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miércoles, 22 de octubre de 2025

Los principales monumentos (Iglesia de la Inmaculada Concepción, Pósito-Ayuntamiento, Molino del Rey, y Plaza del Fuero) de la localidad de San Sebastián de los Ballesteros, en la provincia de Córdoba

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Córdoba, déjame ExplicArte los principales monumentos (Iglesia de la Inmaculada Concepción, Pósito-Ayuntamiento, Molino del Rey, y Plaza del Fuero) de la localidad de San Sebastián de los Ballesteros, en la provincia de Córdoba.
     Sobre estas tierras se asentaron colonos alemanes cuyos rasgos étnicos y apellidos perviven todavía. Los Jesuitas prepararon estas tierras, sobre las que se asentaron colonos alemanes cuyos rasgos étnicos y apellidos -que el tiempo ha ido castellanizando- perviven todavía. Otra herencia de aquella fundación inspirada por las ideas racionalistas de la Ilustración es el trazado urbano de la villa, de calles rectas y cuadriculadas, en cuyo centro se abre una espaciosa plaza llamada del Fuero.
     Villa situada al suroeste de la provincia, a 9 Km. de la autovía.
     Distancia a Córdoba: 32 Km.
     Altitud: 311 m.
     Extensión: 10,7 Km2
     Habitantes: 836.
     Gentilicio: Sansebastianenses o alemanes.
     Mancomunidad: Campiña Sur
     En 1585 los Jesuitas del colegio cordobés de Santa Catalina adquirieron unas tierras del término de La Rambla conocidas por «Ballesteros y Gregorio», cuya jurisdicción y señorío obtuvieron en 1615, momento en que cambiaron el antiguo topónimo por el de San Sebastián de los Ballesteros. A raíz de la expulsión de los Jesuitas en 1767, revirtieron a la Corona estas tierras, en las que al año siguiente se fundó una de las Nuevas Poblaciones creadas por Carlos III en el desierto de La Parrilla, que se repobló con colonos procedentes en su mayoría de Alemania (Diputación Provincial de Córdoba).
     Situada en los pagos de La Guijarrosa, esta aldea fue incorporada tras la Reconquista al término de La Rambla, hasta que los jesuitas de Santa Catalina de Córdoba la compraron en 1585, incluida en la finca Ballesteros y Gregorio. El 20 de enero de 1615, día de San Sebastián, Felipe III les concedió la jurisdicción de estas tierras. Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, Carlos III la declaró al año siguiente entre las Nuevas Poblaciones de Andalucía, siendo colonizada por alemanes y franceses principalmente (Alberto Villar Movellán, María Teresa Dabrio González, y María Ángeles Raya Raya. Guía artística de Córdoba y su provincia. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
      
Iglesia de la Inmaculada Concepción.-

     Aunque existió una iglesia construida en 1769, la actual parroquia se levantó en 1956 por el arquitecto Carlos Sáenz de Santamaría. Responde al modelo basilical de tres naves, separadas por arcos de medio punto y cubiertas por bóvedas de arista. Preside el altar mayor una Inmaculada de fines del XVIII, con San Sebastián y San José a los lados, de serie. En la cabecera de la nave izquierda, en un retablo de estípites; hay una Inmaculada sevillana, de escayola, de posguerra, pero muy bien policromada, que sigue el modelo de Alonso Martínez. A la izquierda, en el muro hay un cuadro de la Inmaculada, de tipo murillesco, del XIX.
     En la cabecera de la nave derecha se conserva la pila bautismal de la primera iglesia. Destaca un cuadro del siglo XVIII, restaurado en 1992, que representa el Martirio de San Sebastián y perteneció a los jesuitas.
     A los pies de esta nave están las imágenes de Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores, obras de hacia 1800 restauradas en 1992. La imagen de Jesús en la Oración del Huerto, traída en 1998, fue realizada en 1948 por Juan Martínez Cerrillo para la cofradía de esa advocación en Fernán Núñez. El resto de la imaginería es de serie (Alberto Villar Movellán, María Teresa Dabrio González, y María Ángeles Raya Raya. Guía artística de Córdoba y su provincia. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
      La iglesia es moderna del año 1956, época de Fray Albino. De planta rectangular, posee portada adintelada entre pilastras y frontón triangular partido. Como remate se coloca una espadaña a modo de campanario de dos cuerpos y frontón triangular como culminación. La cubierta es a dos aguas y una sola en las laterales. En el interior es de tres naves y posee seis arcos apoyados sobre columnas de orden toscano, sosteniendo una bóveda de arista dividida en tramos por arcos fajones.
     San Sebastián de los Ballesteros surge por orden del rey Calos III, al igual que otros pueblos que estaban bajo la jurisdicción de los jesuitas. Se puede considerar como un pueblo de nueva planta. De esta época era la antigua iglesia, de la que hoy en día no queda nada; tan solo una imagen de la Inmaculada Concepción donada por el propio Carlos III, y una pila bautismal de la misma época (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

Pósito - Ayuntamiento.-
     Es un edificio de planta rectangular, con fachada principal orientada al sur y abierta a un espacio público que es la plaza mayor. Linda, además, con la calle Cuartel al norte y al este, y con un inmueble de propiedad particular. Cabe la posibilidad de que originalmente el pósito fuera un edificio casi exento, estando en la zona posterior la cárcel, que conserva todavía bastantes elementos en pie, así como el molino del rey. 
     Se accede al interior del pósito a través de un pequeño vestíbulo que comunica, tras subir unos cuantos escalones, con la gran nave paralela a la línea de fachada. En origen era un gran espacio diáfano, adonde llegarían las bestias de carga para arrojar el grano a la planta baja a través de las piqueras, hoy perfectamente reconocibles en la bóveda del semisótano. En  la actualidad vemos que la planta principal, un poco por encima de la cota de la calle, debió llegar a los años sesenta del siglo XX en pésimo estado y entonces, cuando se decidió reformar el edificio, se tiró lo poco que quedaba de la cubrición y se puso una estructura de bovedillas, seguramente de ladrillo, a dos vertientes, hoy enlucida y encalada, y se colocaron unas cerchas metálicas para dar solidez a la estructura y poder soportar el tejado, cuya cumbrera es paralela a la línea de fachada. Durante esta intervención de los sesenta se instalaron techos rasos que ocultaban cerchas y bovedillas, y fueron suprimidos durante la última intervención en el año 2002, salvo en aquellas oficinas en las que se estimó que era necesario para preservar la confidencialidad. Obviamente, para crear despachos hubo que levantar tabiques; no obstante no llega a perderse totalmente la idea original del conjunto. 
     En un extremo de la nave existen unas escaleras modernas desde las que se accede desde el interior al semisótano, que se halla justamente debajo de la planta superior y todo a lo largo de ella. También existe en el extremo opuesto una puerta moderna que da al callejón trasero.  Es, por tanto, de planta rectangular, totalmente diáfano y de estructura bien simple, ya que únicamente presenta una gran bóveda de cañón que se sustenta sobre los muros de carga, contando con tres ventanas rasgadas que se alzan por encima del nivel de la calle para tomar luz. En ellas es posible apreciar el grosor de los potentes muros que permitían almacenar mucha carga, posiblemente no sólo en esta planta de semisótano, sino también en la superior, en la que tal vez se almacenaran otro tipo de productos. Los materiales de la parte inferior de los muros no son visibles, puesto que están enlucidos y pintados, pero a partir del arranque de las bóvedas se utilizó ladrillo puesto de canto que hoy aparece visto. De trecho en trecho, en la cúspide de la bóveda y a lo largo de ella se abrieron las piqueras que son de gran tamaño, rectangulares, y perfectamente visibles porque su recercado es de sillares de piedra.
     La fachada del pósito está muy retocada. En altura sólo muestra un piso correspondiente al principal del interior. La portada, completamente renovada, marca el eje de simetría y a cada lado se abrieron ventanas sencillas que plantean serias dudas acerca de su origen, pudiendo tratarse perfectamente de vanos abiertos durante las obras de los años 60. 
     Dos pares de contrafuertes alternan con estas ventanas y si bien están revestidos en época actual, los podemos ver en la parte trasera del pósito en su estado original, mostrando ladrillo. Son contrafuertes prismáticos y lisos, respondiendo a la finalidad práctica del edificio. 
     La portada, que copia la original, es de inspiración barroca y consta de un vano adintelado entre pilastras que van rematadas por placajes pinjantes y soportan un frontón partido que alberga una copia del escudo real de Carlos III. Por encima, sobre el tejado, se halla el cuerpo de ladrillo que acoge el reloj, que remata en frontón y debió ser añadido también en los años 60. 
     El edificio ha sido fechado entre 1768 y 1771, coincidiendo el primero de estos años con la fundación de la villa, que se originó a partir de una hacienda de jesuitas. Y se supone que debió estar concluido en 1771 porque un año antes Pablo Antonio de Olavide comunicó al Consejo de Castilla que todos los edificios que se le habían encargado, atendiendo a un mandato de Carlos III que figuraba en el Fuero de las Nuevas Poblaciones, estaban concluidos. 
