Por amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Bartolomé de Medina (antigua Capitán Vigueras), de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Bartolomé de Medina (antigua Capitán Vigueras) es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de San Bernardo, del Distrito Nervión; y va de la calle Conde de Cifuentes, a la calle Juan de Mata Carriazo.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
Se rotula en 1922 como Muñoz Vale, en recuerdo de Enrique Muñoz Vale, ajustador, miembro del Comité Local Republicano Federal en 1871 y de la Internacional. En 1937 se le da el de Capitán Vigueras, en memoria de Joaquín Vigueras Fernández (+1936), que contribuyó al levantamiento militar del 18 de julio de 1936 (en 2012 se rotula con el actual nombre, Bartolomé de Medina, un metalurgista del siglo XV que «exportó sus ideas a las Américas y fue determinante en el desarrollo de la minería mejicana». Se proyecta en 1929 como complemento de la operación de cubrición del arroyo Tagarete, que transcurre por el subsuelo. Es una calle recta, de mediana anchura, con una barreduela en la acera de los impares, asimismo bastante ancha; se cierra con una verja, que conducía a las instalaciones ferroviarias. La calzada está adoquinada, en regular estado de conservación; las aceras tienen una franja terriza y otra de losetas, flanqueadas por naranjos y catalpas. La iluminación se efectúa por medio de farolas de báculo adosadas a las fachadas. La barreduela tiene calzada asfaltada y aceras de losetas. Los edificios oscilan entre una y cinco plantas de altura, construidos a todo lo largo de la centuria Algunas plantas bajas están ocupadas por comercios y talleres; en la barreduela existe un despacho de abogados laboralistas, que fue fundado por varios destacados miembros del Partido Socialista Obrero Español en la década de 1960. Existe un transformador de la Compañía Sevillana de Electricidad, y en las primeras décadas de este siglo el Teatro Portela, en la esquina con Conde de Cifuentes. Es una calle marginal, sólo utilizada para aparcamiento (tras la remodelación y soterramiento de las vías del ferrocarril, la calle se abrió para desembocar en la actual Juan de Mata Carriazo, con lo que cambió la fisonomía de la propia calle haciéndola más transitada) [Alida Carloni Franca, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Bartolomé de Medina, (1503-1504 – Pachuca, México, 1585). Metalurgista, introductor en América del procedimiento de amalgamación para la obtención de plata.
A partir de las investigaciones de M. Bargalló, Muro, Fernández del Castillo, Probert y Castillo Martos, hoy se conocen aspectos de la biografía de Bartolomé de Medina que hasta hace poco permanecían en la sombra. Nació Medina en Sevilla entre los últimos meses de 1503 y los primeros de 1504; en esta ciudad casó con la también sevillana Leonor de Morales, tuvo seis hijos y en la década de 1540 aparece en la documentación ocupado como comerciante de textiles y cueros —ocasionalmente, también de esclavos— en el próspero gremio mercantil de la ciudad hispalense y como agente de otros comerciantes extranjeros, una actividad muy común entre los mercaderes sevillanos.
Con el capital obtenido en la actividad comercial invirtió en la financiación y el préstamo a otros negociantes que efectuaban transacciones con América, lo que le permitió establecer relaciones con Nueva España desde su residencia sevillana. Fue en este tiempo de su estancia hispalense cuando adquirió, según las informaciones que él mismo proporcionó, las primeras noticias de la existencia de un procedimiento capaz de separar la plata con la ayuda de mercurio y con el que llegó a la conclusión de que era, además, posible trabajar menas de baja ley a las que no resultaba rentable aplicar el sistema entonces corriente de la fundición. Los rudimentos de tal procedimiento los adquirió, según su propia declaración, de un alemán, de nombre hispanizado Maese Lorenzo, de quien no hay más noticias, pero que muy bien pudo ser uno de los numerosos —cerca de doscientos— mineros germanos que los Fugger trajeron a la Península para trabajar en las minas comprendidas en un acuerdo que habían firmado con la Corona en 1553 y de los que algunos habían comenzado a llegar ya a comienzos de la década; muchos de ellos acabaron tratando de pasar a América, lo que explicaría la presencia de Lorenzo en Sevilla. La capacidad del mercurio para amalgamarse con plata y oro era conocida al menos desde la época romana y utilizada tanto en ensayes como en joyería.
