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domingo, 2 de octubre de 2022

La imagen "Egudiel, el Ángel Confortador", anónima, en el Retablo Mayor, de la Capilla del Rosario (Montesión)

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "Egudiel, el Ángel Confortador", anónima, en el Retablo Mayor, de la Capilla del Rosario (Montesión), de Sevilla.
   Hoy, 2 de octubre, Memoria de los Santos Ángeles Custodios, que, llamados ante todo a contemplar en la gloria el rostro del Señor, han recibido también una función en favor de los hombres, de modo que con su presencia invisible, pero solícita, los asistan y aconsejen [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la imagen "Egudiel, el  Ángel Confortador", anónima, en el Retablo Mayor, de la Capilla del Rosario (Montesión), de Sevilla.
    La Capilla del Rosario (Convento de Santa María de Montesión), se encuentra en la calle Feria, 29; en el Barrio de la Feria, del Distrito Casco Antiguo.
     “Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: «Pedid que no caigáis en tentación.» Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra." (Evangelio de San Lucas, Capítulo 22 versículos 39-44).
     Este es el pasaje evangélico que se representa en el paso de misterio de la Hermandad de Monte-Sión, y es el que ha quedado fijado desde tiempo inmemorial en el imaginario colectivo del pueblo cristiano. En el mismo intervienen cinco personajes: Cristo, los apóstoles Pedro, Santiago y Juan y el Ángel Confortador.
     El Ángel Confortador, es una un personaje que sólo aparece en el citado Evangelio de San Lucas. Tanto Mateo como Marcos, relatan la oración que hace Jesús en Getsemaní, y como llama la atención a sus discípulos por no mantenerse en oración y estar dormidos. Mientras Juan, sólo dice que fue allí acompañado de apóstoles porque era el lugar donde habitualmente hacía oración.
     ¿Quién es este misterioso Ángel? La piedad del pueblo cristiano no se conformó con lo escrito por San Lucas, sino que le atribuyó varias personalidades. La tradición apócrifa lo llamó “Egudiel”, que significa “la Penitencia de Dios”, proponiéndose otros nombres también en las tradiciones copta y moscovita.
     Por otro lado, no puedo dejar de señalar la versión de Sor María de Jesús de Ágreda. Esta religiosa fue abadesa del convento de Concepcionistas de la citada localidad soriana, entre 1627 y 1665, con fama de santa, se convirtió en consejera de Su Majestad el Rey Felipe IV, y escribió una obra de gran trascendencia para la piedad mariana que dura hasta la actualidad, me refiero a “Mística Ciudad de Dios”. Sor María, decía que la propia Virgen le había ido dictando el texto, y en el mismo se relata la vida de la Madre de Dios así como de su Hijo Jesucristo, por lo tanto, expone con detalle el momento de la Oración en el Huerto. La monja de Ágreda nos informa que ante la angustia de Jesús al orar en Getsemaní, el Padre le envía a San Miguel, que le transmite el mensaje celestial, en el que dice que debía afrontar la obra de la Redención, porque su Madre era digna de ser redimida, como lo eran también los profetas, patriarcas, apóstoles, vírgenes, mártires y confesores que le precedieron en el pasado y que vendrían en el futuro ya que con sus obras ensalzarían el nombre del Altísimo.
     No sólo Sor María de Jesús la que expuso el diálogo entre Cristo y Egudiel en Getsemaní, también Francisco de Quevedo tratará el tema en su “Declamación de Jesucristo, Hijo de Dios a su eterno Padre en el Huerto, a quien consuela, enviado por el Eterno Padre un Ángel”, como también Lope de Vega en sus “Romances sobre la Pasión”.
     Por último, dentro de la propia hermandad de Monte-Sión el Ángel ha sido a veces nombrado como “San Gabriel”. Así consta en el libro del Quinario del Señor Orando en el Huerto, fechado en 1954. En la meditación del cuarto día se dice: “el Ángel que vino es de creer que fue San Gabriel. Aquí estaba encargado del servicio del verbo encarnado, no como ángel de la guarda, sino como ministro y ejecutor de lo que tocaba y pertenecía al misterio de la Redención”. Esta creencia se debe a que es el mensajero de Dios, tal como vemos en el Antiguo Testamento, concretamente en el Libro de Daniel, donde le explica al mismo la visión que ha tenido sobre el fin de los días. En el Nuevo, aparece en el Evangelio de Lucas anunciando primero a Zacarías el nacimiento de San Juan Bautista, el Precursor y posteriormente a María que será la Madre del Salvador. Por tanto, se interpretó por parte de los hermanos del momento que el Confortador al llevar el mensaje de Dios a Cristo en Getsemaní era el mismo Arcángel San Gabriel.
Sobre la iconografía de Egudiel
     Hasta el siglo XI, La Oración en el Huerto es un tema poco representado en el arte cristiano, siendo a partir de éste, cuando se incluye en los ciclos de la Pasión, pero siempre de un modo contenido, en el cual Cristo, a pesar de la angustia que nos describen los Evangelios, guarda su apariencia divina y no muestra sentimientos. Es más, cuando a partir del siglo XIII se vaya generalizando el gótico, en el cual la humanidad del Señor vaya desplazando a su hierática divinidad, tampoco se generaliza la devoción y la representación del tema, que ni siquiera lo encontramos en la Biblia Pauperum, obra aparecida a mediados de este siglo, en la que se explica de modo ilustrado la vida de Cristo.
     Tendremos que esperar al final de la Edad Media, cuando en el siglo XV, la religiosidad popular imbuida en la “Devotio Moderna”, vuelva sus ojos hacia la Pasión de Cristo, y con ello a la escena de Getsemaní, en la que el Salvador preso de la ansiedad ante los tormentos de su inminente pasión, sufre, pero confía siempre en Dios y cumple su voluntad. Así, el hombre de esta época, podía encontrar el reflejo de su temor a un futuro incierto o más bien tenebroso en este pasaje, pero siempre abandonarse a los brazos de Dios tal como hace Jesucristo. Esta idea la vemos en la obra de Tomás de Kempis “Imitación de Cristo”, que aparece por primera vez en 1418. El en tercer libro de esta misma, titulado “Consolación Espiritual”, se incide en que “Todo debe enderezarse a Dios, fin último” (capítulo IX) o que “El humilde siervo debe obedecer como Cristo” (capítulo XIII).
     La representación plástica del momento comenzará a difundirse ya de modo más generalizado en esta misma época a partir del sur de Alemania y Austria, lugares precisamente en los que la Devotio Moderna nace, y el culto a la Pasión de Cristo adquiere gran fuerza.
