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sábado, 16 de julio de 2022

La Iglesia del Carmen, en Écija (Sevilla)

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia del Carmen, en Écija (Sevilla).  
     Hoy, 16 de julio, Memoria de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, monte en el que Elías consiguió que el pueblo de Israel volviese a dar culto al Dios vivo y al que, más tarde, algunos, buscando la soledad, se retiraron para hacer vida eremítica, y dieron origen, con el correr de los tiempos, a una orden religiosa de vida contemplativa, que tiene como patrona y protectora a la Madre de Dios [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II]. 
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Iglesia del Carmen, en Écija (Sevilla).
  La Iglesia del Carmen, se encuentra en la calle El Carmen, 16; en Écija (Sevilla)
      Fue templo de un convento carmelita, cuya fundación parece datar de la primera mitad del siglo XVI. La portada de acceso al conjunto, constituida por un arco de medio punto entre columnas y pilastras compuestas rematadas por frontón recto, se atribuye a Ignacio Tomás. La iglesia consta de dos naves paralelas, aunque con sentido contrario. La principal se cubre con bóvedas de aristas, más una bóveda rebajada en el presbiterio, mostrando al exterior una torre y una portada, ambas del siglo XVIII.
     El retablo mayor, de hacia 1780, es de tres calles, con un cuerpo, banco y ático, articulándose mediante columnas cubiertas de rocalla y estípites. En la hornacina central se halla la Virgen del Carmen, apareciendo en las calles laterales esculturas de Santa Teresa, Santa Magdalena de Pazis, San Elíseo y San Alberto de Sicilia. En el remate se sitúa un relieve de Elías en el carro y en los laterales aparecen otros dos de San Elesbaan, rey de Abisinia, y Santa Ifigenia, estos últimos de medio cuerpo. En el presbiterio hay una pintura del Ecce Homo, de carácter popular, del siglo XVIII.
     En el lado izquierdo había varios retablos que se reformaron hace poco tiempo, quedando reducidos a un marco incrustado en la pared. De este tipo son dos que enmarcan los lienzos de Cristo con la cruz a cuestas y de Santa Lucía y Santa Bárbara, este último fechado en 1722. No obstante, los marcos-retablos son de la primera mitad del siglo XVIII. En el mismo testero se hallan otros tres retablos, éstos sin reformar, que están dedicados a María Auxiliadora, el Sagrado Corazón y a Santa Ana. Los tres son de la segunda  mitad  del  XVIII, siendo el grupo de Santa Ana y la Virgen algo anterior.
     En el lado izquierdo hay dos retablos. El más cercano al presbiterio es obra del segundo tercio del siglo XVIII, presenta estípites y contiene un San Juan Bosco moderno. Pasadas las arquerías que comunican con la nave lateral hay otro retablo de la misma época, con esculturas de poca calidad, salvo la de la hornacina central, que es una magnífica talla del Ecce Homo de medio cuerpo fechada en 1644.
     La colección de pinturas del templo es considerable. En el lado izquierdo hay lienzos que representan a la Virgen con San Antonio de Padua, Cristo caído bajo la cruz, la Natividad, la Epifanía y San Cristóbal, todas de la primera mitad del siglo XVIII. En el lado derecho hay una serie de cuadros de temas carmelitas que representan a la Virgen del Carmen con santos y frailes de esa orden, la Virgen del Carmen con las Animas, Cristo resucitado entre los monjes y el Papa acogiendo a los carmelitas, obras todas de fines del siglo XVII con marcos coetáneos. De tipo más popular son los de la Incredulidad de Santo Tomás y Santa Bárbara, y muy interesante el de la Muerte de San José, de tipo zurbaranesco con retrato del donante, que formaba parte de un antiguo retablo. A la sacristía se pasa desde el presbiterio a través de una puerta decorada con rocalla, en cuyo centro va el emblema del Carmen. En este lugar se guardan algunas piezas de orfebrería, pudiendo destacarse un gran ostensorio rococó fechado en 1762 y otro más pequeño con el punzón de Écija y la fecha de 1820. Otras piezas interesantes son los aderezos de la Virgen del Carmen, consistentes en un escapulario con decoración de rocalla tardía y una corona, mezcla de varios estilos, fechada en 1815. La nave de la Virgen de la Soledad es más estrecha. Se cubre por una bóveda de aristas y la cabecera con bóveda semiesférica. Ésta y el camarín son obra del ecijano Juan de Esquivel. La decoración es muy rica y está realizada mediante mármoles negros y jaspes, con temas de rocallas asimétricas y jarras que forman un alto zócalo, fechable en el segundo tercio del siglo XVIII. El retablo mayor es muy ornamental, con columnas salomónicas que soportan un arco de medio punto y cornisas mixtilíneas. La decoración es de rocalla, pudiendo situarse la obra en la misma fecha que el zócalo marmóreo. La imagen de la Virgen de la Soledad parece realizada en la primera mitad del siglo XVIII. Se apoya sobre una peana de madera dorada, con­temporánea del retablo, y se adorna con un excepcional aderezo de plata repujada consistente en una corona, de factura original, una gran ráfaga y una magnífica media luna, piezas todas decoradas con rocalla. La corona lleva el punzón del contraste Aranda, lo mismo que la media luna, que lleva también el punzón de Damián de Castro como autor. Este último figura en la ráfaga como autor y como contraste. Delante del retablo hay dos lámparas de perfil triangular y decoración de rocalla con las marcas de Aranda y Castro. En uno de los laterales del presbiterio se encuentra un retablito de estípites que contiene un San Elías de vestir de comien­zos del siglo XVIII.
