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Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Puerta de la Macarena, de Sevilla.
La Puerta de la Macarena [nº 52 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 68 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra al final de la calle San Luis, junto a la plaza de la Esperanza Macarena; en el Barrio de San Gil, del Distrito Casco Antiguo.
Se encuentra situada al final de la calle San Luis.
Este topónimo no aparece documentado en las fuentes musulmanas, aunque parece que durante la dominación islámica la puerta ya se denominaría así. Por el contrario, sí que aparece registrado en el Libro del Repartimiento y en otros documentos castellanos de los siglos XIII, XIV y XV.
En cuanto a su origen, la historiografía sevillana se encuentra dividida entre quienes lo consideran vinculado a una hija de Hércules llamada Macaria y quienes lo consideran relacionado con "un moro principal así llamado" o con una infanta también mora.
Por otra parte, algunos historiadores han creído ver el origen de este topónimo en el nombre propio latino Macarius, propietario de una villa cercana a Híspalis, aunque se trata de una hipótesis filológica no contrastada.
En lo que a su disposición se refiere, es posible intuir la primitiva islámica a través de una serie de referencias literarias, documentales e iconográficas.
En este sentido, creo que debió estar flanqueada por dos torres, tal y como figura en la descripción que de ella hizo Peraza: "Tiene esta puerta tal forma, viniendo por el camino está un arco almenado blanco ( ...)", que debe corresponder al acceso de la barbacana.
La descripción de Peraza continúa así: "Pasado este arco entramos en una plaza grande" , que sería el espacio delimitado por la barbacana y la muralla, "en la qual están dos arcos, al un lado uno y al otro otro, que a los lados del un cabo y del otro del campo van a dar", a uno de los cuales podría referirse un documento de los Papeles del Mayordomazgo fechado en 1386 en el que se menciona un "arco que sale a la barrvacana del almenilla", "y", continuando con Peraza, "entre los dos arcos están dos altas y fuertes torres, y entre ellas una alta y fuerte puerta, dentro de la qual está otra pequeña plaza y otra puerta que entra dentro de la ciudad", entre las cuales nos dice que los reyes que entraban en la ciudad juraban "los previlegios y libertades desta cibdad".
Este último extremo supondría la existencia de un patio intermedio, lo que corrobora un documento del Archivo Municipal reproducido por Ortiz de Zúñiga y en el que se narra cómo Carlos V, al entrar en la ciudad en 1526, juró ante su Cabildo y Regimiento la observancia de sus privilegios "entre las dos puertas de la puerta de Macarena".
Por su parte, en un documento de los Papeles del Mayordomazgo fechado en 1386 se hace referencia al "alcazar de la dicha puerta de macarena".
Además, figura también en el documento, ya citado, de 1560 en la relación de aquéllas que tenían puertas por las que "se ba rodeando para salir de la ciudad" y "rebellines".
Con todo, el elemento fundamental que nos informa de su disposición islámica lo constituye uno de los relieves del retablo mayor de la Catedral, puesto que en mi opinión la puerta en él representada, tradicionalmente identificada con la de Goles, no es sino la de la Macarena, en la medida en que en el mencionado relieve se representa a la ciudad desde el norte, y no desde poniente.
A través de este mismo documento sabemos que Hernán Ruiz debía eliminar esos elementos que dificultaban el acceso, así como decorarla con inscripciones y escudos. En 1588 se registra una nueva intervención realizada por un tal Lorenzo de Oviedo "para ensanchar la puerta de macarena desta cyudad".
Sin embargo, la puerta no adquiriría su fisonomía actual hasta las obras que tuvieron lugar en 1723 y 1795, ésta última bajo la dirección del arquitecto municipal José Chamorro.
En cuanto a las inscripciones, en la barbacana de la primitiva puerta de la Macarena hubo una en castellano y reproducida ya en la descripción que de ella hizo Peraza. Otra se colocaría en 1561, puesto que sabemos que se pagaron 10.500 maravedís a un tal Pedro Milanés "por una losa grande que dio para la puerta de Macarena para ponerla en lo alto de la dicha puerta", y que un tal Lucas Carón "fizo 372 letras que costaron 3,162 mrs. en la losa que se a de poner en la puerta de Macarena".
