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jueves, 19 de marzo de 2020

La Capilla de San José


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San José, de Sevilla.   
   Hoy, 19 de marzo, Solemnidad de San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María, varón justo, nacido de la estirpe de David, que hizo las veces de Padre para con el Hijo de Dios, Cristo Jesús, el cual quiso ser llamado hijo de José, y le estuvo sujeto como un hijo a su padre. La Iglesia lo venera con especial honor como patrón, a quien el Señor constituyó sobre su familia [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de San José, de Sevilla
       La Capilla de San José [nº 18 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 46 en el plano oficial de la Junta de Andalucía]  se encuentra en la calle Jovellanos, 12; en el Barrio de La Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo.
   Junto a la popular calle Sierpes se agrupa un pequeño dédalo de calles que se conocen popularmente como las cuatro esquinas de San José. Nombre popular que hace alusión a una de las iglesias más barrocas de Sevilla, con unas diminutas proporciones que la hacen ser conocida como la Capillita de San José.
   Fue una capilla gremial cuya construcción fue promovida por el gremio de carpinteros de la ciudad, que tenían al santo patriarca como patrón. Ya desde 1509 existía en el lugar, (entonces calle Manteros), un hospital dedicado a San José, que debió ser demolido a finales del siglo XVII por su estado ruinoso. La construcción del nuevo edificio se dividió en dos fases. La primera comenzó en 1699 bajo la dirección del arquitecto Pedro Romero, fase que concluyó en 1717 con la edificación y decoración de la única nave de la iglesia. En el año 1747 se comenzó una segunda fase, dirigida por Esteban Paredes, que terminó en 1766 con la terminación de la capilla principal y de la portada que se sitúa a los pies del templo. La capilla estuvo a punto de desaparecer por ruina a comienzos del siglo XX, salvándose de la piqueta al pasar a manos de la comunidad capuchina. En 1931 fue incendiada, perdiéndose buena parte de la techumbre y de las pinturas que decoraban sus muros, aunque se salvó buena parte de su patrimonio y pudo restaurarse con la aportación del Estado y de los fieles.
   A pesar de sus reducidas proporciones, la capilla presenta dos portadas hacia el exterior. La de los pies está realizada en ladrillo y consta de dos cuerpos. En el primer cuerpo se sitúan dos hornacinas con esculturas de San José y de San Jasón. Llama la atención la cartela que indica la agregación de la iglesia a la basílica de San Juan de Letrán en Roma. El ático lo remata la escultura de San José, situándose en las cartelas inferiores relieves con los rostros de San Fernando y San Hermenegildo. La constante presencia de palomas en los últimos años fue combatida por la comunidad capuchina con la colocación de discos cd como elemento disuasorio, atentando visual al patrimonio que provocó numerosas quejas y bromas en la ciudad. La portada lateral se culmina con un excelente grupo que representa el tema de los Desposorios de la Virgen, complicada historia inspirada en los evangelios apócrifos que narra el florecimiento de la vara de San José, una señal divina para que la Virgen optara por el mejor de los candidatos como esposo. En los laterales se distribuyen San Pedro y San Pablo y, en la parte superior, alegorías de la Mansedumbre y de la Castidad, toda una simbología de las virtudes del santo titular.

