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viernes, 15 de octubre de 2021

La pintura "Santa Teresa de Jesús", de José de Ribera, en la sala IX del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Teresa de Jesús", de José de Ribera, en la sala IX del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
    Hoy, 15 de octubre, Fiesta de Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, la cual, nacida en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden Carmelitana, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha; en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios, pero a causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado. Compuso libros, en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia (1582) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "Santa Teresa de Jesús", de José de Ribera, en la sala IX del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
   El Museo de Bellas Artes, antiguo Convento de la Merced Calzada [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
    En la sala IX del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Santa Teresa de Jesús", de José de Ribera (1591 - 1652), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco tenebrista, de escuela italiana, realizado hacia 1630, con unas medidas de 1'31 x 1'06 m., procedente de la donación de D. Juan de la Cámara y Urzaiz, en 1961.
   Según don Alfonso Pérez Sánchez , dicho en visita al museo, podría ser del Taller de Ribera, quizás de un pintor cercano a él y a Lucas Giordano. Le recuerda mucho a Lucas Giordano el grupo de ángeles que hay en la zona superior izquierda  (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla). 
     Aunque la mayor parte de su vida transcurrió en Italia, Ribera es por su origen y temperamento de marcado carácter español. Por otra parte su existencia transcurrió principalmente en la ciudad de Nápoles, que en el siglo XVII pertenecía a la corona española. Nació Ribera en Játiva en 1591 y desde 1611 se sabe que estaba ya en Italia. En 1616 se estableció en Nápoles, entrando al servicio del virrey de España. Allí pintó intensamente hasta la fecha de su muerte, acaecida en 1652.
     Tres obras de este artista se conservan en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Aunque muy dañada de antiguo y alterada su calidad original por pésimas restauraciones, la Santa Teresa de Ribera del Museo de Sevilla, es sin duda un excelente original del maestro, atestiguado por otra parte por la firma que lleva la pintura y la fecha de 1630. A la hora de captar el rostro de la santa, Ribera ha prescindido de lo poco afortunada imagen original que de ella hizo Fray Juan de la Miseria y ha optado por crear un bello rostro juvenil imbuido de una profunda expresión mística. La representación de la pintura describe claramente el instante inmediatamente anterior al episodio de la transverberación, ya que en la parte superior aparece envuelta en nubes la flecha de fuego que, enviada por querubines, se dirige hacia el corazón de la Santa para atravesarlo y producir su éxtasis (Enrique Valdivieso, Pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991). 
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia;
     Nacida en 1515, en Ávila, en el seno de una familia de judíos conversos (¿?), a los dieciocho años ingresó en el convento de las carmelitas. En su autobiografía escrita en 1562 (El libro de su vida [1562-1565]; el Libro de las fundaciones [1573-1582] y el Libro de las Relaciones o Cuenta de conciencia [1560-1579]) y en el tratado que tituló Castillo interior o Las moradas (1588) ha relatado sus visiones y éxtasis: le parecía que su alma le arrancaba el cuerpo enfermizo, sometido a accesos de catalepsia, y que la consumía. Tan práctica y enérgica como mística y contemplativa, a fuerza de obstinación consiguió la reforma de su orden. Radicó su primer convento reformado en Ávila, bajo la advocación de San José, a quien había adoptado como patrón. Murió en Alba de Tormes, el 4 de octubre de 1582, pero a causa de la reforma gregoriana del calendario, que suprimió once días, su fiesta se trasladó al 15 de octubre.
CULTO 
     Fue beatificada en 1610 y canonizada en 1622. Su corazón se venera en el convento de las carmelitas de Alba de Tormes, en él se muestra la herida que le infiriera el dardo de un serafín.
     Protectora de España, de Ávila y de Valladolid, y de la orden de las carmelitas, se convirtió en la patrona de la reina María Teresa de España, esposa de Luis XIV de Francia.
     Como a Santa Odila de Alsacia, se la invocaba para el alivio de las almas del purgatorio y contra las enfermedades cardíacas.
     Era la santa patrona de los galoneros, porque las carmelitas bordaban ornamentos eclesiásticos.
     En España se la ha elegido de manera un tanto inesperada como patrona de la Intendencia militar, sin duda no a título de mística, sino por haber sido reformadora de su orden, que administró con un notable sentido práctico.
ICONOGRAFÍA
     Sus atributos son un ángel atravesándole el corazón con una flecha de fuego y una paloma inspiradora que planea sobre su cabeza (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Santa Teresa de Jesús, personaje representado en la obra reseñada;
     Teresa de Cepeda y Ahumada; Teresa de Ahumada; Teresa de Ávila, Santa Teresa de Jesús (¿Gotarrendura, Ávila?, 28 de marzo de 1515 – Alba de Tormes, Salamanca, 4 de octubre de 1582). Monja carmelita descalza (OCD), fundadora de monasterios de monjas y frailes contemplativos (o descalzos), mística, escritora.
     Su padre, Alonso Sánchez de Cepeda, era hijo del converso Juan Sánchez de Toledo, afortunado mercader, casado con Inés de Cepeda. Don Juan había judaizado y fue penitenciado por la Inquisición. A raíz de este trance, tuvo que trasladar su negocio de paños a Ávila, donde volvió a prosperar, educando sus hijos cristianamente y casando a todos con familias hidalgas. No cejó hasta alcanzar en 1500 una ejecutoria que le hizo emparentar con un caballero de Alfonso XI. Su hijo, Alonso Sánchez de Cepeda, se casó en 1505 con Catalina del Peso e instaló su domicilio en las que fueran “Casas de la Moneda”. 
   La mujer murió dos años después, dejándole dos hijos: María de Cepeda y Juan Vázquez de Cepeda. En 1509 Alonso contrajo segundas nupcias con Beatriz de Ahumada, de quince años, que residía en Olmedo con su madre, Teresa de las Cuevas. La boda se celebró en Gotarrendura, donde los padres de Beatriz tenían casa señorial. Allí nació la primera hija de Beatriz, el 28 de marzo 1515, que recibió el nombre de la abuela y el apellido de su madre: Teresa de Ahumada.
     Algunos autores se inclinan por Ávila como lugar de nacimiento de Teresa.
