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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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lunes, 8 de febrero de 2021

Un paseo por la plaza Alameda de Hércules

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la plaza Alameda de Hércules, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     La Alameda de Hércules [nº 85 en el plano oficial de la Junta de Andalucía] es, en el Callejero Sevillano, una plaza que se ecuentra en los Barrios de la Feria, San Gil, y San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo; entre las calles Estrellita Castro, Calatrava, Peral, Relator, Peris Mencheta, Belén, Vulcano, Niño Perdido, Barco, Amor de Dios, Trajano, Potro, Santa Ana, Leonor Dávalos, Arias Montano, Recreo, Juan de Oviedo y Lumbreras.
     La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario.
   La vía, en este caso una plaza, está dedicada a una de las esculturas que coronan una de las columnas de su extremo sur, Hércules.
   Por su condición de espacio bajo y sin urbanizar, en el que se acumulaban las aguas residuales y las de lluvia, fue conocida en el s. XIII como la Laguna o Laguna de la Feria, por la que habitualmente se formaba, y por la contigüidad del barrio de este nombre. A partir de su urbanización, en 1574, comienza a ser llamada Alameda, ya que se plantaron numerosos álamos. Este topónimo se mantuvo hasta entrado el s. XIX. Entre 1830 y 1860 aproximadamente aparece designada como  como Alameda Vieja, para diferenciarla de la que se había formado en el actual de Cristóbal Colón; de todas formas, dicho topónimo se encuentra en textos literarios, de viajeros (Ford, Latour) y periodísticos (El Porvenir), y sólo excepcionalmente en documentación administrativa. A partir del citado año, sólo de forma ocasional vuelve a aparecer. en 1845 es cuando recibe la denominación oficial de Alameda de Hércules, que conserva hasta hoy, como referencia a las esculturas que rematan las columnas, una de las cuales representa al héroe mitológico, considerado fundador de la ciudad. Aparte de estos topónimos que identifican el conjunto de la plaza, diferentes zonas de la misma han sido conocidas con nombre específicos. Algunos de éstos, debido a la reducción del espacio inicial como consecuencia de los procesos de regulación y urbanización del s. XIX, corresponden hoy a calles periféricas y colindantes. A comienzos del s. XVIII, el frente entre Barco y Amor de Dios se denomina de la Jabanilla, que algunos transforman en Habanilla y Moreno y Gálvez en Abanilla; hasta el derribo de una casa, hace unas fechas, se conservó un azulejo de dicha centuria con este topónimo. Según Moreno y Gálvez, la parte inmediata a Amor de Dios y Trajano recibe el nombre de Acera de los Hércules, y el frente occidental, el de Acera de la Alameda, nombres que desaparecen en 1845. También desaparecen en esta fecha los de Inquisición y Gibraltar, con que se identifica el tramo de acera comprendida entre Hombre de Piedra y Lumbreras. En el frente norte, aparecen el barrio o acera de Portugalete, Cruz de Rodeo y Cristo de la Alameda o Cristo de Zamalea. La confluencia de Peris Mencheta y Alameda de Hércules tuvo los de Cruz de la Tinaja, Belén y Pino. Según Álvarez-Benavides, en sus días la parte donde se levantan las columnas con Hércules y Julio César era conocida como Hércules Viejos, mientras la de las columnas del s. XVIII, como Hércules Nuevos. Finalmente, la zona inmediata a Delgado y el arranque de Conde de Barajas es identificada como calle de la Alameda. En el plano del Instituto Geográfico y Catastral de la década de 1930 se denomina plazuela  de la Pileta del Pato al extremo norte de esta plaza.
   Brazo del Guadalquivir desde la Antigüedad, se mantiene como espacio extramuros hasta la construcción de la muralla almorávide en el s. XII, periodo en el que debió desecarse; a pesar de ello la mayor parte de las aguas del sector septentrional de la ciudad vertían hacia allí, desde donde un husillo las conducía al Guadalquivir, pero lo habitual era que durante los periodos de lluvia permaneciera constantemente anegada. en 1467 los vecinos se quejaban al Ayuntamiento de la acumulación de inmundicias en la laguna, arrastradas por las aguas: "Debe saber los grandes peligros en que cada año los dichos vecinos nos bemos e reçebimos del ayuntamiento de las muchas aguas que en la dicha laguna se fasen e ayuntan. Esto lo vino por cabsa de estar la dicha cibdad mucho llena de tierra e de bestias e perros muertos e otras cosas que ocurren con las dichas aguas a la dicha laguna. E lo otro  por estar como está la boca del caño por do la dicha agua de salyr. E lo otro por estar como está el dicho caño desde el río hasta la dicha boca lleno e acolmado asy de estiercol como de huesos de las dichas bestias e perros. Y por cabsa de estas como están las lumbreras descobiertas e a mano para echar como por ella echan todas las bascosydades que les plazen echar" (Sec. 10, 19-X-1467). Un siglo más tarde el médico Luis Suárez, preocupado por las condiciones higiénicas de la ciudad, hacía una llamada de atención sobre la acumulación de tierra en la laguna y las dificultades para que las aguas pudieran ser desaguadas: "... ha creçido la tierra más de un estado de lo que solía antiguamente por manera que con mucha dificultad en ellas el agua recebirse puede...", pidiendo como solución: "... sacar de estas lagunas muy grandes cantidades de tierra, atento a que siendo asistente el señor conde de Osorno se sacaron dos mil cargas..." (Sec. 13, s. XVII, t. 9, núm. 49). Las situaciones descritas por los contemporáneos no harían otra cosa que agravarse año tras año, hasta que en 1574 Francisco Zapata, Conde de Barajas y Asistente de la ciudad, procedió a un saneamiento en profundidad y urbanización de la laguna.
