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miércoles, 2 de febrero de 2022

La Iglesia del Convento de Nuestra Señora de la Candelaria, en La Puebla de Cazalla (Sevilla)

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia del Convento de Nuestra Señora de la Candelaria, en La Puebla de Cazalla (Sevilla).  
   Hoy, 2 de febrero, es la Fiesta de la Presentación del Señor, llamada Hypapante por los griegos: cuarenta días después de Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José, y lo que pudo aparecer como cumplimiento de la ley mosaica se convirtió, en realidad, en su encuentro con el pueblo creyente y gozoso. Se manifestó, así, como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Iglesia del Convento de Nuestra Señora de la Candelaria, en La Puebla de Cazalla (Sevilla).
    La Iglesia del Convento de Nuestra Señora de la Candelaria, se encuentra en la calle San Francisco, 2; en La Puebla de Cazalla (Sevilla).
     Edificio de tres naves y crucero de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, reformado en el XVIII y en el XIX. A la primera etapa corresponde la ordenación del interior y el tipo de los pilares; a la segunda la portada y la fachada, perteneciendo a la tercera las dos capillas que se abren en las cabeceras de las naves laterales, edificadas a mediados del XIX. La portada aparece cobijada por un gran arco de medio punto. Es adintelada y está flanqueada por pilastras toscanas que soportan un frontón curvo y roto que da paso a un segundo cuerpo, en cuya hornacina central se sitúa un lienzo de San Francisco de Paula del siglo XVIII.
     El retablo mayor procede del desaparecido convento de la Victoria de Estepa. Corresponde al segundo cuarto del XVIII, presentando en su hornacina una imagen de la Divina Pastora y en el ático un relieve de Santo Tomás de Aquino, del momento del retablo. En la capilla de cabecera de la nave izquierda, cuya reja está fechada en 1856, hay que señalar dos puertas de madera tallada del XVIII y la imagen de candelero de Nuestra Señora de los Dolores, obra de José Montes de Oca en 1717. La cabecera de la nave derecha está ocupada por una capilla con reja fechada en 1858 e imágenes procesionales modernas. Ya en la nave derecha, en la capilla de San Francisco, se encuentra un retablo-hornacina de la segunda mitad del XVIII, con una escul­tura de San Antonio de Padua, de la misma época, y un retablo rehecho con elementos del XVIII y presidido por una escultura de San Francisco, de la primera mitad del mismo siglo, con cabeza y manos modernas. En la capilla siguiente se encuentran las esculturas del Cristo de la Vera Cruz, la Virgen y San Juan, restauradas por Enrique Orce. Existe también en la iglesia un estandarte de la Hermandad de la Vera Cruz con escudo bordado del primer tercio del XVII.
     En la sacristía se conserva una cajonería fechada en 1714 y un cáliz de plata dorada y repujada fechado en 1849 con los punzones de los plateros Prolongo y Leal (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     Edificio con planta en cruz latina configurado por una nave central, en cuya cabecera se ubica el retablo mayor y dos naves laterales (Izquierda: nave de la epístola. Derecha: nave del evangelio) donde se alojan las capillas. Las naves se dividen en cuatro tramos. El edificio cuenta además con torre campanario y una sacristía a la izquierda del crucero, el cual es rematado por una cúpula esférica En su fachada principal destaca la portada que se encuentra integrada dentro de un arco de medio punto. Posee dintel y está enmarcada entre pilastras toscanas que sostienen un frontón curvo y partido sobre el que se apoya el segundo cuerpo, formado por una hornacina central, flanqueado por pilastras con remates de jarras. Por su parte, el otro gran elemento es la torre; que posee tres cuerpos estando el primero formado por vanos de medio punto entre pilastras toscanas; el segundo cuerpo sería el de campanas; y, por último, el tercero, formado por un remate de cerámica y azulejos de montería. Los muros soportan las naves laterales, mientras que en la nave central aparecen pilastras adosadas al muro, sobre las que descansan los arcos fajones que soportan la bóveda. Los materiales constructivos del inmuebles son ladrillo y tapial enfoscados y encalados. La cubierta es de teja curva a dos aguas en la nave central y a una en las laterales. Como elementos singulares destacan unas pilastras de la nave central con baquetones acanalados de estilo renacentista. Yeserías con motivos de rocalla en la bóveda del crucero. La nave central se cubre con bóveda de cañón con lunetos. Sobre el crucero se coloca una cúpula apoyada sobre pechinas para pasar del espacio cuadrangular al circular. Ésta conserva todavía hoy, aunque en muy mal estado, restos de ornamentación de yeserías con motivos de rocalla. La nave del Evangelio, es decir, la de la izquierda, se cubre con una cubierta plana, mientras que la nave de la Epístola se cubre con bóveda de arista.
