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lunes, 25 de noviembre de 2024

La pintura "Desposorios místicos de Santa Catalina", de Herrera el Viejo, en la sala IV del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Desposorios místicos de Santa Catalina", de Herrera el Viejo, en la sala IV del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
      Hoy, 25 de noviembre, se conmemora a Santa Catalina, mártir, según la tradición, fue una virgen de Alejandría dotada tanto de agudo ingenio y sabiduría como de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se venera piadosamente en el célebre monasterio del monte Sinaí, en el actual Egipto (s. inc.) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Desposorios místicos de Santa Catalina" de Francisco de Herrera, en la sala IV del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
      En la sala IV del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Desposorios místicos de Santa Catalina", obra de Francisco Herrera el Viejo (h. 1590 - 1654), siendo un óleo sobre lienzo en estilo manierista, pintado hacia 1615, con unas medidas de 2,43 x 1,67 m., siendo una adquisición de la Junta de Andalucía en 2005.
      La composición gira en torno a las figuras protagonistas de la escena, el Niño Jesús, sentado sobre el regazo de su Madre, y santa Catalina, arrodillada a sus pies. A un lado y otro de este grupo figuran sendos ángeles mancebos y en la parte superior, registro celestial de la composición, aparece la imponente figura de Dios Padre rodeado de un grupo de angelotes. Santa Catalina figura cubierta por un precioso manto florido que descansa en numerosos pliegues sobre la rueda rota de su martirio. El Niño Jesús, en actitud de colocarle el anillo a la Santa, figura sentado en el regazo de su Madre mirando hacia la figura de Dios Padre. La Virgen se representa sentada solemnemente, ataviada con túnica roja y manto azul. Junto a la Madre de Dios figura un ángel mancebo tañendo un laúd, con la cabeza vuelta hacia arriba en actitud de mirar a Dios Padre. Al otro lado, junto a Santa Catalina, figura el otro ángel mancebo, éste tocando un arpa y vuelto en un contorsionado escorzo hacia el grupo principal. Es una obra de juventud, lo realizó cuando tenía solo 25 años, durante su etapa de formación, por lo que se deja influenciar muy claramente por el manierismo de las últimas décadas del siglo XVI, perpetuado al inicio del siglo siguiente con la obra de Francisco Pacheco. Resulta por ello una obra temprana con cierta rigidez (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
      La fecha de nacimiento de Francisco de Herrera el Viejo no está documentada aunque tuvo lugar probablemente en Sevilla en torno a 1590. Fue hijo de un pintor especializado en la ilustración de libros y se tienen testimonios de que realizó su formación con Pacheco en la primera década del siglo XVII. Comenzó a trabajar cuando cumplió los veinte años, en torno a 1610, y en 1614 ya había contratado una serie importante, como es el ciclo de la Vera Cruz para el convento de San Francisco de Sevilla. A partir de esas fechas fue uno de los principales pintores de la ciudad, situación que se consolidó desde 1625 cuando sólo tuvo como competidor en su trabajo a Francisco de Zurbarán. A partir de 1650 se trasladó a Madrid donde probablemente aspiró a ocupar una plaza de pintor real; sin embargo cuando falleció en 1654 este nombramiento no se había producido.
      La obra de juventud de Francisco Herrera muestra con claridad el espíritu del manierismo, tendencia de la que fue apartándose paulatinamente a medida que transcurrió la segunda década del siglo XVII. A partir de 1620 su arte se fue orientando progresivamente hacia el naturalismo, siendo uno de los pintores que más se esforzó en traducir una realidad de vigorosa e intensa expresión (Enrique Valdivieso González, La pintura en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Catalina de Alejandría;
LEYENDA
     No se puede hablar de una historia de Santa Catalina puesto que su vida, que se contó por primera vez en el Menologio de Basilio, y fue popularizada en Occidente por la Leyenda Dorada, es del todo fabulosa. Su nombre no figu­ra en texto alguno de la Antigüedad cristiana, ni litúrgico ni literario.