La lápida con inscripción más antigua que se conserva de la moderna puerta de la Macarena data de 1650 y hace referencia a una provisión de 1630, relativa a la actividad de los guardas de la puerta.
En 1723 se puso otra lápida con inscripción en castellano conmemorativa de la reconstrucción que tuvo lugar ese año.
Igualmente, en 1795 se colocó una tercera con inscripción en castellano, conmemorativa también de la intervención que había tenido lugar ese año.
La inscripción de la barbacana desaparecería cuando se procedió a su derribo en el transcurso de la intervención de Hernán Ruiz.
La que se colocó en 1561 desaparecería tras las obras de 1723 ó 1795. En cuanto a las otras tres lápidas, se conservan en la actualidad embutidas en la puerta.
En lo que a los escudos se refiere, esta puerta figura en el documento de 1560 en la relación de aquéllas a las que Hernán Ruiz debía decorar con escudos esculpidos en piedra con las armas de la Ciudad, al interior, y las reales, al exterior. En relación a estas últimas, sabemos, gracias al documento de pago a Lucas Carón, que la inscripción de 1561 debía colocarse "debajo de las harmas reales", las cuales desaparecerían cuando en 1723 ó 1795 se procedió a su reedificación.
Por otra parte, en el dibujo de Tovar, que representa la puerta tras la reparación de 1795, se observa cómo un escudo con las armas reales decoraba el remate de su fachada exterior, del cual desconozco su paradero (Daniel Jiménez Maqueda, Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Guadalquivir Ediciones. Sevilla, 1999).
De la piel que envolvía la ciudad apenas queda este mero y monumental jirón. Un muro almenado que se desmenuza consumido por el tiempo. Solo en un arco, ufano de mármol y calamocha, brilla el antiguo esplendor, resuenan aún las glorias de tiempos pasados. Cuando los reyes debían jurar fidelidad a la ciudad antes de atravesarlo.
La gloria y la tragedia, lo celestialmente sublime y lo infernalmente perverso, la sensibilidad más refinada y lo más ridículamente grotesco vio pasar ante ella a lo largo de los siglos que lleva en pie recibiendo la gélida (tratándose de Sevilla, gélida hasta cierto punto) caricia del viento del norte. Bajo su vano desfilaron emperadores que entraban triunfantes en la ciudad; nobles que fueron llamados a ella para ser asesinados; escritores que hallaron en sus calles la inspiración y cadáveres de los muertos en las epidemias acarreados para ser enterrados en los carneros del campo del Hospital. En sus muros han resonado los ecos triunfales de unas cornetas que tocan a la gloria eterna y también los de la fusilería descargada sobre los desgraciados a quienes se ajusticiaba públicamente contra el muro de la barbacana. Su destino, este destino sin término medio de brutales contrastes, estuvo escrito desde el mismo día en que se abrió para que por ella entraran y salieran de Sevilla los hortelanos que habitaban un barrio extramuros de nombre misterioso cuyo origen resultó siempre inextricable: la Macarena. Un día de hace ya mucho tiempo, alguien colocó sobre esta puerta una lápida que decía: "Extremo serás del mundo, Sevilla, pues en ti vemos unidos los dos extremos". Cuándo y porqué desapareció, no se sabe, pero al sino expresado en aquella profética piedra sigue ajustándose mili métricamente el devenir cotidiano de esta puerta, que, por ser de Sevilla, puede ser también en según qué momentos del Averno y de la gloria.
