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miércoles, 17 de julio de 2024

El desaparecido Convento de las Vírgenes Santas Justa y Rufina (Concepcionistas Franciscanas)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el desaparecido Convento de las Vírgenes Santas Justa y Rufina (Concepcionistas Franciscanas), de Sevilla.  
     Hoy, 17 de julio, en Sevilla, en la provincia hispánica de Bética, es la Festividad de las Santas Justa y Rufina, vírgenes, que, detenidas por el prefecto Diogeniano, tras ser sometidas a crueles suplicios fueron encerradas en prisión, donde les hicieron pasar hambre y más torturas. Justa exhaló su espíritu encarcelada, y Rufina, por seguir proclamando su fe en el Señor, fue decapitada (c. 287) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para Explicarte el desaparecido Convento de las Vírgenes Santas Justa y Rufina, de las Concepcionistas Franciscanas.
     El desaparecido Convento de las Vírgenes Santa Justa y Rufina, se encontraba en la calle Vírgenes, en el Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo, y va de la confluencia de las calles Águilas, Deán López Cepero, y Amistad, a la confluencia de las calles San José, plaza Nuestro Padre Jesús de la Salud, y Conde de Ibarra.
Fundación e Historia del convento.
     Hoy día sigue llamándose de las Vírgenes la calle donde estaba situado este convento concepcionista que fundó en el año 1586 D. Alfonso Fajardo Villalobos, "arcediano y canónigo de Sevilla e hijo de ella, obispo de Esquilache, con la advocación de las gloriosas Santa Justa y Rufina en una casa principal de la collación de San Nicolás", exactamente a la entrada de la calle y entre ésta y Toqueros.
     El también convento concepcionista de San Juan de la Palma tuvo directísima relación con éste pues D. Alonso de Fajardo, conocedor de la valía de la que en aquel momento era su abadesa, Doña Antonia Tremiño, quiere que sea ella quien dirija la nueva fundación y, a pesar de las dificultades, lo consigue. Este es el motivo por el que en el libro de fundación del convento de San Juan de la Palma se dediquen algunas páginas al de las Vírgenes -poco más de cuatro-, que es casi lo único que sabemos de la historia del convento.
     La cronista, a quien dejaremos hablar lo más posible, nos cuenta que el motivo por el que D. Alonso Fajardo se empeña en que la fundadora de su convento fuese Doña Antonia Tremiño se debe a que "habíala tratado y conocido vien el fondo de entendimiento, despexo y virtud de esta religiosa" y piensa que será la persona ideal para que "el dispendio de su caudal fuese perfectamente, según la idea de servicio de Dios". La dificultad estribaba en que en ese mo­mento Doña Antonia era abadesa -en segundo mandato- de su convento de San Juan de la Palma, pero el arcediano, hombre de ideas fijas sin duda, consigue las "precisas licencias" y "sin dexarla concluir su trienio le mandó salir a hacer la fundación".
     "Llevóse por compañera a Doña Constanza María, para que le sirviese de vicaria y maestra de novicias. No necesitó ni pareció a el fundador llevase consigo más monjas, porque era pequeña la casa y havía muchas a quien dar el ávito". O. de Zúñiga añade que "las más" que iban a entrar eran parientas del fundador.
     El pontífice Sixto V, el cardenal arzobispo Don Rodrigo de Castro y el rey Felipe II dieron las debidas licencias para la fundación, y Doña Antonia Tremiño y Doña Cons­tanza Marín toman posesión del nuevo convento el 20 de agosto de 1586.
     "Diose inmediatamente el ávito a Doña Antonia de Osorio", sobrina del cardenal arzobispo, y "tomaron después el ávito otras muchas en breve tiempo".
     "Como era la señora Tremiño tan diestra en obras" (ya veremos que durante su mandato se hizo la mayor parte del convento de San Juan de la Palma), "proporcionó la fábrica y todo el acomodo a una estrecha clausura". La cronista indica, sin embargo, que no pudo hacerlo con "la grandeza que dexava labrada las piezas principales" del suyo propio, ya que éste "fue según el sitio y facultades del fundador". "En lo que puso mayor empeño fue en la instrucción de las novicias, para que salieran en brebe grandes religiosas ca­paces de governarse por sí".
