Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el Cortijo Torre de la Reina, en Torre de la Reina - Guillena (Sevilla).
Hoy, 1 de julio, es el aniversario (1 de julio de 1321) del fallecimiento de Doña María de Molina, reina de Castilla y León, que le da nombre al Cortijo Torre de la Reina, en Torre de la Reina - Guillena (Sevilla).
Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Cortijo Torre de la Reina, en Torre de la Reina - Guillena (Sevilla).
El Cortijo Torre de la Reina, se encuentra en el Paseo de la Alameda, s/n; en Torre de la Reina - Guillena (Sevilla).
Situado en el poblado de Torre la Reina, próximo a Guillena en la carretera de la Algaba.
Desde el punto de vista arquitectónico, en Torre de la Reina hay dos polos de interés: en primer lugar los restos de una torre fortaleza medieval, datada en el siglo XIII y que no creemos desempeñara función alguna desde el punto de vista agrario, y en segundo lugar las unidades que componen un edificio rural con su zona residencial y agraria, hoy transformadas en un moderno establecimiento hotelero.
La primera de ellas supera en interés a la segunda, pues constituye un importante ejemplo de arquitectura militar medieval, que ha sido relacionado con los modelos de casa fuerte del norte de la Península. Las necesidades defensivas del territorio, todavía expuesto en aquellos tiempos a posibles incursiones de musulmanes desde el norte de África, explicarían su construcción. No hay que olvidar que en el Repartimiento de Sevilla es frecuente la denominación de muchas suertes de tierra con el topónimo "torre", aludiendo a una construcción defensiva como elemento fundamental de su arquitectura. En este caso, todavía algunos destacados testimonios de su primitiva fábrica siguen en pie. Los caracteres constructivos y estilísticos del baluarte nos hacen pensar en una construcción anterior, sin duda reformada en época cristiana, pero constitutiva de los vestigios que han llegado a nuestros días. Es posible que nos hallemos ante estructuras de período almohade, como parece desprenderse de algunos detalles como el achaflanamiento de esquinas o el despiece de los arcos de ladrillo de los huecos. Están claras, sin embargo, reformas en el siglo XVI, como pueden ser el añadido de los cuerpos superiores de los torreones o la cubrición del espacio central.
El núcleo principal consta de una casa fuerte dotada de sólidos muros de carga de mampostería, de planta rectangular. En el centro, un espacio alargado, hoy cubierto, serviría en origen de patio. En torno al mismo se suceden pequeñas cámaras cuadrangulares cubiertas por bóvedas de cañón. Al exterior se abren estrechas saeteras. En los ángulos noroeste y sureste se alzan sendos torreones, de planta cuadrada y esquinas en chaflán rematados, según hemos dicho, por cuerpos menores quizás del siglo XVI.
Desaparecida las amenazas que aconsejaron su construcción, al tiempo que se expande el resto del caserío, la solidez de este torreón y su idoneidad para la conservación de productos agrícolas, aislados aquí de la humedad y la luz, le salvarían de la ruina.
El resto del conjunto fue intervenido intensamente para convertirlo en instalación hotelera. Prevalecen los patios y algunos elementos identificables según sus primitivas funciones, como es el caso del señorío, abierto al este y distribuido en dos crujías con planta superior. Tras el ingreso se ubican dos patios correspondientes al sector residencial y, a un, lado la analizada casa fuerte. Al norte, en torno a otro patio alargado, se disponían almacenes, pajares y lo que parece pudo ser una cuadra. Como vestigios de las actuaciones del siglo XVI podemos señalar las arquerías de arcos rebajados enmarcados por alfices, algunos sostenidos por columnas de mármol, que vemos en dos frentes. Guardan relación con soluciones semejantes de edificios cercanos como la Huerta de Lebrena o Comendadores.