   Según relata Morgado, que escribe su Historia de Sevilla pocos años después de que se urbanice la Alameda: "... ante todas cosas se hizo limpiar y escombrar, y abrirle a la larga de la una y la otra vanda dos grandes çanjas de más de dos varas en ancho, y medio estado de hondo, por donde se desaguassen al río por su antiguo husillo... plantando por unas y otras vandas grandes hileras de los mismos árboles, los cuales dividen una çanja de agua, que corre por medio  dellos, de las que trasvierte las tres fuentes que se levantaron en esta calle mayor y más principal... Dende estas dos carreras de árboles de en medio, que tienen entre sí las fuentes, hasta las otras ringleras de los árboles de las grandes çanjas de los lados, se haze de la una y otra vanda una calle tan ancha y llana que pueden jugarse a cañas en qualquiera destas calles assi cercadas de árboles, aunque las quadrillas sean de doze caballeros, prestando buena comodidad su suelo tiesso arenoso". Es decir, de acuerdo con la disposición alargada que tenía el terreno (560 varas de largo por ciento cuarenta y tantos de ancho, según el mismo autor: aproximadamente 468 por 117 m.), se optó por una ordenación con predominio de las perspectivas longitudinales, con una amplia calle central, donde se instalaron las tres fuentes de mármol alimentadas con agua de la Fuente del Arzobispo, obras de Juan Bautista Vázquez y Diego de Pesquera, dos hileras de árboles, dos calles a ambos lados, nueva hilera de árboles, y dos zanjas laterales por donde las aguas que se reunían en la antigua laguna eran canalizadas hacia el río y eran salvadas por varios puentes pequeños o "pontezuelas". En el extremo meridional de la desde entonces denominada Alameda se levantaron, a modo de entrada, dos columnas traídas del templo romano de la calle Mármoles y sobre ellas se colocaron sendas esculturas, ejecutadas por Diego de Pesquera, que representan a Hércules, mítico fundador de la ciudad, y a Julio César, a quien se atribuye la renovación urbana de Híspalis y la construcción de su muralla. En 1575 un mercader flamenco, Jacques Nicolas, reclamaba a la ciudad lo que le adeudaba, ya que de sus almacenes fueron sacados los veintiocho mástiles utilizados para izar las columnas.
   El Cabildo Municipal, en las inscripciones latinas que hizo grabar en los pedestales, dedicó los monumentos al emperador Carlos V y a su hijo Felipe II, a quienes compara, respectivamente, con el mítico personaje y el dictador romano. La columna de Hércules está dedicada a Carlos V, de quien en el pedestal dice: "... que mucho más allá de las columnas de Hércules, dilatada su gloria por el nuevo mundo, terminó su imperio con el océano, su fama con el cielo...". Hay una segunda inscripción dedicada al Conde de Barajas como artífice de la obra de limpieza y urbanización de la laguna y colocación de las columnas. La de Julio César está dedicada a Felipe II que, como aquel, contribuyó a la reforma urbana de Sevilla, "... y dadas de nuevo ilustres leyes municipales, ha aumentado y ennoblecido esta ciudad, como Óptimo Príncipe, y de esta Romulense Colonia restaurador...". Hay también una segunda inscripción, ésta en castellano, que se limita a dar fe de que la obra fue realizada en 1574, reinando Felipe II, siendo asistente el conde de Barajas y obrero mayor Juan Díaz Jurado.
   La urbanización de la Alameda se hizo no limpiando su fondo, como reclamaba el médico Luis Suárez unos años antes, sino rellenando la laguna con cascotes y, según un documento de 1578, todavía entonces se estaban echando más de dos mil cargas cada semana. Este cambio de nivel de la Alameda ocasionó, por otra parte, las quejas del vecindario, que en 1597, argumentando con la elevación del piso de la Alameda, solicitaba que el Ayuntamiento se hiciera cargo de la limpieza de sus casas, que habían quedado inundadas al no encontrar su desagüe natural hacia la antigua laguna. Contaba la Alameda para su cuidado e inspección con un veinticuatro, diputado de la misma, y un guarda, con vara de justicia. Desde la fecha de su urbanización y a lo largo de los siglos XVII y XVIII, las disposiciones urbanas sobre la Alameda manifiestan particular preocupación tanto por la limpieza y reparación de husillos, alcantarillas y atajeas, como por el riego, poda y reposición de la arboleda, que, según Morgado, estaba formada por mil setecientos pies de alisos, álamos blancos y negros, naranjos, cipreses y árboles del paraíso; en 1595 fueron plantados 250 pies de árboles en reposición de los que se habían perdido; 234 en 1631, y 136 en 1691; estas noticias alternan con las que denuncian el mal estado de la arboleda y la necesidad de reponer los pies perdidos; en períodos de escasez, los vecinos reclamaban su mejor derecho a tomar agua de las fuentes, a que se utilizara para riego, y en estas situaciones era frecuente que se trajera directamente agua del río para regar la arboleda y el paseo. La reparación de husillos y cañerías, o la limpieza de las atajeas y zanjas era una tarea que necesariamente debía realizarse todos los años, pues, cuando no se hacía, se corría el riesgo del estancamiento de la aguas de lluvia en el interior de la ciudad; además durante el periodo de lluvias estas aguas traían hasta las zanjas de la Alameda gran cantidad de escombros e inmundicias, que se hacía necesario limpiar, "antes de que piquen los calores del verano", para evitar también los malos olores.
