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miércoles, 10 de julio de 2024

Un paseo por la avenida del Cid

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la avenida del Cid, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     Hoy, 10 de julio, es el aniversario (10 de julio de 1099) del fallecimiento de Rodrigo Díaz de Vivar "El Cid Campeador", así que hoy es el mejor día para ExplicArte la avenida del Cid, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     La avenida del Cid es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur, y va de la plaza Don Juan de Austria, a la glorieta de San Diego.
     La avenida no posee siempre una adscripción precisa. En términos generales corresponde a un gran eje urbano, bien caracterizado desde el punto de vista genético, porque estructura el crecimiento de la ciudad; morfológico, ya que es ancha; y funcional, sobre todo por canalizar el tráfico rodado. Sin embargo, de acuerdo con esta definición, no hay razones, más que las convencionales, para considerar a unas vías como avenida y su prolongación, como calle. En otros casos, las avenidas constituyen el eje principal de un sector determinado o de una barriada, y si bien poseen las características de vía principal en relación a ese sector, no alcanzan dicho valor en el conjunto de la ciudad. La avenida posee sobre todo un valor simbólico, y prueba de ello es que en Sevilla la avenida por excelencia es la hoy denominada de la Constitución, centro neurálgico de la ciudad, tanto de sus fiestas religiosas como de la actividad bancaria, y así es es reconocida sólo como la avenida. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.  
        Desde el s. XVI este espacio extramuros fue conocido como Quemadero de la Inquisición, por estar allí situado el lugar de ejecución del Santo Oficio. En la década de 1920 se rotuló con su actual nombre, en recuerdo del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como el Cid Cam­peador (1043-1099). Desde al menos el s. XVI existió un camino que unía el convento de San Diego y el camino de Eritaña con el Prado de San Sebastián. Este quedó claramente delimitado al construirse en el s. XVIII la Fábrica de Tabacos (1728-1771). En el s. XIX se traza un arrecife desde la Puerta de la Carne hasta el citado convento, transformándose en amplia avenida de acceso a la Exposición Iberoamericana en los años vein­te del presente siglo. Confluyen Infanta Luisa de Orleans e Infante Carlos de Borbón (calles desaparecidas en el Parque del Prado de San Sebastián). Sobre el pavimento de piedra del arrecife se construyó otro de adoquines para la Exposición, siendo renovados la calzada y el andén central, donde se sitúa la estatua del Cid, con losas de granito y enchinados en 1947. En la década de los setenta se cubrió el adoquín con capa de asfalto. Las aceras son muy amplias y están formadas por una franja de losetas de cemento en el centro y albero a los lados, en las que están plantadas dobles hileras de acacias. El alumbrado eléctrico que se montó para la Exposición sobre farolas de fundición de dos brazos, fue modificado en 1961, y en la actualidad se ilumina con farolas de báculo.
     Está flanqueada en su margen derecha por el foso de la Fábrica de Tabacos, actual edificio central de la Universidad (v. San Fernando). Hacia la segunda mitad del s. XIX y hasta los años 70 del presente siglo, estuvo instalada en esta fachada del edificio una unidad militar, primero de artillería y luego de carros. En esta misma acera, junto a la plaza Don Juan de Austria, existían en 1935 evacuatorios públicos. En la margen izquierda se levanta el pabellón de Portugal de la Exposición, construido en  1928-29; surgió como consecuencia del carácter ibe­roamericano que se le dio al Certamen en 1922, incluyendo a Portugal y Brasil, pues hasta entonces fue Hispano-Americana. Este edificio fue construido con carácter perma­nente por los arquitectos Carlos y Guillermo Rebello de Andrade, y fue destinado para consulado y oficina de turismo. Entre Infante Don Carlos de Borbón e Infanta Luisa de Orleans (calles desaparecidas en el Parque del Prado de San Sebastián) existió hasta el traslado de la Feria a Los Remedios, en 1973, la caseta del Círculo de Labradores, única de carácter permanente, que anteriormente fue del Casino Sevillano. En el centro, sobre plataforma ovalada de granito con fuente, surtidor y parterres, se levanta la estatua ecuestre del Cid Campea­dor, modelada y donada a la ciudad en 1929 por la señorita Hunttington. En el basamento cúbico, también de granito, hay tres inscripciones con los siguientes textos:

     "Sevilla, dorada corte del rey poeta Motamid, hospedó a Mio Cid embajador de Alfonso VI y le vio volver victorioso del rey de Granada"
Año MCXXX.

