Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Colegio San José de los Padres Blancos, de Fernando Barquín, de Sevilla.
Hoy, 27 de junio (viernes posterior al Corpus Christi), Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús, que, siendo manso y humilde de corazón, exaltado en la cruz fue hecho fuente de vida y amor, del que se sacian todos los hombres [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y qué mejor día que hoy, para ExplicArte el Colegio San José de los Padres Blancos, de Fernando Barquín, puesto que dicho edificio pertenece a la Congregación de Padres de los Sagrados Corazones.
Hoy, 27 de junio (viernes posterior al Corpus Christi), Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús, que, siendo manso y humilde de corazón, exaltado en la cruz fue hecho fuente de vida y amor, del que se sacian todos los hombres [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y qué mejor día que hoy, para ExplicArte el Colegio San José de los Padres Blancos, de Fernando Barquín, puesto que dicho edificio pertenece a la Congregación de Padres de los Sagrados Corazones.
El Colegio San José de los Padres Blancos, se encuentra en la calle Juan Ramón Jiménez, 22; en el Barrio de los Remedios, del Distrito Los Remedios.
El edificio se sitúa en el barrio de Los Remedios, abriéndose a la avenida Flota de Indias y al campo abierto de la Feria de Abril hacia el Sur, ofreciendo la torre de la iglesia de los Sagrados Corazones como referencia visual.
Aunque no se trate más que de una devoción tardía que, a diferencia de la Inmaculada Concepción de la Virgen, no ha engendrado ninguna obra de arte de primer orden, hay que decir aquí algunas palabras acerca de este tipo iconográfico de Cristo que en el culto católico ha acabado por suplantar a todos los otros.
Los precedentes de esta devoción pueden buscarse muy lejos. El corazón humano siempre ha sido un símbolo de amor carnal o místico. En sus sermones San Bernardo habla sin cesar del «muy dulce corazón de Jesús (cor Jesu dulcissimum)», a partir del siglo XII. Del culto de las cinco llagas, y especialmente de la llaga del costado, que se desarrolló hasta finales de la Edad Media, debía naturalmente pasarse al culto del corazón. Bajo la influencia de éste, la herida del costado de Cristo crucificado se trasladó de derecha a izquierda, es decir al sitio del corazón, que se supone fue atravesado por la punta de la lanza de Longinos.
Una curiosa xilografía de Lucas Cranach de 1505 representa la Adoración de Jesús crucificado e inscrito en un corazón, por la Virgen, San Juan, San Sebastián y San Roque.
No obstante, fue a finales del siglo XVI cuando afloró en la imaginería popular el corazón de Jesús atravesado por tres clavos y engastado en una corona de espinas. A principios del siglo XVII, el grabador flamenco A. Wierix representó rosarios de corazones abiertos o cerrados, de gusto deplorable. Esas imágenes ilustraban los libros de mística piedad para uso de los conventos. No nacieron de la devoción del Sagrado Corazón sino que, por el contrario, las imágenes engendraron el culto por el bien conocido mecanismo de las visiones inspiradas, más o menos inconscientemente, por imágenes grabadas en la memoria
Al contrario de lo que postula una opinión muy difundida, no fueron las visiones de la borgoñona Marguerite, llamada Marie Alacocque, del convento de las salesas de Paray le Monial, las que constituyeron el origen de esta devoción, patrocinada sobre todo por los jesuitas. El verdadero iniciador del culto litúrgico del Sagrado Corazón de Jesús y de María es un normando: el Bienaventurado Jean Eudes, fundador de los eudistas.
Las fechas no dejan duda alguna acerca de su prioridad. El P. Eudes compuso en 1668 el Oficio del Sagrado Corazón y en 1670 publicó La Dévotion au coeur adorable de Jésus. En cuanto a Marie Alacocque, profesó más tarde, en 1672, en el convento de la Visitación, donde tuvo su primera revelación en 1673. Por lo tanto, es necesario reconocer orígenes eudistas a la devoción del Sagrado Corazón.
Todo cuanto se puede conceder a la visionaria salesa es que el padre Eudes no separaba el Corazón de Jesús del Corazón de María, al tiempo que el fervor femenino de Marie Alacocque se orientó hacia el de Cristo solo. Ella contó que durante el ofertorio del Santo Sacramento, Cristo se le apareció en el altar con sus cinco llagas brillantes como cinco soles. Su pecho se abrió dejando al descubierto el corazón, que era la fuente viva de esas llamas. Cristo la mentó la ingratitud de los hombres que ignoraban su amor, y le pidió que tomara la iniciativa de un culto de reparación.
