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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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domingo, 11 de agosto de 2019

El Convento de Santa Clara (Espacio Santa Clara)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de Santa Clara (Espacio Santa Clara), de Sevilla.     
     Hoy, 11 de agosto, Memoria de Santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de la Orden de los Hermanos Menores, siguió a San Francisco, llevando en Asís, en la región italiana de Umbría, una vida austera pero rica en obras de caridad y de piedad. Insigne amante de la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la más extrema indigencia y en la enfermedad (1253) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
        Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Convento de Santa Clara (Espacio Santa Clara), de Sevilla.
      El Convento de Santa Clara [nº 56 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 65 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Santa Clara, 40 (aunque, también tiene acceso por la calle Becas, 7); en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo.
     Un monasterio, hoy sin monjas, inmerso en un largo proceso de restauración que ya permite conocer la grandeza del que fuera uno de los grandes edificios conventuales de la ciudad. Poblado por franciscanas clarisas hasta su abandono en el año 1998, debió fundarse en los años posteriores a la reconquista de la ciudad (1248), dentro del proceso de repartimiento y entrega de tierras a órdenes militares y monásticas que repoblarían la ciudad conquistada a los musulmanes. De hecho, a escasos metros se sitúa el monasterio de cistercienses de San Clemente, quizás la primera fundación monacal femenina de la Sevilla reconquistada. 

      Como primer monasterio de franciscanas en Sevilla se dedicó a Santa Clara de Asís (1194-1253) la seguidora fiel de San Francisco que acabaría fundando la segunda Orden Franciscana, conocida como hermanas clarisas en su recuerdo. De origen noble, fue la primera mujer en escribir una regla y recibir aprobación del Papa. La noche después de Domingo de Ramos de 1212, Clara huyó de su casa y se encaminó a la Porciúncula, allí la aguardaban los frailes menores con antorchas encendidas. Al entrar en la capilla se arrodilló ante la imagen de la Virgen y ratificó su renuncia al mundo. Cambió sus vestiduras por un sayal tosco, semejante al de los frailes; el cinturón adornado con joyas por un nudoso cordón, y cuando Francisco cortó su rubio cabello se cubrió con un velo negro. San Francisco escribió poco después la regla de vida para las hermanas y, por medio del santo, obtuvieron del papa Inocencio III la confirmación de esta regla en 1215. Murió en olor de santidad de tal forma que fue canonizada un año después de su fallecimiento por el papa Alejandro VI. Su iconografía, repetida en numerosos rincones y obras de arte del monasterio, la representa con el hábito propio de las clarisas, con un sayal marrón y un velo negro, sujeto con el tradicional cordón de tres nudos de cuyo cinturón sale un rosario. Su símbolo son la custodia y el báculo. El primero tiene su origen en el enfrentamiento con las tropas sarracenas en 1230, símbolo ante el cual los sarracenos huyeron despavoridos. El báculo proviene del hecho de haber sido Santa Clara abadesa mitrada. Ambos símbolos se repiten en la portada de acceso de la calle de su nombre, en la espadaña y en los azulejos que se reparten por el edificio.
   Aunque se desconoce el primitivo asentamiento del convento de Santa Clara en Sevilla, se supone que podría ser cercano a la plaza de San Francisco, por proximidad a la casa grande de la rama masculina, que se ubicaba en el solar de la actual Plaza Nueva. La comunidad llegó al solar actual del barrio de San Lorenzo en 1289, gracias a una cesión de terrenos concedida por el rey Sancho el Bravo. Es solo un ejemplo de la gran vinculación que el convento siempre tuvo con la monarquía española, especialmente con la reina María de Molina, lo que se tradujo en numerosos favores y donativos. El terreno que ocupa había pertenecido al infante don Fadrique, muerto en 1227 por orden del rey Alfonso X. Según cuentan las crónicas de la época "en Burgos hizo el Rey dar violentamente muerte al infante don Fadrique por algunas cosas que le averiguó en su deservicio... sus estados fueron confiscados y con ellos las casas y repartimiento que poseía en Sevilla, donde el año 1252 había labrado una alta, fuerte y hermosa torre que permanece". Parece que los enigmáticos motivos para el ajusticiamiento fueron las relaciones que mantuvo el infante con la que fuera viuda del rey Fernando III doña Juana de Ponthieu, una historia cargada de leyendas que se mezclan con la realidad. De hecho, hay otras teorías que apuntan a una posible conspiración para inhabilitar al propio Alfonso X e, incluso, se apunta otra versión de su presunta homosexualidad por la "práctica del pecado nefando" adquirida en Túnez. Sea cual fuere el origen de su muerte, el recuerdo del infante en Sevilla es una torre cuadrangular, construida en ladrillo y piedra, con una planta cuadrada de unos 10 metros de lado y con tres plantas de altura que se indican al exterior mediante unas sencillas molduras. Su azotea mantiene el almenado original. Sobre su acceso en la puerta se conserva una placa en latín con la siguiente inscripción:
   "Esta torre es fábrica del magnífico Fadrique, podrá llamarse la mayor alabanza del arte y del artífice: a su Beatriz madre le fue grata esta prole del rey Fernando, experimentado y amigo de las leyes. Si deseas saber la era y los años, ahora mil doscientos y cincuenta y dos (1252) ya existía la torre serena y amena llena de riquezas."