"El Campeador, terrible calamidad para el Islam, fue por la viril firmeza de su carác­ter y por su heroica energía uno de los gran­des milagros del Creador"
(Ben Bassam).

"The Hispanic Society of América ofrece este monumento a España".

     Esta estatua está levantada sobre el Que­madero de la Inquisición, construido en la primera mitad del s. XVI y demolido en 1809; la siniestra construcción, según nos cuenta Matute, "era una mesa cuadrada co­mo de 30 varas y dos de alto, en cuyas esquinas sobresalían los postes de 3 varas de alto sobre las que había cuatro columnas, en una de las cuales había una inscripción en árabe... En medio de él estaba una concavi­dad donde encendían la hoguera". Lugar de paso extramuros de la ciudad, fue luego en 1893 continuación de la avenida de la In­dustria (hoy Menéndez Pelayo) hacia la ave­nida de María Luisa, uniéndose al muelle y al paseo de la Palmera. Formó durante muchos años parte de las calles de la Feria de Abril, ocupándose en los últimos ambas aceras. En la confluencia con la Pasarela se alzaba la tradicional portada de la Feria. La estatua del Cid era lugar de cita para muchas personas durante estas fiestas. De aquí partió en 1932 una gran parada militar que conmemoró el segundo aniversario de la II República. A partir de 1975, en los años de la transición democrática, se han iniciado marchas o realizado concentraciones políticas, sindicales y estudiantiles, así como los ya veteranos maratones de Sevilla. En los últimos años la amplia acera contigua a la Universidad se ha deteriorado sensiblemente y ha sido convertida en aparcamiento (afortunadamente ya desaparecido). En la confluencia con Palos de la Frontera hay una gasolinera [Salvador Rodríguez Becerra, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor la Biografía de Rodrigo Díaz de Vivar "El Cid Campeador", quien da nombre a la vía reseñada;
     Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador. (¿Vivar?, Burgos, 1048-1050 – Valencia, 10 de julio de 1099). Guerrero, héroe celebrado en El Cantar de Mío Cid.
     Sobre el hombre que fue Rodrigo Díaz de Vivar existen dos biografías: una, la más conocida y popularizada, la tejida con los datos de la creación literaria, esto es, con el Poema de Mío Cid y el romancero; y otra muy distinta, la única verdaderamente histórica, construida con el Carmen Campidoctoris, canto coetáneo en loa de Rodrigo; con la Historia Roderici, una extensa e informada biografía escrita tan sólo algún decenio tras la muerte del héroe y cuyo autor utilizó documentos del archivo familiar del biografiado; con las crónicas y noticias árabes, especialmente las obtenidas de las obras de Ibn ‘Alqama e Ibn Bassªm, y con los documentos y diplomas coetáneos que otorga o confirma Rodrigo Díaz de Vivar. Naturalmente aquí sólo nos ocuparemos de esta segunda, dejando la primera para el mundo de la literatura y de la leyenda.
     Ninguna fuente histórica o diplomática consigna el lugar o la fecha de nacimiento de Rodrigo Díaz de Vivar; probablemente vio la luz del mundo en Vivar del Cid, pequeño lugar sito nueve kilómetros al norte de Burgos, ya que todas las fuentes épicas designan a Rodrigo como “el de Vivar”, y este dato parece pertenecer al núcleo mínimo de veracidad de esas fuentes. En la aldea de Vivar, sita entonces en el extremo límite de Castilla, sería su padre un noble fronterizo, que el año 1054, tras la muerte en Peñalen del rey Sancho de Pamplona recuperaría de manos de los navarros las fortalezas de Ubierna, Úrbel y La Piedra. En cuando a la fecha de su nacimiento Menéndez Pidal la situó entre los años 1041 y 1047, mientras Ubieto Arteta prefería retrasarla hasta 1054-1057; nosotros creímos en su día deber colocarla entre los años 1048-1050 basados en el dato del Carmen Campidoctoris que califica a Rodrigo de “aún adolescente” cuando en 1067 en “su primer combate singular venció al navarro” y en su tardío matrimonio en 1074, pues, si hubiera nacido el año 1043, una soltería prolongada hasta los 31 años de edad resultaría difícil de admitir.
