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jueves, 12 de noviembre de 2020

Un paseo por la Glorieta de San Diego, de Vicente Traver, en el Parque de María Luisa, para la Exposición Iberoamericana de 1929

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Glorieta de San Diego, en el Parque de María Luisa, de Sevilla, dando un paseo por ella.  
     Hoy, 12 de noviembre, onomástica, en Alcalá de Henares, en España, San Diego, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, que se distinguió tanto en las islas Canarias como en el cenobio de Santa María de Araceli, en Roma, por su humildad y caridad en el cuidado de los enfermos (1463) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Glorieta de San Diego, en el Parque de María Luisa, de Sevilla, dando un paseo por ella.
    En el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla], se encuentra la Glorieta de San Diego [nº 38 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 1 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], siendo en el Callejero Sevillano una vía en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa del Distrito Sur, y se sitúa entre la calle Palos de la Frontera, y las avenidas de María Luisa, Isabel la Católica, Portugal, y del Cid.
   Desde finales del s. XVI este espacio, que formaba parte del Prado de San Sebastián, se conoce por este nombre por el convento allí situado. 
   Otros topónimos relacionados con él fueron Camino de San Sebastián, por el que se dirigía a la ermita dedicado a este santo, y Camino de Eritaña. En el s. XIX fue también conocido como Fábrica de los Ingleses, por una de curtidos allí existente. En 1928 se rotuló glorieta de San Diego en recuerdo del desaparecido convento de franciscanos puesto bajo la advocación de San Diego de Alcalá, natural de San Nicolás del Puerto, canonizado en 1588. Por su proximidad a la estatua del Cid, se conoce impropiamente con este nombre, a cuya confusión contribuye un rótulo de la época de la Exposición de 1929: "Glorieta del Cid".
   La urbanización de este espacio se realiza a partir de la cesión de la Infanta María Luisa de Borbón, en 1893, de unos terrenos a la izquierda de San Diego para abrir una nueva vía que comunicara con el paseo de las Delicias, y dotar a Sevilla de un gran parque. Este proyecto de apertura llevó aparejado el derribo de lo que quedaba del convento. Sobre este espacio y terrenos públicos colindantes se actuó para dotar a la Exposición Iberoamericana de una amplia entrada en forma semicircular, cerrada con una gruesa verja de hierro sobre piedra caliza, interrumpida por los accesos a las avenidas que en ella confluyen, flanqueadas por parejas de pilares de piedra y ladrillo con remates barrocos apiramidados. 
   En su centro se levantó una fuente portada con tres esculturas: la central, que representa a Hispania, obra de Manuel Delgado Brackembury, y las colaterales, de Pérez Comendador. El proyecto fue realizado entre 1927 y 1928 por el arquitecto Vicente Traver y Tomás. En la actualidad sobre este amplio espacio han sido trazadas varias isletas de hormigón y albero para ordenar el tráfico. El pavimento es de adoquín, sobre el que se vertió capa de aglomerado asfáltico. Se ilumina con farolas de báculo de uno y tres brazos. El tráfico procedente de Palos de la Frontera y de las avenidas de María Luisa y del Cid es muy intenso, por lo que constituye uno de los lugares de mayor densidad de la ciudad. Por ser un espacio sin solución de continuidad con las avenidas confluyentes, carece de personalidad, y de ahí deriva el desconocimiento del topónimo.
