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viernes, 8 de noviembre de 2024

Los principales monumentos de la localidad de Málaga (I), en la provincia de Málaga

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Málaga, déjame ExplicArte los principales monumentos de la localidad de Málaga (I), en la provincia de Málaga.
Datos geográficos
     Comarca de Málaga - Costa del Sol
     Superficie: 394 km2
     Altitud: 8 m
     Latitud: 36º 43'  -  Longitud: -4º 25'
     Distancia a Málaga capital: 0 km
Datos demográficos
     Población: 586.384
     Gentilicio: Malagueños
Ayuntamiento
     avda. Cervantes, 4, 29016
     952209603 - 952135420     www.malaga.eu
     Málaga es la capital de la Costa del Sol y una de las principales ciudades de España, con una impresionante historia y un presente aún más interesante. Su casco antiguo, junto a su animado puerto, está declarado Conjunto Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural.
     La oferta turística de Málaga es amplísima. A sus dieciséis playas y numerosas oportunidades de ocio se suma un atractivo patrimonio monumental y una red de museos de primer nivel. La ciudad de Picasso es hoy día un centro cultural de referencia en Europa.
     En Málaga no puedes perderte sus monumentos: 
     La Alcazaba y el Castillo de Gibralfaro son la principal herencia del pasado árabe de Málaga. Estas fortalezas, construidas entre los siglos XI y XIV, representan uno de los ejemplos de arquitectura defensiva de la época mejor conservados de España. Desde el castillo, que domina la cima del monte del mismo nombre, se obtienen unas fabulosas vistas de la ciudad y del mar Mediterráneo.
     A los pies de ambas fortificaciones se sitúa el Teatro Romano. Erigido en tiempos del emperador Augusto, está habilitado para acoger espectáculos en un entorno inigualable. Cuenta además con un innovador centro de interpretación para conocer la vida y costumbres de las Hispania Romana.
     Muy cerca se encuentra la Catedral de Málaga o de la Encarnación. Diseñada por Diego de Siloé, en su construcción también participaron grandes maestros del Renacimiento andaluz, como Andrés de Vandelvira, Hernán Ruiz II y Diego de Vergara. Entre las joyas de arte que encierra el templo destacan las tallas del coro, obra de Pedro de Mena.
     Otros exponentes de la arquitectura religiosa son las iglesias de los Santos Mártires y del Cristo de la Salud, el Palacio Episcopal y la portada gótico-flamígera de la iglesia del Sagrario. La Basílica de la Virgen de la Victoria, patrona de Málaga, con su cúpula rococó, también merece una visita.
     La capital de la Costa del Sol tiene un amplio catálogo de edificios decimonónicos llenos de encanto, como el Teatro Cervantes, el Palacio de la Aduana o la Plaza de Toros de La Malagueta. Del siglo XIX también son las casas nobles de la Alameda Principal, el Parque de Málaga y calle Larios.
     La vía más emblemática de la ciudad culmina en la plaza de la Constitución, presidida por la Fuente de Génova de estilo renacentista. Desde aquí se pueden admirar el pintoresco Pasaje de Chinitas, la Casa del Consulado y el Ateneo de Málaga, antigua escuela donde Picasso comenzó a dibujar.
     Al genio malagueño está dedicado el espacio cultural más importante de la capital. Enclavado en el Palacio de los Condes de Buenavista, de 1520, el Museo Picasso Málaga da respuesta al deseo del artista de exponer parte de su obra en su ciudad natal. Más de doscientas pinturas, esculturas y cerámicas integran la colección permanente.
     Próximas al museo se localizan la Casa Natal de Picasso, en una esquina de la Plaza de la Merced, y la iglesia de Santiago, donde fue bautizado el pequeño Pablo en 1881. El templo fue levantado sobre una antigua mezquita y posee una torre mudéjar concebida inicialmente como alminar.
     La ciudad también tiene el privilegio de contar con una de las más valiosas colecciones pictóricas de España: el Museo Carmen Thyssen Málaga. Ubicado en el Palacio de Villalón, sus más de doscientas obras constituyen la muestra de pintura andaluza del siglo XIX más representativa del país.
     Otra parada ineludible para los amantes del arte es el Centre Pompidou de Málaga, el primero creado fuera de Francia. Este espacio está dedicado a las creaciones de vanguardia, al igual que el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, alojado en un antiguo mercado junto al río Guadalmedina.
     Con más de una treintena de espacios museísticos, la capital de la Costa del Sol se ha convertido en todo un referente. El Museo de Málaga situado en el antiguo edificio de la aduana, el  Museo del Vino, el Museo del Flamenco, el Museo Revello de Toro o el Museo del Automovilismo son sólo algunos exponentes de esta inmensa red cultural. Mención aparte merece la Colección del Museo Ruso, San Petersburgo/Málaga, compuesta por un centenar de obras de entre los siglos XV y XX que pueden admirarse en la antigua Tabacalera (Diputación Provincial de Málaga).
      La situación de Málaga a orillas del Mediterráneo, cercana a un río y bien resguardada por los montes próximos, la ha hecho sede de culturas diferentes. Los fenicios fundaron en el siglo VIII a C., en la desembocadura de un río, la colonia de Malaca, -inicialmente establecimientos comerciales cercanos a un fondeadero- que, por los restos encontrados, pudieron estar situados al pie de la Alca­zaba, desde la zona que ocupa la Aduana hasta la Coracha; la reciente excavación llevada a cabo en los sótanos del Museo Picasso nos abre la posibilidad de conocer una parte impor­tante de la antigua ciudad fenicia, cuyos caracteres se mantuvieron en la ciudad púnica y romana, pues Estrabón señaló que ésta carecía de trazado ortogonal.
     Malaca pasó a poder de los romanos mediante pacto y alcanzó la consideración jurídica de ciudad federada de Roma, consiguiendo en el siglo I el rango de municipio de derecho latino, plasmado en la llamada «Lex Flavia Malacitana», promulgada en el año 81 y graba­da en planchas de cobre, dos de las cuales fueron encontradas en 1851 y, adquiridas por el marqués de Casa Loring para su colección; las estudió D. Manuel Rodríguez de Berlanga y, aunque se conservan en el Museo Arqueológico Nacional, constituyen una pieza clave de nuestro patrimonio cultural.