     La ascendencia del Cid, especialmente el linaje paterno nos viene dado en la Historia Roderici remontándose hasta la séptima generación representada por Laín Calvo, aunque no sea posible probar documentalmente la exactitud de esos datos genealógicos. El linaje arranca de Laín Calvo, que no es citado en la Historia Roderici como juez de Castilla; como la leyenda de los jueces es posterior a la Historia Roderici es bien posible que la leyenda haya tomado el nombre del juez del linaje del Campeador; en todo caso es evidente que la familia paterna del Campeador no se contaba entre la más alta nobleza de Castilla. En cambio sí que pertenecía a esa alta nobleza la familia materna: el abuelo materno del Cid, Rodrigo Álvarez, fue tenente nada menos que de cinco importantes alfoces, y su hermano Nuño Álvarez subscribe asiduamente los diplomas de Fernando I, desempeñando además las tenencias de Amaya y Carazo.
     Dada la categoría social de la familia materna de Rodrigo Díaz, nada tiene de extraño que éste fuera a completar su formación humana y militar en la corte de Fernando I al lado de algunos de los vástagos regios, y así la Historia Roderici nos dirá que Rodrigo fue “criado diligentemente por Sancho, rey de toda Castilla y dominador de España, que le ciñó el cinto militar”. El término nutriuit o crió excluye una relación de compañerismo o igualdad y más bien supone una diferencia de edad y de posición; en la pequeña Corte del infante Sancho crecería Rodrigo y se formaría en las artes militares y también en las letras, dentro de los límites de la época, esto es, en la escritura, y asistiendo a las actuaciones de la Curia Regia en su aspecto consultivo o judicial.
     Acompañando al infante don Sancho, enviado por su padre a Zaragoza en 1063 para cobrar las parias, fue Rodrigo, quizás como paje o ya armado caballero, cuando por las mismas fechas el rey aragonés Ramiro I estaba atacando Graus. El infante don Sancho con su hueste castellana acudió en ayuda de su tributario al-Muqtadir, resultando muerto en el encuentro el rey Ramiro. La Historia Roderici no atribuye ninguna participación especial al joven Rodrigo, sólo nos dice que acompañaba al infante castellano.
     El 27 de diciembre de 1065 moría Fernando I, e inmediatamente asumía Sancho el gobierno de la parte del reino paterno que le había correspondido, Castilla. A su lado estaba el joven Rodrigo que “era querido por el rey Sancho con mucho cariño e inmenso amor y que le puso al frente de toda su mesnada; Rodrigo crecía y se hacía un guerrero fortísimo y un campeador en el palacio del rey Sancho” (Historia Roderici). Según el Carmen Campidoctoris el título de Campeador le fue atribuido a nuestro Rodrigo con ocasión de su victoria en combate singular sobre un guerrero navarro, combate que creemos poder datar el año 1067. Otra lid singular del Campeador aparece recogida en la misma Historia Roderici; se trata de un sarraceno de Medinaceli, que no sólo fue vencido, sino también muerto.
     No sabemos si en estas acciones bélicas de 1067 actuaba ya Rodrigo como alférez o abanderado de la hueste castellana; tenemos como más probable la negativa, pues nada nos dice sobre ello la Historia Roderici, que en cambio nos informa cómo “en todas las guerras que el rey Sancho hizo contra el rey Alfonso en Llantada (1068) y en Golpejera (1072) venciéndolo, Rodrigo era el portador de la insignia real de Sancho, prevaleciendo y destacando entre todos los guerreros del ejército castellano”.
     Las victorias del rey Sancho lo condujeron a su coronación en León el 12 de enero de 1072 como rey emperador de todo el reino leonés de Fernando I, Galicia incluida; únicamente en Zamora su hermana Urraca se negaba a obedecer sus órdenes, por lo que al fin del verano de ese año 1072 Sancho, llevando a Rodrigo en su ejército, puso sitio a la plaza. Durante el asedio Bellido Dolfos dio muerte a traición al rey Sancho; nada sabemos de la intervención del Campeador en este episodio, que atribuimos más bien a la invención juglaresca. Lo que sí haría, sería acompañar al cuerpo de su Rey hasta el monasterio de Oña (Burgos) elegido por el difunto para su sepultura.