   Así, durante  los siglos XVII y  XVIII la Alameda podía ser alternativamente un agradable paseo, o un lodazal y estercolero, ya que este espacio está cumpliendo funciones en cierta medida opuestas: por una parte, se ha convertido en uno de los paseos más importantes y concurridos de la ciudad; pero, por otra, no ha dejado de ser una cloaca. Hay noticias de la formación de muladares en algunos sectores, particularmente en el sector meridional en la confluencia con Trajano, así como del estancamiento de aguas fétidas, o incluso de la presencia de ganado de cerda en las zanjas; y siempre sufría las inundaciones interiores en períodos de lluvias prolongadas. Por otra parte, en  los meses de verano se convertía en agradable lugar de paseo a pie y en carruaje, después que sus calles eran regadas por las tardes; el viajero Jouvin la describía en los siguientes términos: "...de todas estas plazas, la Alameda es la más considerable, que es un paseo de muy largas avenidas, bordeadas de árboles, en donde hay varias fuentes en diversos sitios y multitud de pequeños estanques cu­yas aguas riegan el pie de todos los árboles, y donde por las noches da gusto ver las carrozas y las personas de calidad pasearse al fresco de todas estas hermosas fuentes, cuyas aguas son las mejores de beber de la ciudad." (El  viaje por  España  y  Portugal, 1672). En  1764-65, bajo el mandato del asistente Larumbe, se realizó una profunda remodelación de la Alameda, consistente en la construcción de tres nuevas fuentes, la reposición del arbolado, nuevos asientos y alcantarillas, y la colocación en el frente norte del paseo, buscando la disposición geométrica en relación a las del sur, de dos nuevas columnas sobre las que se erigieron sendas esculturas con leones que sostienen el escudo de España y el de Sevilla. Las lápidas colocadas en sus pedestales explican las obras entonces realizadas. La de la derecha da cuenta de la nueva cañería construida desde la Fuente del Arzobispo y que surte de agua "... la (pila) de la Puerta de Córdoba, seis pilas de esta Alameda y la de San Vicente: y de gracia al Convento de los Capuchinos, Hermandad de San Hermenegildo, San Basilio, Belén y San Francisco de Paula... habiendo sido diputado de esta obra el señor veinte y cuatro don Juan Alonso de Lugo y Aranda". La de la izquierda explica las operaciones realizadas en la misma Alameda: "...se construyeron estas dos columnas que coronan los leones que sostienen las Reales Armas y las de Sevilla; se hicieron los asientos, alcantarillas y terraplenes, levantaron los pretiles de las zanjas ,se pusieron los pilones para el riego, desagües completos de árboles de esta Alameda ... siendo diputado el señor don Gregorio de Fuentes y Veralt, veinte y cuatro del Ylmo. Cabildo, cuya obra costeó de los Propios y Arbitrios, y se acabó el año de 1765". En 1801 se realizó otra reforma, menos vistosa pero de mayor trascendencia para la higiene de la ciudad y de la misma Alameda, consistente en el cerramiento de las zanjas que recibían las aguas de lluvia así como escombros y otras basuras, y la construcción de una cloa­ca general.
   Hasta mediados el s. XIX la Alameda era un espacio de mayores proporciones que, como consecuencia de distintas operaciones urbanísticas, quedó reducido a finales de dicha centuria a sus actuales límites. En 1857, a propuesta del arquitecto municipal Balbino Marrón, fue aprobado un proyecto de alineación, cuya ejecución en las déca­das de 1860 y 1870 supuso, en el frente de poniente, la construcción de cinco manza­nas, la prolongación de Jesús del Gran Poder y la formación de las calles Leonor Dávalos, Urraca Osorio, Arias Montano, Recreo y Juan de Oviedo; en el frente septen­trional dos nuevas manzanas prolongaron las calles Lumbreras y Tomillo y aislaron la capilla del Carmen del espacio de la Alameda, del que venía formando parte hasta entonces; asimismo en el extremo opuesto fue construida otra manzana, que dio lugar a la formación de la calle Belén; la regularización dela línea de fachada de este lado se consiguió incorporando a las parcelas un pequeño espacio ajardinado, de diferente longitud según que la fachada estuviese más o menos adelantada; espacio ajardinado que todavía conservan muchas de estas par­celas, defendido por una verja, pero que en general se encuentra muy descuidado y de­gradado. Aunque no incluido en el proyecto original de B. Marrón, también se regularizó y acortó el frente meridional de la Alameda, en la década de 1870, con la construcción de otras dos manzanas, que prolongaron Trajano y Santa Bárbara,y dieron lugar a la formación de la calle Potro y al entrante que el paseo presenta en el extremo suroccidental. Como consecuencia de estas operaciones, la Alameda posee hoy una planta sensi­blemente alargada y rectangular, si bien su lado norte se cierra en ángulo en la confluencia con Calatrava.
   El paseo de la Alameda ha sido objeto de distintas reformas, de mayor o menor enver­gadura, que han ido alterando su fisonomía. En 1824, sobre una de las zanjas que fueron cubiertas en 1801, se formó una nueva calle y se colocaron bancos. En 1852 se colocó en el extremo norte de la Alameda la pila del Pato, hasta entonces en la plaza de San Francisco, y se retiraron, ya sin función, las mandadas colocar por el conde de Barajas en el s. XVI y por Larumbe en el XVIII en el centro del paseo. En 1876 una nueva refor­ma general supuso la reparación y limpieza de las columnas de Hércules y Julio César, que fueron protegidas por sendas verjas, la construcción de nuevos jardines laterales, el enarenado del paseo y la colocación de pilares de  madera para impedir que las caballerías pasasen junto a las columnas. En 1886 se colocaron verjas a las columnas de los leones. En 1901 J. Sáez López ordenó el espacio triangular que quedaba entre la Alameda, Lumbreras y Calatrava, y se construyó el jardín que, con ligeras variaciones, ha llegado hasta hoy. En 1911, siendo alcalde el conde de Halcón, se hicieron importantes reformas, elevándose el piso del paseo y re­ novándose los jardines y el alumbrado. En 1865 se dio la primera concesión para la instalación de un quiosco de agua en la Alameda, en 1874 ya había varios puestos de bebidas y en 1903 se autorizó la construcción de marquesinas en torno a los quioscos; pero será en 1911 cuando se haga un concurso de proyectos de puestos de agua para la Alameda, respondiéndose así al desarrollo que éstos estaban alcanzando en el paseo, y serán los típicos quioscos de crista­les que se conservarán hasta la década de 1940. También contó con un urinario, que fue cerrado en 1916. En 1942 la pila del Pato fue trasladada al Prado de San Sebastián.
