh Yavé!, tus obras./ Dales existencia en el transcurso de los años, / manifiéstala en medio de los tiempos.» Los traductores le hacen decir: «Tú te manifestarás entre dos animales».
     Para justificar la presencia de los animales en la gruta, se imaginó que José los había llevado a Belén porque el gobernador romano había prescrito el empadronamiento no sólo de los habitantes sino también de la ganaderías. Esperaba con­tar con el asno para que sirviera de montura a la Virgen, y vender el buey para pagar el impuesto.
     En la exégesis simbólica, el buey y el asno son las prefiguraciones de los dos Ladrones entre los cuales fue crucificado Jesús, y también las de los judíos y los gentiles.
     «El buey -dijo Gregorio de Niza- es el judío encadenado por la Ley; el asno, que es una bestia de carga, lleva el pesado fardo de la idolatría. Bos judaicus populus, asi­nus gentilis.»
     Sin preocuparse por sutilezas de esa clase, el arte tradujo literalmente el relato del Pseudo Mateo. La alegoría se convirtió en un episodio real.
     Al reconocer la divinidad del Niño, el buey y el asno flexionan las rodillas y lo calientan con sus respiraciones.
  Agnovit bos et asinus Quod puer erar Dominus.
     Según una tradición popular acadia, a media noche los bueyes se arrodillaron en los establos. No se podía turbar su adoración sin arriesgarse a la muerte. 
   En los iconos rusos, el asno, animal desconocido en la antigua Rusia, está reemplazado por un caballo.
     Tales son los elementos que han enriquecido poco a poco el tema bizantino de la Natividad.
La Natividad reformada por el concilio de Trento
     Esta iconografía se ha elaborado en el transcurso de la Edad Media y no parece que el arte moderno le haya agregado nada esencial. La Contrarreforma procedió antes por eliminación que por creación original. Contra el realismo pictórico y familiar de finales de la Edad Media, reaccionó eliminando a las comadronas o parteras, el baño del Niño y también el buey y el asno a los cuales se reprochaba no sólo su condición de apócrifos, sino, sobre todo, su falta de nobleza.
     En cuanto a las innovaciones que se le atribuyen, el motivo del Niño luminoso, y el coro de ángeles músicos son en realidad, como lo hemos visto, herencia del arte del siglo XV (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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La pintura "Adoración de los Pastores", anónima del círculo de Lambert Lombard, en la sala II del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Adoración de los Pastores", anónimo del círculo de Lambert Lombard, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.  
      Hoy, 25 de diciembre, Pasados innumerables siglos desde de la creación del mundo, cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra y formó al hombre a su imagen; después también de muchos siglos, desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes tras el diluvio como signo de alianza y de paz; veintiún siglos después de la emigración de Abrahán, nuestro padre en la fe, de Ur de Caldea; trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto bajo la guía de Moisés; cerca de mil años después de que David fuera ungido como rey; en la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel; en la Olimpíada ciento noventa y cuatro, el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe, el año cuarenta y dos del imperio de César Octavio Augusto; estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen: la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Adoración de los Pastores", anónima del círculo de Lambert Lombard, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
      El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     En la sala II del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Adoración de los Pastores", obra anónima del círculo de Lambert Lombard (1505-1566), siendo un óleo sobre tabla en estilo renacimiento de la escuela flamenca, pintado hacia 1550, con unas medidas de 1,09 x 0,69 m., y procedente del Convento de la Concepción de San Juan de la Palma, de Sevilla, tras la Desamortización.
      En el portal concebido como un cobertizo con tejado a dos aguas la Virgen arrodillada está cogiendo al Niño mientras varios pastores están ofreciendo varios presentes como una cesta con alimentos o un cordero. En un plano intermedio a la izquierda hay una arquitectura clásica con columnas de mármol y capiteles compuestos y un paisaje con dos personajes. En el plano superior una gloria en la que aparece Dios Padre con los brazos abiertos rodeado de dos grupos de tres ángeles (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
     Muy apreciable es la colección de maestros menores flamencos del siglo XVI que posee el Museo, siendo la mayor parte de ellos de notable calidad dentro de su orden secundario. En ocasiones el buen nivel de las pinturas permite atribuirlas a algún artista concreto o en todo caso al círculo de sus más inmediatos seguidores.
     Muy próxima a Lombard Lambert o en todo caso obra de su círculo hay que considerar una tabla que representa La Adoración de los pastores, obra que procede del convento de la Concepción de San Juan de la Palma. Lombard Lambert fue un pintor nacido en Lieja en 1506 y muerto allí en 1566. En 1537 viajó a Italia donde permaneció un año introduciéndose en el estudio de aspectos arqueológicos y también profundizando en el conocimiento de la cultura humanística (Enrique Valdivieso González, La pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
     Tabla al óleo, con borde superior sinuoso y curvilíneo, que efigia -con bastantes personajes- la Adoración de los Pastores, y arriba Dios Padre entre un círculo de ángeles. Mide 109 x 69 cms. Escuela flamenca, siglo XVI. Procedencia: convento de la Concepción, de San Juan de la Palma. Esta obra, según las últimas noticias, está muy próxima a Lombard o Lambert, o a su círculo, hacia 1550 (Juan Martínez Alcalde. Sevilla Mariana. Repertorio Iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).
Conozcamos mejor la Historia, Culto e Iconografía de la Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo;
HISTORIA

   De acuerdo con la tradición adoptada por la Iglesia, Cristo habría nacido en Belén, un 25 de diciembre, a media noche.
   En realidad el lugar y la fecha de nacimiento son desconocidos.
   Acerca del sitio donde nació, los Evangelios profesan opiniones contradictorias. Mateo y Lucas hacen nacer a Jesús en Belén; Marcos y Juan creen que vio la luz en Nazaret.
   La tradición del nacimiento en Belén se apoya en una profecía de Miqueas (5: l). Se creía que el Mesías, descendiente del rey David, nacería como él en Belén. Pero el censo, que la historia vincula con el viaje de María y de José a este pueblo, es posterior en muchos años al nacimiento de Jesús.
   ¿El Mesías nació en Nazaret? Es lo que admitía Renan, arguyendo con el hecho de que a Jesús lo apodaran Nazareno. Los historiadores más recientes están menos seguros. El título de Nazareno, erróneamente interpretado en el sentido de hombre de Nazaret, en realidad significaría «Santo de Dios».
