Por amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Hernando Colón, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 12 de julio es el aniversario del fallecimiento (12 de julio de 1539) de Hernando Colón, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Hernando Colón, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Hernando Colón es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo; y va de la plaza de San Francisco, a la calle Alemanes.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
La vía, en este caso una calle, está dedicada a quien fuera hijo del Almirante descubridor de América, Hernando Colón.
La calle actual está formada por dos tramos que desde su nacimiento estuvieron diferenciados. El primero, hasta la confluencia de Florentín y Rodríguez Zapata, se llamó desde mediados del s. XIV Alfayates, porque aquí tenían tiendas los sastres. En tiempos de Peraza (s. XVI), ya es conocido por Tundidores, por las tiendas de los artesanos dedicados a dar el apresto y rematar la fabricación de paños de lana. Dicha denominación se conservó hasta 1868. Aunque éste es el nombre que predomina, también se alude a ella en el último cuarto del s. XVII como la de los Mercaderes de Paños, y en un documento de 1721, de los Paños.
El segundo tramo era la calle principal de la Alcaicería, barrio de tiendas de artículos selectos y de alto valor en el mundo árabe. Por eso fue conocida con este nombre durante siglos, o por sus variantes: en el s. XVI, Alcaicería de los Traperos y Alcaicería Mayor, para diferenciarla de la inmediata al Salvador; en el s. XVIII Alcaicería de la Seda. Ahora bien, el topónimo Alcaicería, en principio, tiende a designar todo el conjunto, de ahí que en documentos de comienzos del s. XVI esta calle aparezca como Traperos. En 1845 se la rotula oficialmente Colón, en memoria de Hernando Colón (1488- 1538), hijo del almirante Cristóbal Colón, y gran bibliófilo, que donó a la Catedral su biblioteca. En 1868 dicho topónimo se extendió a la vecina de Tundidores, y en 1892 se le dio la forma actual, incluyendo el nombre, para diferenciar la del paseo de Cristóbal Colón, que era rotulado ese mismo año. Como la Alcaicería contaba con sendos arcos en sus extremos, éstos, designados con nombres propios, como de la Rosa, o de los oficios ya indicados, sirvieron también para identificar este tramo de la calle.
Desde los siglos medievales tuvo una morfología distinta en cada tramo. El primero, descrito como callejón en un documento del s. XVII, estaba formado por una serie de tiendas bajo soportales, que, al menos en la acera de los impares, presentaba entrantes o rinconeras. El segundo era la ya indicada Alcaicería, levantada por los almohades en 1196, al construirse la nueva mezquita aljama, en el solar que hoy ocupa la Catedral. Estaba aislada de su entorno por puertas, las principales se encontraban en los extremos de este tramo, en la esquina de Rodríguez Zapata y en la salida a Alemanes. A su vez, de ella partían, a ambos lados, una serie de callejones, conectados entre sí, a los que se abrían pequeñas tiendas y que comunicaban con calles vecinas (Gradas, Escobas), por la izquierda el de Perros o Espantaperros, y por la derecha el de los Sederos; otro era el de Lencería de los Hombres. Durante los siglos XVI y XVII hay reiteradas denuncias de usurpación del espacio público en ambos tramos, pues se avanzaban las líneas de fachadas, se volaban los pisos superiores mediante pies derechos, o se atajaban los soportales con tabiques. A lo largo del XIX se llevó a cabo el proceso de total remodelación de la calle. De una parte, la privatización de los callejones, iniciada en el XVIII, adquiere verdadera importancia en el primer cuarto de la mencionada centuria. De otra, en la segunda mitad, se derriban los arcos (1848 y 1854), y paulatinamente van desapareciendo los soportales, cuyas columnas estaban pintadas de diversos colores, de los que todavía quedaban ejemplares a finales del mismo. Fruto de estas operaciones es la calle actual, que posee un trazado casi recto, con fachadas alineadas y mediana anchura. Hacia la mitad desembocan Rodríguez Zapata, por la izquierda, y Florentín, por la derecha. En esta misma acera, un poco más arriba, se encuentra un callejón estrecho, en ángulo recto: otros dos han quedado privatizados en la acera frontera, por uno de los cuales se accede a un bar; se trata de los restos de los que formaron parte de la primitiva Alcaicería.