   Todas las reformas decimonónicas habían mantenido la ordenación del espacio de la Alameda como una unidad, tanto en el sentido longitudinal, sin ninguna ruptura, como en el latitudinal, preservándolo del paso de vehículos, y así todavía en los primeros decenios de este siglo las líneas de tranvías no penetraban en la Alameda. Es en la reforma propuesta en 1936 cuando se ordena el espacio en la forma que hoy se le conoce: una calzada para la circulación rodada bordea el paseo propiamente dicho y éste se fragmenta en tres sectores, uno cen­tral más largo, y dos a modo de plaza-salón en los extremos, de forma que, a partir de entonces, la circulación rodada no sólo circunvala el paseo, sino que lo atraviesa en las dos calles asfaltadas que se forman entre los tres tramos, frente a la calle Santa Ana en un caso y a Belén en el otro. Sin alterar desde entonces esta disposición, otras reformas posteriores serán la de 1950, en la que se construyeron nuevos jardines y un estanque, junto a los "Hércules", y la de 1964 en la que se renuevan las zonas ajardinadas y parterres y se instalan juegos infantiles. Desde entonces, como ocurriera en el segundo tercio del siglo pasado, se asiste al progresivo abandono del paseo de la Alameda, y hoy es un espacio descuidado, donde nada recuerda el pasado esplendor, salvo las columnas situadas en ambos extremos, que asisten imperturbables a su degradación. El piso está cubierto de albero, salvo un espacio cementado circular en el centro, testigo de la abandonada construcción del metro; está bordeada por pies de plátanos y otros árboles y en los extremos se encuentran restos de las plaza-salón, con bancos de piedra sin respaldo, parterres descuidados y una balaustrada de mampostería; un acerado de losetas separa el paseo de la calzada de asfalto. En el frente norte se conserva, en mejor estado, el paseo que se construyó a principios de siglo; posee una planta trapezoidal, su piso es de albero con borde de aceras de losetas, cuenta con farolas de pie, naranjos y otros árboles y asientos de piedra sin respaldo. En el centro del paseo fue colocado en 1969 un busto de la cantaora Pastora Pavón, la Niña de los Peines, por iniciativa de Antonio Mairena y su Tertulia Flamen­ca, obra del escultor Antonio Illanes.
   Hay pocas referencias a la pavimenta­ción de este espacio, por su misma condición de paseo; en el s. XIX el piso era enarenado, sobre todo con ocasión de la celebración de las veladas de San Juan y San Pedro; en 1868 se empedró el tramo comprendido entre los "Hércules" y la entrada de Santa Ana; se dispuso su adoquinado en 1876, pero no debió llevarse a efecto, ya que en 1906 se adoquinó el tramo comprendido entre Trajano, Amor de Dios y los "Hércules", necesario para el paso del tranvía; y posteriormente se procedió al adoquinado de toda la calzada, recubierta en la década de 1970 con asfalto. Cuenta con amplias aceras, las que en otros tiempos constituyeron los paseos laterales de la Alameda, pero también están muy descuidadas; la del lado de poniente es más ancha, alternando franjas de adoquinado con espacios terrizos; posee árboles, farolas de pie de nuevo diseño, refugio de autobuses, asimismo de reciente instalación, y veladores; a la sensación de abandono contribuyen la acumulación de escombros y los vehículos aparcados sobre las aceras. Varios quioscos de prensa y golosinas, cabinas de teléfono, farolas y refugios de autobuses se distribuyen en los restantes frentes de la Alameda. A lo largo del s. XIX y primera mitad del XX la Alameda continuaba sufriendo de forma particular las consecuencias de las riadas e inundaciones, ya que su condición de sector bajo originaba que fuera uno de los prime­ros lugares en anegarse y era necesario hacer uso de barcas para atravesarla; todavía en las riadas de 1947 y 1962 se vieron barcos en la Alameda. Joaquín Murube evoca estas imágenes en el Discurso de la mentira: "Todos los inviernos una riada... El barrio de  la Alameda era el más castigado. Una mañana de lluvia amanecía todo aquello convertido en río ancho y caudaloso. Para nuestro infantilismo, eran aquellos días felices. Las barcas bajaban por las calles, solemnes, majestuosas. ¡igual que en aquellas tarjetas enviadas desde Italia por ese amigo de todas las familias que pasó por Venecia, camino del Padre Santo!".
   El estado de descuido del paseo de la Alameda es reforzado por el de la edificación. Como ha sido habitual en el casco his­tórico, se han producido sustituciones del caserío original por bloques de viviendas de cinco plantas, preferentemente en el frente occidental, aunque no faltan ejemplos en el frontero, de forma que el estado de abandono es acentuado por el de desorden urbanístico al ser colindantes viviendas populares de dos y tres plantas, de la pasada centuria e incluso de la del XVIII, con estos bloques de cinco plantas. La edificación dominante en la Alameda, habitada o en ruina, continúa siendo la casa popular de dos plantas y también se encuentran buenos ejemplos de ca­sas de escalera del cambio de siglo, como por ejemplo la que cubre la mayor parte de su frente meridional, que se está rehabilitando. En el lado de levante había un conjunto de viviendas unifamiliares con jardín delantero, producto de la alineación aprobada para este lado del paseo a mediados del s. XIX. Aquí alternan algunas de estas viviendas rehabilitadas, otras en ruinas, solares o estrechos bloques de viviendas, lo que acentúa su altura; la manzana entre Barco y Amor de Dios, fuera de línea y anterior por tanto a 1850, se encuentra en lamentable estado, la mayor parte de ella en ruina, pero no por eso deshabitada en su totalidad. Es de destacar la casa núm.22, esquina a Santa Ana, del s. XVIII y dos plantas, en completo estado de ruina y convertida en un basurero; en su fachada, un azulejo hoy desaparecido indicaba la altura que alcanzaron las aguas en la arriada de 1796. Asimismo merece especial atención la núm.93, esquina a Barco, del s. XVII (entre las pilastras figura la fecha de 1698), de dos plantas y ático con arcos de medio punto y que actualmente está siendo reconstruida como vivienda plurifamiliar. Pero, sin duda, la edificación de mayor interés es la llamada Casa de las Sirenas, que ocupa la manzana entre Arias Montano y Recreo; esta casa se construyó en uno de los lotes de terrenos creados por la alineación de 1857; fue adquirido por Lázaro Fernández de Angulo, Marqués de Esquivel, para quien Joaquín Fernández de Ayarragaray construyó entre 1861 y 1864 este palacete románti­co de influencia francesa, de estilo único en la ciudad y quizás por ello se decía que había sido construido por la princesa Ratazzi, poetisa de origen inglés casada con un Bonaparte. Durante los últimos decenios se ha dejado que esta casa, abandonada, entrara en un estado de ruina difícilmente recupe­rable, después de que sufriera el expolio de los materiales de revestimiento, solados, etc., empezando por la dos figuras de bronce que le han dado nombre. El Ayuntamiento ha comprado recientemente la casa de recreo, después de haber dejado pasar un tiempo precioso, y se propone ahora su reconstrucción, necesariamente laboriosa.