"En Sevilla, y en mitad del camino que se dirige al Convento de San Jerónimo desde la Puerta de la Macarena..." así comienza el relato de Gustavo Adolfo Bécquer La venta de Los Gatos, justo en la esquina donde al cabo de los años tendría el poeta una calle. Entonces, la puerta todavía era puerta, no arco. Lo del arco vendría más tarde. El paisaje que tenía enfrente era una estampa rural, las afueras. Aquí acababa el mundo, este mundo particular llamado Sevilla que ya entonces se había acostumbrado a tener suficiente consigo mismo; más allá de ella se extendía una incertidumbre silvestre que habría de tardar mucho tiempo en ser ocupada por la ciudad. A través de esos campos llegó a Sevilla el infante don Fadrique el año de 1358, entrando en la ciudad por la Puerta de la Macarena. Acudía a una llamada del rey Pedro I, en este caso el Cruel, quien lo convocó, obviamente engañándolo, con la aviesa intención de darle muerte y, en efecto, el infante fue muerto de manera expeditiva y contundente: a mazazos, que en el Medievo no se andaban con miramientos; eso sí, el crimen se cometería en un recinto acorde a la noble condición de la víctima: el Real Alcázar. Dicen que en sus mármoles todavía quedan rastros de la sangre del infante.
Más triunfal y menos sórdida fue la visita del emperador Carlos I, quien entró en Sevilla por la Puerta de la Macarena el 10 de marzo de 1526, aunque antes de hacerlo debió cumplir la solemne ceremonia de jurar los privilegios, exenciones, derechos, buenos usos y costumbres de la ciudad. A este fin, según Luis de Peraza, la Puerta de la Macarena tenía hace quinientos años, acaso porque aún mantuviera las trazas originales de la época almohade, un doble portón que cerraba en su interior un ámbito donde se cumplimentaban estos juramentos. Toda autoridad que quisiera entrar en la ciudad debía previamente aceptar sus fueros locales. Si Su Majestad no se sometía a ellos, no entraba. Así se las gastaban los alcaldes de la época, que no por casualidad se llamaban entonces "adelantados». Juan de Silva y Rivera era el que gobernaba Sevilla en aquellos tiempos; y para los actuales lo querría más de uno en vista del entreguismo y la sumisión de que hacen gala nuestros munícipes contemporáneos.
La Puerta de la Macarena conectaba el barrio extramuros así llamado con la collación interior de San Gil, produciendo entre ambos una ósmosis a través de la muralla que acabaría por llegar a confundirlos, convirtiéndolos prácticamente en una misma cosa. San Gil seguiría siendo la parroquia, pero el barrio entero, lo que quedaba extramuros y lo guardado por la cerca, se llamaría ya para siempre la Macarena.
Adosado al que el pueblo, por esa misma razón, acabaría conociendo como el Arco de la Macarena se extiende el más extenso y mejor conservado lienzo de muralla de cuantos quedan en pie. Se trata de un fragmento de aproximadamente quinientos metros lineales, compuesto por el muro, la barbacana y el adarve que discurre entre uno y otra. La construcción está además jalonada por ocho torreones, de los cuales el más destacado es la conocida como Torre Blanca o Torre de la Tía Tomasa, una construcción de planta hexagonal que los expertos consideran hermana menor de las torres del Oro y la Plata, aunque a diferencia de estas, la Torre de la Tía Tomasa conserva su bóveda y escalera central primitiva. La tal Tía Tomasa era, según el decir popular, una bruja de escoba y caldero que vivía en la torre, donde alojaba a unos peculiares e inquietantes huéspedes: los duendes Narilargo y Rascarrabias, dos presuntos ectoplasmas que, como todos estos supuestos seres del más allá, no eran sino invención de la imaginación del pueblo. Lo cierto es que bajo sus fantasmagóricas sábanas, en realidad se ocultaban contrabandistas, rateros y gentes de no muy buena catadura, amén de poco recomendables, a quienes convenía la fama de embrujada que tenía la torre, pues ello les facilitaba usarla como escondrijo, disuadiendo de acercarse a los visitantes inoportunos. El resto de los torreones son de planta cuadrada; de ellos, tres dispusieron en su día de cámara cubierta y remate almenado, siendo mochas las restantes. En 1911, se abrieron en el muro los dos postigos que dan a las calles Torreblanca y Aniceto Sáenz. Una obra en su día controvertida, pues contó con la oposición de algunos sectores y que hubo de supervisar la Real Academia de la Historia. El proyecto contó con el asesoramiento de José Gestoso, cuyo aval fue fundamental para que el citado organismo considerase esta intervención respetuosa con el monumento y la aceptara. El hecho de que, en líneas generales, la muralla de la Macarena haya llegado hasta nosotros con sus trazas originales más o menos intactas se debe a las sucesivas restauraciones de que ha sido objeto, la última y sin duda la mejor de todas ellas fue la que entre los años 1984 y 1988 dirigieron José García-Tapial y José María Cabeza. No obstante, en esta feliz circunstancia también tuvo una influencia determinante el hecho de que por fuera de la muralla no hubiera en este sector zonas muy pobladas.
