Por amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Méndez Núñez, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 1 de julio es el aniversario del nacimiento (1 de julio de 1824) de Casto Méndez Núñez, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Méndez Núñez, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Méndez Núñez es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo; y va de la confluencia de la calle San Pablo con la plaza de la Magdalena, a la confluencia de la calle Bilbao, con la plaza Nueva.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
La vía, en este caso una calle, está dedicada al almirante de la Armada española, Casto Méndez Núñez.
La primera referencia a este espacio se encuentra en un documento municipal de 1499 como la "calle que viene de la Madalena" a la de Catalanes (actuales Albareda y Carlos Cañal). Santiago Montoto cree que se trata de la que en un padrón de pecheros de 1533 se llama Gelves, por estar allí la casa palacio de esta familia noble. Otros documentos de fines del XVI y principios del XVII siguen recogiéndolo sin nombre específico como la "calle que está enfrente de la Madalena" y expresiones similares, a cuenta de derribos de casas para ensanche junto a la "plazuela de don Jorge de Portugal". El hecho de que la familia noble de ese apellido tuviese allí su casa-palacio explica que, al parecer, la calle se llamase durante algún tiempo de los Portugales, dato que, sin embargo, no está contrastado documentalmente. También se conocía con el nombre de Diego de Portugal. En el s. XVIII (plano de Olavide, 1771) se llamaba Mastrucio, en honor del médico sevillano del mismo nombre, y al menos desde 1832 está documentada en la guía de Herrera Dávila como la calle del Naranjo (con una plazuela del mismo título), cuya razón se desconoce. Así se llamó hasta 1868, en que se rotuló con el nombre actual en recuerdo del marino y héroe de la batalla del Callao Casto Méndez Núñez (1824-1869).
La calle está compuesta por dos tramos rectilíneos que en su intersección forman una ligera curvatura, a la altura del cruce con Albareda y Carlos Cañal. Desembocan en ella, por la derecha, Moratín, Otumba y Carlos Cañal, y por la izquierda Muñoz Olivé, Rosario y Albareda. Su rectitud actual contrasta con el sinuoso trazado que muestra en la planimetría de los siglos XVIII y XIX, pues en el pasado era más estrecha y accidentada, como lo prueba el hecho de que en 1589 el municipio comprara algunas casas para ensancharla. Pero fue a mediados del XIX cuando más se alteró su tradicional fisonomía: primero prolongándola hasta la plaza Nueva, con motivo del trazado de ésta subsiguiente al derribo del convento de San Francisco, pues hasta entonces la actual Méndez Núñez concluía en el cruce de Albareda y Carlos Cañal; y después ensanchándola, tras el derribo de varias casas. Las primeras noticias de su pavimento se remontan a 1499, en que se manda solar de ladrillo. En 1858 se adoquina por primera vez. Hoy está asfaltada, con aceras de losetas, y se ilumina con brazos metálicos de trazado moderno adosados a las fachadas.
Al igual que otras muchas calles de la misma zona urbana, Méndez Núñez ha visto muy alterado su caserío tradicional en los años 60 de nuestro siglo, como consecuencia del desarrollo comercial. Y aunque perduran algunas casas de principios de siglo, con patio, cancela y bellos cierres a la calle, la mayor parte de sus edificios son ya de nuestro tiempo. Buena parte de la acera de la derecha, en el tramo inicial de la vía, está ocupada por Galerías Preciados (actualmente El Corte Inglés), construida sobre la que fuera casa-palacio de los condes de Gelves, cuyo primer representante fue don Jorge de Portugal. En el s. XIX se instaló allí la llamada Fonda de Madrid, denominada más tarde Hotel de Madrid, uno de los más lujosos de la ciudad. En él se alojaron importantes personalidades y se celebraron notables acontecimientos, entre ellos el homenaje a Menéndez Pelayo de los bibliófilos sevillanos. Fue derribado en los años 60, en que aún conservaba un hermoso patio de columnas y galerías de arcadas, una suntuosa escalera y un herraje riquísimo, además de una interesante azulejería. Méndez Núñez es hoy una calle de carácter comercial y de negocios (grandes almacenes, pequeños comercios. oficinas, bancos y algún establecimiento hotelero de los numerosos que en el pasado tuvo, etc.). Soporta un intenso tráfico rodado, que la hace incómoda y agobiante para los transeúntes. Tiene asimismo mucho movimiento peatonal [Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Méndez Núñez, 2. En este solar estuvo situado el Palacio de los condes de Gelves, cuya construcción primitiva databa del siglo XVI. A comienzos del siglo XX su entonces propietario, don Alberto González Abreu, realizó en él importantes obras y fue convertido en hotel hasta su reciente demolición [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de Casto Méndez Núñez, a quien está dedicada esta vía;
Casto Méndez Núñez, (Vigo, Pontevedra, 1 de julio de 1824 – Pontevedra, 21 de agosto de 1869). Almirante de la Armada española.