     Toda su vida, Teresa de Ahumada tuvo que enfrentarse con una triple limitación socio-cultural y religiosa: era mujer y monja en una época en que la cultura dominante, el saber y el poder, en la sociedad y en la Iglesia, estaban totalmente en manos de los hombres; además, pertenecía a una familia de mercaderes; por último, era hija de conversos en una época en que se impusieron en Castilla los Estatutos de Limpieza de Sangre. Este dato da idea de su enorme repercusión en la biografía teresiana. Los Cepeda, a pesar de haber suprimido el hebraizante apellido de Sánchez figuraban como “modelo de familia judeo-conversa”. El comprobar ascendencia hebrea era la mayor infamia; de ahí las “ejecutorias de hidalguía”, como era el caso de los Sánchez de Cepeda.
     Debe acentuarse, pues, la importancia que tuvo en la formación y actuación social-religiosa de Teresa de Ahumada el origen converso de su familia. Así, el tema de la honra, tema central de los escritos teresianos, corresponde a la obsesión por la “negra honra” de parte de los conversos. Américo Castro ya nota en la nieta del converso toledano “un anhelo de compensar con linaje espiritual la carencia de uno socialmente aceptable”. Teresa conoció los esfuerzos de su padre y de sus tíos conversos para lograr una declaración de hidalguía. Pero, hablando de sus padres, no dice que fueron “hidalgos”, sino “virtuosos y temerosos de Dios”. La atmósfera cultural-religiosa en la cual Teresa se educó es por ella caracterizada cuando escribe: “Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos éstos”, y de su madre declara: “Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme, de edad —a mi parecer— de seis o siete años”. La niña precoz pasó a ser la habitual compañera y confidente de doña Beatriz, que la enseñaba a leer y escribir. El temor a que sus hijas sufrieran la influencia de los alumbrados inducía a padres de familia a negarse a que sus hijas aprendiesen a leer y escribir. Tal temor no existía en casa de los Cepeda y Ahumada. La actitud de Alonso y Beatriz a este respecto era innovadora para la época. El libro que dejó una huella indeleble en Teresa y en su hermanito Rodrigo era el Flos Sanctorum, que tenía la vida de Cristo y de muchos santos. “Espantábanos mucho —dice ella— el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos... Gustábanos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre, siempre!”.
     Y concluye: “En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad”.
     En los umbrales de la adolescencia, Teresa perdió a su madre. Se le abrió un gran vacío afectivo. Después de una temporada de devaneos mundanos, Alonso recogió a su hija en el Convento de monjas Agustinas Santa María de Gracia, como doncella de piso.
    Tal “mudanza” de la casa de su padre a un mundillo monjil significaba para Teresa una seria confrontación con su destino. En María de Briceño, maestra de novicias y de las doncellas, encontró la joven Teresa a “la amiga de más edad”, la confidente de sus intimidades, que le quitó “algo de la gran enemistad que tenía con ser monja”. En su alma empezó a surgir “la verdad de cuando niña”. Confiesa: “A cabo de este tiempo [...] ya tenía más amistad de ser monja”. Su proceso biográfico espiritual tomó un rumbo definitivo en el encuentro con su tío Pedro Sánchez de Cepeda, converso retraído y lector de “buenos libros en romance”.
     Teresa escribe: “Aunque no acababa mi voluntad inclinarse a ser monja, veía era mejor y más seguro estado, y así poco me determiné a forzarme para tomarle”.
     Además, en casa de su tío, dice: “Leía en las Epistolas de San Jeronimo, que me animaban de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era como a tomar el hábito”. Teresa, “la más querida de su padre”, tuvo que ver cómo éste se puso delante “con ruegos, lágrimas y suspiros por detenerla”. Pero, “lo que más se pudo acabar con él fue que después de sus días haría lo que quisiese”. Entonces, ella planeó una fuga, el día de Ánimas, 2 de noviembre 1535, y tomó el hábito en el Monasterio Carmelita de la Encarnación, donde tenía “una grande amiga”, Juana Suárez.
     De gran importancia para su evolución era la lectura del Tercer Abecedario de Francisco de Osuna, en casa de su tío Pedro Sánchez de Cepeda. Este libro, que “trata de enseñar oración de recogimiento”, dejó una huella decisiva en su alma; pero, pronto tuvo que dejar aquel recogimiento, cuando le sobrevino una tormenta de “grandes enfermedades”, desmayos y ataques de corazón; una extrema ruina física, que el 15 de agosto 1539 llegó a una terrible crisis: permaneció casi cuatro días sin conocimiento. Siguieron tres años de una lenta recuperación psicosomática, remontándose también su alma en el fervor espiritual.
     Con la vuelta a la vida, surgió de nuevo el conflicto del amor. Inexperta en la vida espiritual, y sin guía, continuaba esforzándose en cumplir el consejo del Tercer Abecedario; “en comenzando a tener algo de oración sobrenatural, digo de quietud, procuraba desviar toda cosa corpórea”, incluso la Humanidad de Cristo. A partir de este momento, hizo todo lo posible para fundar la oración en la Humanidad de Cristo, buscando ayuda de “personas espirituales”. La gracia de la contemplación deja notar su influencia, inquietando el alma. Tal inquietud conducirá a Teresa hacia la compañía de Dios, como “Amigo verdadero”. 
    Y “comenzando a quitar ocasiones y a darme más a la oración —confiesa ella— comenzó el Señor a hacerme las mercedes”, a saber, “a darme muy ordinario oración de quietud y muchas veces de unión que duraba mucho rato”. Luego, Cristo se le aparece “con mucho rigor” para darle a entender que no le agrada cierta relación amistosa. También necesitará la fuerte emoción afectiva ante la imagen del Ecce homo, un Cristo “muy llagado”, para su conversión, profundizada por la lectura de las Confesiones de san Agustín. Gracias a la dirección acertada del jesuita Juan de Prádanos, llegó, a continuación, al desposorio espiritual. Tal vida en compañía de Dios, señal del desposorio con Él, trasladará el centro de gravedad de su vida espiritual hacia la experiencia de la amistad con Dios. Su evolución hacia la madurez afectivo-espiritual fue un proceso de identificación cristológica: Teresa de Ahumada se convirtió en Teresa de Jesús.