   El Casino de la Exposición, que se encuentra en las inmediaciones, formó parte del pabellón de Sevilla en la Exposición Iberoamericana y fue construido por Vicente Traver entre 1925 y 1928. Originalmente fue concebido como gran vestíbulo del teatro, aunque desempeñó las funciones del casino que no fue construido para el certamen. En la actualidad sigue siendo administrado por el Ayuntamiento, que es su propietario, y durante decenios ha sido usado para diversas funciones: exposiciones, fiestas, congresos, rodajes de películas, etc. Recientemente ha sido restaurado. Este edificio está levantado sobre el desaparecido convento de franciscanos menores de San Diego de Alcalá, construido en 1592 en terrenos municipales. El convento era de reducidas proporciones y de cierta austeridad, al decir de González de León (Las calles...), con fachada abierta a la actual glorieta. El edificio estaba cercado en su totalidad, especialmente para hacer frente a las inundaciones, que eran frecuentes. En 1784, tras un largo aislamiento por las aguas, los frailes abandonaron el edificio. Al año siguiente fue adquirido por el industrial inglés Nathan Wertherell, que instaló una fábrica de curtidos que llegó a emplear a más de cuatrocientos operarios. En 1849 pasó a manos del duque de Montpensier, que lo incorporó a su palacio de San Telmo como caballerizas, y posteriormente fue donado por su viuda, a la ciudad, trazándose en 1893 la avenida que lleva su nombre, María Luisa.  
 También delimitan este espacio el pabellón de Portugal, el de Información (1929), transformado posteriormente en restaurante-bar La Raza, y el quiosco-bar Citroën (Salvador Rodríguez Becerra, en Diccionario Histórico de las calles de Sevilla. Sevilla, 1993).
   Fuente-monumento a España (en la entrada del Parque de María Luisa, por la avenida de la Raza). El insigne escultor Enrique Pérez Comendador enriqueció este conjunto con dos figuras alegóricas (la matrona central, simbolizando a nuestra Patria, se debe a a Delgado Brackembury); dichas figuras representan la "Tierra" y el "Cielo" de Sevilla, portando esta última una pequeña Purísima, genialmente estilizada con aire moderno, como síntesis cabal del marianismo y de la espiritualidad hispalenses. Piedra, año 1929. La obra completa, 2 m; la imagencita concepcionista tiene un tamaño casi de bibelot (Juan Martínez Alcalde. Sevilla Mariana. Repertorio Iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).
   De 1911 son los intentos que hace Aníbal González por solventar la entrada principal del recinto de la Exposición Ibero Americana, aunque será a partir de 1924 cuando presente al Comité sus primeros bocetos (consistentes en tres portadas monumentales de acceso), reduciéndolas en 1925 a un arco triunfal en forma de pasarela, de estilo neoplateresco, a realizar en ladrillo tallado -y cerámica vidriada en relieve para las ménsulas, escudos, capiteles, cornisas, frisos, paneles y molduras- y con esculturas inspiradas en las de la fachada del Ayuntamiento.
   El nombre de San Diego alude al desaparecido convento franciscano descalzo homónimo, que estuvo erigido hasta 1893 (año en que Juan Talavera de la Vega presenta su presupuesto para demolición y comienzan las reformas en el Parque de Mª Luisa). Aunque en 1804 y 1839 aparece mencionado como fábrica de curtidos o inglesa, y en 1890 como caballerizas de San Diego.
   Cuando Vicente Traver en 1927 se hace cargo de las obras, adopta la forma semielíptica para la entrada al recinto, revertiendo su estilo en neobarroco y proyectando una fuente a la manera de pórtico con basamento de mármol, cuerpo de ladrillo y molduras de caliza, en la glorieta de San Diego, entre las Avenidas de Isabel la Católica y Mª Luisa. El contratista a quien se le adjudicó en 1928 fue Enrique Vázquez, colocándose las esculturas en 1929.
   Estas esculturas representan a "Hispania", imagen simbólica de España en su vano principal -ataviada con túnica y manto de clara tendencia neoclásica- portando un escudo con las armas de la Corona española y con el NO&DO, y que se hace acompañar de un león apoyado en la bola del mundo, debida a Delgado Brackembury; en segundo lugar y a ambos lados, se erigen las figuras alegóricas de la "riqueza espiritual" (a la derecha) y "material" (a la izquierda) de Sevilla. La "espiritual" lleva en sus manos como atributo, una pequeña figura de la Inmaculada montañesina, y la "material" muestra los frutos de la tierra vertidos a través de una cornucopia. Tradición y modernidad aunadas en Pérez Comendador, su autor, convencido plenamente de la renovación de la forma.