     En el rey Sancho había perdido Rodrigo al señor que le había criado y que tanto le había distinguido; pero según la Historia Roderici no parece que el Campeador entrara con mal pie con el nuevo Monarca, ya que el rey Alfonso lo recibió con todo honor como vasallo y lo conservó a su lado con todo amor y respeto. Ni una sola palabra sobre la jura de Santa Gadea, emotiva escena de invención juglaresca. Alfonso VI, al aceptar el vasallaje de Rodrigo Díaz, lo unía a sí con el vínculo personal del homenaje y fidelidad, al mismo tiempo que se obligaba a protegerlo y favorecerlo; Rodrigo no era un súbdito más del nuevo rey, sino que era recibido en el círculo mucho más íntimo y reducido de los fideles y vasallos personales de Alfonso VI.
     Obligación especialísima del señor era procurar un buen matrimonio a sus vasallos y a fe que Alfonso cumplió espléndidamente este deber señorial en relación con Rodrigo Díaz al procurarle el enlace con una dama asturiana, Jimena Díaz, hija de Diego, el conde de Asturias y hermana de otros tres condes, y descendiente, exactamente biznieta, del rey leonés Alfonso V, abuelo del rey Alfonso VI, del que era por lo tanto sobrina en sentido medieval como hija de prima carnal del Rey. Jimena Díaz pertenecía a un linaje de la más alta nobleza del reino. La carta de arras, datada el 19 de julio de 1074, se conserva en la catedral de Burgos, y por ella Rodrigo otorga a fuero de León a doña Jimena la mitad de todos sus bienes; esta mitad comprendía cuatro villas íntegras y parte de otras 39 sitas entre Burgos y Torquemada.
     Celebrado el enlace Rodrigo acompañará el año 1075 al rey Alfonso VI en un viaje por Asturias, la tierra de su esposa, donde por delegación del Rey actuará como juez en dos famosos pleitos, uno entre el obispo y el conde y otro entre un grupo de infanzones y el mismo obispo.
     Tras tres años de residencia en Castilla, el año 1079 surgirá el primer incidente grave que pudo dañar la imagen de Rodrigo ante el Rey; ese año Alfonso VI enviaba dos embajadas a cobrar las parias anuales que los reyes taifas solían abonar al Rey leonés; una presidida por el Campeador se dirigió a Sevilla, otra dirigida por el conde García Ordóñez y otros importantes nobles navarros tuvo como destino Granada. Ambos reyes taifas, de Sevilla y de Granada estaban en pugna; el de Granada, aprovechando la presencia de la embajada de Alfonso VI y con el auxilio de esta, penetra en los dominios del taifa sevillano; este reclama el auxilio de Rodrigo, que se encontraba en Sevilla.
     El Campeador envió cartas a los intrusos rogándoles que por respeto al rey Alfonso desistan de su ataque, pero ellos confiando en su superioridad numérica no sólo no acceden a estos ruegos, sino que se burlaron de ellos y continuaron su avance saqueando toda la tierra hasta alcanzar el castillo de Cabra. Informado de ello Rodrigo parte de Sevilla y se enfrenta con el ejército granadino al que deshace, apresando al conde García Ordóñez y a los nobles que le acompañaban, a los que tras mantenerlos tres días como prisioneros y despojarlos de las tiendas y demás pertrechos como legítimo botín de guerra les permitió marchar libres sin rescate, mientras él victorioso regresaba a Sevilla. De este episodio, sin necesidad de que Rodrigo aumentara la derrota con afrentas innecesarias, nacería una perdurable enemistad entre el Campeador y García Ordóñez, que no dejaría de acusarlo ante el Rey de haberse quedado con parte de los regalos del Rey de Sevilla. El año 1081 el rey Alfonso había salido en campaña por tierras toledanas. Rodrigo alegando enfermedad se había quedado en su casa, cuando los musulmanes atacaron por sorpresa Gormaz obteniendo un importante botín; ante la noticia de este percance, reacciona Rodrigo y reuniendo rápidamente una mesnada sale a perseguir a los atacantes, penetra en el reino toledano y regresa trayendo consigo hasta 7.000 cautivos entre hombres y mujeres. De nuevo este segundo episodio es presentado ante el Rey como una grave imprudencia o más aún como una traición destinada a provocar a los musulmanes toledanos para que estos reaccionaran violentamente, atacaran y dieran muerte al rey Alfonso, que se encontraba entre ellos. El Rey irritado por esta cabalgada del noble de Vivar decreta su destierro; es bien posible que no le faltaran razones al Monarca, y que la cabalgada hubiera ido más allá de lo oportuno y que hubiera violado alguno de los pactos que el Monarca mantenía con los moros toledanos.