     Al aumentarse las mercedes místicas, ella tuvo que enfrentarse con las injerencias y censuras de confesores, teólogos y amigos temerosos sobre las experiencias místicas de la monja visionaria. Ella temblaba ante la idea de que considerasen sus visiones y arrobamientos como “cosas de mujercillas que siempre las había aborrecido oír”. “Andaban los tiempos recios”, recuerda la madre Teresa, y no extraña que alguien expresase la temible sospecha de “que podría ser me levantasen algo y fuesen a los inquisidores”. Y, además de ser mujer y mística, debió de constituir un factor de peligro, la ascendencia judeoconversa de la madre Teresa y de varias de sus amigas, candidatas para el hábito en la nueva fundación de San José de Ávila. La participación de los “cristianos nuevos” o “conversos” en el movimiento iluminista era notable.
     Los alumbrados habían sembrado terror y, en 1559, el pánico de la infiltración erasmista y protestante llevó la Inquisición a tomar medidas drásticas contra los “espirituales”, especialmente contra las mujeres. El inquisidor general, Fernando de Valdés, publicó su Índice de libros prohibidos, en el que se prohibían las traducciones de la Biblia y los libros espirituales en romance. Tal intervención oficial dejó a la madre Teresa profundamente afectada. Tal frustración se convirtió en un rehacimiento espiritual al oír en su interior la voz del Señor: “No tenga pena, que Yo te daré libro vivo”. Ella declara: “Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades”. La propia experiencia espiritual, el Evangelio vivido como Teresa de Jesús, será el libro vivo; tal como ella describe su experiencia de la unión con Dios: “Es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía. La que he vivido desde que comencé a declarar estas cosas de oración es que vivía Dios en mí”. Poco después, el día 29 de junio 1559, tuvo la primera visión intelectual de Cristo. Luego, las visiones comenzaron a ser imaginarias. Con todo eso, la exasperación de sus censores llegaba al paroxismo y algunos la querían exorcizar. Sin embargo, día por día arreciaban sus ímpetus de amor; entre éstos fue célebre la “merced del dardo”, la famosa visión de la Transverberación.
     Después ocurrió otra novedad, la más azarosa, los arrobamientos, que la sacaban de sí y la levantaban del suelo. Se lanzaban mil juicios contradictorios contra la monja “visionaria”. La tenían por endemoniada.
     Ella protesta: “No entiendo esos miedos: ¡demonio, demonio!, adonde podemos decir: ¡Dios, Dios!, y hacerle temblar...; tengo ya más miedo a los que tan grande le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho”. Y “creció de suerte este miedo —dice ella— que me hizo buscar con diligencia personas espirituales con quien tratar”. Después de la ida del jesuita Juan de Prádanos en 1559, no encontró a directores espirituales que tenían experiencia en su camino espiritual. Bajo este aspecto había sido importante el encuentro de Teresa con Francisco de Borja, a fines de mayo de 1554. Este hombre espiritual, después de haberle oído, le dijo “que era espíritu de Dios, y que le parecía no era bien resistirle más”. Tal consejo significó un paso decisivo para fundar toda su vida en la Humanidad de Cristo. En un segundo encuentro, por abril de 1557, Teresa le consultó si en la contemplación podían andar sueltas las otras dos potencias, el entendimiento y la memoria, mientras la voluntad gozaba embebida. El padre Francisco le dijo “que a él le acaecía”. Teresa se sintió comprendida en su experiencia de la oración de quietud.
     Del 17 al 25 de agosto 1560 estaba en Ávila otro espiritual, fray Pedro de Alcántara, con quien Teresa pudo hablar varias veces y la entendió “por experiencia”.
     Aparentemente inició el paso de los espirituales, Francisco de Borja y Pedro de Alcántara, por Ávila una fase más tranquila para la discutida vida espiritual de Teresa. Pero, la que más zozobraba en lo íntimo era la propia protagonista. Ella sigue sintiéndose marginada como mujer y mística en la sociedad y en la Iglesia española del siglo xvi; sobre todo le molesta la prevención rigurosa de ciertos teólogos e inquisidores contra las mujeres contemplativas. Además, mayores recelos despertaron sus actividades espirituales y la dirección como madre fundadora del movimiento contemplativo de mujeres y hombres.
     Ella apela a la actitud de Jesús hacia las mujeres que le seguían: “...veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres”. Ella reclama, sin más, el derecho a poder aportar como mujer y mística su experiencia contemplativa, y expresa tal aspiración como uno de los motivos que la inspiraron a escribir su autobiografía. En cuanto a su vivencia de acción y contemplación, Teresa de Jesús encuentra su figura de identificación en la Samaritana, que halla a Jesús cerca del pozo de Sichar, cree en su palabra y la comunica a sus paisanos (Jn. 4, 4-41): “¡Cómo la creyeron, una mujer!”. Esto era la gran revelación para Teresa. Podrá, pues, reconocer como justa su aspiración a tener autoridad como mujer y mística, identificándose espiritualmente con la samaritana y compartiendo sus ansias de hacer algo.
     A raíz de una visión horrenda, hacia fines de agosto de 1560, se preguntaba Teresa “qué podría hacer por Dios, y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su Majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese”. Ese era el punto de partida de su actividad fundacional. El acercamiento a Dios iba despertando un ideal de vida que contrastaba con aquella a que estaba sometida en la Encarnación. Además, contaba con un grupo de amigas, monjas y seglares que, animadas por su ejemplo, no se resignaban al status quo de la comunidad. Trataban con la madre Teresa de cómo reformar aquella casa, “acerca de lo cual la Santa dijo algunos razones..., trayendo a la memoria la soledad y retiro de los antiguos ermitaños de su Orden...”. Todo hace pensar que la madre fundadora estaba inspirada por la Institución de los primeros monjes, “el principal libro de lectura espiritual” de la Orden. En el siglo xvi era considerada como la Regla antigua, la fuente primitiva, aunque jurídicamente lo era la Regla dada por Alberto patriarca de Jerusalén alrededor de 1210. A la madre Teresa era conocida la Institución, pues su convento poseía copia manuscrita, en latín y romance, en un códice de mediados del siglo XV. Acerca de la vida según la Regla primitiva, la madre fundadora “fue ayudada y aconsejada” por el padre Antonio de Heredia, prior del Carmen de Ávila en 1564. En 1571, Jerónimo Gracián, el futuro fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, le mandó unos opúsculos de su propia mano sobre “cosas de la Orden y la Regla”, entre otros un compendio en romance del Libro de Juan Patriarca XLIV de Jerusalén, a quien ha sido atribuido la Institución hasta principios del siglo pasado.
     Cuando la gente se enteró del proyecto fundacional de la madre Teresa, surgió una oposición fuerte.
