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martes, 8 de marzo de 2022

La pintura "José y la mujer de Putifar", de Antonio María Esquivel, en la sala XII del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "José y la mujer de Putifar", de Antonio María Esquivel, en la sala XII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     Hoy, 8 de marzo, es el aniversario del nacimiento (8 de marzo de 1806), de Antonio María Esquivel, autor de la obra reseñada, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "José y la mujer de Putifar", de Antonio María Esquivel, en la sala XII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     En la sala XII del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "José y la mujer de Putifar", obra de Antonio María Esquivel (1806 - 1857), siendo un óleo sobre lienzo en estilo romántico, pintado en 1854, con unas medidas de 2,05 x 1,52 m., y procedente de la donación de Andrés Siravegne y Caridad Lomelino (1944) (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   La gran gloria del romanticismo sevillano nació en Sevilla en 1806. Realizó su formación en la escuela de Bellas Artes de esta ciudad y en torno a 1825 comenzó su actividad creativa. Sin embargo poco tiempo más residió en Sevilla, puesto que en 1831 se trasladó a Madrid donde pronto consiguió alcanzar una brillante posición artística. En 1838 regresó temporalmente a Sevilla, dándose la circunstancia de que sufrió una ceguera temporal de la que afortunadamente se recuperó en 1840. Pasada esta grave incidencia regresó a Madrid, donde siguió pintando  rodeado de prestigio y general admiración, siendo considerado como una de las principales figuras de su época. En Madrid murió en 1857.
     Su espíritu sosegado y apacible, lejano del apasionamiento romántico, le llevó a introducir en sus retratos un sentido de melancolía ausente y presencias de carácter elevado que gustaron por su distinción a una clientela de alta condición social. Sin embargo en ocasiones se advierte que su pincel fue en exceso prolífico, lo que motivó la consecución de retratos amanerados y convencionales.
     Trató también Esquivel temas religiosos, históricos y mitológicos en los cuales se revela como un magnífico pintor de anatomías, aunque a veces a la hora de componer es excesivamente teatral y de espíritu escasamente convincente.
     Posee el Museo de Sevilla un rico patrimonio pictórico en obras de Esquivel que suma un total de sesenta y siete obras, de las cuales la mayoría son retratos. Este conjunto entró en el Museo en su mayor parte merced al legado Siravegne en 1944.
     En el amplio conjunto de retratos realizados por Esquivel y que el Museo posee está efigiada buena parte de la sociedad sevillana y madrileña de su época: no todos estos retratos muestran parejo interés y sólo un grupo reducido puede considerarse como excepcionales. Entre ellos citaremos su propio Autorretrato, el de Don Antonio Jesús Arias y el de Marqués Bejons como ejemplos de buenos retratos masculinos. De los femeninos son realmente bellos y seductores el de la Señora Carraquirre y el de la Marquesa de Cabra. Muy gratos son sus retratos infantiles como el Carlos Pomar Margrand, que juega con un caballo, o de la anónima Niña con una muñeca.
     Especial interés tienen los temas religiosos de Esquivel en los que presenta desnudos femeninos. Estos son honestos y dignos, como era propio en un pintor que había alcanzado el grado de profesor de dibujo anatómico en la Academia de San Fernando de Madrid y que había escrito un libro sobre esta materia. Finamente citaremos sus temas históricos en los que aparece una expresividad retórica tendente a la grandilocuencia, pero propia de su época.
     La relevante posición social alcanzada por Esquivel en Madrid le permitió obtener el favor de la corte y gozar de privilegiadas relaciones con el mundo de la política, las finanzas y el arte. Tuvo por ello la protección de Isabel II y lógicamente la posibilidad de retratarla en varias ocasiones. Posaron para él también relevantes figuras de la política como fue Don Manuel Alonso Martínez, ministro de Fomento y de Justicia en esta época, o el actor Julián Romea, quien fue una de las figuras más importantes de la escuela madrileña durante el romanticismo, siendo durante muchos años director del Teatro del Príncipe.
     Las pinturas religiosas de Esquivel poseen la particularidad de presentar en muchas de ellas el desnudo femenino. Este aspecto debe derivar de su deseo de poder pintar anatomías femeninas como consecuencia de sus conocimientos como profesor de la Academia de San Fernando. Para ello buscó pasajes del Antiguo Testamento donde el desnudo está justificado como en el episodio de Adán y Eva, José y la mujer de Putifar y Susana y los viejos. Estos temas son pretexto perfecto para plasmar hermosos desnudos que a la par son castos e incluso en algunos episodios edificantes, puesto que son motivo para exaltar la castidad o condenar la lujuria.