Existen noticias documentales de que en el s. XVI estaba empedrada; este sistema se mantuvo hasta el s. XVIII, en que, al menos algún tramo, estaba embaldosado. En 1868, fecha bastante temprana, se adoquina. En la década de 1960 se vertió sobre el adoquinado una capa asfáltica, que ha sido levantada recientemente y restaurado el pavimento de adoquines. Las aceras, que a comienzos de siglo eran de cemento, hoy son de losetas. La iluminación se efectúa por medio de farolas de báculo. Hacia el centro de la calle en la acera de los pares se han plantado unos naranjos en alcorques. Siglos atrás existió un pozo en la confluencia de los dos tramos, que abastecía de agua a los vecinos. Las características de la edificación hasta el pasado siglo parece que fueron bastante similares en las dos partes. Un conjunto de tiendas de reducidas dimensiones, a las que paulatinamente se les superpondría un piso alto, y casi ninguna casa de habitación. En una visita efectuada por las autoridades en 1679 se reseñan en Tundidores 26 tiendas, por seis casas-tiendas; en la Alcaicería 33 tiendas, por una casa-tienda. A lo largo del s. XIX se fueron derribando y se aprovecha para una remodelación total, que continúa a comienzos del actual. Según González de León, ya en su tiempo (1839) se habían levantado "bonitas casas". Fruto de dicha remodelación es la imagen actual, que presenta un diseño de fachadas bastante uniforme, con tres plantas de altura, balcones en las dos plantas altas, y rematadas en azoteas. En el callejón, el caserío está muy degradado, con casas cerradas y abandonadas, y traseras de edificios de calles inmediatas.
Los orígenes de la calle fueron comerciales y así se mantuvo hasta el XVIII en que decae. La crónica árabe nos dice que, tras la construcción de la Alcaicería, en ella se establecieron los perfumistas, especieros, comerciantes de telas y sastres. En época castellana fue uno de los centros del comercio de paños; aquí se encuentran traperos, o grandes comerciantes de paños, sederos, tundidores, sastres. Morgado, a fines del s. XVI, la describe en los siguientes términos: "Y la otra suma riqueza de la Alcaycería o Alcaycería de Oro y plata, perlas, cristal, piedras preciosas, esmaltes, coral, sedas, brocados, telas riquísimas, toda sedería y paños muy finos. Es la Alcaycería un barrio de por sí lleno de tiendas de plateros y escultores, sederos y traperos, con toda la inmensa riqueza, que se vela de noche, con sus puertas y alcaide, que también de noche las cierra con llave." (Historia de Sevilla). En 1628 se ordenó que los plateros de oro y plata y los alquimistas se asentasen aquí. El documento de 1679,al referirse al tramo conocido como Tundidores, señala que una acera está ocupada por mercaderes de paños y la frontera por tundidores. Sin embargo, el mismo ya refleja el inicio de la crisis, pues bastantes tiendas están cerradas. Un siglo más tarde, Matute la describe como lugar abandonado, cuyas tiendas son utilizadas como almacén por los comerciantes de las calles vecinas, especialmente de Alemanes. No obstante, un documento de 1747 la incluye entre las que obligatoriamente debían habitar los plateros, probablemente sería el primer tramo, inmediato a San Francisco. En el XIX subsisten algunos tundidores y se abre una fábrica de sombreros, pero su función más importante, sobre todo tras los derribos y ampliación, será la de tránsito, como indica Álvarez-Benavides, pues, al no existir la parte final de la avenida de la Constitución, era un punto de obligado paso para salir de la ciudad desde la mencionada plaza hacia el sur, a través de San Gregorio. Esto explica su temprano adoquinado y que se incluyese en el recorrido del primer tranvía que se estableció en la ciudad, en 1870. En la actualidad, casi todos los bajos están ocupados por comercios y oficinas, entre los que abundan las filatelias.