   El barroco y espectacular interior presenta una sola nave, con un pequeño crucero sobre el que se sitúa una cúpula ochavada en el exterior, quedando incluso espacio para el coro de los pies. La forma de cubrimiento es una bóveda de cañón sobre arcos fajones, siendo de destacar la original cúpula elíptica que se abre en la zona del crucero. El suntuoso retablo mayor, en la estela del más recargado barroco sevillano, se compone de un banco, cuerpo de tres calles con estípites y ático, aunque la compartimentación apenas sea perceptible por el exceso decorativo que parece invadir todo. Fue realizado por el escultor portugués Cayetano de Acosta y se estructura en torno a la imagen del titular (cercana al taller de Pedro Roldán) y del camarín que lo acoge, con una escenografía propia de los retablos tipo "cueva". En el banco se sitúan San Joaquín y Santa Ana, como precursores apócrifos de la Virgen María, tallados por Pedro Duque Cornejo. En los laterales aparecen los santos Juanes y relieves de San Sebastián y de San Roque. El ático lo preside Dios Padre entre las figuras de San Francisco y de Santo Domingo de Guzmán, fundadores de la orden franciscana y de la dominica. Estípites, rocallas, cornucopias y profusos elementos vegetales aumentan la sensación de volumen y de espacio ficticio en uno de los retablos más recargados de la ciudad.
   Los retablos del crucero aumentan la sensación de envolvimiento del fiel, teniendo un diseño incluso más atrevido que el mismo retablo principal. Siguen el mismo esquema decorativo, sirviendo el situado en el muro derecho de acceso a la sacristía. El del muro izquierdo permite ver la imagen del Niño Jesús, de la Coronación de la Virgen, San Francisco de Asís, San Leandro, San Joaquín y Santa Catalina. Los retablos del muro derecho acogen las tallas de la Inmaculada, San Isidoro, El Nacimiento (quizás de Cristóbal Ramos) y Santa Bárbara. Son obras cercanas al taller de Acosta y se datarían en la segunda mitad del siglo XVIII, al igual que las pinturas y los medallones con escenas de santos que se reparten por las bóvedas.
   Los muros de la nave presentan dos retablos que se rematan en un arco de medio punto, acogiendo la escena de los desposorios de María y José en un lateral, y una representación de Santa Ana en el otro muro. Las columnas salomónicas que los enmarcan los identifican como una obra anterior, de la primera mitad del siglo XVII. Destaca una una pintura sobre lienzo del siglo XVII con el tema del descanso en la huida a Egipto, copia de Veronés. Curiosamente, la imagen que congrega más devotos en la capilla es moderna, un cautivo realizado por Agustín Sánchez Cid que acumula numerosos exvotos de agradecimiento, un ejemplo de que las devociones actuales no se corresponden con las obras de mayor antigüedad o interés artístico (Manuel Jesús Roldán,  Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).