   En suma, nada  autoriza  a afirmar que Jesús haya nacido en Belén y no en Nazaret, o viceversa.
   La misma incertidumbre reina en torno al año de su nacimiento que no podemos fijar ni con una aproximación de quince años, ya cerca del día, fijado arbitra­riamente por la liturgia. 
   Lo que a primera vista nos asombra es el hecho de que ninguno de los evangelistas haya pensado en precisar la fecha de nacimiento del Mesías y que los apóstoles no hayan tenido la idea de celebrar el cumpleaños de su maestro desaparecido. Para comprender esta sorprendente omisión, debe recordarse que en la liturgia cristiana la única fecha importante era la de su muerte. Lo que en el Martirologio romano se llama Natalicio de un santo (dies natalis), no es, como la palabra parece indicar, el día de su nacimiento, sino por el contrario, el de su muerte. Y con Cristo pasó como con los santos. La liturgia se concentró en torno a su Resurrección. El domingo de Gloria de la Pascua relegó a la Natividad a la sombra.
CULTO
   Fijación del aniversario de la natividad

   Así, la fecha litúrgica del 25 de diciembre no reposa sobre dato histórico alguno. En los primeros tiempos cristianos la Natividad se celebraba el día de la Epifanía (6 de enero) y esa costumbre se conservó en la Iglesia de Armenia. A mediados del siglo IV, en 534, la fiesta, localizada en principio en Roma, en la basílica de Santa María la Mayor o del Pesebre (ad Praesepe), fue cambiada arbitrariamente por el papa Liberio al 25 de diciembre. 
 Debe admitirse que esa fecha no concuerda con el relato de la Anunciación a los pastores, que según Lucas, supieron la buena nueva en la estación en que pasaban la noche al aire libre con sus rebaños.
   ¿Por qué se eligió esa fecha y no otra cualquiera? Porque es la del solsticio de invierno. El Mesías, en efecto, es frecuentemente comparado con el Sol: es el sol de la Nueva Ley. Por ello se hace coincidir su fiesta con el renacimiento anual del as­tro solar.
   Quizá haya que tener en cuenta la influencia de las otras religiones de la antigüedad. La fecha del 25 de diciembre coincide con la fiesta del dios solar Mithra y con las Saturnales romanas que la Iglesia tenía interés en suplantar con una fies­ta cristiana.
   Sea como fuere, la fijación de la Navidad el 25 de diciembre comportó en consecuencia la de otras muchas, establecidas en relación con la Natividad, así como las hay en función de la Pascua: la Anunciación se celebra nueve meses antes (25 de marzo), la Circuncisión ocho días después (1 de enero), la Purificación de la Virgen o Presentación de Jesús en el Templo, cuarenta días más tarde (2 de febrero).
   La fiesta de Navidad
   Esta vacilación acerca de la fecha de la Natividad explica la aparición tardía de la fiesta de Navidad.
   En Roma, no está probada con  anterioridad al siglo IV, y la misa de gallo, que el Liber Pontificalis atribuyó al papa san Telesforo que vivió en el siglo II, en verdad no fue introducida antes del siglo V, después de la fundación de Santa María la Mayor. El Oriente había sido más precoz.
   El emperador Constantino hizo edificar una basílica en el lugar de la gruta (spe­os, spelaion) donde la Virgen habría parido tras no encontrar alojamiento en la venta o caravasar. Esta iglesia, que san Jerónimo llamó «ecclesia speluncae Salvatoris», fue dotada con un pesebre de plata por santa Helena, que se convirtió en un objeto de peregrinación tan célebre como la cruz de gemas del Gólgota.
   De esa primitiva basílica no queda casi nada, porque fue reconstruida en tiempos de Justiniano que la hizo decorar con mosaicos dorados que representan de un lado a los profetas de la Encarnación, y del otro el árbol genealógico de Jesé y el misterio de la Natividad.
   Apenas instituida, la fiesta de Navidad adquirió en Bizancio una importancia preponderante entre las solemnidades del año litúrgico. San Juan Crisóstomo la glorificó como «la más venerable de las fiestas».
   En Roma, a partir del siglo V, no se contentaron con celebrar la misa de gallo, ese día los sacramentarios prescribieron tres misas (trina celebratio): por la noche, al amanecer y durante el día.
   Tres in Natali debent missae celebrari.
   He aquí como santo Tomás de Aquino interpreta y justifica simbólicamente esta triple celebración. El día de Navidad -escribió en la Suma- se celebran varias misas para recordar el triple nacimiento de Cristo. La primera es el nacimiento eterno en el seno del Padre, que para nosotros permanece invisible y oculto: por eso la misa se canta por la noche. El segundo es de orden espiritual: es el nacimiento de Jesús en nosotros, por eso se canta una misa en la aurora. El tercer nacimiento de Cristo es corporal: es el instante en que sale del vientre virginal de su madre, revestido de carne y visible para nosotros. Por ello la tercera misa se canta a plena luz, con este introito: «Puer natus est nobis.»
   La basílica de Santa María la Mayor, que entre sus reliquias más insignes cuenta con el Pesebre del Salvador, expuesto en la capilla subterránea del Pesebre, es el principal santuario de este culto.
   La fiesta de Navidad no es sólo una solemnidad litúrgica, es también una fiesta esencialmente popular. Numerosos cánticos en latín y en lengua vulgar, las representaciones de los autos sacramentales o Misterios, los pesebres o belenes de los cuales san Francisco de Asís ofreció el primer ejemplo en Greccio, prueban esta uni­versal popularidad que a su vez reflejan las obras de arte.
ICONOGRAFÍA

   El estudio iconográfico del tema de la Natividad se divide lógicamente en tres partes:
l. Los Preludios, es decir los episodios anteriores al nacimiento: el Viaje a Belén y el censo, la Expectación del parto.
2. La Natividad propiamente dicha.
3. Los temas complementarios de la Adoración de los Pastores y de los Reyes Magos.
   La natividad
   El Nacimiento de Cristo está relatado en el Evangelio de Lucas (2: 7) con extrema brevedad: "Y (María) dio a luz a su hijo primogénito, y envolvióle en pañales, y lo reclinó en un pesebre, porque en el mesón no había lugar para ellos". 