Plinio menciona en su obra ese conocimiento, un saber que se transmite a la Edad Media, puesto que aparecen testimonios de extracción de oro con mercurio en algunos recetarios que han llegado hasta hoy. Los alquimistas conservan la práctica, de la que existen muestras en la iconografía medieval y es sabido que en el tratamiento del oro nativo, el uso del mercurio era corriente en los primeros años del siglo XVI, tanto en Europa como en los lavaderos de oro de los primeros años de la América colonial. Y en cuanto a la metalurgia de la plata hay noticias, al menos desde 1507, de prácticas para “tratar el mineral argentífero sin fuego, con agua y azogue”, es decir, amalgamación, en la región del Véneto. De allí recoge el metalurgista italiano Vanoccio Biringuccio la descripción que incluye en su obra De Pirotecnia, publicada en 1540, que incluye los principales elementos que formarán parte del futuro procedimiento americano: molienda, mezcla con mercurio y adición de sal; el italiano añade también que el método es especialmente adecuado para minerales de bajos contenidos e incluso para escorias. Esta práctica seguramente fue conocida por el incógnito alemán, bien a través de la obra de Biringuccio o por contacto con otros mineros que la hubieran aplicado.
En un momento de 1553 y cuando frisaba los cincuenta años, Medina decidió trasladarse a Nueva España, un viaje muy común entre los que en Sevilla se dedicaban al comercio, pero que en su caso se vio especialmente estimulado por el acicate de probar en el Nuevo Mundo el secreto que había descubierto. Él mismo indicaba que “determiné venir a Nueva España dejando en España mi casa e mi mujer e hijos y vine a probarlo [el procedimiento] por tener entendido que saliendo con ello haría un gran servicio a Nuestro Señor e Su Majestad e bien a toda esta tierra”.
Medina planeaba viajar acompañado del alemán, pero la autoridad metropolitana no permitió a éste embarcarse hacia ultramar.
Una vez en Nueva España y tras una corta estancia en Ciudad de México, Medina se trasladó a mediados de 1554 a Pachuca y comenzó a realizar experiencias con minerales de una hacienda de beneficio de aquel lugar, la denominada “Purísima Grande”. El sevillano había efectuado ya pruebas del procedimiento en la Península que él mismo denominó “grandes experiencias”, sin que se sepa en qué lugar se llevaron a cabo, y estaba convencido de la efectividad de su secreto. En su nuevo domicilio novohispano ocupó varios meses de experimentos en adaptar el proceso a la especificidad de los minerales de aquellas minas, un tiempo en que se enfrentó a numerosos problemas que incluyeron incluso una denuncia por blasfemia ante el Tribunal de la Inquisición, pero al fin en diciembre de 1554 o en los primeros meses de 1555 obtenía por primera vez plata por amalgamación en territorio americano.
Medina había llegado a América en un momento crítico. Aun cuando en la década de 1540 se estaban poniendo en explotación nuevas minas de forma continua, los rendimientos decrecientes aparecieron muy pronto y en el quinquenio 1550-1555 comenzaron a hacerse insoportables en muchas partes de Nueva España. La producción de plata inició una decadencia que venía producida por la grave dificultad que representaban los altos costos del método de fundición, que consumía enormes cantidades de leña para alimentar los hornos, un bien especialmente escaso en torno a los reales mineros mexicanos.
El gasto de madera, que obviamente subía de precio de forma rápida, podía soportarse cuando se extraían minerales de alta ley, pero resultaba en pérdidas cuando la riqueza de los minerales disminuía o incluso cuando, manteniéndose una cierta ley, había que descender a profundidades considerables para extraerlos, con el correspondiente incremento de gastos de explotación. Hacia 1550-1552, la madera, consumida en grandes cantidades en las áreas mineras, había casi desaparecido de las zonas cercanas a algunas minas mexicanas, áreas que se habían convertido en poco menos que deforestadas, al tiempo que las leyes de los minerales descendían de forma alarmante. El ciclo de la plata parecía que podía abortarse justamente en su nacimiento. En estas condiciones de crisis, la Corona había ofrecido premios a quien fuera capaz de obtener plata por un sistema rápido y menos costoso que el vigente. Y de los que se ensayaron, fue el de Medina el que salió claramente triunfante. Medina no dejó escrita descripción alguna del procedimiento, aunque hay otras posteriores —la más próxima data ya de 1561—, de las que la más conocida es la que proporciona en el siglo siguiente Álvaro Alonso Barba en su obra Arte de los Metales. Era en esencia el del sevillano un procedimiento en frío y consistía en mezclar en un patio enlosado —de ahí que fuera denominado “procedimiento del patio”— el mineral lavado y triturado con mercurio y sal en forma de “tortas”, a las que se incorporaba un elemento más, el denominado “magistral”, variable según la calidad del mineral que se trataba y que consistía en un compuesto de cobre y/o hierro. Dado que las descripciones del procedimiento que han llegado son posteriores, no existe acuerdo entre los estudiosos sobre el uso del magistral en el procedimiento original, si bien parece que Medina no lo utilizó y se limitó a mezclar mineral, sal y mercurio. La duración del proceso era variable, en función de diversas circunstancias: la naturaleza del mineral, los accidentes que aparecieran durante el beneficio, el acierto en el uso del magistral y la temperatura ambiente, pero solía oscilar entre ocho y cuarenta días, durante los cuales había que pisar las tortas para activar la mezcla de los ingredientes, una penosa operación que se realizaba con el auxilio de los pies de los indígenas y en la que sólo mucho más tarde —en el siglo XVIII y únicamente en México— fueron éstos sustituidos por caballos. El final de los trabajos era la separación de la plata y el mercurio, una parte del cual podía ser reutilizado.