     En las proximidades hubo otras fundaciones carolinas, como Fuente Palmera y La Carlota, dentro de la provincia de Córdoba, y su finalidad era la de crear núcleos de población en territorios deshabitados que se habían convertido en nidos de bandidos que asaltaban a los viajeros y transportes de mercancías. De esta forma práctica, Carlos III, el rey reformador, quiso atajar de raíz el problema 
     Como otras fundaciones suyas, el frente de la plaza lo constituían tres edificios representativos -la iglesia, el pósito y el ayuntamiento-, como se observa también en Fuente Palmera, donde es apreciable en toda su amplitud la unión de estos inmuebles. Aquí, por tanto, en esta plaza se encuentra el núcleo de la población, su germen. En realidad, la plaza era perfectamente rectangular, pero la erección de un nuevo templo construido en la posguerra en saliente rompió esta traza regular. También hay que indicar que el arquito que une el ayuntamiento con el actual mercado, que se ha dicho que pudo ser el antiguo ayuntamiento, es de época actual.
     La plaza tenía antiguamente lo que se conocía como el Jechaero o único suelo enladrillado, donde se echaba el trigo para limpiarlo antes de introducirlo en el pósito. Además de la iglesia, el pósito, cuya planta inferior es conocida como la tahona, y el ayuntamiento, formaron parte de este núcleo originario la cárcel, los portales de la carnicería y el molino del Rey.
     En principio, la portada -recordemos que no es la antigua, sino lo que parece una imitación moderna de la existente- sería barroca, atendiendo al tipo con pilastras y frontón partido. 
     En 1967 se llevó a cabo la gran reforma del edificio, según proyecto del arquitecto Rafael la Hoz Arderius, quien respetó en buena medida el estilo de la fachada. Por eso y por el calado de las obras que afectaron fundamentalmente a las cubiertas de la planta principal, se intuye que debió llegar en mal estado. En cuanto a las bovedillas y las cerchas metálicas que hoy quedan a la vista, es común verlas en construcciones del medio agrario en esos años, por su relativo bajo coste y su practicidad (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

Molino del Rey.-

     El Molino del Rey, en San Sebastián de los Ballesteros, se encuentra ubicado en la calle Carnicería, calle en adarve, al fondo de la cual se encuentra el portalón de acceso. Desde dicha puerta se accede a un patio que a la izquierda linda con la Tahona, constituyendo el cerramiento del patio, en algunos puntos; muros antiguos de cerramiento del mismo y, en el resto, cerramientos de las construcciones colindantes.
     El Molino es una edificación formada por dos naves rectangulares paralelas a la fachada, la torre contrapeso en el lateral derecho y la bodega en el izquierdo, donde se encuentran los trojes de almacenaje. En la nave del fondo  se encontraría la prensa de viga, hoy desaparecida, y en la más cercana al acceso se encuentra el molino de sangre  de dos rulos cónicos. 
     Al fondo a la izquierda se sitúan tres pesebres. La cubierta es a la molinera, siendo más alta la que constituye la primera crujía según se entra.
     Las naves se separan por cuatro arcos de distintos tamaños. De izquierda a derecha, el primero queda oculto, integrado en una dependencia a los pies de las naves; el segundo es de medio punto, tabicado en su totalidad, y el tercero, el más amplio, es de medio punto rebajado, debajo del cual se encuentra el molino de rulos al que hemos hecho referencia.
     Datado en los primeros años del siglo XVII, formaba parte de una gran hacienda de olivar cuya construcción se debe a la Compañía de Jesús. Su existencia dio origen a la fundación de la localidad de San Sebastián de los Ballesteros en 1768, poblado de colonización de la época de Carlos III, actuando como elemento conformador de su trama urbana por lo que son indudables sus valores como referente histórico e identitario para esta localidad (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

Plaza del Fuero.-
    La Plaza del Fuero de San Sebastián de los Ballesteros aglutina en ella a la parroquia de la Inmaculada Concepción, y al Ayuntamiento de la Villa.
     A la céntrica Plaza del Fuero se asoma la parroquia de la Inmaculada Concepción, reedificada en 1956, que, como el templo fundacional que le precedió, consta de tres naves.
     Guarda la iglesia algunas imágenes del siglo XVIII, entre ellas una Inmaculada que, según la tradición, fue donada por Carlos III.
     Junto a la parroquia se halla el Ayuntamiento, que, aunque reedificado en 1967, evoca la antigua fachada en sus contrafuertes y portada de piedra (Diputación Provincial de Córdoba).

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Un paseo por la calle Pascual Márquez, en el Recinto Ferial

     Por amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Pascual Márquez, en el Recinto Ferial, de Sevilla, dando un paseo por ella
     Hoy, 22 de octubre, es el aniversario del nacimiento (22 de octubre de 1914) del torero Pascual Márquez, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Pascual Márquez, en el Recinto Ferial, de Sevilla, dando un paseo por ella.
      La calle Pascual Márquez es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de Tablada, del Distrito Los Remedios; y va de la confluencia de la calle Antonio Bienvenida con la glorieta Avión Saeta, a la calle Costillares, formando parte del Recinto Ferial.
      La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
     También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
     Es una calle que tiene un comentario muy sencillo, puesto que al pertenecer al Recinto Ferial, sólo tiene sentido en esa semana de la Feria de Abril, en la que cobra vida, al trasladarse a ella (como también ocurre con el resto del callejero de la Feria de Abril) toda la vida de la ciudad.
     En ella finalizan las calles Pepe Hillo, Pepe Luis Vázquez, Chicuelo, y Bombita.
     En ella se encuentran las Casetas de los Distritos Macarena - Macarena Norte, Triana - Los Remedios, Este - Alcosa - Torreblanca, además de otra pública, como elementos más destacables, además, por supuesto como las innumerables casetas que la conforman. 
     En el reverso del rótulo de la propia calle podemos leer lo siguiente: 
"PASCUAL MÁRQUEZ DÍAZ"
Nació en Villamanrique de la Condesa (Sevilla), el 22 de octubre de 1914.
Alternativa: Real Maestranza de Sevilla, 27 de mayo de 1937, corrida del Corpus.
Su padrino fue Luis Fuentes Bejarano.
Muere el 24 de mayo de 1941, a los seis días de sufrir una grave cogida en Las Ventas
por un toro de Concha y Sierra, en el segundo lance."
Conozcamos mejor la Biografía de Pascual Márquez Díaz, a quien está dedicada esta vía
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     Pascual Márquez Díaz (Villamanrique de la Condesa, Madrid, 22 de octubre de 1914 - Madrid, 30 de mayo de 1941). Matador de Toros
     Matador de toros, nacido en Villamanrique de la Condesa el 22 de octubre de 1914. Su padre era  mayoral de la ganadería de Moreno Santamaría, y en la finca La Marmoleja transcurrió su infancia. El contacto con el ambiente taurino hace despertarse su ambición de torero, y en el campo comienza a ejercitarse. Sus escapadas para torear hace que salga de la finca, donde no quiere sujetarse a trabajo fijo, y entra a prestar sus servicios en la próxima hacienda La Carolina, donde encuentra protección para sus pretensiones en el dueño, suizo de nacionalidad. Éste adquiere un novillo para que Pascual lo lidie en la placita de La Pañoleta, y lo hace con tanto arte que los que presencian sus faenas auguran un porvenir brillante al torero. 
     El 26 de mayo de 1935 hace su presentación en la plaza de la Maestranza, de Sevilla, en corrida con picadores, pese a ser la primera vez que se vestía de luces. Le acompañan Mariano Rodríguez (Pepete de Triana) y Alcalareño en la lidia de seis novillos de don Esteban González. La prueba fue triunfal y enorme el revuelo en los medios taurinos de Sevilla. Las novilladas que torea a continuación en la misma plaza son una serie ininterrumpida de triunfos. La afición sevillana hace su ídolo al torero, y hasta los más prestigiosos aficionados, ganaderos que apenas se interesaban  por las faenas del ruedo, la festejan y se extiende la fama de que ha aparecido un torero excepcional. El 14 de julio de aquel año se presenta en Madrid, lidiando con Solórzano y Morateño novillos de Terrones. No le acompañó la fortuna, y además recibe un puntazo en la cara. No puede decirse que defraudó; pero el público se quedó a la expectativa de una nueva actuación. Ésta tuvo lugar el 12 de septiembre, y su desgracia fue mayor, pues sufrió una cornada grave que le hizo perder 20 novilladas de las 25 que contratara. En otras plazas justifica el entusiasmo de sus paisanos. La guerra interrumpe, aunque no del todo, sus actividades. Sirve en Aviación, donde es apreciadísimo por sus jefes y toma parte en multitud de festivales y beneficios con el desinterés y buena fe que han de ser notas de su carácter. El 27 de mayo de 1937, festividad del Corpus, toma la alternativa en Sevilla, de manos de Luis Fuentes Bejarano. Toreó admirablemente de capa a su toro, que pesó 400 kilos, y le hizo una valentísima faena de muleta, que remató con una gran estocada que tumbó al toro sin puntilla. Le fueron concedidas las dos orejas.