     El relato Evangélico es bastante claro a la hora de la descripción, diciendo que es un sólo ángel el que conforta a Jesús, si bien los artistas a la hora de plasmarlo actuaron con libertad tanto en el número de ángeles que acompañan al Señor, como en la interacción entre Jesús y Egudiel, tanto en la pintura como en la escultura.
     La pintura y el grabado siempre trataron el tema con mayor libertad, de tal forma que serán los que marquen la pauta (como en la mayoría de los casos) que siga la escultura.  Así, podemos establecer tres maneras en que durante la Historia del Arte se ha representado la figura angélica:
     Egudiel presenta a Cristo los atributos de la Pasión: Esta es sin duda la manera más tradicional en la que se suele representar la escena de Getsemaní y es la que encontramos en la Hermandad de Montesión. Es siempre una composición en diagonal en la cual Cristo aparece de rodillas mirando al ángel que llega desde el cielo. Sólo hemos encontrado una excepción en la postura de Jesús, y es en un grabado de Durero en el que aparece tumbado boca abajo, con los brazos en cruz, en actitud de sumisión a la voluntad del Padre.
     Las obras pictóricas y los grabados difunden esta representación en la cual el ángel suele ser representado como un niño o adolescente, flotando en el aire, mostrando a Jesús la cruz y el Cáliz que simbolizan el martirio de Cristo. Puede ir bien sólo, o bien acompañado de otros que portan más instrumentos de la pasión, como observamos en la pintura de Andrea Mantegna realizada en 1459 que se conserva en la National Gallery de Londres, en la que son cinco: uno muestra la Cruz, otro la columna no tendiendo atributos los otros tres. Otro ejemplo sería el de Sebastiano Conca conservado en la Pinacoteca Vaticana. En 1746 realiza el mismo tema, si bien, aunque Egudiel aparece mostrando el cáliz, el resto de los ángeles sólo miran la conversación entre Cristo y él.
Egudiel, el Ángel Confortador
     En cuanto a la escultura, este es el esquema que preferentemente se seguirá, sobre todo en la destinada a procesionar, si bien, será más fiel al relato de San Lucas y será un solo ángel el que baje a consolar a Jesús.
     Egudiel acoge en sus brazos Jesús para consolarlo: La pintura será el campo donde se desarrolle este tema, no conocemos hasta ahora ejemplos en la escultura. El patetismo de la escena de Getsemaní,  hace que los maestros de este arte, a partir del manierismo conciban un nuevo modo de representarla. En la misma, aparece el Confortador sosteniendo en sus brazos a Cristo, que desfallece en los mismos ante el peso de la angustia, y como en el caso anterior, pueden ser varios ángeles los que vengan a consolar al Redentor. Dentro de esta misma iconografía podemos distinguir dos momentos: En el primero, Egudiel abraza a Jesús desde atrás quedando apoyada su espalda sobre el pecho de éste, mientras le muestra el Cáliz.
     El segundo es quizá una de las escenas más bellas a la vez que tristes que el arte ha tejido en torno a la Pasión. Cristo puede aparecer desmayado, como puede verse en la pintura de Paolo Veronés realizada en 1583 que se encuentra en Pinacoteca de Brera de Milán, o casi al borde de este estado, absolutamente desfallecido, en los brazos del ángel que amorosamente lo sostiene, lo acaricia, y llora con Él. Mengs, Oracio Borgiani o Carl Bloch son ejemplos de los pintores que traten esta escena.
Egudiel, el Ángel Confortador
     Egudiel acoge a Cristo en sus brazos mientras le muestra el Cáliz y la Cruz: Para tratar sobre esta escena, tenemos que hablar sin duda de su creador, uno de los grandes genios de la escultura española, me refiero a Francisco Salzillo.  En 1754, la Cofradía de Jesús de Murcia, encarga al escultor un nuevo misterio de la Oración en el Huerto para sustituir al anterior, que quedó muy afectado por la riada de San Calixto en 1651. Salzillo crea un nuevo modo de representar la escena, no abordado antes por la escultura: Cristo, sumido en la más absoluta tristeza, cae hacia atrás, mientras que el ángel recoge el peso de su cuerpo con el brazo izquierdo, a la vez que levanta el derecho y señala hacia una palmera, lo cual es seguido por la mirada abatida del Redentor. Del árbol de la Victoria, emergen el cáliz y la cruz. Será tal la repercusión que tenga este grupo que el mismo escultor lo repite en 1761 para la Cofradía de los Californios de Cartagena. A partir de ahí, y sobre todo en el siglo XX, por toda la geografía española se reproducirá este modelo, que puede ser el que haya tenido más éxito en el lenguaje procesional hispánico.
     Se ha especulado bastante sobre las fuentes que pudo tomar Salzillo a la hora de realizar el misterio, si bien no se ha encontrado aún nada que sea concluyente. Lo más probable es que sea una genialidad creativa del escultor. Sí que hay cierto paralelismo entre la obra escultórica del murciano con la pintura de Ludovico Carracci que trata el mismo tema y que se conserva en la National Gallery de Londres, realizada en 1590. En la misma, Cristo aparece de rodillas, girado hacia atrás, mirando a Egudiel, que sentado en una nube, con la mano derecha sostiene el cáliz mientras que con la izquierda señala al frente, donde aparecen en resplandor los atributos de la Pasión.
El Ángel de Montesión. Egudiel, el Ángel Confortador
     La autoría del Egudiel de la hermandad sevillana de la Oración en el Huerto, ha sido en el último siglo motivo de diversas discusiones. Sabemos que en 1578 la cofradía encarga a Jerónimo Hernández un misterio compuesto por las imágenes de Cristo, el Ángel Confortador, y los tres apóstoles y que las mismas deben ser de candelero para vestir, realizadas en pasta y lienzo, adjudicándose, durante casi todo el siglo XX la autoría de las imágenes al citado escultor. Sin embargo, ni sus características formales, ni los materiales con los que están realizadas tienen nada que ver con la obra que nos ha llegado a la actualidad. Asimismo, el dato más antiguo que posee la hermandad sobre un ángel, es un inventario que aparece en los libros de actas, fechado el 25 de Mayo de 1659, cuando el mayordomo saliente, Alonso de Comenar, hizo entrega al entrante, Luís Manzano, de los bienes de la corporación y entre ellos, al referirse a Egudiel se dice textualmente “que se hizo nuevo de talla” con lo cual, queda del todo invalidada la identificación de la imagen actual con la que realizó Hernández, lo que no significa que tampoco la nombrada en el citado documento sea la que ha llegado hasta nosotros.