La Nave de la Epístola
     Comenzando el análisis por la derecha y por los pies del edificio, se encuentra la capilla de la Hermandad de la Vera Cruz, hermandad fundada con anterioridad a 1647, siendo por ello la más antigua de las existentes hoy en día en La Puebla.
     Ocupa esta capilla los dos primeros tramos de la nave de la Epístola y en ella se encuentran las dos imágenes titulares de dicha hermandad: un Crucificado anónimo de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, que se cree presidía el altar mayor del convento; y una Dolorosa, igualmente anónima, de candelero, con mascarilla antigua, del siglo XVIII. Ambas imágenes fueron afectadas por los incendios de la Guerra Civil. Posteriormente fueron restauradas por Enrique Orce entre 1940 y 1942. El Cristo se sitúa en un retablo neoclásico, del siglo XIX, constituido por un banco, un cuerpo y un remate,
siendo sus elementos sustentantes columnas neoclásicas, con guirnaldas de flores; la imagen del Cristo llevaba una corona de plata del siglo XIX, que hoy guarda la Hermandad. De la misma época y estilo es el retablo dedicado a María Santísima del Mayor Dolor en su Soledad. En la misma capilla se halla la obra que según muchos es la de más valor artístico de cuantas se poseen en La Puebla y es el estandarte de la Vera Cruz realizado en seda bordada en oro, con imagen de Cristo Crucificado, obra del siglo XVII. También se encuentra aquí un gran lienzo del siglo XVIII, muy deteriorado debido al fuego durante la guerra que representa la Virgen de la Aurora.
     El siguiente tramo está ocupado por tres retablos, dos de los cuales son de mayor interés. El dedicado a San Antonio, es un retablo-hornacina del siglo XVIII en madera sin dorar, con decoración de rocalla. La imagen del santo está realizada en madera dorada y repolicromada. El retablo de San Francisco poco conserva de su estado original; por motivos de gran deterioro y de polillas, fue restaurado prácticamente en su totalidad conservando únicamente del original la ornamentación. La imagen del santo está realizada en madera estofada y policromada correspondiendo a la primera mitad del siglo XVIII; aunque ni la cabeza ni las manos pertenecen a la talla originaria, siendo más modernas. En la cabecera de la nave de la Epístola se encuentra la capilla de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de las Lágrimas. La capilla es de mediados del siglo XIX y fue restaurada dos veces en el siglo XX. En ella se encuentran los santos titulares de la Hermandad, de la segunda mitad del siglo XX. María Santísima fue realizada por Francisco Buiza en el año 1969 y la imagen de Jesús Nazareno en el 1948 por José Ribera. La imagen de San Juan Bautista es de las mismas fechas.