   La piedad popular pedía más que esa lacónica, seca información sumaria, tan desprovista de poesía como un acta de estado civil. Los Evangelios apócrifos acudieron en su ayuda bordando pintorescos adornos sobre ese cañamazo. A ellos se debe la introducción de las dos comadronas, la crédula y la incrédula. El buey y el asno, humildes compañeros olvidados por san Lucas, aunque el símbolo evangélico de éste sea precisamente un buey, tienen el mismo origen: con sus alientos cálidos que escapan como humo de sus fosas nasales, calientan la atmósfera glacial del establo y confieren a la Natividad el encanto ingenuo de una tierna leyenda franciscana. 
   De acuerdo con la Leyenda Dorada, la Natividad de Jesucristo estuvo acompañada de numerosos prodigios: el milagro de los tres soles, el derrumbe del templo de la Paz, la aparición de una estrella a la sibila y al emperador Augusto, el surgi­miento de una fuente de aceite que fluyó en el Tíber.
Las dos versiones de la natividad
   Los teólogos tenían otras preocupaciones que también se reflejan en la iconografía de la Natividad. Había dos maneras de imaginar el Nacimiento de Cristo. Según unos, la Virgen habría parido con dolor; según los otros, habría tenido el privilegio de dar a luz sin sufrimiento.
   Es la segunda opinión la que acabó imponiéndose, en Oriente como en Occidente.
   En una descripción de la Natividad de Marcos Eugénicos, se dice que «la Virgen, habiendo parido sin sufrimiento, no está en absoluto fatigada ni pálida; no siente necesidad de acostarse, sino que se sienta con solemnidad como una reina y los Reyes Magos prosternados adoran al Niño Rey que sostenía en las manos».
   El concilio de Trento ratificó esa doctrina. De acuerdo con su portavoz, el jesuita flamenco Molanus, deben separarse del pesebre a las comadronas, puesto que la Virgen parió sin dolor. Y en el parto no debe representarse yacente y enferma (de­ cumbens et aegrotans), sino de rodillas, según la visión de Santa Brígida, en adoración ante el Niño.
   De esta dualidad de opiniones derivan dos tipos iconográficos enteramente diferentes.
   1. En la versión siria retomada por los bizantinos, la Natividad es un verdadero parto. La Virgen está acostada sobre un colchón, parece agotada por la fatiga, yace de costado y se vuelve hacia el Niño que una comadrona está bañando.
   2. En el arte occidental de finales de la Edad Media, la Natividad se convierte en una adoración. La Virgen, que según se ve, no ha sufrido, está arrodillada, con las manos unidas ante el Niño desnudo y luminoso, acostado sobre una gavilla de paja o sobre un pliegue de su manto.
   1. El tema bizantino del parto
La escena tiene lugar en una gruta, que sirve como establo y como habitación al mismo tiempo, como era costumbre en Palestina.
La Virgen, el Niño y san José
   La Virgen está acostada en el lecho junto al recién nacido fajado (pannis involutus) que está acostado, ya en un pesebre, ya en una cuna.
   En las miniaturas anglosajonas de la escuela de Winchester (siglos X-XI) que decoran el Benediccional de Aethelwold y el Misal de Robert de Jumieges, se ve una mujer guiada por un ángel que coloca un almohadón bajo la nuca de la Virgen. 
   A veces, a consecuencia de una contaminación con el tipo de la Virgen de la Leche, la Virgen acostada amamanta al Niño, ya fajado, ya desnudo.
   En el arte francés del siglo XII, el pesebre suele reemplazarse con un altar. Se ha explicado esta innovación por la intención de expresar simbólicamente que a partir de su nacimiento Jesús estaba destinado a sacrificarse por la salvación de los hombres. Allí debería verse más bien la influencia del drama litúrgico de Navidad, del cual sabemos que el pesebre estaba situado en mitad del altar mayor, iluminado por una estrella que se deslizaba a lo largo de una cuerda.
   José, que no cuenta para nada en el nacimiento del Niño Dios, sólo tiene el papel de un simple extra. Sentado en un rincón, enfurruñado o adormilado, descansa sobre el arreo del asno desalbardado, que le sirve de asiento.
   No obstante, a veces intenta ser útil. Lleva al Niño en brazos que le alcanza a la Virgen, a menos que sostenga un candil encendido cuya llama protege con la mano, para iluminar la oscuridad de la gruta: es un medio para señalar que es de noche.
   Los pintores alemanes del siglo XV le imponen humildes trabajos un tanto ridículos: se quita las calzas para calentar al recién nacido, o atiza el fuego con un fuelle para que se caliente la papilla. Esos detalles familiares se han tomado de los autos sacramentales.
Las dos parteras y el Castigo del incrédulo
   Según el Evangelio del Seudo Mateo (cap. XIII), fue José quien se encargó de ir a buscar a las dos parteras (obstétricas), o como se decía con mayor frescura en francés arcaico, dos vientreras, para que ayudaran en el parto de María.
   En el Protoevangelio de Santiago (cap. XIX), sólo se trata de una partera. Pero el Seudo Mateo menciona dos, de las que conoce hasta sus nombres.
   En el arte bizantino, especialmente en los frescos rupestres de Capadocia, se la llama Salomé y Maia (Mea); este último nombre, que significa simplemente «la partera» (del cual deriva la expresión maieutica, preferida por Sócrates) se convirtió en un nombre propio. El arte de Occidente distingue Zelomi y Salomé, aunque en realidad se trate del mismo nombre. 
   La primera, Zelomi, después de haber examinado a la parturienta, declara sin vacilar que ésta sigue virgen después del parto: Virgo concepit, virgo peperit; post par­tum virgo permansit. La segunda, Salomé, permanece incrédula, duda de ese parto virginal, sin obra de hombre, contrario a todas las reglas; como santo Tomás, pide tocar para creer. Pero se le secan las manos: para curarse le basta tocar los pañales (fasciae) del Niño Dios que en el pasado se llamaban «las banderas de infancia» de Jesús.
   En los autos sacramentales, la Salomé de los Evangelios apócrifos fue reemplazada por Santa Anastasia, cuyo nombre se deformó en Homnestasia, Omnestasia o Netasia.