     En este período complicado de su itinerario espiritual —de 1559 a 1562—, período de “visiones y censuras”, embrollado más todavía por los inicios de su obra fundacional, la madre Teresa acudía con mayores ansias a los “letrados”, sabiendo que de la confrontación entre experiencia y doctrina debería salir la verdad. Ella no pretende ser “letrada”, sino sólo que los teólogos disciernan el carácter de sus experiencias y actividades espirituales.
     Así se comprende que la madre fundadora busca el amparo de los mejores teólogos ante aquella hostil barahúnda contra el proyecto fundacional, tanto de parte de sus hermanas monjas como de toda la ciudad. Teresa acudió a Pedro Ibáñez, dominico, “el mayor letrado que entonces había en Ávila”. A éste, el proyecto fundacional “se le asentó ser muy en servicio de Dios y que no había de dejar de hacerse”; además, “dijo la manera y traza que se había de tener...”, y “que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería”.
     Animadas por el apoyo del dominico, Teresa y sus amigas empezaron a poner por obra sus planes.
     Cuando ya estaban ultimando la compra de una casa, el provincial, Ángel de Salazar, revocó la licencia de fundar; “le pareció recio ponerse contra todos”. Ante tales perspectivas, Teresa acudió de nuevo al teólogo, Pedro Ibáñez. Este redactó un valiente Dictamen en favor del buen espíritu de la madre Teresa.
     Con el decidido apoyo del teólogo dominico, se comenzó a preparar la fundación: enviaron por los despachos a Roma y compraron una casa. Por fin, el 24 de agosto 1562, se inauguró la fundación del Monasterio de San José. “Estuve yo —dice la madre fundadora— a darles el hábito —a las cuatro jóvenes candidatas— y otras dos monjas de nuestra misma casa”, de la Encarnación. El maestro Gaspar Daza, en nombre del obispo, ofició y admitió a las cuatro primeras novicias, con las ceremonias del ordinario de la Orden, al hábito y Regla primitiva de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
     En Teresa de Jesús, los términos de “la primera Regla” o “Regla primitiva” tienen un contenido más “retroactivo” que lo que la letra de la Regla dada por Inocencio IV en 1247, que transformaba la Orden eremítica en mendicante, puede dar a entender. Tal Regla, en su forma adaptada a las circunstancias de Occidente, llamada por la madre Teresa y por todos los carmelitas “primera” o “primitiva”, había introducido elementos de la vida cenobítica y mendicante: la vida mixta, una transformación substancial del rumbo de la Orden, de origen eremítico. Sin embargo, aunque tiene la madre fundadora en sus manos la Regla de Occidente, transformada por Inocencio IV en 1247, sus intenciones miran más allá, al yermo primitivo del Monte Carmelo: oración y contemplación. Por otro lado, la reforma iniciada en San José, de Ávila, tenía un contenido claramente contrarreformista. En este trance de ansias apostólicas, recibe en abril 1567 la visita del general de la Orden, fray Juan Bautista Rubeo. A éste tocará interpretar los deseos de su alma y dar a sus ansias reformadoras y apostólicas el espacio vital que la madre Teresa busca para desencadenar la acción. Refiriéndose a este punto culminante de su encuentro con el padre Rubeo, escribe: “... con la voluntad que tenía que fuese muy adelante este principio, diome muy cumplidas patentes para que se hiciesen más monasterios, con censuras para que ningún provincial me pudiese ir a la mano. Estas yo no se las pedí, puesto que entendió de mi manera de proceder en la oración, que eran los deseos grandes de ser parte para que algún alma se llegase más a Dios”. Con la patente aludida, fechada en Ávila el 27 abril 1567, la madre Teresa llevará a cabo durante los quince años que le quedarán de vida una intensa actividad fundacional. En la mente de la fundadora había madurado la idea de completar su obra fundacional con la institución de unos frailes contemplativos y escribió al padre general una carta “suplicándoselo”.
     La respuesta del general, fechada en Barcelona, 10 de agosto de 1567, accedía a la petición. “Tales religiosos —dice— vivan perpetuamente juntos en la obediencia de la provincia de Castilla”. Sigue la patente con la famosa cláusula en la que el general quiere conjurar el peligro de una escisión. El tono alarmante de esta cláusula se explica por la enseñanza de las recientes incidencias, como la rebeldía inaudita de los hermanos Nieto, carmelitas andaluces, contra la obediencia a la Orden, la inminente “reforma del Rey” —bajo la jurisdicción de los obispos— y el conflicto con el Consejo Real, que había quitado al general Rubeo sus cartas credenciales para hacer la visita canónica en los conventos, y admitido los recursos de los frailes rebeldes contra las medidas tomadas por el general; el Consejo había impedido sistemáticamente, en conformidad con la ley de fuerza, la ejecución de las sentencias condenatorias del general contra los frailes díscolos y rebeldes, hasta rehabilitando por provisión real al ejercicio de sus oficios a frailes por el general expulsados de la Orden. Con todo, los recelos del general parecen, efectivamente, nacidos de una previsión de lo que iba a suceder; en los decretos del capítulo general de 1575 relativos a los “contemplativos” o descalzos, el mismo general escribe: “Siempre hemos tenido miedo de que surgiesen discordias y contenciones”.
     Los hostigadores pondrían también mano algún día en la obra fundacional de la madre Teresa y de sus “contemplativos”. Cuando la madre Teresa recibió la noticia de la concesión del general para que se fundasen dos conventos de carmelitas contemplativos, ya estaba en Medina del Campo, donde el 15 de agosto había fundado el segundo monasterio de sus descalzas. Pero pasaría más de un año hasta que pudiera inaugurarse en Duruelo la primera casa de los frailes contemplativos.
     El ulterior despliegue de su actividad fundadora con su primera salida de Ávila para erigir el Carmelo de Medina (1567) tomará forma intensiva; animada por el general Rubeo e inspirada por el objetivo misional de su obra fundacional, la madre Teresa da comienzo a sus “andanzas” fundacionales: a Malagón (1568), Valladolid (1568), Duruelo, religiosos (1568), Toledo (1569), Pastrana, religiosos y religiosas (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas (1575).
     No hay que olvidar que en esta fase decisiva salieron treinta monjas, más cuatro seglares, de la Encarnación a la Descalcez, de las que sólo ocho regresaron por falta de salud. Este monasterio había sido el “punto de partida de la reforma”. También es muy de tener en cuenta el hecho que en la reforma teresiana se hace caso omiso de los “Estatutos de Limpieza de sangre”.
