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sábado, 26 de marzo de 2022

La Iglesia de Nuestra Señora de la Granada, en Guillena (Sevilla)

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia de Nuestra Señora de la Granada, en Guillena (Sevilla).
   Hoy, sábado 26 de marzo, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado
      Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Iglesia de Nuestra Señora de la Granada, en Guillena (Sevilla).
     La Iglesia de Nuestra Señora de la Granada, se encuentra en la plaza Francisco Sousa Valdivia, 10; en Guillena (Sevilla).
     Aunque el edificio está rodeado por construcciones posteriores, el núcleo de la iglesia es de estilo mudéjar, y fue realizado probablemente a principios del siglo XV. Consta de tres naves separadas por arcos apuntados, que se apoyan sobre pilares y que se cubren con estructuras de madera, mientras que la cabecera lleva bóveda de abanico, con el tramo anterior de terceletes. Al exterior, el templo presenta dos portadas laterales, ambas de sobrio estilo neoclásico, así como una espadaña que se eleva en la zona de la cabecera.
     El retablo mayor es de estilo barroco y fecha­ble hacia 1725. Presenta esculturas de la Virgen con el Niño, San Blas, San Francisco de Paula, Santa Rita y la Virgen de la Granada, titular de la iglesia. Remata el retablo un relieve con la Imposición de la Casulla a San Ildefonso. En el presbiterio hay algunos lienzos del siglo XIX y uno que representa a la Santísima Trinidad, de mediados del siglo XVIII, con marco de la época. Hay que desta­car también una pintura mural de Santa Lucía, del mismo siglo.
     En la nave izquierda hay pinturas de Santa Teresa y San Felipe Neri, ambas del siglo XVIII, así como un San Juan en el desierto y un San Fernando, este último del siglo XIX. En cuanto a los retablos destaca el de la Inmaculada, que es el más cercano al presbiterio y también el más antiguo de la iglesia, ya que data de la primera mitad del siglo XVII. Se compone de tres calles separadas por columnas corintias, un banco y un remate, integrando su decoración cartelas, guirnaldas de frutas y otros elementos del momento. Su iconografía consta de varias pinturas, de mediano interés, y una escultura de vestir de la Inmaculada, de la misma época del retablo. En la misma nave se halla un retablo rococó de tres calles y hornacina central, que se completa con un bello frontal dorado y policromado del mismo estilo. El conjunto está fechado entre 1764 y 1769. El grupo escultórico principal lo componen San José y el Niño, aunque también podría corresponder a San Joaquín y la Virgen. En cualquier caso la imagen de San José o San Joaquín es obra del siglo XVI muy restaurada, la del Niño o la Virgen es de la época del retablo. Otras esculturas y pinturas del siglo XVIII completan la iconografía del retablo. En el mismo testero se halla un retablo neoclásico senci­llo, que contiene un grupo escultórico compuesto por el Crucificado de la Vera-Cruz, la Virgen y San Juan. La Virgen es del siglo XVIII y las otras dos imágenes nuevas. A continuación se sitúa un gran lienzo que representa a San Miguel entre las Ánimas, que puede situarse estilísticamente a fines del siglo XVIII. 
   En la nave derecha hay también interesantes retablos y sobre todo esculturas. La de mayor interés es la Virgen del Rosario que se halla colocada en un retablo neoclásico de fines del siglo XVIII, al que se le añadió un sagrario con puerta de plata en 1946. La imagen de la Virgen, de pie y con el Niño en brazos, es obra documentada de Jerónimo Hernández, que la realizó entre 1578 y 1580. En la misma nave se halla un retablo neoclásico que contiene la imagen de la Virgen de la Candelaria, obra de fines del siglo XVIII que procede de una ermita. A continuación se halla otro retablo, también de estilo neoclásico y fechado en 1796, que contiene una Virgen del Carmen de la misma época, cuya talla se atribuya a Cristóbal Ramos.