     En el lado izquierdo se abren pequeñas capillas que contienen retablos y esculturas de gran interés. La más cercana a los pies es la Bautismal, presidida por un retablo de estípites, en cuya calle central está una imagen moderna de Jesús entrando  en Jerusalén. La pila bautismal es de jaspe rojo y negro del siglo XVIII. A continuación se halla la capilla del Cristo yacente, con una magnífica urna de madera forrada de carey y plata, rodeada de columnas salomónicas y rematada por un templete, que sostiene colum­nas de este tipo. En el basamento van cartelas de plata con los símbolos de la Pasión y en la parte superior remates piramidales  del mismo metal. Es obra de hacia 1730, que se atribuye a Pedro Duque Cornejo. En el interior se aloja un Cristo de la primera mitad del siglo XVI. Se conservan en la capilla cuatro pequeños evangelistas de talla que proceden del antiguo paso del Cristo y que pueden relacionarse con la obra de Duque Cornejo, así como cuatro medallones en relieve de la misma época decorados con rocalla.
     La capilla contigua es la de la Piedad y contiene dos retablos. El principal es una simple hornacina con estípites que aloja un grupo de la Piedad compuesto por la Virgen con Cristo en los brazos y San Juan, esculturas de tamaño mediano de comienzos del siglo XVI con rasgos todavía goticistas, que se vincula a Jorge Fernández. Detrás del grupo hay una cruz de carey y plata del siglo XVIII, y dos sayones del XVII. El otro retablo es también de hornacina con estípites y contiene un Cristo, algo menor del natural, de la misma época de la Piedad, figurando un lienzo de la Dolorosa, en el ático, de la época del retablo. Frente a esta capilla, pero en la nave, se sitúa un cuadro del Cristo de Burgos, colocado allí, según la documentación, en 1691. El marco, de estilo rococó, es unos setenta años posterior (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
   Perteneció a los Padres Carmelitas Calzados hasta la exclaustración, siendo cedido en 1897 a los Padres Salesianos. En la actualidad es Iglesia parroquial. La fundación se remonta al primer cuarto del siglo XV, afirmándose que la primera iglesia fue construida por un tercio de soldados contando con la protección del Concejo de la ciudad, que durante la guerra de Granada estaban acuartelados en la localidad, 
Iglesia
     La iglesia consta de una sola nave con acceso desde la portada situada a los pies, junto a la torre. En el muro de la Epístola se adosa la capilla de la Soledad, con cabecera en sentido inverso al resto de la iglesia. Posee capillas en el lado del Evangelio y comunicación con las dependencias del convento, del que sólo se conserva su antigua portada. Se compone por una espaciosa nave cubierta por bóveda de aristas y media naranja sobre pechinas en el presbiterio, a los pies la tribuna del coro. Aunque en origen se remonta al siglo XV no quedan restos apreciables, debido a las profundas remodelaciones que sufrió el edificio. Las más notables fueron las efectuadas en el siglo XVIII y la reedificación llevada a cabo entre 1881 y 1883, que le dieron cierto aire neoclásico. La capilla de Nuestra Señora de la Soledad se comunica con la nave de la iglesia mediante dos arcadas abiertas en el muro de la Epístola. Consta de una nave con bóveda de aristas, media naranja sobre pechinas en el presbiterio, situándose tras el retablo el camarín.
Portadas
     Se caracteriza, al igual que muchas portadas ecijanas, por la utilización del ladrillo tallado. Articulada en dos cuerpos, su peculiaridad radica en los soportes a modo de estípites sobre podios que flanquean el vano central. En el cuerpo superior  se encuentra una hornacina que alberga una imagen de bulto redondo de la Virgen del Carmen entre pilastras, flanqueada por remates piramidales. Al convento se accedía a través de una portada abierta en la calle de San Juan Bosco. De claros aires neoclásicos, recuerda a las que Ignacio de Tomás diseñó para la Iglesia parroquial de Santa Bárbara. Realizada en mármol blanco, consta de un gran vano central de medio punto flanqueado por columnas con éntasis y capiteles compuestos, elevadas sobre pedestales y basas, a su vez, éstas se flanquean por pilastras compuestas. Sobre el conjunto, el arquitrabe con dentículos, sirve de base a un frontón triangular que aloja el escudo de la Orden del Carmen. En 1897 el convento e iglesia fueron cedidos a la Comunidad de Padres Salesianos, añadiéndose con posterioridad a 1950 una escultura de María Auxiliadora sobre el frontón.