          Perteneció al gremio de carpinteros, y presenta planta rectangular con una sola nave y crucero, que no se manifiesta al exterior. La bóveda de la nave es de cajón con lunetos y se apoya en un ancho entablamento con ménsulas. El crucero tiene una cubierta ovalada rematada en una linterna ciega, presentando la capilla mayor bóveda de cañón. A los pies se sitúa una portada, construida en ladrillo en limpio, formada por dos cuerpos con pilastras cajeadas y decorada por azulejos y esculturas. Entre éstas sobresale la correspondiente a San José, emplazada en la hornacina superior, diseñada por Lucas Valdés en 1716. Remata la fachada una airosa espadaña recubierta de azulejos. En el muro izquierdo de la iglesia se abre una portada adintelada, coronada por una hornacina, en la que se representan los Desposorios de la Virgen.
     La construcción de la capilla se realizó en dos etapas. La primera la comenzaron en 1699 el maestro mayor Pedro Romero y sus hijos, finalizándose en 1717. Corresponde a este momento la construcción y decoración de la nave. En 1747 comenzó la segunda etapa, que estuvo dirigida por el maestro carpintero Esteban Paredes y concluyó en 1766 con la erección de la capilla mayor y la portada de los pies.
     El retablo mayor, compuesto por un banco, un cuerpo de tres calles separadas por grandes estípites y ático, se construyó entre 1762 y 1766, siendo obra de Cayetano de Acosta. Ocupa la hornacina principal una escultura de San José y en las calles laterales imágenes de San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Flanquean el camarín central esculturas de San Joaquín y Santa Ana, que tradicionalmente han sido atribuidas a Duque Cornejo. Sobre el Sagrario se coloca una Inmaculada y en el ático Dios Padre.
     Los brazos del crucero están ocupados por com­plicados retablos de atrevido diseño que se rematan con una tribuna, sirviendo además el derecho de acceso a la sacristía. En vitrinas y hornacinas se distribuyen imágenes del Niño Jesús, Coronación de la Virgen, San Leandro, San Francisco de Asís, San Joaquín y Santa Catalina, en el lateral izquierdo. La Inmaculada, San Isidoro, el Niño Jesús, el Nacimiento y Santa Bárbara, aparecen en el lateral derecho. Ambos conjuntos son prácticamente contem­poráneos al retablo mayor y fechables en el tercer cuarto del siglo XVIII. A esta misma fecha corresponde la decoración pictórica de las bóvedas y los medallones con pinturas de santos que cubren el intradós de los arcos torales.
     Los retablos situados a ambos lados de la nave, dedicados a los Desposorios y a Santa Ana, rematan en medio punto y llevan columnas salomónicas flanqueando el cuerpo central, pudiendo fecharse a prin­cipios del siglo XVIII. En el muro derecho de la nave aparece una pintura representando el Descanso de la Huida a Egipto, obra del siglo XVII derivada de Veronés. Del siglo XVIII son los diversos lienzos que aparecen colgados por los muros, los flo­rones y adornos de las bóvedas, las tribunas, el púlpito y el órgano. Todos estos elementos, finamente ejecutados y policromados, hacen del recinto uno de los más representativos del barroco sevillano. En la sacristía se distribuyen diversos lienzos de los siglos XVIII y XIX (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     Es una iglesia de planta rectangular, con una sola nave y crucero. La nave y la Capilla mayor se hallan cubiertas con bóveda de cañón con lunetos, apoyada sobre un ancho entablamento con ménsulas, el crucero sin embargo resuelve su cubrición con una cúpula elíptica rematada por linterna ciega. La portada, a los pies de la Iglesia, es de ladrillo limpio formada por dos cuerpos decorados con azulejos y esculturas, destaca la de San José, en la hornacina superior, diseñada por Lucas Valdés en 1716. El interior está ocupados por complicados retablos y pinturas murales del siglo XVIII.
     La construcción de la Capilla se realizó en dos etapas, la primera entre 1699-1717, debida a Pedro Romero y que afectó a la nave y pies de la Iglesia; la segunda, se debe a Esteban Paredes, entre 1747-1766, afectando a la Capilla Mayor y a la portada que se halla a los pies de la Iglesia (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Leyenda, Culto e Iconografía de San José;
LEYENDA
   José, esposo de la Virgen y padre nutricio de Jesús, apenas es mencionado en los Evangelios canónicos; y el de san Marcos ni siquiera lo nombra.
   Los Evangelios Apócrifos, especialmente el Protoevangelio de Santiago y la Historia de José el carpintero, escritos coptos del siglo IV, se dedicaron a colmar esta laguna con detalles pintorescos copiados en su mayoría del Antiguo Testamento.
   Relatan que José, descendiente de la estirpe de David, a pesar de sus orígenes reales, ejercía el humilde oficio de carpintero (faber lignarius), que fabricaba yugos, arados y hasta ratoneras. Según otra tradición, menos difundida, que se explica por el significado habitual de la palabra faber (obrero,artesano), habría sido herrero.
    Este pretendido descendiente «proletarizado» de los reyes de Israel habría tenido más de ochenta años cuando se casó con  la Virgen que tenía catorce. El milagro del florecimiento de la vara gracias al cual se impuso a los otros pretendientes más jóvenes, es una copia evidente del relato de la designación de Aarón como sumo sacerdote, que está en el Pentateuco (Números, 17).
   Del mismo libro (Números, 6:11-29) los Evangelios Apócrifos copiaron la historia de María bebiendo el agua probática en el templo, Juicio de Dios infligido a José y a la Virgen, después del descubrimiento de su embarazo.
   Las revelaciones de las místicas María de Ágreda y Catalina Emmerich, lo asimilan a su homónimo, José de Egipto. Igual que éste, habría sido perseguido por sus hermanos. Demás está decir que estas novelas piadosas sólo tienen un objetivo edificante.
   Los teólogos de la Edad Media han discutido interminablemente acerca de la naturaleza del matrimonio de José: ¿Ha sido el marido, o sólo el protector de la Virgen?¿El vínculo que les unía debe calificarse de copula carnalis o de maritatis societas?¿Puede llamarse esposos a quienes viven juntos sin te­ner relaciones carnales?
   Los doctores de la Iglesia opinan con la afirmativa. Explican que ese matrimonio casto (virginale conjugium) era indispensable para que la Virgen no fuera acusada de haberse dejado seducir, lo cual la habría expuesto a ser lapidada, y sobre todo para dar el pego al demonio, siempre al acecho, y ocultarle el misterio de la Encarnación (Huic Maria desponsatur ne Diabolo prodatur ratio mysterii).
   La virginidad de María no basta a los teólogos de la Edad Media: además, pretenden establecer, por añadidura, la virginidad de José antes y después de su boda. La tradición le atribuía numerosos hijos de su primera mujer, pero a santo Tomás de Aquino le repugna admitirlo. Según éste, debe creerse que así como la madre de Jesús permaneció virgen, lo mismo ocurrió con José. «Credimus quod, sicut Mater Jesu fuit virgo, sic Joseph.» Un hagió­grafo contemporáneo lo califica de padre virgen de Jesús.

