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miércoles, 25 de enero de 2023

La antigua Universidad Laboral, actual Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla)

     Por Amor al Arte
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     Hoy, 25 de enero, aniversario del nacimiento (25 de enero de 1725) de Pablo de Olavide, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la antigua Universidad Laboral, actual Universidad Pablo de Olavide, en Dos Hermanas (Sevilla).
   La antigua Universidad Laboral, actual Universidad Pablo de Olavide, se encuentra en la ctra. de Utrera, km. 1; en Dos Hermanas (Sevilla).
     A la hora de caracterizar el proyecto franquista de las Universidades Laborales, hacemos referencia a la utopía de manera intencionada: no en vano, la fundación de todos los centros buscó siempre la separación física de sus instalaciones respecto de las contradicciones de la sociedad urbana. Las grandes ciudades, contempladas siempre con recelo por el régimen franquista por la amenaza obrera, constituían una realidad con la cual se pretendían cortar lazos. Por esta razón, todos los establecimientos que se construyeron en España se encontraban a una distancia media de entre dos y cinco kilómetros del núcleo de población, buscando el deseado aislamiento en el que desarrollar su programa de refundación
social.
     Este era el caso de la Universidad Laboral de Sevilla, que se situó en terrenos al Sur de la ciudad, sobre antiguas fincas de labor que, con una extensión total de 310 hectáreas, habrían de procurar abastecimiento a los residentes, así como terrenos para prácticas agropecuarias y de cultivo. Pero este aislamiento no implicaba incomunicación, y como operación urbanística de gran envergadura, tuvo claras resonancias con la ciudad. Desde sus orígenes, su fundación lanzaba lazos simbólicos con la historia urbana reciente de la capital, conectando de manera directa la utopía burguesa regionalista de la Plaza de América del Parque de María Luisa con la utopía moderna que habría de alzarse al sur de la ciudad como centro universitario de los trabajadores.
     En respuesta a las pretensiones utópicas de la fundación de la Universidad Laboral, las infraestructuras se pusieron al servicio de la creación de una escenografía del tránsito que, no olvidemos, formaba parte de las imágenes de modernización que el Régimen deseaba transmitir. De esta manera, la construcción del campus ofreció el argumento definitivo para la apertura de la avenida de Felipe II, prevista en el plan de 1947, así como de la avenida General Merry, prolongación de la anterior y que servía de enlace con la Avenida de la Paz.
     A través de este cordón umbilical, y a lo largo de una década, se desplegó una escenografía a la que se sumaron otros elementos de la modernidad, como serían el conjunto de viviendas de los Diez Mandamientos (Luis Recasens Méndez y Queipo de Llano, 1958-1964), el primer centro comercial periférico de la ciudad, actualmente perteneciente a la cadena Carrefour (Alberto Donaire y Ramón Montserrat Ballesté, 1965), hasta llegar a la plaza principal de la Universidad Laboral en una estudiada escenografía monumental.
     Un leve giro en la orientación de la carretera conducía por debajo de un arco parabólico de entrada, finalmente no construido, como bienvenida al espacio principal de la Universidad, presidido por la iglesia (finalmente no construida), su torre (construida, con una altura del 67 metros), y edificios de gobierno que componían la cabeza de la organización.
     No de manera casual, la imagen sesgada que se ofrecía al acceso desde la carretera de Utrera constituía una carta de presentación, a modo de manifiesto, de su programa arquitectónico. Carta de presentación en la que la disposición de las masas arboladas vecinas a la carretera reforzaba el carácter de originario y literal de campus, entendido desde la perspectiva pastoral americana que a partir de la Universidad de Virginia (Thomas Jefferson, 1817-26) constituyó un modelo de interacción con la naturaleza que se mantuvo como referente ideal para la arquitectura docente contemporánea.
     Junto a ese espacio de transición, más allá de su carácter natural, hemos de incidir en la componente propagandística que tenían los usos deportivos que en él se desarrollaban. Piscinas y pistas de deporte se convertían en escenarios colectivos del culto al cuerpo en los que habrían de exhibirse los logros sociales del Régimen: mentes y brazos unidos, como expresión de la ansiada resolución definitiva de la lucha de clases.
