Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura de la Virgen de la Antigua, en el Retablo Mayor de la Capilla de Santa María de Jesús, de Sevilla.
Hoy, 24 de noviembre, es el aniversario de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de la Antigua (24 de noviembre de 1929), así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura de la Virgen de la Antigua, en el Retablo Mayor de la Capilla de Santa María de Jesús, de Sevilla.
La Capilla de Santa María de Jesús se encuentra en la avenida de la Constitución, 29; en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En la austeridad de la capilla destaca el excepcional retablo mayor, tanto por la calidad de sus trazas como por su singularidad en el arte sevillano. Realizado en 1520 con pinturas del maestro alemán Alejo Fernández, se estructura en torno a un sotobanco sobre el que se asientan el banco y dos cuerpos de cinco calles, estando cobijado por un característico guardapolvo de traza gótica. La sabiduría y el estudio son los ejes conductores de la obra. En el banco; San Benito, San Agustín, un Ecce Homo y la Virgen con el Niño son piezas de la escuela italiana, probablemente traídas por el propio fundador de la universidad. En el primer cuerpo, con pinturas de Alejo Fernández, aparece la Virgen de la Antigua recibiendo la maqueta de la Universidad de manos del propio fundador como donante, una obra de enorme interés iconográfico ya que permite conocer la disposición del antiguo edificio de la Puerta de Jerez. En el mismo cuerpo se sitúan las tablas con los padres de la Iglesia, una alusión a la sabiduría y a la tradición en la Iglesia. El segundo cuerpo está centrado por el tema de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo como la fuente de la inspiración que debe tener el estudio. A sus lados, Alejo Fernández situó a los arcángeles como protectores y a los santos Pedro y Pablo como símbolos del primer apostolado y de los nuevos convertidos, la antigua y la nueva iglesia en un retablo de gran calidad y fuerte carga simbólica (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Virgen con el Niño;
Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nombre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien acaricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo de l alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Al centro de este valiosísimo políptico, hay una versión libre de la Virgen de la Antigua, recibiendo el edificio del colegio de Santa María de Jesús (germen u origen de la actual Universidad Hispalense), que le ofrece simbólicamente Maese Rodrigo. Por eso esta imagen es advocada también como "Santa María de Jesús", aunque no cabe duda que se refiere a Ntra. Sra. de la Antigua. Es una de las más cotizadas e importantes obras del pintor alemán avecindado en Sevilla, Alejo Fernández, que la realizó hacia 1520 [Juan Martínez Alcalde, Sevilla Mariana. Repertorio iconográfico. Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1997].
Conozcamos mejor la Biografía de Alejo Fernández, autor de la obra reseñada;
Alejo Fernández, (Alemania, c. 1475 – Sevilla, 1545). Pintor.
No existen referencias documentales que indiquen el lugar de nacimiento de Alejo Fernández, que según sus propias declaraciones era de origen alemán (conocido también como Fernández Alemán). Las primeras noticias de su actividad artística se constatan en Córdoba, donde consta su estancia en los últimos años del siglo xv; en Córdoba, antes de 1497, contrajo matrimonio con María Fernández, hija de uno de los principales artistas de la ciudad en aquellos momentos; fue entonces cuando debió de adoptar el apellido de su esposa para denominarse en el ambiente artístico.
El gran auge comercial y económico que Sevilla alcanzó desde los inicios del siglo xvi, hubo de mover a Alejo Fernández a trasladarse a dicha ciudad instado sobre todo por la importante oferta que le hizo el cabildo de la catedral para realizar trabajos de dorado y estofado en el retablo mayor. La actividad artística de Fernández destacó pronto en el ambiente sevillano, por lo que paulatinamente fue adquiriendo numerosos encargos laborales tanto en la ciudad como en lugares circundantes, situación que le permitió ir adquiriendo progresivamente una saneada economía que le hizo posible adquirir casa propia, tener varios criados y esclavos a su servicio y comprar una sepultura en el convento de San Pablo. Entre 1520 y 1523 aconteció el fallecimiento de su esposa y pocos años después se casó en segundas nupcias con Catalina de Avilés. En estos momentos, el artista debía de tener alrededor de cincuenta años y disponer de la plenitud de sus facultades y mantener su buen nivel económico.
En 1526 participó con relevancia en la ejecución de los arcos efímeros del triunfo realizados con motivo de las bodas en Sevilla del emperador Carlos con Isabel de Portugal; su primacía artística en la ciudad era indudable y se prolongó en décadas sucesivas hasta los últimos años de su vida, constatándose entonces síntomas de debilidad tanto en él mismo como en su ambiente familiar; así, en 1539 vio morir a su hijo Sebastián que había sido destacado colaborador suyo y luego en 1542 él mismo padeció una grave enfermedad que le tuvo a las puertas de la muerte. En adelante su salud quedó ya muy mermada y tres años después en 1545 murió en su casa de la parroquia de San Pedro, donde había pasado los últimos veinte años de su existencia.