     O. de Zúñiga nos dice que la primera misa rezada se celebró "a 21 de agosto de 1587 en la que comenzó a ser iglesia y perfeccionóse poniéndose el Santísimo Sacramento en 3 de julio de 1588", lo que parece aclarar la fecha, 1588, que da para el "término" de la fundación, cuando se estrena la iglesia, aunque las religiosas llevaban ya dos años en el convento. Añade que el fundador, Don Alonso, vivió hasta el año 1590.
     No fue mucho más lo que la fundadora tardó en "de­xarlo dispuesto todo" y, junto con su compañera Doña Constanza, "pidieron y obtuvieron licencia para volverse a su convento". Esto ocurre en 1593, es decir, a los siete años de hacerse la fundación. Añade nuestra cronista que "el libro de fundación" -refiriéndose al del P. Herrera- dice, erróneamente, que esta vuelta se produce en el año 1615, pero refuta la fecha pues ambas religiosas habían ya fallecido en 1615 y demuestra que en 1594 "ya la señora Tremiño estaba en su convento... porque no era posible que fuese abadesa a un tiempo de dos conventos ni que pasase de uno a otro firmando como Prelada". Es decir, a partir de 1593 vuelve a aparecer su firma como abadesa en el convento de San Juan de la Palma donde volvió "reclamada por sus monjas" y "tomó el báculo que dexó para irse".
     Antes de volver a su convento Doña Antonia Tremiño quiso dejar el gobierno del nuevo en buenas manos y "las inclinó (a sus monjas) esta señora a que eligiesen por abadesa a Doña María Faxardo, a quien advertida de todo dexó el báculo". Insiste una vez más la cronista que esto ocurre no en 1615, sino en 1593, a los siete años de la fundación.
     El P. Herrera nos dice que Doña María Faxardo fue abadesa durante cinco años. Y quizás fue ése el tiempo de su primer mandato. Pero debió serlo en varias ocasiones pues su firma como abadesa aparece en varios contratos, relativos a retablos: en 1598 (lo que confirma la vuelta de la fundadora a su convento antes de 1615), 1617, 1629, 1630 y 1636. Debió ser una gran abadesa y mujer la elegida por Doña Antonia Tremiño como su sucesora, y, junto con la última, son las únicas abadesas cuyo nombre se conoce.
     Como es lógico, vueltas las dos religiosas fundadoras a su convento, no se hace mención alguna de éste de las Vírgenes en el libro de fundación del convento concepcionista de San Juan de la Palma, nuestra fuente informativa. Sólo se vuelve a hablar de él a finales del siglo XVIII. En estos casi doscientos años faltan por completo noticias de su historia. Únicamente encontramos recogidos por varios autores referencia de algunos contratos de retablos para su iglesia -fechados entre los últimos años del siglo XVI y hasta mediados del XVII- que mencionaremos al describir la iglesia, y una tasación e informe "de cuatro celdas que se han de construir en las Vírgenes", hecha por Esteban Sánchez Falconete, maestro mayor de obras de la S.I.C. el 1 de agosto de 1609, que puede indicar la pujanza del convento, que necesita ampliar sus dependencias a los pocos años de su construcción.
     La mención que se hace en el siglo XVIII (finales) de este convento "de Santa Justa y Rufina", en el libro de la fundación del concepcionista de San Juan de la Palma, es para alabar a sus religiosas, "hijas de nuestras antiguas hermanas, como fundadas por aquella gran muger Doña An­tonia Tremiño". Se les alaba porque en esos años la comunidad de las Vírgenes había pensado "plantear en aquel claustro la vida en común", práctica nos dicen "que así en él como en muchos abolió la astucia del dragón infernal para destrucción de los votos, abriendo brecha por donde se per­diesen todos los trabajos de la religiosa vida". Siguiendo su ejemplo también se restablece la vida en común en el de San Juan de la Palma, y de este restablecimiento sí sabemos la fecha exacta: el 8 de febrero de 1789, luego debió ser algo anterior la vuelta a la observancia primitiva en el convento de las Vírgenes.
     Llegamos sin más noticias a mayo de 1837, fecha de la extinción del convento. De pocos  días  antes -5 de mayo-­ es la carta que su última abadesa, Sor María de las Mercedes Martínez, dirige al Sr. Gobernador eclesiástico. En ella le dice que "no pudiendo costear esta comunidad el jubileo circular que en los días 12, 13 y 14 de este mes debía ganarse en su iglesia", avisa al citado Gobernador "para su inteligencia y gobierno". A los pocos días, la comunidad es reunida con las concepcionistas de San Juan de la Palma, quedando el convento deshecho y arrendado a vecinos. Madoz añade que en la iglesia se instaló un taller de carpintería. De todo ello hoy no queda nada.