     La expulsión del Reino era la pena usual cuando un vasallo incurría en la “ira del rey”; no llevaba consigo la pérdida de los bienes ni afectaba a los familiares próximos del desterrado. El Campeador podía dejar a Jimena y a sus hijos en su casa o en cualquiera de sus propiedades esparcidas a través de casi 80 villas y aldeas; en cambio sus vasallos debían extrañarse con él hasta “ganarle el pan o señor que le hiciera bien”. Por la Historia Roderici sabemos que marchó en primer lugar a Barcelona a ofrecer sus servicios a los condes de aquella ciudad, los hermanos Ramón II y Berenguer II, sin duda atraído por las aspiraciones reconquistadoras de aquellos magnates catalanes; pero no habiendo llegado a un acuerdo con los mismos, a continuación se dirigió a Zaragoza, donde reinaba el taifa al-Muqtadir, de la familia de los Ibn Hñd, que acogió a Rodrigo con gran satisfacción, pensando que los servicios del desterrado podrían ahorrarle las parias que su reino venía pagando a los cristianos desde hacía más de veinte años, ya a Castilla, ya a Aragón, ya a Barcelona.
     Pero apenas llegado a Zaragoza muere el rey al-Muqtadir, dividiendo el reino entres sus dos hijos: al hijo mayor, Yñsuf al-Mu’tamin, le deja Zaragoza, y a su hermano Alfagit el Reino de Denia con Tortosa y Lérida. La guerra que se enciende entre los dos hermanos va a revalorizar los servicios militares de Rodrigo, que sigue a las órdenes de al-Mu’tamin. A su vez Alfagit recabará y conseguirá la ayuda del rey de Aragón Sancho I Ramírez y del conde Berenguer Ramón II de Barcelona. El choque de Rodrigo con los cristianos aliados del Rey moro de Lérida se hace inevitable; primeramente con Sancho Ramírez al socorrer Rodrigo con éxito a Monzón (Huesca) y luego al reforzar el castillo de Almenar, 20 kilómetros al norte de Lérida donde el Campeador se enfrenta con el Rey de Lérida a cuyo lado se encuentran el conde de Barcelona Berenguer Ramón II, el conde de Cerdaña, el hermano del conde de Urgel y los gobernantes de los condados de Besalú, del Ampurdán, del Rosellón y aún de Carcasona. Enfrentadas las dos huestes la de Zaragoza y la de Lérida con sus respectivos auxiliares, Rodrigo convence a al-Mu’tamin a que curse propuestas de paz y acceda a pagar un censo por el castillo de Almenara, pero los aliados del Rey de Lérida con una superioridad numérica aplastante rechazan todas las propuestas. No queda otra salida que el combate en el que la hueste cidiana resulta vencedora poniendo en fuga a todo el ejército de Alfagit y sus auxiliares catalanes, que sufrieron importantes bajas dejando tras de sí un inmenso botín; entre los cautivos se contaba el conde de Barcelona y muchos de sus caballeros, que fueron entregados por Rodrigo a al-Mu’tamin, que a los cinco días los dejó volver libres a su tierra.
     La gran victoria de Almenar, datable el año 1082, pondrá fin a la primera campaña de Rodrigo al servicio del Rey moro de Zaragoza; al volver triunfador a la ciudad fue acogido con grandes honores y muestras de agradecimiento y respeto por el Rey y la población musulmana. Algún historiador ha querido rebajar al Campeador a la simple categoría de un mercenario; ese mismo criterio habría que aplicar al rey de Aragón Sancho Ramírez y a todos los condes catalanes que prestaban sus servicios al Rey moro de Lérida, y a los condes castellanos que aparecen en la historia participando en las discordias musulmanas luchando al lado de una de las facciones contra la otra. Ese mismo año el alcaide del castillo de Rueda (Zaragoza) se substrajo a la obediencia de al-Mu’tamin y ofreció la entrega de la fortaleza a Alfonso VI; este acudió a tomar posesión de Rueda el 6 de enero de 1083, pero las fuerzas leonesas cayeron en una terrible celada en la que murieron muchos nobles y caballeros, llegando a peligrar la propia vida del Rey. Rodrigo, que se encontraba en la región de Tudela, al tener noticia del desastre acude rápidamente en auxilio de su Rey, que lo recibe con los brazos abiertos y lo invita a regresar con él a Castilla; el Campeador inicia el regreso con Alfonso, pero pasada la emoción del encuentro Rodrigo observa ciertas reticencias, que le decidieron a no continuar el camino hacia Castilla y regresar a Zaragoza. Creemos que a partir de este momento el Campeador ya no es un desterrado, sino un caballero que no quiere cambiar la envidiable situación de que gozaba en Zaragoza por un destino incierto en Castilla.