La existencia de claros antecedentes europeos del método de amalgamación ha mantenido a lo largo de muchos años una larga polémica en torno a la originalidad del procedimiento de Medina. La trascendencia del comienzo del uso de la amalgamación en América ha sido exaltada por algunos historiadores nacionalistas como uno de los grandes hitos de la historia de la técnica, lo que realmente es, pero ocultando, deliberadamente o no, las raíces europeas del procedimiento, mientras que otros minimizan su trascendencia olvidando que, si el proceso era conocido, es evidente que su entrada en la historia y sobre todo en el proceso económico se produce en Nueva España y es obra de Bartolomé de Medina. La obra de éste fue original en cuanto que un proceso que en Europa era una curiosidad o tenía un uso puramente marginal —prueba de ello es que ni Agrícola ni Lazarus Ercker, los máximos tratadistas metalúrgicos del Renacimiento, lo recogen en sus obras—, se aplica en América por primera vez a gran escala, a escala industrial.
Pero no fue sólo la posteridad la que discutió al sevillano la primacía del descubrimiento. Si bien en 1555 Medina recibía merced del virrey concediéndole un porcentaje sobre la plata extraída con su procedimiento, prácticamente en esos mismos días un alemán residente en Sultepec —Nueva España—, Gaspar Loman, presentaba al virrey un informe sobre los experimentos de amalgamación que había efectuado, en su caso con el auxilio de una tina-molino que molía y amalgamaba simultáneamente la mezcla y a la que podía aplicarse fuerza humana, animal o hidráulica y con el uso de nuevos ingredientes no empleados por Medina y a los que un documento virreinal denominaba ya “magistrales”, una variante del procedimiento que él indicaba que había traído de Alemania y sobre la que añadía que era “más provechoso que el de Medina”. Éste se asoció con el alemán, de grado u obligado por el virrey, pero la variante de Loman fracasó, lo que dejó a Medina como único inventor de la amalgamación americana.
En España fueron varios los que disputaron al sevillano la primacía de la invención: un Rivas, otro individuo de nombre Gallego y el minero valenciano Antonio Boteller, que, después de aprender el procedimiento en Nueva España, probablemente con el propio Medina, lo aplicó en la mina andaluza de Guadalcanal, lo que lo convierte en el primer introductor del sistema en Europa, al margen de que se encontrara con graves problemas que le impidieron extraer cantidades significativas de plata. Todos ellos se presentaron a la Real Hacienda como inventores o introductores de la amalgamación en Nueva España. El éxito del procedimiento fue fulgurante en Nueva España. En 1562 ya se utilizaba la amalgamación en un elevado número de minas ubicadas desde Pachuca hasta Guanajuato y Zacatecas y cada día se adherían nuevas explotaciones, a medida que descendía en ellas la ley de los minerales que se extraían. Más difícil resultó la transferencia de la nueva técnica al otro virreinato americano, a Perú, donde también habían comenzado a manifestarse síntomas de crisis productiva al mismo tiempo que en Nueva España, lo que movió al virrey a favorecer ensayos para aclimatar el nuevo sistema a la minería andina. Pero las dificultades de adaptación a las condiciones específicas de las minas peruanas dilataron el éxito de la introducción hasta principios de la década de 1570, cuando logró extraerse plata en Potosí con una variante en caliente de la amalgamación novohispana, en la que el mineral se introducía en cajones que se calentaban sobre pequeños hornillos. Pronto, sin embargo, esta variante fue sustituida por el procedimiento novohispano en frío, que seguiría siendo el dominante en el virreinato hasta el siglo XIX. Medina había triunfado también en Perú.