   Dicha Anastasia, a quien fue a buscar José, tenía las manos cortadas; sólo le que­ daban muñones, lo cual la volvía inepta para hacer parir a la Virgen. Pero las manos volvieron a crecerle milagrosamente, de manera que pudo asistir a María y recibir en brazos al recién nacido.
   Esta variante procede de una contaminación  con la leyenda de la partera cuyas manos resecas curan al ponerse en contacto con los pañales del Niño Jesús. A esta leyenda piadosa alude la Plegaria de Huon de Burdeos, rimada por Alexandre Arnoux:
   Seigneur Jésus qui régnez dans le ciel.../ Au même temps que la Vierge en gésinel Vous enfantait dans /'étable voisine, / Sainte Onnestase a Bethléem vivait! Qui n 'avait pas de mains ni de poignets .../ Elle vous prit , chétif sur la paille. / A ses moignons vous [Cites recueillil Et tout soudain, par volonté divine / Il lui poussa des mains droites et fines. 
   Señor Jesús  que reinas  en el cielo...
   Al mismo tiempo que la Virgen de parto
   Os daba a luz en el establo vecino,
   Santa Onnestasia que en Belén vivía 
   Y que ni manos ni muñecas tenía... 
   Os cogió, endeble, sobre la paja
   Entre sus muñones fuisteis vos recogido 
   Y de pronto, por voluntad divina
   Le crecieron manos, derechas y finas.
   San Jerónimo niega la presencia de las comadronas y afirma que María, habiendo parido sin dolor, no tuvo necesidad de ayuda alguna y fue partera y parturienta al mismo tiempo: «Maria ipsa et mater et obstetrix fuit».
   Esta protesta de un doctor de la Iglesia habría tenido algún efecto si las comadronas se hubieran introducido en la escena sólo para asistir a María durante el parto y ocuparse del recién nacido. Pero también se trataba de otra cosa. El objetivo teológico de esta leyenda era probar el parto sobrenatural de Cristo, Hijo de Dios, produciendo el testimonio de dos comadronas particularmente expertas en su oficio. La desconfianza y la incredulidad de una de ellas reforzaba su testimonio, de la misma manera que la experiencia táctil de santo Tomás introduciendo la mano en la herida de Cristo se interpretaba como la prueba más convincente de la Resurrección.
   La credulidad popular persistió por ello en confiar en el relato de los Evangelios apócrifos: la historia de la partera incrédula fue popularizada por la Leyenda Dorada, y por los autos sacramentales del teatro de los Misterios.
   En un manuscrito de los Milagros de Nuestra Señora se lee: «Salomé que no creía que Nuestra Señora hubiera parido virginalmente, sin obra de hombre, perdió las manos porque quiso comprobarlo; se arrepintió, puso las manos sobre Nuestro Señor y éstas le fueron devueltas.»
   La leyenda todavía se puso en escena en el Misterio de la Encarnación y Natividad de Nuestro Salvador Jesucristo, que fue representada en Ruán en 1474.
   En estas condiciones resultaría sorprendente que, como lo creyera E. Mâle, ese motivo que en el siglo IX vemos tratado en un fresco descubierto en 1944 en Castel Seprio, Lombardía, y en el siglo XI, sobre las puertas de bronce de Hildesheim, en los XII y XIII sobre los capiteles de Chartres y de Lyon, y las vidrieras de Laons y de Mans, desapareciera bruscamente del arte cristiano.
   «A partir de ese momento -asegura E. Mâle- la leyenda de las comadronas ya no se encuentra en nuestras catedrales, ni tampoco se la ve más en los manuscritos miniados de los siglos XIII y XIV. Parece que la extrema ingenuidad del antiguo relato haya molestado a la Iglesia. En el siglo XIII los artistas olvidaron  el motivo de las comadronas, que se remontaba a los primeros tiempos del arte cristiano.»
   Si esta afirmación es válida para el arte francés, en cambio no se aplica a las demás escuelas, porque Italia, Flandes y Alemania ofrecen, aún en las postrimerias de la Edad Media, numerosos ejemplos de este motivo arcaico. 
     Italia. En su Natividad (Uffizi, Florencia) que data de 1424, Gentile da Fabriano permanece fiel a esta tradición. Otro tanto ocurre con Ottaviano Nelli en su Natividad de Foligno y con Lorenzo da Viterbo en su fresco de la iglesia de S. Maria della Verità, en Viterbo, en donde se ve a José que regresa a la gruta seguido por las dos parteras (1453).
     Países Bajos. Más típica aún es la célebre Natividad del Museo de Dijon, pintada hacia 1430, quizá para la cartuja de Champmol por el maestro llamado de Merodc o de Flémalle: las dos comadronas tocadas con turbante, como debían estarlo en la puesta en escena de los autos sacramentales tienen allí el papel principal y su diálogo está escrito sobre filacterias.
     Zelomi, arrodillada frente al Niño recién nacido, da testimonio de la virginidad milagrosa de la joven madre diciendo: Virgo peperit filium. Salomé, volviéndose hacia su comadre, hace por el contrario un gesto de incredulidad y objeta: Credam quum probavero (Lo creeré cuando tenga la prueba). Enseguida es castigada por su escepticismo, porque su mano derecha queda súbitamente paralizada. Un ángel que desciende del cielo le aconseja que toque al Niño divino: Tange puerum et sanaberis (Toca al Niño y sanarás). Ese pequeño guión prueba que los autos sacramentales habían conservado hasta esta época la popularidad de la leyenda que la Iglesia aún no pensaba  incluir en el Index.
     El mismo tema vuelve a encontrarse en una Natividad atribuida a Jacques Daret (1433), que se encuentra en la Morgan Library de Nueva York. El Breviario del du­que de Borgoña Felipe el Bueno, que se conserva en la Biblioteca de Bruselas, y cuyas miniaturas se atribuyen a Jean Tavernier de Oudenarde o a G. Vrelant de Brujas, nos ofrece otro ejemplo que puede fecharse con la mayor verosimilitud en 1445. José y la partera que éste fuera a buscar están estupefactos al ver a la Virgen de rodillas frente al recién nacido. Su asombro está bien expuesto: José levanta su caperuza roja; la comadrona Zelomi, que se disponía a intervenir y ya se había arremangado, se queda pasmada frente al milagro, con los brazos caídos.