   Las actividades y funciones de la Alameda han evolucionado mucho a través de los siglos. En la época medieval, cuando sólo era un lugar insalubre y descuidado que gi­raba en torno a la laguna, se asentaban allí los cañavereros, cuyas quejas se recogen en un acta capitular de 1448: "Los cañavereros... de Sevilla nos encomendamos en vuestra merçed a la qual plega saber cómo çiertos vezinos de nosotros tenemos çiertos setos de vergas de minbres con que tenemos fecho çerramiento a nuestras casas faza la parte que sale a la Laguna, donde ponemos nuestra madera e caña, los quales setos sienpre estouvieron armados en aquellos logares donde oy día están de grandes tiempos que memoria de omes no es en contrario. E puede aver seys años que los fieles e esecutores desta dicha çibdat... mandaron quemar los dichos setos..." (Sec. 10, 1448). También había algunos puestos de pescados, a juzgar por el documento de 1435 en que se habla de "arrendar las pescaderías de la Laguna de la Feria, donde se ha fazer el rastro" (Sec. 15), tal vez el mismo lugar, "cerca del convento de Belén", en que otro escrito de 1671 se hace eco de la venta de pescado salado. Y por ser espacio baldío usarse también como lugar de ajusticiamiento de reos. Según la tradición, en su lado norte, en la planicie luego conocida como Cruz del Rodeo o de la Tinaja, fue quemada en 1367, por orden del rey Pedro I, doña Urraca Osorio, madre del Señor de Sanlúcar don Alonso de Guzmán, por haber participado en la traición del infante don Enrique.
   La desecación de la laguna y su urbanización llevados a cabo en 1574 por el conde de Barajas alteraron radicalmente las funciones de la Alameda, que dejó de ser un lugar marginal para convertirse en un bello paseo arbolado al que los sevillanos acudían para tomar el fresco en las noches estivales. La aristocracia lo recorría en sus carruajes, y el pueblo participaba de un ambiente festivo que ya describe con detenimiento el cronista Ortíz de Zúñiga en sus Anales, donde habla de los aguadores, "de que la mayor cantidad son franceses", y de cómo "este sitio en las calurosas noches se ve regentado de innumerables coches, que lo hacen paseo memorable en todo el mundo, y que a veces se tienen otros públicos festejos, a veces alegría de música y de ordinario en las fiestas, ministriles y chirimías". La belleza y novedad de este paseo fueron muy celebradas por la literatura del Siglo de Oro, que vio en esta importante obra de urbanización un exponente de la grandeza de la Sevilla imperial. Lope de Vega la pondera, junto al Arenal, en El amante agradecido:
          "y con la carroza sal
          con pajes que crujan seda, 
          una tarde a la Alameda
          y otra tarde al Arenal".
   El también dramaturgo Cristóbal de Monroy titula una comedia suya La Alameda de Sevilla. Agustín de Rojas por boca de uno de sus personajes escribe:"¡Ay, Alame­da míal ¡Quién estuviera agora junto a una fuente tuya!". Y completa él mismo: "¿No es cosa memorable aquellas columnas que tiene?. En una puesta la figura de Hércules, primero fundador de esta gran Babilonia, y en la otra la de Julio César, que la ilustró con los muros y cercas que la adornan y quince puertas en ellas que la engrandecen y guardan" (El viaje entretenido). No obstante, es esa misma literatura la que en la segunda mitad del s. XVI se hace ya eco de la presencia de truhanes y prostitutas, probablemente al conjuro del numeroso público que frecuentaba el paseo y del ambiente festivo. En su famosa Sátira a las damas de Sevilla -una jocosa relación de las más notorias prostitutas de la época- ironiza Vicente Espinel sobre el desairado papel que toca a los dos personajes que coronan las columnas:
          "Invicto César, Hércules famoso,
           espejo y luz de valerosos hechos,
           patrones de este suelo venturoso.
          Ya que permite el hado que estéis hechos 
          del Alameda vigilantes guardas, 
          injusto premio a tan heroicos pechos,
          en lugar de cercaros de alabardas
          da por sentencia Peña, vuestro amigo, 
          que a medida corten dos albardas, 
          porque dejáis entrar por el postigo
          del geométrico trato y vil canalla
          tal rota de japel, pago y ombligo".
   Y en una directa alusión a la degradación del lugar, en contra del deseo del conde de Barajas, continúa:
          "Venga Zapata y su jardín reforme,
          que pues lo hizo al culto de Diana,
          no es bien que al de Venus se transforme."
   La conciencia de que se trataba de un enclave por igual noble y degradado seguía viva a mediados del XIX, cuando el duque de Rivas evoca su pasado esplendor en estos términos: "Muy linda y elegante debía estar cuando toda la nobleza sevillana concurría a ella y sólo a ella, porque no había otro paseo ni punto de reunión, siendo, por lo tanto, el terreno de la belleza y del lujo y el teatro del trato ameno y de los conciertos amorosos. La Alameda entonces sería una especie de jardín de encantamiento con tan­to brial de brocado, con tanto manto de tafetán de Florencia, con tanto encaje de Flandes, con tantas plumas y sombrerillos, con tantas ropillas de raros y risueños terciope­los, o de espléndidos y brillantes rasos, con tantas calzas de diferentes colores, con tantas capas bordadas, tantos hábitos, tantas cadenas, tantas tocas y sombreros con cintillos, toquillas y penachas; tantos extranjeros, soldados, frailes, estudiantes, con tanta da­ma, tanta tapada, tanto valentón, tanto do­naire, tanto ceceo, tanto amorío, tantos celos, tanto chasco y tanta trapacería". 