En 1588 se produjo el único intento serio de introducir el procedimiento en la más importante de las zonas productoras de plata de este lado del Atlántico, la Europa central. Ese año, Juan de Córdoba, un experto en minería de larga trayectoria anterior en España, ofrecía a la corte imperial de Viena extraer, por medio del mercurio, la plata de cualquier mineral, rico o pobre, a poco coste y en un espacio de ocho a diez días. Tras varios ensayos en la propia Viena y en Kutenberg (Bohemia), que dieron un resultado muy por debajo de las expectativas, Lazarus Ercker, director de las minas bohemias y uno de los más importantes metalurgistas del siglo XVI, elevó a la corte un informe desfavorable para la continuación de los experimentos. La no continuidad de éstos y la imposibilidad, por tanto, de que Córdoba pudiera rectificar sus iniciales errores, privó seguramente a la minería europea de un método comprobadamente exitoso para la extracción de plata en los siguientes doscientos años. Las razones del fracaso apuntan a la diferencia de los minerales americanos y los europeos y a las bajas temperaturas de la zona montañosa de Bohemia, que prolongarían notablemente la duración de la amalgamación antes de su remate.
A lo largo de más de doscientos años desde 1554, el procedimiento original de Medina fue objeto en el Nuevo Mundo de numerosas mejoras tendentes a reducir el consumo de mercurio, un producto caro y de difícil abastecimiento, a mejorar los rendimientos o a disminuir el tiempo necesario para extraer la plata, pero, en lo esencial, el sistema fijado por el minero sevillano continuó siendo el mismo.
En las últimas décadas del siglo XVIII, la Corona española había llegado al convencimiento de que el procedimiento de amalgamación era un sistema agotado y proyectaba, con el impulso del secretario de Indias, José de Gálvez, favorecer la reintroducción en América del método de fundición según se practicaba entonces por los más “científicos” metalurgistas centroeuropeos. Pero la aparición en 1786, por obra del director del Museo de Ciencia Natural de la corte de Viena, barón von Born, de un supuesto nuevo procedimiento de amalgamación, en caliente y con la ayuda de barriles rotatorios —en esencia el procedimiento que a comienzos del siglo XVII había practicado y luego descrito el sacerdote andaluz Álvaro Alonso Barba—, detuvo el proyecto del gobierno metropolitano y decidió a éste a introducir, por medio de una misión científica de metalurgistas noreuropeos, la “nueva” amalgamación de Centroeuropa.
Entre tanto, la amalgamación inicial en caliente de Born había sido sustituida en Europa central por otra en frío, igualmente practicada en barriles, que ahorraba tiempo y, evidentemente, combustible. En esencia, se trataba del ancestral sistema de Medina, en el que el proceso de mezcla en el patio ayudado por caballos o —como en Perú— por los pies de los indios, se sustituía por la rotación de los barriles. Las expediciones reformadoras fracasaron en México y Perú —mucho se ha discutido sobre la razón del fracaso, que durante mucho tiempo se asignó a la cerrazón y el atraso de los especialistas mineros coloniales; hoy tiende a atribuirse más bien a diferencias en las mineralizaciones de la Europa central y de América: doscientos años más tarde volvería a reproducirse al otro lado del mundo el problema que antes se le había planteado a Córdoba— y los empresarios de minas de ambos territorios siguieron extrayendo la plata con sujeción a los procedimientos puestos en práctica en Pachuca a mediados del siglo XVI, mejorados en el transcurso de los tiempos y de los que uno de los más destacados expedicionarios, el metalurgista F. Sonneschmidt, reconoció que eran altamente eficaces y no inferiores a los que ellos pretendían introducir. Era el último triunfo, doscientos cincuenta años más tarde, de Bartolomé de Medina. Con la emergencia de las nuevas repúblicas en América, el capital europeo se introdujo abundantemente en la minería mexicana y con él, el procedimiento de barriles en frío se instaló en los principales reales de minas del México independiente. Pero, tras la retirada masiva de los capitales británicos y alemanes a mitad de siglo, las minas fueron retomadas por empresarios mexicanos, parte de los cuales, ante las dificultades que encontraban en el uso de las máquinas de barriles, volvieron al ancestral procedimiento del patio, que pervivió así en su país de origen —desde donde penetró también en su vecino del norte—, al igual que en Chile y Perú, hasta su progresiva sustitución por la cianuración, surgida en la última década del siglo XIX. El procedimiento de Medina había estado vigente, pues, tres centurias y media.