     En este su segundo período al servicio de al-Mu‘tamin, el Campeador, siguiendo las órdenes de aquel, realizará desde Monzón (Huesca) una algara de cinco días por tierras de Sancho I Ramírez sin que este monarca llegara a enfrentarse con él; otra campaña de Rodrigo se dirigirá contra las tierras de Morella, sometidas al Rey de Denia-Lérida. Estas dos campañas contribuirán a estrechar todavía más los lazos entre el Rey de Aragón y el musulmán de Lérida, hasta el punto que unidos ambos se deciden a marchar a tierras de Morella para acabar con el Campeador. Éste no rehúsa la batalla campal que tuvo lugar el 14 de agosto de 1084 y dio el triunfo total a la hueste cidiana, que puso en fuga y persiguió largo trecho a ambos monarcas, haciendo numerosos prisioneros entre los que se encontraban el obispo de Roda Raimundo Dalmacio, el conde Sancho Sánchez de Pamplona, el conde Nuño de Portugal, y otros tres notables que la Historia Roderici enumera por su nombre. Tras la victoria, el recibimiento apoteósico en Zaragoza; al-Mu‘tamin, sus hijos y los habitantes de la ciudad salieron al encuentro del vencedor hasta Fuentes de Ebro, a unos 22 kilómetros de camino, que entró en Zaragoza entre las aclamaciones de la población. El año 1085 fallece el rey al-Mu‘tamin; le sucede su hijo al-Musta‘Ìn II, pero la posición de Rodrigo no sufre ningún cambio.
     El 25 de mayo de 1085 Alfonso VI incorporaba a su territorio el reino musulmán de Toledo; los reyes de taifas se alarman ante el avance cristiano y reclaman el socorro de los almorávides africanos; que pasarán el Estrecho y el 23 de octubre de 1086 se enfrentarán con Alfonso VI en Zalaca o Sagrajas (Badajoz), infligiéndole una severa derrota y poniendo en peligro las nuevas conquistas del reino de Toledo. Noticioso el Campeador de la crítica situación de su rey, abandona el servicio del taifa de Zaragoza y se presenta en 1086 ó 1087 en Toledo para ponerse a las órdenes de su señor, que le otorga el gobierno de siete alfoces: Dueñas (Valladolid), Ordejón (Burgos), Ibia (Palencia), Campoo (Palencia), Iguña (Santander), Briviesca (Burgos) y Langa (Soria).  Será ahora, 1087, cuando Alfonso VI envíe al Campeador a Valencia con órdenes de asegurar en el trono de aquella ciudad a al-Qªdir, el antiguo rey de Toledo, al que el cristiano había ofrecido Valencia a cambio de Toledo. El Campeador pasa por Zaragoza donde refuerza su mesnada y se le añade el rey al-Musta‘in que también aspiraba a adueñarse de Valencia; la llegada de Rodrigo obliga a retirarse a Berenguer Ramón II que estaba sitiando la ciudad; al-Musta‘in quiere apoderarse de Valencia, pero el Campeador se lo impide alegando que sólo obedece órdenes de su rey Alfonso. Al-Qªdir honra a Rodrigo como a su salvador.
     El año 1088 Alfonso VI ordenará a Rodrigo que una su mesnada valenciana al ejército real en marcha hacia Aledo (Murcia) para levantar el asedio que habían puesto los almorávides a la guarnición cristiana; la reunión entre ambos ejércitos no tuvo lugar por algún mal entendido acerca de las rutas a seguir. Este fallo fue aprovechado por los enemigos de Rodrigo para culparlo de traición y de haber abandonado al Rey en peligro; el Monarca dio oídos a estas acusaciones y declaró reo de este delito al Campeador, confiscando sus bienes y apresando a su mujer e hijos. De nada sirvieron las exculpaciones de Rodrigo y sus ofertas de probar su inocencia mediante un juramento solemne o un duelo como juicio de Dios. Lo único que consiguió fue la liberación de doña Jimena y de sus hijos. Declarado traidor por Alfonso, a partir de este momento el Campeador tendrá que sobrevivir en territorio musulmán mediante su espada; tampoco volverá a servir a ningún otro príncipe taifa, como había hecho antes durante cinco años, entre 1081 y 1086, cuando se puso al servicio del Rey de Zaragoza.