Presbiterio
     El presbiterio sufrió una remodelación en la primera década del siglo XXI que afectó a la estructura del templo aunque de forma muy leve. En él se sitúa el Retablo Mayor, del siglo XVIII, de cerca de 4 metros de altura y correspondiente a los talleres de Estepa, localidad de la que procede. Es de tipo hornacina en madera dorada y policromada. Lo constituyen un banco, cuerpo y ático con una sola calle. La decoración se realiza a base de estípites, de hojarasca y dos escudos en los laterales que posiblemente hacen referencia o a sus autores o a la familia que sufragó los gastos. En el ático aparece un relieve de Santo Tomás de Aquino. También lleva un frontal de piedra que, actualmente, se encuentra pintado imitando la madera.
     Sobre el paramento izquierdo del presbiterio se encuentra un lienzo de Santa Lucía del siglo XIX, muy oscurecido por el paso del tiempo.
Nave del Evangelio
     Pertenece a la Hermandad del Santísimo Cristo de las Aguas y María Santísima de los Dolores desde mediados del siglo XIX. Comenzando por la capilla de la cabecera, hay que destacar las dos puertas de madera tallada del siglo XVIII con temas vegetales que se conservan aquí reaprovechadas.
     También hay que hacer especial mención a una de las imágenes titulares de la Hermandad, la imagen de candelero de Nuestra Señora de los Dolores. Estudios recientes realizados por un vecino de La Puebla han demostrado que su autoría corresponde al escultor Montes de Oca, siendo ésta su primera obra documentada.
     La imagen del Señor es obra de Castillo Lastrucci de principios de este siglo aunque tras su restauración por Ortega Bru, perdió gran parte del halo castillense. En la capilla también se guarda la Cruz de Guía, realizada en plata, que luce esta Hermandad en su recorrido procesional.
     La iglesia y monasterio que el IV conde de Ureña, Don Juan Téllez Girón, fundara en el año 1550 con el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria, y que fuera entregado a la orden de religiosos de San Francisco de Paula, conocidos con el nombre de "Padres Mínimos", no sufrió en el siglo XIX distinto trato al padecido por la iglesia parroquial. El templo y sus dependencias tuvieron que soportar graves agresiones durante este siglo.
     Desde principios de siglo hasta 1886, fue utilizada como parroquia, celebrándose en ella todas las funciones religiosas del clero y de las diferentes hermandades y congregaciones, mientras se construía la nueva iglesia; trasladándose todo el mobiliario, imágenes, retablos y ornamentos a la iglesia del convento. Así mismo las hermandades que allí residían procederían a trasladar las suyas.
     La invasión napoleónica de España en 1808, dio lugar a una tenaz campaña contra las órdenes religiosas a las que se consideraban instrumentos de propaganda contra los franceses. Por su parte, el gobierno liberal de Cádiz tomará medidas y acuerdos que incluyeron una desamortización eclesiástica, cuyo fn primordial era la incorporación de todos los bienes que pertenecieron a las extinguidas órdenes religiosas a los llamados Bienes Nacionales, con cuya venta se pretendía obtener el suficiente dinero para incrementar las maltrechas arcas del Estado.
     Con la expulsión de los franceses se produce la proclamación de Fernando VII en 1814 como rey, el cual anularía todo lo legislado por las Cortes de Cádiz, permitiendo a las órdenes religiosas recuperar todas sus posesiones, como hicieron los Mínimos en este pueblo. Pero la llegada de la segunda revolución liberal del siglo XIX, supondrá durante el período de 1820 a 1823 la expulsión de los frailes y la confiscación de sus bienes, los cuales serían repuestos a la vuelta de Fernando VII al poder, pasado dicho periodo. En mayo de 1821 el gobierno resuelve la supresión del convento de mínimo de La Puebla de Cazalla. Posteriormente, entre 1833 y 1840, con la Desamortización de Mendizábal la orden de los Padres Mínimos no volverían a regentar al convento, pasando dicho inmueble a manos de estado.