Desde el s. XVII hay noticias de varios retablos. En su inicio una pintura de un Calvario; hacia la mitad, próximo a una barreduela, otro de madera dorada, dedicado a la Virgen de los Reyes, cuya hermandad se hacía remontar a los siglos medievales, según escrito de 1694. Ambos fueron desmontados en 1840, pasando el segundo a la iglesia del Sagrario. En el arquillo que daba acceso a la Alcaicería había otro dedicado a la Santísima Trinidad, y en el opuesto, uno de la Concepción. En la casa que tenía en la Alcaicería el platero Eugenio Sánchez Reciente, se pondrán los fundamentos de lo que, más tarde, será la Real Escuela de las Tres Nobles Artes. En el s. XIX existía un bar o taberna, conocida por Julio César, citado por Luis Montoto, y cuyos escándalos nocturnos denuncia la prensa de mediados de siglo [Antonio Collantes de Terán Sánchez, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Hernando Colon. En esta calle se conservan todavía algunos de los callejones de la antigua Alcaicería [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de Hernando Colón, a quien está dedicada esta vía;
Hernando Colón, (Córdoba, 15 de agosto de 1488 – Sevilla, 12 de julio de 1539). Hijo natural de Cristóbal Colón, humanista y cosmógrafo, reunió la biblioteca particular más rica de la época, participó en el cuarto viaje colombino y escribió la Historia del almirante.
Nació en Córdoba el 15 de agosto de 1488, como fruto de la relación entre Cristóbal Colón y Beatriz Enríquez de Arana, su amante. La madre de Hernando fue una cordobesa de posición social humilde, hija de unos pequeños agricultores de las cercanías de Córdoba, Pedro de Torquemada y Ana de Arana. Huérfana muy joven, pasó a vivir con sus parientes y en Córdoba residía cuando apareció en escena un hombre que ofrecía a los Reyes Católicos la manera de llegar a las Indias por la ruta nueva del Atlántico.
Al convertirse la ciudad califal cada año, de primavera al otoño, en residencia habitual de la corte por causa de la guerra de Granada fue también una ciudad frecuentada por Cristóbal Colón. En Córdoba, durante esos años, estuvo negociando su proyecto descubridor pasando muchas necesidades. Fernández de Oviedo dice que por ese tiempo Colón “traía la capa raída, o pobre”. Su necesidad llegó a tanto que tuvo que emplearse como “mercader de libros de estampa” (los libros que empezaban a salir de la imprenta) y a pintar “cartas de marear” para venderlas a los navegantes. A finales de 1487 sólo Beatriz Enríquez le mostraba su apoyo, fruto de lo cual fue el nacimiento un año después de su hijo Hernando. Se puede asegurar que nunca Cristóbal Colón se llegó a casar con Beatriz, por lo que Hernando era hijo natural. Este origen de Hernando va a pesar mucho en el ánimo y en el comportamiento futuro del segundo hijo del descubridor.
Cuando Cristóbal Colón emprendió el viaje descubridor, Diego, que había recibido el nombramiento de paje del príncipe Juan el 8 de mayo de 1492, fue conducido por Juan Rodríguez Cabezudo y Martín Sánchez a Córdoba, para que esperase con su hermano Hernando, bajo el cuidado de Beatriz Enríquez de Arana, la llegada triunfal de su padre.
Un hito importante para el menor de los Colón fue su legitimación jurídica, es decir, cómo, a efectos legales, un hijo ilegítimo como Hernando pasaba a poder disfrutar de la posición social privilegiada que le correspondía, como hijo que era de uno de los nobles más importantes del reino.
En 1493, tras el regreso de Colón, le fueron confirmados y ampliados sus privilegios, además de recibir un escudo de armas. En esas jornadas gloriosas al almirante no se le podía negar nada, por lo que “suplicó a los Reyes Católicos que hobiesen por bien que a sus hijos el príncipe don Juan los recibiese por pajes suyos”, dice el cronista Fernández de Oviedo. A principios de 1494, Diego y Hernando Colón fueron presentados en la corte de la mano de su tío Bartolomé “para que sirviésemos de pajes al serenísimo Príncipe Don Juan, que esté en la gloria, como lo había mandado la Reina Católica Isabel, que a la sazón estaba en Valladolid”, según cuenta el mismo Hernando. Es de suponer que Juana de Torres, ama del príncipe don Juan y muy cercana a los Colón, velaría por los hijos del almirante y haría las veces de madre para los dos hijos del descubridor mientras él andaba ensanchando el Nuevo Mundo. Su ayo en la corte fue Jerónimo de Agüero.