   El eclecticismo se aprecia no sólo en el entablamento cóncavo que se abre en los intercolumnios apilastrados, en el medio punto central elevado sobre cuatro columnas pareadas de mármol rojo y capiteles compuestos, sino en los otros elementos de la fuente, como son el zócalo exterior que la circunda, la carátula-surtidor que vierte en una venera y a su vez en el perímetro de la taza, en la procedencia iconográfica a la que remiten, y en el tratamiento tan distinto -formal y de estilo- al que recurren (Teresa Laffita. Sevilla Turística y Cultural. Fuentes y Monumentos Públicos. ABC. Sevilla, 1998).
Conozcamos mejor la Biografía de Vicente Traver Tomás, autor de la obra reseñada;
     Vicente Traver Tomás (Castellón de la Plana 23 de septiembre de 1888 – Alicante 15 de noviembre de 1966). Arquitecto y publicista
     Vicente Traver fue un arquitecto prolífico y polifacético, de gran proyección en tierras valencianas y andaluzas durante la primera mitad del siglo XX, que ha sido calificado por algunos historiadores como el máximo representante del casticismo en tierras valencianas.
     Formado en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, donde se tituló en 1912, a mediados del año siguiente fue nombrado arquitecto de la Comisaría Regia de Turismo y Cultura Artística Popular, por el Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, II Marques de la Vega Inclán, marchando a Sevilla, para realizar el traslado de la portada del palacio de los Duques de Arcos en Marchena a la Huerta del Retiro de los jardines del alcázar sevillano. Posteriormente y también como arquitecto de la Comisaría Regia se hizo cargo de diversas restauraciones en Toledo (castillo de Layos, 1918), Sevilla y Valladolid (Casa de Cervantes). En 1914 se estableció en Sevilla, donde permaneció casi veinte años, y ganó el concurso de la sección de Bellas Artes del Ateneo sevillano con un anteproyecto de hotel en los Jardines de Eslava, principiando una fecunda etapa en la que realizó gran número de obras particulares en la ciudad del Guadalquivir y otras capitales andaluzas.
     Galardonado en 1926 con la medalla de oro de la exposición de Arte Decorativo de Paris y con el Gran premio de la Exposición Iberoamericana de Sevilla, fue presidente de la Asociación General de Arquitectos, siendo nombrado el 13 de enero de 1927, tras la renuncia de Aníbal González, arquitecto general y director artístico de la Exposición Iberoamericana de Sevilla. A este respecto se ha calificado el papel de Traver como decisivo para el éxito de la Exposición Internacional, pues a su cargo estuvo no tan solo la realización de proyectos sino también la supervisión artística de pabellones particulares y oficiales.
     Distinguido en 1929 con los grados de Caballero y Comendador de la Orden del Santo Cristo, de Portugal y Galardonado en 1930 con el primer premio del concurso nacional para el proyecto del templo monumental dedicado a la Virgen de los Desamparados de Valencia, en 1933 regresaba a su ciudad natal, –a la que no obstante permaneció vinculado durante su estancia en Sevilla, especialmente con la Sociedad Castellonense de Cultura, de la que era miembro fundador y colaborador de su Boletín–, y para la que ya en 1925 había redactado el Plan de ordenación y urbanización de Castellón y proyectado y edificado diversas viviendas.
     En Castellón estableció su oficina de trabajo y rápidamente se nutrió de clientela particular además de la de carácter eclesiástico, pues fue nombrado arquitecto diocesano de Tortosa, siendo numerosas los edificios que diseñó y construyó, tanto en su ciudad natal como en poblaciones vecinas y Valencia capital.
     Nombrado durante el conflicto bélico Auxiliar Técnico de la Junta Delegada del Tesoro Artístico de Castellón (1936-38) y posteriormente Agente de Enlace del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, tras la entrada de las tropas del general Franco, el 14 de abril de 1939 fue nombrado alcalde de Castellón, cargo que desempeñó hasta noviembre de 1942, impulsando diversas reformas urbanas contempladas en el Plan que había redactado en 1925.