     También en el nuevo testamento encontró Esquivel motivo y oportunidad de plasmar el tema del desnudo. Ciertamente de no ser así sus obras parecen pacatas y escasamente sugestivas ya que reflejan una época en la que el espíritu religioso estuvo en crisis. Así podemos considerar como un bello y honesto estudio anatómico la figura de la Magdalena, que por su actitud es mucho más pudorosa que otras pintadas en siglos anteriores, o las Ánimas del Purgatorio donde los cuerpos al desnudo muestran actitudes extremadamente pudorosas. Más convencional es la representación de la Anunciación en dos pinturas separadas, obras que tan sólo permiten hablar de correcta técnica y fría expresividad.
     Practicó también Esquivel la pintura histórica, aunque afortunadamente podemos decir que lo hizo en no demasiadas ocasiones; el ambiente literario y teatral del periodo romántico empujaba a los pintores a trasladar a sus lienzos episodios del pasado. Las dos pinturas de tema histórico realizadas por Esquivel y conservadas en el Museo son La campana de Huesca y La muerte de doña Blanca de Borbón. En ambas obras se advierten notables aciertos compositivos, pero también una excesiva y enfática gesticulación que resta expresividad a las pinturas. También como pintura histórica podemos considerar el cuadro titulado La invención de la pintura, obra en la que un joven pinta una cara sobre la sombra que de ella proyecta la luz del sol en una pared. Esta pintura es una copia de un original de Matías de Arteaga, creído infundadamente de Murillo, que se conserva en el Museo de Bucarest (Enrique Valdivieso González, Pintura, en Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda e Iconografía de José;
   La historia de José parece, como la de Ester, un cuento de Las Mil y una Noches: al leer en el Génesis el relato de sus aventuras, se cree oír la voz narradora de la sultana Scheherezade. Su vida agitada, llena de sorpresas del destino y de efectos teatrales, es la de un héroe de novela. Vendido como esclavo por sus hermanos celosos, arrojado a la prisión por haber resistido virtuosamente las tentativas de la esposa de un eunuco, acabó por conseguir los favores del todopoderoso faraón de Egipto que le confió la administración de su imperio. E incluso hasta habría conseguido ser deificado con el nombre del dios egipcio Serapis.
   El prodigioso ascenso del hijo de Jacob promovido a «gran visir» era como para halagar el orgullo de un pequeño pueblo de pastores nómadas. Pero el considerable lugar que José tiene en el arte religioso se debe exclusivamente a que fue considerado muy temprano como una prefiguración de Cristo. La aproximación prefigurativa se encuentra ya en Tertulia no: «Joseph in Christum figuratur.»
José es la prefiguración del Mesías en su vida entera. Ese paralelismo con Cristo, desarrollado por Isidoro de Sevilla en sus Quaestiones in Vetus Testamentum, y por Pedro Crisólogo, obispo de Ravena, en su sermón De Nativitate, se popularizó en el siglo IX por Rabano Mauro y Wilfrido Estrabón, y en el siglo XIII por las Biblias moralizadas.
   Joseph descendit in Aegyptum et Christus in mundum.
   Nudaverunt Joseph fratres sui tunica polymita
   Judaei Christum expoliaverunt tunica corporali.
   Joseph mittitur in cisternam et Christus descendit in Infernum.
   Arrojado a la cisterna, anuncia a Jesús en la tumba o descendiendo al Infierno. José vendido por sus hermanos es Jesús traicionado a cambio de treinta denarios por el apóstol Judas.
   Fue conducido a Egipto como el Niño Jesús escapando de La Matanza de los Inocentes.
  En la prisión donde lo hace arrojar Putifar, está, entre el copero y el panadero, como Jesús en la cruz, entre el buen y el mal ladrón. Sale de la cisterna y luego de la prisión, como Jesús del sepulcro.
   Procura trigo al pueblo hambriento y a sus hermanos. Jesús alimenta a sus discípulos por el milagro de la Multiplicación de los panes.
   Paralelismo un tanto forzado, en el sentido en que la vida de José sigue una curva exactamente inversa: él comienza donde Jesús termina. Su Pasión, si es que puede llamarse así a las pruebas, pertenece al período de la juventud, y en vez de morir en la cruz del humillante suplicio reservado a los esclavos, en su madurez alcanza la cima de la rueda de la Fortuna.
