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domingo, 8 de noviembre de 2020

La Capilla de la Virgen del Patrocinio, en la Iglesia de San Nicolás de Bari

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de la Virgen del Patrocinio, en la Iglesia de San Nicolás de Bari, de Sevilla.     
   Hoy, 8 de noviembre, segundo domingo del mes de noviembre la Iglesia española celebra el Patrocinio de la Virgen María, a iniciativa de la monarquía. 
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de la Virgen del Patrocinio, en la Iglesia de San Nicolás de Bari, de Sevilla.
   La Iglesia de San Nicolás de Bari  [nº 21 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 10 en el plano oficial de la Junta de Andalucía] se encuentra en la plaza de Nuestro Padre Jesús de la Salud, 1; en el Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo).
     En la Iglesia de San Nicolás de Bari, en el muro del Evangelio, la primera capilla que encontramos, es la de la Virgen del Patrocinio.
   La Capilla de la Virgen del Patrocinio la centra un retablo realizado en 1758 constituido por mesa de altar, banco, cuerpo de tres calles verticales y ático. En la zona central del banco se desarrolla una hornacina que contiene una imagen de San Camilo de Lelis; en el cuerpo central figura, en la calle central, una hornacina en la que se ubica una representación de la Virgen del Patrocinio, titular del retablo y la capilla, flanqueada por dos representaciones de Santo Domingo de Guzmán y de San Francisco de Asís; en el ático se desarrolla una hornacina en la que se inserta una imagen de San Agustín.
   El retablo presenta rasgos característicos de la retablística rococó sevillana a través de una densa labor decorativa de acusado relieve que cubre íntegramente su superficie; efecto dinámico y suntuoso que se ve potenciado mediante los constantes entrantes y salientes de su perfil, que otorgan una imagen claroscurista y movida al conjunto. Así, las columnas abalaustradas, las tarjas mixtilíneas, las volutas, rocallas, roleos vegetales y florales,... apreciándose levemente la influencia de Felipe Fernández del Castillo. 
      La Mesa de altar presenta características estilísticas y técnicas que ponen de manifiesto la influencia de los rasgos rococó más exuberantes en la retablística sevillana de la segunda mitad del siglo XVIII. Así, se trata de una mesa de altar de perfiles intensamente dinámicos, resueltos mediante la confrontación de líneas cóncavas y convexas que dan lugar a formas redondeadas y movidas. La superficie de la pieza muestra una policromía en celeste que se ve decorada ostensiblemente mediante la incorporación de roleos forales y vegetales de brillantes tonalidades y que constituyen una cenefa en torno a los perfiles de la mesa. Superpuesta a esta decoración polícroma se desarrolla una exuberante decoración en acusado relieve, que muestra elementos procedentes del repertorio ornamental rococó: un monumental espejo arriñonado se sitúa en el centro de la pieza, decorado su contorno mediante dinámicas rocallas con abanicos que, igualmente se repiten en los ángulos extremos de la pieza; también en torno a los perfiles se distribuye una cenefa de rocallas y ces con abanicos dorados que le otorgan mayor suntuosidad decorativa.
   La imagen de San Camilo de Lelis, santo capuchino fundador de la orden de los camilos o Padres de la Buena Muerte, nacido en Los Abruzzos en 1550 y fallecido en Roma en 1614. El santo aparece representado siguiendo su iconografía tradicional que le muestra como un hombre joven de rostro enérgico, ataviado con el hábito de su orden que en estas ocasiones presenta una ostentosa labor ornamental a través de roleos vegetales y forales muy acusados. En su mano izquierda sostiene un libro que alude a su labor evangelizadora, mientras en su mano derecha sostiene un estandarte donde se muestra un crucifijo, acentuado por su color rojo, atributo característico del santo. Todo su cuerpo está intensamente movido a través de los amplios pliegues que configuran el manto que cubre la parte inferior de su anatomía. 
   En el primer cuerpo nos encontramos con la representación del que fuera fundador de la orden de los Predicadores o dominicos, Santo Domingo de Guzmán. El santo aparece representado, como es habitual en su iconografía, como un hombre joven, de cabellos y barbas oscuros y acentuada tonsura sobre su cabeza. Muestra en su frente la estrella roja que se constituye como uno de sus atributos más característicos, así como el libro que porta en su mano izquierda. En su mano derecha sostiene un estandarte. Está ataviado con el hábito dominico; túnica blanca que alude a la pureza y capa negra que alude a la austeridad, los principios más importantes de la orden; no obstante, ambas piezas están profusamente decoradas mediante roleos vegetales y florales dorados que le otorgan una gran suntuosidad. Todo su cuerpo está intensamente movido a través de los amplios pliegues que configuran el manto y la túnica que cubren su anatomía en un movimiento expresivo y barroquizante.