Parece que en el lugar estuvo asentado uno de los campamentos de la retaguardia de Fernando III. La historia del Cortijo de Torre de la Reina está documentada desde tiempos de la reina María de Molina, a quien debe su nombre y a la que sabemos perteneció el donadío, probablemente heredado de su padre el infante don Alfonso de Molina, quien adquirió en el entorno distintos lotes de tierras procedentes del reparto efectuado a los conquistadores por el rey Fernando III. Una de estas adquisiciones debieron ser las tierras propias del cortijo. Figura igualmente el testimonio de la venta de las mismas por parte de la citada reina a un tal Abad de Hervás, quien a su vez las enajenó a Ruy Pérez de Alcalá. Ambas operaciones tuvieron lugar en tiempos de Fernando IV, entre 1295 y 1312. A finales del XIV, estaba ya entre las posesiones de la Casa de Ribera, siendo propiedad en 1388 de Ruy González, a partir del cual quedó vinculado a sus sucesores. Están documentadas, igualmente, autorizaciones expedidas por Juan II a Perafán de Ribera para convertir parte del donadío en dehesas.
Desconocemos el momento en que pasa a manos del marqués de Alcañices, que más tarde aparece como su propietario. En 1822, aprovechando la coyuntura favorable del Trienio Liberal, la viuda del marqués, necesitada de liquidez, logró su desvinculación, vendiéndolo seguidamente a su administrador J. A. Díez, por 400.000 reales. Sin embargo, la restauración absolutista de Fernando VII, al año siguiente, anuló la venta, anulación que finalmente sería desestimada por el propio rey, dando por buena la operación. Fallecido el nuevo propietario en 1846, fue adquirido por su hermana, Trinidad Díez Martínez, en 800.000 reales, percibiendo para efectuar la operación un préstamo hipotecario de Ignacio Vázquez, de 384.000 reales, que al no poderse rembolsar ocasiona la adjudicación de la propiedad al prestamista, en 1849, cerrándose así un capítulo más de la expansión territorial de la familia Vázquez en el noroeste de Sevilla. Posteriormente integraría el lote que correspondió a la herencia de su hijo Juan (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
El lugar denominado hoy Cortijo Torre de la Reina corresponde al asentamiento de retaguardia de uno de los campamentos del rey Fernando III durante la conquista de Sevilla. A finales del siglo XIII e inicios del XIV fue propiedad de la Reina Doña María de Molina, lo que dio nombre hasta la fecha a esta edificación.
La fortaleza tiene un enorme interés por ser, además de posesión real, el único edificio rural de esta época en todo el entorno de Sevilla y es el único cortijo en toda España declarado Monumento Histórico Artístico Nacional desde 1977. Actualmente es un hotel (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la Biografía de Doña María de Molina, reina, quien le diera nombre al edificio reseñado;
María de Molina. Señora de Molina. (?, c. 1260 – Valladolid, 1 de julio de 1321). Reina de Castilla y León y esposa de Sancho IV.
María Alfonso de Meneses, habitualmente aludida en la historiografía como María de Molina, haciendo con ello referencia al señorío de Molina, del que fue titular, fue hija del infante Alfonso de Molina, hermano del rey Fernando III, siendo, por tanto, nieta de Alfonso IX de León y de la reina Berenguela. Su madre fue Mayor Alfonso de Meneses, tercera mujer del citado infante, hija de Alfonso Téllez de Meneses, cabeza de un poderoso linaje de gran tradición, y de María Anes de Lima. Apenas se tienen datos de su vida antes de contraer matrimonio con el rey Sancho, pareciendo situarse el transcurso de su infancia en la zona de Tierra de Campos, acaso en el entorno del monasterio de Palazuelos, especialmente vinculado a la casa de Meneses y donde estaba enterrada su madre.
En 1270, en contra de la propia opinión del infante Sancho, se había formalizado por medio de procuradores, según el deseo de su padre, su matrimonio con Guillerma de Moncada, descrita en la cronística de la época como “rica, fea y brava”, que era hija del vizconde de Bearne, personaje de notable riqueza y de muchos contactos políticos, que se hallaba emparentado con los señores de Vizcaya. A pesar de no haberse consumado este matrimonio, no dejaba de tener efectos jurídicos y canónicos, lo que supuso un problema de notable envergadura, no exento de implicaciones políticas, cuando, probablemente en junio de 1282 se llevase a cabo el matrimonio en Toledo entre María y el infante Sancho, en pleno proceso de distanciamiento entre éste y el Rey, su padre, Alfonso X.