     Además de estos testimonios, la Malaca romana se nos ha manifestado en destacados ha­llazgos arqueológicos. La zona más importante de la ciudad romana se asentaría por encima del puerto, al pie de la colina de la Alcazaba, donde el teatro constituye el testimonio más visible de una ciudad pujante cuya importancia decreció drásticamente. También aparecieron restos de los mosaicos que pavimentaban las villas de Puerta Oscura.
     Los testimonios arqueológicos del siglo IV hablan ya de la cristianización de la zona. En el siglo V el dominio bizantino supuso una nueva etapa de orientalización y fue Málaga una de las plazas fuertes, si no la capital, del territorio bizantino de España, provocando esta importancia que los visigodos se apoderaran de ella a comienzos del siglo VII.
     La sumisión de Málaga al invasor musulmán, en el 712, fue violenta, sin que mediara tratado, por lo cual su papel, a lo largo de siglos, fue insignificante. Durante el Califato fue cobrando importancia, que se acrecienta a partir del siglo XI construyéndose la Alcazaba, in­teresante obra de carácter militar que encierra una zona palaciega; a finales del siglo XIII, y bajo el control nazarí, descuella política y económicamente, ampliándose la fortaleza de Gibralfaro. Junto con el mar y el río Guadalmedina, las dos fortalezas delimitaban un territorio básico, que después, mantenido por la población cristiana, sería su centro histórico.
     El reinado nazarí de Yusuf I (1333-1354) tuvo importancia política. Se afirma que él cons­truyó la fortaleza de Gibralfaro, aunque sería una reconstrucción o ampliación pues por el dominio que el cerro ejercía sobre la ciudad y la alcazaba, debía tener fortificación al menos desde el siglo XII. Su eficacia militar fue notable pues no se entregó a los Reyes Católicos hasta dos días después de rendirse la ciudad, y quizá por esta esforzada defensa mereció figurar en el escudo que los reyes concedieron a Málaga en 1494. Los grabados del siglo XVI la muestran como una imponente fortaleza de mayor extensión que la actual, en la que sobresalía su gran torre cuadrada.
     La primera mitad del siglo XIV, marcó la iniciación del comercio del puerto con la colonia de los genoveses establecida en la ciudad, quienes construyeron un lugar fortificado fuera de las murallas, el llamado Castil de Genoveses, que se mantuvo hasta comenzar el siglo XVII.
     El puerto canalizaba los productos elaborados en la ciudad: tejidos de muselina y tisú de oro, curtidos, manufacturas de piel, vidrio y, sobre todo, las diversas clases de alfarería doméstica y la «maliqa», la renombrada loza dorada o de reflejo metálico.
     A lo largo del siglo XV se fue cerrando el cerco castellano en torno a la capital con la conquista de distintas ciudades próximas, favoreciendo a los cristianos la guerra civil que tenía lugar en Granada; al inclinarse la población de la capital a favor de Boabdil, su padre, el sultán Muley Hacen, se refugió en Málaga, junto a su hermano Al-Zagal gobernador de la plaza.
     La conquista de Ronda en 1485 supuso la pérdida de la cobertura occidental para Málaga, y la caída de Vélez en 1487, realizada mediante negociaciones, acarrearía la sumisión de todos los lugares de la Axarquía, y llevó el cerco a las puertas de Málaga. Los Reyes Católicos confiaban en ocuparla pacíficamente, pero fue uno de los episodios más sangrientos de la guerra de Granada, cayendo la ciudad el 18 de agosto de 1487, en una rendición sin condiciones, por lo que sus habitantes fueron vendidos como esclavos o expulsados y desposeídos de sus propiedades, que fueron repartidas entre los conquistadores. Sólo se permitió a vein­ticinco familias permanecer en Málaga como mudéjares, en el recinto de la morería.
     La ciudad islámica no era muy amplia; estaba rodeada por un recinto de murallas, algunas de cuyas puertas tenían carácter monumental, como la Puerta de Granada que, entre dos torres, se abría en recodo al final de la actual calle del mismo nombre.
     El río Guadalmedina marcaba el trazado de otro tramo de muralla que terminaba en el puente llamado hoy de Santo Domingo, que tenía por el lado de la ciudad una torre con entrada y salida a los arrabales, y cuyo complejo defensivo formaba una torre albarrana que saliendo del lienzo de la muralla, enlazaba con los torreones de las Atarazanas, que se levantaron como taller naval, antes del s. XIV, fechándose su portada en el reinado de Mohamed V (1362-1391).
     Entre las Atarazanas y el Castil de Genoveses estaba la Puerta del Mar principal acceso a la ciudad por la Marina, y la Puerta de Espartería o del Baluarte. La zona oriental era la que presentaba más defensas, por situarse en ella la Alcazaba que, por el lado del mar, se unía con los torreones paralelos a la costa, situados en lo que hoy son los jardines de Puerta Oscura, enlazando con la coracha marítima, que se derribó entre 1838-39. De la Alcazaba partía otra coracha terrestre, un doble muro con trazado en zig-zag, todavía en pie, que se unía con Gibralfaro para proteger el acceso a este recinto. Por el norte había un foso desde la Puerta de Granada hasta la de Santo Domingo, utilizado después como alcantarilla, que iba a desaguar al río.
     Todo este conjunto, bien murado y erizado de torres, haría de Málaga una ciudad difícil de conquistar y de alto valor estratégico, cuyo puerto servía de enlace con el exterior. Sus aspectos militares no estaban reñidos con la visión placentera y estética que las descripcio­nes medievales nos brindan.
     Málaga contaba con dos arrabales. El llamado de la Fontanilla o Fuentecilla se extendía desde la Puerta de Granada hasta la de Antequera y tenía una población asentada en torno a las huertas, que imprimían al barrio un carácter agrícola. El otro arrabal, más próximo a la costa, se situaba en lo que hoy son los actuales barrios de La Trinidad y El Perchel, también con algunas torres.
     El aspecto que presentaba la Málaga musulmana a finales del siglo XV era el de una ciudad mediana, bien fortificada, con un puerto de gran movimiento, limitada por la barrera natural del río Guadalmedina y defendida por los numerosos montes que la rodeaban. De su caserío sólo emergían las siluetas de sus alminares, especialmente el de la mezquita alja­ma, ordenándose sus calles en relación con las diversas puertas de su recinto; una vía principal, de levante a poniente, ponía en comunicación la fortaleza con el centro de la ciudad y con los arrabales, en un trazado bastante rectilíneo pasando por la llamada Plaza de las Cuatro Calles, hoy de la Constitución. De sur a norte, otras calles comunicaban la costa y el puerto con el interior de la ciudad, en cuyo centro se encontraba la Alcaicería, zona comercial, y muy próxima, la mezquita mayor o aljama.