Esta nueva devoción, consagrada oficialmente en 1685, acordaba con la política del catolicismo romano que quería afirmar por medio de ese símbolo del corazón abierto, al encuentro del protestantismo y del jansenismo, el amor de Dios hacia todos los hombres, sin excepciones. El culto contó con las mujeres, especialmente con la piadosa reina María Leczynska, que lo hizo introducir por la asamblea episcopal en todas las diócesis de Francia, y que lo recomendó a los obispos de Polonia, propagandistas ardientes de esta devoción, que en 1765 aprobó el papa Clemente XIII. A partir del siglo XVIII, las custodias de cristal de roca que servían para exponer el Santo Sacramento, ya no tuvieron la forma redonda, tradicional, de una hostia, sino la de un corazón.
Se conoce la brillante fortuna que tuvo el culto en Francia, en el siglo XIX. Después de los desastres de 1870, los católicos pusieron la reconstrucción bajo la égida del Sagrado Corazón y levantaron en su honor, en la cumbre de la colina de Montmartre, la basílica del Exvoto nacional. Montmartre se convirtió así, después de Paray le Monial, en el centro mundial de la devoción al Sagrado Corazón.
En España, después de la guerra civil, Barcelona siguió el ejemplo de París y edificó en la cima del Tibidabo una iglesia expiatoria del Sagrado Corazón.
Iconografía
A pesar de los progresos de este culto a partir del reinado de Luis XIV, fue necesario esperar a finales del siglo XVIII para que el tema del Sagrado Corazón de Jesús entrara definitivamente en el repertorio de la iconografía católica.
Fue por una mujer, la reina de Portugal, que se pintó la primera imagen del Sagrado Corazón, obra del italiano Pompeo Batoni en 1780. Ésta representa a Cristo cardióforo que tiene un corazón en llamas en la mano izquierda rematado por una pequeña cruz y rodeado por una corona de espinas.
Esta fórmula ha sido rechazada, y hasta prohibida, por la Congregación de Ritos, de manera que en la actualidad los editores de estatuas de yeso pintado del barrio Saint Sulpice sólo pueden elegir entre dos modelos:
1. El corazón en llamas de Jesús es aplicado exteriormente sobre su pecho.
2. Rayos de luz emanan de una incisión practicada en el pecho de Jesús, del lado del corazón.
Las estatuas del Sagrado Corazón que se multiplicaron a partir del siglo XIX, proceden casi todas de la figura de Cristo esculpido por el danés Thorvaldsen para la iglesia de Nuestra Señora de Copenhague.
Esas imágenes «cordícolas» son de gusto dudoso, y muchos fervientes católicos no dejaron de lamentar su vulgaridad o insipidez. Lo menos que puede decirse, es que honran poco al arte religioso moderno. No obstante, debe hacerse una excepción con el Sagrado Corazón del pintor G. Desvalieres, que evoca al Cristo coronado de espinas arrancándose con las dos manos el corazón del pecho, en la gigantesca vidriera de la catedral del Cristo Rey, en Casablanca (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
El edificio se sitúa en el barrio de Los Remedios, abriéndose a la avenida Flota de Indias y al campo abierto de la Feria de Abril hacia el Sur, ofreciendo la torre de la iglesia de los Sagrados Corazones como referencia visual.
El programa a resolver por el edificio es docente, residencial y religioso. La iglesia de los Sagrados Corazones se sitúa en el borde sur del complejo, sirviendo de equipamiento religioso para el vecindario inmediato. El programa estrictamente docente se desarrolla en el norte del complejo, ofreciendo su acceso principal a la calle Virgen de la Cinta, y ofrece servicio a un total de 1500 alumnos. Junto a colegio e iglesia, se incluye una residencia para la comunidad de los Padres Blancos, que gestiona el edificio y su actividad.
La organización en planta es de una absoluta racionalidad. La edificación ocupa aproximadamente el 60% de la planta del solar, concentrando la masa construida en el Este de la parcela. En planta baja se distinguen tres elementos principales, organizados de Sur a Norte: en primer lugar, la iglesia de tres naves, que dispone su cabecera al Oeste, permitiendo el acceso desde la calle Juan Ramón Jiménez a través de un pórtico que resuelve además la esquina con la avenida principal.
Al norte de la iglesia, en una posición central del volumen edificado, se sitúan los volúmenes amplios del salón de actos y el comedor. En el extremo norte, se sitúan los dos volúmenes principales de aulas, de cuatro plantas de alturas, a ambos lados del patio de acceso abierto hacia la calle. El proyecto del colegio reinterpreta soluciones tradicionales de centros educativos en Sevilla deprimiendo el patio de recreo para dar continuidad al espacio libre que queda bajo las naves del aulario, y facilitando así su uso en condiciones climáticas adversas.