El mayor de ocho hermanos, cinco hembras y tres varones, de una familia gallega que, por parte materna había dado muchos ilustres hombres a la patria.
Su abuelo Francisco Javier de Núñez murió gloriosamente al mando de la columna de granaderos de Galicia, en la batalla de Alba de Tormes, en la Guerra de la Independencia, y sus tíos Joaquín y Antonio Núñez, brigadier el primero y capitán de fragata el segundo, eran nobles ejemplos para su sobrino. Es natural, por tanto, que se mantuviese la tradición de la pequeña nobleza de los “hijosdalgo” por la que el hijo mayor tenía, casi, la obligación de tomar los clericales hábitos o vestir el uniforme militar. Su padre fue el leonés, de Villafranca del Bierzo, José Méndez Guadarrama, administrador de Correos, y su madre Tomasa Núñez Fernández, mujer de ferviente patriotismo y devota religiosidad, heredera del ancestral Pazo do Con.
Casto fue un niño tímido y reservado, en opinión de sus amigos, pero su madre supo inculcarle los valores que le llevarían a escoger la milicia como profesión.
Tal era el carácter de su madre que, transcurrido el tiempo, en los momentos más difíciles para el ya brigadier, que con la gran soledad del mando y ante la responsabilidad de tomar la decisión de bombardear Callao, recibió una carta en la que su madre le decía: “Cumple con tu deber, hijo mío, antes prefiero verte muerto que cobarde. Tu madre queda en este mundo para pedir a Dios por ti”.
A los diez años marchó a Vigo con el objeto de comenzar sus estudios preparatorios para su posterior ingreso en la Escuela de Guardias Marinas, destacando en su educación su natural inclinación por las disciplinas de Náutica, Matemática e idioma Francés.
Se cuenta de la época de su estancia en Vigo, que “con trece años, un día paseando por la playa del Arenal vio cómo dos niños que, faltos de fuerza o pericia en el baño, estaban en inminente riesgo de ahogarse, no dudó en tirarse al agua y rescatarlos, tal hecho hizo que un capitán mercante que con su bote acudía con igual intención, al ver tal hazaña le preguntase, una vez en tierra, cómo se llamaba y al escuchar sus nombres le dijese ¡Tú serás un gran hombre!”.
El 1 de marzo de 1840 se le concedió carta-orden de guardia marina, tres días más tarde pasó a las órdenes del comandante del arsenal de El Ferrol, el 30 de julio embarcó en la fragata Esperanza y el 4 de septiembre pasó al bergantín Nervión. A bordo de este bergantín, en 1842 hizo un viaje a Fernando Poo en el que consiguió su primera condecoración, la Cruz de Fernando Poo. Al regreso de Guinea continuó su período de formación. Una vez lo hubo completado, y después de un pequeño contencioso para fijar el tiempo de embarque, se le citó para su preceptivo examen para la obtención del grado de alférez de navío, examen que se celebró en San Carlos el 22 de junio de 1846. Superada la prueba ascendió a alférez de navío por Real Orden de 11 de junio de 1846.