Cuentan las crónicas, sin ahorrar escabrosos detalles, que en 1649 estos andurriales extremos de la ciudad, como ocurriera con los del vecino barrio de San Julián, se quedarían desiertos a causa de los estragos que en su población causó la peste bubónica. A ello pudo contribuir la curiosidad morbosa de los vecinos de estos andurriales, que en aquellos dramáticos días acudían en masa a contemplar el dantesco espectáculo que ofrecía la explanada del Hospital de la Cinco Llagas, atestada de moribundos que imploraban inútilmente por su salvación. Y fueron muchos los curiosos que salieron de allí contagiados con el mal. Muy pocos sobrevivirían en estos barrios a la desoladora epidemia y así, tétricamente desolados por la muerte, habrían de permanecer durante algunos años antes de que otras gentes se decidieran a ocupar las casas vacías o a levantar otras nuevas. Estremece imaginar el macabro silencio que en aquellos terribles meses debió envolver unas calles que posiblemente se parecieran mucho a las actuales: Pozo, Torreblanca, San Luis, el Pumarejo...
Algo de tétrico, aunque sobre todo de curioso, tuvo también lo acontecido en el barrio de la Macarena con motivo de la creación del cementerio de San Fernando. Un hecho que tuvo repercusiones sociales en esta zona de la ciudad, por ser de las más próximas al emplazamiento del camposanto. Al respecto, la mejor crónica que se ha escrito es La Venta de los Gatos, de Gustavo Adolfo Bécquer. Que no debió de resultar agradable entre su vecindario el tráfico de féretros que a partir de 1854 se hizo habitual en el barrio de la Macarena, lo pone de manifiesto la decisión del Ayuntamiento referida por Joaquín Guichot de crear en agosto de aquel año una sección de policía montada para "evitar el escándalo y la impiedad de los desórdenes que se originaban en el barrio de la Macarena al ser conducidos los cadáveres al cementerio de San Fernando" Guichot apunta que los carruajes que portaban los féretros de los difuntos llegaron a ser apedreados. Eran tiempos de superstición en los que a las gentes sencillas e ignorantes imponía demasiado la visión de una comitiva fúnebre y verlas demasiado a menudo hizo revolverse al vecindario, de fama bravío, de aquella collación. jalonando la historia con tan contradictorios y extremos avatares, adornándose con triunfales aparatos cuando por ella entraba un monarca o envuelta en la penumbra gris del miedo cuando bajo su arco sacaban a los muertos de epidemias y guerras, llegó la Puerta de la Macarena al siglo XX. En esos primeros años de la penúltima centuria, se levantó ante ella la suculenta humareda del puesto de calentitos de la familia Alfonso que cada mañana anuncia a sus pies el amanecer, como un lucero del alba deconstruido y aceitoso. A su vera, pusieron en cierta ocasión unos grotescos cañones para bombardear una casa donde se reunían elementos subversivos, siendo el primer caso de la historia de la humanidad en que se condena a un edificio a la pena de muerte por motivos políticos.