   Pero para los comentaristas de la Edad Media, José, al alcanzar los honores encuentra su paralelo en la Glorificación y la Ascensión de Cristo quien, después de los sufrimientos terrenales asciende hacia su padre.
   Ille post tribulationem pervenit ad honorem
   Christus post resurrectionem triumphans ascendit ad Patrem.
   Los sueños tienen un papel considerable en su leyenda. Él cuenta a sus hermanos sus propios sueños. Interpreta los sueños de sus compañeros de prisión: el panadero y el copero. Finalmente explica los sueños del Faraón.
Iconografía
   Hecho curioso y hasta sorprendente: la historia de José no figura en el repertorio del arte fúnebre de las catacumbas. No obstante, José sacado de la cisterna o de la prisión se prestaba tanto al simbolismo funerario de los primeros cristianos como Noé saliendo del Arca o Jonás vomitado por la ballena ¿A qué se debe tal omisión?
   Es la liturgia la que ofrece la clave del enigma. Si José ha sido olvidado es porque su nombre no se mencionaba en las plegarias de la Commendatio animae que, como lo ha demostrado Ed. Le Blant, inspiró la decoración de los cubicula y de los sarcófagos de las catacumbas. Allí están Daniel y Jonás, pero en absoluto José. La hipótesis de Le Blant acerca de los orígenes litúrgicos de la iconografía de las catacumbas se verifica de esa manera.
Figuras
   No es habitual que José sea representado aisladamente. No obstante, se lo encuentra en las portadas de las catedrales, en el ciclo de los patriarcas y de los profetas del Antiguo Testamento que anuncian la llegada de Cristo.
   Con frecuencia está tocado con un modius, especie de celemín invertido rodeado de espigas. Era el tocado del dios Serapis. Los cristianos lo atribuyeron a José para recordar sus distribuciones de trigo a los egipcios y a sus hermanos.
El Triunfo de José
   Génesis, 41: 37-43. José es recompensado por el faraón, que le coloca su anillo en el dedo, le pone un collar de oro al cuello y le hace subir a un carro triunfal. A partir de entonces con frecuencia se lo representa con cetro y corona.
   José triunfal en el carro del faraón prefigura la Entrada de Cristo en Jerusalén (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Antonio María Esquivel, autor de esta obra
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     Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina (Sevilla, 8 de marzo de 1806 – Madrid, 1 de abril de 1857). Pintor, crítico y literato.
     Hijo de Francisco de Esquivel, oficial de Caballería, y de Lucrecia Suárez de Urbina, Esquivel nació en la capital hispalense el 8 de mayo 1806 en el seno de una familia hidalga. Huérfano a los dos años —su padre había fallecido en la batalla de Bailén (1808)—, pronto encaminará sus pasos al estudio de las letras y las artes. Su infancia se desarrolló en una Sevilla en declive, tras el traslado de la Casa de Contratación de Indias a Cádiz en tiempos de Felipe V. No sería menos alentadora la Guerra de la Independencia, en la que Sevilla fue expoliada por el mariscal Soult de sus grandes tesoros artísticos. Tras el infructuoso reinado de Fernando VII, la ciudad conoció momentos de auge bajo la regencia de la reina María Cristina, en la que se realizaron importantes actuaciones urbanísticas a cargo de José María Arjona. También a este momento se debe la revitalización de la Escuela de las Tres Artes Nobles, en la que se educará el artista.
     Tras un breve paso por el colegio de Santo Tomás de Sevilla, donde se matriculó en Humanidades, en 1816 ingresó en la citada Real Escuela de las Tres Nobles Artes. Bajo las enseñanzas de José Domínguez Bécquer se instruyó, entre 1816 y 1821, en el estudio del dibujo, especializándose en las disciplinas del dibujo de estatuas y dibujo del natural. A Antonio Cabral debió sus conocimientos sobre colorido y composición, así como cierto toque castizo que se aprecia en sus primeras obras. Junto a estas disciplinas recibió la innegable influencia murillista tan particular de la escuela sevillana del siglo XIX, patente a lo largo de toda su obra y especialmente en el campo religioso de su producción artística.
     En 1827, establecido ya como pintor con taller independiente, casó en Sevilla con Antonia Ribas Bravo, con quien tuvo tres hijos: dos varones —Carlos María y Vicente, ambos pintores— y una hija —Isabel— que murió pocos años después.