     La ordenación de la antigua Universidad Laboral de Sevilla ocupa una extensión total de 310 Ha, de las cuales 96 fueron destinadas a edificación. Se trata de una ordenación que, en analogía con el carácter de ciudad que se pretendía, cabe ser descrita en dos claves fundamentales:
     En primer lugar, un conjunto "central", de enorme protagonismo formal y funcional y marcado carácter lineal, compuesto por la plaza principal, los edificios de rectorado y administración, más la galería que une los siete Colegios que componen el conjunto, hasta llegar a la central térmica que se sitúa en su extremo Norte.
     En segundo lugar, una "periferia" dispersa, constituida por serie de piezas que cambian su orientación respecto al conjunto central, destinadas a pabellones deportivos, pistas deportivas, frontones y piscinas, más las naves de prácticas y talleres.
     La adopción de esta división no es baladí, ya que es posible distinguir cómo a lo largo de su existencia, el conjunto de la antigua Universidad Laboral de Sevilla ha reproducido las vicisitudes y las contradicciones que han acontecido a mayor escala en el desarrollo de las ciudades contemporáneas. Por un lado, un "centro", perfectamente reconocible a nivel formal y simbólico, sobre el que se centran las miradas y cuidados disponibles, en coexistencia con una "periferia" perteneciente al dominio de lo casual y de la contingencia, a modo de cajón de sastre en el que las sucesivas demoliciones y nuevas aportaciones se han sucedido como en cuestionables áreas de impunidad.
     En vistas a la futura intervención patrimonial en el conjunto, se considera necesario dar un paso adelante que deshaga la dialéctica nefasta entre "centro" congelado y "periferia" desregulada, incidiendo más allá de esos elementos reconocibles que forman el "centro", para cargar las tintas en la "periferia", proponiendo para ella una ordenación conceptualmente coherente.
     En ese sentido, y en primer lugar, habremos de ampliar la visión que se centra exclusivamente en el objeto arquitectónico.
     Cabe, por tanto, hacer una crítica a la inscripción en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz del conjunto, pues en su delimitación se centra exclusivamente en las masas edificadas, reproduciendo con estrechez de miras la mencionada dialéctica, y obviando de forma lamentable otros valores presentes en la ordenación y en el paisaje de la antigua Universidad Laboral.
     La antigua Universidad Laboral de Sevilla, más allá de la indudable calidad de su arquitectura, ofrece ejemplos de una cuidadosa atención a cuestiones relacionadas con la transición entre la masa edificada y los espacios abiertos a través del control de su uso. Sin ir más lejos, la singular organización de su viario responde a los planteamientos más avanzados de jerarquización que se empleaban en Europa y Norteamérica: el ejemplo de la manzana Radburn, desarrollado por Clarence Stein y Henry Wright para la Regional Planning Association of America en 1928, se muestra de manera evidente en la antigua Universidad Laboral de Sevilla.
     Un esquema que deriva las circulaciones rodadas al borde del elemento "central", y que localiza puntualmente los accesos a los diferentes Colegios en espacios abiertos entre los mismos, permitiendo al área central del conjunto disfrutar de un carácter peatonal en el que se desarrolla la vida de la comunidad universitaria.
     El carácter de playas de aparcamiento que tienen actualmente estos espacios abiertos requiere, a nuestro entender, de una actuación que mantenga su intención inicial de servir de puntos de acceso controlado, más que de estacionamiento extensivo. De esta manera, innovaciones urbanísticas que generalmente pasan desapercibidas tras el protagonismo de la arquitectura, recibirían un tratamiento adecuado y justo a su condición avanzada.
     La arquitectura de la antigua Universidad Laboral de Sevilla constituye una de las principales señas de identidad de la Sevilla contemporánea, a partir de que en los años 50 empezase a producirse una apertura hacia nuevos paradigmas de modernidad. En esta condición renovadora será necesario insistir a la hora de abordar la futura intervención en el campus, a fin de que la Universidad Pablo de Olavide se confirme como centro de excelencia en la atención a su patrimonio.
     Atendiendo al esquema Radburn como ordenación de los accesos rodados, el área central liberada se mostraba como espacio propicio para el desarrollo de actividades comunitarias. En la transposición al caso de la Laboral de Sevilla, habremos de hacer mención al carácter singular que tiene el espacio ¿central¿ del conjunto, organizado a través de una galería cubierta que sirve de auténtica espina dorsal, a partir de la superposición de diferentes funciones: infraestructurales, circulaciones y logísticas, de la que disfrutan los Colegios que a ella se anexan.