     Con toda seguridad, al trasladarse las religiosas del convento de las Vírgenes al concepcionista de San Juan de la Palma, llevaron consigo sus papeles y quizás alguna de sus imágenes, pero desgraciadamente las noticias de este último convento son escasísimas en el siglo XIX y sólo llegan al año 1835, escritas por la entonces abadesa Doña Carmen Cisneros. Termina pues dos años antes de la reunión de las dos comunidades. Para mayor fatalidad en 1868 fue suprimido también el convento de la Concepción de San Juan de la Palma. Como ignoramos si entre las religiosas que emprendieron un largo éxodo figuraba todavía alguna del antiguo convento de las Vírgenes, dejamos su relato para la historia de aquel convento. Sólo añadimos que entre los papeles del convento de la Concepción de San Juan de la Palma, hoy en el archivo de la Concepción de Lebrija, sólo hay dos procedentes del convento de las Vírgenes. Uno de ellos se refiere a los gastos ocasionados por obras en una casa propiedad del convento, situada en la collación de San Esteban. El otro es un testamento otorgado por una religiosa en el momento de hacer los votos.
Descripción del edificio.
La iglesia.
     Seguimos la descripción que de ella hace González de León: "Era muy pequeña, de un cañón corto dividido con rejas para los respectivos coros bajo y alto''. No añade nada más, pero deducimos que al estar la nave de la iglesia dividida por los dos coros, la puerta de entrada tenía que ser lateral. No habla de ella tampoco, luego debía ser muy sencilla.
RETABLO MAYOR
     "Era del medio tiempo de las artes, muy bien dorado y en el nicho principal se veneraban las imágenes de Santa Justa y Rufina, esculturas de vestir muy pequeñas y en los intercolumnios había otros santos de muy buen estilo y un bajo relieve de la Encarnación, que se conservaron del hermoso retablo antiguo que pereció como tantos otros a fines del siglo XVII y principios del XVIII". Así lo describe González de León. Ponz califica las esculturas de este retablo de "muy razonables y de buen estilo" y en esta opinión coincide también Arana de Varflora.
     Sabemos quién fue el autor de este retablo: Pedro de la Cueva, quien lo contrata con la abadesa, Doña Mariana Fa­jardo de Villalobos, el 25 de agosto de 1617. En el contrato dice tomar a su cargo "la obra de escultura samblaje, pintura  y dorado del  retablo  mayor  de dicho monasterio" -de las Vírgenes-. El retablo tendrá "tres baras de alto" y las esculturas "an de ser de pino de segura, conforme a la trasa y modelo firmado por ambas partes''. El sagrario será "de borne, con San Pedro y San Pablo enzima de las columnas", y añade que la abadesa le entregará para el primer cuerpo del retablo (luego tenía al menos otro) "las figuras de la Madre de Dios, Santa Justa y Rufina y San Juan Bautista y Evangelista que tiene en el convento", teniendo que hacer el autor "en las demás caxas los santos güecos sin acabar por la trasera". El retablo se dorará "en oro limpio" y las "figuras" se han de estofar a punta de pincel. La pintura la hará "Amaro Basquez" -que además actúa como fiador- y el precio de la obra, 1.400 ducados, comprometiéndose a entre­garlo en plazo de año y medio.
     Pedro de la Cueva, en el contrato, dice claramente que cuatro "figuras" se las ha de entregar la abadesa, la cual "las tiene en el combento''. No dice que procedan de otro retablo anterior, que no pudo serlo mucho pues el convento se fundó en 1586. Quizás lo hubo, no lo sabemos. Lo que ya nos parece totalmente imposible es que de nuevo se cambiase el retablo en los años cuarenta de este mismo siglo y creemos que la "obra" que en 1648 traspasa Felipe de Ribas a su hermano Francisco no puede referirse -como dice Mª Teresa Dabrio- al retablo mayor, que no se nombra como tal, por cierto, en las citas halladas en el Archivo de Protocolos, sino solamente como "obra" y "la traza de la obra" que hizo Felipe de Ribas, según se dice en la ratificación de su testamento, ocurrida en febrero de 1649. Por otra parte, si González de León habla de que las esculturas del retablo procedían de "otro anterior", parece bastante im­probable que si en el retablo que hace Pedro de la Cueva se ponen cuatro esculturas (entre ellas las de las titulares del convento) anteriores a su retablo, se vuelva a hacer otro a los pocos años para seguir poniendo las mismas imágenes de nuevo. Creemos, por todas estas razones, que tal "obra" se refiere a algún otro retablo de la iglesia. Deducimos también de todo lo anterior que el cambio de retablo, si lo hubo, no se verifica -como dice González de León- a principios del XVIII o fines del XVII, sino a principios de este último siglo.