     Arquitecto diocesano de Valencia desde el 14 de julio de 1939, dirigió la restauración del Aula Capitular de la Catedral de Valencia, la de la capilla de las reliquias y la llamada capilla del Santo Cáliz, así como la reconstrucción del Palacio Arzobispal y la construcción del Seminario Metropolitano de Valencia en Moncada.
     Dedicado a la arquitectura y también a la labor de publicista e investigador, llevó a cabo numerosas e importantes obras en Castellón y poblaciones de su entorno, en un estilo clasicista y ecléctico muy característico de nuestro biografiado.
     Nombrado en 1914 caballero de la Real Orden de Isabel La Católica y un año más tarde condecorado con el grado de comendador de la misma Real orden, fue designado en 1948 presidente de la Comisión Provincial de Monumentos de Castellón.
     De su afición al cultivo de la Historia surgieron diversos libros y numerosos artículos en el “Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura”, de la que fue miembro activo y vice-presidente. Fue también correspondiente de la Real Academia de la Historia y de las de Bellas Artes de San Fernando, Santa Isabel de Hungría y San Carlos (Ferrán Olucha Montins, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
   Conozcamos mejor la Leyenda, Historia, Culto e Iconografía de San Diego de Alcalá, religioso;
   Franciscano español nacido en Andalucía hacia finales del siglo XIV y muerto en 1463 en Alcalá de Henares. Su nombre de pila, muy común en España, es una variante de Santiago (Sant Iago, Jacobus).
   Simple hermano converso, era cocinero en  su monasterio. Se le atribuían numerosos milagros.
   Se contaba que en sus momentos de éxtasis, se elevaba en el aire de manera Inconsciente. Durante uno de sus trances místicos, los ángeles lo sustituyen en las faenas de la cocina. Es el tema del célebre cuadro de Murillo que se conserva en el Museo del Louvre: La cocina de los ángeles (The Angelkitchen, die Engelsküche).
   Los otros rasgos de su leyenda son tópicos hagiográficos.
   A pesar de la prohibición de su superior, distribuía el pan del convento entre los pobres. Intentaron sorprenderle in fraganti, pero el hermano portero que le revisó el delantal, sólo encontró rosas. Es la reedición del milagro de santa Isabel de Hungría.
   Además, habría extraído a un niño de un horno encendido y curado a un joven ciego con el aceite de la lámpara del altar.
   Fue canonizado por el papa Sixto V en 1588, por petición del rey Felipe II de España. En consecuencia, su iconografía data del siglo XVII.
   Está representado con sayal buriel entallado con el cordel de la orden, y un manojo de llaves en la cintura. En un pliego de su hábito muestra al portero del convento, que lo tenía por sospechoso de hurto, las rosas que milagrosamente reemplazaron al pan (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Diego de Alcalá, en la Historia de la Iglesia de Sevilla
   San Diego de Alcalá. Lego franciscano, nacido en San Nicolás del Puerto (Sevilla), aunque es conocido como san Diego de Alcalá, por ser en esta ciudad madrileña donde murió en 1463. Destinado a Fuerteventura, contribuyó a la evangelización de Canarias. Estuvo también en los conventos de Sevilla, Alcalá de Guadaira y Sanlúcar de Barrameda. Pasó por Roma para recalar definitivamente en la casa franciscana de Alcalá de Henares. Célebre por su humildad y sus milagros. Fue canonizado por Sixto V en 1588. Su fiesta se celebra el 14 de noviembre. (Carlos Ros, dir. Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Diego de Alcalá, religioso
     San Diego de Alcalá (San Nicolás del Puerto, Sevilla, 1370-1380 – Alcalá de Henares, Madrid, 12 de noviembre de 1463). Santo canonizado, religioso lego franciscano (OFM), venerado como gran taumaturgo.