     La galería porticada ofrece sombra y cobijo a los residentes y estudiantes, que hacen uso de este espacio como lugar privilegiado de interrelación. Anexos a esta galería, siete diferentes Colegios repiten un mismo esquema, basado en el funcionamiento de los colleges de las universidades anglosajonas, con claras resonancias monásticas que iban acordes con la gestión religiosa de estos centros, que en el caso de Sevilla, correspondía a la orden de los Salesianos. 
   La organización de los Colegios participaba del ideal de la construcción comunitaria, contando cada uno de ellos con un espacio abierto propio, a modo de claustro ligeramente deprimido y anexo a la espina dorsal del conjunto, al cual se asoman los dos edificios de dos plantas, originariamente destinados a aulas y comedor.
     Haciendo una transcripción literal de los paradigmas modernos de la zonificación, en torno a este claustro se desarrollaba la vida pública de cada Colegio, mientras que el edificio de residencia, de cuatro plantas de altura, se situaba al extremo, en proximidad inmediata a los accesos rodados perimetrales.
     El sumatorio de los diferentes Colegios producía, por efecto de repetición, un marcado carácter monumental que caracteriza al conjunto, cercano a las imágenes sobre la Hochhausstadt (ciudad de los rascacielos) que el arquitecto alemán Ludwig Hilberseimer creó en 1924 para describir a la metrópolis moderna. Sin embargo, con objeto de suavizar esa imagen abstracta y gris de la vida en la sociedad industrial, la arquitectura intentaba dar respuesta, a través del control de la escala, a las exigencias de control y fomento de la vida comunitaria.
     Así, el pequeño tamaño de las piezas de aulas y comedores, vinculadas a los espacios libres propios de los Colegios, era una concesión de amabilidad en un conjunto de una escala implacable. Por otro lado, la asociación de diferentes colores para los edificios de residencias era una nueva apuesta de naturalidad, que sigue constituyendo, hoy día, una seña de identidad del conjunto que sería interesante recuperar a través de estudios cromáticos de la época.
     Mención aparte dentro de este proceso merece el área representativa de la Universidad Laboral. En primer lugar, no renunciaba a representar su cometido representativo de cara a la sociedad urbana, en base al cambio de orientación, que abría su espacio principal hacia el acceso al conjunto desde la ciudad de Sevilla. Pero al mismo tiempo, se fijaban referentes inmemoriales propios de la pequeña escala de las comunidades rurales, hecho reflejado en el proyecto inicial, que muestra cómo el conjunto debiera haber contado inicialmente con una iglesia, que finalmente no se construyó por la existencia de capillas en cada Colegio.
     Como testimonio del carácter simbólico que dicho elemento debiera haber tenido, sí contamos con la presencia singular de la torre de 67 metros de alto, ¿giralda mutualista¿ que servía de referencia visual inmediata a la Universidad Laboral, albergando además otras funciones más prosaicas, como los depósitos de agua del conjunto, o las antenas de comunicaciones al servicio de la emisora de radio que diariamente emitía desde la institución.
     Junto a estos casos, el abandono y el descuido amenazan también a piezas singulares del conjunto, tal es el caso de la antigua central térmica, situada en el extremo norte de la galería porticada, que sigue reclamando una intervención creativa y responsable.
     Una atención singularizada merecen los edificios que formaron parte de la "periferia" del conjunto, sometidos, tal vez por su mal entendida condición apartada, a operaciones de transformación completamente inasumibles para el mantenimiento del carácter singular de la Universidad Laboral como patrimonio contemporáneo. Es en este punto donde hemos de hacer mención aparte a elementos ya desaparecidos como eran los frontones, el trampolín de tres palancas de la piscina principal, o el magnífico edificio de vestuarios de las piscinas, que por su singularidad constituían apuestas enormemente valerosas por una formalidad moderna.
     En el mismo sentido hemos de volver a insistir en el carácter negativo de intervenciones como la señalada conversión de la nave de talleres en biblioteca, que de manera absolutamente falta de criterio, compromete la espacialidad singular conseguida en el proyecto original a través del contundente mecano de su cubierta, que cubría de manera airosa una superficie de 45x165 metros a través de siete formidables cerchas.
     En último lugar, pero no por ello con menor importancia, es necesario hacer mención a las estructuras singulares de los tres pabellones deportivos, que por las osadas dimensiones de sus cubiertas de hormigón armado, son un ejemplo singular de las experiencias que en la época se realizaron sobre este material. Lamentablemente, en la actualidad, las excepcionales características espaciales de estos pabellones quedan escamoteadas del disfrute del conjunto, debido, de nuevo, a intervenciones faltas de reflexión patrimonial y que debieran ser revertidas a través del futuro proyecto de intervención.