   La función principalmente recreativa que la Alameda desempeñó a raíz de la gran reforma se completaba en los siglos XVI y XVII con otras actividades. Con anterioridad había tenido allí su academia el humanista Juan de Mal Lara, y en el XVII se instaló el colegio y monasterio de San Francisco de Paula. Y en sus amplios espacios debieron pronunciarse "sermones y pláticas" religiosos, tal como se recoge en la obra del P. Pedro de León, Grandeza y miseria en Andalucía, escrita en 1616. En ese mismo siglo recorrió la Alameda, en su entrada en Sevilla, el rey Felipe IV, que había accedido a la ciudad por la Puerta de la Macarena. En tor­no a la Cruz del Rodeo, en el extremo norte del paseo, tuvo lugar el suceso de la muerte violenta de don Per Afán de Ribera, hijo de los condes de la Torre, por la mofa que este joven hizo a unos trabajadores. A mediados del s. XVIII vio algo mermado su protagonismo como sitio preferido de los sevillanos. La razón fue el trazado de un nuevo paseo arbolado a lo largo del Arenal, entre la Puerta de Triana y la Torre del Oro, al que Chaves Rey describe como "otra alamedita, que aunque nació enfermiza, empezó a hacer gracias cuando niña y a llamar la atención cuando joven, hasta que desbancó ¡cosa natural! a la Alameda, ya vetusta y provecta y le echó a cuestas nada menos (¡ánimas benditas!) el dictado de Vieja, que la desplomó" (Cosas nuevas y viejas). A pesar de ello son muchos los testimonios documentales y literarios que siguen haciéndose eco del ambiente del viejo paseo. Así lo refleja, por ejemplo el viajero Townsend, y el sevillano José María Blanco White: "Los paseantes de la Alameda son una pintoresca multitud de militares de uniforme, sacerdotes con sus sotanas, manteos y tejas..., y caballeros embozados en sus capas o vestidos con cualquier clase de uniforme" (Cartas de España). Sigue, pues, siendo paseo aristocrático y a la vez popular, y es precisamente en el XVIII cuando se tienen las primeras noticias de las veladas de San Juan y de San Pedro, que han perdurado hasta la primera mitad de nuestro siglo. En verano eran frecuentes las atraccio­nes nocturnas, con toques de violines y clarines, precedentes, sin duda, del ambiente flamenco y de las famosas murgas posteriores. No faltan tampoco las referencias a los delincuentes, que practican una curiosa forma de asalto a los carruajes que transitan por allí. Un bando del asistente de 1744 prohibe "que persona alguna de qualquier estado y condición que sea, se arroje a los coches en los paseo de la ciudad... y por el mero hecho de subirse en los estrivos y varas de los coches o llegarse a ellos con las caras cubiertas ni embozadas se les declare por incursas en la pena de presidio" (Sec. 13, s. XVIII, t. 2, núm.10-11). Hay asimismo vela­das alusiones a la prostitución, cuando en un acta capitular de 1777 se acuerda poner luces "que eviten la obscuridad y por este medio las muchas ofensas a Dios que de noche hacen las gentes que con motivo de tomar el fresco concurren en dicho sitio". En esa misma época abundan en sus alrededores los artesanos de la seda y los tintoreros, blanco de las protestas del vecindario por lavar sus paños en los pilones de las fuentes y ensuciar alcantarillas y desagües.
   Las inundaciones de la ciudad seguían siendo frecuentes. Precisamente a consecuencia de una de ellas (que dañó seriamente el castillo de Triana) el tribunal de la Inquisición fue trasladado a la Alameda en 1785, al llamado Colegio de las Becas, al final de la actual calle Jesús del Gran Poder, donde permaneció hasta su abolición en el primer tercio del s. XIX. Desde mediados de ese siglo la Alameda conoce una revitalización como lugar festivo y de recreo público. Las veladas de San Juan y de San Pedro adquieren gran auge, en torno a los aguaduchos y neverías que colocan veladores al aire libre. El Ayuntamiento ilumina la zona con farolillos, y ofrece juegos artificiales y conciertos; se instalan tío-vivos, puestos de juguetes y dulces. La mayor actividad se registra en los meses de primavera y verano. Hacen su aparición los circos, como el de Mr. Price, con funciones acrobáticas y gim­násticas y espectáculos ecuestres; los títeres, aquí llamados "cristobitas", por el personaje de Juan Misa el Sevillano, que Luis Montoto vio en una de sus barracas: "Cristóbal o Cristobita... seguía siendo el compendio, la suma de todas las cualidades del hombre del pueblo en Andalucía, llevadas al último grado. Valiente hasta la temeridad, camorrista, pendenciero, zumbón (si los hay), generoso con el necesitado, altivo con el poderoso y amigo de zambra. Cristobita es, como personaje que preside en un poema dramático, creación más real que las principales figuras de los dramas realistas del día" (Algo que se va). Se levantan teatros de verano, como el Novedades, cafetines-cantantes, fonógrafos y más tarde cinematógrafos (como el Alameda, inaugurado en 1906), que han permanecido hasta mediados del siglo actual y que conocieron su mayor esplendor en la década de 1930, en la que "ya de noche la animación giraba en torno a los cines de verano. En aquellos momentos llegaron a coexistir en la Alameda, sin problemas de interferencias porque el cinematógrafo aún era mudo, hasta tres: el Vigil, el Villaconchita (que lue­go se llamaría Hispano y más tarde Español) y el Villasol. Aunque la murga era, aparentemente, un complemento de la función de cine para rellenar los descansos en las proyecciones, el éxito del espectáculo se explicaba en buena parte por la presencia de estos grupos de ingenuos y bufos cantautores que, sin traspasar los límites de lo que la época estimaba como "borde", ponían en solfa modas, costumbres y personajes, comenzando por ellos mismos, lo que les legitimaba, en cierto modo, para reírse de los demás. Soldados, parados y obreros de paga escasa que no podían adquirir sus entradas se conformaban con apiñarse desde primera hora en las vallas que acotaban los recintos, sufriendo contactos y promiscuidades inconvenientes de homosexuales y descuideros. Las broncas llegaban más de madrugada, aunque la proximidad de una comisaria en la calle Jesús del Gran Poder impedía que los escándalos pasaran a mayores." (J. Aguilar, Los carnavales y la murga sevillana de los años 30). 