     Por último, es un tema frecuente en los retablos de madera labrada de Flandes y de Brabante, de finales del siglo XV. Como pruebas tenemos un pequeño retablo en el Louvre, otro en el Museo de Gante, y un tercero en la colección Blair de Chicago donde, detrás de la Virgen arrodillada hay dos mujeres, una de las cuales, la partera incrédula, se mira la mano desecada.
     Alemania. Esta tradición se prolonga en Alemania, como lo atestigua el retablo de la iglesia de San Blas de Bopfingen, pintado por Friedrich Herlin en 1472. Un cuadro del Art lnstitute de Chicago, pintado hacia 1512 por Albrecht Altdorfer también muestra detrás de la Virgen adorando al Niño Jesús, a José que trae a una comadrona.
     También se han encontrado ejemplos en la escultura suaba y alsaciana. El Museo de la obra Notre Dame de Estrasburgo posee un altorrelieve de madera de tilo policromada y dorada -hacia 1480- donde la Adoración aparece acompañada por el tema de la partera incrédula.
     Por lo tanto es a partir del siglo XVI y no del XIII, cuando este motivo escabroso desaparece definitivamente del repertorio del arte cristiano. Es una de las víctimas de la depuración iconográfica del concilio de Trento.
El lavado del niño
     La función de las comadronas no se limita a dar testimonio de la realidad de la maternidad virginal de María: ellas también preparan el baño del recién nacido. En el retablo de las clarisas de la catedral de Colonia, excepcionalmente, este trabajo es realizado por la propia Virgen y por San José que vierte agua en una cubeta.
     Una de las comadronas prueba la temperatura del agua con la mano. En el arte alemán suele ser su pie descalzo lo que moja en la bañera.
     ¿Cuál es el origen de este tema que no se menciona en los Evangelios canónicos ni tampoco en los apócrifos, pero que de todas maneras es muy frecuente en el arte bizantino que lo ha transmitido a Occidente?
     Se lo ha querido explicar por un texto, como es natural, y se ha pretendido que lo introdujo en el arte el hagiógrafo griego Simeón Metafrasto (el Traductor), quien vivió en el siglo X.
     Se trata de un error, puesto que puede citarse un ejemplo del siglo IX: una pintura mural carolingia de Italia meridional, en la cripta del monasterio benedictino de San Lorenzo, en el nacimiento del río Volturno.
     Es posible que se trate, simplemente, de una copia directa de los sarcófagos paganos donde el tema  aparece esculpido con  frecuencia en las representaciones del Nacimiento de Baco.
     Es un motivo muy discutible desde el punto de vista de la ortodoxia, porque si Cristo ha nacido de una Virgen, su nacimiento ha sido tan puro como su concepción. No necesitaba ser lavado como los hijos de los seres humanos aquél que vino al mundo para lavar a la humanidad las manchas del pecado original.
     Para responder a esta objeción, los teólogos sostuvieron que el Niño sólo había sido lavado en apariencia, pero que en realidad era él quien había purificado el agua del baño. Se trataría de una prefiguración del Bautismo, y por ello los artistas de la Edad Media dan a veces a la cubeta de la ablución la forma de las pilas bautismales.
     En efecto, en el arte simbólico de la Edad Media, de la misma manera que el pesebre está asimilado al altar, la bañera se transforma en pila bautismal, salvo cuando adquiere la forma de un cáliz eucarístico.
     Los antiguos iconógrafos, poco familiarizados con el arte bizantino, no comprendían nada de esta escena que interpretaban de una manera muy extraña, como San Juan Evangelista hundido en un recipiente con aceite hirviendo.
     A finales de la Edad Media la bañera adquirió la forma de una cubeta de madera.
     La escena desapareció a partir del siglo XV por dos razones. En primer lugar, por una de carácter doctrinario: resultaba irreconciliable con la creencia en la Virgen pariendo sin dolor y de manera sobrenatural, popularizada por el tema de la Adoración que sustituyó al Parto. En segundo lugar, por una razón estética: la escena del Lavado o Baño asociada con la Natividad comportaba un desdoblamiento del Niño, representado dos veces: fajado en el pesebre y desnudo en la cubeta o bañera. Esta yuxtaposición, que resultaba chocante como un  arcaísmo, no podía subsistir en el tiempo en que el arte de Occidente, más evolucionado, buscaba la unidad de la com­posición centrada en la Adoración del Niño Jesús.
2. El tema occidental de la adoración
     El tema de la Adoración del Niño Jesús, a partir del siglo XV sustituyó al motivo bizantino del Alumbramiento.
     En vez de mantenerse acostada debajo del recién nacido fajado, a partir de entonces la Virgen permanece arrodillada «flexis genibus», con las manos unidas frente al Niño desnudo, extendido sobre un montón de heno o sobre u n pliegue de su manto. Quem genuit adoravit.
     La Natividad de Cristo se diferencia de las de la Virgen y San Juan Bautista a la primera mirada, justamente por ese rasgo.
   La genuflexión de la Virgen
     ¿Cómo explicar una transformación tan radical de la iconografía tradicional? De acuerdo con una idea muy antigua, puesto que se encuentran vestigios suyos en la mitología griega, se consideraba que la posición genuflexa facilitaba el parto. Augea, identificada con Ilicia, diosa del parto, tenia como mote «en gonasi" («de rodillas» ), porque había parido a Télefo arrodillándose.
     Sin retroceder tanto en el tiempo, se ha alegado con la doctrina teológica del Parto sin dolor favorecida por el progreso del culto mariano; pero puede advertirse la acción de influencias más claras.
     Según E. Mâle, el libro Meditaciones del Pseudo Buenaventura, un franciscano italiano del siglo XIV que se llamaba Giovanni de Caulibus, habría tenido influenciea preponderante. Pero desgraciadamente, en dicha versión la Virgen habría parido de pie cogida a una columna. «Cuando llegó a la Virgen el momento de parir, se levantó en mitad de la noche y se apoyó contra una columna que había allí (cum venisset hora partus, surgens Virgo appodiavit se ad unam colurnnam quae ibi erat).» Agrega el autor que José, para ayudar, cogió un fardo de heno del pesebre que arrojó a los pies de la Virgen, y que el Hijo de Dios, saliendo del vientre de su madre sin causarle dolor alguno, fue proyectado al instante sobre el heno, a los pies de la Virgen.