   La torre tiene gran interés en su puerta de acceso y en las ventanas de su primer cuerpo, ya que presentan uno de los escasos ejemplos de arcos abocinados de estilo románico de la ciudad. Ya en el piso superior muestra sus ventanales en estilo ojival, propio del gótico, lo cual convierte a la torre en un verdadero edificio de transición. Olvidando las leyendas que lo imaginan como un nido de amor, habría que eliminar también su pretendido carácter defensivo, ya que su construcción se realiza en la zona interior de las murallas de la ciudad. Por ello, su funcionalidad parece provenir de la imitación de las torres de los palacios de inspiración italiana, cuya estética parece emular. El arquitecto municipal Juan Talavera restauró la edificación ya en el siglo XX, devolviéndole su altura original (el suelo había subido varios metros desde el siglo XIII) y construyendo un pequeño estanque donde se reflejaba la torre, muy al gusto de la época.
   Esta obra se enmarcó en la instalación que realizó el Ayuntamiento de Sevilla de un museo arqueológico municipal al aire libre (entre 1925 y 1946), después de comprar a la comunidad parte de sus huertas. Entre las piezas que allí se colocaron, hoy prácticamente olvidadas, destaca una colosal escultura en bronce del rey Fernando VII, perteneciente en su origen a los jardines del Palacio de San Telmo. Con sus brazos desaparecidos por el paso del tiempo y la acción de los vándalos, fue realizada en 1831 por Pierre Joseph Chardigny. Su historia es larga y convulsa ya que estuvo en Barcelona, en el palacio de Malmaison, en el palacio de San Telmo desde 1862, en las cercanías del Prado, en los jardines del Cristina... llegando en 1931 a su ubicación actual. A este jardín arqueológico se accede por otro resto importante de la Sevilla tardomedieval, la portada del antiguo colegio de Santa María de Jesús, la primitiva universidad sevillana, cuya gótica portada de acceso fue trasladada a este recinto tras el derribo del viejo edificio de la Puerta de Jerez. Precisamente, en el retablo de la capilla de Santa María de Jesús se puede observar a Maese Rodrigo, el fundador de la Universidad, ofreciendo a la Virgen de la Antigua una maqueta del edificio donde se situaba la portada que sobrevivió al derribo.
   En la larga historia del convento de franciscanas abundan numerosas leyendas que aumentan el encanto del conjunto. Quizás las más conocidas sean las que hacen referencia a doña María Coronel, la noble dama sevillana que en el siglo XIV encontró aquí refugio al acoso del rey Pedro I. La primera narración milagrosa hace referencia a un cobijo rápido que le encontraron las monjas en un rincón de la huerta. Al buscar Pedro I, Cruel o Justiciero, en el escondite de su pretendida creció de forma rápida un laurel sobre su cobijo, impidiendo que el rey consumara sus deseos. Más verídica es la escena que describe como María Coronel, en las cocinas del convento desfiguró su rostro con aceite hirviendo antes de acceder a los deseos del rey. Tras este suceso y tras la muerte del rey en su lucha contra los Trastamara, María Coronel pudo recuperar sus posesiones y fundar el monasterio de franciscanas de Santa Inés, donde su cuerpo descansa incorrupto pero con el recuerdo del aceite hirviendo.
   En los siglos XVI y XVII el edificio conventual debió conocer un gran esfuerzo constructivo que desfiguró por completo los restos del primitivo palacio. En el siglo XIX fue uno de los pocos conventos que no sufrió la invasión francesa, acogiendo incluso a la comunidad de cistercienses de San Clemente, cuyo monasterio sí fue ocupado. Sobrevivió también a las medidas desamortizadoras, aunque la prohibición de hacer vida comunitaria conllevó algunos alquileres y reformas interiores que variaron parte de su fisonomía. En la segunda mitad del siglo XX sufrió una clara falta de vocaciones que hizo languidecer la vida comunitaria hasta límites imposibles; todavía fue declarado Monumento Nacional en 1970, aunque dos décadas más tarde en el año 1998, las últimas monjas que habitaron el edificio optaron por unirse a la comunidad de clarisas de Santa María de Jesús, pasando el convento a manos del Arzobispado. Se iniciaba así un largo periodo de cierre, con obras trasladadas al convento franciscano de la calle Águilas, con piezas guardadas en la residencia de sacerdotes de la calle Becas y con un largo, e incompleto proceso de restauración  que salvaría el edificio de la ruina. Una primera fase concluyó en febrero de 2011, con la apertura del claustro grande y de algunas de las dependencias principales del edificio, complejo proceso en el que se han descubierto pinturas murales de notable interés y en el que se le han dado al edificio diversos usos para convertirlo en un gran centro cultural.