     Acabada la guerra, confirma su alternativa en Madrid el día 26 de septiembre de 1940, pero no las esperanzas que hiciera concebir de novillero. Los toros de la confirmación fueron de Braganza, y el otorgante, Villalta. Su mala suerte vuelve a ensañarse con él, y ese día sufre una cornada grave. Vuelve con nuevos arrestos, y en la feria de Sevilla de 1941 obtiene un gran triunfo por su valor fabuloso en tarde en que las condiciones de los toros no permiten más. Lleno de ilusión, vuelve a torear en Madrid el 18 de mayo. Eran los toros de Concha y Sierra, ganadería predilecta suya; una corrida gorda y cinqueña. Su primer toro era cárdeno y embestía con peligroso estilo, acentuado por el viento que se hacía sentir en la plaza. Al segundo lance, en el que paró mucho, le descubrió el viento y fue cogido, sufriendo una cornada seca, en el pecho, cuya gravedad no se ocultó a ninguno de los espectadores. La herida era tremenda y dejaba al descubierto el corazón. Seis días luchó con la muerte, sin podérsele trasladar a la enfermería de la plaza. Tuve el triste consuelo de acompañarle en aquel trance, y pocos recuerdos más tristes que el de la lucha denodada de su hercúlea naturaleza y la gravedad de la cornada. 
     La bondad esencial de su carácter nunca se manifestó como en aquellos tormentos en que se disponía a la muerte con una sonrisa. Rodeado de los suyos, murió sin dejar, no ya un enemigo, sino alguien que alguna vez no le hubiera mirado con la más afectuosa simpatía. Pienso que los sevillanos se dejaron impresionar demasiado pronto por el toreo de Pascual Márquez, aprendido  en el campo, y sobrio, parado y ceñido por ello. Pese a su conocimiento de los toros, le faltó muchas veces -y, sobre todo, en la de su cornada fatal- la aplicación de él al momento, si ya no era que su valor desbordaba toda consideración. Porque donde se hable de toreros valientes, pide plaza el valor sin tacha, sereno hasta borrar la impresión de temerario, de Pascual Márquez (José María de Cossío. Los Toros. Tratado Técnico e Histórico. Tomo III. Espasa-Calpe. Madrid, 1969).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Pascual Márquez, en el Recinto Ferial, de Sevilla, dando un paseo por ella. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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martes, 21 de octubre de 2025

El edificio 3 "José Moñino, Conde de Floridablanca", y sus jardines, de Luis Gómez Stern, Alfonso Toro Buiza, y Rodrigo, y Felipe Medina Benjumea, en la Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el "José Moñino, Conde de Floridablanca", y sus jardines, de Luis Gómez Stern, Alfonso Toro Buiza, y Rodrigo, y Felipe Medina Benjumea, en la Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla)
     Hoy, 21 de octubre, es el aniversario del nacimiento (21 de octubre de 1728) de José Moñino, Conde de Floridablanca, así que hoy es el mejor día para ExplicArte el edificio 3 "José Moñino, Conde de Floridablanca", y sus jardines, de Luis Gómez Stern, Alfonso Toro Buiza, y Rodrigo, y Felipe Medina Benjumea, en la Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla)
     Edificio perteneciente al núcleo de la antigua Universidad Laboral, hoy Universidad Pablo de Olavide, ejemplo de arquitectura del Movimiento Moderno que constituye una expresión de vanguardia en el contexto andaluz por el grupo de arquitectos OTAISA. El edificio es concebido a partir de una volumetría simple y racionalista, su materialidad original exterior fue la del mampuesto cerámico o ladrillo visto. Sin embargo, en el presente dicha textura se ve cubierta por un revoco pintado, de cromatismo variable según partes del mismo. El lenguaje formal adoptado, por tanto, es de  alta abstracción e identidad con el discurso racionalista propio de los años en que se construyó. 
     El edificio se ordena de acuerdo a un eje longitudinal, del cual dependen las circulaciones principales en sus cuatro niveles (planta baja y tres niveles superiores) y los distintos espacios servidos (despachos, aulas, depósitos). Tres líneas de circulación vinculan verticalmente los distintos pisos del edificio: una exterior -próxima al ingreso- y dos interiores. 
     Sólo una de dichas circulaciones se vincula a un sistema mecánico de ascensor. La respuesta funcional de esta arquitectura tiene una gran correspondencia con la disposición general en planta, estando también en directa relación con los espacios ajardinados exteriores. Al igual que las demás construcciones (edificios 2 al 14) se vincula en forma de peine con el pasillo central o llamado Pasaje de la ilustración, que hace las veces de columna vertebral del conjunto. 
     Los actuales edificios Conde de Floridablanca, José Moñino (edificio 3) y José María Blanco White (edificio 5) de la Universidad Pablo de Olavide conformaban el Colegio Fernando de Herrera de la antigua Universidad Laboral de Sevilla. 
     Este edificio albergaba salas de entretenimiento, en la planta baja, y residencia, en las cuatro restantes, para los estudiantes que cursaban Formación Profesional Industrial del grado de Maestría de Industrial.
      En la actualidad se localizan aulas para la docencia en diversas áreas del conocimiento, mientras que las antiguas habitaciones de los estudiantes han pasado a ser los despachos de los profesores de la actual universidad.
     Los Jardines están situados entre el Edificio 01. Cafetería y el Edificio 03. José Moñino, Conde de Floridablanca. Este patio es de planta rectangular y se configura en dos alturas. Está compuesto por diversas especies de arbustos, plantas, árboles, así como por una especie de palmera.
     Se distingue un rectángulo central, con terreno plano y base de hierba/tierra, que se encuentra delimitado por una hilera de adoquines que sobresalen del nivel del suelo. Desde aquí, el terreno se eleva en una suave pendiente, también con base de hierba/tierra y delimitado por una hilera de adoquines, que sobresalen del nivel del suelo.
     En los extremos oeste y este se localizan dos escaleras de piedra que dan acceso a la parte central del patio. Por todo el perímetro, a excepción del lado sur, se extiende un arriate construido con adoquines, que sirve para separar el jardín del acerado que lo rodea y en el que se localizan algunos setos. 
     Situado junto al edificio 1 y separado del patio por un tramo de acerado se encuentra otro arriate, que se extiende por todo el lateral del mismo.
     En cuanto a las especies presentes, en la cara sur se distinguen ejemplares de Adelfa (Nerium oleander), Tuya oriental (Thuja orientalis), Palmera canaria (Phoenix canariensis), Palmera mexicana (Washingtonia robusta), Pino australiano (Casuarina equisetifolia), Ciprés (Cupressus sempervirens) y Olivo (Olea europaea).
     La Adelfa presenta hojas simples y lanceoladas de color verde, con frutos pardo-rojizos, y flores agrupadas normalmente de color rosa, aunque también las hay blancas, rojas y amarillas; se trata de una planta muy tóxica, cuya ingesta produce la muerte. 
     La Tuya oriental es un árbol de talla pequeña. Sus hojas son de color verde claro, estrechas y escamosas, las flores se encuentran agrupadas y florecen en primavera; los frutos tiene forma de piña, son ovoides y algo carnosos.
     La Palmera canaria tiene un tronco de hasta 1 m de diámetro y puede crecer hasta los 20 metros de altura, sus hojas son de color verde brillante y están arqueadas, las flores pueden ser masculinas o femeninas y están presentes en ejemplares distintos; las flores femeninas producen frutos en forma de bayas de color naranja.
     La Palmera mexicana llega a superar los 30 m de altura, tiene un tronco fino, hojas muy grandes de color verde brillante, flores hermafroditas de color blanco y frutos pardos de menos de 1 cm.
     El Pino australiano tiene una altura de entre 25-30 m de altura y es un árbol perenne. Sus hojas son finas y escamosa, parecidas a las acículas de los pinos; se multiplica por semillas, las cuales son en forma de sámara.
     El Ciprés es una conífera que puede alcanzar los 30 metros de altura, con porte compacto y estrecho. Presenta hojas escamiformes, delgadas, aplanadas, de color verde oscuro y sin glándulas resiníferas. 
     El Olivo es un árbol que no suele superar los 10 metros de altura, sus hojas son verde oscuro en el haz y blanquecinas en el envés, las flores son blancas y se agrupan en racimos, y su fruto son las aceitunas.
     Ejemplares de Fresno de hoja estrecha (Fraxinus angustifolia) son visibles en la fachada oeste, junto con otros de Olivo (Olea europaea), Adelfa (Nerium oleander) y Tuya oriental (Thuja orientalis). El Fresno de hoja estrecha es un árbol caduco, con hojas opuestas, alternas, de borde dentado, y glabras por ambas caras, que puede alcanzar los 20 metros de altura; las flores son apétalas y el fruto es una sámara en forma de lengüeta aplastada.
     En la cara norte hay individuos de Cinamomo (Melia azedarach), Granado (Punica granatum), Palmera Canaria (Phoenix canariensis) y Palmera Mexicana (Washingtonia robusta). El Cinamomo es un árbol que puede crecer hasta los 12 metros de altura, con hojas de color verde claro. Sus flores son de color lila azulado, de unos 2 cm de ancho y se agrupan en racimos. El fruto es una drupa globosa de color amarillo que se mantiene en el árbol todo el invierno y resulta venenoso para personas y animales. El Granado es un pequeño árbol caducifolio que crece hasta los 6 metros de altura; presenta un tronco retorcido, hojas verde brillantes, flores solitarias o en grupo, de color rojo y tamaño grande; su fruto es la granada, una baya esférica de color rojo brillante y uno 6 cm de diámetro, en cuyo interior hay numerosas semillas.
     Las Oficinas Técnicas de Arquitectura e Ingeniería S.A. (OTAISA) recibieron el encargo de construir la Universidad Laboral de Sevilla en 1949.