Aunque no se poseen datos explícitos que lo manifiesten, puede sospecharse que la formación de Alejo Fernández tuvo lugar en los años de su primera juventud en Alemania, en un área artística impregnada de influencias flamencas y holandesas. También puede pensarse que en su juventud pudo haber viajado a Italia, puesto que en su actividad pictórica, realizada primero en Córdoba y después en Sevilla, se constatan características de estilo que muestran claras referencias italianizantes.
De la etapa cordobesa de Alejo Fernández se poseen escasos testimonios, pudiendo señalarse tan sólo que permaneció en dicha ciudad poco más de doce años entre 1495 y 1508. De su producción no se conoce ninguna obra que pueda señalarse como realizada con total seguridad en Córdoba, aunque se sabe que pintó allí varios retablos para el monasterio de San Jerónimo que no se conservan. En el museo de Córdoba se encuentra una representación de San Pedro orando ante Cristo atado a la columna que pudiera haber sido realizada en dicha ciudad y en la que se advierten claras referencias estilísticas que proceden a la vez del ámbito flamenco e italiano. En esta obra, el artista describe un espacioso escenario interior abierto a un dilatado fondo de paisaje; los elementos arquitectónicos que ha descrito son de clara raigambre clásica, acertando a describir el lujo y el esplendor del Palacio de Pilatos, donde Cristo fue azotado. Es notoria en esta obra la diferencia de proporciones entre la figura de Cristo y de San Pedro, captadas ambas en tamaño normal y las de los tres donantes que aparecen en la parte inferior, a escala más reducida y en diferentes planos de profundidad. En esta obra, Fernández muestra ya sus preocupaciones de escenógrafo en las que la arquitectura es una parte esencial de la composición, efecto éste que mantuvo a lo largo de su futura producción artística.
Las mismas constantes descriptivas de la obra antes mencionada se advierten en una segunda pintura de Fernández que puede ser considerada como obra temprana y, por lo tanto, realizada en su etapa cordobesa; se trata de un tríptico de La Santa Cena, que pertenece a la basílica del Pilar de Zaragoza. La tabla central de este tríptico representa el cenáculo con un admirable efecto de perspectiva; igualmente, predomina en esta escena la descripción de los elementos arquitectónicos, lo mismo que en la tabla lateral izquierda en la que se representa La entrada de Cristo en Jerusalén; en la tabla de la derecha se describe La oración en el huerto, en la que el artista capta una intensa profundidad espacial, perfectamente conseguida a través de la disposición de las figuras en distintos planos de profundidad, estando todo cerrado por un fondo de paisaje en lejanía.
Obra probable también de Alejo Fernández, o al menos próxima a su estilo, es La flagelación de Cristo, que se conserva en el Museo del Prado, en la que el artista recrea también un espectacular escenario arquitectónico en perspectiva.
La etapa sevillana de Alejo Fernández se inicia a partir de 1508, año en el que se vinculó a la catedral de Sevilla junto con su hermano Jorge, que era escultor. Alejo se dedicó a policromar las imágenes que previamente habían esculpido otros artistas y al mismo tiempo adquirió el compromiso de ejecutar el conjunto de tablas, con temas de la vida de la Virgen, que habían de colocarse en la viga que cruzaba la parte alta de la capilla mayor de la catedral. Al parecer estas pinturas, que en principio debieron de ser siete, nunca llegaron a colocarse allí y, por otra parte, sólo se han conservado cuatro de ellas: El abrazo de San Joaquín con Santa Ana, El nacimiento de la Virgen, La Adoración de los Reyes, y La presentación del Niño en el templo. La lejanía con que inicialmente habrían de contemplarse estas pinturas hubo de mover al artista a incluir en ella figuras de gran tamaño y a simplificar los monumentales escenarios arquitectónicos que a pesar de ello otorgan a estas obras un carácter solemne y monumental. Además, se observan en ellas marcados efectos de perspectiva que se acentúan cuando los escenarios se abren a dilatados fondos de paisaje.