      Tal vez su leyenda haya sido influida por su nombre, derivado del griego katharos, que significa puro. Se contaba que la virgen de Alejandría, como muchas otras santas, era de «alto linaje», e incluso hija de rey, porque estaba representada con la corona del martirio en la cabeza. Como Alejandría te­nía fama de ser un centro de la ciencia, se supuso que se había abocado al estudio de la filosofía, y se la convirtió en una suerte de Palas cristiana, o, como decían peyorativamente los protestantes, de «Palas de los papistas». Sin duda, los cristianos la asimilaron a la célebre filósofa pagana Hipatia. Un ermitaño la convirtió proponiéndole a Jesús, cuya imagen le mostró, como único novio digno de su cuna, belleza y precoz sabiduría. De ahí nació la tardía leyenda de sus Desposorios místicos, que no se encuentra en la primera re­dacción de la Leyenda Dorada, y que aparece por primera vez en el siglo XV, en la traducción inglesa redactada en 1438 por F. Jean de Bungay. 
    Esta historia, llamada a una popularidad tal que ha inspirado tanto a los ar­tistas primitivos de finales de la Edad Media como a los pintores del Renacimiento, se incorporó a la tradición que asegura que Catalina habría respondido al emperador Maximiano, que quería casarse con ella, que era novia de Cristo. El clérigo inglés habría tomado de manera literal esta expresión, corriente en la literatura hagiográfica. También es posible que la fuente de esta leyenda sea, como suele suceder, un despropósito «Óptico» derivado de las imágenes en que la santa era representada con una rueda, instrumento de su martirio. Esa rueda, a veces minúscula, habría sido confundida con un anillo de compromiso a causa de sus pequeñas dimensio­nes.
      Entre el anillo de los Desposorios místicos y la rueda del suplicio se sitúa un episodio de la leyenda no menos popular: el torneo filosófico. En él, la virgen muy pura, asistida por un ángel, desafió a cincuenta doctores de Alejandría cuyos argumentos refutó victoriosamente. Los cincuenta doctores expia­ron su derrota con crueldad: convertidos al cristianismo por su joven adversaria, fueron condenados a morir en la hoguera.
      Ese auto de fe sirve de preludio al martirio de la santa. El tirano la hizo azotar con vergajos, y luego encerrar en la cárcel, donde ella convirtió a la emperatriz. Entonces llegó el suplicio de la rueda o, más bien, de las ruedas dentadas. Pero las dos ruedas erizadas de hojas afiladas, que debían despedazarla, fueron milagrosamente partidas por un rayo que cegó a los verdugos. Al no saber cómo acabar con ella, su perseguidor la hizo decapitar, y de su heri­da, en vez de sangre manó leche.
      Los ángeles habrían transportado a la cima del monte Sinaí, por aire, pero separadamente, su cabeza y cuerpo. Este último detalle, de origen monás­tico, fue inventado por los monjes del monasterio local que pretendían ha­ber encontrado sus huesos, y que así querían atraer la atención de mayor número de peregrinos hacia el monte ya santificado por la aparición de Yavé a Moisés.
      La leyenda se funde así con el culto, cuyo apoyo y alimentación constitu­yen su objetivo.
CULTO
Lugares de culto
   Aunque vinculada por su nacimiento y martirio a la ciudad de Alejandría, santa Catalina era reivindicada en Oriente por la isla de Chipre, de la cual su padre habría sido rey. Por esa razón es la patrona de la célebre patricia veneciana Catarina Cornaro, que fue reina de Chipre.
      El centro principal del culto de santa Catalina en Oriente ha sido el monasterio del Sinaí, que se puso bajo su advocación en el siglo IX, después de la invención de sus reliquias. Reemplazó a Moisés y la Zarza ardiendo en el mon­te sagrado. 
      Desde el Sinaí y Alejandría, en la época de las cruzadas el culto se difundió en Italia, sobre todo en Venecia, donde sin duda resultó favorecido por la devoción a otro santo de Alejandría, el evangelista san Marcos.
      De allí pasó a Francia. El monasterio benedictino de La Trinité au Mont, próximo a Ruán, habría recibido fragmentos de sus reliquias a partir del siglo XI. En el siglo XIV, París puso bajo su advocación la iglesia hoy desaparecida de Sainte Catherine de la Couture o du Valdes Écoliers. La peregrinación de santa Catalina de Fierbois, en Turena, era muy frecuentada por Juana de Arco, ésta la habría visto aparecerse junto a santa Margarita y el arcángel san Miguel.