OTROS RETABLOS
     "Cuatro retablitos más había en la iglesia: el uno dedicado a la Santísima Trinidad, y otros dos a los dos Santos Juanes Bautista y Evangelista que eran de bastante mérito artístico". Puesto que se conoce -aunque no esté nada claro- la autoría -o autorías- de los retablos de los Santos Juanes, sólo nos restan otros dos retablos -"retablitos"- sin identificar, uno de ellos dedicado a la Santísima Trinidad. De este retablo, y gracias al trabajo de Teodoro Falcón sobre la iglesia de S. Nicolás de Bari situada frente a la del convento de las Vírgenes, sabemos por un "inventario de bienes de la expresada iglesia formado en el año 1853" que "en el lugar del simpecado que había y obra en poder de D. Carlos Ramírez Ortega, se halla colocado el Misterio de la Stma. Trinidad procedente del convento de las Vírgenes". Es lo único que sepamos con certeza que procede de esta iglesia, y puede fecharse a principios del siglo XIX.
     El último retablo ignoramos a quién estaba dedicado. Cualquiera de los dos pudo ser el que Felipe de Ribas traspasa a su hermano Francisco.
RETABLO DE SAN JUAN EVANGELISTA
     El 22 de enero de 1598 el escultor Blas Hernández y el pintor Francisco del Castillo contratan con Doña María Fa­xardo un retablo "para uno de los arcos de la iglesia" que debía llevar "en la caxa principal la imagen del señor Juan Ebangelista como está en la apocalipsi"... En madera de borne.
     ¿No gustó el San Juan? o al contrario ¿fue tan bueno que en 1617 cuando la abadesa contrata el retablo mayor decide poner allí esta escultura? (sabemos que la abadesa se compromete a entregar a Pedro de la Cueva, entre otras, dos "figuras" de los Santos Juanes), o bien ¿el contrato no se cumplió, o sólo se entrega la escultura del Santo? No sabemos. Lo cierto es que el 17 de agosto de 1623 Juan de Mesa se compromete a hacer un retablo ensamblaje y escultura sin falta alguna- "con historias de todo el apocalici" y "un San Juan evangelista en una tina con sus sayones". El escultor muere antes de acabarlo y hubo pleito entre la viuda y la abadesa. Por fin, el 28 de julio de 1629 llegan a un acuerdo y la viuda otorga carta de pago. Recibe 680 reales, con los cuales declara estar enteramente pagada "de los
9.000 y 460 reales en que por Diego López Bueno y Luis de Peña" apreciaron "la obra de escultura fecha por el dicho mi marido... del retablo de San Juan Evangelista".
     El portugués Vicente Perea otorga (el 13 de abril de 1636) carta de pago a Doña Mariana Fajardo. Dice haber recibido "seiscientos e cincuenta ducados por dorar y estofar el retablo de San Juan evangelista".
RETABLO DE SAN JUAN BAUTISTA
     Jerónimo Velázquez lo contrata el 25 de agosto de 1623 (pocos días después del contrato del retablo de San Juan Evangelista por Juan de Mesa) con Doña María de Palacios, monja profesa. Ha de ser -como el otro- de borne o pino del segura, tendrá "las figuras y ystorias que pudiese y el santo en el tabernáculo que a de ser de talla de relieve entero". A entregar en dos años.
     A pesar de lo anteriormente expuesto, siete años después la abadesa del convento firma un nuevo contrato con Luis Ortiz de Vargas (12-VIII-1630), en el que se de­clara que la "susodicha" abadesa había concertado con Juan de Mesa  -ya  difunto-  un  retablo  de escultura y ensamblaje para el altar de San Juan Bautista que está en la iglesia", del cual, dice, Mesa  "solo hizo el nicho donde se abía de poner el Santo y demás ystorias". Luis Ortiz de Vargas se compromete a terminarlo, en plazo de dos años, cobrando 1.000 ducados y siendo su fiador Marcos Ortiz de Soto, maestro mayor de Sevilla. Parece pues ser éste el retablo de Bautista que figuraba en la iglesia en el momento que González de León la describe.