     En enero de 1089 ataca por sorpresa el castillo de Polop (Alicante) apoderándose del tesoro del Rey moro de Denia depositado en esa fortaleza; este golpe de mano le permitirá invernar en la región y reforzar y sostener a su mesnada en su marcha hacia Valencia. En el verano de ese mismo año se instala en la huerta de Valencia donde es agasajado por al-Qªdir y recibido por el Rey de Lérida, que se adelanta hasta Sagunto para entrevistarse con él, sin que llegara a establecerse un acuerdo. Rápidamente el Campeador somete a todos los alcaides de las fortalezas de la zona al pago de una tributación o parias.
     El gran poder adquirido por el Campeador en Levante alarmó al Rey de Lérida, que reclamó la ayuda del conde de Barcelona Berenguer Ramón II, que no podía olvidar la afrentosa derrota sufrida a manos del Cid cinco años atrás. Llegada la primavera de 1090 Berenguer se puso en camino con un inmenso ejército; el Campeador buscó el refugio de las montañas de Morella, hasta donde le seguirá el conde catalán, concretamente hasta el Pinar de Tévar Tras cruzarse unas cartas desafiantes, ambos contendientes inician el combate un día de junio de 1090; superados unos primeros momentos difíciles para Rodrigo, que fue derribado del caballo, la lucha acaba con la más estrepitosa derrota de Berenguer II que cayó prisionero de Rodrigo con otros 5.000 guerreros más. La libertad del conde y la de Giraldo Alamán fue convenida mediante el pago de un rescate de 80.000 monedas de oro; los demás cautivos tuvieron que pactar cada uno de ellos el precio de su libertad. Poco después los dos enemigos, Rodrigo y Berenguer Ramón, llegan a un acuerdo de paz por el que este pone en manos de aquel las tierras de su protectorado levantino.
     El año 1091 la reina Constanza que deseaba reconciliar al Rey con el Cid, comunicó a éste cómo el Monarca proyectaba una operación militar contra Granada, sugiriéndole que se sumara a esa campaña para ganarse así el favor del Rey. Rodrigo, que no ansiaba ninguna otra cosa más que la vuelta a la gracia del Rey, partió con su mesnada hacia Granada acompañando a la hueste real, aunque con campamentos separados. La expedición no alcanzó sus objetivos y el resentimiento de Alfonso contra Rodrigo se desató de nuevo; ciertas decisiones del Campeador fueron interpretadas como fanfarronerías, provocando la ira del Rey que trató de apresar al Cid, pero este logró escabullirse, maldiciendo el haber seguido el consejo de la Reina y regresando rápidamente a Levante donde tenía asentado su protectorado. La irritación de Alfonso contra el Cid decidirá al Rey leonés a organizar una coalición para acabar de una vez para siempre con su molesto vasallo. A mediados del verano de 1092 Alfonso VI con todo su ejército se puso en marcha hacia Valencia para atacarla por tierra, al mismo tiempo que 400 naves de Pisa y Génova la aislarían y atacarían por mar. El ataque así planeado fracasó por falta de coordinación entre las fuerzas de tierra y de mar y porque el Cid había abandonado la ciudad en manos de al-Qªdir y de un visir de su confianza, mientras marchaba hacia la comarca de Borja. Desde aquí, tras enviar un mensaje al Rey proclamando su inocencia y fidelidad, manifestaba que no quería luchar contra su Rey, pero que se vengaría en los malos consejeros y enemigos suyos. Cumpliendo su amenaza desencadenó una terrible algara de represalia contra la Rioja, gobernada por su rival y enemigo el conde García Ordóñez, que no osó hacerle frente, asolando y saqueando todas las comarcas desde Alfaro hasta Haro y Nájera.
     El fracaso ante Valencia y el saqueo de la Rioja habían puesto de manifiesto una vez más hasta qué punto Rodrigo sobresalía sobre todos los magnates del reino tanto por su valor y capacidad de reclutar una mesnada imbatida cómo por su habilidad política en crear y mantener un protectorado sobre Valencia y todo el Levante. Había llegado para Alfonso la hora de rendirse a la realidad y, como gran monarca y hombre de estado que era, no lo dudó un instante, y dejando a un lado, si no olvidando, los pasados conflictos, envió a Rodrigo su perdón y vuelta a la gracia real más amplia y generosa, devolviéndole todos sus bienes. El Cid se alegró sobremanera y a partir de este año 1092 ya nunca más se alteró la concordia entre Alfonso y Rodrigo.
