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miércoles, 4 de noviembre de 2020

El Retablo de San Carlos Borromeo, en la Iglesia de San Nicolás de Bari

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Retablo de San Carlos Borromeo en la Iglesia de San Nicolás de Bari, de Sevilla.       
   Hoy, 4 de noviembre, Memoria de San Carlos Borromeo, obispo, que nombrado cardenal por su tío materno, el papa Pío IV, y elegido obispo de Milán, en Italia, fue en esta sede un verdadero pastor fiel preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo. Para la formación del clero convocó sínodos y erigió seminarios, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de fomentar las costumbres cristianas y dio muchas normas para bien de los fieles. Pasó a la patria celeste en la fecha de ayer (1584) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Retablo de San Carlos Borromeo, en la Iglesia de San Nicolás de Bari, de Sevilla.
     La Iglesia de San Nicolás de Bari [nº 21 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 10 en el plano oficial de la Junta de Andalucía] se encuentra en la plaza de Nuestro Padre Jesús de la Salud, 1; en el Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo.
   En la zona del hastial de la Iglesia de San Nicolás de Bari, encontramos el Retablo de San Carlos Borromeo. Se trata de un retablo barroco, anónimo realizado en 1758, que en lo sustancial repite la misma distribución del frontero, siendo muy dinámico y estando dispuesto en forma de un gran arco semicircular, en el que los esquemas de los cuerpos se encuentran desestructurados, ya que la figura central del banco sobrepasa los límites del mismo, entrando en el primer cuerpo, ocurriendo igual con la figura central de éste último.
   Carece de corona y dosel. Las esculturas laterales acompañadas por roleos pareados, se rematan con los escudos de los Villa. Sobre el arco de medio punto se extiende otro, mixtilíneo, roto en su clave para rizarse en dos volutas - sobre las que descansan figuras de niños-, dando acceso a otra, también de bulto redondo.
   Está compuesto, por tanto, por mesa de altar, banco -en el se acoge una escultura dentro de una hornacina- y sobre él un baldaquino con la escultura del protagonista iconográfico: San Carlos Borromeo. Entre estos dos cuerpos, sencillas ménsulas sostienen la figura de dos santos.
   La decoración general del conjunto consiste en guirnaldas y rocallas.
   El banco del retablo, se trata de una mesa de altar cuyas líneas corresponden a las de un par de achatados jarrones sobre gruesos pilares en forma de patas, y cuyo ornamento -típicamente dieciochesco- se basa en una menuda y delicada decoración foral, en este caso sobre intenso fondo azul, sirviendo las molduras de rocallas doradas como enmarque a dicho tema. Centra la composición un medallón dorado irregular rodeado de las mismas rocallas, motivo que se verá repetido en las cantoneras de la mesa.
   Santo Domingo de Guzmán. Esta versión del santo dominico se nos muestra semidesnudo, desprovisto de sus blancos hábitos de fraile, descansando éstos -bien plegados- sobre su regazo, ya que se encuentra sentado. Se halla acompañado por el tradicional perro moteado que porta una antorcha encendida en su boca, y se distingue en su rostro una pequeña estrella sobre su frente. Ambos símbolos hicieron que en su iconografía se le reconociera como el guardián de la Iglesia contra la herejía. En relación a sus formas hay que decir que participa de la encarnadura nacarada característica desde mediados del siglo XVIII; siendo su anatomía excesivamente suave, solo naturalizada en las gruesas venas de los brazos. Su rostro es muy arquetípico del momento, resultando inexpresivo por la linealidad de sus componentes: cejas, nariz, estrecha boca y barba bífida. 
   San Antonio de Padua, responde esta pieza a un modelo iconográfico arquetípico creado para este santo. De esta forma el protagonista se nos muestra de pie, con una notable orla de santidad, vestido con sus habituales ropajes frailunos, -aunque en este caso se hallan profusamente adornados con decoración de roleos dorados-; portando un libro en una mano sobre el que descansa sentado un Niño Jesús semidesnudo y exhibiendo un ramillete de flores en la otra, flores que debieran ser en su día azucenas, uno de los símbolos con los que se le asocia. Es destacable en la obra la entrañable relación de dulzura que mantiene el pequeño con el santo, al que acaricia levemente la barbilla. Por lo demás el rostro del San Antonio participa de las comunes características que definieron la imaginería sevillana del siglo XVIII: suaves contornos, encarnaduras nacaradas y sonrosados pómulos y expresiones de finas líneas; hallándose además muy conseguidos los plegados de los ropajes de su vestimenta.
   San Nicolás de Tolentino; se trata de una representación del santo italiano en la que de nuevo se repite la composición del resto de las figuras de este retablo, es decir, se halla vestido con ropajes de profusa y dorada composición que se contraponen a la suavidad y linealidad del rostro de la figura. El protagonista vuelve su rostro hacia el centro del retablo, a la vez que eleva una de sus manos, portando una bandeja.