   El acceso tradicional al conjunto (hoy se accede por la calle Becas) se realizaba por la calle Santa Clara, a través de una hermosa portada manierista de comienzos del siglo XVII, con decoración geométrica y un azulejo de Santa Clara del siglo XVIII. Tras el pasillo de entrada se llegaba a un atrio que antaño fue espacio variopinto donde se mezclaban locutorios conventuales, con viejos talleres artesanales y almacenes. A un lado queda el acceso a la torre de don Fadrique. Al frente se abre el acceso a la iglesia, un original espacio porticado con recuerdos de Andrea Palladio, que fue diseñado por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga, siendo llevado a cabo por Diego de Quesada. Su influencia ha sido notable en la arquitectura sevillana, llegando a ser copiadas sus proporciones en el atrio de la basílica de la Macarena. De fines del siglo XVI es la espadaña que sobresale del conjunto, obra documentada de los alarifes Juan de Vandelvira y Diego Coronado.
   La iglesia tiene una sola nave muy alargada, la planta de cajón habitual de los conventos sevillanos que presenta coro alto y bajo en la zona de los pies. Su cabecera es poligonal, tardogótica (siglo XV), con bóveda de nervadura gótica en piedra que fue policromada en época muy posterior. El cubrimiento del resto de la nave se realiza mediante un artesonado de madera con tres paños, con lacería de inspiración mudéjar. El conjunto se debió realizar en el siglo XV aunque la decoración se prolongó hasta el siglo XVII: en 1620 se añadieron los estucos de los muros según diseños de Oviedo y de Zumárraga. Antes se habían colocado los azulejos del presbiterio, obra de Alonso García y los que decoran el resto de la nave, obra de Hernando de Valladares (1622).
   De gran calidad es el monumental retablo mayor que preside la iglesia, una pieza en cuyo proceso se pusieron de manifiesto las contradicciones de los rígidos sistemas gremiales del siglo XVII. La obra fue contratada en 1621 por Juan Martínez Montañés, que tasó el precio de su arquitectura y sus imágenes en 4.500 ducados. Días más tarde se atrevió a contratar la policromía de la obras, tasándola solo en 1.500 reales. En la rígida sociedad gremial de la época el hecho fue tomado como una provocación por alguien que no debía participar en la pintura, ya que no tenía el correspondiente título, siendo también una provocativa comparación entre la escultura y la pintura. Las ordenanzas gremiales de Sevilla prohibían de forma clara la cuestión: "ningún maestro entallador, ni carpintero, ni de otra calidad, no pueda tomar ninguna obra de pintura, salvo los mismos maestros examinados de pintura del mismo taller". La intromisión del escultor conllevó un pleito gremial e incluso la publicación de un panfleto por parte del pintor Francisco Pacheco en cuyo título se dejaban clara sus intenciones: Sobre la Antigüedad y honores del Arte de la Pintura y su comparación la escultura, contra Juan Martínez Montañés. Un enfrentamiento y una presión que terminó en 1623, cuando Martínez Montañés decidió ceder la policromía al pintor Baltasar Quintero. En 1722 se reformó el cuerpo central del retablo, eliminándose un relieve que representaba a Santa Clara entre las monjas de su comunidad, añadiéndose un camarín donde se situaría la talla de la Virgen que preside el retablo. La arquitectura de la obra se adapta a la forma cóncava del presbiterio, articulándose mediante columnas que enmarcan, alternativamente, hornacinas con relieves y tallas de bulto redondo. Sigue arquitectónicamente las habituales formas de Montañés, con frontones curvos, columnas estriadas, tarjas, guirnaldas de flores y frutas y ángeles que juguetean sobre los frontones. En el primer cuerpo, se sitúan dos relieves alusivos a la vida de Santa Clara, su profesión y una de sus milagros. Flanquean a la Virgen de la calle central las tallas de San Buenaventura, con la pluma y la maqueta de la iglesia como símbolo de su condición de Doctor de la Iglesia y segundo fundador de la Orden Franciscana, y de San Antonio de Padua, con el Niño en sus manos. El segundo cuerpo está presidido por una talla de bulto redondo de Santa Clara, con un ostensorio en sus brazos que recuerda el suceso milagroso por el que ahuyentó a los sarracenos que querían invadir el convento de Asís mediante la organización de un cortejo sacramental. La flanquean dos imágenes, Santa Inés (con el cordero en sus manos que hace alusión a su nombre) y María Magdalena (con el frasco de perfume como símbolo de su iconografía). En los extremos de este cuerpo aparecen dos relieves con las escenas de la Adoración de los Pastores y la Anunciación, dos escenas relacionables con el retablo del monasterio de San Isidoro del Campo, pieza que también realizó el taller de Montañés. El ático del retablo está ocupado por una original composición de Dios Padre que sostiene en sus manos a un Crucificado, situándose las Cinco Llagas de la Orden Franciscana en las tarjas laterales. El retablo tiene a sus pies un excelente frontal cerámico de Hernando de Valladares (1622), que muestra una imagen de San Juan Evangelista al centro, situándose a sus lados San Francisco de Asís y Santa Clara. En la parte superior del frontal se sitúa el sagrario de plata, enmarcado por dos pequeñas tallas de San Pedro y San Pablo. Los muros laterales de la zona del presbiterio están recubiertos por un zócalo de azulejos realizado por Alonso García en 1575.