     Otra idea que la madre fundadora tiene siempre en mente es la ubicación de sus conventos; éstos son ante todo espacios comunitarios de vida contemplativa y preferentemente de implantación urbana.
     “Fundar” significa para la madre Teresa una irradiación apostólica y eclesial: ella quiere fundar conventos de mujeres orantes por la Iglesia; crear desde la interior y pacífica ofensiva oracional. El historial de su ideología fundadora resulta ser su propio itinerario espiritual; nos revela el proceso de “arraigo e innovación”; su actividad fundacional no es una ruptura con el pasado, sino el culmen de la tradición contemplativa adaptada al contexto cultural-religioso.
     Tal nueva forma de vida carmelitana, más que de reforma, debe calificarse de obra creadora y fundadora. Ella misma nunca utiliza el título de “reformadora” en sus escritos. En la documentación de la Iglesia se le concede el título de fundadora. Más explícitamente, en documentos oficiales suele decir: “Yo, sor Teresa de Jesús, Fundadora de los monasterios de monjas descalzas de la dicha Orden”. Tanto en el breve de beatificación como en la bula de canonización se le da el título: “Fundadora de la Orden de carmelitas descalzos”.
     “Fundar” fue uno de sus carismas, documentado en el Libro de la Vida, “el más sobrecogedor de sus escritos, la más intensa revelación de un alma con que cuentan nuestras letras” (F. Lázaro Carreter). Su autobiografía del espíritu, “autorretratista más que autobiográfica”, es un género del que hasta entonces no había precedente en las letras españolas. Así puede F. Lázaro Carreter, con acierto, poner que Teresa como escritora “también en las letras fundó”. Existía como modelo clásico del Libro de la Vida las Confesiones de san Agustín. Allí halló ella un guía espiritual que configuraba el camino de recogimiento a raíz de su “conversión”.
     El Libro de la Vida había dejado asombrados a los confesores de la autora; pensaron que podía escribir un buen tratado de vida interior prescindiendo de las noticias autobiográficas. “Y mandáronle que lo trasladase e hiciese otro libro para sus monjas”. El confesor, Domingo Báñez, que se mostró reacio a entregar el Libro de la Vida a la lectura de las novicias y monjas jóvenes de San José, dio licencia para que la madre Teresa escribiese “algunas cosas de oración”. Escribió dos veces. La primera redacción, escrita para la intimidad, sin epígrafes ni división de capítulos, es el códice de El Escorial. Cuando Teresa comienza su “librillo” para sus monjas, “adonde les diese algunos avisos”, el número de monjas ha llegado ya a trece y fue necesario redactarlo en forma menos familiar. En la segunda redacción (códice de Valladolid), el planteamiento ha cambiado. Han desaparecido las comparaciones audaces y las experiencias personales. El título Camino de perfección fue asignado por la propia santa, aunque a veces lo llama “el librillo” y también “el paternóster.
     El primer problema que se planteó cuando la fundación de San José de Ávila fue el de la legislación. El breve de fundación de 2 de febrero de 1562 no sólo pone en marcha su tarea fundacional, sino que daba licencia a determinar el estilo de vida de la nueva comunidad.
     El primer núcleo de Constituciones fue de 1567, año en que las somete a la aprobación del general Rubeo. Esas páginas, en 1568, les sirven de base a fray Juan de la Cruz y a sus compañeros, para poner en marcha la vida contemplativa en Duruelo. Refiere el padre Ángel de Salazar: “Este testigo vio y aprobó los capítulos y regla de los dichos monasterios de descalzos, así de monjas como de frailes, que la dicha madre presentó ante el general de la orden, el cual general así mismo vio y aprobó la dicha regla; de ahí suelen llamárseles ‘Constituciones de 1567’”. Cuando en 1568 se funda el Convento de Duruelo, será ese el texto constitucional que les entregará la santa y que ellos pasarán del femenino al masculino y de la formulación monacal a la clerical. Las Constituciones de las monjas tratan en sendos capítulos de la legislación de la vida descalza: 1. Del orden que se ha de tener en las cosas espirituales. 2. De lo temporal: pobreza, trabajo, oficios comunes. 3. De los ayunos y penitencias. 4. De la clausura. 5. De recibir las novicias. 6. De la vida común. 7. De las enfermas (de la comida y recreación). 8. De las difuntas. 9. Sobre el quehacer de cada una en su oficio. Siguen los capítulos del capítulo de culpas y del código penal, tomado de un texto similar a las llamadas “Constituciones de la Encarnación”. “Con éstas —escribe Jerónimo de San José— se gobernaban las religiosas hasta el año 1581”. La puesta al día hízola la propia santa. La redacción definitiva fue obra de los descalzos en el capítulo de separación de 1581, al que la fundadora envió muchos memoriales.
     Al iniciar la reforma de los frailes —“los contemplativos”—, la madre Teresa se presenta como fundadora en la ejecución del proyecto. El 10 de agosto de 1568 se repetía el encuentro del año anterior en Medina, donde fray Juan, por mediación de la madre Teresa, decidió su participación activa en el movimiento contemplativo carmelitano. Ahora la comunión espiritual se intensifica en la fundación de las descalzas en Río de Olmos (Valladolid), adonde fray Juan acompañó a la madre fundadora. Ella le hizo de su propia mano el hábito de descalzo de “sayal pardo” con el que partió el 9 de agosto de 1568 para estrenar vida en Duruelo junto con fray Antonio de Jesús (Heredia).
     Medio año después, se presenta en Duruelo para ver cómo habían realizado los descalzos sus consejos. Ella estaba admirada, pero tiene un reparo: “Les rogué mucho no fuesen en las cosas de penitencias con tanto rigor que le llevaban muy grande” (F 14, 12).
     Poco tiempo después de la fundación de Duruelo, se hizo la fundación del segundo Convento de Descalzos en Pastrana, en cuya ejecución la madre fundadora tuvo parte activa. Conoció en Madrid a dos ermitaños italianos del Tardón: Ambrosio Mariano y fray Juan de la Miseria, que tienen la oferta de unas ermitas en Pastrana de parte de la princesa de Éboli. La madre Teresa los convenció de que podían realizar sus ideales participando en el movimiento eremítico-contemplativo del Carmen. La fundadora les preparó el hábito de descalzos y volvió a la profesión de ellos el 10 de julio de 1570.