Y, sin embargo, a pesar del enorme éxito de su sistema, a pesar de que éste estuvo en la base del gran ciclo de plata americano que abarca desde mediados del siglo XVI hasta comienzos del XIX y que subyace a la expansión del capitalismo temprano, Medina apenas se aprovechó de su invención. La merced concedida por el virrey, que le atribuía un porcentaje sobre la producción de plata que procediera de amalgamación, escasamente pudo hacerla efectiva y apenas obtuvo ingresos a través de ella. En 1563 decidió regresar a España para reunirse con su familia y gestionar una prórroga del privilegio obtenido ocho años antes y que caducaba en 1566. Pero el barco en que viajaba se hundió y en el naufragio Medina perdió todo lo que llevaba.
Tras una estancia de dos años en su ciudad natal, el sevillano se embarcó de vuelta para Nueva España acompañado de su esposa y sus hijos. De nuevo en Pachuca, volvió a trabajar como metalurgista en su hacienda de “Purísima Grande”, pero la nueva merced solicitada no llegó nunca y el resto de su vida lo consumió Medina viviendo de los ingresos que obtenía de su trabajo. Falleció en Pachuca en 1585.
Incluso la gloria de que se le atribuyera la invención se le regateó durante mucho tiempo y ha sido sólo en el último siglo cuando las investigaciones más recientes la han atribuido sin sombra de duda a Bartolomé de Medina (Julio Sánchez Gómez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
A partir de las investigaciones de M. Bargalló, Muro, Fernández del Castillo, Probert y Castillo Martos, hoy se conocen aspectos de la biografía de Bartolomé de Medina que hasta hace poco permanecían en la sombra. Nació Medina en Sevilla entre los últimos meses de 1503 y los primeros de 1504; en esta ciudad casó con la también sevillana Leonor de Morales, tuvo seis hijos y en la década de 1540 aparece en la documentación ocupado como comerciante de textiles y cueros —ocasionalmente, también de esclavos— en el próspero gremio mercantil de la ciudad hispalense y como agente de otros comerciantes extranjeros, una actividad muy común entre los mercaderes sevillanos.
Con el capital obtenido en la actividad comercial invirtió en la financiación y el préstamo a otros negociantes que efectuaban transacciones con América, lo que le permitió establecer relaciones con Nueva España desde su residencia sevillana. Fue en este tiempo de su estancia hispalense cuando adquirió, según las informaciones que él mismo proporcionó, las primeras noticias de la existencia de un procedimiento capaz de separar la plata con la ayuda de mercurio y con el que llegó a la conclusión de que era, además, posible trabajar menas de baja ley a las que no resultaba rentable aplicar el sistema entonces corriente de la fundición. Los rudimentos de tal procedimiento los adquirió, según su propia declaración, de un alemán, de nombre hispanizado Maese Lorenzo, de quien no hay más noticias, pero que muy bien pudo ser uno de los numerosos —cerca de doscientos— mineros germanos que los Fugger trajeron a la Península para trabajar en las minas comprendidas en un acuerdo que habían firmado con la Corona en 1553 y de los que algunos habían comenzado a llegar ya a comienzos de la década; muchos de ellos acabaron tratando de pasar a América, lo que explicaría la presencia de Lorenzo en Sevilla. La capacidad del mercurio para amalgamarse con plata y oro era conocida al menos desde la época romana y utilizada tanto en ensayes como en joyería.
Plinio menciona en su obra ese conocimiento, un saber que se transmite a la Edad Media, puesto que aparecen testimonios de extracción de oro con mercurio en algunos recetarios que han llegado hasta hoy. Los alquimistas conservan la práctica, de la que existen muestras en la iconografía medieval y es sabido que en el tratamiento del oro nativo, el uso del mercurio era corriente en los primeros años del siglo XVI, tanto en Europa como en los lavaderos de oro de los primeros años de la América colonial. Y en cuanto a la metalurgia de la plata hay noticias, al menos desde 1507, de prácticas para “tratar el mineral argentífero sin fuego, con agua y azogue”, es decir, amalgamación, en la región del Véneto. De allí recoge el metalurgista italiano Vanoccio Biringuccio la descripción que incluye en su obra De Pirotecnia, publicada en 1540, que incluye los principales elementos que formarán parte del futuro procedimiento americano: molienda, mezcla con mercurio y adición de sal; el italiano añade también que el método es especialmente adecuado para minerales de bajos contenidos e incluso para escorias. Esta práctica seguramente fue conocida por el incógnito alemán, bien a través de la obra de Biringuccio o por contacto con otros mineros que la hubieran aplicado.