El Colegio se construye siguiendo los presupuestos de racionalidad de aulas y espacios docentes, con claridad y jerarquía en las circulaciones que registran con naturalidad todo el complejo, permitiendo a Fernando Barquín hacer una sucesión de volúmenes de clara expresividad por la plasticidad con la que se resuelve la misma. En este sentido, recordando algunas de las experiencias históricas del arquitecto Willem Dudok en la ciudad holandesa de Hilversum, acentuando con la elegantísima torre el contraste entre su vertical y la horizontalidad dominante en el edificio.
El empleo del hormigón armado sirve para definir una estructura abierta y flexible en la que se incluyen los diferentes usos a desarrollar por el programa. El empleo del ladrillo visto en los revestimientos es característico de la arquitectura del momento, así como la introducción de elementos prefabricados en el cerramiento de la iglesia y dependencias anexas al salón de actos. En línea con las investigaciones contemporáneas sobre la protección frente al soleamiento a través del empleo de brise soleils, los cuerpos de aulas se protegen mediante elementales y expresivas losas de hormigón armado de la radiación solar directa.
La imagen más característica del edificio viene definida para los cuerpos de aulas por las viseras de hormigón armado, que junto a lo elementos de cornisa y las losas horizontales del atrio y nártex de la iglesia ofrecen al conjunto un marcado carácter horizontal. Es de destacar la reinterpretación del campanario de la iglesia a partir de la arquitectura tradicional, elevándose sobre la torre maciza de planta cuadrada un campanario con seis pilares metálicos por lado, que sostienen una fina losa de hormigón. Sobre la losa, el chapitel de la torre queda definido por perfiles metálicos que sostienen la cruz. Es de destacar, asimismo, el cuidadoso estudio de la disposición de la iconografía en el interior del espacio de la iglesia.
El conjunto se encuentra en buen estado de conservación. Se trata de uno de los establecimientos educativos más conocidos de la ciudad (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
El colegio se construye siguiendo los presupuestos de racionalidad de aulas y espacios docentes, con claridad y jerarquía en las circulaciones, que registran con naturalidad todo el complejo, permitiendo a Fernando Barquín hacer una sucesión de volúmenes de clara expresividad por la plasticidad con la que se resuelve la misma, recordando algunas de las experiencias históricas de Hilversum. La elegantísima torre acentúa el contraste entre su vertical y la horizontalidad dominante en el edificio. El uso del ladrillo visto para construir la pureza de los volúmenes, perfectamente trazados, y el juego que realiza con las cornisas y los vuelos que controlan la iluminación directa que pueden recibir las aulas, consiguen ofrecer acertadas perspectivas desde las que leer el edificio (Docomomo Ibérico).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía del Sagrado Corazón de Jesús:Aunque no se trate más que de una devoción tardía que, a diferencia de la Inmaculada Concepción de la Virgen, no ha engendrado ninguna obra de arte de primer orden, hay que decir aquí algunas palabras acerca de este tipo iconográfico de Cristo que en el culto católico ha acabado por suplantar a todos los otros.
Los precedentes de esta devoción pueden buscarse muy lejos. El corazón humano siempre ha sido un símbolo de amor carnal o místico. En sus sermones San Bernardo habla sin cesar del «muy dulce corazón de Jesús (cor Jesu dulcissimum)», a partir del siglo XII. Del culto de las cinco llagas, y especialmente de la llaga del costado, que se desarrolló hasta finales de la Edad Media, debía naturalmente pasarse al culto del corazón. Bajo la influencia de éste, la herida del costado de Cristo crucificado se trasladó de derecha a izquierda, es decir al sitio del corazón, que se supone fue atravesado por la punta de la lanza de Longinos.
Una curiosa xilografía de Lucas Cranach de 1505 representa la Adoración de Jesús crucificado e inscrito en un corazón, por la Virgen, San Juan, San Sebastián y San Roque.
No obstante, fue a finales del siglo XVI cuando afloró en la imaginería popular el corazón de Jesús atravesado por tres clavos y engastado en una corona de espinas. A principios del siglo XVII, el grabador flamenco A. Wierix representó rosarios de corazones abiertos o cerrados, de gusto deplorable. Esas imágenes ilustraban los libros de mística piedad para uso de los conventos. No nacieron de la devoción del Sagrado Corazón sino que, por el contrario, las imágenes engendraron el culto por el bien conocido mecanismo de las visiones inspiradas, más o menos inconscientemente, por imágenes grabadas en la memoria
Al contrario de lo que postula una opinión muy difundida, no fueron las visiones de la borgoñona Marguerite, llamada Marie Alacocque, del convento de las salesas de Paray le Monial, las que constituyeron el origen de esta devoción, patrocinada sobre todo por los jesuitas. El verdadero iniciador del culto litúrgico del Sagrado Corazón de Jesús y de María es un normando: el Bienaventurado Jean Eudes, fundador de los eudistas.