     Musulmanes de Valencia, que deseaban acabar con el gobierno de al-Qªdir y el protectorado cidiano, aprovecharon la ausencia de Rodrigo para llamar a los almorávides a los que abrieron las puertas de Valencia, asesinando a al-Qªdir el 28 de octubre de 1092. Esta injerencia de los almorávides en Valencia va dar origen al gran duelo de nuestro héroe con estos hasta entonces imbatidos africanos. Vuelto el Cid a Levante en noviembre, tras restaurar y reforzar su protectorado en toda la región comenzó a hostigar y a preparar el asedio de la ciudad de Valencia, ahora enemiga. Año y medio duraron estas operaciones hasta que finalmente el 16 de junio de 1094, tras un terrible cerco con todos los horrores y espantos del hambre, Valencia se rindió sin condiciones. Mientras el Cid asediaba la ciudad del Turia, el emir almorávide envió en enero de 1094 contra Rodrigo un enorme ejército que llegó hasta Almusafes a la vista de los asediados y que sorprendentemente retrocedió sin atreverse a atacar a la mesnada del Cid, atrapada entre las murallas de Valencia y el ejército almorávide. Este fracaso dolió enormemente al emir Yñsuf b. TªëufÌn, que pocos meses después enviaba otro segundo ejército contra el Cid, cuando éste era ya dueño de la ciudad; Rodrigo se preparó a resistir tras las murallas; las fuerzas almorávides llegaron hasta el arrabal de Cuarte e iniciaron el asedio entre bravatas y amenazas, pero la mañana del 21 de octubre de 1094, sorprendidas por una salida de los sitiados y por una emboscada tendida durante la noche, al ver perdido su campamento, presas del pánico se dieron a la fuga abandonando un inmenso botín.
     Todavía volverían los almorávides sobre Valencia por tercera vez, sufriendo otro descalabro más: fue en la batalla de Bairén, cinco kilómetros al norte de Gandía, en enero de 1097. En esta ocasión al lado del Cid lucharía el infante aragonés, el futuro Pedro I, quedando aniquilado el ejército almorávide que sufrirá enormes pérdidas. Las alegrías del triunfo se verían amargadas pocos meses después el 15 de agosto cuando en la derrota cristiana muera el joven Diego Rodríguez, el único hijo varón del Cid, luchando al lado de Alfonso VI en los campos de Consuegra (Toledo). Dos años más tarde, cuando se hallaba en todo el esplendor de su poder, el 10 de julio de 1099, cinco días antes de la toma de Jerusalén por los cruzados, moriría de muerte natural el insigne guerrero que fue Rodrigo Díaz de Vivar, dejando el señorío de Valencia y su mesnada en manos de doña Jimena. Además del hijo muerto en Consuegra dejó el Cid dos hijas: la mayor, Cristina, casaría con el infante navarro Ramiro Sánchez, y un vástago de este matrimonio sería García Ramírez, el Restaurador, rey de Navarra, y a través de ella se pudo decir “Oy los reyes d’España sos parientes son”. La otra de nombre María enlazaría con el joven conde de Barcelona Ramón Berenguer III el Grande, y las dos hijas de este último matrimonio, María y Jimena, casarían con el conde de Foix y el conde de Besalú respectivamente.
     Tras la muerte del Cid doña Jimena vivió dos años pacíficamente en Valencia, pero el año 1101 de nuevo los almorávides se presentaron ante la ciudad; iniciado el asedio, la mesnada cidiana resistió desde septiembre hasta marzo del año siguiente, en que doña Jimena solicitó el auxilio de Alfonso VI. Llegado este a Valencia fue acogido con la máxima alegría, pero tras analizar la situación juzgó indefendible la plaza y ordenó su evacuación, dejando tras de sí algunos incendios. Con el rey Alfonso abandonaron Valencia doña Jimena, el obispo don Jerónimo y la mesnada cidiana llevando consigo los restos mortales de Rodrigo, que fueron depositados en el monasterio de San Pedro de Cardeña, junto a Burgos (Gonzalo Martínez Díez, S.I., en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La avenida del Cid, al detalle:
Monumento al Cid

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