     Cuando los Reyes Católicos conquistaron la ciudad, en 1487, la recuperación del territorio se entendía como una «restauración» del perdido sistema cristiano, repoblándose con población cristiana procedente de Andalucía y Extremadura. A los veinte días de reconquis­tada, los reyes nombraron «Repartidores de Málaga» a dos de sus caballeros, encargándoles que hicieran el recuento de todas las casas de la ciudad, fortalezas, arrabales y tierras exteriores y dieron normas para su reparto entre los avecindados. A lo largo del siglo XVI, sobre la ciudad islámica, se fue consolidando su transformación en ciudad cristiana. La mezquita mayor se consagró en catedral de Santa María de la Encarnación, advocación simbólica de la Reconquista, reutilizándose y construyendo para ella una portada cuajada de simbolismo redencionista. Pero a partir de 1528 se construía una nueva catedral que, aunque consagrada incompleta en 1588, es pieza señera de nuestro renacimiento, con fórmulas constructivas y estilísticas que acusan influencias de Siloé y Vandelvira. De las otras parroquias de la ciudad, Santiago, San Juan, y Santos Mártires, algunas se levantaron también sobre los solares de antiguas mezquitas, pero eran muy sencillas ya que la obra de la catedral absorbía los fondos de las fábricas menores. Salvo ésta, no se realizó ninguna gran obra en piedra; son iglesias de mampostería y ladrillo, de una o tres naves, con armaduras de lazo en madera que, en las tres, se encuentran bajo las bóvedas actuales, y con torre, de las cuales sólo se conserva de aquella época la bellísima torre mudéjar de Santiago.
     Numerosas fundaciones benéficas y religiosas contribuyeron también a la metamorfosis de la ciudad, que poco a poco se fue convirtiendo en una ciudad-convento. El hospital de la Caridad de Santa Catalina fundado en 1488, el de Santo Tomás, de 1505, y entre los conventos cabe citar el de Santa Clara junto a la catedral; próximo a éste el de San Bernar­do, de 1543, el de religiosas de la Paz de 1518, el colegio de la Compañía de Jesús fundado en l 571, el de los Agustinos en 1575, y otros muchos, algunos ya extramuros de la ciudad como el Hospital Real de San Lázaro (1491) y sobre todo el convento de los Trinitarios Calzados (1491) y el de los Mínimos de la Victoria (1493), levantados éstos sobre los espacios que ocuparon el campamento de la reina y el del rey, durante el cerco de la ciudad.
     Aunque la proyectiva eclesiástica aparece como condicionante, se realizaron importantes obras edilicias y civiles. El Ayuntamiento, que en los primeros momentos se instaló en la madraza, se trasladó a la plaza pública en 1493. Ya en esos años se habían realizado expropiaciones y explanaciones del terreno para regularizar la plaza, construyéndose con pórticos, según el modelo castellano; también en ella, en el lado norte, se encontraba la casa del corregidor y la cárcel y más tarde se instalaría en el lado sur el cabildo eclesiástico, siendo su principal ornato, desde el siglo XVI a finales del XVIII, la llamada fuente de Génova que se colocó hacia la fachada del convento de las agustinas, en el lado oeste de la plaza.
     Con la construcción del puerto, cuyas obras se iniciaron en 1588 con proyecto del italiano Fabio Bursoto, la economía malagueña se vio beneficiada, desarrollándose un importante tráfico comercial, muy intenso en la «Vendeja», época de los meses de otoño en que el puer­to se llenaba de productos de la zona que, especialmente, partían hacia los países del norte de Europa. Por la importancia que cobraba la zona portuaria fue necesario comunicarla con la plaza, lo que llevó, en 1491, a la apertura de la calle Nueva que, junto con la ampliación y estructuración de la plaza, fueron las dos actuaciones más importantes de esta etapa en el tejido urbano de la ciudad.
     La crisis del siglo XVII, que afectó mucho a España, se sintió fuertemente en Málaga, que fue uno de los municipios más castigados por el hambre y las epidemias, asociadas a las malas cosechas y a la paralización de la vida comercial, a lo que se añaden otros factores como las inundaciones, destacando las de 1628 y 1661, o los terremotos. Asimismo, por su situación Málaga estaba expuesta a ataques por mar, ya de piratas y berberiscos, ya como consecuencia de la política exterior española, muy tensa en sus relaciones con Inglaterra y Francia, circunstancias que incidieron en la política de defensa de la costa que se llevaba a cabo desde el siglo anterior. Se completó la cadena de fuertes costeros con la instalación de tres en la Caleta y uno en la playa de San Andrés y se revisó la capacidad defensiva del convento de la Trinidad, por su especial situación a la entrada desde el camino de Antequera. También construyó el prelado Fernández de Córdoba el torreón llamado del Obispo, y don Francisco de Mendoza los baluartes de Santa Catalina y San Simón, en 1621 y 1625 respectivamente.
     La visita de Felipe IV en marzo de 1624, que se inscribía en la política del Conde Duque de que el rey se mostrase en las diferentes ciudades, fue un acontecimiento extraordinario para Málaga. El rey revisó las obras del puerto demostrando la importancia que tenía para la ciudad, desde el punto de vista económico y militar. Una lápida que se encuentra a la entrada del Paseo de la Farola celebra esta visita.
     Pero la guerra, especialmente con Inglaterra, tuvo consecuencias más negativas para la ciudad, por la ruptura de las relaciones comerciales ya que en esas fechas los ingleses eran el mejor cliente de sus productos. No sólo los hechos de armas eran negativos. Las levas, los impuestos de guerra que aumentaron al surgir los movimientos secesionistas en el interior de la Península, agravaron la situación demográfica de Málaga. Además, ciertos hechos de carácter socio-religioso afectaron muy especialmente a esta ciudad, siendo el más importante el descubrimiento, en 1668, de un núcleo de cripto-judaísmo que, durante cuatro años, convirtió a Málaga en el centro de atención del Tribunal de la Inquisición.