El convento.
     "No era muy amplio, mas sin embargo tenía todos los departamentos necesarios de utilidad y comodidad para su familia, y un buen patio muy alegre, como todos los de Sevilla, con arcos y columnas, con dos pisos y está en el primer tercio de vida, pues es nuevo...".
     Esta somera descripción del convento debía ser el punto final. Sin embargo, al publicarse la "Iconografía de Sevilla", un cuadro de las Santas Justa y Rufina llamó poderosamente nuestra atención. El motivo no fue realmente la representación de las dos Santas -las hay sin duda mucho mejores-, pero en este caso y sobre el perfil de Sevilla en el que destaca su catedral y Giralda, portan las Santas la maqueta de un convento. Leímos atentamente cuantos datos proporciona este libro sobre el tema llegando a su fuente: un artículo publicado en un diario sevillano el año 1976. Su autor afirma ser el antiguo convento de la Trinidad, sin duda porque sobre la maqueta que portan las Santas aparece esta advocación, pero enseguida reconoce, al comparar el con­vento reproducido "con lo que restaba en la actualidad del cenobio trinitario hispalense", no haber "ningún punto de contacto entre la pintura y la realidad". El autor intenta sin embargo salvar este grave escollo -insalvable a nuestro juicio- argumentando se trata del "viejo convento trinitario", derribado entre los años 1621 y 1628, afirmando coincide con la descripción que del edificio hace el bachiller Peraza.
     Se nos ocurre pensar que la descripción de un convento se parece siempre a la de cualquier otro. Pero además sa­bemos (lo hemos comprobado en todos y cada uno de lo conventos objeto de nuestro estudio) que por muchas obras y renovaciones que se hagan en ellos, siempre se conserva la mayor parte de lo anterior. Aquí no hay nada, según el mismo autor reconoce. Por otra parte, se representa un pequeño convento. Así era el de las Vírgenes Santa Justa y Rufina. El hecho de que aparezca sobre la maqueta del edificio la Stma. Trinidad, no lo juzgamos tampoco concluyente. En la ya citada "Iconografía de Sevilla" y en un grabado donde sobre las Santas, esta vez representadas a la orilla trianera del río, frente a la Torre del Oro, vemos también la Stma. Trinidad. Y no hubo en Triana ningún convento trinitario.
     Por todo ello pensamos que la maqueta que las Santa Justa y Rufina portan en este cuadro, pudiera ser la de su convento, conocido popularmente como "de las Vírgenes", en cuya iglesia hemos visto por cierto un retablo dedicado a la Stma. Trinidad.
     Al fin y al cabo, si no acertó -a nuestro juicio- el autor al localizar el convento representado -ya totalmente ol­vidada su existencia- sí ha recuperado, como él pensaba, la figura de un edificio totalmente desaparecido [Mª Luisa Fraga Iribarne, Conventos Femeninos Desaparecidos, Sevilla - Siglo XIX. Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santas Justa y Rufina, vírgenes y mártires
   Eran dos hermanas andaluzas, hijas de un alfarero de Sevilla, que se ganaban la vida vendiendo cacharros de cerámica en el mercado.
   Como se negaban a entregarse a los paganos en la fiesta de Adonis, y tam­bién a  ofrecer sacrificios a Venus, sus mercaderías fueron destruidas. Justa murió en la calle y Rufina fue estrangulada.
   Patrona de Sevilla y también de Burgos, en cuyo monasterio de Las Huelgas se conservaban sus reliquias.
   En Francia fueron elegidas como patronas por los alfareros de Montauban. La iglesia de Prats de Molló, en el Rosellón, está puesta bajo su advocación.
ICONOGRAFÍA
   Están caracterizadas por alcarrazas, cacharros de alfarería que llevan en las manos, trozos de ídolos esparcidos en el suelo, un león que les lame los pies. Las santas enmarcan a la Giralda, antiguo alminar de Sevilla, que ellas habrían protegido del rayo en 1504 (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Santas Justa y Rufina, en la Historia de la Iglesia de Sevilla
   Santas Justa y Rufina, vírgenes y mártires, patronas de la ciudad de Sevilla. Por no querer adorar a los ídolos, por orden del presidente Diogeniano, padecieron martirio. Justa murió en la cárcel y Rufina fue degollada poco después. Ocurrió hacia el 285. La Iglesia de Sevilla celebra su fiesta el 17 de julio.