     Se desconoce el año de su nacimiento, que pudo ser en el decenio 1370-1380. Asimismo, se ignora el nombre de sus padres, como también su categoría social, bien que se los supone de condición humilde, pero piadosos, en cuyo ambiente familiar cristiano Diego desarrolló su niñez, inclinando su espíritu a la devoción y a la piedad, por lo que, al parecer, muy pronto, llevado de ese espíritu, siendo aún muy joven, se retiró a la soledad en compañía de un sacerdote que vivía en una ermita dedicada a san Nicolás de Bari, sita en las montañas vecinas a su pueblo natal.
     No mucho después, Diego se dirige a la sierra de Córdoba y es admitido en el eremitorio de la Albaida, en las llamadas Las ermitas de Córdoba, donde se empapa del espíritu franciscano, ya que tanto el fundador como los ermitaños eran Terciarios Franciscanos que estaban bajo la dirección o jurisdicción del no lejano convento franciscano de la Arrizafa o Arruzafa.
     Pero aquel género de vida tampoco llenaba del todo las aspiraciones de Diego, por lo que solicitó ingresar como franciscano en el referido convento de Arrizafa, en el que la regla franciscana era observada en toda su rigidez, donde finalmente fue admitido. Se desconoce, no obstante, cuándo tuvo lugar esa admisión, su vestición del hábito franciscano y su profesión religiosa.
     Entre los conventos en los que fray Diego morara y realizara hechos portentosos, está el de San Francisco de Úbeda, en el que habría desempeñado, entre otros, el oficio de hortelano, y en el que, después de su partida, habría resucitado a un muerto con el simple contacto de un hábito suyo viejo y roto que abandonara al ser trasladado él a otro convento. El de San Francisco de Sevilla es otro de los conventos en los que ciertamente moró el santo Diego; aunque los documentos no detallan los oficios que desempeñó en él, parece ser que uno de los principales fue el de portero, ya que en todos se pone de manifiesto su caridad con los numerosos necesitados que se acercaban a la portería del convento y sobre todo con los innumerables enfermos a los que curaba con la simple unción del aceite de la lámpara que ardía ante la imagen de Nuestra Señora de la Antigua en la cercana iglesia catedral, curaciones que dieron gran fama a la dicha imagen, fama de la que anteriormente no gozaba.
     Pero además de estos hechos considerados como portentosos, ya casi rutinarios por lo frecuentes, los documentos narran uno según el cual, por intercesión de Diego de Alcalá, un niño de siete años, que, huyendo de la regañina de su madre, se había refugiado en un horno quedándose dormido entre la leña, se libró del fuego que su propia madre prendió sin saber esta circunstancia. También fue morador, aunque de paso, del convento de Sanlúcar de Barrameda, en cuyo camino habría proporcionado alimentos para él y su compañero en un despoblado de modo portentoso.
     En 1441 es enviado fray Diego, junto con el padre fray Juan de Santorcaz, a la vicaría de las Islas Canarias, pero en lugar de ser nombrado guardián (superior) del convento de Betancuria en la isla de Fuerteventura el padre Santorcaz, que era sacerdote, es designado por los superiores como tal fray Diego, que era lego. Allí desarrolló una admirable labor de apostolado entre los gentiles y entre los cristianos en medio de enormes problemas y dificultades para la comunidad. Pero, dado el ascendiente moral de fray Diego y las circunstancias harto difíciles por las que atravesaba algún tiempo después su provincia franciscana de Castilla, el ministro provincial de ella, fray Juan de Santa Ana, le ordena regresar a ésta, cosa que realiza entre los años 1445 y 1447, desarrollando aquí una labor, asimismo, admirable, aunque callada, entre sus hermanos los religiosos con el admirable y eficaz testimonio de su vida en los distintos conventos a donde lo destinó la obediencia.