Embarcó en el bergantín Volador, en el que se encargó de la instrucción de los guardias marinas. A bordo del Volador llegó por primera vez a América por la ciudad de Montevideo y más tarde a la estación naval del Río de la Plata. Allí fue testigo de las cruentas hostilidades entre Argentina y Uruguay. Junto con el resto de la escuadra de dicho apostadero le tocó participar en la defensa de los intereses de la colonia española, intentando, por otro lado, mantener la neutralidad con ambos bandos. En Montevideo puso por primera vez a prueba su arrojo cuando unos españoles que huían de los agentes territoriales uruguayos intentaron refugiarse en el Volador a bordo de una falúa del mismo, pero fueron interceptados por los perseguidores; Méndez Núñez se interpuso y, sacando su espada, les dijo: “El primero que se atreva a poner la mano en un español caerá atravesado por mi espada”.
Ante tal actitud, cejó el acoso a los españoles.
Regresó a España en 1848 y participó en la expedición enviada a Italia en apoyo de Pío IX. Fue ascendido a teniente de navío en 1850, y en este empleo mandó la corbeta Cruz, el vapor Narváez y la fragata Berenguela.
En 1856 fue destinado al Ministerio de Marina, como auxiliar de secretaría, y al año siguiente (1857), al mando de la corbeta Narváez, se le destinó a Filipinas.
Llegó a Manila el 26 de junio y al mes siguiente tomó el mando del vapor Jorge Juan. En el año 1861 recibió el grado de capitán de fragata y el mando de la fragata Constancia, buque insignia de las unidades dedicadas a combatir a los piratas.
Los piratas de Joló y Mindanao, mahometanos malayos de legendaria ferocidad, no cejaban en sus hostigamientos continuos a los intereses españoles, lo que obligó a Méndez Núñez, como comandante jefe de la división, a tomar la decisión de acabar con su principal reducto, Palagulan, una fortaleza perfectamente artillada y con buenas defensas. Para esta arriesgada misión Méndez Núñez contó con la colaboración de Malcampo, Cervera y Montojo, además del jefe militar de Mindanao, coronel Ferrater. Tras larga, enconada y heroica batalla, ésta quedó saldada del lado español. El Gobierno se hizo eco de tan incomparable hazaña y ascendió a todos los mandos, y entre ellos a Méndez Núñez, a sus inmediatos empleos por méritos de guerra.
Tras cuatro meses de licencia pedidos con el objeto de poder visitar a sus ancianos padres, tomó el mando, en Cádiz, del vapor de ruedas Isabel II. El 14 de noviembre partió para La Habana, adonde llegó el 8 de diciembre. El 23 de mayo de 1863 estalló una revolución en Venezuela, y Méndez Núñez recibió la orden del jefe del apostadero de La Habana de dirigirse a La Guayra. Ya en este puerto desarrolló una intensa labor en el apoyo y defensa de Puerto Cabello y Puerto Plata contra los rebeldes, así como las mediaciones entre los encargados de Negocios de España e Inglaterra y el mariscal venezolano Páez, con el propósito de conseguir la pacificación del país.
De regreso a La Habana, pasó a mandar la fragata Princesa de Asturias (22 de enero de 1864), con la que intervino en el bloqueo de Manzanillo y de Monte Christi, hasta abril de ese mismo año.
Regresó a la Península y pasó destinado al departamento de personal del Ministerio de Marina, donde recibió la orden de modernizar y poner al día los reglamentos.
En diciembre de 1864, no siendo el capitán de navío más antiguo y sí uno de los más jóvenes, tal era su reputación de marino hábil y experto que el Almirantazgo decidió concederle el mando de la fragata blindada Numancia, el buque más polémico por cuanto sus consideraciones tácticas y técnicas, así como su capacidad de grandes navegaciones con sus características de blindaje, estaban muy en entredicho. Ante este nuevo reto, Méndez Núñez se centró en escoger su dotación y entre ella, como segundo comandante, eligió al capitán de fragata Juan Bautista Antequera. Terminadas todas las pruebas previas, el buque se prestó para realizar la navegación más larga y peligrosa emprendida hasta entonces por un barco de su clase, calado y dimensiones. El viaje se realizó con entera facilidad.