      Alemania le ha reservado un lugar entre santa Margarita y santa Bárbara, en el grupo de los Catorce Intercesores y la triada de las Vírgenes capitales que se llaman die drei heiligen Madeln.
Fundamentos de la devoción a santa Catalina
¿Cómo se explica la excepcional popularidad de esta santa fabulosa de Egipto y del Sinaí?
     La intercesión de santa Catalina en la Edad Media se consideraba particularmente eficaz por varias razones.
      1. En principio, a título de novia mística de Cristo, Jesús no podía negarse a satisfacer las plegarias de su novia, al igual que las de su madre. La influencia que se le atribuía venía inmediatamente después de la de Nuestra Señora.
      2. Además, se confiaba en su habilidad como abogada, ya que su dialéctica se había impuesto a cincuenta doctores de Alejandría elegidos entre los más sa­bios.
      3. Por último, la Leyenda Dorada reforzó aún más la popularidad de santa Catalina, asociándola a santa Bárbara como protectora de los moribundos.
      «Mientras se la conducía al suplicio, con los ojos dirigidos al cielo, ella dijo: Esperanza y salvación de los creyentes, Jesús, mi buen maestro, satisface mi plegaria. Haz que toda persona que me invoque en horas de peligro sea so­corrida, en memoria de mi martirio.»
      «Y desde lo alto del cielo una voz respondió: Ven mi querida novia, las puertas del cielo están abiertas ante ti. Y a quienes veneren piadosamente tu memoria les prometo el socorro que pidan.»
      Tales son las bases de la devoción a santa Catalina, que se hizo popular hasta el punto de sustituir a las patronas de los nombres de pila. En la portada de la cartuja de Champmol les Dijon, es ella y no santa Margarita quien presenta a la duquesa Margarita de Borgoña ante la Virgen adosada al entrepaño.
Patronazgos
     Si bien la «clientela» de santa Catalina procedía de todas las clases sociales, se la consideraba protectora de ciertas categorías de fieles en particular.
      Sus múltiples patronazgos, cuyas relaciones son tan interesantes para estudiar como el desarrollo semántico de los significados de una palabra, se explican por los episodios principales de su leyenda: los Desposorios místicos, la Disputa con los doctores de Alejandría y el Suplicio que le aplicaron con las ruedas dentadas.
      1. Como novia de Cristo, es la patrona de las jóvenes casaderas. A ellas estaba reservado el privilegio de tocar la cabeza de la estatua de santa Catalina con una corona de flores. Una vez casadas, perdían ese derecho. Por ello, la expresión tocar a santa Catalina adquirió el sentido de quedarse solterona.
      2. Su duelo filosófico contra cincuenta doctores le habría valido el homenaje de toda la clerecía: teólogos y filósofos, estudiantes y escolares, y en consecuencia las universidades, la más célebre de las cuales era la de París. Por ello, la imagen de santa Catalina formaba parte del sello de la Sorbona.
      3. Sus otros patronazgos se explican casi todos por la rueda que fuera el instrumento de su martirio. Por esa razón era reivindicada no sólo por el tribunal eclesiástico de la Rota, sino además por todos los oficios -y son nu­merosos- que se servían de ruedas: carreteros, molineros,  torneros, alfareros, afiladores. A ellos deben sumarse las hilanderas que hacen girar el torno, y los barberos, puesto que las ruedas que debían desgarrar a santa Catalina estaban erizadas de láminas afiladas como navajas de afeitar.
      Según una tradición popular muy difundida, las ruedas de madera de sus estatuas permitían descubrir los cuerpos de los ahogados: se las arrojaba al río y se detenían sobre el cadáver que sólo debía sacarse del agua. Se atri­buían las mismas virtudes a la rueda de san Donaciano de Brujas, que se di­ferencia de la de santa Catalina por cinco cirios encendidos.