Entre 1510 y 1515 Alejo Fernández, al servicio de Sancho Matienzo, canónigo de la catedral de Sevilla, realizó dos retablos para la iglesia del convento de franciscanas de Villasana de Mena (Burgos). Desgraciadamente, estos retablos ardieron en 1936 en la Guerra Civil española y por ello sólo viejas fotografías permiten conocer su fisonomía y sus principales composiciones pictóricas. Así se sabe que uno de estos retablos se dispuso en el altar mayor de la iglesia, estando dedicada su iconografía a la concepción de María; en él se incluía un conjunto de doce pinturas entre las cuales destacaban las que representaban La Anunciación, El Nacimiento de Cristo, San Cristóbal y San Jerónimo, advirtiéndose que a los pies de este último se encontraba el retrato del propio Sancho de Matienzo. El segundo retablo estuvo situado en un lateral de la iglesia y estaba presidido por una imagen pictórica de La Virgen de la leche, obra en la cual el artista plasmó en la figura de María un modelo dulce, ensimismado y melancólico.
También en torno a 1515, Alejo Fernández debió de realizar una de sus obras más conocidas: La Virgen de la rosa, que se conserva en la iglesia de Santa Ana de Sevilla en la que captó un modelo expresivo, próximo a la desaparecida Virgen de Villasana de Mena; la Virgen se encuentra sentada en un trono, bajo un dosel y ofrece una rosa al Niño Jesús que está sentado en su regazo; a los lados, dos ángeles contemplan la escena ensimismados, mientras que al fondo se abren sendas ventanas que dejan ver paisajes captados en una profunda lejanía.
Un espléndido conjunto pictórico se alberga en el retablo mayor de la capilla del colegio de Santa María de Jesús en el que sus tablas están enmarcadas por tracerías goticistas; sin embargo, la distribución de las pinturas está claramente ordenada siguiendo una traza de carácter renacentista. La fecha de este conjunto pictórico puede situarse en torno a 1520, siendo patrocinada su ejecución por Maese Rodrigo Fernández de Santaella, quien aparece retratado al pie de la tabla central en la que se representa a la Virgen de la Antigua; de esta manera, este ilustre personaje encomendaba a la Virgen la protección y patrocinio de dicho colegio. La segunda pintura en importancia de este retablo se encuentra en el ático y representa La venida del Espíritu Santo como exaltación de la sabiduría espiritual que había de imperar en las enseñanzas impartidas en dicho colegio. En las calles laterales del retablo se representan a Los cuatro padres de la Iglesia como inspiradores de dicha sabiduría, recogida en sus escritos y también a san Pedro, san Gabriel, san Miguel y san Pablo.
Notable por su belleza de conjunto es el retablo de la iglesia de San Juan de Marchena que Alejo Fernández contrató en 1521, formando compañía con otros pintores o, en todo caso, con la ayuda de sus colaboradores, puesto que en las pinturas que en él se integran se advierten intervenciones de muy desigual calidad.
Este retablo está destinado a narrar pasajes de la vida de San Juan Bautista y de Cristo. Dos obras de interés dentro de la producción de este artista pueden situarse en torno a 1525; son La Virgen con el Niño y un donante, obra firmada que se encuentra en el Palacio Arzobispal de Sevilla, y La duda de Santo Tomás, que se encuentra actualmente en la parroquia de Hinojos (Huelva) y que debe de proceder probablemente del convento de San Pablo de Sevilla.
En la catedral de Sevilla se conserva un altar dedicado a La Piedad documentado en 1527 como obra de Alejo Fernández, quien realizó esta obra con la ayuda del pintor Pedro Fernández de Guadalupe.
Acompañando a La Piedad aparecen en los laterales representaciones de San Andrés, San Miguel, Santiago y San Francisco, mientras que en el banco aparece San Pedro orando ante Cristo atado a la columna y los retratos de los donantes Don Alonso Pérez de Medina y Doña Mencía de Salazar.
En una fecha próxima a 1530 Alejo Fernández debió de realizar dos pinturas que proceden de un desaparecido retablo de la iglesia de San Gil de Écija, donde se conservan, representan a San Gil liberando a un poseso del demonio y al Rey Wamba descubriendo a San Gil herido; son obras mal conservadas, aunque en ellas se reconoce con evidencia el estilo de este pintor. También hacia 1530 pintó Alejo Fernández en Écija para la iglesia de Santiago un retablo igualmente realizado con la ayuda de colaboradores; en este retablo se narran distintos episodios de la Pasión y muerte de Cristo.
Obra de gran fama dentro de la producción de Alejo Fernández es La Virgen de los Navegantes, pintada hacia 1535. Fue ejecutada para presidir el retablo de la Casa de Contratación de Sevilla y actualmente se encuentra depositada en el Alcázar. La composición de esta pintura está presidida por la monumental figura de la Virgen que flota ingrávida sobre los mares, desplegando su manto en actitud protectora sobre distintos personajes vinculados a la navegación, hacia tierras americanas; entre estos personajes, se ha querido identificar a Cristóbal Colón y Hernán Cortés (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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