Todos los nobles criados en la corte del príncipe, entre los que se encontraba Hernando Colón, recibieron la misma educación exquisita que el hijo varón de los Reyes Católicos. Uno de los maestros de los pajes fue el humanista Pedro Mártir de Anglería, devoto del saber y de los libros, además de amigo de Colón y futuro cronista de Indias. El Hernando Colón humanista y gran bibliófilo debe mucho a esta formación cortesana. Igualmente, desde la corte, el hijo menor del almirante vivió muy de cerca todos los acontecimientos de las Indias, sobre todo el fracaso colombino y las quejas de los descontentos.
Muerto el príncipe Juan, el 4 de octubre de 1497, Hernando Colón quedó libre como paje, y entonces acompañó a su padre mientras hacía los últimos preparativos de su tercera navegación. Como el viaje se retrasaba y las tensiones entre Colón y los organizadores de la armada iban en aumento, el hijo del almirante regresó a la corte. El 18 de febrero de 1498, Hernando era nombrado paje de la Reina en Alcalá de Henares. Y cuatro días después, el 22 de febrero, el gran descubridor instituía mayorazgo, estableciendo la sucesión directa por vía masculina: primero Diego e hijos, y en su defecto, Hernando, y así sucesivamente hasta llegar a los hermanos del almirante, Bartolomé y Diego. A falta de línea masculina recaería en la mujer con más derechos.
El tercer viaje colombino fue un fracaso, no faltando entre los españoles revueltas y deserciones, ni tampoco levantamientos indígenas, hambres, enfermedades y escasa rentabilidad económica. En la corte se empezaba a hablar mal de Colón y de la empresa de las Indias, contando Hernando en la Historia del Almirante una escena muy verosímil que sitúa entre los años 1499 y 1500 en Granada. Los quejosos de la empresa de las Indias se manifestaban al paso del monarca y de los hijos del almirante diciendo: “Mirad los hijos del Almirante de los mosquitos, de aquel que ha descubierto tierras de vanidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos” y añadían “otras muchas injurias, por lo cual nos excusábamos de pasar por delante de ellos”. Eran días amargos para una persona que no había superado su origen humilde y su ascenso social en función de un descubrimiento ahora en entredicho. El abandono en que tuvo a su madre Beatriz y cuanto la rodeó dice bastante. Por una escritura notarial, del 17 de agosto de 1525, hace donación a su primo y criado Pedro de Arana, una vez muerta Beatriz Enríquez, de unas casas, bodega, lagar, pila, tinajas y huerta que heredó de su madre. Éste es uno de los pocos recuerdos que nos ha transmitido Hernando referentes a su madre cordobesa.
Tras el apresamiento del almirante y su inmediato envío a Castilla cargado de cadenas por decisión del juez pesquisidor Francisco de Bobadilla, el destituido virrey llegó a Granada, donde residía la corte, a mediados de diciembre de 1500, y allí se encontró con sus hijos. Los Reyes le desagraviaron en lo que pudieron, “pero nunca más dieron lugar que tornase al cargo de gobernación”, dice con exactitud Fernández de Oviedo.