   José acompaña al Niño Jesús a Egipto y lo trae de nuevo a Nazaret tras la muerte de Herodes. Después de lo cual desaparece de la escena. Ignoramos la fecha de su muerte, aunque la leyenda lo haya convertido en un pa­triarca centenario, se supone que murió antes de la Pasión de Jesús, puesto que no aparece en las Bodas de Caná, adonde sin duda habría sido invitado en compañía de la Virgen. En cualquier caso, está ausente en la Crucifixión y reemplazado en el Descendimiento de la Cruz y en el Enterramiento,  por otro José, José de Arimatea. .
   Casi no se puede dudar -escribió san Francisco de Sales-que el gran san José falleció antes de la muerte del Salvador quien, de no ser por ello,no hubiese encomendado su madre a san Juan.
CULTO
   No existen reliquias personales de san José, de lo cual se creyó poder concluir, al igual que en el caso de la Virgen, que su cuerpo había sido elevado al Cielo.
   La colegiata de Saint Laurent de Joinville, en Champaña, se jactaba de poseer el verdadero cinturón de san José, que habría sido confeccionado por la  Santísima Virgen y llevado a la cruzada de 1254 por el Señor de Joinville. Nada más singular que la curva o representación gráfica del culto de José, quien después de haber sido escarnecido durante la Edad Media como un personaje menor, e incluso cómico, a partir del siglo XVII se convirtió en uno de los santos más venerados de la Iglesia católica, asociado con la Virgen y con Jesús en una nueva Trinidad que se llama la Trinidad jesuítica (Jesús, María y José) y promovido en 1870 a la jerarquía de patrón de la Iglesia universal. En los anales de la devoción existen pocos ejemplos de un ascenso se­mejante y de un retorno tan completo.
El escarnio de José
   Puede decirse que en la Edad Media san José también ha sido sistemáticamente rebajado al tiempo que se exaltaba a la Virgen. En verdad, se trataba de probar la divinidad de Cristo, nacido de una Virgen y del Espíritu Santo, y de no permitir que se creyera que José pudiera ser su verdadero padre. De ahí la tendencia auspiciada por la Iglesia de reducirlo a la condi­ción de un mero figurante.
   Los autos sacramentales del teatro de los Misterios le asignaban un papel ridículo de anciano pasmado, tenía el empleo del «bufón» de los dramas shakespearianos. En el momento del parto, la Virgen lo envía a buscar una linterna; como si se hubiera resfriado en la gruta, José estornuda y apaga la luz. María le pide que caliente la sopa, pero él vuelca el caldero con torpeza. Como no tenían pañales para arropar al recién nacido, él ofrece unos viejos cal­zones agujereados.
   Su torpeza sólo se iguala con su avaricia de roñoso. Se apresura a meter en el cofre las ofrendas de los Reyes Magos, y cuando se trata de pagar un óbolo para la Presentación de Jesús en el templo, mete la mano en la bolsa re­funfuñando.