     El cambio que comprobamos en la iconografía de la Natividad del siglo XV se explica mucho mejor, como lo ha demostrado el iconógrafo sueco Henrik Cornell, por la popularidad de las Revelaciones de otra mística: Santa Brígida de Suecia.
     Cuenta Santa Brígida que durante su peregrinación a los Santos Lugares, en 1370, se le apareció la Virgen en Belén, y fiel a la promesa que le hiciera en Roma, reconstruyó ante su mirada y con los menores detalles la forma en que pariera a Jesús. La Virgen vestía una túnica transparente (subtili tunica), a  través de la cual Brígida veía claramente su carne virginal. En el momento de parir se descalzó, como Moisés ante la Zarza ardiendo, se levantó el manto blanco, se quitó el velo, dejó caer sus cabellos dorados sobre los hombros, después preparó los pañales y vendas del Niño que dejó a su lado. Cuando todo estuvo bien dispuesto, flexion ó las piernas (genuflexa est) y comenzó a orar. Mientras rezaba de esa mane­ra, con las manos elevadas, el Niño nació súbitamente, envuelto en una luz tan deslumbrante que eclipsaba completamente la del pequeño candil de José. Entonces, inclinando la cabeza y con las manos unidas, la Virgen adoró al Niño con gran respeto, y le dijo: Bene veneris, deus meus, dominus meus et filius meus. Luego lo estrechó contra su pecho, le cortó el cordón umbilical con los dedos y lo vendó con cuidado.
     Esta descripción de matrona mística, tan experta como una comadrona en materia de partos (porque había tenido muchos hijos), concuerda  muy detalladamente con la nueva iconografía. Cornell cita una serie de pinturas inspiradas en la visión de santa Brígida, la más antigua de las cuales es, posiblemente, un fresco de finales del siglo XIV que se encuentra en Santa Maria Novella de Florencia. Una pintura sobre madera del Museo Cívico de Pisa, ejecutada a principios del siglo XV por Turino Vanni y una pequeña tabla de Siena de la Pinacoteca del Vaticano, atribuida a Sano di Pietro, reproducen de la misma manera todos los detalles del relato de santa Brígida. 
     La Virgen, cuyo pelo se le derrama sobre los hombros, adora de rodillas al Niño Jesús; ha puesto junto a ella el manto, los zapatos y los pañales que había preparado. La inscripción que escapa de su boca es la fórmula de bienvenida que conocemos tan bien: Bene veneris, dominus meus. Finalmente, la presencia de la mística sueca, arrodillada en un rincón, con ropas de viuda, con las manos unidas, o bien pasando las cuentas de un rosario, prueba sin lugar a dudas que esas Natividades italianas son el eco de las Revelaciones de santa Brígida.
     El arte alemán adoptó este motivo casi al mismo tiempo que el arte italiano. La Natividad suaba del Rosgarten de Constanza se remonta, aproximadamente, a 1420; la del maestro Francke, que se encuentra en la Galería de Arte de Hamburgo, pintada en 1424, es exactamente contemporánea de la Natividad de Gentile da Fabriano. Puede citarse un ejemplo aún más antiguo en la pintura franco neerlandesa de principios del siglo XV, en la cual el tema de la Adoración del Niño fue ilustrado hacia 1415 mediante una miniatura de Poi de Limbourg. Resulta evidente entonces que la visión de santa Brígida, preparada por todo un movimiento que se remonta a una época muy anterior a la del Pseudo Buenaventura, que es la de san Bernardo, ha renovado el tema de la Natividad no sólo en Italia sino en toda Europa.
     Estimamos que la creencia en la influencia de los textos sobre la iconografía no debe exagerarse, aunque consideremos válida la demostración anterior. La teoría que postula que «tanto en el siglo XV como en el XIII no hay una sola obra de arte que no se explique por un libro», amenaza con hacernos desconocer la acción no menos profunda de la vida de las formas. No se piensa lo bastante en la posibilidad de contaminaciones iconográficas entre temas tangentes o imbricados.
   Mucho antes del siglo XV el arte cristiano había representado al Niño Jesús adorado por los Pastores y los Reyes Magos, que forman parte de la escena de la Natividad. No es imposible que por un deslizamiento muy natural, la Natividad se haya convertido en una triple Adoración: las genuflexiones de los Pastores y de los tres Reyes Magos, sin contar las del buey y el asno, habrían acarreado la de la Virgen María.
El Niño luminoso
     E. Mâle también honra al arte italiano adjudicándole otro motivo muy característico de la nueva iconografía: el Niño luminoso convertido en fuente de claridad que irradia en las tinieblas como una luciérnaga. Dicho autor ve allí una invención de Correggio, y la fuente de dicho motivo sería la famosa Noche (Nochebuena) de la Galería de Dresde, pintada en 1530. «Lo que es de él -escribe literalmente- es el recién nacido radiante, que esparce la claridad en el cuadro como lleva la luz a las almas.»
     Esta reivindicación es doblemente errónea, porque ese motivo del Niño luminoso es muy anterior a Correggio y ni siquiera es de origen italiano.
     El arte bizantino ya conocía el tema del Niño iluminado desde afuera por las irradiaciones de la estrella milagrosa que guía a los Reyes Magos hacia el pesebre y les señala, como el haz de un proyector, al Niño que buscaban. En la miniatura y el mosaico pueden citarse ejemplos que se remontan al siglo XI: Menologio de Basilio, capilla Palatina de Palermo.
     Las Revelaciones de santa Brígida de Suecia hicieron pasar ese tema a Occidente a partir del siglo XIV. En efecto, la mística cuenta que el esplendor divino que emanaba del Niño Jesús anulaba totalmente la luz natural del candil que encendiera José.
     En las Horas de Étienne Chevalier, Jean Fouquet hace que el techo agujerea­do del establo sea atravesado por la luz de la estrella que alumbraba al Niño. A veces se introduce una variante: en la Natividad constelada de estrellas, pintada en 1424 por el Maestro Francke (Gal. de Arte de Hamburgo) es Dios Padre quien des­de lo alto del cielo proyecta un haz de rayos luminosos sobre el Niño Jesús desnudo. A partir de mediados del siglo XV triunfa otra concepción surgida de la primera con toda naturalidad: el foco de luz resulta introvertido: el Niño ya no es más iluminado desde afuera, sino desde adentro, su carne que se ha vuelto fosforescente irradia la luz que deslumbra el rostro extasiado de su madre.