La Numancia se dirigió al Pacífico, atravesando el estrecho de Magallanes, para reunirse con el resto de la escuadra mandada por el general Pareja.
Se estaban produciendo en las antiguas colonias españolas de América graves acontecimientos diplomáticos, por la mala gestión del enviado del Gobierno, Eusebio de Salazar y Mazarredo, quien lejos de cumplir las órdenes recibidas de intentar mantener la paz por todos los medios a su alcance, decidió, por motivos poco claros, ordenar a los mandos de la fuerza allí destacada tomar las islas Chinchas, lo que desató las hostilidades de Perú contra los españoles. Aliados Chile y Perú para defender sus intereses contra lo que ellos consideraban injerencia española, Chile decidió no suministrar carbón ni víveres a los buques españoles.
Ante esta grave crisis hispano-peruano-chilena, el Gobierno español, presidido por O’Donnell, se inclinó por una política de fuerza, destacando al Pacífico una fuerza naval, al mando del general Pareja, formada por las fragatas Numancia, Villa de Madrid, Almansa, Resolución, Berenguela y Blanca, más la goleta Vencedora. El mando de la Numancia lo ostentó el capitán de navío Méndez Núñez.
En 1865, ante tal fuerza naval, el presidente peruano Pezet se avino a negociar con España, firmando el Tratado Pareja-Vivanco, que fue mal acogido por el pueblo peruano.
Una acción de guerra en la que la goleta española Covadonga fue apresada por la chilena Esmeralda dio lugar a que el general Pareja, en una interpretación excesiva del honor patrio, se suicidase, lo que motivó que recayese el mando de la escuadra (1866) en el ya brigadier (1865) Méndez Núñez, que izó su insignia en la fragata Villa de Madrid.
Al mando de esta escuadra contó Méndez Núñez con la colaboración de Malcampo, Cervera, Lobo, Montojo, Antequera, Sánchez Barcaíztegui, Valcárcel y Alvargonzález. Continuaron las acciones de guerra, de las que destacó la batalla entre parte de la escuadra española del Pacífico contra las combinadas de Chile y Perú en el canal de Abtao (7 de febrero de 1866), en la que quedaron derrotadas las fuerzas chilenas.
Méndez Núñez calificó la acción de sus colaboradores como una “operación militar y marinera superior a todo encomio”.
Posteriormente, y dentro de la política de agresividad impulsada por el Gobierno, Méndez Núñez recibió la orden de bombardear Valparaíso (Chile), el 31 de marzo de 1866, orden que no gustó ni a él ni a los jefes de la escuadra, por tratarse de una plaza indefensa.
Méndez Núñez se encontró con la interposición de dos escuadras, la inglesa al mando de lord Denman y la de Estados Unidos al mando del comodoro Rodgers, y ambas se resistían a permitir el bombardeo de Valparaíso. Reunido Méndez Núñez con ambos mandos, les expuso: “Excmos. Sres.: Cualquiera que fuese la resolución de sus Representantes y la consiguiente actitud que tomasen las respectivas fuerzas navales de su mando, este obstáculo, por sensible y poderoso que sea, no podía arredrarme ni había de detenerme en la ejecución de las órdenes claras y terminantes de mi Gobierno. El Gobierno y el país entero prefieren honra sin barcos, á barcos sin honra”.
El 31 de marzo, sábado santo, se consumó el bombardeo de Valparaíso, sin que las escuadras inglesa y norteamericana interviniesen. El sufrimiento por tal acción de los jefes españoles fue tal, que el mayor general de la escuadra, Miguel Lobo, escribía a su esposa manifestando: “Te aseguro que he pasado un rato desagradabilísimo por ser cosa en extremo bárbara y bien en contra de mis ideas. Yo me alegraré no volver a presenciar semejante acto; siento en el alma que los cañones hayan resonado para verificarlo. Méndez Núñez y todos han sufrido en aquellos momentos [...] Era una vista terrible”.