   Y centrando el primer cuerpo y el propio retablo, la representación la Virgen María en su advocación del Patrocinio. La figura está representada de pie, sosteniendo entre sus brazos al Niño Jesús. Está ataviada con túnica rosácea y manto azul que cubre su cabeza, ambas piezas decoradas profusamente mediante roleos vegetales y florales que otorgan un carácter suntuoso a la composición. Muestra la Virgen un sentido de la belleza popular, de largos cabellos oscuros y rostro de elegancia discreta y delicada. A sus pies se sitúa una luna en cuarto creciente que alude a su carácter de Inmaculada. Sus brazos se dirigen hacia el espectador, mostrando al Niño entre ellos, ofreciendo a los fieles ser intermediaria entre ellos y la figura divina que proporcionará la salvación eterna. Toda la anatomía de la Virgen está cubierta por los amplios y dinámicos pliegues de sus vestimentas, otorgándole un sentido intensamente movido a la figura, heredero de los presupuestos barrocos. 
   En oposición al santo dominico, aparece la representación de San Francisco de Asís, fundador de la orden de los Mínimos o franciscanos. El santo está representado, siguiendo su iconografía tradicional, como un hombre joven, de complexión física delicada y rostro enérgico; muestra en sus pies y manos las llagas que emulan a las provocadas por la Crucifixión en la figura de Cristo. Está ataviado con el hábito franciscano, es decir, un sayal marrón austero que, no obstante, en esta ocasión, se encuentra profusamente decorado mediante roleos vegetales y forales que le otorgan un carácter suntuoso. El santo porta en su mano izquierda un estandarte, mientras la derecha reposa sobre su pecho en señal de veneración y oración. Los pliegues de sus vestimentas caen pesadamente, como si se tratara de paños mojados que tienen a fijarse sobre la anatomía del santo. 
   El ático lo centra la representación de San Agustín, quien fuera obispo de Hipona y que, en esta ocasión aparece representado a través de una estética austera. El santo es mostrado como un hombre adulto de largas barbas grisáceas y rostro enérgico y concentrado. Está ataviado con túnica negra y sobrepelliz gris mientras su cabeza está cubierta por una tiara grisácea en la que se inscribe una cruz. En sus manos, abiertas y dirigidas hacia el espectador, mostraría elementos que aludirían a su iconografía -posiblemente, en su mano derecha, llevaría una pluma y en la izquierda un libro- y que, no obstante, están perdidos en la actualidad. La figura adquiere un moderado dinamismo que viene dado por la pose en contraposto que mueve su anatomía hacia su izquierda, evitando un hieratismo antinatural. 
   En cuanto a su ornamentación, el retablo presenta rasgos característicos de la retablística rococó sevillana a través de una densa labor decorativa de acusado relieve que cubre íntegramente su superficie; efecto dinámico y suntuoso que se ve potenciado mediante las constantes entrantes y salientes de su perfil, que otorgan una imagen claroscurista y movida al conjunto. Así, las columnas abalaustradas, las tarjas mixtilíneas, las volutas, rocallas, roleos vegetales y florales, se desencadenan de manera voluptuosa a través de los elementos constituyentes del retablo, apreciándose levemente la influencia de Felipe Fernández del Castillo. El efecto suntuoso de la decoración se ve potenciado mediante el intermitente fulgor dorado y claroscurista que, igualmente, recubre la superficie de la pieza.
   Completa el retablo la representación de un pequeño ángel querube -que tiene su réplica en la zona izquierda del retablo- y que actúa como elemento que sujeta las telas que configuran el pabellón situado en la zona superior y en los extremos laterales del retablo. La figura está de pie, su rostro ladeado hacia su izquierda, mientras su torso y brazos se dirigen hacia su derecha sujetando las telas del pabellón. Muestra una anatomía que describe de manera naturalista el físico infantil, introduciendo carnaciones mórbidas y amables que enlazan con la estética rococó; la anatomía se muestra casi al completo, exceptuando un leve paño de pureza que rodea sus caderas. Su rostro presenta unos rasgos amables y graciosos de mejillas hinchadas y sonrosadas, labios pequeños y ojos ingenuos, retomando los arquetipos barrocos sevillanos y añadiendo un carácter más espontáneo (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
   Bellísima escultura a tamaño académico, de singular unción y delicadeza. Paños ricamente estofados. De pie, sujetando al Niño con las dos manos. No lleva corona, tan sólo un sencillo aro de doce estrellas. Tiene precioso retablo, y pinturas laterales exentas de enorme interés iconográfico, con formas mixtilíneas, enmarcadas por rocallas, que adornan una capilla lateral en la cabecera del templo. Una de ellas representa a "La Virgen del Patrocinio intercediendo por la humanidad" y la otra a "La Virgen intercediendo por los enfermos". Ambas tienen muy curiosos detalles alegóricos y suelta y vivaz composición, realzada por "un colorido tenue, de tonos amables". Valdivieso las adjudica al pintor Vicente Alanís, entre 1760 y 1762, cuyo estilo es hábil, ligero y ameno, muy propio para lo decorativo y para lo ornamental, acomodando la tradicional sensibilidad barroca sevillana hacia un rococó de corte más europeo. Y ello, sin demérito del valor religioso e iconográfico, que en estos dos ejemplares resulta bien patente.