     La historiografía del arte sevillano durante el XVIII y XIX asignó la imagen al quehacer de Pedro Roldán. La figura del Confortador fue asignada por Antonio Ponz a Luisa Roldán, teoría que hoy de nuevo se ha puesto en valor, puesto que su morfología es bastante similar a la de otras obras de la escultora, pudiéndose haber realizado hacia 1675, fecha en la que consta según el testamento de María Josefa de Esqueda, que se está realizando la nueva imagen del Señor. Sería por tanto, una de las primeras obras de la escultora.
     Sin embargo, el profesor Roda Peña, plantea a su vez otra hipótesis para la autoría de Egudiel: en 1718 la Hermandad suscribe con Luis de Vilches un contrato para realizar un retablo para el Cristo Orante, en el cual, también se incluye la hechura de “el ángel de en medio del cuerpo último, con su crux y cálix, todo de buen artífice y mano y a satisfacción de la dicha hermandad y cofradía“. Según el profesor Roda, no se aclara en ningún momento quien sería el escultor encargado de realizar la obra, adjudicándolo a un seguidor tardío de Roldán.
     En cuanto a las restauraciones o modificaciones realizadas, consta que en 1921 Joaquín Gómez realiza nuevas alas, sustituidas en 1955 por las actuales de Luis Ortega Bru. Asimismo, en 1987, Luis Ángel Ortega León realiza nuevo cuerpo anatomizado que sustituya al de candelero, insertando en el mismo cabeza, piernas, antebrazos y manos originales. De ello dejó constancia el autor firmando en la parte interna del muslo derecho.
     Por fin, entre Septiembre de 1995 y Enero de 1996, la obra es restaurada por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía.
     Tradicionalmente el misterio se disponía justo al revés en la salida procesional, es decir, el Señor daba la espalda al pueblo, hasta que en 1914, Antonio Amians y Austria le da la configuración actual (Hermandad de Montesión).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de los Ángeles;
Los Ángeles
   El Dios uno y trino de los cristianos no está solo en su Paraíso. Como un monarca en su corte, alrededor de él hay guardianes y milicias, ministros que le sirven de intermediarios con los hombres y transmiten a éstos sus instrucciones: son los ángeles. Los espíritus del Mal contra los cuales debe luchar, se reclutan entre los ángeles rebeldes: son los demonios.
I. Orígenes orientales
   Esta concepción antropomórfica de la divinidad se tomó de las religiones orientales, principalmente del mazdeísmo persa. Como escribía muy justamente Franz Cumont: «El hombre siempre organiza el cielo a imagen de la tierra y la creencia en los mensajeros divinos ha debido desarrollarse en la época de los Aqueménidas, cuando se representaba a Dios como a una especie de gran rey sentado en un trono, rodeado por sus dignatarios y enviando constantemente a través de su vasto imperio correos encargados de transmitir sus órdenes. El reino celeste se mantuvo, incluso en la tradición cristiana, como una reproducción de la corte del rey de Persia.» La mejor prueba  de estos orígenes extranjeros es que los ángeles no han recibido un nombre hebreo como su señor Yavé, sino que se designan con el vocablo griego aggelos (anguelos), mensajero, del cual deriva el latino angelus y tienen un papel muy secundario en los Libros de Moisés donde se los llama, simplemente, hom­bres.
   En el Génesis (18:2, 19:1) se trata de tres «hombres» que vienen a predecir a Abraham el nacimiento de su hijo Isaac, de dos jóvenes alojados por Lot que le agradecen la hospitalidad haciéndole escapar del incendio de Sodoma. Un ángel solitario llega con la contraorden del sacrificio de Isaac en el último minuto, lucha con Jacob en la orilla de un vado, predice a Manoab el nacimiento de Sansón, alimenta a Elías en el desierto... Pero tales intervenciones son escasas. Será en la época del Exilio cuando los ángeles, asimilados a los querubines alados de Nínive y de Babilonia, tendrán mayor espacio en los escritos de los profetas que los representan, inconscientemente, como los servidores jerarquizados de un monarca asirio. 
   El Libro de Tobías, fuente esencial de la angelología y de la demonología hebreas, en el cual el papel principal corresponde al arcángel Rafael al que se opone el demonio Asmodeo (persa Eschma), príncipe de las tinieblas en la religión iraní, no es otra cosa que un cuento persa.
   Pero aunque la concepción de los servidores y los adversarios de Dios es persa, su representación en el arte cristiano debe más al arte griego o grecorromano que al de Persia, como lo veremos más detalladamente al estudiar la iconografía de los ángeles y los demonios.
   Sin dejar de lado el recuerdo de los toros alados de Nínive (kherubim) que obsesionaron a los profetas del Exilio, todo parece indicar que los ángeles alados del arte cristiano son sólo imitación de las Nikés griegas. La filiación iconográfica es evidente. Se la puede seguir en los bajorrelieves de ciertos sarcófagos paleocristianos, donde los ángeles que planean sosteniendo coronas triunfales tienen exactamente la misma actitud que las Victorias antiguas. Por ello es cierto que así como los angelitos proceden de los Eros niños o Cupidos paganos, sus hermanos mayores, los grandes ángeles alados, son sólo Nikés viriles.
II. Funciones de los ángeles
   Antes de estudiar la iconografía de los ángeles, anónimos e individuales, conviene precisar las funciones que tienen en el reino celestial.
   Las funciones de los ángeles son múltiples y de extrema diversidad.  En general. puede decirse que son instrumentos de la voluntad divina. Así como una herramienta es una prolongación de la mano humana, ellos prolongan y acaban por reemplazar en la iconografía a la Mano de Dios (Manus Domini).
   Pero no están sólo al servicio de la divinidad, también se ponen al servicio de los hombres. Pueden distinguirse estos dos aspectos de su actividad.
a) Los ángeles al servicio de Dios
   De acuerdo con el sentido etimológico de su nombre, los ángeles son esencialmente los mensajeros de Dios. En la religión judeocristiana tienen las mismas funciones y los mismos atributos que el dios griego Hermes, el Mercurio de los romanos. Ese papel corresponde sobre todo al arcángel Gabriel que anunciará a la Virgen María que fue elegida entre todas las mujeres para ser la madre del Salvador. Pero son ángeles anónimos los que anunciaron a Abraham el nacimiento de Isaac, quienes advirtieron a los Reyes Magos y a José los peligros a evitar, los que explicaron a las Santas Mujeres que Cristo había resucitado frente a la piedra caída que cerraba el Sepulcro vacío. 