      4. Debe señalarse, por último, que aunque virgen, es patrona de las nodrizas, porque de su cabeza cortada no brotó sangre sino leche.
ICONOGRAFÍA
     Se ha intentado resumir la iconografía de santa Catalina en dos versos mnemotécnicos de la oración que le dirigían los fieles:
          O Katherina, tyrannum superans,
          Doctos docens et rotas lacerans
      Es cierto que está representada como princesa real, con la corona en la cabeza, pisoteando al emperador Maximiano, su perseguidor; el libro que tie­ne en la mano alude a su ciencia; las ruedas quebradas por el rayo recuerdan el suplicio fallido. Pero esta enumeración de sus atributos es incompleta: fal­ta en ella el anillo de sus desposorios místicos, la espada de la decapitación y la palma del martirio.
      Según la mayoría de los iconógrafos, el anillo derivaría de la rueda que a su vez provendría de una esfera celestial, emblema de su ciencia filosófica. Se tra­taría de una  catarata de despropósitos y errores iconográficos. La esfera celestial, tomada por una rueda, habría engendrado la leyenda del suplido con ruedas dentadas; la ruedecilla tomada por un anillo habría dado nacimiento a la leyenda de los Desposorios místicos con el Niño Jesús. 
      Sea como fuere, de esta filiación de atributos lo que debe subrayarse es que la rueda se presenta con formas muy variadas: a veces es única, otras es doble, ya lisa, ya erizada de puntas, entera o rota, pequeña o gigante. En ocasiones, está ingeniosamente combinada con la espada, como en una pintura de Joos van Cleve, donde santa Catalina ensarta el eje de la rueda con la punta de la espada.
      Ciertos artistas primitivos, como por ejemplo el Maestro de Brujas de la Leyenda de santa Lucía, cubre a santa Catalina con una túnica constelada de ruedas. Está representada como cefalófora sólo de manera excepcional.
      Con frecuencia, Santa Catalina aparece asociada con otras dos Vírgines capitales: Santa Bárbara y Santa Margarita. Conrad Witz la representa sentada junto a Santa Magdalena, inmersa en la lectura de un libro (Museo de Estrasburgo).
Los Desposorios místicos de Santa Catalina
      Este tema no es un acontecimiento real o considerado así, sino una visión.
      El novio divino está representado con los rasgos del Niño Jesús en los bra­zos de su madre. Cuando es Cristo adulto, se trata de santa Catalina de Siena. Los ángeles acompañan al Niño y asisten a los esponsales.
      Este tema, que se había creado para complacer a las monjas místicas, apareció en el arte a principios del siglo XV.
      Por ello debe rechazarse la interpretación que se ha dado y que aún circula, acerca de un fresco del siglo XIII en la cripta de Notre Dame de Montmorillon, en Poitou, donde se ha creído ver la más antigua representación de los Desposorios místicos de Santa Catalina. La escena ocurre en presencia de los Ancianos del Apocalipsis. La pretendida santa Catalina es una figura alegórica de la Iglesia coronada por el Niño Jesús, y el árculo que tiene en la mano, demasiado grande para ser un anillo, es el disco blanco de una hostia.
      Se encuentran ejemplos de ese tema no sólo en la pintura italiana sino en el arte francés, español, flamenco y alemán. Por el contrario, el de los Desposorios místicos de santa Catalina de Siena permaneció confinado en Italia (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Herrera "El Viejo", autor de la obra reseñada;
     Francisco de Herrera "El Viejo" (¿Sevilla?, c. 1590 – Madrid, c. 1654). Pintor, grabador y arquitecto.
     El pintor, grabador y diseñador arquitectónico Francisco de Herrera el Viejo era, seguramente, natural de Sevilla, ciudad de la que fue vecino y donde desarrolló su carrera profesional durante casi toda su vida. Herrera el Viejo destaca por ser una de las tres figuras del primer naturalismo sevillano del siglo XVII, con una personalidad que le permitió imponerse en el ambiente artístico de su ciudad. Fue capaz, con la influencia de Roelas y, posteriormente, de pintores más jóvenes, de adaptar una forma de pintar totalmente retardataria a otra más naturalista y vivaz que en su madurez se acercó al pleno Barroco, sin dejar de desarrollar rasgos muy personales en la técnica de su pincelada y el nervio de sus composiciones.