Podríamos también hablar del panadero de la Macarena que acabó de secretario general del Partido Comunista o del general que se rebeló contra la República, obligando a exiliarse al panadero; dos protagonistas de una historia más o menos reciente que también pasaron muchas veces bajo el arco de esta puerta cuyo aspecto actual obedece al diseño realizado a finales del siglo XVIII por el arquitecto José Chamorro y que hoy en día, con esas lápidas que recuerdan las condecoraciones de un militar retirado, luce, en contraste con las derrengadas y arenosas murallas a las que está hermanada, un esplendor provinciano y antiguo. De lo que no vamos a hablar, porque no hace falta hacerlo, es de la madrugada de ese viernes en que la puerta se transforma en arco. Arco triunfal y arco voltaico de la emoción, el sentimiento, la fe y la verdad. No vamos a hablar, aunque tal vez deberíamos haberlo hecho porque de no ser por esa noche, y la triunfal mañana siguiente, es seguro que la Puerta de la Macarena ya no existiría. Dice González de León que bien pudiera haber llevado el nombre de Real y dice bien, pues por ella pasaron los reyes y por ella sigue pasando cada año la Reina de los Cielos (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024).
Se alza en la embocadura de la calle San Luís, en el lugar donde se encuentran las calle Resolana y Parlamento Andaluz (antigua Andueza), frente al antiguo Hospital de las Cinco Llagas y junto a la Basílica de la Virgen de la Esperanza. Era la puer ta norte de la muralla, por tanto una de las cuatro principales, y a través de ella entraban en la ciudad los reyes de Castilla, debiendo jurar los fueros locales antes de franquearla, de ahí que la calle San Luís, que a partir de la puerta conducía al centro de la ciudad, llevase el nombre de Real. Ha sido objeto de múltiples transformaciones a lo largo de la historia, si bien su aspecto actual obedece al diseño realizado a principios del siglo XIX por el arquitecto José Chamorro. El historiador Luis de Peraza cuenta que en el siglo XIV ante la puerta había un arco con la siguiente inscripción: 'Extremo serás del Mundo, Sevilla, pues en ti vemos juntarse los dos extremos' (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
El Arco - Puerta de la Macarena corresponde al periodo almorávide de Sevilla, por lo que debió ser levantada en la última ampliación de la muralla en el siglo XII, aunque el historiador Santiago Montoto de Sedas sostiene que ésta es, según la tradición, la única puerta que se conserva de las que mandó construir Julio César en Hispalis.
En Sevilla, la puerta de la Macarena junto con la puerta de Córdoba son la dos que por suerte aún se pueden conjugar en presente, se encuentra ubicada en la confluencia entre la calle San Luis (antigua calzada romana de Hispalis según restos arqueológicos hallados en concreto el cardo máximo, eje norte sur de la ciudad pasaba justo por debajo de las casas que están frente a la Plaza del Pumarejo) y La Resolana. El estilo actual, tras muchas transformaciones se debe al arquitecto José Chamorro.
"Extremo serás del mundo, Sevilla, pues en ti vemos juntarse los dos extremos".
Esta inscripción se sitúa en la puerta norte de la muralla de la Macarena. En el tímpano de la puerta también se puede observar la imagen de la Virgen Macarena en azulejos pintados a mano con una leyenda que dice:
"Esperanza nuestra, Ella es Tabernáculo de Dios y Puerta del Cielo"
Flanqueado por los escudos de España, Sevilla y la Hermandad de la Macarena que fue fundada en 1595 por el gremio de hortelanos de la ciudad en el desaparecido convento de San Basilio, ubicado en el barrio de Feria y perteneciente a la parroquia de Omnium Sanctorum. En 1653 fue trasladada a la parroquia de San Gil. Finalmente, y tras la construcción a la basílica en 1949, su sede fue instaurada en ella. Realizó su primera salida procesional en 1615 y en la actualidad realiza su estación de penitencia durante la madrugada del Viernes Santo.
La puerta de la Macarena fue desde siempre uno de los arcos de entrada más importantes de todas las versiones de la ciudad de Sevilla. Este acceso era utilizado por los reyes de Castilla al entrar en Sevilla por primera vez, ante sus muros se levantaba un altar en el que realizaban su pleito homenaje, y tras lo cual les eran entregadas las llaves de la ciudad, y así lo hicieron Alfonso XI de Castilla (1327), Isabel I de Castilla (1477), Fernando II de Aragón (1508), Carlos I de España y su prometida Isabel de Portugal (1526), y por último Felipe IV (1624). Después de pasar por esta Puerta se procedía a la jura de los privilegios y se iniciaba el cortejo que con gran ceremonia recorría la prolongación del antiguo Cardo Maximus romano hasta el centro de Sevilla para después partir hasta el Alcázar Sevillano.