   Durante la Huida a Egipto, su comportamiento es aún más indigno. Un ángel le anuncia los malos designios de Herodes y le ordena evacuar hacia Egipto a la Virgen con el Niño. Ejecuta la orden de muy mala gana, des­pués de haber empeñado el velo de la Virgen y su propio turbante para conseguir dinero que le permita comprar vino (o cerveza, según un auto de fe alemán).
   Se queja porque debe cargar el equipaje en solitario, y recomienda a la Virgen María que llene bien su cantimplora, puesto que es viejo y necesita reconfortarse con tragos frecuentes. E incluso invita a la Virgen a beber un trago con él, y ésta le reprocha que haya vaciado la botella que debiera durar al menos tres días más.
   Los versos del poeta Eustache Deschamps muestran hasta qué punto «el bueno de José» era poco respetado a finales de la Edad Media:
   En Égypte s'en est alié,
   Tout lassé,et troussé
   D'une cotte et d'un baril.
   Viel, usé
   C'est Joseph le rassoté.
   (A Egipto se fue / Cansado y provisto / De un sayal y un barril. / Viejo, gastado / Está José, el tonto.)
   Auténtica «cabeza de turco», es el blanco de los versificadores del teatro de los Misterios, que lo acribillan con burlas irreverentes, al igual que a otro personaje de los Evangelios, Nicodemo, el «descendedor» de Cristo, cuyo nom­bre abreviado dio el sustantivo nigaud (bobo).
   Aún en la época del concilio de Trento, el teólogo Molano confirma que a José se le endilgó reputación de tonto que apenas podía contar hasta cinco (Qui vix quinque numerare possit).
   En el siglo XVIII, Gentileschi lo muestra durmiendo a pierna suelta, parece oírsele roncar mientras la Virgen amamanta al Niño.
La Glorificación de José
   ¿Cómo semejante personaje de comedia pudo convertirse en uno de los santos favoritos de la devoción popular? El mérito corresponde a las campañas de sus defensores franceses, el más ardiente de los cuales fue el canciller de la universidad de París, Jean Gerson; a las órdenes especialmente dedicadas a la Virgen (carmelitas, servitas) ya los predicadores  populares. Los Martirologios lo llaman gemma mundi, nutritor Domini. El anillo de boda de ónice que habría dado a la Virgen, era venerado en Perusa, en la Capilla del Anillo (Cappella dell' Anello). Su bastón se conservaba en la iglesia de los camaldulenses de Florencia. A principios del siglo XV, el teólogo Juan Gerson compuso en su honor un poema latino de tres mil versos titulado Josephina: en él se solicita al concilio de Constanza la institución de la fiesta de los Desposorios de san José. En el año 1489, Tritemio (Trithemius) compuso un tratado que se titula De Laudibus S. Josephi. Por último, el papa franciscano Sixto IV (1471-1484) introdujo la fiesta de san José en la liturgia de la iglesia romana.
   En el siglo XVI, el dominico Isolano redactó en Pavía, en 1522, un Sumario de los dones de san José, a quien atribuye los siete dones del Espíritu Santo. Fue él quien popularizó el relato apócrifo de la Muerte de José.

   La corporación de los carpinteros de obra y carpinteros, edificó en 1958 la primera iglesia romana que se puso bajo la advocación de san José: San Giuseppe dei Falegnami. En Bolonia se le había dedicado otra, más antigua.
   Su creciente popularidad después del concilio de Trento, sobre todo se debe a santa Teresa, reformadora de la orden carmelita, a los fundadores de la orden jesuítica y de la orden salesiana: san Ignacio de Loyola y san Francisco de Sales.
   Santa Teresa adoptó como patrón al glorioso san José a quien llamaba «El padre de su alma», le atribuía su curación y le dedicó su primer convento de Ávila. La iglesia de los carmelitas de París también fue puesta bajo la ad­vocación de Saint Joseph.
   Los jesuitas le concedieron un sitio en su Trinidad: J. M. J.(Jesús, María, José), popularizada por esta oración:
   O veneranda Trinitas
   Jesus, Joseph et Maria.
   En el siglo XVII, Francisco de Sales, quien consideraba a José como el mayor de todos los santos, lo convirtió en patrón de las religiosas salesianas (de la orden de la Visitación). Las ursulinas siguieron el ejemplo de las salesianas y de las carmelitas.
   La nueva devoción a san José es una copia de la que se profesaba a la Virgen. Los Siete Dolores y los Siete Gozos de san José están simbolizados por un cordón de siete nudos que los devotos llevaban bajo la ropa.
Patronazgos
   Las únicas corporaciones que lo reivindican son las de los trabajadores de la madera: carpinteros de obra y carpinteros, a las cuales se asocia la de los zapa­dores, porque  colocaban el maderamen de los puentes. En nuestra época se lo convirtió en el patrón de los obreros en general.
   Como en Belén no encontró alojamiento para la Virgen y él, se convirtió además en el patrón de los mal alojados o sin casa, clientela singularmente im­portante en nuestros días de crisis de la vivienda.
   Su fama de virgen le valió el ser invocado por los laicos, y sobre todo por los religiosos, para conservar su castidad. Se recurría a él para reprimir los impulsos de la carne (carnis motus refrenare) o para enfriar los ardores lle­vando el cordón de san José (pro castitate servanda) sobre la piel.
   O sancte Joseph, propera.
   Aestum carnis refrigera.