     La antigua Universidad Laboral de Sevilla, como conjunto urbano y arquitectónico de primer orden, constituye una muestra destacada del legado de la modernidad arquitectónica en Andalucía. La Universidad Pablo de Olavide, encontrándose en la encrucijada de su futura ampliación, debe encontrar en su patrimonio arquitectónico y urbano contemporáneo las claves para su consolidación como referente entre las instituciones educativas de España.
     La construcción de la Universidad Laboral de Sevilla participaba de los ideales que desde finales del siglo XVIII, abogaban por aunar la ciencia, las artes y la tecnología, que caracterizó el desarrollo de la sociedad industrial, y de la que surgieron instituciones del prestigio del Conservatoire National des Arts et Métiers de Francia (1794) el Massachusetts Institute of Techology (MIT), fundado en 1861.
     Como se ha señalado frecuentemente, el antecedente primero de las Universidades Laborales españolas se encuentra en Bélgica, donde el gobierno socialista de inicios del siglo XX auspició la iniciativa del filántropo Paul Pastur para crear la Universidad del Trabajo de Charleroi en 1903. A partir de entonces, la cuestión de la mejora de la educación de la clase obrera se convirtió en una aspiración irrenunciable y fundamental de las sociedades occidentales.
     Dentro de ese espíritu, y a pesar de la ideología del régimen franquista, la creación de las Universidades Laborales españolas trataba de resolver la paradoja de unas reivindicaciones de la población obrera a las que había que dar respuesta, aunque anulando absolutamente la lucha de clases, a través de lo que algunos autores han llamado un proyecto de "desclasización", artificial y utópico, de la sociedad española llevado a cabo por los vencedores de la Guerra Civil.
     Partiendo de la propia terminología, que sustituía el término "obrero" por el de "productor", la cuestión obrera fue soslayada a través del adoctrinamiento político y religioso dentro del cuerpo institucional del régimen, y en los centros educativos en particular.
     Por estas razones, el conjunto de las 21 Universidades Laborales que se construyeron en España entre 1955 y 1978 ha pasado a la historia como uno de los programas ideológicos y arquitectónicos más ambiciosos promovidos por el régimen de Franco. Una condición emblemática que motivó que sus cuatro primeras realizaciones, en los años 1955 y 1956, estuviesen impregnadas de una pesada carga simbólica, aunque con caracteres completamente diferentes. 
     La Universidad Laboral de Gijón, con el espectacular conjunto diseñado por Luis Moya, se encargó de ofreció una respuesta al reto lanzado por el ministro de trabajo, José Antonio Girón, en claves monumentales y nostálgicas, si bien la construcción del edificio respondió a una función, la de Orfanato Minero, que originariamente no se correspondía con un uso universitario.
      Sin embargo, esa apuesta por la monumentalidad en Gijón, a modo de Escorial obrero, no tuvo continuidad. En el lapso de tiempo que transcurrió entre la constitución del Orfanato Minero de Gijón (1945) y la llamada "segunda oleada" de Universidades Laborales (1952), con los centros pioneros de Tarragona, Córdoba y Sevilla, los postulados ideológicos del régimen franquista empezaron a tornar desde la defensa a ultranza de la autarquía a nuevas palabras como eran "modernización", "eficiencia", y "cambio", que se incorporaron de forma decidida al discurso de la arquitectura oficial.
     Construida de 1942 a 1954 por Felipe y Rodrigo Medina Benjumea, Luis Gómez Estern y Alfonso Toro Buiza. Sufrió un largo periodo de abandono, tras usarse como Universidad Politécnica, que afectó a sus condiciones de mantenimiento. Si bien no se han producido modificaciones en su estructura esencial, en los últimos años ha hecho frente a obras de rehabilitación, para su conversión en sede de la Universidad Pablo de Olavide (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Biografía de Pablo de Olavide, personaje que da nombre al edificio reseñado;
     Pablo Antonio de Olavide y Jáuregui, Anastasio Céspedes y Monroy. (Lima, Perú, 25 de enero de 1725 – Baeza (Jaén), 25 de febrero de 1803). Fundador de las nuevas colonias de Sierra Morena y Andalucía y autor de informes sobre la reforma agraria y educativa durante el reinado de Carlos III y de escritos religiosos y novelas moralizantes a final de su vida.