En un momento de 1553 y cuando frisaba los cincuenta años, Medina decidió trasladarse a Nueva España, un viaje muy común entre los que en Sevilla se dedicaban al comercio, pero que en su caso se vio especialmente estimulado por el acicate de probar en el Nuevo Mundo el secreto que había descubierto. Él mismo indicaba que “determiné venir a Nueva España dejando en España mi casa e mi mujer e hijos y vine a probarlo [el procedimiento] por tener entendido que saliendo con ello haría un gran servicio a Nuestro Señor e Su Majestad e bien a toda esta tierra”.
Medina planeaba viajar acompañado del alemán, pero la autoridad metropolitana no permitió a éste embarcarse hacia ultramar.
Una vez en Nueva España y tras una corta estancia en Ciudad de México, Medina se trasladó a mediados de 1554 a Pachuca y comenzó a realizar experiencias con minerales de una hacienda de beneficio de aquel lugar, la denominada “Purísima Grande”. El sevillano había efectuado ya pruebas del procedimiento en la Península que él mismo denominó “grandes experiencias”, sin que se sepa en qué lugar se llevaron a cabo, y estaba convencido de la efectividad de su secreto. En su nuevo domicilio novohispano ocupó varios meses de experimentos en adaptar el proceso a la especificidad de los minerales de aquellas minas, un tiempo en que se enfrentó a numerosos problemas que incluyeron incluso una denuncia por blasfemia ante el Tribunal de la Inquisición, pero al fin en diciembre de 1554 o en los primeros meses de 1555 obtenía por primera vez plata por amalgamación en territorio americano.
Medina había llegado a América en un momento crítico. Aun cuando en la década de 1540 se estaban poniendo en explotación nuevas minas de forma continua, los rendimientos decrecientes aparecieron muy pronto y en el quinquenio 1550-1555 comenzaron a hacerse insoportables en muchas partes de Nueva España. La producción de plata inició una decadencia que venía producida por la grave dificultad que representaban los altos costos del método de fundición, que consumía enormes cantidades de leña para alimentar los hornos, un bien especialmente escaso en torno a los reales mineros mexicanos.
El gasto de madera, que obviamente subía de precio de forma rápida, podía soportarse cuando se extraían minerales de alta ley, pero resultaba en pérdidas cuando la riqueza de los minerales disminuía o incluso cuando, manteniéndose una cierta ley, había que descender a profundidades considerables para extraerlos, con el correspondiente incremento de gastos de explotación. Hacia 1550-1552, la madera, consumida en grandes cantidades en las áreas mineras, había casi desaparecido de las zonas cercanas a algunas minas mexicanas, áreas que se habían convertido en poco menos que deforestadas, al tiempo que las leyes de los minerales descendían de forma alarmante. El ciclo de la plata parecía que podía abortarse justamente en su nacimiento. En estas condiciones de crisis, la Corona había ofrecido premios a quien fuera capaz de obtener plata por un sistema rápido y menos costoso que el vigente. Y de los que se ensayaron, fue el de Medina el que salió claramente triunfante. Medina no dejó escrita descripción alguna del procedimiento, aunque hay otras posteriores —la más próxima data ya de 1561—, de las que la más conocida es la que proporciona en el siglo siguiente Álvaro Alonso Barba en su obra Arte de los Metales. Era en esencia el del sevillano un procedimiento en frío y consistía en mezclar en un patio enlosado —de ahí que fuera denominado “procedimiento del patio”— el mineral lavado y triturado con mercurio y sal en forma de “tortas”, a las que se incorporaba un elemento más, el denominado “magistral”, variable según la calidad del mineral que se trataba y que consistía en un compuesto de cobre y/o hierro. Dado que las descripciones del procedimiento que han llegado son posteriores, no existe acuerdo entre los estudiosos sobre el uso del magistral en el procedimiento original, si bien parece que Medina no lo utilizó y se limitó a mezclar mineral, sal y mercurio. La duración del proceso era variable, en función de diversas circunstancias: la naturaleza del mineral, los accidentes que aparecieran durante el beneficio, el acierto en el uso del magistral y la temperatura ambiente, pero solía oscilar entre ocho y cuarenta días, durante los cuales había que pisar las tortas para activar la mezcla de los ingredientes, una penosa operación que se realizaba con el auxilio de los pies de los indígenas y en la que sólo mucho más tarde —en el siglo XVIII y únicamente en México— fueron éstos sustituidos por caballos. El final de los trabajos era la separación de la plata y el mercurio, una parte del cual podía ser reutilizado.