   Los retablos laterales forman un conjunto homogéneo, ya que todos fueron diseñados por Martínez Montañés, aunque se advierte la participación de su taller en algunas de las imágenes. Se estructuran como tabernáculos enmarcados por columnas estriadas que soportan un frontón recto en cuyo ático se sitúa un relieve. Están dedicados a San Juan Evangelist, San Juan Bautista, la Inmaculada y San Francisco de Asís. Los dos primeros entran en la tradición conventual de los retablos dedicados a los Santos Juanes, el Bautista identificable por su cordero y por la escena del Bautismo que se sitúa en el ático; el Evangelista porta la pluma con la que escribe el Apocalipsis en la isla de Patmos, estando coronado el ático por un relieve de su legendario martirio en una tinaja. La imagen de San Francisco de Asís es una de las más conseguidas por su autor y sigue las indicaciones que dio Francisco Pacheco en su libro El Arte de la Pintura: "Era el padre san Francisco de estatura mediana, la cabeza redonda y proporcionada, el rostro un poco largo, la frente llana; los ojos llenos y apacibles; tenía los cabellos de la cabeza y de la barba, negros... hace de pintar a la redonda de los clavos sangre, que todos los días se refrescaba, y un golpe de hábito por donde se descubra la llaga del costado". Los relieves del ático de la Inmaculada y del Bautista son obra de Francisco de Ocampo. A los pies del muro derecho se sitúa una monumental pintura sobre tabla de San Roque, el protector contra las epidemias de peste, obra del siglo XVI que se atribuye a Hernando de Esturmio y que sigue los modelos habituales de pintura colosal con la que se suele representar a San Cristóbal. El acceso al coro se realizaba por dos puertas de finales del siglo XVI que realizó Juan de Vandelvira, presentando notables relieves de los Evangelistas, las que funcionaban como comulgatorio de las monjas, talla realizada por Pedro de la Cueva en 1592. La parte superior del muro del coro está decorada con yeserías que muestran el ostensorio de Santa Clara dentro de diferentes tarjas o escudos. El coro bajo estaba decorado con diferentes pinturas barrocas que fueron trasladadas al monasterio de Santa María de Jesús, el mismo destino correspondió a la imagen de la Virgen de la Esperanza, que hoy preside el coro alto del convento de la calle Águilas.

   La antigua clausura conventual se organiza en torno a un gran claustro central que constituye, junto a algunas dependencias adjuntas, la zona cuya profunda restauración fue inaugurada en febrero del año 2011. El claustro es una obra del Renacimiento que, por su temprana cronología, se puede entender como un modelo de patio que debió trasladarse a otros conventos sevillanos. En un capitel aparece la fecha de 1532, pleno Renacimiento en una ciudad que se inspiraba en los modelos estéticos que llegaban como novedad desde Italia. Los frentes del patio se organizan en galerías porticadas sustentadas en columnas marmóreas, soportando arcos peraltados en la planta baja y rebajados en la planta superior, un modelo que luego se aplicará a otros conventos. Entre los dos cuerpos se sitúa un alero de tejas planas vidriadas en tonos azules, blancos y verdes. Recuperados tras la restauración, son de excelente calidad los paños de azulejos de cuenca que cubren lo muros del cuerpo bajo, con motivos cambiantes entre unos paneles y otros. Gran calidad presentan también los azulejos que aparecen en las techumbres de la galería inferior, apoyados en vigas de madera decoradas con motivos de grutescos renacentistas. Una fuente centra el claustro, entre una variada (tras la restauración, menos) vegetación. Desde la parte central del patio se puede contemplar la airosa espadaña de la iglesia, realizada a finales del siglo XVI por Juan de Vandelvira y Diego Coronado.
   En el acceso actual por la calle Becas se accede a dos grandes estancias que correspondieron a antiguos dormitorios y que en la actualidad se destinan a espacio expositivo. Desde la planta baja del claustro se accede a diferentes dependencias, algunas de cuyas puertas se decoran con yeserías con motivos clásicos y con diversos escudos y tarjas que pueden relacionarse con las obras de Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga. Desde la planta baja se accede al restaurado refectorio, impactante estancia rectangular cuyos azulejos han sido cuidadosamente restaurados con sumo cuidado, siendo desmontados de forma individual y sumergidos en agua para eliminar la sal producida por la humedad del edificio. La larga estancia está revestida por un excelente zócalo de azulejos en el que se pueden encontrar hasta diez motivos diferentes. También se conserva el artesonado original y el suelo de losetas de barro cocido y olambrillas. En un lateral de la estancia se abre el púlpito desde el que una monja realizaba las lecturas durante las comidas, elemento que se recubre con yeserías similares a las de otras dependencias. Además, en la puerta de ingreso aparecieron pinturas murales que han sido restauradas y consolidadas. La mayoría de las pinturas rescatadas del templo están realizadas al temple y fueron encaladas en épocas posteriores como medida de higiene ante las epidemias de peste.