     Fue hijo de un pintor de miniaturas y grabador llamado Juan de Herrera y, aunque nada seguro se sabe de su primera formación, parece lógico pensar que la profesión del padre le abrió el camino y que su aprendizaje tuvo lugar con su progenitor, aunque se le supuso discípulo de Francisco Pacheco. El primer dato conocido sobre él es el de su primera obra firmada y fechada en 1609, un grabado calcográfico para la portada de un libro, detalle que inmediatamente lo sitúa como artista vinculado a su padre, así como temprano grabador. En 1614, Herrera el Viejo contrató su primer encargo pictórico importante, una serie de lienzos destinados a la capilla de la Vera Cruz del convento de San Francisco de Sevilla, del que únicamente se conservan tres de los cuadros: La Inmaculada con monjas franciscanas, El rescate de San Luis y La visión de Constantino, que forman un ciclo dedicado a la Santa Cruz. Debía de ser, por lo tanto, un pintor ya valorado por la clientela de la ciudad y, si se ha de creer a Palomino, sería por estas fechas cuando el niño Diego Velázquez habría pasado fugazmente por su taller como aprendiz.
     Las primeras obras de Herrera demuestran que comenzó utilizando un lenguaje estilístico ligado al romanismo tardío de raíz flamenca, que era el habitual en su entorno cronológico y geográfico, vinculado especialmente a Vázquez y Pablo de Céspedes. De hecho, las pinturas del ciclo de la Vera Cruz muestran que Herrera fue en sus comienzos un pintor de estilo arcaico, anclado en un manierismo residual que, al menos, era capaz de mostrar su prometedora capacidad en el uso del color y en su técnica con el pincel, que empezaba a soltarse, detalles que había tomado de Juan de Roelas, el introductor del primer naturalismo de raíz veneciana en Sevilla. Nada en la obra de Herrera muestra ecos de caravaggismo. En 1617, firmó un lienzo con la representación de Pentecostés (Museo de El Greco, Toledo), que aún muestra bien a las claras su anclaje en la tradición manierista flamenquizante, por su composición. Otras obras de esta primera etapa son los cinco lienzos que contrató para la Merced de Huelva, que demuestran que su fama empezaba a extenderse incluso fuera de su ciudad.
     Todos los años, hasta 1619, en los que Herrera el Viejo trabajó como pintor en Sevilla, lo hizo de forma completamente irregular e ilegal, pues no había cumplido con el requisito imprescindible que exigía la organización laboral de su tiempo: el examen de maestría. Legalmente, para poder ejercer libremente como maestro pintor en la Sevilla del Seiscientos (como en otros lugares y en otras profesiones), había que pasar un examen ante representantes del gremio. Herrera había estado ejerciendo sin cumplir este requisito, por lo que en 1619 fue denunciado ante la justicia hispalense. Parece que Herrera tuvo una concepción de su profesión más moderna que la mayoría de sus compañeros y, primero, ignoró y, después, intentó evitar el control gremial, involucrando al también pintor Francisco Pacheco. Finalmente hubo de examinarse, para lo cual debió (como era habitual) realizar una “obra maestra”, y responder a varias preguntas de sus examinadores. Una vez realizado el trámite, se le expidió el correspondiente título, con el cual ejerció legalmente el resto de su carrera. El pleito no sólo habla de las nuevas ideas sobre el estatus del artista y su ejercicio en la Castilla de la época, sino también de la amistad de Herrera el Viejo con Pacheco, quien ya hemos visto que se ha venido, en ocasiones, a considerar su maestro.