Cuando rozaba los catorce años, Hernando viajó a las Indias acompañando a su padre y a su tío Bartolomé en el cuarto viaje colombino, el llamado Alto Viaje en busca de un Estrecho que facilitase el camino hacia la Especiería. El 11 de mayo de 1502 dejaban las costas de la bahía de Cádiz camino de las Indias con cuatro navíos. Tras socorrer a la fortaleza portuguesa de Arcila, llegaron a Canarias y a finales de mayo tomaron rumbo a las Indias en uno de los viajes más rápidos (21 días). Las dificultades con uno de sus navíos le hizo dirigirse hacia Santo Domingo y recibir la negativa de Ovando cumpliendo la prohibición regia al Almirante de no detenerse en la Española. La forma que tuvo el Almirante de presentir y esquivar el huracán, cuando recorría las costas de Santo Domingo en el verano de 1502, agrandaron su figura. Nadie le hizo caso cuando advirtió a Ovando que no dejara salir la flota hacia España por el peligro que suponía la tempestad que se avecinaba. Bobadilla y la flota de entre veintiocho y treinta navíos fue destrozada a primeros de julio. El almirante y los suyos se salvaron refugiándose en el puerto de Azua.
A finales de julio, llegaron a la costa continental de Honduras o Punta Caxinas después de sortear todo tipo de peligros, entre calmas, vientos y huracanes, corrientes adversas y frecuentes tormentas. Con tan pocos años, Hernando demostró mucha curiosidad por saber y no poca entereza. Según el almirante, “el dolor del hijo [Hernando] que yo tenía allí me arrancaba el ánimo, y más por verle de tan nueva edad de trece años en tanta fatiga”.
El relato que sobre este viaje hace Hernando en la Historia del almirante es una fuente imprescindible para conocer su recorrido, incidencias, paisajes y curiosidades. A finales de año recorrieron la costa de Veragua y el istmo de Panamá hasta el golfo del Darién. Desde ahí decidió regresar a la Española, ya que todo era contrariedad: ni había estrecho, ni los indios eran pacíficos, ni su salud era buena, ni las embarcaciones resistían.
A finales de junio de 1503 se encontraban ya en la bahía de Santa Ana, en Jamaica, donde encallaron intencionadamente los dos barcos que les quedaba. Durante el año que van a pasar en espera de poder llegar a Santo Domingo, se conserva el relato transmitido por Hernando Colón en su Historia con el eclipse de luna vivido en Jamaica.
El 13 de agosto de 1504 regresaban al fin a Santo Domingo, tras la hazaña de Diego Méndez, y presenciaba algunas actuaciones poco corteses de Ovando para con su padre. Siguieron las penalidades hasta que el 7 de noviembre de 1504 arribaba al puerto de Sanlúcar de Barrameda.
La muerte del descubridor, el 20 de mayo de 1506, convirtió a su hijo menor en un seguro colaborador del nuevo cabeza de familia: su hermano y segundo almirante de las Indias Diego Colón.
El segundo viaje al Nuevo Mundo lo realizó Hernando a principios de 1509. El 9 de julio la pequeña corte que acompañaba al nuevo gobernador Diego Colón hizo su entrada en la capital de las Indias. Dos meses después, Hernando regresó apresuradamente a Castilla por encargo de su hermano con el fin de defender los intereses familiares en los Pleitos Colombinos.
Entre 1509 y 1511, Hernando llevará a cabo una actividad intensa. Su influencia se deja notar en el famoso Memorial por el Almirante o en el Tratado sobre la forma de descubrir y poblar en la parte de las Indias. Especialmente curioso y lleno de novedad es el Proyecto de Hernando Colón en nombre y representación del Almirante, su hermano, para dar la vuelta al mundo, fechado en Sevilla, el 19 de julio de 1511, casi diez años antes del viaje de Magallanes-Elcano. No fue tenido en cuenta por el rey Fernando el Católico. Por esas mismas fechas, presentó en la corte otra obra suya titulada Colón de Concordia, también perdida.
Entre 1512 y 1515 viajó a Italia para resolver pleitos de su hermano, reconocido en 1520 cuando ambos hermanos firmaban una capitulación por la que Hernando renunciaba a la herencia paterna a cambio de determinadas mercedes y en reconocimiento de sus servicios. Fue beneficiado con buenas encomiendas de indios en los distintos repartimientos hechos en la isla Española que le reportaron sustanciosos ingresos que empleó principalmente en adquirir libros para su biblioteca.