   El papel de los mensajeros no consiste sólo en transmitir consignas, advertencias o amenazas. De las palabras pasan a la acción: uno de ellos detuvo el cuchillo de Abraham.
   Los ángeles no se limitan a llevar los mensajes de Dios. Entre ellos se recluta la corte, la milicia y el tribunal celestiales. Hay ángeles cortesanos, guerreros y justicieros. 
   Para rendir homenaje a su soberano, de acuerdo con las costumbres orientales, llevan las manos veladas en signo de respeto. Los occidentales están inspirados en la liturgia de la misa, se los concibe más bien como diáconos o niños del coro celestial, balanceando un incensario o sosteniendo un cirio en la mano, son los ángeles turiferarios y ceriferarios.
   Dios Padre no es su objeto único de adoración. Se ponen al servicio de Cristo Encarnado, hijo unigénito de su Señor, desde su nacimiento hasta su muerte en la Cruz. Anuncian su Natividad a los pastores, guían la estrella que señala a los Reyes Magos el camino de Belén. Se posan sobre el techo de paja de la cabaña para entonar el Gloria in Excelsis y ofrecen al recién nacido un concierto de voces e instrumentos. Lo siguen durante la Huida a Egipto ofreciéndole agua en una concha y dátiles, para calmar su sed y su hambre; se convierten en sus compañeros de juego sin olvidar nunca el respeto que le deben.
   Cuando Jesús llega a la edad adulta, asisten a su Bautismo y cuidan sus ropas a orillas del Jordán. No lo abandonan en la Pasión, lo reconfortan durante la agonía en el monte de los Olivos, y recogen su preciosa sangre en cálices revolando en torno a la cruz como una bandada de golondrinas quejumbrosas.
   La Madre de Cristo también tiene derecho a sus homenajes: ellos la alimentan en el Templo; la rodean gozosamente en el momento de su resurrección para elevarla al cielo donde se convertirá en su Reina; le sirven como pajes en la ceremonia de la Coronación llevando la cola de su traje sobre las nubes, y en el Paraíso forman su guardia de honor.
   A veces los pajes se transforman en caballeros, son los defensores de la ciudad celeste. Al mando del arcángel Miguel, general en jefe (archiestratega) de las milicias celestes, rompen lanzas contra los enemigos de su soberano y precipitan en el abismo a los rebeldes.
   Finalmente, son los ejecutores de la justicia divina. Un ángel expulsa del Paraíso a Adán y Eva y les prohíbe la entrada, armado de una espada flamígera. Cuando el faraón se obstina en desafiar las órdenes de Dios y se niega a liberar a los israe1itas, lo castigan ángeles exterminadores que matan a su hijo mayor y a los primogénitos de los egipcios. En el Juicio Final, los ángeles rodean a Cristo Juez y llevan como triunfos los instrumentos de su Pasión; en el arte bizantino los dos comandantes de taxiarquía, Miguel y Rafael, montan guardia a ambos lados del trono divino. Resucitan a los muertos soplando sus olifantes, introducen en el Paraíso a los elegidos y empujan a los réprobos hacia la boca del Infierno.
b) Los ángeles al servicio de los hombres
   Los hombres con derecho a la asistencia de los ángeles son, sobre todo, los profetas, mártires y santos.
   Elías en el desierto, Daniel en la fosa de los leones, son aprovisionados gracias a ellos.
   Los ángeles no sólo protegen contra las trampas y las tentaciones del demonio a los mártires, durante su vida; además, en el momento en que van a morir, aparecen en el cielo para recibir sus almas y otorgarles la corona de los elegidos. Los «cefalóforos», que después de haber sido decapitados, llevan su cabeza en las manos, están enmarcados y guiados fraternalmente por dos ángeles hasta el lugar de su sepultura. Un ángel inspirador, semejante a la Musa antigua, se ocupa del escritorio de los Evangelistas, guía la mano de San Lucas que pinta el retrato de la Virgen, dicta a San Gregorio las Homilías.
   La protección de los ángeles se extiende a los simples pecadores. Cada uno de ellos tiene su ángel guardián, o de la guarda, semejante al misterioso compañero del joven Tobías, que lo reconforta a la hora de la muerte y que conducirá su alma al Paraíso para depositarla en el seno de Abraham, si el mortal es digno de ello. En la escultura funeraria se ven ángeles que separan piadosamente la cortina del lecho mortuorio y deslizan una almohada bajo la cabeza del yacente.
   En el día del Juicio, ayudan a los muertos a salir de sus tumbas y transportan a los justos en sus brazos fraternales.
   Tales son las principales funciones de los ángeles, vínculos entre un Dios eterno, inaccesible e invisible, y los hombres efímeros. Van y vienen del cielo a la tierra, suben y bajan la escala celeste de la visión de Jacob. «Videbitis coelos apertos et angelos Dei ascendentes et descendentes.» Mas por multiforme que resulte su actividad, no debe creerse que el arte cristiano los represente siempre activos en el cumplimiento de sus trabajos de mensajeros, guerreros, justicieros ... Las iglesias están pobladas de innumerables ángeles adoradores y no actores, cuya función es puramente contemplativa.
III. Iconografía de los ángeles en general
   Si la representación de la Trinidad tal como la definen los teólogos presenta a los artistas dificultades insuperables, la figuración de los ángeles plantea problemas de solución igualmente ardua.
   La imprecisión de los relatos de la Biblia no sirve para guiar la imaginación de pintores y escultores. En cuanto a las visiones proféticas o apocalípticas, son tan amorfas y a veces tan monstruosas que parecen desafiar toda transposición plástica.
   El problema es tanto más insoluble por cuanto los ángeles son por definición puros espíritus (pneumata). Al ser incorporales (asomatoi), serán en consecuencia invisibles ¿Cómo dar un cuerpo a lo que no es más que un soplo? Es como si se pretendiera representar el viento o la tormenta.
   El realista Gustave Courbet, burlándose de Delacroix, que había pintado ángelitos en una capilla de Saint-Sulpice, decía con sorna: «Antes de pintar ángeles esperaría que me los mostrasen.» Los maestros anteriores no habían visto más que él; pero ello no les impidió pintarlos a montones ¿De qué forma los encarnaron?
a) El sexo de los ángeles
   Hemos visto que los primeros artistas cristianos habían salido bien del paso representando ángeles según el modelo de las Victorias paganas. La copia no es del todo exacta, puesto que la Niké griega es una figura femenina a diferencia de los ángeles que hasta el final de la Edad Media serían siempre de sexo masculino.