Torre
     Se encontraba en proceso de construcción en 1637, año en que según crónicas locales murió el religioso que dirigía las obras tras caerse de sus andamios. Para su realización se utilizó como material predominante el ladrillo tallado y cortado, oculto tras un enfoscado que presenta una doble policromía, el albero pálido para las superficies lisas y la almagra para destacar los elementos horizontales. Consta de seis cuerpos, en los cuatro inferiores, de planta cuadrada, se repite el mismo esquema, basamento que soporta un arco de medio punto entre pilastras con entablamento completo. Los dos superiores, uno octogonal y otro circular se ornamentan con arcos de medio punto con dobles pilastras cajeadas y entablamento el primero, y vanos adintelados entre dobles molduras planas, a modo de pilastras, con media naranja en el segundo. Quizás el elemento que más caracteriza a esta torre se encuentra en el tercer cuerpo de la caña, ya que en las pilastras aparecen dobles hornacinas de medio punto que albergan esculturas de mármol personificando a santos de la Orden (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     
Según la tradición, la primitiva iglesia fue construida en el siglo XV por un tercio de soldados que se encontraban acuartelados en la ciudad durante la guerra de Granada. Para ello contaron con la protección del concejo y de varias familias nobles que ejercieron patronato a cambio de ser enterrados en el convento. En el s. XVIII fueron realizadas profundas remodelaciones en la iglesia conventual. Durante la Guerra de la Independencia, el convento fue exclaustrado debido al decreto de 1809 de José I Bonaparte. Una vez terminada la contienda, los monjes reclamaron su devolución al ayuntamiento en 1814, pero volvió a ser exclaustrado en 1836 por la Desamortización de Mendizábal. En el año 1897, se cedió a los padres salesianos, quienes lo habitaron hasta el siglo XX. Especialmente interesantes son capilla de Nuestra Señora de la Soledad y la Capilla del Santo Sepulcro,  que conserva una urna con aplicaciones de carey y plata, del primer cuarto del siglo XVIII. En ella aparece la imagen yacente de Jesús, escultura fechada entre los siglos XIV y XV (Ayuntamiento de Écija).
     Pocos restos quedan apreciables del edificio original del siglo XVI, cuando perteneció al convento de los padres Carmelitas Calzados. Las profundas remodelaciones del siglo XVIII y la reedificación llevada a cabo entre 1881 y 1883 le dieron cierto aire neoclásico. La iglesia consta de dos naves paralelas en sentido inverso, abriéndose al exterior la nave principal, cubierta con bóveda de arista, a través de una portada situada a los pies junto a la torre, ambas del siglo XVIII.
     La nave de la Virgen de la Soledad, que es la más estrecha, está cubierta también por una bóveda de arista y tiene decorado parte de sus muros con mármoles negros y jaspes que asemejan rocallas y jarras, todo ello del segundo tercio del siglo XVIII, al igual que la pila bautismal de jaspe rojo y negro.  
     Entre las numerosas esculturas que ornamentan los retablos del templo, en su mayoría del siglo XVIII, destacan la talla del Ecce Homo de medio cuerpo de 1644 que se encuentra situada en un retablo en el lado izquierdo y la urna barroca de madera forrada en carey y plata, atribuida a Pedro Duque Cornejo de 1730, que alberga a un Cristo yacente del siglo XVI. Todo ello está situado en la capilla del mismo nombre. 
     También el templo posee un importante conjunto de pinturas, teniendo que reseñarse el cuadro de influencia zurbaranesca de La muerte de San José con retrato de donante, en el lado derecho de la nave principal.
     La torre de la iglesia está construida en ladrillo enfoscado en albero pálido en las superficies lisas y almagra para destacar los elementos horizontales. Consta de seis cuerpos. Los cuatro inferiores, de planta cuadrada, y con basamentos soportan un arco de medio punto entre pilastras. Los dos superiores, uno octogonal y otro circular, se ornamentan con arcos de medio punto con dobles pilastras cajeadas. El tercer cuerpo de la torre aloja en las pilastras dobles hornacinas de medio punto que albergan esculturas de mármol que personifican a santos de la Orden.
Horario
De lunes a sábado de 19:00 a 20:30
Misas:
Lunes a sábado a las 20:00.