En 1517, comenzó, con autorización real, el Itinerario o Cosmografía de España, una obra que pretendía, tras recorrer todos los pueblos de España, buscar los datos topográficos y geográficos más interesantes de cada lugar, y organizarlos después alfabéticamente. Este esfuerzo, costeado íntegramente por Hernando, fue impedido primero por el presidente del Consejo Real de Castilla, seguido de una orden del Emperador, de 13 de junio de 1523, poniendo punto final a su iniciativa. Un criado de Hernando lo achacó a la envidia.
El reconocimiento de reputado cosmógrafo quedó demostrado en la participación activa que tuvo en las Juntas de Badajoz-Elvas de 1524. Allí se reunieron expertos castellanos y portugueses (tres astrónomos, tres marinos y tres letrados de cada reino) con el fin de llegar a un acuerdo sobre la demarcación que el meridiano acordado en el Tratado de Tordesillas (1494) habría de tener sobre la zona oriental o contrameridiano. Su postura fue la más intransigente y dura de la representación castellana. Los portugueses no cedieron y no hubo acuerdo. En 1526, Carlos V encargó a Hernando que se reuniese con los principales pilotos españoles y elaborasen un mapamundi o carta general de navegación que quedara, como modelo y guía, en la Casa de la Contratación de Indias, radicada en Sevilla, obra que no llegó a realizarse.
La parte principal de los Pleitos Colombinos duró desde 1508 hasta 1536, y en ella Hernando fue quizá el elemento más activo. El hijo menor del almirante partía de una posición que apenas cambió durante esos años: los privilegios colombinos fueron un contrato entre los Reyes y Colón que obligaba a ambas partes (Capitulaciones de Santa Fe). Si Colón cumplió la suya (descubrimiento de nuevas tierras al otro lado del Océano), los Reyes estaban obligados a respetar lo capitulado con él. Por tanto, todas las promesas hechas al almirante debían cumplirse. Así pensaba Hernando y prácticamente lo defendió sin entrar en otras matizaciones hasta el final de sus días. El punto débil de esta postura es que mezclaba concesiones que tenían carácter de contrato con otras que habían sido otorgadas graciosamente por los Reyes, y, por tanto, revocables.
La primera sentencia en los Pleitos fue dictada el 5 de mayo de 1511 por el Consejo Real en Sevilla. Hernando actuó con plenos poderes de su hermano Diego en este proceso y mantuvo posturas muy intransigentes. Se opuso a dicha sentencia, lo que provocó un recrudecimiento del pleito con nuevas vistas y comprobaciones.
Hacia 1516-1517 elabora una Propuesta o proyecto de Audiencia Real en Santo Domingo de la isla Española, bajo la presidencia del Almirante de las Indias, que no fue aceptado, ya que la pretensión de Hernando era que su hermano pudiera controlar esa institución.
Otra actuación hernandina nos traslada a mediados de 1519 en que Diego Colón y Bartolomé de las Casas elaboran y presentan un plan conjunto para poblar una extensa zona de Tierra Firme. El segundo almirante estaba dispuesto a secundarlo, pero, según Las Casas, fue Hernando el que le aconsejó que pidiera la gobernación perpetua de dicha tierra, lo que condujo al fracaso de la negociación, ya que ese punto se discutía en los Pleitos.
En 1523, como respuesta al enfrentamiento habido entre el almirante y la Audiencia de Santo Domingo, escribe Hernando una pieza acerca del derecho que como Almirante y Virrey debía tener su hermano en el grado de suplicación en las causas civiles y criminales que se seguían en los tribunales de las Indias. De poco sirvió este escrito. La tensión creciente entre la Corona y los Colón no hizo sino crecer.
A la muerte del segundo almirante Diego Colón el 23 de febrero de 1526, el Consejo Real ordenó que se viese de nuevo el Pleito en su totalidad. Hernando fue confirmado por María de Toledo como uno de los representantes legales de la familia y así siguió hasta el final, aunque perdiendo alguna influencia.
La Sentencia de Dueñas, el 27 de agosto de 1534, en los Pleitos fue muy negativa para los intereses colombinos. Hernando se manifestó en contra, pero no fue muy escuchado, por lo que inició un largo viaje por Europa que duró año y medio hasta 1536.