     Además de las edificaciones destinadas a acoger a los alumnos, los arquitectos encargados de proyecto tuvieron en cuenta la importancia de los jardines en un campus como este, creando diferentes composiciones, que van desde espacios verdes pequeños a jardines de mayor envergadura y trazado geométrico, pasando por grandes arboledas que limitan con las zonas de cultivo cercanas a la universidad.
     Actualmente estos jardines forman parte de la Universidad Pablo de Olavide, que se asienta en los terrenos de la Antigua Universidad Laboral (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Biografía de José Moíno, Conde de Floridablanca, personaje que da nombre a la obra reseñada;
     José Moñino y Redondo, I Conde de Floridablanca. (Murcia, 21 de octubre de 1728 – Sevilla, 30 de diciembre de 1808). Estadista, político y jurista.
     Al ser bautizado, en la parroquia de San Bartolomé de Murcia, el 24 de octubre de 1728, le fueron impuestos los nombres de José Antonio Nolasco.
     Su padre, José Moñino y Gómez, que también había nacido y sido bautizado en Murcia, el 3 de abril de 1702, y que en esa misma ciudad murió el 10 de marzo de 1786, estaba empleado en el obispado de Cartagena, como oficial mayor de visita, hasta que, en 1735, fue nombrado notario mayor y archivero de la Audiencia episcopal. De progenie de ilustre abolengo, que se remontaba al año 1272, cuando fueron repartidas tierras, en Orihuela, a un tal Benito Pérez Moñino, sus rentas familiares no se hallaban parejamente desahogadas. Había contraído matrimonio, también en Murcia, el 4 de febrero de 1728, con Josefa Francisca Redondo y Bermejo, natural de Sigüenza (Guadalajara), donde había nacido el 5 de enero de 1701.
     Fue José el primogénito de cinco hijos, al que seguirían Manuela, Gregoria, Fulgencio y Francisco, todos ellos nacidos en la ciudad de Murcia.
     Su hermano Fulgencio (1740-1778) llegó a ser prebendado racionero de la iglesia catedral de Murcia, en 1770. La hermana mayor, Manuela, nacida en 1732, se casó con Carlos Salinas y Moreno, natural de Hellín.
     Su hijo, Francisco Salinas y Moñino, sería el sobrino predilecto del futuro conde de Floridablanca, apodado por él, cariñosamente, el Soldado, puesto que siguió la carrera militar, y también la diplomática, gracias al eficaz patrocinio de su tío. La segunda de sus hermanas, Gregoria Moñino y Redondo, contrajo matrimonio con Antonio Robles Vives, nacido en Lorca en 1735, tesorero administrador de la Bula de la Santa Cruzada en Murcia, fiscal de la Real Chancillería de Valladolid (1769) y consejero togado de Hacienda (1779). Una especial mención merece el hermano pequeño, Francisco Moñino y Redondo, cuya carrera debería mucho, igualmente, a la protección de su encumbrado hermano mayor.
     A los ocho años de edad, en 1736, José Moñino y Redondo ingresó en el seminario conciliar de San Fulgencio de Murcia. Prosiguió sus estudios en la Universidad de Orihuela, desde 1740, graduándose en Leyes el 30 de mayo de 1744. De regreso en su ciudad natal, pasó a desempeñar, entre 1745 y 1748, la Cátedra de Derecho Civil del seminario de San Fulgencio. Fue su primer catedrático de Instituta, al tiempo que trabajaba, desde el 12 de junio de 1744, como pasante en el bufete de un abogado murciano, Pedro Marín Alfocea. Ese último año, de 1748, con veinte de edad, se trasladó a Madrid, donde fue recibido como abogado de los Reales Consejos el 3 de agosto de 1748, y donde permaneció durante otros dieciocho, ejerciendo la abogacía. También desempeñó algunas comisiones, confiadas por el Consejo Real de Castilla, como, en 1752, la de juez pesquisidor en La Mancha y La Puebla de Don Fadrique, encargado de procesar a los agresores de un alcalde ordinario, y a los que causaban daños en los montes. Se encargó de la defensa letrada de los asuntos del duque de Arcos, en la Corte, desde 1755; y de este mismo año datan dos alegaciones jurídicas, ambas impresas, en pleitos de cierta envergadura, sobre posesión de mayorazgos y disfrute de vínculos por parte de familias originarias de Orihuela: las de Molins y Carrasco, y las de Masqueta y Rosel.
     Su talento y talante como abogado serían sintetizados por Alberto Lista (1775-1848), en un Elogio histórico póstumo, como de una elocuencia más penetrante que viva, más inclinada a la insinuación que a la vehemencia.
     Un carácter que le sería atribuido, como personal y distintivo, a lo largo de toda su carrera política. Fue mereciendo, paulatinamente, el apoyo y la protección de algunas otras poderosas familias nobiliarias, como la del duque de Osuna o la de la marquesa de Perales. En reconocimiento de sus méritos, Carlos III le otorgó honores de alcalde de Casa y Corte el 13 de julio de 1763.
     Más que esta distinción honorífica, contribuyó a su posterior ascenso profesional, y político, su apoyo al Tratado de la Regalía de Amortización, publicado, en 1765, por Pedro Rodríguez Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla. Bajo el seudónimo de Antonio José Dorre, escribió Moñino una Carta apologética sobre el tratado de Amortización del Señor Campomanes, que dirigía a un innominado fray M., con fecha de 28 de agosto de 1765, defendiendo la facultad regia de limitar la adquisición de bienes raíces por parte de las manos muertas eclesiásticas. Tras los graves acontecimientos del motín contra Esquilache, de la primavera de 1766, y el nombramiento del conde de Aranda como presidente del Consejo de Castilla, Lope de Sierra y Cienfuegos, también fiscal del Consejo Real, fue ascendido a consejero el 9 de agosto de 1766. Quedaba, de esta forma, expedito el camino para que el anónimo —pero, bien conocido— apologista del Tratado campomanesiano accediese a la segunda fiscalía, que estaba vacante. Y así es como José Moñino fue nombrado fiscal de lo criminal del Consejo Real de Castilla, en virtud de título despachado por Real Provisión, expedida en San Ildefonso, de 31 de agosto de 1766. Al ser creada una tercera plaza de fiscal, por Real Decreto de 9 de junio de 1769, dada la acumulación de negocios y procesos pendientes, Campomanes, como fiscal más antiguo, se reservó el distrito territorial de Castilla la Vieja, lo que suponía entender de todos los negocios (criminales, contenciosos y gubernativos), pero sólo de los procedentes de la Chancillería de Valladolid, y de las Audiencias de Galicia y Asturias. Por su parte, a Moñino le correspondió el distrito de Castilla la Nueva, que abarcaba la Chancillería de Granada, y las Audiencias de Sevilla y Canarias.
     Una circunscripción, la castellana y manchega, que Moñino conocía muy bien, dado que, además de las mencionadas comisiones de sus tiempos de joven abogado, tras los motines provinciales de la primavera de 1766, había sido enviado por el Consejo de Castilla, el 9 de mayo de 1766, como corregidor interino y juez comisario a Cuenca, con el cometido de inquirir sobre los autores de la revuelta, restablecer la paz, y arreglar el gobierno municipal. Tomó posesión de su cargo el 15 de mayo de 1766, y, el 29 de mayo, ordenó la detención de los principales implicados en los tumultos.
     A continuación, de acuerdo con sus instrucciones, inició las operaciones de división de la ciudad en distritos (cuarteles y barrios), a cargo de regidores y diputados del común, la puesta en marcha de un hospicio, y el restablecimiento del orden público.
     Toda esta labor de reorganización municipal se vio interrumpida con su designación como fiscal de lo criminal del Consejo de Castilla, el 31 de agosto de 1766. En los seis años siguientes, a la sombra de Campomanes, cimentaría Moñino una sólida fama de regalista, prudente, ponderado en las formas, pero firme en el fondo.
     Como tal le calificaría José Nicolás de Azara, agente de Preces en Roma, en carta dirigida al primer secretario de Estado y del Despacho, Jerónimo Grimaldi, el 29 de noviembre de 1772: recogiendo, en ella, una expresión italiana, decía que poseía testa fredda e cuore caldo.
     Buena prueba de lo cual son varias de sus respuestas o alegaciones fiscales. En la primera de ellas, evacuada, con ocasión del llamado Expediente del Obispo de Cuenca, el 12 de abril de 1767, le recordaría Moñino a este prelado, Isidro Carvajal y Lancáster, una serie de regalías que no podían ser desconocidas por la Iglesia: que a la Corona le asistía el derecho de exigir tributo de los bienes adquiridos por las manos muertas; que el número excesivo de clérigos reclamaba una reducción de los beneficios eclesiásticos, y una mayor disciplina interna; o que era la jurisdicción real la atropellada por la jurisdicción eclesiástica, y no a la inversa. Mayor eco tuvo su participación en la redacción de la segunda versión (de 1769) del llamado Juicio Imparcial sobre el Monitorio de Parma, atribuido a Campomanes. Dispuesta, por Real Provisión de 16 de marzo de 1768, la recogida del breve pontificio con el que Clemente XIII había fulminado censuras, el 30 de enero, contra ciertas disposiciones regalistas del Duque de Parma, Grimaldi solicitó de Campomanes, el 23 de febrero, la elaboración de una réplica fundamentada. Así nació la primera versión del Juicio Imparcial, impresa en agosto de 1768.