Además de que la relación familiar próxima habría permitido trabar contacto entre Sancho y María mucho antes de esta boda, el hecho de que María hubiera actuado como madrina en el bautismo de una hija ilegítima que había tenido Sancho de María de Meneses de Ucera hace pensar en que tal relación hubiera sido más estrecha que la propia de la mera formalidad familiar.
La reacción del Papa fue fulminante en contra de la legitimidad de esta boda, tanto por el matrimonio por palabras de presente preexistente, como por la propia consanguinidad de los contrayentes, por lo que desde el papado fue calificado este matrimonio como incestuoso, así como enormidad e infamia pública.
El enfrentamiento de Sancho con su padre y la furibunda reacción de Gastón de Béarn, decidido a tomar venganza de la afrenta de Sancho, junto con la impugnación del matrimonio manifestada por el Papa, dejaron bien claro las grandes dificultades que se habrían de superar, y siempre a largo plazo, para alcanzar la legalización de este enlace que, rápidamente se vio seguido por lo que sería la guerra civil que, ya en 1284, llevaría a Sancho al trono, tras la muerte de su padre Alfonso X.
A partir del mismo momento de la boda, María quedó incorporada al grupo de los consejeros íntimos del infante y luego rey Sancho IV, aunque ocasionalmente tuviera que superar tal presencia algunas reticencias y envidias de otros consejeros, ejerciendo un papel decisivo en algunos momentos de este reinado, agrandándose progresivamente su figura política a partir de la prematura muerte de su marido, convirtiéndose en personaje clave de la política castellana durante las tensas minorías de Fernando IV y Alfonso XI. Con motivo de las distintas ceremonias que tuvieron lugar con motivo del acceso de Sancho IV al trono, éste pareció tener especial empeño en que se pusiera de manifiesto el papel que María había de ejercer junto a él como Reina efectiva, lo que dio lugar a que, tanto en las ceremonias de entronización habidas en Ávila, como en las que tuvieron lugar en Toledo en 1284, la Reina fuera objeto de expreso acatamiento junto al Rey. Toda esta legitimación ceremonial estaba lejos de saciar plenamente la inquietud de los Monarcas con relación a la legitimación de su matrimonio, que no dejaba de representar un flanco débil de cara a la pacificación de un reino en el que, a pesar de la victoria de Sancho, eran muchos los partidarios y los aliados exteriores de unos infantes de la Cerda que siguieron reivindicando por mucho tiempo sus derechos al trono, sin dejar de exhibir, entre otras razones, la referente a la falta de legitimidad jurídica y canónica del matrimonio.
Tras haber tenido una primera hija de nombre Isabel, el 6 de diciembre de 1285 nació en Sevilla el primer hijo varón, el futuro Fernando IV, lo que “plogóle mucho” al Rey, que se encontraba en el momento del nacimiento lejos de la Reina, en Badajoz, ordenando la realización de “grandes alegrías”. Ante la inestabilidad política que no cesaba, se aceleraron los trámites para reconocer los derechos de Fernando al trono, por lo que fue jurado heredero del reino en Zamora al mes siguiente. Allí quedó el príncipe, bajo los cuidados de Fernán Pérez Ponce, hijo de una hija natural de Alfonso IX, permaneciendo en Zamora, mientras María seguía a Sancho en los largos desplazamientos que sucedieron.
En fechas inmediatas de aquel año de 1286 se intensificaron decididamente las negociaciones con Francia, cuya alianza parecía necesaria para Castilla a fin de asegurar su pacificación frente al partido de los infantes de la Cerda, pero, sobre todo, de cara a acercar posiciones con el pontificado para alcanzar la ansiada bula de legitimación matrimonial. Sin embargo, los resultados de estas negociaciones con relación a este punto no podían ser más negativos.