     La normalización de las relaciones entre el Estado y la Iglesia en 1851, permitirá al párroco de La Puebla pedir el dinero necesario para comenzar las reparaciones en el convento al que se le habían derruido los lados este y sur del claustro, terminándose la obra en 1854. En este mismo año se repara la cubierta de la capilla del Sagrario. Poco después y de forma privada, (1862), se construyó una nueva sacristía, de la cual carecía el templo y al año siguiente se ampliaría la iglesia por el lado del Evangelio, construyendo una nueva nave ocupando el antiguo claustro del convento. En 1894, se realiza un nuevo informe del estado del edificio y se ve que era preciso hacer una nueva cubierta de armadura para el crucero, que había que atirantar la armadura de la nave central, retejar toda la cubierta y reparar los muros y la torre.
     Con la Guerra Civil en el convento al igual que la parroquia fue pasto de las llamas en julio de 1936, causando la desaparición de prácticamente la totalidad de su patrimonio artístico.
     Actualmente el edificio se halla a cargo de la Comunidad del Rebaño de María a las que se les pasó a principios del siglo XX.
     La cronología del templo es amplia, siendo su origen entre finales del siglo XVI y principios del XVII, con reformas, tanto en el siglo XVIII como en el XIX. A la primera época corresponde la ordenación del interior del templo y el tipo de pilares.
     También de ésta, son los restos de arquerías enmarcadas por un alfiz y los baquetones nombrados. Al siglo XVIII corresponde la portada y la fachada, siendo las capillas de las cabeceras de las naves laterales el último añadido ya en el siglo XIX (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Su nombre oficial es el de Convento de Nuestra Señora de la Candelaria, pero también ha sido llamado de San Francisco o de la Victoria. Fue fundado el 1 de febrero de 1.555 por D. Juan Téllez Girón, IV Conde de Ureña. 
     El templo y sus dependencias han tenido que soportar graves agresiones durante este siglo debido a los constantes cambios sociales, políticos y económicos de la época. Actualmente, el edificio se halla a cargo de la Comunidad del Rebaño de María a las que se les pasó a principios del siglo XX.
     Está construido en ladrillo y tapial y consta de una nave central y dos naves laterales donde se alojan las capillas. Las naves se dividen en cuatro tramos. La nave central se cubre con bóveda de cañón con lunetos, con una serie de pilastras adosadas al muro sobre las que descargan los arcos fajones. Sobre el crucero se coloca una bóveda semiesférica que conserva todavía hoy restos de ornamentación de yeserías con motivos de rocalla.
     La portada está cobijada en un arco de medio punto. Es adintelada y está flanqueada por pilastras toscanas que sostienen un frontón curvo y partido que da paso al segundo cuerpo, formado por una hornacina central donde se hallaba, hasta hace muy pocos años, un lienzo de San Francisco de Paula del Siglo XVIII.
     La torre posee tres cuerpos, el primero formado de vanos de medio punto enmarcados por pilastras toscanas; el segundo cuerpo lo constituyen el cuerpo de campanas; y el tercero lo forma un remate de cerámica y azulejos de montería del siglo XVIII. En la cabecera de la nave de la Epístola se encuentra la capilla de la Hermandad de Ntro. Padre Jesús Nazareno y María Santísima de las Lágrimas.
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Fiesta de la Presentación del Señor
   La ley mosaica prescribía dos ceremonias vinculadas con el nacimiento de un niño. Si era de sexo masculino, debía ser circuncidado. Al tiempo que la madre, considerada impura después del parto, debía purificarse, presentar a su primogénito en el templo y recuperarlo del Señor por medio de una ofrenda.
   La circuncisión debía realizarse ocho días después del nacimiento, y la Purificación, cuarenta días más tarde.
   Esas dos escenas, que presentan temas análogos, han sido frecuentemente confundidas en el arte cristiano.