     Desde 1619, tras el pleito con el gremio de pintores, Herrera entró en una fase de mucho trabajo. Hacia 1620 se le encargó una de sus obras de mayor importancia y trascendencia, el gran lienzo de la Apoteosis de san Hermenegildo, para el retablo mayor de la iglesia del Colegio de Teología de la Compañía de Jesús de Sevilla, dedicado a ese santo, seguramente junto al diseño de la decoración de las yeserías de la cúpula ovalada del mismo templo. Es una obra de gran tamaño, en la que se han separado dos registros superpuestos de un modo arcaizante, con una gloria de ángeles que evoca las de Roelas. La relación de Herrera con los jesuitas sevillanos fue bastante buena, lo que, además de esta obra, le aportó el encargo de grabados calcográficos. También en conexión con el colegio jesuita hispalense está la leyenda difundida por Palomino de que hacia 1624 Herrera el Viejo fue acusado de acuñación de moneda falsa, por lo que hubo de refugiarse en San Hermenegildo, y que fue absuelto por Felipe IV durante su visita a Sevilla en esas fechas, gracias a la habilidad de Francisco como pintor. La leyenda es seguramente una invención de Palomino, que pretendía añadir argumentos a la fama del artista como pintor y persona de carácter fuerte, se podría decir que antisocial, y a la del Rey como aficionado a la pintura. También tuvo por estos años numerosos pleitos y procesos judiciales, que en buena manera han contribuido a cimentar esa fama de persona de temperamento difícil y conflictivo. Hacia 1625, Herrera el Viejo contrajo matrimonio con María de Hinestrosa, dama de cierta alcurnia. De este matrimonio nació su hijo Francisco (1627), también famoso pintor sevillano y, según Palomino, otros dos vástagos, un varón conocido como Herrera el Rubio, también pintor, que murió muy joven, y una hija.
     En 1626 Herrera el Viejo entró en la que se puede considerar su fase más activa e importante como pintor. Realizó trazas y dibujos para la decoración de yeserías y pintura de la iglesia y coro del colegio franciscano de San Buenaventura de Sevilla, proyecto que plasmaron maestros de obras. Realizó para este conjunto las pinturas al fresco de la cúpula, las pechinas y las bóvedas del templo entre 1626 y 1627. Para esta casa religiosa hizo también cuatro lienzos del ciclo de cuadros previsto de la “Historia de san Buenaventura”, uno de cuyos originales se conserva en el Museo del Prado (Ingreso de san Buenaventura en la orden franciscana). Para el convento franciscano de Santa Inés realizó también en 1627 la pintura, dorado y estofado del retablo mayor de su iglesia. La fama de Herrera debía de ser elevada por aquel entonces, pues, además, los trinitarios de Andalucía le encargaron la estampa en folio que se ofrecería al valido, el conde duque de Olivares. También vio Herrera la aparición con fuerza de un rival profesional, Francisco de Zurbarán, con quien tuvo que compartir parte de las pinturas encargadas para San Buenaventura.
     En esta época Francisco de Herrera el Viejo estaba ya en su plena madurez como artista y, aunque muchos pintores más jóvenes ya se habían incorporado al mercado sevillano aportando novedades técnicas y estilísticas, él seguía asentado en la tradición, si bien enriquecida por un intenso y personal naturalismo, probablemente algo influido por las frescas aportaciones de sus jóvenes competidores. Los lienzos de la serie dedicada a san Buenaventura son el mejor ejemplo de esa madurez de estilo. Son composiciones de un naturalismo sobrio pero un tanto inestables y desmañadas, de colorido peculiar que busca armonías tonales de origen veneciano. Los rostros de las figuras quieren expresar individualidad —y a veces muestran fealdad—, y están realizados con amplias pinceladas sueltas, modeladoras y vibrantes. La técnica de su pincelada es tan enérgica que hizo surgir la leyenda de que pintaba con brochas, más que con pinceles.
     En 1628 Herrera el Viejo se obligaba a hacer un gran Juicio Final para un altar de la iglesia sevillana de San Bernardo. El retraso en su entrega motivó un pleito, pero la obra resultó ser un cuadro grandioso que le colmaría de gloria en su tiempo y que está en consonancia con su producción madura. En 1630 Herrera estuvo encarcelado por retrasos similares al aludido, mantuvo agrios pleitos y los problemas económicos parecían afectarle gravemente. A pesar de ello, su fama se había extendido incluso fuera de Sevilla, a juzgar por un elogio que le dedicó Lope de Vega en una de sus estancias de El Laurel de Apolo (1630).