     Fray Juan de la Cruz y la madre fundadora volvieron a encontrarse a primeros de 1571 en la fundación de Alba de Tormes (F 20). En la primavera de 1572 se abre el período más largo de convivencia de ambos en el mismo lugar. La madre Teresa había sido nombrada priora del Monasterio de la Encarnación por el visitador apostólico, Pedro Fernández, y, habiendo tomado posesión el 14 de octubre de 1571, logró persuadir al mismo visitador apostólico que nombrase a fray Juan de la Cruz como confesor-vicario de la Encarnación. Durante los años de Ávila (1572- 1577) la comunión se intensifica. La autoridad espiritual de fray Juan aumenta, así como su aportación en el intercambio de ideas y experiencia. Sin embargo, surgen rumores contra los viajes y actividades fundadoras de la madre Teresa de monjas descalzas y religiosos descalzos. A estos rumores se agregan las reticencias del nuncio Ormaneto. Crece la desconfianza por las fundaciones de descalzas y descalzos en Andalucía en el ánimo de su gran patrocinador el prior general Rubeo y del capítulo general, celebrado en Piacenza (1575), que oficiosamente intima a la madre fundadora al cese de sus viajes y la reclusión claustral. Ella regresa a Castilla, a Toledo y luego a su Carmelo de Ávila, para poner el Convento de San José bajo la jurisdicción de la Orden. Desde Toledo, donde llegó el 23 de junio de 1574, se quedó para presenciar los momentos dramáticos que se iban a desatar contra los descalzos. Los propios descalzos traicionaban al padre Gracián con informes detestables.
     Los confesores de la Encarnación, fray Juan de la Cruz y Germán de San Matías, eran apresados, golpeados y encarcelados por los del “paño”, y fray Juan de la Cruz había desaparecido, sin saber dónde se hallaba, y era en Toledo. El nuevo nuncio, Felipe Sega, mostrábase hostil a los descalzos. En fecha 23 de julio de 1576, había derogado la comisión apostólica del padre Gracián, que por el padre Francisco Vargas, dominico, visitador apostólico, había sido nombrado vicario provincial y visitador de los carmelitas de Andalucía (13 de junio de 1574) y luego por el nuncio Ormaneto con el padre Vargas in solidum, reformadores del Carmen en Andalucía (22 de septiembre de 1574); pero el Consejo Real había prohibido que le obedeciesen, enconando más con ello al nuncio Sega. Hubo desbandada y pánico, que creció con la presencia del Tostado, que venía con la comisión de someter a los descalzos bajo la autoridad de los calzados. Y más que todo esto sintió cuando vino la noticia de que el día 4 de septiembre de 1578 había fallecido fray Juan Bautista Rubeo; estaba inconsolable: todo era “llorar que llorarás” (cta 15-10-78,1). En Castilla convocaba el provincial, Ángel de Salazar, a capítulo, cumpliendo las órdenes de Piacenza, a los descalzos para el 12 de mayo de 1576, pero tan a punto que cuando ellos llegaron, ya se estaban redactando las conclusiones y las actas, muy contrarias a cuanto los descalzos podían aprobar.
     El cronista dice: “Desabridísimo quedó todo el capítulo y resuelto de hacer la guerra a la descalcez”.
     Puesta en tales circunstancias críticas, la madre fundadora escribió aquellos años libros de inefable serenidad: la Visita de descalzas, parte de Las Fundaciones, el desenfadado Vejamen y su obra maestra, Las Moradas del Castillo Interior. En su tratado místico, el progreso espiritual es el “itinerario del sujeto hacia su centro”.
     Así también en las Moradas el ‘motivo’ simbólico se convierte en el lenguaje nuevo de la experiencia mística.
     El vocabulario de la ‘morada’ o del ‘centro’ es tradicional; el del ‘castillo’ tiene, en el siglo XVI, antecedentes conocidos de santa Teresa. Lo nuevo es el papel totalizador que desempeña el momento cultural y espiritual de una toma de conciencia mistagógica; ésta era el núcleo de su obra. Es una escritora inspirada, en cuyas obras “los dos planos, el natural-histórico- estético y el sobrenatural... se maridan” (V. García de la Concha).
     Los amigos que tenían los descalzos en España emprendieron su defensa; el nuncio fue advertido de que debía informarse mejor de sus vidas. Se buscó una fórmula airosa para liberar a los descalzos del yugo de los provinciales calzados, y les nombraron vicario general padre Ángel de Salazar, que luego colmó de atenciones al padre Gracián, llevándolo consigo y siguiendo sus dictámenes de gobierno. Al mismo tiempo, negociaron en Roma el breve de separación de descalzos. La santa tornó a recorrer sus conventos y reanudó sus viajes fundacionales en febrero de 1580 (Villanueva de la Jara), Palencia (1580), Soria (1581) y Burgos (1582). El padre Gracián estaba dominado por el nuncio, por la Corte y por muchos de sus descalzos, que preferían seguir la diplomacia dura del Rey contra cualquier intromisión extranjera. Ni la madre Teresa pudo conseguir que Gracián tuviese ciertas atenciones con el general Rubeo, que sintió naturalmente lesionados sus derechos.
     Las cosas de Roma seguían su curso. El 22 de junio se despachó el breve de separación de los descalzos. Se convocó un capítulo para el 3 de marzo de 1581, en Alcalá. Iban a redactarse las Constituciones definitivas, y la madre fundadora envió numerosos memoriales. Salió elegido primer provincial, aunque por leve mayoría, el padre Gracián.
     La santa regresó el 6 de julio de Burgos a Ávila, con ánimos de esperar allí los despachos para fundar en Madrid. Regresó por los Conventos de Palencia, Valladolid y Medina, mas esta vez no en viaje triunfal, sino en retirada tristísima. En Valladolid fue despedida con malos modales por su sobrina y priora María Bautista. En Medina le salió al encuentro fray Antonio de Jesús, y le ordenó ir derecha a Alba de Tormes, a petición de la duquesa, porque su nuera, la duquesa joven, iba a dar a luz, y ambas querían consolarse con la santa. Salió de Medina el 19 de septiembre, sin provisiones de camino, porque la priora, Alberta Bautista, también enojada, no la quiso despedir. También sintió mucho que el padre Gracián, “su querido hijo”, la dejaba sola en estas horas. Llegada a la ciudad ducal, se acostó temprano con una hemorragia recísima. El día 1 de octubre la acostaron; no se levantaría más. El día 3 le fue administrado el Viático: “Por fin muero hija de la Iglesia”. El día 4, reclinada la cabeza entre los brazos de Ana de San Bartolomé, expiró.