Tras las apelaciones correspondientes, el 9 de agosto de 1535 sucede un hecho que va a convulsionar al apellido Colón, y de manera especial a Hernando. En plenos Pleitos Colombinos, el fiscal Villalobos quiso dar un vuelco sensacionalista al proceso y presentó un escrito por el que negaba que Cristóbal Colón tuviera la exclusividad del Descubrimiento, estando dispuesto a probarlo. Añadía, además, que los verdaderos protagonistas de ese magno descubrimiento fueron los Pinzones, quienes animaron a Colón a seguir y descubrir tierra cuando en el Primer Viaje “iba ya sin tino y desconfiado, y se quería volver”. Al mismo tiempo, otros escritores, como el cronista Fernández de Oviedo y el escritor genovés Giustiniani, estaban propagando algunos puntos oscuros (piloto anónimo, origen humilde de los Colón, etc.) sobre el inventor de América. Para colmo de males, el 28 de junio de 1536 se dictaba el laudo arbitral de Valladolid, en que se cerraba el viejo pleito entre la Corona y la familia Colón a cambio de algunas concesiones a favor del tercer almirante de las Indias Luis Colón.
Ese mismo año, Gonzalo Fernández de Oviedo publicaba en Sevilla la primera parte de su Historia General de las Indias y en ella identificaba las Antillas con las Hespérides de la Antigüedad, añadiendo que tales islas habían pertenecido 1.600 años a. C. a España. Cualquiera podía imaginar que no era lo mismo hablar de unas tierras desconocidas regaladas por Colón a los reyes castellanos que reincorporar a la soberanía de España algo que fue suyo. Al mismo tiempo, el escritor genovés Agostino Giustiniani, en una obra suya sobre la República de Génova, impresa en marzo de 1537, atribuía a los Colombo genoveses el haber ejercido oficios de manos o mecánicos, como tejedores de paños. Para un apellido en la cima de la nobleza esto dolía.
Entre 1536 y 1539, en medio de este ambiente nada favorable a la memoria de Cristóbal Colón, Hernando se decidió a escribir la Historia del Almirante, la obra sin duda más importante y famosa del hijo natural del Descubridor. Su objetivo, al escribirla, era muy claro: exaltar la persona y los hechos llevados a cabo por el “varón digno de eterna memoria” que fue su padre. En esta obra atacó a sus oponentes, suavizó aspectos discutibles del almirante, tuvo olvidos intencionados y manejó como pocos la ambigüedad. Muchas de las confusiones y controversias que envuelven a Colón se deben a esta obra. El manuscrito original se ha perdido. No obstante, se sabe por el prólogo que fue Luis Colón, tercer almirante de las Indias y sobrino de Hernando, quien lo cedió a Baliano de Fornari, genovés, para editarla en castellano, italiano y latín. Por fin la obra apareció sólo en versión italiana el 25 de abril de 1571. La traducción del castellano al italiano fue hecha por el hidalgo extremeño Alfonso de Ulloa con el título Historie del S. D. Fernando Colombo: nelle s’ha particolare et vera relatione della vita e de fatti dell’Ammiraglio D. Christoforo Colombo, suo padre. Esta obra alcanzó pronto gran difusión tanto en Italia como fuera de ella. La primera edición española no llegó hasta 1749.
Se ha discutido mucho sobre la autenticidad de la Historia del Almirante. Las opiniones se pueden clasificar en tres grupos: los que consideran que nada de esta obra pertenece a Hernando; los que defienden que la parte correspondiente a los viajes y descubrimientos colombinos es de Hernando, pero no así la parte primera anterior a 1492; y, por último, los que sostienen que toda la obra ha salido de la pluma del hijo del descubridor.
De las principales obras llevadas a cabo por Hernando una “fue querer juntar todos los libros de todas las lenguas y facultades que por la Cristiandad y fuera de ella se pudiesen hallar”, nos dice su albacea Marcos Felipe. Este propósito se va a materializar en lo que se conoce como Biblioteca Colombina, el legado más señero que ha dejado a la posteridad.