     Evidentemente, por la crisis, en la Málaga del XVII no se desarrolló una arquitectura brillante y la sombra de la catedral inacabada preside, como un símbolo, toda la centuria. Pero el volumen de la construcción no fue despreciable; al haberse detenido las obras de la catedral, en 1588, los fondos que ésta absorbía volvieron a las parroquias, que entonces acusaron numerosas obras y ampliaciones, y se realizó la de San Pedro. También fueron importantes las fundaciones y obras conventuales, y entre ellas cabe resaltar la nueva iglesia del convento de Mínimos de Santa María de la Victoria, levantada entre 1694-1700 por el conde de Buenavista, quien incorporó a su cabecera un camarín-torre, con su cripta ente­rramiento en la zona inferior, que fue la gran aportación de Málaga al Barroco.
     El edificio más representativo de la ciudad, el Ayuntamiento, se construyó nuevamente entre 1637-1652, pero a finales del siglo estaba arruinado por lo que se reedificó y se labró nueva fachada en los primeros años del siglo XVIII, y se reformaron otros importantes edificios de la plaza pública. La etapa más brillante desde el punto de vista de la proyecti­va arquitectónica y urbanística, corresponde a los años iniciales del último tercio del siglo, siendo gobernador don Fernando Carrillo Manuel, conde de Villafiel, quien en sólo tres años llevó a cabo una importantísima labor de higiene pública y policía urbana.
     En el siglo XVIII se recuperó la economía en toda España, y fue a partir de 1714, con la paz que posibilitó el regreso de los mercaderes, y las leyes de 1716 que favorecieron esta inmigración, cuando empezó la recuperación para Málaga. Aunque inicialmente el comercio fue impulsado por los extranjeros, pronto se uniría a ellos una clase mercantil autóctona, que, primero asociada a ellos y luego individualmente, desde la mediación del siglo desarrollará su actividad de forma autónoma y paralela en una etapa de claro resurgimiento económico.
     Se siguió extendiendo el cultivo de la vid, y para socorrer a los cosecheros de vino, pasas, higos, almendras y aceite, se estableció por Real Cédula de 1776 el Montepío de Socorro a los Cosecheros del Obispado de Málaga, para evitar los perjuicios y vejaciones, librar de la usura y socorrer a los cosecheros de frutos del país.
     El despegue de la economía local se vio acelerado extraordinariamente con las medidas liberalizadoras del comercio que dio Carlos III. Málaga fue favorecida desde 1765 al ser habilitado su puerto para comerciar con las islas de Barlovento, y la Real Pragmática de 1778, que concedía el libre comercio con toda América, fue decisiva para su desarrollo económico. Así surgió otra institución crucial: el Consulado, que aunque estaba autorizado desde 1633, fue restablecido por Real Cédula de 1785, interviniendo activamente en ello el político malagueño D. José de Gálvez. Estas dos instituciones, Montepío y Consulado, insta­ladas primero en la zona comercial, ocuparon las dependencias del Colegio de los Jesuitas, recientemente expulsados, y se asomaron al sitio principal de la ciudad, la plaza pública, mediante una emblemática portada, que nos ofrece una imagen diligente e industriosa de Málaga, favorecida por el trabajo de sus habitantes.
     La ciudad creció en esa etapa, superando las barreras naturales que la constreñían (cerca, mar y río). A partir de 1721 se autorizó a labrar casas desde la Puerta de Granada a Puerta Nueva cediendo el solar el Ayuntamiento, para ocupar parte de las murallas y el foso. La expansión se dirigió también hacia las playas de San Andrés en una dirección hacia poniente que marcará las líneas para el siglo siguiente, quedando unidos los barrios de la Trinidad y el Perchel que formaron una amplia ciudad al otro lado del río. Y a partir de 1786, con la total demolición de las murallas, hay un notable ensanche, siendo el más espectacular el que se efectuaba hacia el sur, en los terrenos ganados al mar por los aportes del Guadalmedina. Porque este río, tan dañino para la ciudad, fue elemento vital en su crecimiento físico, ya que al depositar sus arrastres en la desembocadura y colmatar los fondos del puerto dejó una amplia zona de playa tras la muralla, en la que, a partir de 1783, se realizó el Paseo de la Alameda, inicio de una importante urbanización, que con las viviendas de la burguesía local a uno y otro lado, será uno de los ejes viarios más importantes de la ciudad.
     Málaga estuvo siempre vinculada al mar, y su puerto, que fue creciendo con ella, ha sido el gran protagonista de su acontecer histórico, siendo no sólo eje de la vida mercantil malagueña, sino de la política nacional, dada su especial ubicación geográfica. Considerado este puerto como uno de los más destacados de la zona, pero con notables carencias en su estructura, Felipe V decidió convertirlo en uno de los puertos más importantes y seguros del Mediterráneo. Los ingenieros militares Bartolomé Thurus primero, Pedro de Aubeterre y Jorge Próspero Verbóm después, llevaron a cabo los proyectos de ampliación y emprendieron las obras para dotar a Málaga de unas instalaciones capaces y satisfactorias para cubrir las necesidades comerciales y militares. Cuando en 1738 las obras estaban a punto de terminar, el nuevo ingeniero Juan Martín Zermeño proyectó una ampliación de las instalaciones, pero hacia la mediación de siglo decayó la actividad constructiva, interviniendo ya Carlos III en 1763, para obligar a la Junta del Puerto de Málaga a finalizar los trabajos en un plazo breve.
     Pero desde los inicios del siglo, otras obras señeras se llevaban a cabo, siendo de enorme importancia además de las obras de puerto, la reanudación de las de la Catedral, en 1719, con proyecto de José de Bada y dirección, después, de Antonio Ramos. Estas dos obras claves de la ciudad se disputarán la ayuda de la Corona. La financiación del puerto se realiza­ba mediante repartimientos de cantidades en ciudades que se beneficiaban de esta vía de salida, contribuciones estatales no siempre libradas de impuestos sobre los productos del co­mercio malagueño. Este arbitrio, aplicado después a la Catedral, será decisivo para su construcción. Con este sistema, fue el comercio malagueño quien costeó, fundamentalmente, la Catedral malagueña en su segunda etapa constructiva, aferrada a un lenguaje clasicista por imperativo de conservar el estilo.
     Las construcciones, tanto religiosas como civiles, así como las obras públicas, se multiplicaron como consecuencia de la favorable situación económica, y fue constante la afluencia de arquitectos e ingenieros. Una de las principales obras de infraestructura urbana que se llevó a cabo en este siglo fue la traída de agua desde el río Guadalmedina, que no se había acometido por su elevado coste, siendo el Obispo Molina Lario, en 1782, el promotor de esta beneficiosa obra, que dirigió Martín de Aldehuela.