     En 1614, el 24 de abril, Pablo V la proclamó beata. En 1622, el 12 de marzo, Gregorio XV la canonizó juntamente con los santos Isidro, Ignacio, Francisco Javier y Felipe Neri. Con fecha 18 de septiembre de 1965, por el breve Lumen Hispaniae, Pablo VI la declaró patrona de los escritores católicos de España. El 27 de septiembre de 1970, el mismo Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia Católica, título que por primera vez en la historia se otorgaba a una mujer (Otger Steggink, OCarm., en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de José de Ribera, autor de la obra reseñada;
     José de Ribera, El Españoleto, (Játiva, Valencia, 17 de febrero de 1591 – Nápoles, Italia, 3 de septiembre de 1652). Pintor y grabador.
     Hijo de un modesto zapatero valenciano establecido en Játiva, es el segundo hijo del matrimonio, que tuvo un tercero de nombre Juan, que acompañaría más tarde a su hermano a Italia.
     Se ignora cuál sería su educación primera, pues su supuesto discipulado con Francisco Ribalta, de que hablan los primeros biógrafos, carece de todo fundamento.
     En fecha que ignoramos, y que ha de situarse entre 1607 y 1609, partió para Italia de donde no habría de regresar nunca. En 1611 consta su presencia en Parma al servicio de los Farnesio, donde pinta un San Martín para la iglesia de San Próspero, conocido sólo por copias, que fue muy celebrado como obra importante. En 1613 está en Roma, donde asiste a la Academia de San Lucas y en los años de 1615 y 1616 vive en Vía Margutta en casa de un flamenco, y en compañía de su hermano Juan y de varios jóvenes españoles de quien nada sabemos.
     En esos años iniciales parece seguro su contacto con los artistas nórdicos que siguen el estilo de Caravaggio, con técnica apretada y dibujo preciso. Hay testimonios literarios, Mancini especialmente, sobre su vida romana subrayando su extraordinaria maestría en la imitación de la naturaleza y su comportamiento “un po licenciosetto”. Años más tarde, Ludovico Carracci, en una carta, recuerda con admiración al “joven español que sigue la manera de Caravaggio”.
     En Roma pinta la serie de los Sentidos conservada en parte (Vista, México, Museo Franz Mayer; Olfato, Madrid, Col. Abelló; Tacto, Pasadena, USA, Norton Simon Foundation; Gusto, Hardfor, USA Wadsworth Atheneum) que interpreta con sentido muy distinto a lo que hasta entonces se había usado mediante modelos vulgares bajo una luz intensa, que prueban el contacto con los caravaggistas nórdicos.
     A partir de agosto de 1616 está en Nápoles. Apenas recién llegado, en noviembre, casa con la hija del pintor y escultor siciliano Gian Bernardo Azzolino (h. 1532-1645) uno de los más acreditados pintores de la ciudad, lo que deja suponer que el contacto con Azzolino debía de referirse a fecha anterior y que hubiese podido realizar algún viaje a Nápoles con anterioridad.
     A partir de esta fecha tenemos testimonios documentales frecuentes de su actividad. En 1618 recibe encargos del Duque de Toscana y se le considera el mejor de los artistas presentes en la ciudad.
     En este mismo año está trabajando un Calvario para la virreina duquesa de Osuna, lo que corrobora una anécdota que recoge De Dominici según la cual, la protección del virrey Osuna estaba originada por un cuadro del Martirio de San Bartolomé que el pintor dejó para que se secase en la Plaza de Palacio y la multitud, que se agolpó a contemplarlo, hizo salir al balcón al virrey que ordenó que subiese el pintor y al saber que era español, le acogió bajo su protección.
     Esta protección está bien documentada por la presencia en la Colegiata de Osuna de lienzos además del Calvario (1618) antes referido de otros cuadros (San Jerónimo, San Bartolomé, San Pedro y San Sebastián) de fechas inmediatas, procedentes del regalo que hizo la duquesa en 1627. Su prestigio crece con rapidez y su situación económica se consolida. Adquiere una amplia casa con jardín y trabaja incansablemente para Nápoles y para encargos fuera de la ciudad.
     Todas las obras que pueden situarse en estos años iniciales entre 1616 y 1625 (Apóstoles, Nápoles, Convento de Gerolamini; Entierro de Cristo, Londres, National Gallery; San Sebastián curado por las pías mujeres, 1621, Bilbao, Museo de Bellas Artes; San Jerónimo escuchando la trompeta del Juicio Final, Nápoles, Museo de Capodimonte) están concebidas en la tradición caravaggiesca, pero reinterpretadas de un modo muy personal de tratar la materia pictórica, más directa y sensual.
     En la década de 1620-1630 su prestigio crece, y se afirma con su actividad de grabador que produce algunas estampas magistrales, partiendo de algunas de sus composiciones pintadas (Martirio de San Bartolomé, 1624; San Jerónimo escuchando las trompetas del Juicio Final, 1621; San Pedro penitente) y también con intención de preparar una Cartilla para la enseñanza del dibujo (estudios de orejas, ojos, bocas, etc). Las obras contemporáneas (San Jerónimo, 1626, San Petersburgo, Ermitage; Sileno ebrio, 1626; Nápoles, Capodimonte; Preparativos para el Martirio de San Andrés, 1628, Budapest, Museo; San Sebastián curado por las pías mujeres, 1628, San Petersburgo, Ermitage; Virgen con el Niño y santos, 1630, Nápoles, Capodimonte) son capitales para advertir su evolución técnica, siempre avanzando en el sentido de una mayor pastosidad para conseguir un más riguroso control de las calidades táctiles de las cosas. En 1625 recibe la visita del pintor y tratadista Jusepe Martínez, que ha dejado un testimonio preciso de la admiración de Ribera por Rafael y los maestros de Renacimiento.