   En la planta baja también destacan las pinturas murales de la sala de profundis, posible iglesia original del convento, luego convertida en lugar de enterramiento. Aquí se conserva el primer enterramiento gótico (datado en 1350) encontrado en la ciudad y que corresponde a fray Álvaro Peláez, obispo de Silves, interesante conjunto pétreo que muestra al difunto en una urna rectangular que descansa sobre cuatro leones. En la misma sala se han redescubierto variadas pinturas murales, como una escena de Pentecostés de influencia sienesa, una Virgen de la Antigua y un monumental San Cristóbal de grandes proporciones. Antes del traslado de las últimas monjas, esta estancia acumulaba numerosas vitrinas y fanales con tallas de santos de la Orden Franciscana que, en su mayoría, se trasladaron a Santa María de Jesús.
   En la planta alta se sitúa una de las dos enfermerías con las que contaba el conjunto, sala hoy empleada como salón de usos múltiples para conciertos y conferencias. La restauración ha permitido descubrir interesantes pinturas murales, como una Cruz con los símbolos de la Pasión y el Tetramorfo, una Virgen de Guadalupe o un San Juan Evangelista.
   Los más de 8.000 metros cuadrados que componen el antiguo convento, a la espera de la terminación de las últimas fases de restauración, tienen en la actualidad una amplia y variada función cultural que abarca desde el uso expositivo, el escenario de obras de teatro o la sede de diversas entidades culturales como la Orquesta Barroca de Sevilla, la llamada Casa de los Poetas o el Festival de Música Antigua de la ciudad (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
     El ingreso al convento se hace a través de un bello compás,  al cual se accede por medio de una portada del primer tercio del siglo XVII, en cuyo cuerpo superior figura un azulejo de Santa Clara de fines del XVIII. A la izquierda del compás se encuentra una pequeña portada gótica de principios del XVI que procede del desaparecido Colegio de Maese Rodrigo, antigua Universidad de Sevilla. Pasando por ella se entra en lo que fue palacio del Infante D. Fadrique, del cual sólo subsiste la torre de su nombre. Levantada en 1252, es de planta cuadrada y consta de tres cuerpos. En el primero, cubierto con una bóveda ojival, se sitúa la puerta de ingreso y una serie de saeteras; en el segundo, cubierto asimismo con bóveda ojival, aparecen ventanas de tipología románica y en el tercero, cubierto con bóveda octogonal, aparecen ventanas góticas. La iglesia se sitúa al fondo del compás, respondiendo su estructura a la tipología de las iglesias mudéjares sevillanas del siglo XV, si bien fue reformada decorativamente  en  el  primer tercio del siglo XVII. Se trata de un  edificio  de  una  sola  nave, planta  rectangular y cabecera poligonal. El cuerpo de la nave se cubre con una armadura mudéjar y el  presbiterio con bóveda de nervaduras. Los muros de la cabecera se decoran con zócalos de azulejos de dos épocas. Los de la primera están fechados en 1575, relacionándose con la producción de Alonso García, y los de la segunda son de principios del siglo XVII. De esa misma época son los zócalos de los muros de la nave, obra de Hernando de Valladares. La decoración de estuco, que transforma estilísticamente el inte­rior, responde a  las trazas que, en 1620, propusieron Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga. Esos mismos maestros fueron quienes proyectaron el soberbio pórtico de entrada a la iglesia, ejecutado por Diego de Quesada, quien lo concluyó en 1622.