   Los ángeles mancebos representa n el tipo más antiguo.
   La Biblia los describe en sus misiones terrestres como bellos adolescentes capaces de excitar los deseos culpables de los sodomitas que insisten a Lot para que se los entregue. Virilidad y juventud: tal es la imagen que se construyó. Se los represen­ta imberbes (los ángeles barbudos son la excepción) y casi siempre rubios; la idea de belleza está con frecuencia asociada con los cabellos dorados.
   Los ángeles mujeres, inspirados sin duda por el sueño de una belleza aún más perfecta que la de los efebos, o tal vez porque la larga túnica blanca que visten habitualmente evoca una vestidura femenina, aparecieron en el siglo XV. Se dice que el pintor italiano Giovanni di San Giovanni escandalizó a sus contemporáneos introduciendo por primera vez ángeles femeninos en una gloria que rodea a la Virgen. Este tipo sensual hizo fortuna en el arte barroco: Correggio, Bernini y más tarde Goya, que hace planear Majas aladas bajo la cúpula de San Antonio de la Florida, han extraído de este motivo obras maestras más seductoras que edificantes.
   En cuanto a los ángeles niños, tienen un origen más remoto. Quizá hayan nacido, como los tres escolares de la leyenda de San Nicolás, de una falsa interpretación de las imágenes, en las cuales, de acuerdo con la reglas de la jerarquía espiritual, estaban representados en pequeño tamaño junto a un Dios gigantesco. La costumbre de representar las almas de los muertos en forma de niños recién nacidos también pudo contribuir a su proliferación. El tema parece ausente en el arte bizantino, pero se lo ve aparecer en Francia a partir de finales del siglo XII, en el dintel del pórtico de Senlis, donde retozan alegremente alrededor de la Virgen resucitada.
   El arte italiano del Quattrocento se apoderó de este gracioso tema, cuyos modelos encontraba en los genios antiguos del arte romano, y se entusiasmó con él. El carácter pagano de estas representaciones está muy marcado. Los deliciosos «putti» que Giovanni Bellini, y después Rafael y Correggio han situado sobre los altares en los cuadros de santidad, en verdad no son sino Eros niños, Cupidos bautizados, apenas rociados por una gota de agua bendita.
   A partir del Renacimiento y en el arte de tema religioso del siglo XVIII, esos angelitos están a veces reducidos a cabezas aladas. Se ha querido ver en ello una reminiscencia de los abanicos litúrgicos o flabelos, cuyas decoraciones muy reducidas por falta de espacio sólo comportan, habitualmente, cabezas de serafines. Es lo que Molanus llama ángeles in imperfecta forma. Éste recomienda la fórmula como la más apropiada a los seres inmateriales. Una cabeza y alas bastan para simbolizar sus caracteres esenciales: la inteligencia y la velocidad de los movimientos. Desde el punto de vista estético no es una creación muy feliz, pero sí el medio más simple y probablemente el único que permite evocar espíritus alados.
b) La vestimenta
   Los angelitos pueden permitirse estar desnudos sin indecencia. Y así los representa Giotto en sus frescos de la Arena (anfiteatro). Los ángeles adolescentes o adultos sólo llevan desnudos los pies, como Cristo y los Apóstoles. Aunque la desnudez sea a veces más casta que ciertas vestiduras, el cristianismo medieval la considera vergonzosa, una humillación, y la reserva a los demonios y a los réprobos.
   Puesto que irradian luz divina y que su pureza es inmaculada, el arte cristiano primitivo los representa vestidos con una larga túnica blanca (stolis amicti candidis, in vestibus albis). Esta túnica de blancura nívea con la que se cubría a los catecúmenos, tiene el mismo significado simbólico que el alba cándida de los sacerdotes. Para resaltar su dignidad se les confiere a veces una toga laticlavia que los asemeja a los senadores romanos.
   El arte bizantino, heredero de esta tradición, se complace en revestir a los ángeles de ropas fastuosas que eran de rigor en las ceremonias de la corte imperial. Como los grandes dignatarios que rodeaban al basileus (emperador bizantino), llevan lorum, botas ligeras de piel púrpura: convertidos en chambelanes celestiales, tienen como insignia la larga vara rematada en bola que enarbolaban los ostiarios del palacio imperial.
   Occidente adopta otras fórmulas que además varían con las modas en el vestir. Los ángeles a veces llevan una simple túnica fruncida y ceñida a la cintura por un cordón, y sobre la frente una delgada diadema rematada en una cruz o una estrella. Pero a partir del siglo XIII, por la influencia del drama litúrgico o auto sacramental, en el cual el papel de los ángeles era representado por diáconos, se extendió la costumbre de conferirles vestiduras sacerdotales (priesterliche Gewandung) que reemplazaron el traje de corte bizantina (byzantinische Hof tracht). Así como Dios Padre lleva la tiara y el palio del papa, los ángeles están cubiertos por una capa eclesiástica, y sobre todo, a causa de su juventud, por una dalmática de diácono con pasamanería, sujeta al pecho por un broche de orfebrería. Con esta pompa los representó Jan Van Eyck en los postigos del políptico de Gante, y Gérard David en
El Bautismo de Cristo del Museo de Brujas.
   Hacia finales de la Edad Media proliferaron los ángeles emplumados como pájaros (gefiederte Engel), o más exactamente revestidos por una malla de plumas que sin duda se tomó en préstamo del guardarropas  teatral de los autos sacramentales. La escultura del siglo XV y principios del XVI ofrece numerosos ejemplos, desde el Pozo de Moisés de Sluter y los retablos de Riemenschneider, hasta la capilla de Enrique VII en Westminster.
c) Las alas y el problema del vuelo
   La característica esencial de los ángeles son las alas, atributo del mensajero celeste que comparten con su colega olímpico, el dios griego Hermes, mensajero y furriel de Zeus.
   Contrariamente a lo que pueda suponerse, los ángeles no siempre han llevado alas. El Antiguo Testamento no las menciona. En el Sueño de Jacob los ángeles necesitan una escala para bajar del cielo y volver a subir, por lo tanto no tienen alas para volar. La idea de ángeles planeando o volando sólo está probada en el judaísmo tardío (I Cron. 21).