     Calificada de excesivamente regalista por los prelados que integraban el Consejo extraordinario o Sala especial del Consejo de Castilla encargada del conocimiento y resolución de los expedientes relacionados con la expulsión de la Compañía de Jesús de España y las Indias, acaecida desde la promulgación de la Pragmática Sanción de 2 de abril de 1767, Carlos III resolvió, el 19 de noviembre de 1768, su censura y corrección oficial. Tal labor de revisión fue llevada a cabo por dichos prelados, junto con Moñino, hasta el mes de julio de 1769.
     Sólo entonces fue posible la impresión de esta segunda edición, y la recogida y eliminación de los ejemplares de la primera. Algunas ideas radicales, sostenidas por Campomanes en materia de historia eclesiástica, fueron suprimidas. Mantuvo Moñino, empero, la estructura campomanesiana del Juicio Imparcial, y sus ideas esenciales, sólo que expresadas más sutilmente: la sumisión de los eclesiásticos al poder civil en asuntos temporales, la carencia de jurisdicción temporal por parte de la Iglesia, el origen regio de las inmunidades eclesiásticas, etc.
     Unos argumentos regalistas que fueron apareciendo en otros dictámenes fiscales suyos, sobre cuestiones más o menos conexas: acerca de la libre disposición regia sobre los bienes ocupados a los jesuitas (1768) y la reivindicación del dominio, señorío y vasallaje del Estado de Montaragut (1768); o sobre los recursos de nuevos diezmos en Cataluña (1770) y las primicias de Aragón (1770). Sin olvidar los que eran de materia no necesariamente eclesiástica: sobre los presidios de África (1769), el acopio de trigo para el abasto de Madrid (1769), en el Expediente de la Provincia de Extremadura contra la Mesta (1770), o sobre el método de estudios de la Universidad de Granada (1772).
     Para cubrir la vacante ocasionada por el fallecimiento de Tomás de Azpuru, arzobispo de Valencia, José Moñino fue nombrado, por Carlos III, el 24 de marzo de 1772, ministro plenipotenciario interino ante la Santa Sede. En tal destino se requería a un buen y firme regalista, pero, además, el Monarca quería a alguien que estuviese persuadido de la conveniencia de la extinción de la Compañía de Jesús. Y, de eso, había dado probadas muestras en el dictamen fiscal que, acerca de su necesaria extinción, en cooperación con las Cortes de Versalles y Lisboa, había elaborado, conjuntamente con Campomanes, el 26 de noviembre de 1767. Ambos fiscales habían acusado a los jesuitas de obstinados defensores de doctrinas contrarias al poder temporal y real, y de desobedientes a la autoridad civil, dada su dependencia absoluta del Sumo Pontífice. Para acabar con la Compañía de Jesús era aconsejable, no la celebración de concilios generales o nacionales, sino la directa decisión de su extinción, adoptada por el Romano Pontífice, al igual que había hecho Clemente V para suprimir la Orden del Temple, en 1312. Con tal convencimiento, y cometido principal, partió Moñino de Madrid el 16 de mayo de 1772. Pocos días antes, mediante un Real Decreto de 5 de mayo, y posterior Real Provisión, expedida en Aranjuez, de 9 de mayo de 1772, le había sido concedida una plaza de consejero de Castilla; que se unía a la previa merced regia, el 22 de abril, de una cruz pensionada de la Orden de Carlos III. Llegó a Roma y tomó posesión de su cargo, el 4 de julio, y fue recibido en su primera audiencia, por el papa Clemente XIV, el domingo, 16 de julio de 1772. Con persuasiva firmeza, en sucesivas audiencias, Moñino fue minando la capacidad de resistencia del Papa, reiterando una y otra vez las acusaciones formuladas contra los jesuitas, acompañadas del plan de su extinción. Hasta conseguir ésta, ganándose la voluntad, mediante recompensas económicas, prebendas y provisiones beneficiales, del confesor y secretario del Papa, el franciscano Buontempi, y de monseñor Zelada, redactor de la minuta del breve y futuro cardenal, en la audiencia de 29 de noviembre de 1772. La expedición del breve de supresión fue acordada por Moñino con el cardenal Andrea Negroni, e impresa, en secreto, en el palacio de España, sede de la legación. Suscribió Clemente XIV dicho breve, Dominus ac Redemptor noster, de extinción de la Compañía de Jesús, el 21 de julio de 1773. En él, sin condenar su doctrina, ni sus costumbres, ni su disciplina, era suprimida como cuerpo religioso. Al morir Clemente XIV, el 22 de septiembre de 1774, tuvo Moñino que intervenir activamente en la elección del nuevo Papa, para asegurar que fuese afecto a las Cortes borbónicas, y enemigo de la Compañía de Jesús. Durante los cuatro meses de cónclave, que culminarían el 15 de febrero de 1775 con la proclamación, como Sumo Pontífice, del cardenal Angelo Braschi, Pío VI, impuso Moñino, no sólo su estrategia negociadora, dirigiendo los pasos y las voluntades de los cardenales pro-españoles, franceses, napolitanos, portugueses y austríacos (Solís, Bernis, Luynes, Orsini, Conti, Migazzi), sino también los criterios jurídico-canónicos que justificaban los intereses políticos y diplomáticos de dichos Monarcas europeos.
     Así, examinando cánones antiguos y las bulas primitivas, logró convencer al Sacro Colegio cardenalicio de que la elección de Papa correspondía al clero, pero, debiendo concurrir también el consentimiento del pueblo.
     Siendo los reyes, de España, Francia, Nápoles, etc., cabezas y representantes del pueblo cristiano, había de preceder su consentimiento, bajo la amenaza de nulidad, en caso contrario, y de un cisma en la Iglesia.
     En reconocimiento de sus servicios a la corona, y particularmente de los prestados en Roma, Carlos III otorgó a José Moñino y Redondo, el 7 de noviembre de 1773, la gracia de un título de Castilla, para sí y sus descendientes, el de conde de Floridablanca. Un título que el agraciado quiso que derivase de una de sus heredades murcianas, la de Floridablanca, en Alquerías, de unas ciento sesenta tahúllas de extensión, arrendada y dedicada al cultivo de la morera. Una posterior Real Cédula, de 10 de noviembre de 1773, le concedió la exención perpetua, para él y sus sucesores, en el pago de los derechos de lanzas y media anata. Además de la gracia regia, otras mercedes reales le fueron añadidas, y nada menos que la de ministro de la Real Cámara de Castilla, por Real Decreto de 10 de septiembre de 1773 (y Real Provisión, expedida en San Lorenzo de El Escorial, de 17 de octubre). Permaneció, sin embargo, desempeñando sus funciones en Roma, hasta que, al presentar Grimaldi su dimisión como secretario del Despacho de Estado, el 7 de noviembre de 1776, fue llamado Floridablanca para sucederle, el 12 de noviembre de ese mismo año. A través de José Antonio de Armona y Murga, corregidor de Madrid, autor de unas memorias o Noticias privadas de casa, útiles para mis hijos, escritas entre 1787 y 1789 (e inéditas hasta 1989), se sabe que Grimaldi siempre tuvo a Floridablanca por hechura suya, a quien había enviado a Roma sin conocerle, sólo por haber leído sus escritos, impresos de oficio, y que, después, se propuso traerle a la inmediación del Rey. Esta inmediación se concretó, en efecto, en la titularidad de la primera Secretaría de Estado y del Despacho, por Real Provisión de 19 de febrero de 1777. Se produjo, de esta forma, una curiosa permuta de cargos, puesto que Grimaldi, a su vez, pasó a Roma, como embajador extraordinario del Rey Católico, de donde Floridablanca partió, definitivamente, el 26 de diciembre de 1776. Pronto se ganaría la confianza y el afecto de Carlos III, dada su energía y capacidad para el despacho de los negocios. Anejos a su nuevo cargo, le fueron conferidos los de superintendente general de Correos (20 de febrero de 1777), superintendente general de Caminos (8 de octubre de 1777), superintendente general de Bienes Mostrencos y Vacantes (27 de noviembre de 1785), superintendente general de Pósitos (20 de mayo de 1790); amén de los honores y tratamiento de consejero de Estado, libre de media anata (25 de enero de 1777), que se convirtió en plaza efectiva de consejero de Estado desde el 28 de octubre de 1777. Entre otras distinciones, le fueron otorgadas la Gran Cruz de la Orden de Carlos III (28 de marzo de 1783), y la de caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro (28 de febrero de 1791). Al morir Manuel de Roda y Arrieta, secretario de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia, el 30 de agosto de 1782, pasó a desempeñar Floridablanca, desde el día siguiente, 31 de agosto, dicha Secretaría con carácter interino, hasta que fue sustituido en ella, el 25 de abril de 1790, por Antonio Porlier y Sopranis, futuro I marqués de Bajamar.