   Las pintaron Hernando de Esturmio, Miguel de Esquivel, Ignacio de Ríes, Murillo y Goya, entre otros muchos artistas. La Giralda en medio de ellas, como sostenida y abrazada para que no sufriera daño cuando el terremoto de 1504, según cuentan viejas leyendas. Y a sus plantas los cacharros de loza, símbolo del gremio que patrocinan. Las esculpió Duque Cornejo. Les han cantado himnos desde san Isidoro de Sevilla hasta el divino Herrera y Rodrigo Caro. Las celebran por patronas, junto a Sevilla, otras ciudades como Manises, Orihuela, Talavera de la Reina... Toledo conserva una parroquia con su advoca­ción de resonancia histórica medieval. Las veneran no sólo en España, sino también en Portugal, Francia, Italia y Alemania. Y son la primera página histórica, y gloriosa, de la Iglesia de Sevilla.
   Ellas son santas Justa y Rufina, patronas de Sevilla. Modernamente, un gran poeta sevillano, Antonio Machado, las cantó así:
          Que por mucho que se diga 
          nadie aventajó en el arte 
          cerámico y de alfarería
          cual las Patronas del «barro» 
          las Santas Justa y Rufina.
          Su oficio es noble y bizarro 
          y entre todos el primero,
          pues para gloria del «barro»,
          Dios fue el primer alfarero
          y el hombre el primer cacharro.
   Los albores de la Iglesia de Sevilla están regados por la sangre generosa y joven de dos alfareras hermanas. Su martirio es el primer dato histórico de la Iglesia hispalense recogido en una Passio muy antigua con visos de autenticidad. Su estilo sobrio, la descripción de las adonías, fiesta en honor de la diosa siria Salambó, y la cita del obispo Sabino, que aparece segundo en el catálogo de los obispos de Sevilla del códice emilianense, son indicios suficientes de su autenticidad histórica. 
   Así son descritas en el Pasionario hispánico:
   «Justa y Rufina, como mujeres que eran y muy sencillas por su relativa pobreza, llevaban adelante su casa con paciencia, casta y religiosamente, como necesitadas que todo lo poseen.
   Solían vender vasijas de barro. Con la venta ayudaban a los pobres, y guardaban para sí solamente lo suficiente para cubrir sus gastos cotidianos de comida y vestido. Se ocupaban también de hacer oración cada día...
   Un día, cuando estaban vendiendo sus vasijas, se les presenta no sé qué monstruo inmenso, al que la turba de los gentiles llaman Salambó, pidiéndoles que le den un donativo. Ellas resisten y se niegan a dar nada, diciendo: «Nosotras damos culto a Dios, no a este ídolo fabricado, que no tiene ojos, ni manos, ni vida alguna propia. A no ser que necesite una limosna o padezca necesidad, nosotras no le damos».
   El que, vestido de Zábulo, llevaba sobre sus hombros al ídolo, arremetió tan ferozmente, que rompió y destrozó totalmente todos los cacharros que tenían para vender las santísimas mujeres Justa y Rufina. Entonces estas religiosas y nobles mujeres, no por el daño de la pobreza, sino para destruir el mal de tan gran inde­cencia, empujaron el ídolo, y éste cayó por tierra, haciéndose pedazos. Se tomó esto como un sacrilegio, y corría en boca de los gentiles y proclamaban que eran reas de un gran crimen y dignas de muerte.
   En aquel tiempo era presidente Diogeniano, practicante de los ritos y observan­cias gentiles. Llegó enseguida a sus oídos la noticia de lo sucedido; rápidamente mandó que encerrasen a las piadosas mujeres en la oscuridad de la cárcel y que las condujesen a Sevilla bien custodiadas. Una vez llegadas a dicha ciudad, manda que las sometan a suplicios bajo el miedo de las torturas. Comparecen, pues, las devotas mujeres consagradas a Dios ante el crudelísimo juez Diogeniano. Como el leño penal de los reos no había llegado todavía, manda que traigan unos telares para que no se enfriase con la espera la crueldad de aquel gran furor. Enseguida son colgadas, no para pena, sino para gloria; y manda que las desgarren con uñas. Se humedecían sus entrañas con la sangre purpúrea, pero prometían el martirio. El interrogatorio del juez proclamaba el sacrilegio cometido, pero la confesión de las santas mártires no invocaba nada más que a Cristo, Señor de todas las cosas.