   De hecho, el arte cristiano comenzó por representar a los ángeles en forma de hombres jóvenes ápteros. En los mosaicos de Santa María la Mayor todavía están representados sin alas. Es sólo en el siglo IV, en el mosaico del ábside de Santa Pudencia, donde vemos por primera vez un ángel alado, y aun a título de símbolo del evangelista San Mateo.
   Las visiones proféticas de los serafines y querubines polípteros inspirados por la vista de los kerubim babilonios, la imitación de las Victorias y de los genios alados del arte grecorromano,  bastan para dar cuenta de la generalización de este atributo que convenía particularmente a los mensajeros celestiales. El texto de Tertuliano no es el punto de partida de esta innovación iconográfica: él se limitó a registrarla.
   Rígidas como hojas de guadaña o cruzadas como tijeras, las alas de los ángeles resultan visiblemente insuficientes para transportarlos. Es sobre todo el signo, el em­blema del vuelo, antes que un órgano adaptado a su función. Cuando los imagineros carecen de espacio no vacilan en representar un ala desplegada y la otra replegada.
   Con frecuencia son del mismo color que los vestidos que parecen prolongar. Pero para darles más esplendor a estos pájaros del Paraíso que Dante denomina poéticamente los pájaros de Dios (uccelli di Dio), los pintores de la Edad Media se complacen en fijar a los hombros de los ángeles alas multicolores: rojas, azules, doradas, irisadas, oceladas como plumas de pavo real. En las esculturas medievales las alas de los ángeles, generalmente, son doradas.
   ¿Cómo sugerir el vuelo? Este problema, infinitamente más difícil que el de la representación de la marcha o la carrera, en principio fue eludido, o, para decirlo mejor, escamoteado, por los artistas novatos que al no poder resolverlo de una manera satisfactoria se evadieron distrayendo a los espectadores con cortinas de nubes o torbellinos de paños flotantes.
   En el siglo XVI, gracias a los progresos del escorzo, es decir, de la perspectiva aplicada a la figura, los artistas italianos pudieron abordarlo francamente. Para sugerir el vuelo planeado o el aterrizaje en inmersión, se inspiraron en los movimientos de la natación. Los ángeles atraviesan el cielo como los nadadores hienden las olas; descienden verticalmente hacia la tierra como el submarinista se echa de cabeza en el agua. La posición intermedia de las alas invita a la imaginación del espectador a proseguir el movimiento comenzado.
   El arte italiano del alto Renacimiento y de la época barroca consiguió crear la ilusión del vuelo gracias a los escorzos audaces; pero el problema científico, una vez resuelto, se convierte con excesiva frecuencia en lo esencial, a expensas del significado espiritual. La Anunciación, convertida en una ecuación, ya sólo sirve a los virtuosos para exhibir sus conocimientos de mecánica y dinámica. 
   A pesar de la unidad fundamental del arte cristiano, especialmente en la Edad Media, es posible preguntarse si los diferentes países, las diferentes escuelas, no han impreso una marca particular en este tema pancristiano ¿Pueden distinguirse los ángeles italianos de los franceses, alemanes e ingleses? Yo creo que en cierta me­dida puede responderse que sí.
   En Italia, a partir del Quattrocento, después del misticismo de Fra Angélico de cuyos ángeles espiritualizados podría decirse que no tienen cuerpo, prevalece un tipo de ángeles carnales de carácter ingenua o cínicamente pagano.
   Los putti músicos, auténticos niños prodigio que en los cuadros de Bellini tocan el laúd a los pies de la Virgen, tienen la gracia regordeta de la infancia; pero una gracia del todo humana. Los ángeles bailarines de Donatello, que se arremolinan sobre el parapeto del antiguo coro de la catedral de Florencia, son pequeños sátiros desatados. En el siglo XVI, Correggio va todavía más lejos por este camino. Para este voluptuoso artista, los ángeles no son más que Ganímedes de equívoca belleza, a menos que los presente como diablillos traviesos que se permiten toda clase de bromas: el ángel de San Mateo abre las fauces del león bonachón de San Marcos, otro se apodera del casco de San Jorge para tocar la cabeza de un compañero, un tercero olisca como un experto la fragancia del pote de perfume de la Magdalena.
   El arte de los Países Bajos es más respetuoso. Los ángeles de Van Eyck y de Memling ofician gravemente con vestiduras litúrgicas de diáconos.
   En Alemania, especialmente en los grabados litúrgicos de Durero, se observa la búsqueda de la expresión a expensas de la belleza formal.
   Los ángeles tienen amplio espacio en la escultura inglesa de la Edad Media que ha sentido verdadera pasión por ellos, no sólo porque sus alas desplegadas decoran maravillosamente las enjutas triangulares de las arcadas, sino además, porque según un muy popular juego de palabras, Inglaterra se jactaba de ser el país de los angles (Engel-land), es decir, de los ángeles.
   En cuanto a los ángeles franceses, los más exquisitos de los cuales son los del pórtico de Senlis, el Ángel de la sonrisa de Reims y los ángeles irisados del tríptico de Moulins, se distinguen entre todos por su gracia sonriente.
IV. Las jerarquías angélicas
   Los ángeles no son todos iguales. Además de estar especializados también están jerarquizados, como los servidores de los monarcas orientales. Existe, para em­plear una expresión rusa derivada del ceremonial bizantino, una Tchin celeste que comporta numerosos Órdenes, dispuestos de acuerdo con un inmutable protocolo.
   San Pablo habla sólo de cinco jerarquías angélicas. Fue el Seudo Dionisio Areopagita quien, en su tratado De la Jerarquía Celeste, fijó el número en nueve. Dicho tratado, introducido en Occidente por el papa San Gregorio Magno, fue traducido al latín hacia 870 por Juan Escoto Eriugena. La doctrina fue consagrada por la autoridad de Santo Tomás de Aquino y de Dante, que reserva un sitio a San Dionisio Aeropagita en su Paraíso. Bertoldo de Ratisbona sostiene que en los orígenes había diez jerarquías, pero una de ellas se habría  unido a Lucifer, por lo tanto su cuenta concuerda con la de Dionisio Areopagita.
   Desde entonces, teólogos y artistas admiten que los ángeles están divididos en nueve jerarquías, que agrupadas forman tres Órdenes. El primer Orden incluye a los Serafines, los Querubines y los Tronos; el segundo a las Dominaciones, las Virtudes y las Potestades; El tercero a los Principados, los Arcángeles y los Ángeles.