     En 1626 recibe la Cruz de Caballero de la Orden de Cristo, condecoración vaticana, para cuya imposición vuelve a Roma por unas semanas. Su situación en la ciudad partenopea es cada vez más sólida. Crea vínculos de amistad con la nobleza local filoespañola y con sus colegas napolitanos, con los que frecuentemente comparte encargos. A la vez le van naciendo hijos: uno en 1627, otro en 1628, otra en 1630. Y es evidente la protección de los virreyes, en particular Osuna, su primer comitente, y el duque de Alcalá, virrey de 1629 a 1631 que le encarga una serie de Filósofos (Demócrito, 1630, Madrid, Prado; Pitágoras, Valencia, Museo; Filósofo indeterminado 1631, Tucson (USA), Museo de la Universidad, Heráclito, Valencia, Museo) donde se vale de vulgares tipos callejeros astrosos, pero llenos de una severa dignidad.
     A partir de 1632 junto a obras tenebristas, en la ortodoxia caravaggiesca más estricta con modelos vulgares que emergen de una sombra densa, aparecen otras composiciones que disponen de celajes tratados con tonos claros y argentados. La paleta se va haciendo más clara y la pincelada, siempre espesa, se va haciendo más libre. Desde el Jacob con los rebaños de Labán (1632, Monasterio del Escorial) se va haciendo evidente este nuevo aspecto de su arte, coincidiendo con el neovenecianismo que inunda la pintura romana de estos años y con la presencia de obras flamencas, rubenianas y vandickianas en Nápoles de las colecciones de la nobleza. El nuevo virrey Conde de Monterrey (1631-1637) es su mejor cliente para su fundación de Salamanca. Así, la Piedad (1632), la gran Inmaculada (1635), San Genaro en gloria (1636) y San Agustín (1636). En estos años, los más fecundos del maestro, pinta también la Magdalena en gloria (1636) y San Antonio de Padua con el Niño (1636), Madrid, Academia de Bellas Artes; Duelo de mujeres (1636), Madrid, Museo del Prado; Bendición de Jacob (1637), Madrid, Museo del Prado; Apolo y Marsías (1637), Nápoles, Capodimonte y Bruselas, Museos Reales y muchas más obras todas ellas resueltas con refinada sensibilidad colorista y una técnica deshecha y nerviosa. En tiempos del virrey Medina de las Torres (1637-1644) trabaja en la cartuja de San Martino (Piedad, 1637; Moisés y Elías, 1638; los doce Profetas para las enjutas de los arcos de la nave, 1638- 1640). El pintor se encuentra en plena madurez y su éxito social y económico se traduce en la compra de una casa palaciega con dos jardines y amplio huerto en el barrio de Chiaia. De 1640 es la Adoración de los pastores de El Escorial y de 1641 la serie de Santos Penitente del Museo del Prado (San Juan Bautista, Santa Magdalena, Santa María Egipcíaca, San Pablo ermitaño). Este año recibe un encargo para el lugar más importante de la ciudad: la capilla de San Genaro de la Catedral en pleno proceso de redecoración. El encargo a Ribera es un gran cuadro sobre lámina de cobre plateado representando la Milagrosa salida de San Genaro del horno que no se termina hasta 1646 y que constituye una de las composiciones más ambiciosas del artista.
     En los años de la década de los cuarenta continúa su actividad con algunas obras importantes: San Francisco en éxtasis, 1642, Monasterio del Escorial; Niño lisiado, 1642, París, Louvre; Bautismo de Cristo, 1643, Nançy, Museo de Bellas Artes; Cristo crucificado, 1643, Vitoria, Museo; Martirio de San Bartolomé, 1644; Barcelona, Museo; San Simeón, 1647, Madrid, Col. Arango; Matrimonio místico de Santa Catalina, 1649, Nueva York Metropolitan Museum, pero al mismo tiempo, comienza a ser evidente la participación de colaboradores en un amplio y bien organizado taller, que participa en obras de menor empeño y realiza frecuentes copias y variantes de las obras del maestro. A la vez, las noticias sobre el estado de su salud comienzan a dar señales de alarma.
     En el año 1645 no hay ninguna obra firmada coincidiendo con la información de que, en períodos más o menos largos, no puede manejar los pinceles y las obras que salen del taller incluso firmadas, son obra de los oficiales.
     Las alteraciones del orden que sufre Nápoles a partir de julio de 1647 por la sublevación de Masaniello le obligan a buscar refugio en el Palacio Virreinal, donde hubo de conocer al príncipe Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV, enviado a reprimir la sublevación.
     Ribera hizo un retrato ecuestre del Príncipe (1648, Patrimonio Nacional) y un grabado que le reproduce.
     Según la tradición, el joven príncipe sedujo a una joven hija del pintor. Parece que, en realidad, no es hija sino sobrina, hija de su hermano Juan que vivía con él. El fruto de este episodio, profesó años más tarde en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, donde su padre fundó una capilla suntuosa como exvoto.
     En 1649 tenemos noticia de una recaída en su enfermedad que interrumpe el encargo de una Piedad para Antonio Rufo de Messina y la Comunión de los Apóstoles, un encargo para la Cartuja de San Martino, que estaba en ejecución desde 1638. La correspondencia con el prior de la cartuja facilita información sobre el estado de su salud y los problemas económicos que le agobian. En 1650 pinta la Adoración de los pastores (París, Louvre) y en 1651 ultima la Comunión de los Apóstoles en la Cartuja y los santos Sebastián y Jerónimo también para la Cartuja (hoy en Capodimonte).
     En julio de 1652 alquila una casa en el barrio marinero de Mergelina y allí muere el 3 de septiembre del mismo año. En el último año de su vida pinta el Milagro de San Donato de Arezzo (Amiens, Museo de Picardía) y el San Jerónimo de medio cuerpo (Madrid, Museo del Prado) donde culmina su peculiar interpretación del caravaggismo con un toque dividido y suelto de extraordinaria audacia.
     Ribera es una de las personalidades más fuertes del siglo XVII y su influencia es detectable en todo el orbe católico e incluso en la Holanda protestante, llega hasta Rembrandt. Aunque español de nacimiento y orgulloso de ello —las firmas en las que abundan expresiones de “hispanus”, “valentinus” e incluso “setabensis” (de Játiva) — su larga permanencia en Nápoles le hace uno de los configuradores del “naturalismo napolitano”, con discípulos como Francesco Francanzano, Aniello Falcone, Salvator Rosa y Luca Giordano (Alfonso E. Pérez Sánchez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Teresa de Jesús", de José de Ribera, en la sala IX, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

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