     Pese al temprano éxito de sus composiciones, no se conocen obras de sus primeros años sevillanos. Sea como fuere, gozó muy pronto de la protección de autoridades locales. Caso singular es el de Guillermo Estrachán, secretario del Gobierno Político de Sevilla, para el que realizó varios lienzos destinados a su galería particular. Sin duda, los años de plenitud de la ciudad, tan propicios para el artista, pasaron por el asentamiento en Sevilla de los duques de Montpensier, creando una rica vida sociocultural que contó con la presencia de artistas como Delacroix o David Roberts, a quien tuvo ocasión de conocer Esquivel a través de su amistad con Genaro Pérez Villaamil.
     Con el fin de ampliar sus conocimientos y también su clientela emprendió un viaje a Madrid junto a José Gutiérrez de la Vega en 1831 al amparo del cónsul británico Williams. Ese mismo año ingresó en la Real Academia de San Fernando, presentando a concurso el Descubrimiento de los mares del Sur por Núñez de Balboa. En 1832, tras superar los exámenes requeridos, obtuvo título de académico de mérito, hecho que propició el acomodo de Esquivel en la Corte, adonde trajo a su familia y donde residió, aunque con interrupciones significativas, hasta su muerte.
     Una vez asentado en Madrid, participó ampliamente en las tertulias artístico-literarias más importantes del momento; así, fue miembro destacado del Liceo Artístico, donde impartió, junto a Juan Drumen, la asignatura de Anatomía Pictórica. También participó ampliamente, con artículos e ilustraciones, en la revista social El Liceo, para la que realizó una memorable litografía de la reina María Cristina (Madrid, Biblioteca Nacional).
     Significativa es su participación en las exposiciones que organizaba el Liceo, en las que presentó algunas obras importantes. Destacan la Transfiguración (Santa Cruz de la Palma), expuesta en 1837 y reproducida en un grabado tras el éxito alcanzado en el segundo tomo del Semanario Pintoresco Español. También deben señalarse la Muerte de Abel (1838), adquirida por la Reina regente, o el San Hermenegildo (colección Montero), de fuerte carga murillesca y muy elogiado por Amador de los Ríos en su Sevilla Pintoresca (1839).
     Para la exposición del Liceo de 1838 presentó una serie de Caprichos realizados durante las sesiones de competencia y el cuadro Doña María de Molina amparando al Infante Don Juan, muy elogiado desde las páginas de la revista El Liceo por Juan Nicasio Gallego. Junto a ello, para la exposición de la Academia del mismo año expuso, meses antes del regreso a su Sevilla natal, los retratos de Isabel II y la Reina Cristina. El éxito de ambos consolidó su prestigio y su posición como artista destacado en la Corte. Pese a ello, en el otoño de 1838 regresó a la capital hispalense, donde retomó el contacto con José Domínguez Bécquer y Antonio Cabral, a través de los cuales formó una clientela entre la aristocracia y la burguesía. En la capital hispalense participó en el recién inaugurado Liceo sevillano, sito en el antiguo convento dominico de San Pablo. En él expuso junto a los artistas sevillanos más destacados del momento, entre los que se encontraban Eduardo Cano, Antonio Barrón o Valeriano Bécquer, entre otros.
     El 18 de marzo de 1839 fue condecorado con la Cruz de la Orden de Isabel la Católica al igual que lo habían sido Genaro Pérez Villaamil y Gutiérrez de la Vega. Dos años después, el 16 de marzo de 1841 y por mediación del regente Espartero, a quien retrató para la ocasión, le fue concedida la categoría de comendador de la citada Orden.
     El año 1839 fue una fecha crucial en la vida del pintor por otra importante razón: tras sufrir una enfermedad, en el otoño quedó ciego. Este hecho acarreó el consiguiente desempleo del artista; sin embargo, fue objeto de numerosos homenajes por parte de amigos —cabe destacar la ayuda prestada por Pérez Villaamil— e instituciones, que con sus cuantiosas aportaciones económicas permitieron subsistir a Esquivel y a su familia.
     Aunque aún se desconoce con certeza cuál fue el método empleado para su curación, lo cierto es que a finales de 1840 estaba prácticamente recuperado. Por este motivo, y con el fin de agradecer públicamente las ayudas recibidas, pintó la famosa Caída de Luzbel (Madrid, Museo del Prado), presentada solemnemente en el Liceo madrileño el 25 de abril de 1841. Para este cuadro se conserva un boceto en la colección Muela.