   Según la letanía de Loreto, la Virgen es la reina de las nueve jerarquías de los ángeles.
   Este tema de origen bizantino que decora sobre todo la mesa del monasterio de Chilandari, en el monte Athos, se volvió frecuente en el arte occidental a partir del siglo XII.
   Se lo encuentra dos veces en Chartres, en las arquivoltas del pórtico meridio­nal, en torno al Cristo del Juicio Final, y en la parte superior de la vidriera de Saint Apollinaire. En el siglo XIV vuelve a encontrárselo en la Sainte Chapelle de Vincennes, y en el XV en la catedral de Cahors.
   El arte italiano no lo ha ignorado, como lo demuestran los mosaicos de la cúpula del baptisterio de Florencia, las esculturas del arca de San Pedro Mártir en San Eustorgio de Milán (1339) y las del arca de San Agustín en San Pietro in Ciel d 'Oro de Pavía (1380).
   El retablo del artista primitivo catalán Luis Borrassà, en la catedral de Amberes, no es anterior al siglo XV.
   En Inglaterra, citemos las vidrieras del Priorato de Great Malvern (Worcestershire), y en Austria, un  ciclo muy original pintado hacia 1435 para la iglesia de los Carmelitas de Viena, que estaba dedicado a  las nueve jerarquías de los ángeles (Museo de la abadía de Klosterneuburg) donde la Virgen se encuentra en el centro de cada jerarquía angélica. Para presidir la de las Dominaciones, está acorazada de pies a cabeza como una Juana de Arco.
   Dicho tema se vuelve infrecuente después de la Contrarreforma. No obstante, monseñor Abelly, obispo de Rodez, encargó a Louis Licherie, en el siglo XVII, un cuadro que representa a las nueve jerarquías celestes, a cuyo culto era particularmente adepto (Igl. de S. Étienne-du-Mont, París). En Viena vuelven a encontrarse en 1679 las nueve jerarquías angélicas escalonadas sobre la columna votiva de la Trinidad, levantada sobre la plaza de Graben por Ludovico Bumacini.
   Las jerarquías de los ángeles se insertan en el sistema de los astros. En el Liber Scivias de Santa Hildegarda, las jerarquías agrupadas bajo las arcadas enmarcan la figura de Cristo en su gloria. En el ejemplar de Wiesbaden (siglo XIII), los ángeles mueven las alas alrededor de un disco luminoso, de brillo deslumbrante, que re­presenta a Dios.
   La descripción de Dante en el Paraíso (canto XXVIII) es sólo la transcripción poética de estas miniaturas.
Serafines y Querubines
   Los querubines y los serafines son las dos clases más altas de ángeles de la jerarquía celestial. No son, hablando estrictamente, ángeles en el sentido etimológico de mensajeros, puesto que se mantienen siempre alrededor del trono de Dios, a menos que vigilen el símbolo de éste, el Arca de la Alianza. Son genios toma­dos en préstamo de la mitología babilónica, que personifican la luz cegadora de los relámpagos en un cielo de tormenta. E igual que las nubes ocultan la morada de la divinidad, sus alas replegadas forman la tapa protectora del Arca santa. Serafines y Querubines se diferencian por el número de las alas. Los serafines se caracterizan por seis alas oceladas (son hexápteros), mientras que los querubines sólo tienen cuatro. La fuente de esta iconografía es una visión de Isaías (6: 2): «Alrededor del solio estaban los serafines, cada uno de ellos tenía seis alas: con dos cubrían su rostro, con dos cubrían los pies y con dos volaban.»
   Esta visión de Isaías se explica por las estelas hititas que representan diosas hexápteras del tipo de aquellas que M. von Oppenheim descubrió en Tell Halaf, en Mesopotamia.
   Los serafines decoran con frecuencia los abanicos litúrgicos o flabelos que en Oriente llevan justamente el nombre griego «hexaptériga». Uno de los más bellos ejemplos es el flabelo del tesoro de Stuma (siglo XVI) del museo de Estambul. Esas dos clases de ángeles se distinguen además por su color: los serafines son rojos como el fuego, los querubines azules como el cielo.
   En Occidente, tienen un papel en la decoración de las iglesias romanas: arquivoltas de Saint Révérin (Nièvre), tímpanos de Perrecy les Forges y de Notre Dame du Port en Clermont. En el siglo XVIII, decoran una de las arquivoltas de la portada del Juicio final, en la catedral de Bourges. El tímpano de Semur-en­ Brionnais, donde Cristo aparece entre los cuatro animales del Tetramorfos y dos serafines, ofrece una amalgama de las visiones de Ezequiel e lsaías.
   Agreguemos que un serafín convertido en crucifijo alado aparece en la estigmatización de San Francisco de Asís.
Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades y Principados
   Los Tronos son las ruedas del carro de Dios. Tienen forma de ruedas ceñidas y aladas, sembradas de ojos, según la Guía de la Pintura.
   Los atributos de los otras jerarquías angélicas son más vagos y variables.
   Las Dominaciones portan el cetro y la corona, salvo que lleven casco y empuñen una espada. Las Virtudes llevan un libro. Los Principados están vestidos ya como guerreros, ya como diáconos, y llevan una rama de lis.
   Los Arcángeles luchan contra los demonios; los Ángeles, simples soldados del ejército celeste, llevan antorchas o incensarios (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Oración en el Monte de los Olivos
     De la misma manera que la Santa Cena está precedida por el Lavatorio de los pies, el Prendimiento de Jesús tiene como preludio su Oración en el Monte de los Olivos.
La oración en el Monte de los Olivos
   Esta segunda tentación de Jesús, duelo angustiante entre la carne y el espíritu, en el cual el Hombre Dios doma su miedo al sufrimiento y a la muerte al precio de un duro combate interior, se trata en los tres Evangelios sinópticos. La palabra agonía, que en griego significa lucha, no tiene aquí el sentido usual de lucha física contra la muerte, sino el de angustia moral.
     Mateo, 26: 36-46; Marcos, 14: 32-42; Lucas, 22: 39-46.
     «Entonces vino Jesús con ellos (Pedro y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan) a un lugar llamado Getsemaní.
     «Se apartó de ellos como un tiro de piedra, y, puesto de rodillas oraba, diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya. (...) Lleno de angustia oraba con más instancia; y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra.
     «Levantándose de la oración, vino a los discípulos, y encontrándolos adormilados por la tristeza, les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para que no entréis en tentación.»