Las fechas no dejan duda alguna acerca de su prioridad. El P. Eudes compuso en 1668 el Oficio del Sagrado Corazón y en 1670 publicó La Dévotion au coeur adorable de Jésus. En cuanto a Marie Alacocque, profesó más tarde, en 1672, en el convento de la Visitación, donde tuvo su primera revelación en 1673. Por lo tanto, es necesario reconocer orígenes eudistas a la devoción del Sagrado Corazón.
Todo cuanto se puede conceder a la visionaria salesa es que el padre Eudes no separaba el Corazón de Jesús del Corazón de María, al tiempo que el fervor femenino de Marie Alacocque se orientó hacia el de Cristo solo. Ella contó que durante el ofertorio del Santo Sacramento, Cristo se le apareció en el altar con sus cinco llagas brillantes como cinco soles. Su pecho se abrió dejando al descubierto el corazón, que era la fuente viva de esas llamas. Cristo la mentó la ingratitud de los hombres que ignoraban su amor, y le pidió que tomara la iniciativa de un culto de reparación.
Esta nueva devoción, consagrada oficialmente en 1685, acordaba con la política del catolicismo romano que quería afirmar por medio de ese símbolo del corazón abierto, al encuentro del protestantismo y del jansenismo, el amor de Dios hacia todos los hombres, sin excepciones. El culto contó con las mujeres, especialmente con la piadosa reina María Leczynska, que lo hizo introducir por la asamblea episcopal en todas las diócesis de Francia, y que lo recomendó a los obispos de Polonia, propagandistas ardientes de esta devoción, que en 1765 aprobó el papa Clemente XIII. A partir del siglo XVIII, las custodias de cristal de roca que servían para exponer el Santo Sacramento, ya no tuvieron la forma redonda, tradicional, de una hostia, sino la de un corazón.
Se conoce la brillante fortuna que tuvo el culto en Francia, en el siglo XIX. Después de los desastres de 1870, los católicos pusieron la reconstrucción bajo la égida del Sagrado Corazón y levantaron en su honor, en la cumbre de la colina de Montmartre, la basílica del Exvoto nacional. Montmartre se convirtió así, después de Paray le Monial, en el centro mundial de la devoción al Sagrado Corazón.
En España, después de la guerra civil, Barcelona siguió el ejemplo de París y edificó en la cima del Tibidabo una iglesia expiatoria del Sagrado Corazón.
Iconografía
A pesar de los progresos de este culto a partir del reinado de Luis XIV, fue necesario esperar a finales del siglo XVIII para que el tema del Sagrado Corazón de Jesús entrara definitivamente en el repertorio de la iconografía católica.
Fue por una mujer, la reina de Portugal, que se pintó la primera imagen del Sagrado Corazón, obra del italiano Pompeo Batoni en 1780. Ésta representa a Cristo cardióforo que tiene un corazón en llamas en la mano izquierda rematado por una pequeña cruz y rodeado por una corona de espinas.
Esta fórmula ha sido rechazada, y hasta prohibida, por la Congregación de Ritos, de manera que en la actualidad los editores de estatuas de yeso pintado del barrio Saint Sulpice sólo pueden elegir entre dos modelos:
1. El corazón en llamas de Jesús es aplicado exteriormente sobre su pecho.
2. Rayos de luz emanan de una incisión practicada en el pecho de Jesús, del lado del corazón.
Las estatuas del Sagrado Corazón que se multiplicaron a partir del siglo XIX, proceden casi todas de la figura de Cristo esculpido por el danés Thorvaldsen para la iglesia de Nuestra Señora de Copenhague.
Esas imágenes «cordícolas» son de gusto dudoso, y muchos fervientes católicos no dejaron de lamentar su vulgaridad o insipidez. Lo menos que puede decirse, es que honran poco al arte religioso moderno. No obstante, debe hacerse una excepción con el Sagrado Corazón del pintor G. Desvalieres, que evoca al Cristo coronado de espinas arrancándose con las dos manos el corazón del pecho, en la gigantesca vidriera de la catedral del Cristo Rey, en Casablanca (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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