     Su padre, Martín de Olavide, navarro de nacimiento, se dedicó al comercio y desempeñó diversos cargos en la administración del virreinato del Perú. Su madre, María Ana de Jáuregui, limeña, pertenecía a una familia principal del citado virreinato cuyos miembros desempeñaron importantes puestos en la administración del mismo. En su ciudad natal recibió una educación escolástica, que luego criticó. Estudió en los Colegios de San Felipe y de San Martín, regentado este último por los padres de la Compañía de Jesús y vinculado a la Universidad de San Marcos. A los dieciséis años era profesor en la citada universidad y se había asegurado la interinidad de la segunda Cátedra de Teología (Vísperas de Teología). A los diecisiete, opositó y obtuvo la Cátedra del Maestro de las Sentencias. Esta carrera docente fue acompañada de una rápida ascensión en la jerarquía oficial: en julio de 1741 fue admitido como abogado en la Audiencia de Lima, un año antes de terminar el doctorado en ambos Derechos y previa dispensa de la pasantía. En la misma fecha, el tribunal del Consulado de Lima le nombró asesor, y pasó a ejercer las funciones de asesor general del Cabildo de dicha ciudad, durante la ausencia del titular de este cargo. Finalmente, en los últimos meses de 1745, Fernando VI le nombró oidor de la Audiencia de Lima.
     Esta vertiginosa carrera pública se interrumpió al descubrirse su dedicación a diversas actividades fraudulentas, como la ocultación de la herencia de su padre a los acreedores con el fin de frustrar el pago de las deudas de éste o la falsificación de escrituras notariales. Estas actividades, junto a la relajación en el cumplimiento de sus obligaciones como oidor de la Audiencia, provocaron la apertura de un expediente en el Consejo de Indias sobre su conducta y su destitución en dicho cargo en 1750, hasta que explicase por completo las inculpaciones en que aparecía envuelto. Un año antes de su destitución, partió hacia la metrópoli, a la que no llegó hasta 1752, y se dedicó durante este período al comercio.
     Desde su partida de Lima y su posterior destitución como oidor de la Audiencia, hasta 1766 no desempeñó ningún cargo público. No obstante, hay en este período ciertos hechos que merecen destacarse: el encarcelamiento debido a las acusaciones de proceso de destitución (1754); la boda con una viuda millonaria (1755), María Isabel de los Ríos, lo que le permitió realizar nuevas operaciones comerciales, introducirse en el círculo social más ilustrado de Madrid —compuesto por Campomanes, Múzquiz y Aranda, entre otros— y viajar a Europa; el ingreso en la Orden de Santiago (1756); la obtención de una sentencia de olvido en el proceso que se inició a raíz de su destitución como oidor de la Audiencia de Lima (1757); y, por último, entre 1757 y 1765 la realización de tres grandes viajes a Europa. Visitó, entre otros lugares, Francia, Ginebra, la península itálica y, por supuesto, París, donde entró plenamente en contacto con la cultura del continente, pero sin olvidar su formación española.
     De estos años en los que estuvo alejado de la actividad pública, hay que destacar la publicación, en el año de 1764 y en un entreacto de sus viajes a Europa, de la zarzuela en un acto titulada El celoso burlado. Esta obra fue dispuesta para venderla en el teatro y fue representada en el Teatro del Buen Retiro con motivo de los esponsales de la infanta Luisa con el gran duque de Toscana.
     La dirección del Hospicio de San Fernando en mayo de 1766 y la del Hospicio de Madrid, en junio del mismo año fueron los primeros cargos que desempeñó después de diecisiete años lejos de la actividad pública. El Hospicio de San Fernando, creado tras el Motín contra Esquilache, para recoger a los vagos de la Corte, intentó plasmar la idea sobre beneficencia del conde de Aranda. El aragonés, según sus propias palabras, confió a Olavide la dirección de estas importantes instituciones, que debían ser “modelo” para el resto de las provincias de España, “por su talento, por lo que ha visto en los países forasteros y por la inclinación a establecimientos públicos” de este género.
     Unos meses más tarde, en enero de 1767, fue elegido personero del común del Ayuntamiento de Madrid, desde donde trabajó en defensa del libre comercio. Así, en un informe, firmado junto a José Antonio Pinedo, “sobre licencias y aranceles que se dan a los tenderos, confiteros y demás vendedores de comestibles de Madrid” (inéd., 1767), propone el “ilustrado sistema del Consejo [de Castilla] que en la libertad del comercio funda la esperanza de la concurrencia” en contraposición a la “monstruosa” tasa.