 Al margen de esta función recreativa, el entorno de la Alameda seguía siendo asentamiento de los operarios del arte de la seda y tintoreros, y sede de un mercado de caballos. Era también punto de mítines, manifestaciones políticas y lectura pública de periódicos exaltados y antigubernamentales, como El Huracán, que se leía, según recoge Santiago Montoto, en el café Alameda, "sede de los más recalcitrantes patriotas... a favor delas ideas liberales". En 1820 se dio un gran banquete a las tropas del general Rie­go, y en l87l, como recuerda Blanca de los Ríos, una gran fiesta nocturna por la proclamación de la República Federal: "En la Alameda de Hércules, donde, rodeados de sartas de llamitas de gas lucían los retratos de Castelar, Ruiz Zorrilla, Figueras, Pi y Margall, etc., en torno del gran cuadro de la gitana Andandona, es decir, de una República Federal que parecía pintada por algún cabe­cilla carlista, según era de zafia, corpulenta y ordinariota la bellaca" (Cuentos andaluces). El 13 de junio de 1823 estalló el depósito de pólvora del edificio de la Inquisición. Por aquellas fechas tenía su cuartel en la Alameda la unidad que más tarde seria el Regimiento de Artillería 14, que permaneció allí hasta 1836. El paseo se utilizaba todavía a mediados del s. XIX (en la época que vivió en una de sus casas núm. 37 el poeta Gustavo Adolfo Bécquer) para instrucción militar de los quintos. La prensa de la época reitera los peligros de rateros y jugadores de ruletas, y considera el sitio como el gran centro de la prostitución sevillana, carácter que se ha acentuado en la primera mitad del s. XX.
   Atención especial hay que prestar a lo que la Alameda de Hércules ha significado también para el mundo del flamenco. Desde mediados del XIX hay noticias de que en sus aguaduchos se cantaban coplas con acompañamiento de guitarras y palillos. Y en 1878 Silverio Franconetti instala un café-cantante de verano, que se cerraba en el mes de septiembre. Más tarde, ya a comienzos del XX, el ambiente flamenco convive con las famosas murgas populares, que en torno a los quioscos acristalados congregaban a un público regocijado con las letras, desenfadadas, críticas y llenas de sal gruesa, de personajes como Pujares, Regaera, Carabolso, Manolín, Escalera, etc. En Sevilla las murgas no estaban necesariamente asociadas al Carnaval y aunque actuaban en diferentes lugares de la ciudad, fue en la Alameda donde adquirieron su mayor notoriedad en la década de 1930. En la primera mitad de nuestro siglo el paseo y sus aledaños (especialmente la zona de la Europa) fue el gran enclave flamenco de Sevilla, lugar de concentración de cantaores y figuras del baile y de fiestas y juergas. Grandes personalidades del cante del s. XX, como la Niña de los Peines, Manuel Torres, Caracol, Vallejo, Antonio Mairena... han vivido en la zona o han estado estrechamente ligados a sus bares, colmados y centros del flamenco (La Sacristía, en la esquina de Santa Ana; el salón Zápico en la calle Leonor Dávalos; Las Siete Puertas y el Pasaje de la Europa, etc.). Un mundo muy relacionado con el de los toros, que también dio carácter a la Alame­da, pues en una de sus casas (núm. 73) vivía la familia de los Gallos y en otra la de Chicuelo. La vinculación de la dinastía torera de los Gallos con la Alameda fue tan estrecha, que cuando murió Joselito en 1920 colocaron, a petición de los vecinos, unos grandes crespones de luto en las columnas del paseo. Y el poeta Rafael Alberti concluyó su Joselito en la gloria con estas palabras del torero: 
        "Que pueda, Virgen, que pueda 
          volver con sangre a Sevilla
          y al frente de mi cuadrilla 
          lucirme por la Alameda".
   El proceso de degradación urbanística y social de la Alameda se fue acentuando en los años de la postguerra, en los que dejó de ser paseo y centro de diversión popular (con la excepción, quizá, de los cines de verano) para convertirse en un lugar poco frecuentado por los sevillanos, a pesar de su céntrica situación y de que los puntos de prostitución (y ahora de venta y consumo de droga) se concentran propiamente en las calles laterales, con abundancia de bares de alterne, pubs y salas de fiesta de tono bajo. Antonio Burgos escribe en su Guía secreta de la ciudad que "hasta nuestros días Sevilla pecó alegremente en la Alameda". El intérprete de sevillanas Paco Palacios "El Pali", recientemente fallecido, ha difundido con acento nostálgico y hecho popular con sus coplas el viejo ambiente de cantaores, bailaores y murguistas, la famosa Pila del Pato y la academia del maestro Realito, en la esquina de Trajano, vivero de grandes artistas del baile. Y el novelista Manuel Barrios ha recreado, entre otros muchos, la pintoresca "fauna" humana (prostitutas, cantaores y tipos extravagantes) de aquellos años: "Luis Medina piensa en sus primeros pasos por el mundo -aquel mundo que su padre había sabido conquistar a pulso y cartera-, entre la música estridente del "Conga" y el whisky falsificado de "Las Siete Puertas". Y recuerda a aquellos personajes de la Alameda que han cambiado de mundo para probar las naves por otros vientos o que han muerto, quién sabe cómo (Concha, la alcahueta de las gafas ahumadas que pedía un café con mostachones a cambio de una muchacha todavía virgen. El Culata, reflejada en su calva de augusto la luz de "El Pasaje". Azcalcóllar, grave y postinero, poseído del empaque de su fandago. Fregenal, callado y enteco, con su voz de niña enferma. Y el violinista a quien llamaban irónicamente Sarasate, intentando un vals de Tchaihowsky bajo la fotografía de Fleming que presidía los anaqueles de todos los bares, en el más fervoroso homenaje al sabio que les había desterrado al hierro candente dela blenorragia. El caricaturista que cambiaba su arte por un vaso de "Valdepeñas". Y el ilusionista de los más asombrosos juegos de mano en los mostradores. Y aquel vendedor de periódi­cos, gordinflón y baboso, que un día voseó, imperturbable, la noticia de su propia muerte por las calles Lumbreras y Santa Ana y Hombre de Piedra. De todo aquello sólo queda el silencio, la soledad de las viejas es­finges de bronce -Las Sirenas-, con el perfil de los pechos valentones, y el agua quieta, verde, del estanque" (La Espuela).