     Los relatos de los tres Evangelios sinópticos concuerdan en lo esencial. No obstante presentan algunas diferencias que se reflejarán en la iconografía. Según Lucas, Cristo oraba de rodillas, mientras que de acuerdo con Mateo y Marcos, se prosternó de cara al suelo.
     Los evangelistas han tomado esta escena del Antiguo Testamento, donde el profeta Elías, que desespera a la sombra de un enebro, es reconfortado por un ángel.
Iconografía
     Los artistas distinguen tres episodios:
   1. Jesús ora.
   2. Es reconfortado por un ángel.
   3. Despierta a los discípulos dormidos.
     De ahí procede un ordenamiento en tres niveles que es de rigor en la práctica totalidad de las obras figurativas: en el centro, Jesús arrodillado; arriba, el ángel presentando el cáliz, encima del cual aparece a veces la Mano de Dios; abajo, los tres apóstoles dormidos.
1. La oración de Jesús
     El miedo físico, animal, del sufrimiento y de la muerte es una tentación más fuerte que el hambre, la ambición o la avaricia, con las cuales había especulado el diablo para vencer a Jesús en el desierto. Faltó poco esta vez para que sucumbiera, pero se recuperó rápidamente.
     Según la versión de Lucas, adoptada por la mayoría de los artistas, Jesús está representado de rodillas, con las manos unidas, los brazos separados o elevados al cielo en un ardiente gesto de plegaria, al  tiempo que Dios Padre aparece en el  cielo en busto o simbolizado por su Mano.
     Con menos frecuencia, Jesús está prosternado, extendido de cara al suelo, o con los brazos abiertos como una cruz viva.
     En el siglo XVIII, por la influencia de la estética de Bernini, Falconet lo representó sentado sobre una roca, agotado, casi desvanecido, como santa Teresa después de la Transverberación.
2. Cristo confortado por un ángel
     El cáliz es una simple metáfora de la que se sirve Cristo para hablar de su Pasión como de una copa  de hiel que debe beber hasta las heces.
     Esta metáfora ha sido tomada literalmente por los artistas. A partir del siglo XVI, casi siempre representan en la escena de la Agonía u Oración en el monte de los Olivos, un cáliz apoyado sobre una roca con una hostia suspendida encima. Sólo Lucas menciona la aparición de un ángel que generalmente lleva la cruz, y que luego toma el cáliz, sin duda porque se acostumbraba a verlo en la escena de la Crucifixión, donde se recoge la sangre de Cristo crucificado en un cáliz.
     No obstante, el cáliz no es un atributo indispensable. Mantegna y Durero lo sustituyen por los Instrumentos de la Pasión. En un cuadro de la National Gallery de Londres, el pintor de Padua evoca a Cristo arrodillado, rodeado de un enjambre de ángeles que se anticipan en mostrarle la columna de la Flagelación, la cruz, la lanza y la esponja; un grabado de Durero (1508) incluye un ángel llevando la cruz que irradia en un halo. Otro tanto puede verse en el grupo de piedra policromada de la catedral de Rodez.
     En el siglo XVII, Jouvenet sustituye el ángel único por dos ángeles, uno de los cuales sostiene a Jesús mientras el otro le presenta el cáliz.
3. Jesús despierta a sus discípulos dormidos
    Tal como sucede en la Transfiguración, los únicos testigos de la Oración en el monte de los Olivos son los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Pero fatigados por haber preparado la Santa Cena, o entorpecidos por la comida y el vino, se adormilaron mientras el Redentor oraba. Jesús se vio obligado a despertarles hasta tres veces.
     El sueño de cada uno de ellos está cuidadosamente diferenciado. Pedro despierta sobresaltado, Santiago parece víctima de una pesadilla, Juan es el único sumido un sueño apacible.
     Un tema muy infrecuente del cual el Museo Lorrain de Nancy posee un ejemplo en forma de grupo escultórico de cuatro personajes (siglo XVI) es el Desfallecimiento de Jesús entre los brazos de san Pedro y san Juan.
     En contra de los tradición, las tallas de marfil del siglo XIV introducen en esta escena a los doce apóstoles.
    En un fresco de Fra Angelico, que se encuentra en el convento florentino de San Marcos, se ha creído reconocer a la Virgen María asistiendo en espíritu a la agonía de su hijo. En realidad las dos mujeres que oran en un rincón son Marta y hermana María Magdalena, cuya casa de Betania estaba muy cerca del monte de los Olivos. Este insólito agregado es una invención personal del pintor.
     La plantación que muestra el decorado está de acuerdo con la puesta en escena de los Misterios.
     La escena tiene lugar en un huerto cercado, sembrado de olivos, rodeado, como el monte Sinaí durante la aparición de Yavé a Moisés, por un encañado o cerca hecha de ramas trenzadas.
     Los apóstoles están acostados fuera de ese recinto empalizado al que se accede por una puerta cubierta por un tejadillo. En la distancia se percibe la tropa de los guardianes del templo con antorchas y linternas, que avanzan guiados por el traidor Judas y atraviesan el puentecillo del torrente del Cedrón.
El Monte de los Olivos
     Este tema de origen oriental aparece a partir del siglo VI en los mosaicos de Rávena, pero sólo se vuelve realmente popular en el arte patético de finales de la Edad Media, que consigue un dramático efecto de contraste entre la oración angustiada de Jesús y el sueño de los discípulos.
     Durero lo ha tratado al menos cinco veces en sus grabados y dibujos, renovándolo sin cesar por medio de variantes: Cristo ora ya arrodillado, ya prosternado: el ángel tiene un cáliz, una cruz, o un cáliz rematado en una cruz.
     La popularidad de este tema se manifiesta sobre todo en el gran número de grupos esculpidos del Monte de los Olivos que se convirtieron, al mismo tiempo que los Santos Sepulcros, en uno de los temas predilectos de la escultura del siglo XV, particularmente numerosos en el sur de Alemania y en Alsacia, estos «Ölberge» pictóricos y conmovedores, están situados en el interior de las iglesias o, con mayor frecuencia, al aire libre, adosados a las capillas de los cementerios.
     También fue tratado en bajorrelieve en la escultura funeraria. En el siglo XVII apareció una nueva iconografía. Las escenas de la Pasión están interpretadas por ángeles. En un bajorrelieve de la capilla de Versalles, un ángel está arrodillado ante un cáliz; detrás de él, tres angelotes dormidos simbolizan a los apóstoles adormilados (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "Egudiel, el Ángel Confortador", anónima, en el Retablo Mayor, de la Capilla del Rosario (Montesión), de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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