La existencia de claros antecedentes europeos del método de amalgamación ha mantenido a lo largo de muchos años una larga polémica en torno a la originalidad del procedimiento de Medina. La trascendencia del comienzo del uso de la amalgamación en América ha sido exaltada por algunos historiadores nacionalistas como uno de los grandes hitos de la historia de la técnica, lo que realmente es, pero ocultando, deliberadamente o no, las raíces europeas del procedimiento, mientras que otros minimizan su trascendencia olvidando que, si el proceso era conocido, es evidente que su entrada en la historia y sobre todo en el proceso económico se produce en Nueva España y es obra de Bartolomé de Medina. La obra de éste fue original en cuanto que un proceso que en Europa era una curiosidad o tenía un uso puramente marginal —prueba de ello es que ni Agrícola ni Lazarus Ercker, los máximos tratadistas metalúrgicos del Renacimiento, lo recogen en sus obras—, se aplica en América por primera vez a gran escala, a escala industrial.
Pero no fue sólo la posteridad la que discutió al sevillano la primacía del descubrimiento. Si bien en 1555 Medina recibía merced del virrey concediéndole un porcentaje sobre la plata extraída con su procedimiento, prácticamente en esos mismos días un alemán residente en Sultepec —Nueva España—, Gaspar Loman, presentaba al virrey un informe sobre los experimentos de amalgamación que había efectuado, en su caso con el auxilio de una tina-molino que molía y amalgamaba simultáneamente la mezcla y a la que podía aplicarse fuerza humana, animal o hidráulica y con el uso de nuevos ingredientes no empleados por Medina y a los que un documento virreinal denominaba ya “magistrales”, una variante del procedimiento que él indicaba que había traído de Alemania y sobre la que añadía que era “más provechoso que el de Medina”. Éste se asoció con el alemán, de grado u obligado por el virrey, pero la variante de Loman fracasó, lo que dejó a Medina como único inventor de la amalgamación americana.
En España fueron varios los que disputaron al sevillano la primacía de la invención: un Rivas, otro individuo de nombre Gallego y el minero valenciano Antonio Boteller, que, después de aprender el procedimiento en Nueva España, probablemente con el propio Medina, lo aplicó en la mina andaluza de Guadalcanal, lo que lo convierte en el primer introductor del sistema en Europa, al margen de que se encontrara con graves problemas que le impidieron extraer cantidades significativas de plata. Todos ellos se presentaron a la Real Hacienda como inventores o introductores de la amalgamación en Nueva España. El éxito del procedimiento fue fulgurante en Nueva España. En 1562 ya se utilizaba la amalgamación en un elevado número de minas ubicadas desde Pachuca hasta Guanajuato y Zacatecas y cada día se adherían nuevas explotaciones, a medida que descendía en ellas la ley de los minerales que se extraían. Más difícil resultó la transferencia de la nueva técnica al otro virreinato americano, a Perú, donde también habían comenzado a manifestarse síntomas de crisis productiva al mismo tiempo que en Nueva España, lo que movió al virrey a favorecer ensayos para aclimatar el nuevo sistema a la minería andina. Pero las dificultades de adaptación a las condiciones específicas de las minas peruanas dilataron el éxito de la introducción hasta principios de la década de 1570, cuando logró extraerse plata en Potosí con una variante en caliente de la amalgamación novohispana, en la que el mineral se introducía en cajones que se calentaban sobre pequeños hornillos. Pronto, sin embargo, esta variante fue sustituida por el procedimiento novohispano en frío, que seguiría siendo el dominante en el virreinato hasta el siglo XIX. Medina había triunfado también en Perú.
En 1588 se produjo el único intento serio de introducir el procedimiento en la más importante de las zonas productoras de plata de este lado del Atlántico, la Europa central. Ese año, Juan de Córdoba, un experto en minería de larga trayectoria anterior en España, ofrecía a la corte imperial de Viena extraer, por medio del mercurio, la plata de cualquier mineral, rico o pobre, a poco coste y en un espacio de ocho a diez días. Tras varios ensayos en la propia Viena y en Kutenberg (Bohemia), que dieron un resultado muy por debajo de las expectativas, Lazarus Ercker, director de las minas bohemias y uno de los más importantes metalurgistas del siglo XVI, elevó a la corte un informe desfavorable para la continuación de los experimentos. La no continuidad de éstos y la imposibilidad, por tanto, de que Córdoba pudiera rectificar sus iniciales errores, privó seguramente a la minería europea de un método comprobadamente exitoso para la extracción de plata en los siguientes doscientos años. Las razones del fracaso apuntan a la diferencia de los minerales americanos y los europeos y a las bajas temperaturas de la zona montañosa de Bohemia, que prolongarían notablemente la duración de la amalgamación antes de su remate.