Siendo por aquellas fechas el abad de Valladolid Gómez García de Toledo el principal privado del Rey y su agente principal en esta apertura de negociaciones con Francia, se encontró con el particular empeño del rey francés Felipe IV de anular el matrimonio con María, para dejar abierto el camino para un matrimonio con una princesa francesa, que actuase como garantía de la nueva alianza franco-castellana que se pretendía formalizar. Para tal pretensión, el monarca francés podía hacer uso de su gran ascendiente sobre el Papa. A pesar de que el abad de Valladolid conocía bien la radical oposición de Sancho a cualquier acuerdo que exigiera la anulación de su matrimonio, aceptó, tras una resistencia inicial, tal condición, actuando secretamente para llevar a buen puerto el acuerdo que había negociado sin pleno conocimiento de todos los detalles por el rey castellano. Cuando éste se encontraba en San Sebastián y el rey francés cerca de Bayona para celebrar la entrevista definitiva que hiciera efectiva la alianza, Sancho conoció la condición matrimonial pactada, lo que dio lugar a que tal entrevista entre los Monarcas ni llegase siquiera a producirse.
Este asunto aceleró la caída política de este privado real, cuyos días en la Corte terminaron tras una pesquisa en la que se concluyó que había tomado una importante cantidad de dinero del Rey bajo el móvil de utilizarlo en la Corte pontificia para la dispensa matrimonial. Tal como se ve, este problema de la dispensa matrimonial actuó como asunto políticamente determinante de múltiples circunstancias políticas, entre ellas la caída del primer privado del Rey Bravo.
Tras la desaparición de la Corte regia del abad de Valladolid, fue ganando influencia en sobre el Monarca Lope Díaz de Haro, casado, precisamente, con una hermana de la reina María, Juana. Sin embargo, la privanza del señor de Vizcaya Lope Díaz de Haro representó uno de los momentos más delicados del reinado de Sancho IV para María de Molina, dada la enemistad que mantenía con Lope, que hizo todas las tentativas posibles para fomentar el alejamiento entre el Rey y la Reina, puesto que Lope siempre se había mostrado partidario de la ruptura matrimonial para favorecer el cumplimiento del compromiso del Rey con Guillerma de Moncada. Las disensiones con Sancho IV llevaron al famoso incidente de Alfaro, en 1288, en donde, tras la muerte de Lope y de Diego López de Campos, la intervención personal de la Reina salvó la vida del infante Juan, hermano del Rey, cuando éste se disponía a darle muerte.
Desde que en 1288 ocupó la cátedra de San Pedro, el Papa, de procedencia franciscana, Nicolás IV, parecieron abrirse nuevas expectativas en el camino de la legitimación matrimonial, pues pronto se dieron signos de entendimiento entre el Pontífice y el Monarca castellano. Por ello, en 1289, se envió una embajada de la Corte castellana al Papa, en la que tuvo presencia como asunto de carácter preferente el referido a la dispensa matrimonial. El 4 de noviembre de 1289 el Papa comunicaba al Rey la imposibilidad de acceder a dicha dispensa, por la multiplicidad de razones canónicas que concurrían en el caso; sin embargo, no se cerraba la puerta a una reconsideración posterior, todo ello bajo un tono que evidenciaba los deseos pontificios de mantener buenas relaciones con la Monarquía castellana. Mediante la bula Proposita nobis, de 25 de marzo de 1292, poco antes de la muerte del mencionado Nicolás IV, Sancho y María pudieron avalar la plena legitimidad de su matrimonio gracias a esta bula de dispensa matrimonial. Sin embargo, cinco años más tarde, siendo ya papa Bonifacio VIII, se supo que, en realidad, se trataba de una falsificación.
Pero mientras tanto, este texto falsificado permitió acallar durante el resto del reinado a esa fuente de inquietud política que había sido el matrimonio ilegítimo.
Desde 1291, la participación directa de la Reina en los asuntos políticos de la Corte colaborando con su marido se hizo especialmente intensa. Dentro de esta actividad de colaboración, marcó un hito especialmente importante la intervención personal de la Reina en la preparación de la campaña para la conquista de Tarifa en 1292. Tras haberse trasladado la Reina a fines de mayo de este año a Sevilla, donde nació en los días siguientes el infante Felipe, se implicó de lleno en todas las actividades relacionadas con la organización y la intendencia de la campaña contra los meriníes, participación que se hizo aún más intensa cuando el Rey estaba presente sobre Tarifa, y Sevilla se convirtió durante todo el verano en la base de aprovisionamiento del ejército bajo la batuta de María, hasta que llegó la noticia en septiembre de la toma de la plaza.