     La dimisión de Grimaldi supuso la desaparición de los extranjeros (Wall, Esquilache) de los ministerios o secretarías durante el reinado de Carlos III, que pasaron a estar ocupados íntegramente por españoles. Como secretario del Despacho de Estado, Floridablanca se encargó, principalmente, de la dirección de la política exterior española durante quince años, entre 1777 y 1792. Desde un principio, hubo de aplicarse al despacho de graves asuntos, pues, ya para entonces, los colonos ingleses de Norteamérica habían proclamado su Declaración de Independencia en el Congreso de Filadelfia, el 4 de julio de 1776. Antes, tuvo que resolver el largo conflicto mantenido con Portugal, con motivo de la enconada disputa fronteriza en el Río de la Plata, alcanzando un beneficioso tratado de límites, el de El Pardo, de 24 de marzo de 1778. En virtud del cual España quedó como dueña absoluta del Río de la Plata y de la colonia de Sacramento, y adquirió las islas africanas de Fernando Poo y Annobón. Más difícil habría de resultar la cuestión de la independencia de las trece colonias inglesas de Norteamérica. La renovación con Francia del Tercer Pacto de Familia, de 1761, mediante la Convención de Aranjuez, de 12 de abril de 1779, situó a España al borde de la guerra con Inglaterra.
     Lo que trató de evitar Floridablanca por todos los medios, al temer el perturbador ejemplo que dicha independencia supondría para las posesiones españolas en América. Sin querer perder, tampoco, la oportunidad de frenar la expansión inglesa en el Nuevo Mundo, tras ayudar económicamente a los insurrectos, adoptó una actitud prudente y distante, que le granjeó duras críticas por parte del conde de Aranda, embajador en París, y de su facción de partidarios en la Corte, denominada “partido aragonés”, proclive a una política más beligerante. No pudo mantener Floridablanca su posición de neutralidad, ni el papel que deseaba de árbitro internacional, y, a instancias de Francia con el apoyo de Carlos III, hubo de suscribir dicha Convención de Aranjuez, que llevó a la declaración de guerra contra Inglaterra, y que concluiría, sin embargo, con la ventajosa Paz de Versalles, de 2 de septiembre de 1783, firmada por Aranda, por la que España recuperó la isla de Menorca y ambas Floridas, oriental y occidental. El éxito final dejó al descubierto, no obstante, las profundas diferencias que separaban a Floridablanca y Aranda, no sólo en materia de política exterior, sino también de gobierno interior, y aun de constitución política de la Monarquía (concretadas en un Plan de Gobierno, que Aranda remitió al príncipe heredero Carlos el 22 de abril de 1781), y que, con el transcurso del tiempo, habrían de derribar del poder a Moñino.
     A pesar de todo, durante los últimos años del reinado de Carlos III, Floridablanca fue consolidando su predominio político. El Monarca confió plenamente la dirección de la política exterior en él, convirtiéndose, de facto, en una especie de primer ministro: en un influyente primus inter pares, supervisor y coordinador de la labor de sus restantes colegas, los secretarios de Estado y del Despacho de Guerra, Hacienda, Marina e Indias. Una preponderancia ministerial y política que desembocaría, en 1787, en la constitución de la Junta Suprema de Estado. Mientras tanto, amparó e impulsó numerosas reformas generales de política interior: la mejora en el servicio de correos y postas, con particular atención a la puesta en vigor de la Real Ordenanza del correo marítimo, de 26 de enero de 1777; la apertura de diversos puertos peninsulares al comercio libre con las posesiones de América (que culminaría con el Reglamento y Aranceles Reales de 12 de octubre de 1778), y la creación de compañías privilegiadas de comercio, como la Real Compañía de Filipinas (en virtud de una Real Cédula de 10 de marzo de 1785); el desarrollo de las Sociedades Económicas de Amigos del País, que mantenían, por suscripción, montepíos para proporcionar trabajo a los pobres (de hilazas, tejidos, estampados), e impulsaban la libertad en la fabricación de tejidos, al margen de las restricciones contenidas en las ordenanzas gremiales; la regeneración social de los vagos, ociosos y malentretenidos, así como también su persecución y castigo, constituyendo una Superintendencia General de Policía, directamente dependiente de la primera Secretaría de Estado, en Madrid, por Real Cédula de 30 de marzo de 1782; la fundación del Banco Nacional de San Carlos (por Real Cédula de 2 de junio de 1782), encargado del descuento de los vales reales; la declaración de honradez de diversos oficios mecánicos (de curtidor, herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros análogos), por Real Cédula de 18 de marzo de 1783; la construcción de canales de riego y navegación (el Imperial de Aragón, de Tortosa, de Lorca, de Manzanares y Guadarrama), y de puertos terrestres (de la Cadena, entre Astorga y Galicia, entre Málaga y Antequera, del Rey en Sierra Morena), puentes (de Tolosa, de Zaragoza, de Talavera sobre el río Alberche, de Alcolea sobre el Guadalquivir) y caminos (de Extremadura a Portugal, de Andalucía, de Castilla a Francia, de Barcelona por Valencia); la aplicación de medidas de reforma fiscal, como el establecimiento de la contribución de frutos civiles, por Real Decreto de 29 de junio de 1785; el fomento de la agricultura, facultando a los dueños, por ejemplo, a cercar sus heredades, según una Real Cédula de 15 de junio de 1788; la organización provincial, recogida en la España dividida en Provincias e Intendencias (1789), de acuerdo con los informes remitidos por los intendentes del reino; la limitación o prohibición, según los casos, en la fundación de mayorazgos, de acuerdo con su respectiva cuantía, titularidad y modo de transmisión (por Real Cédula de 14 de mayo de 1789); la regeneración educativa y cultural, también institucionalizada (como fue el proyecto de una Academia de Ciencias y Buenas Letras, en 1791, unido a otros organismos científicos anejos, como el Observatorio Astronómico, el Real Gabinete de Máquinas, el Gabinete de Historia Natural y el Jardín Botánico), etc.
     El período culminante de ejercicio del poder político, por parte de Floridablanca, se extendió, en efecto, entre 1787 y 1792, a partir de la creación de la Suprema Junta ordinaria y perpetua de Estado, prevenida en un Real Decreto de 8 de julio de 1787. Carente la Administración central de la Monarquía de un despacho periódico y colectivo, de sus diferentes ministros o secretarios del Despacho, que institucionalizase una política global coordinada, Floridablanca puso en marcha, y consiguió implantar, una asamblea o junta a la que pudiesen asistir, con regularidad, todos los ministros, a fin de adoptar colegiadamente los acuerdos oportunos.
     Erigida con carácter de ordinaria y perpetua, la Junta Suprema se reunía una vez por semana, en la sede de la primera Secretaría del Despacho, a fin de entender de todos los asuntos de interés general, actuando como secretario el del Consejo de Estado. Sin presidente previsto, en la práctica, su función fue desempeñada por el secretario del Despacho de Estado, que, como ministro encargado de los asuntos exteriores, disfrutaba desde principios del siglo XVIII de un rango principal.
     Es decir, de hecho, su presidente fue Floridablanca, lo que permitió a sus enemigos acusarle de querer monopolizar el poder. En cualquier caso, la Junta Suprema de Estado atendió a tres finalidades principales: tratar de aquellos negocios de los que pudiera resultar regla general, resolver los conflictos de competencias que se suscitasen entre las distintas Secretarías del Despacho, Consejos y demás tribunales superiores, y decidir en las propuestas de empleos que afectasen a diferentes departamentos (de virrey, gobernador, capitán general, intendente de provincia o de ejército). Por lo demás, el mencionado Real Decreto de 8 de julio de 1787 fue acompañado, con esa misma fecha, de una Instrucción reservada. Redactados sus trescientos noventa y cinco capítulos o apartados por Floridablanca, y revisada minuciosamente —e incluso enmendada de su puño y letra— por Carlos III, a lo largo de tres meses, con la asistencia del príncipe Carlos, y finalmente aprobada por el Soberano, constituyen un completo programa de gobierno, interior y exterior, de la Monarquía española de la segunda mitad del siglo xviii. También, al mismo tiempo, la síntesis del programa político de su autor, el conde de Floridablanca. Por lo que se refiere a la política exterior, sus objetivos fueron: el mantenimiento de estrechas relaciones diplomáticas, mediante alianzas por separado, con Francia y Nápoles; amistosas con Portugal, Rusia, Prusia, Turín, Venecia, Génova, la Toscana, los Cantones suizos, Dinamarca, Suecia, la Puerta Otomana (el Imperio Turco), Marruecos y algunas regencias berberiscas (Trípoli, Túnez); menos amistosas con Austria; y de abierta desconfianza, cuando no plena hostilidad, en actitud de vigilancia permanente, con Inglaterra. Los intereses ingleses, comerciales y estratégicos, en América, el Atlántico y el Mediterráneo occidental menoscababan, cuando no arruinaban directamente, los españoles en dichas áreas geográficas.
     Sin embargo, anclado en la tradicional doctrina del equilibrio europeo, vigente desde la Paz de Westfalia de 1648, Floridablanca tampoco quería la derrota total del poder inglés, que dejaría libre a Francia para imponer su voluntad sobre España.
     Las reticencias de Floridablanca por independizar a la diplomacia española de la francesa sufrieron un giro radical tras la Revolución Francesa, desde 1789. Aunque creyó, en un principio, que el movimiento revolucionario habría de ser temporal, y que se truncaría, finalmente, el incidente de Nutka, en 1790, que enfrentó nuevamente a España con Inglaterra, marcó el definitivo punto de inflexión: la Francia revolucionaria no acudió a la petición de auxilio de España, que quedó aislada internacionalmente. Los Pactos de Familia habían quedado rotos. Por otra parte, la propagación de las ideas revolucionarias en España coincidió, en sus inicios, con la gran crisis económica de 1789, provocada por la mala cosecha de cereales de 1788. El alto precio del pan originó tumultos en algunos pueblos y ciudades, ocasionando graves problemas de abastecimiento en el verano de 1789. En vista de la situación, Floridablanca adoptó medidas de precaución, con objeto de aislar a España del temido “contagio” revolucionario.