La presentación del niño Jesús en el templo o la purificación de la Virgen
   Presentación de Jesús en el templo, Purificación de la Virgen, Candelaria, son otros tantos nombres que designan la misma fiesta celebrada el 2 de febrero, cuarenta días después de Navidad (Cuadragésima de Epifanía). Esta triple serie de nombres se encuentra en todas las lenguas.
l. Presentación del Niño Jesús en el Templo
2. La Purificación de la Virgen
3. Candelaria
El relato evangélico
   La Presentación en el templo sólo se relata en el Evangelio de Lucas 2: 22 - 40.
   Los otros no dicen nada acerca de ello.
   «Así que se cumplieron los días de la purificación conforme a la ley de Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito (...) y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.
   «Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo estaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor. Movido del Espíritu, vino al templo, y al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir lo que prescribe la Ley sobre Él. Simeón le tomó en sus brazos y, bendiciendo a Dios, dijo: Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo Israel.» Y dirigiéndose a María dijo: «...y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones.
   «Había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, muy avanzada en días, que había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro.... Como viniese en aquella misma hora, alabó también a Dios y hablaba de Él a cuantos esperaban la redención de Jerusalén (...) Cumplidas todas las cosas según la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a la ciudad de Nazaret.»
   Las dos prefiguraciones bíblicas de la Presentación del Niño Jesús en el templo son el Destete de Isaac y la Consagración del niño Samuel al Señor.
Liturgia judía y católica
   Para comprender el tema iconográfico es necesario conocer no sólo la fuente de las Escrituras de donde ha tomado el tema el arte cristiano, sino también los ritos de la Purificación en la ley mosaica y en el culto católico.
   La ley de Moisés (Éxodo, 13: 2) obligaba a todos los judíos a consagrar a los primogénitos al Señor en conmemoración de la salida de Egipto, y a redimirlos mediante un canon de cinco siclos y el sacrificio de un cordero. La ley era formal:
   «...consagrarás a Yavé todo cuanto abre la vulva; y de todo primer parto de los animales que tengas, el macho lo consagrarás a Yavé». 
 Además, de acuerdo con el ritual del Levítico (12: 1 - 8), toda parturienta se consideraba impura durante los siete días siguientes al nacimiento de un varón y durante treinta y tres días se le vedaba la entrada en el templo. Por lo tanto, debía dejar pasar cuarenta días para presentar a su hijo en el templo y depositar la ofren­da.
   Puede asombrar que la Virgen se haya sometido a esta regla que no podía aplicarse a su purificación, puesto que había parido milagrosamente sin perder su virginidad, es decir, sin mancha alguna. Los teólogos explican que fue para dar ejemplo de humildad y de obediencia a la Ley que la Virgen quiso someterse  a esas prescripciones legales que para ella no tenían sentido. De la misma manera que Jesús se había sometido a la Circuncisión sin necesidad, la Virgen no eludió la obligación ritual de la Purificación, preocupada, antes que nada, por no «derogar» la Ley.
   Redime a su hijo ofreciendo una pareja de tórtolas, que era la ofrenda de los pobres, mientras que el cordero era la de los ricos. Habría podido, según parece, comprar un cordero con el oro del Rey Mago; pero los teólogos, que tienen respuesta para todo, replican que ese oro fue inmediatamente distribuido en forma de li­mosnas. 
 Sobre esta liturgia hebrea se injertó la liturgia católica de la bendición de los cirios, que ha dado su nombre a la Candelaria, o Fiesta de las candelas (Festum Candelarum), porque la procesión se hacía con cirios encendidos. Ese día «los cristianos suelen tener cirios o candelas en sus manos en la santa iglesia, y ofrecerlas a la Madre de Dios».
   A decir verdad, esta ceremonia no es más que un vestigio de un antiquísimo rito lustral pagano, el de la katharsis, que se celebraba con antorchas destinadas a espantar a los espíritus de las tinieblas. Así era como los griegos conmemoraban la búsqueda de Perséfone después de su rapto por Hades, y celebraban los romanos la fiesta de las Ambarvalia.