     Escasas viviendas privadas han llegado a nosotros. Como prototipos de casa noble se han conservado la de Francisco de Vitoria, cercana a los Mártires, la de los Zea-Salvatierra frente a la Catedral o la del Conde de Villalcázar frente a la Aduana, y alguna otra. Es interesan­te el revestimiento que tenía esta última fachada, con diseños geométricos de raigambre mudéjar, un tipo de ornato que junto con otros de tipo textural o fingiendo composiciones arquitectónicas ajustadas a las normas de la perspectiva y de las sombras, decoración floral o temas figurativos, que ya fuera por moda, recurso de pobreza o imagen, configuraron una Málaga colorista y diferente, caracterizando su imagen urbana, como signos de un paisaje cultural genuino, convertido en seña de identidad de la ciudad.
     El cambio de siglo lo representa el edificio de la Aduana, en la Haza Baja de la Alcazaba, iniciado en 1791 para sustituir a la antigua aduana, que con su diseño clasicista, amplitud y magnificencia, puede simbolizar el auge económico de la ciudad.
     Entre los hitos históricos del siglo XIX destaca la ocupación francesa de Málaga desde 1810 a 1812, el pronunciamiento liberal del general Riego al que la ciudad recordó poniendo su nombre a la actual plaza de la Merced, o el apresamiento y posterior fusilamiento en las playas de San Andrés del general Torrijos por las tropas absolutistas de Fernando VII, en 1831.
     En este siglo, como consecuencia de la actividad comercial con base en la agricultura, especialmente en la vid, y de una fulgurante industrialización, la población se multiplicó, lo cual, unido a la desamortización de los bienes eclesiásticos, condujo a una total transformación de la ciudad que no busca un nuevo ensanche sino que sufre un proceso de reforma interior una racionalización del casco histórico que cambiará su imagen de la ciudad convento por la de la Málaga cosmopolita y burguesa del siglo XIX, una imagen unitaria, ecléctica y elegante, soporte de un patrimonio urbano insustituible.
     El impulso económico procedió de un grupo de familias que constituyeron lo que se ha llamado «la oligarquía de la Alameda», en alusión a su residencia. Destaca la figura de Ma­nuel Agustín Heredia, logroñés que, tras enriquecerse en el comercio durante la Guerra de Independencia, abrió en 1832 un establecimiento siderúrgico, «La Constancia» ubicado en la zona oeste de la ciudad; la paralización de los altos hornos del norte por la guerra carlista favoreció a la siderurgia malagueña, que alcanzaría el primer puesto nacional. El sector textil se desarrolló por el empuje de los Larios quienes en 1846 contribuyeron a la fundación de la «Industria Malagueña», dedicada a la manufactura del algodón, y Málaga se convirtió en el segundo centro productor nacional, detrás de Barcelona. Otras industrias, aunque de menor entidad, fueron agrupándose en torno a las primitivas, en los barrios de La Pelusa, Huelin y el Bulto dando origen a una zona industrial y obrera en el oeste de Málaga.
     Por otro lado, el sector inmobiliario absorbió gran parte de los capitales generados por el comercio, especialmente a partir de que la última oleada desamortizadora pusiera en venta gran número de solares procedentes del derribo de conventos. Algunos arquitectos como Cirilo Salinas, Jerónimo Cuervo o Joaquín Rucaba se asentaron en Málaga atraídos por los numerosos trabajos que se derivaban de la edificación sobre estos solares, demandada por una población que de 1842 a 1897 había pasado de tener 69.853 habitantes a 125.597.
     En la Málaga del XIX se dieron dos tipos de actuaciones urbanas. El Ensanche en la zona sur de la ciudad, en los terrenos ganados al mar que ya se habían empezado a edificar en el siglo XVIII, así como en la extensión, al otro lado del río Guadalmedina, de los barrios industriales. El Plan de Moreno Monroy aprobado en 1861 fijaba las directrices del crecimiento de la ciudad hacia poniente, partiendo de los barrios situados en la otra orilla del río: el Perchel y la Trinidad. Y aunque no se realizó, tuvieron efectividad algunos planes parciales para determinados sectores periféricos, como La Malagueta, el Limonar o Huelin. El ingeniero José Mª Sancha redactó en 1878 las bases de un proyecto de ensanche, hacia el oeste, que limitaría el llamado Paseo de Ronda, que tampoco se llevó a cabo, y el plano de Emilio de la Cerda de 1892, realizado sobre la concepción urbanística de Sancha, refleja los proyectos más importantes concebidos para la ciudad, de los cuales se llevaron a cabo el del parque o la ampliación de la Alameda, pero de modo diferente. Realmente los grandes pla­nes de ensanche y ordenación urbana de Málaga se realizarían ya en el siglo XX, partiendo del llamado «Plan de Grandes Reformas» de 1924.
     La gran renovación de Málaga consistió en un proceso de reforma interior, tras la demolición de los edificios religiosos que ocupaban el centro de la ciudad. Los cambios de la ciudad obedecían también a la dotación de nuevas zonas verdes, pero la gran actuación urbanística de la Málaga decimonónica fue la apertura de la calle de Larios. La Málaga «transformada» quedaba encerrada en el recinto histórico y aislada de un espacio fundamental por donde se drenaban sus productos, el puerto, elemento dinamizador de su economía, que se había ampliado notablemente en el siglo XVIII, y en el XIX se reanudaron los trabajos, lentamente primero bajo la dirección de Joaquín Mª Pery, y con un gran impulso a partir de 1876 y 1887. Ésta fue la razón principal por la que a finales del XIX, y arrancando de trabajos iniciales de Moreno Monroy, se emprendió una drástica operación planteada como un gesto de progreso que, abriendo la trama islámica, permitiría la comunicación de la plaza de la Constitución con el puerto, saneando una zona privada de higiene y ventilación, y ofrecía, además, la oportunidad de paliar el paro, lograr mayor seguridad, y se convertía asimismo en un gran negocio inmobiliario, cuyo arquitecto fue el maestro Eduardo Strachan Viana­ Cárdenas. Se aprobó la obra por una Ley de 1878, y se inauguró en 1891.
     En cuanto a la zona verde principal, el Parque, que permitiría unir el sector de la Alameda con la costa oriental, zona residencial progresiva, también intervino la Casa de Larios como promotora. El político malagueño D. Antonio Cánovas del Castillo, Presidente del Gobierno, en 1896 consiguió del rey una Real Orden que cedía a la ciudad los terrenos ganados al mar al pie de la Alcazaba para convertirlos en parque público, compensando a la Junta de Obras del Puerto, propietaria de los mismos. El primer proyecto (modificado posteriormente) lo realizó Eduardo Strachan Viana-Cárdenas, comenzando las obras en 1897 y se alargaron durante más de treinta años. La estatua de Cánovas, a quien se quería rendir homenaje, se colocó un siglo después.