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Existen diversas teorías acerca del origen etimológico del vocablo Macarena, y los historiadores nos ofrecen diversas teorías según sus investigaciones. Las propuestas más lejanas atribuyen a la palabra un origen griego, siendo vinculado al nombre de Macaria, hija de Hércules fundador de Sevilla.
También existe la hipótesis de su origen romano, concretamente de un patricio llamado Macarius, que habría tenido grandes propiedades en la zona. Esta aldea se asentó sobre las tierras de un patricio romano llamado Macarius y de ahí su nombre seguramente. Es decir, el nombre de la puerta proviene de lo que había afuera y por la cual siguiendo su camino de salida podíamos llegar.
Otras de las teorías, es que en época de al-Andalus, a varios kilómetros de la Bab-Al-Makrin nombre del Arco de la Macarena en Isbiliya, existía una aldea llamada Makrin y de ahí vendría el nombre de la puerta Macarena al referirse a unos de los destinos donde llevaría el camino que partía desde esta puerta. Según se cree esta aldea desapareció durante el asedio a la ciudad de Isbiliya el rey San Fernando en la reconquista de Sevilla.
La teoría que se considera más plausible quizás por su cercanía en el tiempo es la de su origen almohade, a través de una infanta mora que vivía junto a la muralla, o de un moro del mismo nombre, tal y como relata en 1587 el escritor Alonso Morgado en su Historia de Sevilla:
"Que la Puerta de la Macarena tomó su nombre de un Moro principal llamado Macarena, por quanto salía él por esta Puerta a una su heredad media legua de Sevilla, donde hasta oy permanece una Torrezilla llamada Macarena del nombre deste Moro, que la edificó en aquella su pertenencia. Y por la misma razón se llama oy también Collado de la Cabeça de Macarena, en el camino de la Rinconada, pueblo de aquel tiempo una legua de Sevilla"
El aspecto de la puerta de la Macarena, antigua puerta almorávide, puede deducirse de algunas referencias iconográficas y documentales que se conservan. Según la descripción hecha en 1535 por Luis de Peraza, debió ser una entrada con una fortificación muy importante, que contaba con un primer arco de acceso a la barbacana y, tras el camino de ronda de ésta, dos arcos más, uno a cada lado, con dos altas torres entre ellos y una robusta puerta intermedia que daba entrada a Sevilla.
Su estado de conservación debió ser muy deficiente. El primer informe sobre su construcción lo da el maestro mayor de obras de la ciudad Hernán Ruiz II en 1560 cuando dice que debe ser derribada para ser levantada de nuevo como otras tantas puertas de la muralla. Al año siguiente el Ayuntamiento hizo algunas mejoras en este tramo de torres y almenas de la Macarena, colocando además una placa con las armas del Rey Felipe II, como ya se había ordenado en el año anterior para las puertas principales.
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En 1588 se acordó construir una garita para la guardia y unos meses más tarde Lorenzo de Oviedo llevó a cabo unas reformas para ensancharla, en las que probablemente el cuerpo bajo tomaría el aspecto que se conserva aún en la actualidad para esta Puerta, con un amplio arco con pilastras almohadilladas. En 1589 se hizo preciso reparar y luego sustituir las hojas de madera de la puerta, y en 1594 el maestro mayor de la ciudad informó sobre su estado de ruina y el peligro que entrañaba para sus usuarios.
La puerta de la Macarena actualmente aparece adosada por uno de sus lados a un amplio lienzo de muralla y barbacana que se extiende desde este punto hasta la siguiente entrada del recinto amurallado, y que también aún existe, la denominada Puerta de Córdoba (Isbilya).
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