   De acuerdo con ciertos historiadores de las religiones, la fiesta cristiana de la Purificación de la Virgen habría sustituido a la fiesta pagana de las Lupercales. Pero Dom Leclerq observa con fundamento que no hay ninguna semejanza en ritual ni coincidencia de fechas.
   Durante el reinado de Carlomagno la Purificación se convirtió en una fiesta mariana en los países occidentales.
La fecha de la fiesta
   La Purificación no podía realizarse antes de pasados cuarenta días desde el momento del parto. Los orientales, que celebraban la Natividad el 6 de enero, fijaron en consecuencia la fecha de la Presentación el 15 de febrero.
   Cuando la Iglesia romana decidió que la Natividad sería conmemorada el 25 de diciembre y no el 6 de enero, la fiesta de la Presentación se adelantó inexorable­mente trece días y se fijó el 2 de febrero.
   La Iglesia bizantina acabó aceptando esa rectificación en el siglo VI.
El tema iconográfico
   Al analizar este tema complejo se descubren tres y hasta cuatro motivos com­binados:
1. La Presentación del Niño en el templo.
2. La Ofrenda lustral de la Virgen.
3. La procesión de los cirios.
4. El Cántico del anciano Simeón (Nunc dirrtitis).
1. La Presentación del Niño
   De acuerdo con el momento elegido, la escena presenta dos aspectos diferentes. Ya María presenta el Niño al anciano Simeón, ya éste devuelve el Niño a su madre. En el primer caso la Virgen está de pie, en el segundo está arrodillada.
   Aunque no haya sido sumo sacerdote, Simeón está tocado con mitra o tiara y tiene las manos veladas en señal de respeto. Ese rito oriental vuelve a encontrarse en el Bautismo de Cristo, donde los ángeles tienen igualmente las manos vela­das.
   Como en la escena de la Natividad, ocurre que el Niño esté de pie o acostado sobre el altar, para significar que desde su nacimiento está marcado por su carácter de víctima expiatoria y predestinada al sacrificio. A veces la Virgen y Simeón lo levantan por encima del altar. En el siglo XVII ciertos pintores alemanes hacen planear a la paloma del Espíritu Santo en lo alto de la composición.
   La profetisa Ana, que tiene el mismo nombre que la madre de Samuel y la madre de la Virgen, asiste al viejo Simeón. Ella simboliza a la Sinagoga y sostiene las Tablas de la Ley donde se desarrolla un texto profético.
2. La Ofrenda lustral
   José, que es sólo un personaje secundario, lleva en las manos, en los pliegues de su manto, en un cesto o en una jaula de alambre, las dos tórtolas, modesta ofrenda de los pobres. A veces suma a los palominos una pequeña suma en metálico y se le ve desatar el cordón de la bolsa para extraer el óbolo, refunfuñando.
   Con frecuencia es una criada de la Virgen quien lleva las palomas.
   En el arte ruso, por ejemplo en un fresco (actualmente destruido) de Nereditsa, cerca de Novgorod, las palomas son tres.
3. La Procesión de los cirios
   Este tema no es de origen bíblico, y constituye un típico ejemplo de enriquecimiento de un motivo iconográfico a través de la liturgia.
   Los portadores de cirios son generalmente José (que ya sostenía un candil para iluminar el pesebre de la Natividad), la Virgen y sus criadas. En su cuadro del Museo de Darmstadt, Stephan Lochnerles agregó una procesión de niños de coro, alineados como tubos de órgano según sus estaturas. El suelo está alfombrado de hojas de acebo con pequeñas bayas rojas, follaje de invierno que recuerda la fecha de la fiesta de la Candelaria, el 2 de febrero.
   Esta tradición popular es muy antigua. Ya en el siglo XII, en una vidriera de Chartres, se ve a la Virgen seguida de mujeres que llevan cirios encendidos. El arte pictórico del siglo XV se apropió del tema.