     A finales del XIX se inició una etapa de crisis determinada por la ruina agrícola, la caída del comercio y la desindustrialización. Las razones que pueden explicar esta crisis fueron el coste superior del hierro malagueño en relación al del norte, -donde ya había finalizado la Guerra Carlista-, sobre todo por la falta de carbón local; los productos textiles malagueños que, destinados básicamente a un mercado nacional, perdieron competencia respecto a los catalanes y la plaga de la Filoxera, que arruinó la excelente producción vitivinícola y pasera de los campos malagueños. Ante esta situación económica creció la conflictividad, que tuvo su punto culminante en 1894 con la huelga general de los obreros organizados contra los Larios.
     No parece posible detener la crisis y el panorama es demoledor pero surgen ya en este siglo las primeras voces para utilizar la atracción del turismo. En 1897, la «Sociedad Propagandística del Clima y Embellecimiento de Málaga» aporta como alternativa a la crisis, el recurso del turismo. Pero la recuperación no llegaría hasta la tercera década del siglo XX.
     En los primeros años de este siglo culmina el desmoronamiento de la economía malagueña. La población activa dedicada a la agricultura disminuyó, y la industria no recuperará el nivel del siglo XIX. Las fábricas textiles también se habían venido abajo y sólo quedaban algunas azucareras y pequeñas industrias, que podrían presentar un panorama más optimista, ya que en 1916 Málaga era la décima provincia por contribución industrial en toda España.
     Desde el punto de vista social es un grupo minoritario de aristócratas y pequeños burgue­ses el que maneja todos los resortes teniendo como instrumento de control el caciquismo y llevará a cabo una política regeneracionista que trajo mejoras para la ciudad y la provincia.
     Pero la industria había generado una clase obrera, que ahora se encuentra sin trabajo y la crisis del campo había provocado una gran inmigración, existiendo una importante masa de parados que empezaría a organizarse, y desde los últimos años del siglo XIX y primeros del siglo XX, se asiste a tres fenómenos: progresivo desarrollo del socialismo, arraigo del anarquismo y afianzamiento republicano con influencia en el ámbito obrero urbano.
     Durante los años de la guerra europea hay una coyuntura favorable para los negocios, pero también aumentan los problemas con la clase obrera y se irá abocando a una nueva crisis, la de 1917, a lo que hay que unir la guerra de Marruecos. En 1921 se derrumba la Comandancia de Melilla, con el desastre de Annual, que en Málaga, por sus intensas relaciones con aquella ciudad del norte de África, se vive de una forma muy especial, y cuando en 1923, las tropas dispuestas a embarcar se levanten, la población malagueña acogerá a los soldados. Estos acontecimientos serían decisivos en la crisis de la Monarquía, accediendo al poder el General Primo de Rivera, e instaurándose la Dictadura hasta el gobierno de la República, en 1931, etapa que coincide con una coyuntura favorable general, y también para Málaga, con una población en crecimiento y un aumento de la producción que llevaría al comercio a alcanzar los índices más altos.
     Es en el contexto de esa relativa prosperidad donde cabe situar un importante desarrollo arquitectónico, con la aprobación en 1924 del Plan de Grandes Reformas que, al amparo del auge económico, viene acompañado de numerosas inversiones por parte del Estado, especialmente en obras públicas y en hacer ciudad. Aunque iniciada al abrigo de la Ley de Casas Baratas, de 1921, se impulsó la barriada de Ciudad Jardín, más bien una ciudad lineal sobre terrenos ganados a lo largo del curso del Guadalmedina.
     Asimismo, en noviembre de 1929, se aprobaba un Plan de Ensanche que, redactado por Daniel Rubio, tuvo mayores repercusiones. Uno de sus principales objetivos, fue la previsión de las líneas por donde había de ir la futura ampliación de la ciudad, buscando las zonas más llanas y despobladas de la vega. Este Plan, que diseña una nueva ciudad al otro lado del río Guadalmedina, marcó la pauta de todos los planes posteriores y daría lugar a la ciudad contemporánea, pero apenas si fue llevado a la práctica, por sus enormes ambiciones y por la profunda crisis económica y demográfica en la que, con la guerra civil, entró la ciudad y de la que no saldrá hasta mediados del siglo XX.
     La arquitectura de comienzos de siglo no supuso un corte radical con la del siglo XIX. Historicismo y Eclecticismo dominan las realizaciones de las primeras décadas, es una arquitectura de calidad, ligada a una actitud historicista o regionalista, como reinterpretación de modelos históricos, y el Modernismo, que en otros ámbitos se desarrolló ampliamente, en Málaga se manifestó con un cierto retraso y carácter híbrido, influido por los prototipos madrileños y limitado a la decoración de fachadas.
     Los edificios oficiales de mayor representatividad, como el nuevo Ayuntamiento, proyectado por Rivera Vera y Guerrero Strachan en 1911, tienden al neobarroco aunque aflorando detalles modernistas. Pero será sobre todo el regionalismo, que se venía empleando como expresión de una estética nacional, el que nos ofrezca un mayor abanico de posibili­dades, inclinándose hacia un mudejarismo de tradición en la ciudad. El edificio de Correos, obra singular de Teodoro Anasagasti, proyectado en 1916, formalmente remite a la estética regionalista pero también ha sido considerado como el primer atisbo de racionalismo en la ciudad.
     Con la instauración de la República, a partir de 1931, contemplamos en Málaga un cambio en los símbolos. El monumento al Marqués de Larios, que había sido erigido por sus­cripción popular e inaugurado en 1899, ahora será desmantelado por el pueblo enfurecido y la estatua del prócer malagueño arrojada al mar sustituyéndolo una bandera republicana. Cuando iban a hacer lo mismo con el desnudo de la parte inferior, alguien recordó que esta imagen era un símbolo del Trabajo y fue colocada sobre el pedestal que antes ocupara el Marqués; así la estatua del Trabajo, que, como alegoría, completaba el mensaje ideológico del monumento decimonónico, se convirtió en el tema central del mismo, respondiendo, de modo casual, a lo que la Constitución de 1931 haría al declarar a España República de Trabajo.