   Viéndolas Diogeniano con cara risueña y exultantes, llenas de alegría como si no sintiesen ningún dolor, dice: «Atormentadlas todavía con mayor oscuridad, encierro de cárcel y hambre».
   Después de algunos días, Diogeniano dispuso que se fuese a los montes Marianos y mandó que las santas mujeres les acompañasen a pie y descalzas por aquellos parajes ásperos y pedregosos.
   Se acercaba ya el tiempo de merecer la victoria. No podía demorarse la digna y debida corona de Dios a tantos padecimientos. La santísima Justa, encomendando a Dios su puro espíritu consagrado, entregó su alma en la cárcel. El guardián de la cárcel comunicó la noticia al presidente Diogeniano, y éste ordenó que arrojasen el cuerpo en un profundísimo pozo. Se enteró de esto el que era entonces religioso varón y obispo Sabino, y mandó que se sacase del pozo el cuerpo de santa Justa y se colocase honoríficamente en el cementerio hispalense.
   A la bienaventurada Rufina, que seguía en la cárcel, le cortaron la cabeza por orden del presidente Diogeniano y entregó a Dios su devoto espíritu. Mandó que llevasen el cuerpo al anfiteatro, donde fue entregado a atroces llamas. Pero el cuerpo, aunque quemado, como consagrado a Dios que estaba, fue sepultado con el mismo honor...»
   ¿Cuándo ocurrieron estos martirios? Un antiguo breviario hispalense señala el año 287, lo que supondría un hecho aislado en período de no persecución. Pero tal vez habría que situar estos martirios unos años después, a principios del siglo IV, durante la persecución general dictada por Diocleciano.
   Prudencia, que vivió cercano a estos sucesos, no refiere en su Peristéphanon a las santas Justa y Rufina. Tampoco hace referencias de otros mártires hispanos, comprobados históricamente. Ni Prudencia quiso agotar el tema ni se puede dudar de la existencia de estas santas, confirmadas por una tradición secular y unas actas que, aunque escritas hacia los siglos VI-VII, están inspiradas en documentos contemporáneos al martirio. Además, el obispo Sabino, que dio cristiana sepultura a sus cuerpos, está confirmado históricamente por su presencia en el concilio de Elvira. Sabino firmó segundo en las actas, lo que indica la antigüedad de su pontificado. «Del culto extraordinario a estas santas a partir del siglo VI dan fe las inscripciones con mención de sus reliquias, los numerosos exvotos en oro encontrados recientemente en Torredonjimeno, procedentes de un santuario, y los oficios de los libros litúrgicos y calendarios mozárabes. La Passio de las santas, de un gran valor histórico, se inspira en fuentes contemporáneas» (J. Vives).
   Tal vez su culto tardío puede justificar que no sean conocidas, ni nombradas, por Prudencio. ¿Y por qué su culto tardío? Discuten los autores si ello fue debido al canon 60 del concilio de Elvira: «Si alguno rompiere los ídolos de los gentiles y fuere allí muerto por eso, no sea recibido en el número de los mártires; porque ni hallamos aquello en el Evangelio ni en las Actas de los Apóstoles», en posible alusión a la actitud que tomaron las santas sevillanas. Los padres conciliares debían tener muy presente y vivo por lo reciente de las circunstancias en que murieron estas santas y debieron redactar este canon para moderar imprudencias que podrían provocar la ira de los paganos y la muerte consiguiente a manos de ellos.
   Es posible que esto fuera así y que el martirio de Justa y Rufina pasara durante unos años como en sordina. Tampoco son nombradas, ya pasado el tiempo, por san Isidoro, a quien se atribuye sin embargo el himno «Assunt punicca floscula virginum», a ellas dedicado.­ Pero una cosa es cierta y bien patente: en la época visigoda recibían culto, como se demuestra por las inscripciones y santuarios referidos a estas santas. Han aparecido inscripciones, con deposición de reliquias, en Salpensa (648), Alcalá de los Gazules (662), Vejer de la Miel (674?), y Guadix (652). En Torredonjimeno (antigua Ossaria, junto a Tucci, Martos) hubo en época visigoda un santuario dedicado a ellas. Y en época árabe, Toledo contaba con la iglesia mozárabe de Santas Justa y Rufina, que posiblemente exis­tiera ya en el período visigodo. Sevilla tenía una basílica o santuario a sus afueras, cuando fue invadida por los árabes. Hacia 720, en una mezquita construida junto a este santuario, fue asesinado Abd al-Aziz, según cuenta el historiador árabe Ibn al-Kuthiya.