     De ahí que, con posterioridad, se haya hablado del “pánico” de Floridablanca, y de su política de “cordón sanitario”. Una política de control de los impresos, folletos y periódicos revolucionarios franceses para la que contó con la estrecha colaboración del Santo Oficio, desde un primer edicto inquisitorial de 13 de diciembre de 1789, que prohibía la introducción de cualquier papel sedicioso.
     La transformación diplomática y política del mapa europeo que la Revolución Francesa ocasionó estuvo acompañada, y precedida, en el caso de Floridablanca, de una clara pérdida de su prestigio y poder. El conde de Aranda, que se hallaba en Madrid desde octubre de 1787, de regreso de su embajada en París, dentro del complicado mundo de las intrigas y facciones cortesanas, había iniciado una ofensiva de descrédito contra la persona y la política de su máximo rival, lo que originó sucesivos panfletos y sátiras: una Conversación que tuvieron los Condes de Floridablanca y de Campomanes el 20 de junio de 1788; una fábula publicada en el Diario de Madrid el 4 de agosto de 1788, titulada El raposo, en la que ese raposo, envanecido por su privanza, no era otro que el ministro de Estado; o la Carta de un vecino de Fuencarral a un abogado de Madrid sobre el libre comercio de los huevos, aparecida en octubre de 1788.
     Estos ataques, muy explícitos para su destinatario, explican su Memorial de renuncia al ministerio, que presentó a Carlos III en El Escorial, el 10 de octubre de 1788, en el que incluía un balance de su gestión. No aceptó el Monarca la petición de relevo, pero fallecería a las pocas semanas, el 14 de diciembre de 1788. Por expresa recomendación de su padre, Carlos IV mantuvo a Floridablanca al frente de las dos Secretarías de Estado y del Despacho. Su situación se tornó, pese a todo, precaria. Al descrédito popular, y la oposición de Aranda y de sus partidarios, se unieron nuevos factores sobrevenidos: la reina María Luisa de Parma, que se constituyó en la verdadera árbitro del poder, que hizo recaer en Manuel Godoy; y el triunfo, ya anticipado, de los acontecimientos revolucionarios en Francia, en cuya procelosa complejidad naufragaría la política de firmeza de Floridablanca, al empeñarse en la defensa de los intereses de Luis XVI, pero, sin decidirse a una alianza con Inglaterra. La campaña de calumnias prosiguió, si cabe, con más fuerza, hasta el extremo de que, el 6 de noviembre de 1789, al día siguiente de la clausura de las Cortes, en las que tuvo una decidida participación a través de quien las presidía, en nombre del Soberano, el conde de Campomanes, redactando la proposición regia de derogación de la llamada ley sálica o principio de agnación impuesto por Felipe V en el conocido como Auto Acordado de 10 de mayo de 1713, en las Cortes de 1712-1713, además de presentar, para su aprobación, cuatro reales decretos y cédulas de restricción de los vínculos y mayorazgos, Floridablanca volvió a presentar, también en El Escorial, su dimisión, esta vez a Carlos IV. Tampoco ahora le fue concedido el retiro, y, con la autoridad quebrantada, continuó al frente de los destinos políticos de la Monarquía. El trance más peligroso, físicamente, estaba por llegar. En el palacio de Aranjuez, el 18 de junio de 1790, fue herido por Juan Pablo Peret, un cirujano francés que llevaba en España desde 1765, y que le agredió con una lezna. Aunque Peret se negó a confesar el móvil de su acción, planeó la sospecha de que era un agente de los jacobinos.
     La estrategia inflexible de Floridablanca, que culminaría con la negativa a admitir que Luis XVI había aceptado, libre y voluntariamente, la Constitución de 1791, hizo temer a los reyes, Carlos IV y María Luisa, por la vida del monarca francés, al esperar los revolucionarios una intervención armada de España, para restaurar el viejo orden absolutista. La destitución del sexagenario ministro murciano resultaba inminente. Su relevo no constituyó una simple exoneración ministerial, sino que adoptó la forma de una más compleja reforma institucional, consistente en la supresión de su gran obra de gestión administrativa, la Junta Suprema de Estado, y el restablecimiento efectivo del Consejo de Estado, en virtud de un Real Decreto, expedido en Aranjuez, de 28 de febrero de 1792. Por otro Real Decreto, de ese mismo día, 28 de febrero de 1792, el conde de Aranda fue nombrado decano del Consejo de Estado, y secretario interino del Despacho de Estado, en sustitución de Floridablanca.
     Desterrado fulminantemente de la Corte, Floridablanca fue obligado a abandonar el Real Sitio de Aranjuez en la madrugada del mismo 28 de febrero, trasladándose a Hellín, donde permaneció tres meses en casa de su hermano Francisco. Iniciada una enconada persecución política contra él, en junio de 1792, Floridablanca se trasladó a Murcia, donde fue acogido con solemnidad y afecto por el Ayuntamiento de su ciudad natal, pero, al retornar a Hellín, en la madrugada del 11 de julio de 1792, fue detenido por Domingo Codina, alcalde de Casa y Corte, y, cumpliendo órdenes del gobernador del Consejo de Castilla, Juan Acedo Rico, conde de la Cañada, conducido prisionero a la ciudadela de Pamplona, donde tendría ocasión de extender una prolija Defensa legal.
     Por cierto que, en el camino de destierro, de Aranjuez a Hellín, y en esta última villa, Floridablanca fue pergeñando lo que sería bautizado después como su “testamento político”. Se trata de trece cartas o extensas relaciones, dirigidas al conde de Aranda y escritas de memoria, sin apoyo documental alguno, desde la primera fechada en Corral de Almaguer, del mismo 28 de febrero, hasta la última, datada en Hellín el 14 de abril de 1792, que contienen información sobre los negocios pendientes y sus directrices políticas generales, hasta el día de su exoneración de la primera Secretaría de Estado.
     Acusado de abuso de poder, y de malversación de caudales públicos (en la financiación del Canal Imperial de Aragón), Floridablanca tuvo que responder a un proceso global de responsabilidad política. Le favoreció, no obstante, la rápida caída del poder de Aranda, el 15 de noviembre de 1792. Prisioneros Floridablanca y Aranda, el primero en Pamplona y el segundo en el alcázar de la Alhambra de Granada, luego desterrados ambos, aquél en Murcia y éste en sus villas aragonesas de Aranda y de Épila, Godoy había pasado a manejar los hilos del poder.
     La situación de Floridablanca mejoró a partir de un Real Decreto de 4 de abril de 1794, que le permitió regresar a Murcia, si bien con la obligación de responder a sus cargos. Con la celebración de la Paz de Basilea, el 25 de septiembre de 1795, quedó absuelto de toda responsabilidad política, siendo levantado el embargo de sus bienes. Pero, hasta la abdicación de Carlos IV, no recuperó su libertad, pese a que, para entonces, le había sido confiada la inspección de las obras y riegos de Lorca, Totana y Murcia. El nuevo Soberano, Fernando VII, declaró, el 28 de marzo de 1808, siendo Pedro Ceballos ministro de Estado, que su confinamiento había sido arbitrario, sobreseyendo su proceso, por lo que podía elegir libremente lugar de residencia.
     Decidió Floridablanca permanecer en Murcia, donde no tardó en llegarle la noticia de la invasión napoleónica, así como del levantamiento en armas del pueblo español contra los ocupantes franceses. La Revolución le había descabalgado del poder años antes, pero, ahora, su hijo más famoso, Napoleón Bonaparte, le ayudó a ascender, de nuevo, a él. Designado representante de la Junta provincial de Murcia, el octogenario ex ministro se trasladó a Aranjuez, el mismo Real Sitio donde había comenzado su destierro, y, el 1 de octubre de 1808, fue elegido presidente de la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino, depositaria de la autoridad soberana hasta la restitución a España de Fernando VII, cautivo en Francia. Pese a lo avanzado de su edad, y a su pronto fallecimiento, no sería una figura simbólica, ni un fugaz presidente. Trasladada la Junta Suprema Central a Sevilla, ante el avance enemigo, hizo público su primer Manifiesto a la Nación Española, datado el 26 de octubre de 1808. Previamente, Floridablanca había impulsado la aprobación de la Circular de 22 de junio de 1808, con la que la Junta de Murcia había convocado a la unidad y necesaria reunión, en nombre de Fernando VII, de todas las Juntas provinciales en un Gobierno central. Después, en su posada de Aranjuez, había impuesto la fórmula de una Junta Suprema, frente a las tesis de Jovellanos o del general Cuesta, más proclives a proclamar una Regencia. También habría de inspirar el contenido del póstumo Reglamento para el régimen de las Juntas provinciales, publicado por la Central el 1 de enero de 1809, donde aquéllas fueron despojadas de su apelativo de supremas, lo que preservaba la indisoluble unidad de la soberanía nacional, y el éxito de una instancia central de gobierno. E igualmente debe serle atribuido, si no la letra, al menos sí el espíritu del Reglamento para el gobierno interior, de finales de septiembre de 1808, que, a modo de ordenanzas de la Central, prevenía que sus vocales no representaban a una provincia concreta, sino a la nación entera.