     Los acontecimientos iniciales de la etapa republicana fueron especialmente desastrosos para Málaga. La inauguración en Madrid del Círculo Monárquico provocó una trágica respuesta en nuestra ciudad; el carácter anticlerical asumido por los grupos de izquierda les llevó a considerar a la Iglesia como una institución adscrita al poder tradicional, y, ante los acontecimientos de Madrid, la respuesta fue la quema de conventos en Málaga en mayo de 1931. El fuego destruyó 18 iglesias, 22 conventos y colegios, el Palacio Episcopal y el edificio de La Unión Mercantil, con todo su contenido. Ante la virulencia de estos acontecimientos, se empezó a sentir miedo y esto explicaría el giro a la derecha en 1933 y la posición política de 1936, que determinó dos Málagas enfrentadas en una situación terriblemente trágica. Sin embargo el levantamiento fracasó en Málaga que quedó, hasta su conquista por el ejército de Franco, bajo control, más que republicano, revolucionario, protagonizado por la CNT y la FAI. El 17 de enero de 1937 comenzó la ofensiva final sobre Málaga y el 8 de febrero entraron en la desolada ciudad convertida en ruinas.
     El panorama de la arquitectura vanguardista española, que bebía en las propuestas surgidas en Europa, tuvo escasa repercusión en Málaga, a excepción de algunos ejemplos aislados: el edificio del «Málaga Cinema» proyectado en 1935 por Antonio Sánchez Estévez, demolido desgraciadamente en 1976. El «Mercado de Mayoristas», obra racionalista proyectada antes de la guerra civil por el arquitecto madrileño Luis Gutiérrez Soto, se convirtió al construirse, en 1939, en obra clave de la autarquía, al incorporar los símbolos y emblemas que expresaban los contenidos del nuevo estado. También en la línea trazada por Antonio Palacios, arquitecto muy ligado a la ciudad y uno de los artífices de la recuperación de la Al­cazaba, empiezan a trabajar algunos arquitectos jóvenes, como vemos en su discípulo Enri­que Atencia (considerado también continuador y sucesor de la obra de Guerrero Strachan) quien a partir de 1932 que se establece en Málaga y junto a otros arquitectos de su generación, también formados en la Escuela de Madrid, inician un alejamiento de la tradición lo­cal introduciendo un neorracionalismo con el que se introducen en la etapa de posguerra. Es ahora cuando Málaga, como el resto de España, inicia una recuperación, que se intenta mediante una política de autarquía económica, en parte forzada, porque durante la segun­da guerra mundial y condena del régimen de Franco desde 1945, habrá un aislamiento exterior, que también se fomenta desde dentro por la política de autarquía.
     Pero, desde los años 50, Málaga empieza a resurgir explotando una de sus más firmes posibilidades, el turismo, que alcanza la plenitud en los años 60. Además del cambio económico, el turismo posibilita un cambio social, generando una sociedad más abierta y más en contacto con Europa, pero también más conflictiva, en cuanto que se amplía la masa proletaria que determina la construcción y otras industrias afines. Sin embargo a partir de estos años, hay aspiraciones de cambio, y, desde 1970 con la recién creada Universidad de Málaga, se dinamizarán sus actividades progresistas, aunque no se plantean en total tranquilidad.
     Acabada la Guerra Civil, el nuevo régimen autárquico estaba obligado a imponer sus teorías en todos los ámbitos, siendo uno de ellos el de la arquitectura y el urbanismo. Como consecuencia de la destrucción producida durante la guerra, comenzaron a plantearse los primeros proyectos de reconstrucción, a través de los cuales se iba formulando la teoría de la Ciudad falangista. Inicialmente esas propuestas fueron sobre todo teóricas, pues era im­posible llevarlas a la práctica por falta de medios, pero en 1939 se creó el Instituto Nacional de la Vivienda, para fomentar la construcción de viviendas, desde la centralidad, y la misma finalidad tuvo la «Obra Sindical del Hogar». Como fruto de ambas organizaciones se creó en Málaga un sistema de actuaciones cuyas principales realizaciones fueron edificios públicos y barriadas, cuya organización quedaba regulada por el reglamento de la ley del 19 de Abril de 1939 para la ejecución de construcciones protegidas por el Instituto Nacional de la Vivienda, así como la realización del Paseo Marítimo oriental y la ocupación de la zona occidental del Guadalmedina.
     La barriada malagueña que respondía a esas propuestas ideales de la arquitectura de la autarquía fue la del Generalísimo Franco o de Carranque, un núcleo satélite de ciudad, con vida propia, organizada en torno a una plaza mayor, donde debían encontrarse la Iglesia (para la que se escogió un diseño inspirado en el Escorial), la alcaldía y la casa del partido. En cuanto a la arquitectura pública los edificios más importantes de la Málaga de la Autarquía fueron los que constituyen el frente de la Plaza de la Marina, las viviendas del Muelle de Heredia, el Mercado de Mayoristas ya citado y la Casa de la Cultura, proyecto éste de Luis Moya Blanco.
     El primer Plan General de Málaga creado después de la Guerra Civil, el Plan General de 1951, de González Edo, no triunfó porque proponía la lucha contra la especulación y el caos urbanístico. En relación con ese Plan General, Edo realizó una serie de proyectos y planes parciales, algunos de los cuales fueron silenciados por el ayuntamiento de los años 50 y 60, responsable de que aquel no triunfara. Una sentencia del Tribunal Supremo de 1964, que decretaba su nulidad y devolvía plena vigencia a una ordenanza de 1900, permitiendo total libertad en las alturas, determinaría el caos y la anarquía constructiva de esos años, bien visible en la imagen reciente de Málaga e hizo necesaria, ya en pleno declive del régimen, la realización de un nuevo Plan General, que fue redactado en 1971 por los arquitectos Caballero y Álvarez de Toledo.