     El retablo mayor consta de sotabanco, banco, dos cuerpos de tres calles y ático. Las trazas del retablo y los modelos de las figuras los presentó Martínez Montañés en 1621, aunque serían sus discípulos y continuadores quienes lo llevaron a cabo, terminándolo en 1626. A ambos lados del sagrario figuran dos pequeñas esculturas de San Pedro y San Pablo; en el primer cuerpo de la calle central aparecen las esculturas de San Antonio de Padua y San Buenaventura y en los registros laterales los relieves de la Imposición del hábito a Santa Clara y un Milagro de esta Santa. El registro cen­tral del segundo cuerpo se reformó en 1722. En la gran hornacina central, flanqueada por estípites, figura una escultura de Santa Clara, realiza­da por Juan de Remesal en 1629, y en las laterales las de Santa Inés y Santa María Magdalena, representándose en los relieves laterales el Nacimiento de Cristo y la Asunción de la Virgen. Remata el retablo el grupo escultórico de la Trinidad. En el muro izquierdo figuran dos reta­blos, ejecutados por Martínez Montañés y sus colaboradores entre 1625 y 1630. El primero está dedicado a la Inmaculada, figurando una escultura de esa advocación en la hornacina del primer cuerpo. La representación alegórica de la Inmaculada que aparece en el ático es obra de Andrés de Ocampo. El segundo retablo está dedicado a San Juan Evangelista, y contiene una escultura de ese santo en la hornacina central y un relieve de San Juan en la tina, en el ático. En el muro derecho se sitúan otros dos retablos de igual cronología y estructura, trazados y, en parte, ejecutados, por Martínez Montañés. En la hornacina del primero aparece una escultura de San Francisco, figurando en el ático un relieve con la Estigmatización de ese Santo, realizado por algunos de los discípulos o continuadores del maestro. El segundo retablo está dedicado a San Juan Bautista, debiéndose a Francisco de Ocampo el relieve del Bautismo de Cristo que aparece en el ático. La última hornacina del muro derecho la ocupa una pintura sobre tabla de hacia 1555 que representa a San Roque y es atribuible a Hernando de Esturmio.
     A los pies de la iglesia se halla el coro, dispuesto en dos plantas. El inferior está cubierto por un artesonado de principios del XVII y la solería es de olambrillas del XVI. Destacan en la zona del coro el facistol y la sillería, ejecutados en 1594 por Diego López Bueno; una copia del siglo XVIII de la Virgen de la faja de Murillo y un comulgatorio, de ese mismo siglo, con pinturas sobre tabla de mediados del XVI.
     Recientemente la reducida comunidad de monjas clarisas que habitaba el monasterio se ha trasladado al Convento de Santa María de Jesús de Sevilla, perteneciente a la misma orden, llevándose consigo el ajuar litúrgico que se conser­vaba en la clausura conventual. Entre las piezas que lo integran destaca un copón renacentista, de peana lobulada y adorno de campanitas en la copa, que va fechado en 1546 y 1547 y se atribuye a Juan Ruiz el Vandalino. De estilo barroco es el libro de plata que lleva la imagen de San Antonio, datado en 1738, y de la misma época es un rosario de filigrana de plata. Muy elegantes de líneas son la jarra y bandeja fechadas en 1791 y 1767, y con los punzones de Amat y Carmona res­pectivamente. Magníficos relieves lleva un cáliz neoclásico, de estilo francés, fechado en 1787 (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     El monasterio se sitúa en el barrio de San Lorenzo, originalmente debió ocupar toda la manzana, pero ha ido reduciendo su extensión de forma progresiva, para ocupar actualmente sólo el centro de la misma. El perímetro ha sido vendido de forma gradual, careciendo Santa Clara prácticamente de fachada a la calle.
     El complejo es una combinación de espacios libres y edificados, en el que el claustro principal actúa como elemento articulador que dota de orden a las construcciones, callejas y plazuelas que componen el conjunto. Entre los espacios libres encontramos el propio claustro, el jardín que hace las veces de compás del convento, la huerta, frontera con una de las medianeras, y el vacío que rodea a la Torre de Don Fadrique. Los espacios edificados más significativos, tanto por su entidad, como por su significación en la vida conventual, son la iglesia y el refectorio.
     La portada que conduce al estrecho pasillo que da paso al compás es el único contacto con la calle de la clausura. Dicha portada es obra del primer tercio del siglo XVII y está presidida por la imagen en azulejería de la Santa titular.
     El compás es un patio-jardín con naranjos y palmeras que sitúa una fuente en su centro y en cuyo perímetro se sitúan edificaciones, abren a este espacio libre el pórtico de entrada a la iglesia, ubicado frente al pasillo de entrada, la portada de ingreso a la zona de la torre de Don Fadrique, situada al fondo del patio a la izquierda, y el callejón que conduce a la puerta seglar, enfrentado a la portada anterior.
      Las pequeñas edificaciones acogen las viviendas del portero y el mandadero, el torno, junto al cual se dispone la provisoría y una serie de locales que en los últimos años las monjas dedicaron al alquiler como medio para obtener ingresos. El pórtico de entrada al templo fue proyectado por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga en el primer tercio del s. XVII, y a él abren la vivienda del capellán y la sacristía de afuera. La portada tardogótica, de principios del XVI, que sirve de acceso al área donde está la Torre de Don Fadrique, perteneció al colegio de Maese Rodrigo y que fue trasladada aquí por el Ayuntamiento. Y por último, en el callejón que da acceso a la puerta reglar, junto a la cual se sitúa la clavería, se ubican los locutorios.
     La Torre de Don Fadrique, único resto conservado del palacio del Infante del mismo nombre que fue el germen del convento, se dispone al fondo de un espacio de planta próxima al rectángulo que se sitúa tras el ábside de la iglesia, separándose de la huerta tan solo por una tapia. A la huerta abren la sacristía interior, alguna de las viviendas de la época de la "vida particular" y alguna celda dormitorio, comunicándose mediante una callejuela con el claustro principal.