Fue a partir de 1293 cuando cabe referirse con propiedad a María de Molina por ser entonces cuando recibió dicho señorío. Tras la muerte de Isabel, esposa de Juan Núñez el Mozo e hija de Blanca, hermanastra de María, Sancho consiguió de ésta la promesa de recibir el señorío de Molina, lo que quedó reflejado en su testamento, dado el 10 de mayo de 1293. A la muerte de Blanca, aquel mismo mes de mayo, el Rey transfirió dicho señorío a María, que tomó posesión inmediatamente de dicho señorío que incluía la villa y alcázar de Molina, en los confines de la frontera de Castilla con el reino de Aragón.
En 1294 la salud del Rey se iba deteriorando rápidamente, siendo consciente de que no le podía quedar mucho de vida. Durante los meses finales del reinado el protagonismo de la Reina en la Corte se hizo cada vez más intenso. No es por ello de extrañar que fuera la propia Reina la que, en ausencia del Rey, recibiera el proyecto de Juan Mathe de Luna de preparar una próxima campaña que, mediante la toma de Algeciras, asegurase plenamente la reciente conquista de Tarifa y garantizase definitivamente el control del estrecho de Gibraltar por los castellanos. En los comienzos de 1295 la Corte se encontraba en Alcalá de Henares, habiendo de ser su último itinerario el que va de Alcalá a Guadalajara, luego a Madrid, donde residió algunos días junto a los dominicos de Santo Domingo el Real, y, finalmente, a Toledo, en cuya catedral el Rey tenía previsto que se ubicase su sepultura.
Ante el importante agravamiento del estado del Rey durante su estancia en Alcalá de Henares, éste dictó su testamento en presencia de toda la Corte, con el arzobispo de Toledo al frente. En él se encargaba a María la tutoría del futuro Rey, todavía niño, lo que la situaba en la primera escena política, posición que, con breves intervalos, hubo de mantener hasta los momentos finales de su vida.
La situación a la que había de hacer frente María tras la muerte de su marido no podía ser más delicada.
Debía tutelar a su hijo, de sólo nueve años, tratando de garantizarle el trono, en un contexto que parecía de lo más propicio para que los partidarios de los de la Cerda reivindicasen sus derechos al trono con el apoyo de un importante conjunto de la nobleza castellana y con unas ciudades que acaban de tomar una opción política definida y coordinada. Mientras tanto, la falta de legalización del enlace matrimonial con Sancho seguía utilizándose para restar legitimidad a Fernando para convertirse en efectivo sucesor de su padre. Buena conocedora de la naturaleza levantisca y conspiratoria de algunos de los grandes nobles del reino, María apostó decididamente desde los mismos comienzos del reinado por atraerse el apoyo de los concejos, lo que fundamentaba medidas como la confirmación de los fueros y privilegios concejiles y la supresión de la sisa, que se encontraron entre las primeras tomadas en los comienzos de su tutoría, a la vez que tomaba la iniciativa de convocar las Cortes, que tuvieron lugar en el mismo año de 1295 en Valladolid.
Pero el apoyo de las ciudades no era por sí mismo suficiente, por lo que tuvo que llevar a cabo negociaciones con algunos de los personajes más influyentes de la nobleza. Así, por ejemplo, se recabó el apoyo de Diego López de Haro, Juan Núñez de Lara y Nuño González, que prestaron homenaje a Fernando en Valladolid, aunque para ello exigieron el pago de 300.000 maravedís, lo que da idea de la inestabilidad de la alianza. Ante la declaración de guerra de Portugal, María promueve la negociación con el rey portugués Dionís, lo que acabó originando el acuerdo de matrimonio entre Constanza de Portugal y Fernando, pero sin que Dionís dejase de pactar con los enemigos de su futuro yerno. Alfonso de la Cerda obtuvo la alianza de Jaime II de Aragón, que se aprestó a la guerra con Castilla, tras haber rechazado el matrimonio ofrecido todavía en vida de Sancho, con su hija la infanta Isabel. Para tratar de evitar este enfrentamiento con Aragón se propuso, por el infante Enrique, la opción de que la Reina casase con el infante Pedro de Aragón, lo que ella rechazó radicalmente.
Por su parte, Felipe IV de Francia también hizo declaración formal de guerra contra Castilla.