A lo largo de más de doscientos años desde 1554, el procedimiento original de Medina fue objeto en el Nuevo Mundo de numerosas mejoras tendentes a reducir el consumo de mercurio, un producto caro y de difícil abastecimiento, a mejorar los rendimientos o a disminuir el tiempo necesario para extraer la plata, pero, en lo esencial, el sistema fijado por el minero sevillano continuó siendo el mismo.
En las últimas décadas del siglo XVIII, la Corona española había llegado al convencimiento de que el procedimiento de amalgamación era un sistema agotado y proyectaba, con el impulso del secretario de Indias, José de Gálvez, favorecer la reintroducción en América del método de fundición según se practicaba entonces por los más “científicos” metalurgistas centroeuropeos. Pero la aparición en 1786, por obra del director del Museo de Ciencia Natural de la corte de Viena, barón von Born, de un supuesto nuevo procedimiento de amalgamación, en caliente y con la ayuda de barriles rotatorios —en esencia el procedimiento que a comienzos del siglo XVII había practicado y luego descrito el sacerdote andaluz Álvaro Alonso Barba—, detuvo el proyecto del gobierno metropolitano y decidió a éste a introducir, por medio de una misión científica de metalurgistas noreuropeos, la “nueva” amalgamación de Centroeuropa.
Entre tanto, la amalgamación inicial en caliente de Born había sido sustituida en Europa central por otra en frío, igualmente practicada en barriles, que ahorraba tiempo y, evidentemente, combustible. En esencia, se trataba del ancestral sistema de Medina, en el que el proceso de mezcla en el patio ayudado por caballos o —como en Perú— por los pies de los indios, se sustituía por la rotación de los barriles. Las expediciones reformadoras fracasaron en México y Perú —mucho se ha discutido sobre la razón del fracaso, que durante mucho tiempo se asignó a la cerrazón y el atraso de los especialistas mineros coloniales; hoy tiende a atribuirse más bien a diferencias en las mineralizaciones de la Europa central y de América: doscientos años más tarde volvería a reproducirse al otro lado del mundo el problema que antes se le había planteado a Córdoba— y los empresarios de minas de ambos territorios siguieron extrayendo la plata con sujeción a los procedimientos puestos en práctica en Pachuca a mediados del siglo XVI, mejorados en el transcurso de los tiempos y de los que uno de los más destacados expedicionarios, el metalurgista F. Sonneschmidt, reconoció que eran altamente eficaces y no inferiores a los que ellos pretendían introducir. Era el último triunfo, doscientos cincuenta años más tarde, de Bartolomé de Medina. Con la emergencia de las nuevas repúblicas en América, el capital europeo se introdujo abundantemente en la minería mexicana y con él, el procedimiento de barriles en frío se instaló en los principales reales de minas del México independiente. Pero, tras la retirada masiva de los capitales británicos y alemanes a mitad de siglo, las minas fueron retomadas por empresarios mexicanos, parte de los cuales, ante las dificultades que encontraban en el uso de las máquinas de barriles, volvieron al ancestral procedimiento del patio, que pervivió así en su país de origen —desde donde penetró también en su vecino del norte—, al igual que en Chile y Perú, hasta su progresiva sustitución por la cianuración, surgida en la última década del siglo XIX. El procedimiento de Medina había estado vigente, pues, tres centurias y media.
Y, sin embargo, a pesar del enorme éxito de su sistema, a pesar de que éste estuvo en la base del gran ciclo de plata americano que abarca desde mediados del siglo XVI hasta comienzos del XIX y que subyace a la expansión del capitalismo temprano, Medina apenas se aprovechó de su invención. La merced concedida por el virrey, que le atribuía un porcentaje sobre la producción de plata que procediera de amalgamación, escasamente pudo hacerla efectiva y apenas obtuvo ingresos a través de ella. En 1563 decidió regresar a España para reunirse con su familia y gestionar una prórroga del privilegio obtenido ocho años antes y que caducaba en 1566. Pero el barco en que viajaba se hundió y en el naufragio Medina perdió todo lo que llevaba.
Tras una estancia de dos años en su ciudad natal, el sevillano se embarcó de vuelta para Nueva España acompañado de su esposa y sus hijos. De nuevo en Pachuca, volvió a trabajar como metalurgista en su hacienda de “Purísima Grande”, pero la nueva merced solicitada no llegó nunca y el resto de su vida lo consumió Medina viviendo de los ingresos que obtenía de su trabajo. Falleció en Pachuca en 1585.
Incluso la gloria de que se le atribuyera la invención se le regateó durante mucho tiempo y ha sido sólo en el último siglo cuando las investigaciones más recientes la han atribuido sin sombra de duda a Bartolomé de Medina (Julio Sánchez Gómez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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