     La democratización de los ayuntamientos supuso la introducción de una nueva ética en el tratamiento de los asuntos municipales, tratando de cortar más intensamente el urbanismo capitalista y especulativo, que se había desarrollado durante los años sesenta y setenta. Con ese reto se enfrentó la nueva corporación democrática malagueña surgida de las urnas, siendo el Proyecto de Rehabilitación de los barrios de la Trinidad y del Perchel, como el primer ensayo de lo que después habría de ampliarse con la redacción de un nuevo plan general, encargado a Salvador Moreno Peralta, José Seguí y Damián Quero, quienes también dirigieron el citado Proyecto de rehabilitación. Ya en la Exposición del Avance del Plan, celebrada en 1981, se presentaron sus principales objetivos: resolver las carencias de equipamiento público, afrontar las fuertes congestiones de edificación, conservar el patrimonio edificado, suplir las diferencias de urbanización en los barrios, ordenar la red viaria basada en el respeto al centro histórico, por un lado y por el otro en la búsqueda de una más fácil y rápida conexión entre los barrios periféricos, atención especial a Torremolinos, intención de dirigir el futuro crecimiento urbano de la ciudad hacia la zona occidental, y organizar el tráfico, con la creación de la ronda exterior. El plan, aprobado en 1984, proclamaba la protección de los espacios naturales y agrícolas del municipio.
     El plan no se completó inicialmente en algunas de sus metas pero varias propuestas del mismo estaban en ejecución en 1992, siendo importante la que afectaba a la zona de Tinidad-Perchel. Desde el punto de vista patrimonio arquitectónico, es interesante el P.E.R.I. del centro histórico, dirigido por Francisco Jiménez Játiva que pretendía la conservación y rehabilitación del centro, y prestar especial atención a determinados sectores deprimidos del Ejido, zona arqueológica de Gibralfaro-Alcazaba-Teatro romano, plazas del Obispo, de Uncibay y de la Marina.
     En cuanto a la arquitectura de los últimos años, se han seguido en Málaga las pautas de la arquitectura nacional y se ha ido configurando la ciudad siguiendo los dictados del estilo posmoderno.
     Desde la última década del siglo XX, Málaga, ha experimentado un profundo cambio, que afecta tanto a su población (sobrepasaba el medio millón de habitantes en enero de 2005), como por la realización de ambiciosos proyectos urbanos y culturales, ligados algunos de ellos a la rehabilitación de edificios históricos: desde la transformación iniciada en 1991 con la reordenación de la zona costera formando el Paseo Marítimo del Litoral Occidental, el Centro Cultural Provincial, Palacio de Congresos, algunos edificios del Campus Universitario de Teatinos (por donde se amplía nuevamente Málaga), palacio de Deportes y edificios anejos, la Ciudad de la Justicia, diferentes enclaves del Parque Tecnológico (P.T.A.), obras de ampliación del puerto, de la estación de ferrocarriles y del aeropuerto, rehabilitación del palacio de Buenavista para instalar el Museo Picasso, del antiguo Mercado de Mayoristas para Centro de Arte Contemporáneo, y otros aún definidos en proyecto.
     En el momento actual Málaga muestra un nuevo aire de ciudad importante, no tanto como debía haber generado por sus condicionantes, aunque asimismo padece muchos de los graves problemas implícitos a esta condición. Pero también ahora, cuando más abierta está al futuro, una mirada más sensible a su historia le permite valorar si identidad e identificarse con sus raíces y símbolos (Rosario Camacho Martínez, Isidoro Coloma. Guía artística de Málaga y su provincia. Tomo I. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006). 
     Enclavada dentro de la Cordillera Bética, tanto al Norte como al Este la ciudad se encuentra rodeada por montes que obligan a que la expansión urbana deba efectuarse por el Oeste. El núcleo urbano se localiza en una pequeña bahía al pie del Monte de Gibralfaro, dominando al Oeste las vegas de los río Guadalmedina y Guadalhorce. La alineación montañosa en dirección aproximada Este- Oeste denominada Montes de Málaga está atravesada por un sistema hidrográfico sustentado básicamente por las cuencas de los ríos anteriormente mencionados. Sin embargo tanto al Este como al Oeste de la ciudad existen toda una serie de arroyos, nacidos en los Montes de Málaga, de carácter torrencial, de gran capacidad erosiva y transporte de materiales por su propio carácter de ramblas. Éstos son el arroyo de Tasara, del Palo, de los Gatos y de la Cueva, entre otros.
     Si efectuamos una división imaginaria de la ciudad nazarí por un eje transversal Este-Oeste, correspondiente a la traza de las actuales calles del Cister, Santa María, Plaza de la Constitución, Compañía y Puerta Nueva, se observa un sector Sur cuya morfología parece obedecer a los sucesivos avances del tejido urbano en terrenos anteriormente ocupados por el mar, con escasas calles transversales y predominio de los adarves y calles intermedias de comunicación (zuqaq). En este sector, la vinculación sistema viario-puertas tiene escasa relevancia para explicar su morfología. Por el contrario, en el hipotético sector Norte, la trama es una consecuencia de esa relación. La estructura de esta antigua Madina musulmana responde por tanto a una serie de vías axiales que conducen desde las puertas principales a los más importantes centros económicos y religiosos (complejo Alcaicería-zoco, Mezquita Mayor, Alhóndiga) al Norte; mientras que la morfología de la zona Sur vendría caracterizada por calles secundarias paralelas a la línea de costa de las que salen innumerables adarves.
     La tipología del corralón como tipología colectiva de los sectores populares. En el siglo XIX, las características más definitorias son: casas generalmente de cuatro plantas, con la última planta tratada como ático de menor altura.
     La reorganización global de la ciudad heredada a mediados del XIX se intentó realizar mediante el planeamiento urbano: así Málaga tuvo un Plan de Ensanche cronológicamente paralelo a los de Madrid y Barcelona (Plan Moreno Monroy, hacia 1861) que intentó definir las coordenadas de esa reorganización. Sin embargo, realmente las acciones transformadoras se realizaron aisladamente en forma de procesos de renovación urbana, muy vinculados a la desamortización, así como de remodelación. En la antigua madina el caserío existente se remodeló o renovó en casi su totalidad, sobre todo a lo largo del periodo 1830-1899. 
     En el Conjunto Histórico se desarrollaron intensas intervenciones de reforma interior: unas veces como consecuencia de la desamortización de los bienes eclesiásticos (la demolición de la mayoría de los conventos situados en el Conjunto) y otras como resultado de intervenciones puramente renovadoras asentadas sobre presupuestos y necesidades distintas: la apertura de la calle Larios (1878).
     La historia urbana de Málaga en la época contemporánea debe hacerse girar en torno a un proceso de industrialización / desindustrialización y, posteriormente, con referencia al vertiginoso crecimiento turístico de la costa occidental, que se inicia en los años 50 pero cuyos efectos urbanísticos no serán claros hasta el cuatrienio 1964-68, periodo en el que se desarrolló una fuerte demanda de viviendas para los sectores más populares (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
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