   San Carlos Borromeo; en esta pieza se representa el santo italiano que se hizo famoso por su extrema dedicación a la caridad con los afectados de la peste que sufrió Milán en 1575, ya que socorrió, curó y administró la comunión a un gran número de enfermos. En este caso se nos muestra al protagonista con una expresión muy contenida, llevándose su mano izquierda al pecho en un gesto de gran devoción; participando su rostro de los suaves rasgos que caracterizan a la imaginería sevillana de mediados del siglo XVIII. Porta un gran crucifijo y se halla vestido de cardenal con unos ropajes muy decorados y bien tratados en sus pliegues.
   San Juan Nepomuceno; se trata de una representación muy hierática del santo, en la que se le recoge barbado, orlado con halo de santidad, con capelina de armiño y portando un gran crucifijo; estando además sus vestiduras ricamente decoradas.
   En cuanto a la ornamentación del retablo; encontramos unos sencillos amorcillos, un angelito alado cuya tradición iconográfica proviene de la antigüedad, -en la forma de los "putti" paganos- de donde fue retomado para el Renacimiento, derivando así en el Barroco en estos acompañantes sagrados celestiales. En este caso el protagonista porta una palma y se encuentra semidesnudo, apoyándose sobre un entablamento curvo del retablo. También encontramos esta ménsula de convencionales formas se halla absolutamente revestida por decoración de rocallas y volutas dispuestas de forma asimétrica, centrando la composición una pequeña cartela o medallón ovalado exento de ornamento. En el retablo las esculturas laterales acompañadas por roleos pareados, se rematan por escudos; siendo la decoración general del conjunto consistente en guirnaldas y rocallas. Y, finalmente encontramos, rematando el retablo, un escudo; se trata de una pieza en relieve en la que el escudo de la familia Villa queda enmarcado por volutas y rematado por corona. Dicho escudo se compone de una torre almenada sobre la que se posa un águila, hallándose la primera flanqueada por una pareja de árboles (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Carlos Borromeo, obispo;
   Nacido en 1538 en Arona, a orillas del lago Mayor, y en la noble familia de los Borromeo, estudió derecho en la universidad de Pavía, luego fue llamado a Roma por su tío, el papa Pío IV que a la edad de 23 años lo nombró arzobispo de Milán y lo promovió a la dignidad de cardenal.
   Durante la peste de Milán, en 1575, se ocupó personalmente de curar a los apestados. Descalzo y con la cuerda en el cuello seguía las procesiones penitenciales del Santo Clavo para implorar el final de la plaga. Organizó lazaretos, y movilizó a los sacerdotes y monjes como enfermeros. La epidemia acabó después de cobrarse, se dice, unas veinte mil víctimas .
   Ch. Lebrun lo representó arrodillado ante un crucifijo. Uno de los sacerdotes que lo acompañan levanta la cola de su manto cardenalicio y muestra sus pies ensangrentados. Murió en Milán en 1584.
CULTO
   Canonizado en 1612 por el papa Pablo V,  inmediatamente  se convirtió  en uno de los santos más populares de la Contrarreforma. Se lo glorificó como el ideal de obispo defensor de la ciudad, y al mismo tiempo, como el patrón más eficaz contra la peste. Y a este título reemplazó a los santos antipestosos más afamados  de la  Edad Media, como San Sebastián y San Roque.
   Patrón de Milán, también fue adoptado por Roma. Al día siguiente de su canonización, en dicha ciudad se levantaron tres iglesias en su honor: San Carlo al Corso, iglesia de los lombardos que conserva su corazón; San Carlo ai Catinari (de los alfareros) y San Carlo alle quatro Fontane (de las cuatro Fuentes). 
 En Florencia, los milaneses bautizaron su iglesia San Carlo dei Lombardi. Su culto se implantó también en la ciudad austriaca de Salzburgo, porque el arzobispo Wolf Dietrich estaba emparentado con la familia de los Borromeo (por ello se hizo de san Carlos el protector de la universidad de Salzburgo, fundada en 1625); y en Viena, porque era el patrón del emperador Carlos VI, quien después de la peste de 1713 le dedicó la magnífica iglesia con cimborrio de San Carlos (Karlskirche), obra maestra del arquitecto Fischer von Erlach. Las dos columnas historiadas que enmarcan el pórtico, desarrollan en espiral los principales acontecimientos de su vida. La iglesia de los jesuitas de Amberes, decorada por Rubens en 1620 estaba puesta bajo su advocación (Sint Carolus Borromeus).
ICONOGRAFÍA
   Sus características son una larga nariz aguileña, vestiduras litúrgicas de arzobispo o el capelo cardenalicio. Sus atributos son un crucifijo, una calavera, a veces una cuerda de penitente al cuello (a rope round his neck), que el santo llevaba en las procesiones durante las epidemias de peste.
   El episodio más frecuentemente conmemorado de su vida es su caridad ha­cia los apestados. De ahí que suela estar representado en las capillas de los hospitales.
   Su iconografía, que pertenece al arte barroco de los siglos XVII y XVIII, es internacional: italiana, austriaca, flamenca y francesa (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).     
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