   Los himnos compuestos en su honor lo glorifican por haber sido: senex expers libidinis, sponsus pudicissimus, e incluso hasta «eunuchus puerperae».
   San Bernardo lo comparaba con su homónimo José de Egipto, tanto por su castidad como por la frecuencia con que Dios lo advertía en sueños.
   Al mismo tiempo, se convirtió en el patrón de la buena muerte. En efecto, se contaba  que Jesús lo había asistido durante su agonía y le había enviado a los arcángeles Miguel y Gabriel para recoger su alma acechada por el demonio. De ahí deriva el hecho de que su intercesión sea invocada por los moribundos, con preferencia a la de los ángeles que tienen la misma función en el Ars bene moriendi.
   El nombre de pila José era practicamente desconocido en la Edad Media. Fue a partir del siglo XVII que se dio a los grandes señores, e incluso a los reyes de Portugal o a los emperadores de la dinastía de los Habsburgo.
   En 1621, el papa Gregorio XV decidió que la Iglesia entera celebrara la fiesta de san José el 19 de marzo.
   En el siglo XIX se consagró oficialmente  su triunfo. En 1847, Pío IX instituyó el culto del Patronazgo de san José. En 1870 el papa elevó el rito de su fiesta (19 de marzo) y lo proclamó patrón de la Iglesia universal. El mes de marzo se convirtió en el mes de san José, para formar pareja con el mes de María.
   El culto del santo se difundió tanto que la Santa Sede se vio obligada a cal­mar el fervor de los devotos. La Congregación de los Ritos condenó el culto al corazón de San José copiado del profesado al Sagrado Corazón de Jesús, en 1873; al igual que la plegaria Ave José, que es un calco del Ave María.
   A pesar de dichas advertencias y  frenos, la devoción a san José adquirió en Canadá un auge prodigioso. Ya en 1624 los primeros habitantes de Quebec lo habían elegido como patrón. En 1904, F. André construyó cerca de Montreal un modesto oratorio de madera que en 1941 se convirtió en una majestuosa basílica de piedra blanca cuya cúpula rivaliza en amplitud con la de San Pedro de Roma. Es el mayor santuario del mundo dedicado a san José. Montreal se convirtió en un centro de Joselogía.
ICONOGRAFÍA
   La iconografía de san José es paralela a la evolución de su culto; es tardía, y alcanzó su apogeo con posterioridad al concilio de Trento.
   Comporta dos tipos muy diferentes. En el arte de la Edad Media, el esposo virginal de la Virgen (virgineus sponsus Virginis) está representado casi siempre con los rasgos de un anciano de cabeza calva y barba blanca. A partir del siglo XVI, los artistas lo rejuvenecieron y le confirieron el aspecto de un hombre de cuarenta años, con todo el vigor de esa edad. Los teólogos habían tomado la delantera, desde  principios del siglo XV, en el concilio  de Constanza, el canciller de la universidad de París, Juan Gerson, sostenía que san José no tenía ni cincuenta años cuando se casó con la Virgen María.
   Además, mientras el arte medieval casi nunca lo representa aisladamente, sin duda por temor de justificar mediante imágenes la herejía de la concepción natural de Cristo, después de la Contrarreforma se lo honró representándolo por sí mismo, ya como carpintero de obra, ya como padre nutricio de Jesús.

   l. En el primer caso, tiene como atributos los utensilios de su oficio: un hacha, una sierra, una garlopa o una escuadra.
   2. En el segundo caso, se lo reconoce por su vara florecida, que alude a su victoria sobre los otros pretendientes de la Virgen, transformada en tallo de lirio, símbolo de su matrimonio virginal. Tiene un cirio o una linterna durante la noche de la Natividad. Lleva al Niño Jesús en los brazos o le conduce de la mano como el arcángel Rafael acompañando al joven Tobías. Excepcionalmente, está caracterizado como Judío por el cuchillo de circuncisión y el sombrero puntiagudo de la judería.
   A veces forma pareja con su homónimo, José de Arimatea. Los dos José del Nuevo Testamento forman de esa manera una pareja hagiográfica análoga a la de los dos santos Juanes.
   Gracias a la propaganda de su defensora, santa Teresa, se hizo singularmente popular en el arte español. Es, junto a la Virgen de la Inmaculada Concepción, el tema preferido de Murillo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San José, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Horario de apertura de la Capilla de San José:
     Todos los días: de 09:00 a 12:45, y de 18:00 a 20:00
   
Horario de Misas de la Capilla de San José:
      Laborables: 10:00 y 19:00
      Sábados, Domingos y Festivos: 10:00, 11:00, 12:00 y 19:00

Página web oficial de la Capilla de San José: No tiene

La Capilla de San José, al detalle:

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