     En la sacristía  hay bastantes objetos de interés artístico entre los que destacan una cajonería del siglo XVIII, un lienzo de Jesús con la cruz a cuestas fechado en 1787 y otros varios del siglo XIX, siendo la obra más interesante una escultura del Crucificado de la segunda mitad del siglo XVI. Sin embargo, el máximo interés de los objetos artísticos que contiene la sacristía está centrado en la orfebrería, que es rica y abundante, y tiene documentadas muchas de las piezas. Entre las obras renacentistas cabe destacar un magnífico copón de plata blanca, obra maestra del tercer cuarto del siglo XVI. Su decoración es muy variada, apareciendo en la peana medallones ovales con relieves de los após­toles, que alternan con cabezas de ángeles alados y guirnaldas de frutas. De la misma época son las crismeras formadas por un astil central abalaus­trado y dos recipientes laterales de forma ovoidal. La decoración tiene bustos enlazados por pabellones y cabezas de ángeles alados. Algo más avan­zado, ya de fines del siglo, es un portapaz con decoración y estructura muy manierista, presentando en los laterales hermes y harpías, mientras que en el centro aparece la figura del Ecce Homo acompañado de un soldado; en el medallón del remate va la Santa Faz, y en el revés finos grabados de cintas planas y cartelas, así como un asa también en forma de hermes. De comienzos del siglo XVII existe un copón adornado con esmaltes. De la segunda mitad del siglo hay abundantes obras de estilo barroco algunas de ellas documentadas, como una venera de bautismo, obra que realizó el platero sevillano Diego de Piedrabuena en 1699. De este mismo estilo es una cruz parroquial que se halla totalmente cubierta por vegetación de tipo prominente y carnoso, obra probable de Juan Laureano de Pina en 1707. La manzana fue restaurada en el siglo XIX. También barroca es una arqueta de carey con aplicaciones de plata, rematada en tres cruces, obras del platero Sebastián de Aguirre en 1693.
     De fines del siglo XVIII y de estilo rococó es la custodia realizada en Sevilla por el platero Quesada y fechada en 1794. De la misma época aproximada es un portaviático en forma de pelícano de plata dorada, sin marca. En la iglesia hay dos lámparas del mismo metal, una con decoración barroca, dedicada a la Virgen del Rosario y fechada en 1747, y otra, algo más tardía, decorada con rocallas y punzonada por el contraste sevillano Cárdenas y el autor José Alexandre (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     Edifcio mudéjar construido a comienzos del siglo XV. De planta rectangular y ábside poligonal reforzado por contrafuertes.
     Tiene tres naves separadas por arcos apuntados que apean sobre pilares, cubriéndose el cuerpo de la iglesia con armadura de madera y la cabecera por bóveda de terceletes. Al exterior abren dos sobrias portadas neoclásicas (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
    Se trata de una iglesia de estilo gótico-mudéjar, construida a comienzos del siglo XV, que presenta planta rectangular y ábside poligonal reforzado por contrafuertes.
     Tiene tres naves separadas por arcos apuntados que se apoyan sobre pilares, cubriéndose el cuerpo de la iglesia con armadura de madera a dos aguas en la nave central y a una sola pendiente en las laterales, mientras que la cabecera lo hace a través de una bóveda gótica de terceletes.
     El retablo mayor es de estilo barroco del siglo XVIII, fechable entre los años 1725 y 1728, en madera tallada y dorada. Es atribuido a Felipe Fernández del Castillo y viene a sustituir a un retablo anterior renacentista de 1593 que albergaba a una imagen de la Virgen de talla completa en la hornacina principal.
     En la hornacina central se venera la imagen de la Virgen de la Granada Coronada, titular de la Hermandad Sacramental de Ntra. Sra. de la Granada Coronada y San Sebastián, patrona y alcaldesa de la Villa de Guillena. 
     La talla de la Virgen de la Granada es de autor anónimo fechable a finales del siglo XVIII, posiblemente fuese el resultado de la adaptación de la imagen de talla completa de la virgen del siglo XVI a candelero para vestir.
     Muy transformada exteriormente, en sus fachadas se abren dos sencillas portadas de estilo neoclásico y se levanta una espadaña barroca con dos cuerpos de campanas (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e  Iconografía de la Virgen con el Niño;  
    Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad 
     Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
     En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques. 
     Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
     Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres. 
     Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
     Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
     En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
     Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
     Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
     Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
     A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
     La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones. 
      El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
     Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
     A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
     Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
     A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
     Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano
    Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual.  Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos.  
     En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
     De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.  
      El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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