   En la actualidad la Alameda sigue ofreciendo un aspecto marginal y descuidado, entre otras razones por la persistencia de la prostitución y por el deterioro del caserío. Posee algunos comercios muy dispersos y variados. La máxima concentración comercial y la mayor animación se registra en las inmediaciones de Trajano y Amor de Dios, en torno al bar las Maravillas y al multicine Alameda (núm. 10), con sala de bingo y pequeñas tiendas, que fueron la primera sala múltiple de cine y el primer "drugstore" que se abrieron en Sevilla, a comienzos de los 70. Allí se han instalado recientemente varios establecimientos que generan cierto movimiento peatonal en una zona tradicionalmente tranquila. El paseo central presenta gran abandono, y es utilizado por grupos de muchachos que juegan al fútbol y por ancianos que toman el sol en sus escasos bancos. En los últimos años se viene celebrando en las mañanas de los domingos un mercadillo de objetos antiguos, otra especie de "Jueves", que está cobrando mucho auge y que concentra numerosísimo público. Los paseos laterales soportan un intenso tráfico rodado. Siempre hubo allí paradas de carruajes y más tarde de tranvía y autobuses, pues la calzada de la derecha canaliza el gran flujo de vehículos que, procedente de la "ronda", se dirige hacia el centro histórico de la ciudad. Hasta los años 60 radicaba en la Alameda el cuartel de la Policía Armada. Salvo en las mañanas de los domingos, con ocasión del nuevo mercado, no hay otras concentraciones publicas. Con la excep­ción, quizás, de las motivadas por el paso de algunas cofradías (Hiniesta, Monte Sión, Macarena, La Lanzada) que bordean este espacio por su lado sur [Antonio Collantes de Terán Sánchez, Josefina Cruz Villalón, y Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993]. 
   Hay que señalar que entre 2005 y 2008 se produjo la reurbanización integral de la Alameda de Hércules, muy polémica, por otra parte, puesto que la transformó profundamente, abandonándose la idea primigenia de Jardín público con la que fue concebida en el siglo XVI.
Alameda de Hércules, 15. Casa de dos plantas del siglo XVIII, de tipo popular, con una interesante buhardilla en la fachada de la calle Santa Ana. Ha sufrido algunas reformas posteriores.
Alameda de Hércules, 16. Casa de dos plantas y ático con arcos de medio punto separados por pilastras.
Alameda de Hércules, 34: CASA DE LAS SIRENAS. Casa del siglo XIX de dos plantas, de estilo francés, ejemplar único en la ciudad. Actualmente se encuentra cerrada y abandonada [Afortunadamente se restauró en 1998, pasando a tener uso como Centro Cívico].
Alameda de Hércules, 93. Casa de dos plantas y ático con arcos de medio punto, con claves resal­tadas, y separados por pilastras rematadas por ménsulas. En los fustes de estas pilastras aparece el año 1698 [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor a Hércules, el héroe mitológico a quien está dedicada esta vía;
   En el siglo X antes de Cristo llegaron los primeros navegantes fenicios a las costas hispanas. Uno de ellos, llamado Melkart era más atrevido y sobrepasó el estrecho de Gibraltar, límite conocido del mundo en aquella época. Bordeando la costa encontró la desembocadura del Guadalquivir, que en aquella época se encontraba a la altura de Coria del Río, y remontó su curso hasta el lugar en el que hoy se encuentra Sevilla. En un brazo del río situado en la zona de Plaza del Salvador-Plaza de la Pescadería estableció una colonia comercial, que recibió el nombre de Spal, “llanura junto a un río”. 
 La leyenda afirma que, sin embargo, aquellas tierras ya estaban pobladas por los turdetanos, que al mando del rey Gerión, vivían del comercio de las pieles y cueros de los numerosos toros bravos que ocupaban colinas y llanos de la región. Melkart derrotó a Gerión y no sólo lo sometió a vasallaje comercial, sino que impuso la religión egipcia sobre las creencias primitivas que profesaban los turdetanos. Cuando murió, fue considerado héroe, santo y dios, cambiándose, con el tiempo, su nombre, primero por Herakles y más tarde por Hércules. 
   La realidad es que los ciudadanos fenicios de las ciudades originarias, Tiro y Sidón, denominaban turdetanos a los fenicios establecidos en estas tierras.
   Sin embargo, los ciudadanos de Sevilla siempre han reconocido oficiosamente a Hércules como fundador y, por ello, encontramos su efigie en el arquillo del Ayuntamiento (a la izquierda, mirando de frente en la fachada que da a plaza de san Francisco) y, acompañando a Julio César, en las columnas de la Alameda que lleva su nombre. Columnas que procedían del templo dedicado a Apolo que se descubrió en la calle Mármoles. 
   Lo del templo de Apolo hay que matizarlo. Recientes descubrimientos han considerado que  las columnas no proceden de un templo, sino del pórtico del antiguo Foro romano de la ciudad. Igualmente se ha comprobado que no proceden de Egipto, como se afirmaba popular y alegremente, sino que se trata de un granito gris (no son de mármol, a pesar del nombre de la calle) típico de Turquía. También se afirmaba que databan de la época de Julio César, pero la datación científica las han situado en época imperial, entre finales del siglo I y principios del siguiente.
   Estas columnas no fueron descubiertas al público hasta el siglo XIX, ya que se encontraban dentro de la casa que ocupaba aquel solar (parecido a lo que ha sucedido recientemente con el claustro románico de Palamós). Se sabe a ciencia cierta que existían seis columnas, según recogen cronistas de la época: una se cayó durante su transporte y quedó destrozada; dos más se encuentran en la Alameda de Hércules; las tres restantes permanecen en la calle Mármoles.
   También en el arco que existía en la Puerta de Jerez, destruido en el siglo XIX, había una inscripción en latín, cuya transcripción sería:
     Hércules me edificó
     Julio César me cercó
     de muros y torres altas,
     y el rey santo me ganó
     con Garci Pérez de Vargas.
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Alameda de Hércules, de Sevilla, dando un paseo por ella. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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La plaza Alameda de Hércules, al detalle:

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