     Este hermoso claustro, fechado en 1532, es de planta cuadrada y dos cuerpos de altura, con arquerías sobre columnas.
     Éstas se componen de columnas sobre las que voltean ocho arcos de medio punto en el orden bajo y carpaneles en el alto, todos ellos enmarcados por alfiz, excepto en la galería oeste del nivel superior, que aparece cegada y en la que sólo se abren tres pequeñas ventanas de raigambre mudéjar. En la planta baja las paredes se decoran con un zócalo de azulejos de los llamados de Cuenca.
     En torno al claustro se disponen la iglesia, la provisoría, el despacho de la abadesa, la Capilla del Nacimiento, la enfermería baja, algunas celdas, el refectorio, la sal de consultas, la celda prioral y la escalera principal.
     El refectorio y la iglesia presentan una disposición inusual, ya que entestan perpendicularmente con el claustro por uno de sus lados menores, disponiéndose ambas piezas en lados enfrentados del mismo, aunque el refectorio se sitúa a eje de la cara sur y la iglesia en una esquina, la noroeste.
     El refectorio es de planta rectangular y dimensiones muy alargadas, se accede a él desde el anterrefectorio y a un lado encontramos la cocina y la provisoría.
     El inicio de la construcción la iglesia data del siglo XV y es de estilo gótico mudéjar. Su planta es del tipo denominado de cajón, por poseer una única nave, que presenta cabecera ochavada y cuyos coros alto y bajo se sitúan a los pies. En el muro de la Epístola, a la derecha, se encuentra la zona destinada a sala de "Profundis" y cementerio, así como la sacristía interior y los confesionarios. En el otro muro abre la sacristía de afuera, que se comunica con la vivienda del capellán y el pórtico de entrada y el pórtico de entrada a la iglesia anteriormente descrito.
     La cabecera se cubre con bóveda ojival nervada hasta el arco toral y la nave con un magnífico alfarje de carpintería mudéjar.
     Otros elementos a destacar en el templo son los bellos zócalos de azulejos, que sobrepasan los dos metros de altura, fechados los del presbiterio en 1565, la espadaña, ejecutada por Juan de Vandelvira y Diego Coronado, y el sepulcro del Obispo de Silves don Álvaro Peláez, con una estatua yacente sobre sarcófago de estilo gótico de la mitad del siglo XIV situado en la zona de enterramiento de las monjas.
     La imponente caja de la escalera principal se cubre con un artesonado, al igual que los dormitorios altos. Éstos se disponen sobre los bajos, en la zona este del convento y fronteros con la calle Becas tras la crujía donde se sitúa la Capilla del Nacimiento. El muro de la calle Becas se presenta al exterior completamente ciego, preservando la clausura.
     El Real Monasterio de Santa Clara es uno de los primitivos establecimientos conventuales que se crean en la ciudad de Sevilla tras su conquista a los musulmanes.
     Se encuentra documentación de la ubicación de las religiosas en su actual monasterio en fecha tan temprana como 1289, año en que se fecha una carta de Sancho IV el Bravo por la que el monarca hace donación a las clarisas de las casas y jardines que constituían el palacio de su tío, el Infante Don Fadrique.
     El monasterio contó siempre con el apoyo de la Corona, así la reina doña María de Molina contribuyó a sufragar los costos de la edificación de la iglesia y del propio convento. El palacio se fue modificando paulatinamente para acoger la estructura conventual, dejando como último testimonio de éste la Torre de Don Fadrique.
     El siglo XVI y el comienzo del XVII vieron el período más intenso en la construcción del actual monasterio.
     Doña María Coronel, huyendo del asedio de Pedro I, estuvo refugiada en este convento en el que profesó para posteriormente fundar el de Santa Inés, segundo convento de clarisas de la ciudad.
     El Convento de Santa Clara no llegó a sufrir la exclaustración, aunque durante esa época tuvieron que renunciar a la vida en comunidad, adoptando la "vida particular" que obligaba a acoger huéspedes en el recinto. Su clausura acogió además a los moradores del vecino convento de San Clemente durante la dominación francesa (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Volviendo a la calle Santa Clara, en el número 28, está el palacio de los Condes de Santa Coloma, construido en el siglo XVII y conservado en su integridad. En la acera de enfrente, algo más adelante, se encuentra la portada que da paso al precioso compás del convento de Santa Clara, fundación franciscana del siglo XIV. En este compás, a la izquierda, se encuentra la portada gótica que tuvo la primera Universidad de Sevilla, fundada por el arcediano Rodrigo Fernández de Santaella, de la que queda, como se recordará, la capilla, sita en la puerta de Jerez. Al otro lado de esta portada, en un espacioso jardín, se levanta la llamada torre de Don Fadrique, único vestigio del palacio que aquí tuvo el desgraciado hermano de Alfonso X, mandado ejecutar por el rey en Toledo en 1277, como consecuencia de los amores que sostuvo con su madrastra Juana de Pointheu, viuda de Fernando III. Levantada hacia 1253, tiene planta rectangular, de 10,15 por 8,30 m, y se alza sobre un potente basamento de 2,40 m de alto. Consta de tres plantas rematadas por un antepecho coronado de almenas.