     Fue en la escuela de los Países Bajos, en las obras del pintor eyckiano Petrus Cristus y del iluminador del Breviario del duque de Borgoña Felipe el Bueno; y posteriormente, en el artista primitivo holandés Geertgen tot Sint Jans (ant. col. von Kaufmann, Berlín), donde nació el tema que E. Mâle, erróneamente, atribuye a Correggio. El mérito de haber renovado el tema de la Natividad corresponde al «luminismo» nórdico procedente de los miniaturistas franceses, mucho más que a Correggio y a los pintores influenciados por Caravaggio. El valón J. Provost de Mons y el alsaciano Hans Baldung Grien lo tomaron a principios del siglo XVI. Pero fue la escuela holandesa del siglo XVII la que pudo captar la poesía y expresar el misterio del tema, gracias a la magia del claroscuro de Rembrandt.
Los ángeles adoradores
     Los ángeles aparecen tardíamente en la representación de la Natividad y siguen la huella del ángel Anunciador que alertara a los Pastores y a los Reyes Magos.
     El primer ángel que asiste a la Natividad es, en efecto, el ángel astroforo, cuya estrella guiara a los Reyes Magos hasta el pesebre de Belén. Después de haber mostrado el camino cumple el papel de introductor de los embajadores a quienes presenta al Niño Jesús.
     Poco a poco los ángeles se multiplican. En el siglo XV son ángeles niños que des­cendidos del cielo en enjambres se arrodillan y unen las manos ante el recién nacido, cuando no bailan una ronda aérea.
     Su alegría no sólo se manifiesta mediante gestos de adoración, sino también por un alegre concierto de voces e instrumentos que ofrecen al Niño Jesús. Inclinados sobre el techo de paja de la cabaña como una bandada de gorriones, cantan a toda voz Gloria in excelsis.
     En un bajorrelieve de la capilla Colleoni, en Bérgamo, se los ve tocar el laúd y hasta el órgano.
La mula y el buey arrodillados
     Los animales participan también en la Adoración del Niño luminoso. Igual que la Virgen y los ángeles, el buey y la mula (o el asno) caen de rodillas.
     A decir verdad, la presencia de los animales en el establo rupestre de la Natividad no se menciona en ninguna parte en los Evangelios canónicos.
     Esta tradición, probada a partir del siglo IV, está consignada por primera vez en el siglo VI, en el Evangelio apócrifo del Pseudo Mateo:
     «... salió María  de la gruta y se aposentó en un  establo. Allí reclinó al Niño  en un pesebre, y el buey y el asno le adoraron. Entonces se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre de su señor (Cognovit bos possessorem suum et asinus praesepe  domini sui).»
     De esa manera, como lo admite sin malicia el Pseudo Mateo que no ha intentado ocultar su fuente, la leyenda del buey y de la mula (o asno) se funda en un texto de Isaías (1: 3) apartado de su sentido original.
     Además se lo justifica por un texto de Habacuc interpretado de manera disparatada. Habacuc había escrito: «¡oh Yavé!, tus obras./ Dales existencia en el transcurso de los años, / manifiéstala en medio de los tiempos.» Los traductores le hacen decir: «Tú te manifestarás entre dos animales».
     Para justificar la presencia de los animales en la gruta, se imaginó que José los había llevado a Belén porque el gobernador romano había prescrito el empadronamiento no sólo de los habitantes sino también de la ganaderías. Esperaba con­tar con el asno para que sirviera de montura a la Virgen, y vender el buey para pagar el impuesto.
     En la exégesis simbólica, el buey y el asno son las prefiguraciones de los dos Ladrones entre los cuales fue crucificado Jesús, y también las de los judíos y los gentiles.
     «El buey -dijo Gregorio de Niza- es el judío encadenado por la Ley; el asno, que es una bestia de carga, lleva el pesado fardo de la idolatría. Bos judaicus populus, asi­nus gentilis.»
     Sin preocuparse por sutilezas de esa clase, el arte tradujo literalmente el relato del Pseudo Mateo. La alegoría se convirtió en un episodio real.
     Al reconocer la divinidad del Niño, el buey y el asno flexionan las rodillas y lo calientan con sus respiraciones.
  Agnovit bos et asinus Quod puer erar Dominus.
     Según una tradición popular acadia, a media noche los bueyes se arrodillaron en los establos. No se podía turbar su adoración sin arriesgarse a la muerte. 
   En los iconos rusos, el asno, animal desconocido en la antigua Rusia, está reemplazado por un caballo.
     Tales son los elementos que han enriquecido poco a poco el tema bizantino de la Natividad.
La Natividad reformada por el concilio de Trento
     Esta iconografía se ha elaborado en el transcurso de la Edad Media y no parece que el arte moderno le haya agregado nada esencial. La Contrarreforma procedió antes por eliminación que por creación original. Contra el realismo pictórico y familiar de finales de la Edad Media, reaccionó eliminando a las comadronas o parteras, el baño del Niño y también el buey y el asno a los cuales se reprochaba no sólo su condición de apócrifos, sino, sobre todo, su falta de nobleza.
     En cuanto a las innovaciones que se le atribuyen, el motivo del Niño luminoso, y el coro de ángeles músicos son en realidad, como lo hemos visto, herencia del arte del siglo XV (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
A) La adoración de los pastores
     Deben distinguirse dos escenas consecutivas: la Anunciación del ángel a los pastores, que es el tema primitivo, de la Adoración de los pastores, que aparece en el arte mucho después, a finales del siglo XV.
1. La anunciación a los pastores
     El Evangelio de Lucas (2: 8-15) es la única fuente de la Anunciación a los pastores, o -como se decía en francés arcaico- de la Anunciación a los pastorcillos.
     «Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, Señor, en la ciudad de David.»