     En 1631 murió su padre, Juan de Herrera, quien vivía con Francisco seguramente desde la muerte de la madre en 1618-1619. En esta década, en la que se constata su amistad con Alonso Cano, realizó obras diversas como el dibujo firmado y fechado de un San Miguel, quizás boceto para una pintura que se encontraba en la iglesia hispalense de San Alberto (1632), iluminó una estampa del rey san Fernando, e hizo, firmó y fechó (1636) un Santo Job (Museo de Rouen). En 1636 debió de empezar a trabajar en dos lienzos, pintura, dorado y estofado de dos retablos laterales (uno de La Venida del Espíritu Santo y otro de Santa Ana), para la iglesia del convento de Santa Inés de Sevilla, que le terminaron de pagar al año siguiente. El mismo año 1637 se comprometió con las monjas del convento de Santa Paula al dorado, estofado y encarnado de un retablo de talla que se hacía para su iglesia. El año siguiente Herrera hizo la pintura y los cuadros del retablo del altar mayor de la iglesia del convento de San Basilio Magno de la capital hispalense. Se trataba de un retablo con un ciclo pictórico completo, con varias pinturas en el banco, diez para los nichos entre pilastras laterales, dos tarjas y dos lienzos principales, de los que destaca el monumental Visión de San Basilio (Museo de Sevilla), compuesto en dos planos pero sin la rígida compartimentación de obras anteriores, resultando ser una considerable novedad, por la composición oblicua, la pincelada suelta y nerviosa, la energía en las actitudes de los personajes y en sus rostros, acercándose al pleno Barroco. Fue por estos años cuando su hijo Francisco comenzó su aprendizaje a su lado.
     En la década de 1640 realizó un grupo de obras de plena madurez, cuando su prestigio era completo y estimable su consideración social. Además de varios dibujos firmados de un apostolado, pertenecen a esta época una pintura firmada y fechada de un San José con el Niño Jesús (1645, Museo de Budapest) y un grupo de cuatro grandes lienzos que decoraron el salón principal del palacio arzobispal de Sevilla (1646-1647). Parecido a uno de ellos debe ser el Milagro de la multiplicación de los panes y los peces de Madrid. Destaca también el San José con el Niño del Museo Lázaro Galdiano (1648).
     En septiembre de 1647, su hijo Francisco contrajo matrimonio en la iglesia de San Andrés. El enlace duró poco tiempo, terminando en pleito, divorcio y devolución de dote el año siguiente. En julio de ese año, Herrera el Viejo estaba en Madrid. Ceán ya señaló que se había trasladado a la Corte en torno a 1650, lo que se puso en relación con la peste que asoló Sevilla el año anterior, pues el pintor habría trasladado su residencia en busca de mejores perspectivas laborales. Tampoco, se suponía, habría sido ajeno a ello el fallecimiento de su esposa por estos años, ni el viaje de su hijo y homónimo a Roma tras su divorcio, siempre en relación con la fama de mal carácter del padre y con la leyenda —que no pasa de invención—, recogida por Palomino y Ceán, según la cual Herrera el Mozo, no pudiendo soportar el temperamento violento y bronco de su padre, tras robarle una abultada cantidad de dinero en complicidad con su hermana, huía del hogar paterno rumbo a Italia.
     Hoy se sabe que, con anterioridad al matrimonio del hijo, seguramente no mucho antes de julio de 1647 (aunque se ignora cuándo exactamente y por qué), Herrera el Viejo se encontraba en la Corte. En Madrid, según su contemporáneo Díaz del Valle, pintó varias obras para diversas iglesias, pero hay pocas noticias de esta fase. Según Ceán (quien sigue a sus precedentes), Herrera el Viejo falleció allí en 1656, y fue enterrado en la parroquia de San Ginés de la Villa y Corte. No se sabe la fecha cierta, pero el 29 de diciembre de 1654 un Francisco de Herrera, que murió sin testar, fue enterrado en la parroquia citada. Quizás se trate de este pintor, quien habría muerto solo, olvidado y empobrecido (Roberto González Ramos, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
      Si quieres, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Desposorios místicos de Santa Catalina", de Herrera el Viejo, en la sala IV del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

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