     El convento, cuyas monjas se trasladaron no hace mucho al de Santa María de Jesús, se encuentra actualmente en restauración. La iglesia aparece al fondo del compás, tras un precioso pórtico obra de Diego Quesada, quien siguió el proyecto realizado en 1620 por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga, los mismos que proyectaron también la decoración de estuco que aparece en los muros interiores de su única nave. El presbiterio lleva bóveda ojival de nervaduras, mientras un zócalo de azulejos decora la parte baja de los muros. A los pies de la nave se sitúan dos coros, alto y bajo; el inferior tiene un precioso pavimento de olambrillas datable en el siglo XVI y un artesonado de principios del XVII. El retablo mayor tiene la traza de Martínez Montañés, aunque tanto su ejecución como la mayoría de las imá­genes fue realizada por su taller en 1626. Es un importante conjunto manierista compuesto por sotobanco, banco, dos cuerpos con tres calles a base de columnas corintias de hélice y ático. Entre las imágenes, hay que destacar, la Santa Clara que figura en la hornacina central, tallada por Juan de Remesal en 1629. El resto de los retablos son también de Montañés y de su taller. Entre sus bellísimas piezas sobresalen el Bautismo de Cristo, situado en el retablo de San Juan Bautista del muro de la Epístola, obra de Francisco de Ocampo, así como la alegoría de la Inmaculada, en su correspondiente retablo (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Clara, virgen
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   Hija espiritual de San Francisco de Asís y fundadora de la orden de las clarisas.
HISTORIA Y LEYENDA
   Nacida en 1193, en 1211 abandonó la casa paterna, distribuyó todo su patrimonio entre los pobres y fue recibida en la capilla de la Porciúncula por San Francisco, quien le cortó el pelo y ciñó su cintura con el cíngulo o cordón de la orden.
   Acompañada por su hermana Inés y luego por su madre, Ortolana, se instaló en el convento de San Damián. Allí vivió en clausura perpetua, sometida a una regla austera. Fiel a los preceptos del Poverello, no tenemos -decía- más que un tesoro por conservar: la Santa Pobreza. Un día el papa la visitó en su monasterio. Ella hizo preparar la comida y pidió al Santo Padre que bendijera los panes. Pero el papa ordenó a Santa Clara que los bendijese ella misma. Apenas lo hubo hecho, todos los panes quedaron marcados con el signo de la cruz.
   En 1241 los sarracenos llegados de Nocera quisieron saquear el convento cuyos muros escalaron. La abadesa fue a su encuentro con el Santo Sacramento en una custodia, y los puso en fuga.
   Murió en 1243. La hermana que la velaba vio entrar en la habitación una procesión de vírgenes coronadas que la cubrieron con un manto dorado, al tiempo que la Virgen María recibía su alma.
CULTO
   Canonizada en 1255 por el papa Alejandro IV, Santa Clara es la patrona de Asís y de la orden de las clarisas que se desarrolló en todo el mundo cristiano.
   Como Santa Lucía, su nombre le valió ser invocada "para ver claro" por los ciegos y los enfermos de la vista. También es la patrona de las trabajadoras vinculadas con el color blanco: lavadorasplanchadoras y bordadoras.
   A causa de la custodia de cristal que lleva en las manos, es la protectora de los pintores vidrieros.
   Ha sido propuesta recientemente como patrona de la radio televisión tanto a causa de su nombre como de una visión que habría tenido en su lecho de agonía: la ceremonia de Navidad celebrada en la basílica de San Francisco de Asís.
ICONOGRAFÍA
   Está representada con una edad variable, ya joven, ya como una anciana religiosa.
   Su hábito es de las monjas franciscanas, con un cordón de tres nudos y un manto con rayas transversales.
   Sus atributos habituales son la custodia eucarística con la que rechazó a los sarracenos, y una cruz rematada en un ramo de olivo, que recuerda su apasionado amor al crucifijo.
   Los pintores de Siena y de Umbría casi siempre le ponen en la mano un tallo de lirio, símbolo de la pureza.
   Como patrona de los clérigos, sostiene una lámpara de arcilla o una linterna procesional (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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Horario de apertura del Convento de Santa Clara (Espacio Santa Clara):
            De Martes a Sábados: de 10:00 a 19:00
            Domingos y Festivos: de 10:00 a 15:00

Página web oficial del Convento de Santa Clara (Espacio Santa Clara):  www.icas.sevilla.org/espacios/espacio-santa-clara 

El Convento de Santa Clara (Espacio Santa Clara), al detalle:

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