El 14 de abril zarpó la escuadra española, seguida de la inglesa y la norteamericana a distancia, hacia Callao. Éste era un puerto defendido por una extraordinaria fortaleza dotada de cañones de gran calibre.
El día 2 de mayo de 1866, a las doce de la mañana, comenzó el ataque, finalizando a las cinco de la tarde.
Durante el intenso cañoneo entre las distintas unidades y las fortificaciones peruanas, murió el ministro de la Guerra del Perú y fue herido el jefe de la escuadra española, brigadier Méndez Núñez, quien hubo de dejar el mando al comandante de la Berenguela, el capitán de navío Manuel de la Pezuela. Las bajas en la escuadra española fueron de 43 muertos, 83 heridos y gran número de contusionados. Se desconocen las bajas por parte peruana, aparte de la ya mencionada del ministro de la Guerra.
El 10 de mayo, cumpliendo las órdenes del Gobierno, entregadas a Méndez Núñez por el alférez de navío Álvarez de Toledo, dio la orden de regreso a España.
Para ello dividió la escuadra en dos: una, en la que viajaba él, remontaría el cabo de Hornos, y la otra se dirigiría a Filipinas.
Ascendido a jefe de escuadra en junio de 1866, fue propuesto para su ascenso a teniente general, propuesta que rehusó con el siguiente comunicado: “Ruego al gobierno considere que apenas hace siete años me honraba con la modestas charreteras de teniente de navío, y para que yo pueda ser útil a la patria no es indispensable la concesión de un nuevo empleo que solo desearía obtener cuando nuevos servicios me hicieran digno de el”. Se aceptó el puesto de vicepresidente del Almirantazgo.
Cuando en 1869 desempeñaba sus funciones en el ministerio de Marina, se sintió enfermo y decidió irse a Pontevedra para descansar junto a su familia. Salió de Madrid el 28 de julio dirigiéndose a Lisboa, donde embarcó en el buque de guerra Colón, que lo transportó hasta Marín y, de allí, a Pontevedra.
No mejoró de su enfermedad y, tras una muy penosa agonía, falleció el día 21 de agosto de 1869 en su domicilio, conocido como la casa del Arco, en Pontevedra.
Su muerte causó una gran consternación a nivel nacional. Sirva de ejemplo el siguiente párrafo de la carta dirigida por Casimiro Vigoret al ministro de Marina Juan Bautista Topete: “Su temprana muerte priva al País de uno de sus más esclarecidos hijos y ha dejado en la armada un vacío difícil de llenar por la reunión de circunstancias que concurrían en el difunto a quien la naturaleza había dotado de un espíritu esencialmente marino desde sus primeros años y estoy seguro de que su memoria se conservará indeleble en nuestros departamentos y el corazón de todos los individuos de la armada”.
Después de tres días de honras fúnebres, sus restos recibieron sepultura en el panteón familiar del Pazo do Con. Con motivo de un viaje de Su Majestad Alfonso XII a Galicia, visitó la tumba del almirante, y a bordo de la fragata Victoria firmó el decreto de traslado de sus restos al Panteón de Marinos Ilustres. Dicho traslado tuvo lugar en junio de 1883, de la siguiente forma: los restos fueron trasladados a Vigo y embarcados en la fragata Lealtad, escuela de marinería.
Se le rindieron los honores reglamentarios, por parte de la Armada, a los que se sumaron las instituciones gallegas, el pueblo de Vigo y todos los cónsules extranjeros. En el puerto de Vigo se encontraba fondeada la escuadra inglesa del almirante Mr. Dowell, compuesta por seis acorazados, que rindió honores como si de un almirante de Su Majestad Británica se tratase, sabiendo apreciar a un gran hombre y un distinguido profesional de la mar.
En 1872 se otorgó a su familia la merced del título de marqués de Méndez Núñez (Manuel Benítez Martín, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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