Domingos: 8:30, 11:30 y 20:00 (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la Festividad de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo
   La conmemoración de la Virgen del Carmen tiene su origen en la Orden homónima. Ésta remonta sus orígenes míticos a los hijos de los profetas que habitaron el Monte Carmelo en Tierra Santa. En época de la cruzadas fueron estableciéndose allí un grupo de anacoretas que levantaron un templo a la Virgen María en la cumbre del monte Carmelo, que veían prefigurada la maternidad divina en la nube que desde allí viera Elías, anunciando el fin de la sequía. Estos religiosos se llamaron Hermanos de Santa María del Monte Carmelo, a los que San Alberto de Vercelli, también conocido por su nombre secular, Alberto Avogadro (+1214), Patriarca de Jerusalén, escribió una normativa de vida entre 1206 y 1214. Pasaron a Europa en el siglo XIII, aprobando su regla Inocencio IV Fieschi en 1245, bajo el sexto Prior General de la Orden, San Simón Stock (+1265), que los adaptó a la vida mendicante. Este papa es el primero que los llama, en 1252, Hermanos Ermitaños de la Orden de Santa María del Monte Carmelo. Viendo éste en peligro el futuro de la Orden en Occidente, cuenta la tradición que el dieciséis de julio de 1251, según la versión oficial fijada en el siglo XVII, la Virgen María se le apareció en Cambridge y le entregó el hábito que había de ser su signo distintivo, cuya versión reducida es el escapulario marrón, y le prometió: “Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará”. Desde Inglaterra se extendió esta devoción a toda la Orden y, por su labor, a todo el mundo.     
   Al principio los carmelitas celebraban a la Virgen en las fiestas del calendario general, sobre todo, en el siglo XIII, la Anunciación, que cedió su lugar, a partir de 1306, a la Inmaculada Concepción, que se convirtió en la fiesta mariana oficial de la Orden. Sin embargo, a comienzos del siglo XV, parece que los carmelitas intentaron buscar una celebración mariana propia acomodada a su  carisma. Esta parece que tiene su origen en el rito jerosolimitano primitivo de la Orden, que a una conmemoración solemne de la Resurrección del Señor semanal había unido una de la Virgen María, especialmente solemnizada la del Adviento, que naturalmente se identificaba con su Asunción como glorificación plena de María. Por primera vez encontramos esta fiesta celebrada en Oxford en 1387 y en un calendario astronómico de Nicolás de Lynn. Poco a poco va apareciendo en diferentes misales (Londres, 1387-93) y breviarios (Oxford 1375-93) y extendiéndose muy lentamente por el continente. Pero con la difusión del escapulario, catapultada por la famosa Bula del privilegio sabatino, en algunas partes, sobre todo en Inglaterra, se relacionó esta commemoratio solemnis, a partir de la celebración de los beneficios recibidos de su Patrona, -con tal devoción, dando lugar a la solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Su fijación en julio parece depender de la fecha de la última sesión del II Concilio de Lyon, celebrada el diecisiete de julio de 1274, en que se decretó que las órdenes carmelitana y agustina, que corrían peligro de ser suprimidas, permanecieran en su estado mientras no se decretara otra cosa, aunque la aprobación definitiva no llegaría hasta 1298 con Bonifacio VIII Gaetani en 1298.
   Esta fiesta de acción de gracias a la Virgen se adelantó en el siglo XV al dieciséis de julio. Sixto V Peretti aprobó la fiesta del dieciséis de julio en 1587, y en el Capítulo General carmelitano del 1609, habiéndose preguntado a todos los capitulares qué festividad debía tenerse como titular o patronal de la Orden, todos unánimemente contestaron que ésta, sin duda alguna. A pesar de haberse dictado algunos decretos restringiéndola, esta fiesta, que ya se había difundido por Inglaterra, Italia, España y América, se fue propagando rápidamente en el siglo XVII por el resto de Europa y algunas zonas de Oriente. España fue la primera nación en obtener del papa Clemente X Rezzonico, en 1674, el permiso para celebrar esta festividad en todos los dominios del Rey Católico.  A esta petición siguieron otras muchas, hasta que el veinticuatro de septiembre 1726 Benedicto XIII Orsini, tras haberla impuesto el año antes en los Estados Pontificios, la extendía a toda la cristiandad con rito doble mayor y con la misma oración y lecciones para el segundo nocturno que desde el siglo anterior rezaban ya los religiosos carmelitas. En la reforma del Beato Juan XXIII Roncalli de 1960 fue reducida a simple conmemoración, y en el calendario del uso ordinario es memoria libre. También fue introducida en los ritos ambrosiano,  caldeo, maronita, mozárabe y greco-albanés (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e  Iconografía de la Virgen con el Niño;  
  Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad 
 Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
   En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques. 
   Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
   Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres. 
   Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
   Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
   En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
   Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
   Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
   Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
   A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
   La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones. 
    El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
   Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
   A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
   Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
   A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
   Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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