     En 1450, además del jubileo del Año Santo, se celebraba también el Capítulo General de la Orden, y la canonización de san Bernardino de Siena; fray Diego, a petición propia, o más probablemente por deseo de su ministro provincial, fue designado compañero de fray Alonso de Castro, que iba como representante del ministro provincial. Con tal motivo se habían reunido en la Ciudad Eterna numerosos peregrinos y varios millares de frailes franciscanos de todas partes, lo que favoreció el desencadenamiento de una terrible epidemia, que afectó a muchos religiosos, incluido su compañero, fray Alonso de Castro, en cuya ocasión fray Diego demostró la grandeza de su alma atendiendo solícito y espontáneamente a cuantos enfermos podía, mereciendo su conducta y celo que el ministro general le encomendara la dirección de la enfermería, que organizó, atendiendo a todos indistintamente con verdadera caridad. Al cabo de un tiempo impreciso, desaparecida ya la peste, retornaron ambos a España a pie, tal y como habían hecho el camino de ida. Fray Diego parece que retornó a Sevilla, donde estuvo un tiempo también impreciso, hasta que, sin que se sepa cuándo, fue destinado al convento de La Salceda (Segovia). 
   En 1456 culminaba la fábrica del convento de Santa María de Jesús en Alcalá de Henares, levantado por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, quien deseaba para su fundación moral el personal más selecto, modélico tanto en virtud como en letras, para formar la comunidad franciscana que había de gestionarlo; para ello obtuvo de las máximas autoridades de la Iglesia y de la Orden la facultad de seleccionar él mismo el personal adecuado. Uno de los primeros en ser seleccionados, por el arzobispo fue fray Diego, que a la voz de la obediencia acudió cuando se lo indicaron los superiores, siendo recibido personalmente por el arzobispo no sólo con deferencia, sino casi con devoción.
     Se le encomendó entonces el oficio de hortelano, pero en atención a su avanzada edad muy poco después los superiores le encomendaron la portería del convento, donde además el halo de santidad, de que venía precedido, podía ser más útil a cuantos acudían a la portería, especialmente los pobres, en los que volcaba su amor e interés. Aquí y con ellos tuvo lugar aquel episodio, que narran las crónicas y que forma parte, no sólo de su biografía, sino de su iconografía hagiográfica, según el cual cierto día en que iba el hermano Diego llevando, como de costumbre, casi a escondidas en el halda de su hábito una buena cantidad de mendrugos de pan para sus pobres, lo sorprendió el padre guardián y le recriminó el que se excediera en dar limosna a los extraños con perjuicio de los religiosos de casa, a lo que el santo replicó: “¡Pero si son rosas, P. Guardián!”, y efectivamente aquellos mendrugos de pan se transformaron en hermosas y frescas rosas ante la vista atónita del guardián.
     Pero no sólo rosas había cosechado el santo Diego durante su vida; para escalar las alturas de la santidad, tuvo también que cosechar espinas y caminar por senderos sembrados de abrojos y de dificultades, entre las cuales incomprensiones, persecuciones, enfermedades, especialmente la última, larga y dolorosísima, que le produjo la muerte, encontrándolo ésta abrazado a una cruz de madera, que a mano siempre tenía, y que por ello también forma parte de su iconografía.
     Era el 12 de noviembre de 1463, día en el que la Iglesia celebra su fiesta.
     Su cadáver durante más de seis meses insepulto, permaneció flexible y despidiendo un suave olor, sin haber sido embalsamado ni aplicado ningún ungüento, fenómeno que pudieron comprobar toda clase de personas, y no se sabe si hoy con los conocimientos y medios técnicos de que se dispone tendría alguna explicación racional.
     Entre los muchos prodigios y milagros posteriores a su muerte atribuidos a la intercesión de san Diego está la curación del príncipe Carlos, hijo único varón de Felipe II, quien jugando con otros compañeros se cayó por unas escaleras del palacio en Alcalá de Henares golpeándose en la cabeza, suceso que lo llevó al borde del sepulcro, al ser desahuciado por los médicos, pero habiendo sido llevado el cuerpo del santo y colocado junto al lecho del moribundo, éste al punto dio muestras de mejoría, cayó en un profundo sueño y recobró la salud. Este prodigio fue motivo para que se acelerara la causa de canonización del santo, que, no obstante, tardó todavía más de veinticinco años, teniendo lugar ésta el año 1588 (Hermenegildo Zamora Jambrina, OFM, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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