   El conjunto completo (imagen, altar, pinturas...) supone una acabada integración de todas las artes plásticas, con armonía raras veces alcanzada, lo cual convierte a su capilla en verdadero espécimen del XVIII sevillano, cuando ya el barroco declinaba luminosamente en grato y atractivo rococó (Parece mentira que los críticos de arte nunca destacaron ni valoraron con entusiasmo un rincón eclesial tan ameno y tan bonito como éste) [Juan Martínez Alcalde, Sevilla Mariana. Repertorio iconográfico. Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1997].
Conozcamos mejor la Historia de la Celebración del Patrocinio de la Virgen María;
   La Iglesia ha invocado a la Virgen María "con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" ya que su función maternal perdura sin cesar en la economía de la gracia y "con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (Lumen Gentium, nº 62). Juan en su evangelio nos relata cómo Jesús, cuando iba a morir, nos hizo entrega a todos los cristianos de María como madre en la figura del discípulo amado (Jn. 19, 26-27) con estas palabras: "Ahí tienes a tu madre". Desde este momento los fieles están llamados con Juan a acoger a María Santísima, amándola e imitándola y experimentando su especial ternura materna. Esta filiación con María es camino privilegiado para que se encuentren los fieles con Jesús y una ayuda eficaz para avanzar y vivir en plenitud la vida cristiana. En el título de Patrocinio se resalta especialmente esta maternidad espiritual de María. La madre de Dios es la madre de los fieles: madre de la Iglesia y de todos sus miembros.  Patrocinio significa también protección y amparo. En María encuentran los fieles una madre que protege y gracia y amparo en vida y en muerte, en las tentaciones y luchas diarias. Ella es, pues, protección, amparo, auxilio, mediadora, abogada, modelo, estímulo, estrella, norte y guía. 
   Algunas congregaciones religiosas, en acción de gracias por la intercesión mariana, introdujeron en sus calendarios propios, como fiesta devocional, una fiesta del Patrocinio de la Virgen sobre su instituto. Es el caso de los dominicos. Como afirma su cuarto Maestro General, el Venerable Fray Humberto de Romans (1200-1277): "La Virgen María fue una grande ayuda para la fundación de la Orden y se espera que la lleve a buen fin" (Opera, II, 70-71). Vemos así como la Orden de Predicadores reconocía desde sus inicios la protección de la Virgen. La celebración del Patrocinio de María sobre la Orden de Predicadores se celebró en la liturgia en coincidencia con el aniversario de la bula de fundación de la Orden el veintidós de diciembre de 1216, pero ante la debida preferencia de las ferias de Adviento inmediatas a Navidad, se ha transferido su celebración al ocho de mayo, pues también en este día diversos calendarios litúrgicos de otros propios ya celebraban diversos títulos de María. Pero esta fiesta en España, celebrada en noviembre, fue iniciativa de la monarquía. El Rey Felipe IV, recordando los favores que a lo largo de los siglos habían recibido sus antecesores por mediación especial del patrocinio de la Virgen María y en medio de los numerosos problemas que afligían a los dominios hispánicos por entonces, acordó poner su Corona bajo el Patrocinio de la Santísima Virgen, a sugerencia de la Real Junta de la Inmaculada, presidida por el jesuita Padre Nieremberg.  Habiendo acudido a la Santa Sede, accedió Alejandro VII Chigi, el veintiocho de julio de 1656, a que se estableciese la fiesta del Patrocinio de Nuestra Señora en un domingo de noviembre. Suele ser el segundo. El Breve que publicó el arzobispo de Toledo, don Baltasar de Moscoso y Sandoval, basta para dar una idea exacta de esta festividad puramente española y su especial origen.  La Real Cédula en que se comunicó este Breve a todas las autoridades, encargando su más puntual cumplimiento, decía así: "El Rey. En la devoción que en todos mis Reinos se tiene a la Virgen Santísima, y en particular con que yo acudo en mis necesidades a implorar su auxilio, cabe mi confianza de que en los aprietos mayores ha de ser nuestro amparo y defensa; y en demostración de mi afecto y devoción, he resuelto que en todos mis Reinos se reciba por Patrona y Protectora, señalando un día, el que pareciere, para que en todas las ciudades, villas y lugares de ellos se hagan novenarios, habiendo todos los días Misas solemnes con sermones, de manera que sea con toda festividad, y asistiendo mis Virreyes y gobernadores y Ministros, por lo menos un día, haciéndose procesiones generales en todas partes, con las imágenes de mayor devoción de los lugares, para que con gran solemnidad y conmoción del pueblo se celebre esta fiesta".  
   Quedaron, pues, desde entonces debajo del Patrocinio de María cincuenta y cuatro millones de católicos, que formaban entonces la monarquía española en toda la superficie de la tierra, o lo que es lo mismo, más de la cuarta parte del catolicismo que se calculaba escasamente en unos doscientos millones (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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