Hasta que tuvo lugar el reconocimiento de la mayoría de edad de Fernando, María debió hacer frente a una situación de casi continuada confrontación bélica con todos los partidarios de impedir la llegada de su hijo al trono. El compromiso de Jaime II de Aragón con Alfonso de la Cerda condujo a una larga guerra, cuyo desarrollo se concentró en buena parte en el territorio murciano. Por otra parte, el infante Juan, el mismo que había salvado la vida en Alfaro gracias a la intervención intercesora de María, se presentó como uno de los rivales más peligrosos a los que debía hacer frente para conservar el trono de su hijo, pues se aprestó a combatirles con el apoyo de un ejército granadino, proclamándose en 1296 en León, rey de León, Galicia y Sevilla, mientras que Alfonso de la Cerda se proclamó en Sahagún rey de Castilla, Toledo, Córdoba, Murcia y Jaén.
En septiembre de 1297 se alcanzó en las vistas de Alcañices el acuerdo matrimonial definitivo por el que se habían de unir Fernando IV y Constanza de Portugal, para cuya consecución Dionís exigió algunas concesiones territoriales castellanas. El importante acuerdo firmado el 5 de septiembre de 1297 suponía la aceptación de los siguientes puntos: confirmación del compromiso entre Constanza y Fernando, así como de la hermana de éste, Beatriz, con el príncipe heredero de Portugal, Alfonso, entrega por Castilla de un apreciable número de villas y fortalezas fronterizas, recibiendo a cambio las de Aracena y Aroche.
También se acordaba un compromiso de carácter eclesiástico, por el que se establecía un convenio de mutuo apoyo entre las Iglesias de Castilla y Portugal para la defensa de sus derechos y libertades.
Con las Cortes convocadas por María en Valladolid en 1298, a la vez que se trató de hacer frente a los múltiples problemas del reino, se volvió a dar evidencias de que la Reina tutora basaba la mayor parte de su fuerza y de su capacidad para resistir a sus distintos oponentes en el respaldo que recibía de las fuerzas concejiles y de sus activas hermandades, volviendo a convocar Cortes en 1299 para atender a las demandas de los concejos y conseguir el apoyo de éstos para el siempre necesario pago de soldadas.
En el año 1300 se consiguió la reconciliación con el infante Juan, que se formalizó en Valladolid el 26 de junio de dicho año. De este modo, parecía plantearse el contexto más favorable desde la muerte de Sancho IV en el proceloso camino hacia el trono de su hijo Fernando, estando más reforzada que nunca la posición como tutora de su madre. En consecuencia, quedaba circunscrita la situación más conflictiva a la guerra con Aragón, en su apoyo a Alfonso de la Cerda, lo que suponía la presencia del ejército aragonés en Murcia, lo que situaba de hecho al reino de Murcia en buena parte bajo el control aragonés, lo que se aseguró aún más mediante la alianza entre Jaime II y el rey granadino Muhammad II. A pesar del empeño de la Reina tutora en romper con el dominio aragonés en Murcia, las huestes enviadas fracasaron en su intento de expulsar a los aragoneses, cuya posición se hizo especialmente sólida tras la alianza con los musulmanes granadinos. Tal situación tuvo continuidad hasta que se alcanzó el tratado de Torrellas, ya en 1304.
Las nuevas Cortes convocadas en Burgos y Zamora en 1301 daban testimonio de las continuas necesidades financieras de la Reina que, además, volvía a preocuparse por el problema de la legitimación de su matrimonio, pensando ahora en lo que pudiera afectar su falta a la propia legitimación de su hijo Fernando en el momento de acceder al trono. Tras recabar la necesaria ayuda económica de las Cortes, la Reina demandó la legitimación pontificia después de que Bonifacio VIII hubiera declarado el 21 de marzo de 1297 el carácter de falsificación de la supuesta dispensa obtenida de Nicolás IV ya antes aludida. Con fecha de 6 de septiembre de 1301 fue concedida la bula mediante la que Bonifacio VIII legitimó la descendencia habida del matrimonio entre Sancho IV y María de Molina, a la vez que en otra bula, dada diez días más tarde, el Papa manifestaba su voluntad de mediar en la reconciliación entre Fernando y Alfonso de la Cerda, nombrando como mediadores al obispo de Sigüenza y al arzobispo de Toledo. Todo ello llegaba justo a tiempo, cuando la terminación de la tutoría era inminente ante el reconocimiento de la mayoría de edad del Rey. Así se daba todo un signo de cómo también el episcopado castellano había sido un sostén particularmente importante en la compleja tutoría conducida por María, adquiriendo en ello especial relieve el arzobispo de Toledo Gonzalo Díaz Palomeque, que pareció actuar como el personaje decisivo a la hora de obtener la ansiada bula de legitimación que durante tantos años había representado para María una auténtica obsesión vital.