La cantidad de libros que llegó a reunir superó los 15.300, de los que el 90 por ciento eran impresos y el resto, manuscritos. Todo ello cuando la imprenta estaba dando sus primeros pasos. Su librería llegó a ser considerada la biblioteca particular más voluminosa de Europa, y la organizó de forma tal que se convirtió en un precedente de la biblioteconomía actual. Como un humanista de vasta cultura, seleccionó personalmente la mayor parte de los libros que adquiría, logrando calidad y variedad, además de cantidad. Fue un viajero incansable que aprovechaba los viajes para adquirir libros. Conocía los grandes centros impresores del viejo continente. Tenía la costumbre de registrar las adquisiciones con noticias curiosas sobre el precio, la fecha y el lugar donde adquiría los libros, por lo que se puede seguir con frecuencia su itinerario siguiendo las notas manuscritas contenidas en los libros. Se movió más que con dinero, con cartas de crédito de los grandes banqueros y mercaderes de la época. A título de ejemplo, desde 1520 hasta 1522, acompañó al Emperador por Europa, incluida la propia Dieta de Worms; visitando importantes centros libreros de Alemania, Francia, Suiza e Italia y adquiriendo más de 4.500 libros en ese viaje.
Ordenó que todos sus libros llevaran esta inscripción: “D. Fernando Colón, hijo de D. Cristóbal, primer Almirante que descubrió las Indias, dejó sus libros para uso y provecho de sus prójimos, rogad a Dios por él.” Estaba seguro de que pasaría a la posteridad por el recuerdo de su Biblioteca y así en la losa que cubriría su sepultura se colocaría en el centro su escudo de armas y a los lados cuatro libros abiertos que eran el resumen de su biblioteca: Autores, ciencias, epítomes y materias. Aconsejó también que en su biblioteca no faltasen obras menores, como coplas, refranes, cancioneros y poesía popular, por lo que Hernando pudo sentirse orgulloso de haber levantado con su esfuerzo y fortuna la biblioteca privada quizá más numerosa y selecta que tuvo Europa hasta 1540.
Construyó una casa en la puerta de Goles de Sevilla que serviría de sede de su biblioteca y elaboró un reglamento meticuloso. Dejó órdenes escritas sobre cómo colocar los libros y la forma de usarlos. Fue contrario a que se prestasen, “pues que vemos que es imposible guardarse los libros aunque tengan cien cadenas.” Sólo a finales de 1536 se le concedió una pensión vitalicia de 500 pesos de oro, situada sobre las rentas de Cuba para ayuda de su biblioteca.
Declaró como heredero de su biblioteca al almirante su sobrino, Luis Colón, y a sus sucesores en el mayorazgo, siempre que se comprometiesen a gastar cien mil maravedís en la salvaguarda y acrecentamiento de la misma. Si no fuera así, sucedería con las mismas condiciones el cabildo de la catedral de Sevilla o el monasterio de San Pablo, por este orden. Si fallaban estas instituciones, sería entregado en depósito al monasterio cartujo de las Cuevas. Tras su muerte, y después de muchos avatares y desidias familiares, la Biblioteca Colombina fue reclamada por el cabildo de la catedral, pasando a ocupar, a partir de 1552, una de las dependencias catedralicias, en la nave nordeste, también conocida como del Lagarto, que da al patio de los Naranjos.
Parece que Hernando estaba pensando en llevar a cabo un tercer viaje a las Indias, pues una Real Cédula, firmada en Toledo el 7 de marzo de 1539, le autorizaba a desplazarse a Santo Domingo a visitar a su sobrino el almirante Luis “y por otros asuntos”. No pudo cumplir este deseo porque el 12 de julio de 1539 fallecía en Sevilla, después de dictar un testamento muy meticuloso. Fue enterrado en la catedral, en medio de la nave, en el trascoro, donde hay una losa con sus cuatro libros y la insignia de sus armas, que son un castillo y un león y una leyenda que dice: “A Castilla y a León Mundo Nuevo dio Colón” (Luis Arranz Márquez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La calle Hernando Colón, al detalle:
Retablo cerámico de la Adoración de los Reyes Magos
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