4. El Cántico del anciano Simeón (Nunc dimitis)
   Simeón pide a Dios que lo deje morir después de haber tenido la alegría de ver al Mesías. Y predice a la Virgen que una espada le atravesará el corazón.
   Es el origen del tema de la Virgen de los siete Dolores (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor el significado de la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo;
   La primera noticia conservada de la conmemoración litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo (Lucas 2, 21 ss.) nos la da Egeria en su peregrinación a Jerusalén a finales del siglo IV. Se llamaba Quadragesima de Epiphania porque entonces se celebraba aún el nacimiento también el seis de enero, es decir, el catorce de febrero.
   Junto a la Presentación del Señor como primogénito (cf. Éxodo 13, 1 ss.), motivo central de la fiesta pese a su título mantenido hasta la última reforma del calendario romano, en la que también María cobra una importancia especial por la profecía de la espada, va pareja la purificación de María (cf. Levítico 12, 1 ss.), pues toda mujer que pariera un varón debía presentarse para su purificación acaba la cuarentena, rito al que se somete por humildad. Ambas ceremonias se reseñan en aparece en Lucas 2, 22: “Cumplidos los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor”.
   Desde Jerusalén se fue extendiendo por Oriente. En Constantinopla, donde se celebraba ya a principios del siglo VI, tenía ya esta fiesta un carácter mariano muy marcado, pues se invitaba en ella a recurrir a la intercesión mariana y la corte imperial la celebraba en el templo mariano de la Blancherna.
   El Emperador Justiniano I, en agradecimiento por atribuir a la intercesión mariana el cese de una epidemia, en el 542 extendió su celebración a todo su Imperio como día festivo. Se trasladó al dos de febrero porque la Navidad ya había sido fijada el veinticinco de diciembre.
   A Roma la debieron llevar los monjes bizantinos. Según el Liber Pontificalis, la fiesta de la Purificación, a la que, según la ley mosaica tuvo que someterse María (Lev. 12, 2-8), se celebraba ya en Roma con carácter mariano en el pontificado de Sergio I (687-701), de origen sirio.
   El título de Purificación aparece por primera vez en el Sacramentario Gelasiano (siglo VIII), y se cree de procedencia galicana, aunque este tema no desempeña papel alguno en los textos eucológicos que se centran en la figura de Jesús, aunque pasó al Misal Romano, hasta la reforma de 1969, en que pasó a denominarse de la Presentación del Señor.
   San Cirilo de Alejandría, a principios del siglo V, ya habla de las candelas (Patrologia Graeca, vol. 77, col. 1040 s). En Roma aparece ya la procesión de los cirios en el Orden de San Pedro, del 667, que es ratificada por el citado Sergio I, por lo que la fiesta recibe el nombre popular de Candelaria. El origen de las luces quizá provenga de que estas procesiones eran nocturnas.
   Esta procesión en Roma tenía un marcado carácter penitencial, pues la comitiva pontificia iba descalza, con ornamentos primero negros y luego morados, color que se conservó hasta la reforma de 1969. Debió adquirirlo, lo que se cree a partir de Beda, como desagravio por los Amburbalia, fiesta pagana de purificación de la ciudad, que consistía en recorrer la muralla procesionalmente llevando las víctimas a sacrificar una vez acabado el itinerario, celebrada por última vez el 394. Aunque era una fiesta movible, se solía celebrar en febrero.
   La primera bendición de las candelas se remonta a finales del siglo IX y era precedida de la bendición del fuego como en la vigilia pascual: se interpreta como una fiesta de la luz como símbolo de Cristo, basándose en la profecía de Simeón: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
   La bendición solemne de las candelas empezó en la Iglesia galicana en el siglo X, y de ahí se fue difundiendo con lentitud En Roma se documenta por el Sacramentario de Padua, en una adición del mismo siglo X. En la Península Ibérica, ya presente en el siglo XI, y después por el resto de Europa (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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