     Un villancico de la Champaña francesa transpone de manera ingenua, en un francés relleno de latín, ese pasaje del Evangelio:
     Les pasteurs qui s' eveillentl .../ Remplissent leurs bouteilles!... / Incontinent ils marchent/.../ Et emsemble arriverent /.../
   Los pastores que despiertan
   Gabrielis ore 
   Rellenan sus botellas 
   Bacchio liquore.
   Incontinentes marchan 
   Relicto pecore
   Todos juntos llegaron 
   In Bethleem Judae.
     La vidriera de la Natividad de la iglesia Saint Gervais de París comenta el acontecimiento en el siglo XVI, empleando una lengua vulgar que ya no necesita recurrir al latín:
     La Vierge à la fin des neuf moys / Enfanta Jésus, roy des roys. / Puis les angels par chants nouveaux / L'adnoncerent aux pastour eaux.
   La Virgen al fin de los nueve meses 
   Alumbró a Jesús, el rey de reyes.
   Luego los ángeles con flamantes cantos 
   A aquellos pastorcillos lo anunciaron.
     Los artistas de la Edad Media imaginaron un idilio a partir de ese relato, que se correspondía con el gusto de los calendarios de piedra de las fachadas de las catedrales y de los almanaques iluminados de los Libros de Horas.
     Los pastorcillos, generalmente en número de tres, llevan capas a la peregrina y un cesto. A veces están sobre pequeños zancos sujetos a los pies por una correa. Uno de ellos, que está sentado cerca del rebaño (turris gregis), esquila un carnero. La aparición del ángel, o de los ángeles anunciadores (porque el ángel único del Evangelio de Lucas a veces es reemplazado por un enjambre de ángeles nimbados) los deslumbra: para conseguir esa ilusión los imagineros pocas veces se abstienen de representar a unos de los pastores protegiéndose los ojos con la mano en visera.
     Aunque en el relato de Lucas no haya el menor indicio de pastores músicos, los artistas se complacen en introducir uno o varios pastores que tocan la flauta o la gaita. No hay bucólica sin concierto campestre. El recuerdo de las pastorales antiguas, todavía vivo, basta para explicar esta adición, salvo que se crea -tal como lo propone una ingeniosa hipótesis de G. Millet- que detrás de ello no hay más que un juego de palabras con el texto griego del Evangelio, donde la expresión agrau­lountes (pastores que pernoctaban al raso) pudo ser confundida por elisión de la primera sílaba con aulontes (tocando la flauta).
     Un perro ladra ante la visión del ángel que desciende hacia los pastores.
2. La adoración de los pastores
     Lucas, 2: 15-21. Lucas es el único evangelista que relata la Adoración de los pas­tores; pero se limita a una breve mención: «Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, (Pastores venerunt festinantes et invenerunt Mariam et Joseph et Infantem positum in praesepio)». No se preocu­pa por saber cómo pudieron dejar sus rebaños sin vigilancia; tampoco dice cuántos eran ni si llevaron regalos o no al Niño Jesús.
     Tanto los teólogos como los artistas se esforzaron por completar esas sumarias informaciones.
     1. Se admitió que los pastores eran tres, para hacer pareja con los Reyes Magos. No obstante, muchas veces se representan sólo dos para formar pareja con María y José, el burro y el asno. Representan a los judíos, mientras que los Reyes Magos son el símbolo de los gentiles.
     2. El pueblo no podía creer que los pastores se hubiesen presentado con las manos vacías. Sus humildes ofrendas no pueden competir con las de los Reyes Magos, claro está; pero el regalo de los humildes vale lo mismo que los tesoros de los reyes. Uno le regala el cordero más bello de su rebaño, con cuyo vellón José confeccionará una pelliza para el Niño, el segundo regala su cayado y el tercero su caramillo.
     Los teólogos interpretan estos regalos en sentido simbólico: el  cordero con las patas atadas significa el sacrificio de Jesús, el cayado indica que será pastor de almas, y el caramillo que sus discípulos lo seguirán como a un nuevo Orfeo.
     3. Se supuso que los tres pastores iban acompañados por dos pastoras cuyos nombres, tomados de los autos sacramentales del teatro de los Misterios, eran -en Francia- Alisan y Mahot. También ellas hacen rústicos regalos al niño: un cuenco de leche, aves y huevos.
     Fue sobre todo en el siglo XVII, con Rubens, cuando se difundió la costum­bre de agregar pastorcillas a los pastores. Desarrollado de esa manera, el tema se convierte en una Adoración de los pastores y las pastoras.
Iconografía
     El arte bizantino, salvo raras excepciones, hasta el siglo XV sólo había ilustrado la Anunciación a los pastores, y Occidente no irá más lejos. Es a partir de entonces cuando se ve a los tres pastores arrodillarse frente al Niño para ofrecerle el cordero, el cayado y la zampoña o flauta cuando los artistas crean, a partir del modelo de la Adoración de los Reyes Magos, el tema de la Adoración de los pastores.
Se advertirá que el Niño Jesús es siempre, en tal caso, un recién nacido acostado en el pesebre o en una cuna, mientras que en la Adoración de los Reyes Magos es más grande, de alrededor de dos años de edad, y que está sobre las rodillas de la Virgen.
     La escena está adornada con ingenuos detalles pictóricos. Los pastores aparecen disfrazados de flautistas.
     En agradecimiento, José les sirve un trago de vino. Si la escena es nocturna, ilumina el pesebre con un candil.
     La Adoración de los pastores y la Adoración de los Reyes Magos están agrupadas en la misma composición sólo excepcionalmente. En tal caso, los pastores es­peran humildemente su turno para ofrecer al Niño Jesús sus modestos regalos.
     A partir del siglo XVI el tema se benefició de la creciente popularidad de la pintura de género.
     En Venecia, los Bassa no le dieron un sabor rústico.
     Después del concilio de Trento, en el siglo XVII, se volvió muy frecuente. En recuerdo del arte cristiano primitivo, uno de los pastores está representado como el Buen Pastor. Para dar mayor solemnidad a ese homenaje, ángeles músicos descienden del cielo para ofrecer un concierto de arpas y laúdes.
     En el arte popular es el tema predilecto de los Pesebres napolitanos y de los grupos de santons provenzales.
     La afición a las pastorales, muy difundida en casi todas las épocas, contribuyó a mantener este motivo en el arte cristiano (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Adoración de los Pastores", anónima del círculo de Lambert Lombard, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre la Sala II del Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.