El 6 de diciembre de 1301 Fernando IV, cumplidos los dieciséis años, era proclamado mayor de edad.
Por entonces, María pactó desde Vitoria una alianza con Francia, cerrando un antiguo frente de conflicto.
Mientras, los nobles más prominentes se aprestaron a tomar posiciones en la Corte, influyendo sobre el nuevo Rey para propiciar el apartamiento de su madre, a la que se le tomaron cuentas de su período como tutora y se le obligó a entregar las joyas recibidas de su marido, mostrando Fernando, al acceder a estas exigencias de los nobles, una evidente debilidad de carácter a la vez que una total falta de agradecimiento hacia los que habían sido los enormes esfuerzos de su madre por conservarle el trono en situación tan compleja como la que había tenido que afrontar durante el transcurso de la minoría. En este nuevo contexto que se abría con el reinado de Fernando IV, fueron los más favorecidos Juan Núñez y el infante Juan, mientras que el infante Enrique encabezó una rebelión a la que trataba de incorporar a María, a la vez que los concejos recelaron pronto del nuevo Monarca. Sin embargo, el papel de ésta fue de extraordinaria abnegación y generosidad, a la vez que de notable altura política, al actuar como mediadora y pacificadora entre todos los intereses, propiciando la celebración de las Cortes de Medina del Campo, como instrumento de concordia en tan complejo inicio de reinado. La mediación de la Reina madre tuvo que seguir siendo especialmente necesaria hasta bien avanzado el año 1304, actuando como nexo clave de negociación entre Castilla, Aragón y Portugal y los diversos intereses de los principales grupos nobiliarios y de las hermandades concejiles.
Con el comienzo de 1308, la salud de María se quebró de tal modo que estuvo varios días entre la vida y la muerte, temiéndose que no superase la enfermedad, por lo que, en cuanto experimentó la más ligera mejoría, dio testamento, en el que tomó numerosas disposiciones de carácter tanto espiritual como material, designando como testamentarios a algunos de sus amigos y colaboradores de toda la vida: María Fernández Coronel y Nuño Pérez de Monroy, arcediano de Campos y abad de Santander, que actuaba como su canciller.
Sin embargo, superó la enfermedad, teniendo, en cambio, que hacer frente a la muerte de su propio hijo, el Rey, que tuvo lugar el 7 de septiembre de 1312, y también falleció, poco más de un año después, el 18 de noviembre de 1313, su nuera, la reina Constanza.
Entre uno y otro deceso, el problema de la tutoría se planteó de nuevo, como sucediera a la muerte de Sancho IV, con toda su crudeza, dando lugar a nuevas divisiones nobiliarias y a una necesaria toma de posición de los concejos. Además de María de Molina y de la madre del Rey, Constanza, hasta el momento de su prematura muerte, fueron personajes decisivos en este contexto el infante Juan, don Juan Manuel, Juan Núñez de Lara y el propio hijo de Sancho IV y María, el infante Pedro, que, en general, se situó bastante próximo a la posición de su madre frente al resto de los personajes. En cualquier caso, el afán de María era intentar actuar como pacificadora de uno más de los muchos contextos de anarquía y de conspiración nobiliaria a los que hubo de hacer frente a lo largo de su vida.
Eran las Cortes las que debían resolver, siguiendo el criterio de las Siete Partidas, la lucha por la tutoría, buscando una fórmula, con uno, con tres o con cinco tutores, que permitiese desbloquear la situación.
Para ello se reunieron las Cortes en Palencia en abril de 1313. Sin embargo, el resultado fue la división.