     Ahora bien, esta intensa actividad, en el breve lapso de tiempo de tres meses, debió agotar la resistencia física del anciano Floridablanca, quien, enfermo, falleció en Sevilla, a las seis de la mañana del día 30 de diciembre de 1808. En razón del rango que ostentaba en el momento de su fallecimiento, asimilado al de miembro de la Familia Real, este ministro murciano, de origen modesto, fue enterrado en la iglesia catedral de Sevilla, al día siguiente, viernes, 31 de diciembre, a las diez de la mañana, con honores de infante de Castilla y no lejos de donde descansaban los restos mortales de Alfonso X el Sabio, conquistador y repoblador del reino de Murcia.
     El condado de Floridablanca recibiría la Grandeza de España, otorgada por la Junta Suprema Central, en nombre de Fernando VII, el 5 de enero de 1809, recayendo, ya con el título despachado el 3 de marzo de 1809, en su sobrina, Vicenta Moñino y Pontejos, V marquesa de Pontejos y II condesa de Floridablanca, hija de su difunto hermano Francisco (José María Vallejo García-Hevia, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el edificio 3 "José Moñino, Conde de Floridablanca", y sus jardines, de Luis Gómez Stern, Alfonso Toro Buiza, y Rodrigo, y Felipe Medina Benjumea, en la Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla). Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la provincia sevillana.

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La imagen "Santa Úrsula, virgen", de Gonzalo Gómez de Orozco, y de Juan Alemán, en la sillería del Coro, de la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "Santa Úrsula, virgen", de Gonzalo Gómez de Orozco, y de Juan Alemán, en la sillería del Coro, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla
     Hoy, 21 de octubre, cerca de Colonia, en Germania, actual Alemania, Conmemoración de las Santas Vírgenes que entregaron su vida por Cristo en el lugar de la ciudad donde después se levantó una basílica dedicada a Santa Úrsula, virgen inocente, considerada como la principal del grupo (c. s. IV) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
       Y que mejor día que hoy para ExplicArte la imagen "Santa Úrsula, virgen", de Gonzalo Gómez de Orozco, y de Juan Alemán, en la sillería del Coro, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, calle Cardenal Carlos Amigo, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
       En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar el Coro [nº 004 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; No ha cambiado de nombre, aunque las sillas han estado, al menos, en cuatro lugares diferentes; el actual, salvo las interrupciones debidas a obras o accidentes, es el que posee desde 1514. En el antiguo estaban sepultados los arzobispos don Remondo y don Pedro Gómez Barroso (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
     La Catedral de Santa María de la Sede; encontramos el coro, cerrado por una reja realizada por Francisco Salamanca (1518-23). Su sillería consta de 117 sitiales de madera, con esculturas de santos y relieves del Antiguo y Nuevo Testamento. Es un conjunto realizado por Nufro Sánchez, comenzado en 1478 y acabado en el siglo XVI (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
     Pues bien en uno de los sitiales encontramos la imagen de Santa Úrsula, virgen, obra de Gonzalo Gómez de Orozco, y de Juan Alemán, de hacia 1511-1550, realizada en estilo renacentista, en madera tallada y con unas medidas de 0'34 x 0'14 x 0'09 mts. Santa Úrsula, de cuerpo entero y posición frontal, aparece vestida con túnica y manto de intenso plegado en la zona inferior. La cabeza, ligeramente inclinada, muestra los rasgos de una mujer joven, de larga melena y coronada que sostiene en su mano derecha las flechas y en la izquierda un libro (Guía digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda y Culto de Santa Úrsula y las Once mil vírgenes;
     El punto de partida de la leyenda de santa Úrsula y las Once mil vírgenes asesinadas por los hunos ante los muros de la ciudad de Colonia es la Historia regum Britanniae de Godofredo de Monmouth. Las osamentas encontradas a partir de 1106 en un antiguo cementerio de Colonia, bautizado ager Ursulanus, porque allí se encontró una inscripción que nombraba a una virgo Ursula muerta a los dieciocho años de edad, die­ron ciertas apariencias de verosimilitud a los relatos legendarios que más tar­de fueron «embellecidos» por el beato Hermann José de Steinfeld y la aba­desa visionaria Isabel de Schonau.
     Debe señalarse que en los textos más antiguos no es santa Úrsula sino san­ta Pinosa, patrona del monasterio de Essen, la que está al frente de la legión virginal. Cuando las reliquias de Pinosa fueron transportadas a Essen, en el siglo XI, los devotos de Colonia la sustituyeron por Úrsula.
     Su leyenda comporta numerosas variantes. La versión más popular o difundida es la que ofrece Santiago de Vorágine en su Leyenda Dorada. Úrsula, hija del rey de Gran Bretaña, fue pedida en matrimonio por los embajadores de un rey pagano. Para casarse, ella puso como condición que su novio se hiciera bautizar y la acompañara en una magna peregrinación a Roma. Úrsula embarcó con un séquito de diez doncellas nobles acompañadas, cada una de ellas, por mil vírgenes. Ascendió el curso del Rin hasta Basilea en una barca que llevaba como timonel a un ángel, e iba en cabeza de una flotilla de once naves. Luego atravesaron los Alpes y llegaron a Roma donde la princesa y su novio fueron recibidos por el papa Ciríaco. El papa llevó su benevolencia hacia santa Úrsula hasta el punto de acom­pañarla en el viaje de regreso que terminaría trágicamente ante las mura­llas de la ciudad de Colonia, donde toda la caravana pereció en la matanza, asaeteada por los hunos. El castigo a los asesinos no se hizo esperar: un ejército de Once mil ángeles puso a los hunos en fuga. Esta matanza no cuenta con la menor prueba de historicidad, y ni siquiera se puede determinar la fecha en que habría ocurrido. Se trata del equivalente femenino de la Matanza de la Legión tebana en Saint Maurice de Agaune, en la región de Valais.
     La fabulosa cifra de Once mil vírgenes, que en la Edad Media no asombraba a nadie, fue reducida por los escépticos modernos a Once e incluso a Una. A once, si se admite que la inscripción XI. M. V. debe leerse Once mártires vírgenes y no Once mil vírgenes; y aun así es verdad que el error procede del hecho de que una de las compañeras de santa Úrsula se habría llamado Undecimilla.
     La presencia del papa Ciríaco en la barca de Úrsula durante el descenso del Rin es una invención tardía que reposa en las visiones de santa Isabel de Schonau y del monje premonstratense Hermann José.
CULTO
     El centro del culto de santa Úrsula, o más exactamente el centro de distri­bución de sus reliquias y las de sus compañeras, era Colonia, donde su popularidad, aunque no igualase a la de los Tres Reyes Magos, superaba con gran ventaja a la del mártir de la Legión tebana san Gereón, con quien habitualmente forma pareja.
     El culto de san Gereón mantuvo un estricto carácter local, mientras que el de santa Úrsula y las Once mil vírgenes se difundió gracias a la exportación de las osamentas del ager Ursulanus hacia los monasterios benedictinos, cis­tercienses y premonstratenses de Renania, los Países Bajos, el norte de Francia e incluso hasta Venecia, donde en 1300 se fundó una cofradía piadosa con el nombre de Scuola di sant' Orsola, dedicada a la crianza, mantenimiento y educación de jóvenes huérfanas, de la cual santa Úrsula fue nom­brada patrona.
     Aunque resulte curioso, puesto que según la leyenda Úrsula era hija de un rey de Gran Bretaña, esta devoción nunca ha sido popular en Inglaterra, don­de no hay iglesia alguna puesta bajo su advocación.
     Santa Úrsula es patrona de las ursulinas.
     Su manto protector hizo que la adoptaran no sólo las huérfanas sino tam­bién el gremio de pañeros. En su calidad de princesa británica, fue elegida como segunda patrona por la reina Ana de Bretaña.
     Se la invocaba contra los dolores de cabeza. En Avioth, localidad lorenesa, la capa craneana de una estatua de santa Úrsula, que era de quita y pon, se retiraba para ser colocada a manera de gorro o capelo sobre la cabeza de los peregrinos que padecían migrañas. Su intercesión también servía para conseguir una buena muerte (pro felici morte).
     La devoción a la Virgen del manto protector, que alcanzó su apogeo en el siglo XV, aún estaba viva a principios del XVI, como lo prueba este himno alemán compuesto en su honor:
     Sanct Ursula, ach steh uns bei,
     Du unser Schutz und Schirmfrau sei!
     Breit aus den Mantel dein,
     Ali wollen wir darunter sein. 
     Mit deinem mantel uns bedeck,
     Uns allesamt darunter steck.
     Eilf tausend zwar derinter stehn,
     Viel tausend mehr darunter gehn.
     Dein mantel uns ein Panzer ist.
     Für alle Feind und ihre List
     A partir del Renacimiento y de la Reforma, santa Úrsula fue víctima del espíritu crítico que la tomó como blanco sin que el concilio de Trento osara asumir su defensa.
ICONOGRAFÍA
     Entre los siglos XIV y XVI, la iconografía de santa Úrsula fue de una prodigiosa riqueza. Se han catalogado veinticinco ciclos de pinturas donde se narra su leyenda: diez en Alemania, cuatro en Bélgica, cuatro en Italia, tres en España, uno en Portugal y uno en Noruega (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
       Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "Santa Úrsula, virgen", de Gonzalo Gómez de Orozco, y de Juan Alemán, en la sillería del Coro, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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