     Las noticias sobre la recuperación del artista en los diarios madrileños —El Castellano, El Correo o El Corresponsal recogen la noticia— desde principios de 1841 indican su regreso a la capital, integrándose de nuevo en la vida sociocultural de la ciudad. Para las distintas tertulias y exposiciones envió algunas de sus obras más significativas, entre las que cabe citar el Nacimiento de Venus (1842, colección Carlés), Colón en la Rábida (1845), la Lectura de Zorrilla en el estudio del pintor (1846, Madrid, Museo del Prado) o la Caridad (1849) que sería adquirida por los duques de Montpensier y posteriormente donada al sevillano Hospital de la Caridad.
      La Lectura de Zorrilla es, junto a la Lectura de Ventura de la Vega, la obra más significativa del artista. En ella aparecen representados Espronceda —que por entonces ya había muerto (falleció en 1842)—, el duque de Rivas, Zorrilla y Mesonero Romanos, entre otros muchos. Perfecto retrato de la sociedad madrileña del momento, el lienzo viene a mostrar las dos corrientes literarias del romanticismo español: la influencia de lord Byron encarnada en la figura de Espronceda y la corriente histórica nacional de mano del duque de Rivas.
     La Lectura de Ventura de la Vega en el Teatro del Príncipe (c. 1845-1846) quedó inconclusa. Representa el estreno en 1845 de El hombre del mundo de Ventura de la Vega en el Teatro del Príncipe. A él asistieron, como sucediera en El estudio, algunos de los personajes más destacados de la sociedad madrileña, entre los que se encuentra representado el propio Esquivel.
     A este momento se deben también sus mejores retratos, caracterizados por su elegancia, su plasticidad en el modelado y por la minuciosidad de los detalles. Destacan el retrato de Isabel II y la Infanta Luisa Fernanda (Sevilla, Reales Alcázares) y la Lectura de Ventura de la Vega en el Teatro del Príncipe (Madrid, Museo Romántico), excelente representación de las celebridades literarias y teatrales del momento. Son también importantes los retratos de personajes literarios del momento (Espronceda, Zorrilla, Ventura de la Vega), con los que mantuvo una estrecha amistad. Junto a ellos, retrató a buena parte de la alta sociedad madrileña (duque de Ahumada, conde de San Luis), si bien es cierto que la aristocracia prefirió la mano experta de Federico de Madrazo.
     Fueron años de éxito en los que realizó además la mayor parte de sus trabajos literarios, publicados en revistas y periódicos como El Siglo XIX o El Panorama. Sobresalen las biografías de los pintores Francisco Herrera, el Viejo, y del malogrado José Elbo (1804-1844), publicadas en 1847 en la revista El Artista. Pero, sin duda, su obra más celebrada será su Tratado de anatomía pictórica. Aunque publicada en 1848, su redacción se remonta a 1845, cuando la escribió con el fin de servir de referencia a los pintores y escultores que estudiaban en la Academia.
     Durante los últimos años de su vida fue nombrado académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1847) y catedrático de Anatomía Artística en la misma institución, dedicándose casi por entero a su labor como académico. También presidió hasta su muerte, una vez desaparecido el Liceo, la Sociedad Protectora de las Bellas Artes, ocupando el cargo de director facultativo. Asimismo, concurrió en 1856 a la primera Exposición Nacional de Bellas Artes. Fue fecha destacada por la participación en el evento de su hijo Carlos María, que presentó un cuadro de historia. A la exposición envía, junto a su Autorretrato (Madrid, Museo del Prado) y a una serie de retratos, tres temas religiosos, entre los que destacó la Magdalena penitente (Sevilla, Museo de Bellas Artes).
     Esquivel murió el 9 de abril de 1857, a la temprana edad de cincuenta y un años, dejando a su familia en una relativa pobreza. La noticia se recogió seis días después en el diario Museo Universal.
     Antonio María Esquivel es a todas luces el pintor romántico más importante del panorama artístico español. Excelente dibujante, cultivó también con éxito el grabado y la litografía. Entre su amplísima producción pictórica cabe destacar su faceta de retratista, en la que alcanzó gran éxito entre las clases adineradas de la España decimonónica. Sin embargo, pese a su condición de pintor de cámara de Isabel II no alcanzó la relevancia de los Madrazo en este género (Ángel Rodríguez Rebollo, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

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