Mientras, los concejos de Castilla, León, Galicia y Asturias favorecían la opción encabezada por el infante Juan; Toledo y Andalucía, se mostraron proclives al infante Pedro y a María. La inesperada muerte de la reina Constanza, cuya posición aportaba buena parte de la legitimidad con la que contaban los partidarios del infante Juan, obligó a nuevas negociaciones, cuando todo parecía abocado a la confrontación directa. El resultado de estas negociaciones fue el convenio de Palazuelos, en agosto de 1314, cuyo resultado fue bastante limitado a la hora de propiciar la concordia entre todos los personajes en liza citados, pero que, al menos, definía claramente la función de tutor a favor de los infantes Pedro, Juan y la propia María, a la que se le daba especial reconocimiento con respecto al cuidado personal de su nieto, por lo que en septiembre se hizo entrega por el obispo de Ávila, que lo tenía bajo su cuidado, de la persona del rey Alfonso a su abuela María, que se estableció con su nieto en Toro.
La situación, en cualquier caso, siguió resultando lo bastante inquietante para el conjunto del reino como para que las Cortes reunidas en Burgos en 1315 dieran lugar a la constitución de una hermandad formada por noventa y seis villas y ciento nueve hidalgos, a fin de ponerse a salvo de posibles excesos de los tutores, estableciendo múltiples cautelas con respecto a las iniciativas de éstos, algunas de las cuales serían replanteadas en las Cortes de Carrión de 1317, en las que se haría especial alusión al cuidado de la persona del Rey, tratando de garantizar la presencia junto al Rey de representantes de las ciudades y de los hidalgos, lo que venía a restringir o, al menos, a fiscalizar la función de María respecto a la educación y cuidado de Alfonso.
La figura de María de Molina se agrandó, tomando nueva importancia, como consecuencia de la muerte de los infantes Pedro y Juan en plena campaña contra los moros de Granada en el verano de 1319. De nuevo la sombra amenazante de la anarquía se proyectaba sobre todo el reino castellano-leonés, tomando primera posición en la escena política el hijo del infante Juan, Juan el Tuerto, don Juan Manuel, y el hermano de Pedro e hijo de María y Sancho IV, Felipe, debiendo actuar una vez más María como instancia apaciguadora de las ambiciones desatadas de estos personajes. A pesar de su mediación, la lucha por la tutoría se planteó rápidamente, pues el nombramiento inicial como tutores de don Juan Manuel y Felipe, previamente enfrentados entre sí por este mismo asunto, no es aceptado por Juan el Tuerto. Las distintas mediaciones de María con unos y con otros fracasaron, teniendo lugar en la primavera de 1320 distintos enfrentamientos entre los partidarios de los tres aspirantes al control del reino que, a su vez, trazaron sus propias alianzas dentro y fuera del reino.
En aquel contexto caótico, sólo María fue reconocida por todos como tutora legítima. Viendo que la situación se hacía incontrolable por momentos, recurrió a la mediación pontificia, a la vez que convocó Cortes. María recibió en Valladolid al enviado pontificio, el cardenal de Santa Sabina, a principios de 1321, poniéndole al corriente de la situación. Para entonces, la salud de la Reina tutora estaba completamente quebrada, languideciendo rápidamente en los meses siguientes, por lo que dio testamento el 29 de junio de 1321, ante el escribano de Valladolid Pedro Sánchez, reiterando muchas de las mandas piadosas establecidas en su testamento de 1308. Falleció el 1 de julio. Por entonces, su nieto, el futuro Alfonso XI contaba con diez años. Fue enterrada, de acuerdo con sus designios, en Santa María la Real, también conocido como Las Huelgas de Valladolid, monasterio cisterciense que había fundado ella misma. Había tenido del rey Sancho IV siete hijos, Isabel, Fernando IV y los infantes Alfonso (muerto a los cinco años), Enrique (muerto a los once años), Pedro, Felipe y Beatriz, y había reinado tres veces, como Reina consorte, como Reina-madre tutora y como Reina-abuela tutora, actuando como personaje político clave en la historia de Castila y León entre los años 1284 y 1321, caracterizado por su tendencia a la mediación y al acuerdo en los contextos de mayor confrontación (José Manuel Nieto Soria, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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