   El Hieronimiano hace mención el 19 de julio de santa Justa: «In Spanis Iustae». Pero los calendarios hispanos colocan la fiesta de estas santas el 17 de julio, día en que las conmemora la Iglesia de Sevilla. Tampoco hay contradicción en ambas fechas, ya que las Adonías, como ha probado Cumont, se celebraban en Siria del 17 al 19 de julio.
    En el antiguo convento de trinitarios calzados de Sevilla, actual colegio de los salesianos de la Trinidad, se encuentra un calabozo subterráneo, que la piedad secular sevillana­ ha señalado como la cárcel en la que fueron encerradas las Santas Patronas de Sevilla, como así se las llama. Precisamente con este nombre tienen dedicada una calle en el antiguo barrio de la Cestería, junto a la Puerta de Triana, por creer que probablemente vivían en aquella zona. Extramuros de la ciudad, por la parte oriental, se halla el prado de Santa Justa, en el lugar llamado Campo de los Mártires, donde se cree que en la época romana se hallaba el cementerio (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de las Santas Justa y Rufina, vírgenes y mártires;
     Santas Justa y Rufina, (¿Sevilla?, s. III – Sevilla, 17 de julio principios del s. IV). Vírgenes, mártires y santas.
     Los datos sobre la vida de estas dos santas (Justa y Rufina) son antiguos, e inscripciones de los siglos vi y vii recuerdan sus reliquias; el Martyriologium Hieronymianum menciona sólo a santa Justa, pero el Acta Sanctorum recoge numerosos documentos relativos a las dos hermanas, tanto de martirologios antiguos cuanto de escritores más recientes, como Ambrosio de Morales, Francisco de Padilla y Antonio de Quintadueñas, entre otros.
     Justa y Rufina, según la tradición, eran hermanas y se ganaban la vida como alfareras en Híspalis (Sevilla).
     En cierta ocasión, en la fiesta pagana de las Adonías, una procesión de gentes que llevaban en andas el ídolo de la diosa de origen babilónico, Salambó, pasó ante su mercado y requirieron de las mujeres algunas vasijas como ofrenda a la diosa; la negativa de éstas condujo a la ruptura de varias piezas y a la destrucción del ídolo. Acusadas de sacrílegas ante el gobernador Diogeniano, fueron encarceladas y sometidas a torturas como la de ir caminando descalzas por Sierra Morena. Justa murió de hambre y tormento en la cárcel y su cuerpo fue arrojado a un pozo, y Rufina, tras amansar a un león que iba a devorarla en el anfiteatro, murió degollada allí y su cuerpo fue quemado. El obispo Sabino unió las reliquias de las dos hermanas y probablemente la hagiografía de las santas ya estaba compuesta en los siglos VI-VII. El culto fue acrecentándose, sobre todo por la Bética, como atestiguan las inscripciones, los oficios de los libros litúrgicos, los calendarios mozárabes; y la cantidad de templos y altares que se les fueron dedicando a lo largo de los tiempos, entre los que destacan el templo mozárabe de santa Justa en Toledo y la iglesia y monasterio levantados sobre las cárceles de su martirio por el rey Fernando III el Santo.
     Iconográficamente se las representa juntas, vistiendo, por lo general, túnica talar al modo de las mujeres romanas, aunque sus vestimentas se han adaptado a los tiempos, como es el caso del magnífico lienzo de Goya, encargado en 1817 por el Cabildo de la catedral de Sevilla, en el que las santas aparecen ataviadas al modo de las mujeres del pueblo de la época; Sus atributos personales son los cacharros de barro rotos, a veces también un ídolo pagano mutilado y, en menos ocasiones, los símbolos de su martirio, la espada y los rastrillos de púas y un león que les lame los pies. Muchas veces, en la representación, aparece la Giralda haciendo alusión a la leyenda según la cual las santas bajaron del cielo y, apoyándose en ella, la salvaron de un violento terremoto que azotó Sevilla en el siglo XVI.
     Las santas Justa y Rufina son patronas de los alfareros y también de Sevilla, Orihuela, Huete y otras muchas localidades, y a ellas están dedicados numerosos templos; su fiesta se celebra el 17 de julio (Elena Sainz Magaña, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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