     Apenas llevaba un año en la dirección de los hospicios y seis meses en la personería del común, cuando fue nombrado, en junio de 1767, intendente del Ejército de los cuatro reinos de Andalucía, intendente de rentas provinciales del Reino de Sevilla, asistente de la ciudad de Sevilla y superintendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, y también se le concedió un año después la Superintendencia de las Nuevas Poblaciones de Andalucía. Al frente de estos nuevos encargos estuvo hasta 1776, año en el que fue detenido y encarcelado por el Santo Oficio.
     La principal empresa llevada a cabo a partir de su llegada a Andalucía fue la colonización de Sierra Morena —iniciada en los despoblados de La Peñuela en 1767— y Andalucía —iniciada en los despoblados de La Parrilla y de La Moncloa en 1768— con seis mil alemanes. El objetivo principal de la colonización, según Olavide, era servir de “modelo” al resto de España. De los nuevos pueblos se debían adoptar las reformas económicas con el fin de “racionalizar” la infraestructura artesanal y agraria de la sociedad estamental y eliminar los factores limitativos que impedían el aumento de la producción agraria e industrial. Olavide defendía la sociedad estamental en la que vivió, y nunca, a diferencia de muchos utopistas, estuvo a favor de un patrón de vida colectivo, sino que la base de sus reformas fue siempre el fomento del interés propio de los individuos y la aplicación de los adelantos vistos en las poblaciones “mejor ordenadas” y “más felices” de España y de Europa. Su apoyo a la sociedad estamental, no significa renunciar a la crítica de hechos como los siguientes: los excesivos privilegios de la nobleza y su absentismo, los mayorazgos, la existencia de numerosos eclesiásticos de costumbres relajadas, la especulación de los grandes arrendadores profesionales, la situación precaria de los jornaleros y de los pequeños arrendadores, la concentración de la población en pocos lugares, el sistema de arrendamiento y de cultivo, la falta de desarrollo de todos los ramos de la agricultura y de la manufactura y las precarias vías de comunicación.
     La base de la colonización olavideña la constituyeron pequeños labradores dispersos por el campo que tenían el dominio útil de la tierra gracias a un censo enfitéutico; labradores que estaban dotados por el Estado de los medios para explotar adecuadamente la tierra y que cercaban su heredad y estabulaban su ganado. Esta situación era la adecuada para que el pequeño labrador mejorara su tierra (aplicara los nuevos sistemas y métodos de cultivos practicados en Europa y regiones más prósperas de España), sembrara diversos granos y semillas, mantuviera adecuadamente cuidado su ganado y desarrollara el resto de los ramos de la agricultura (la horticultura y el plantío de árboles, principalmente). Además, los agricultores tenían una actividad complementaria que los ocupaba en los ratos de ocio, así como a su familia: la industria popular. Junto con esta industria doméstica, se propuso el establecimiento de fábricas dirigidas por particulares, que utilizasen las máquinas y los métodos de producción más adelantados de Europa y España. En definitiva, cuatro son los rasgos básicos de su empresa colonizadora: admisión exclusivamente de población útil (es decir, en edad de trabajar y conocedora de un oficio), primacía de la agricultura y del pequeño labrador, desarrollo de la industria “popular” y dispersión de la población por el campo.
     Olavide no sistematizó en un escrito los rasgos de esta sociedad modelo, sino que aparecen esparcidos en la Real cédula que contiene la instrucción y fuero de población, que se debe observar en las que se formen de nuevo en Sierra Morena con naturales y extranjeros católicos (1767), redactada por Campomanes con la colaboración de Olavide y la supervisión de Miguel de Múzquiz; en un escrito redactado al final de su vida (el Evangelio en triunfo, tomo cuarto); y en los informes, representaciones y otra documentación oficial sobre la colonización depositados principalmente en el Archivo Histórico Nacional y en el Archivo General de Simancas y cuyos destinatarios nos muestran la relación directa o indirecta de los miembros más importantes de la Ilustración y, en general, de la sociedad española del setecientos con la empresa colonizadora (el conde de Aranda, el duque de Alba, el marqués de Almodóvar, Miguel Arredondo y Carmona, Francisco de Bruna, Antonio Capmany, José Cicilia Coello Borja y Guzmán, Manuel Ventura Figueroa, el duque de Grimaldi, Miguel de Gijón, Juan Lanes y Duval, Carlos Lemaur, Miguel de Múzquiz, Miguel de Ondeano, Antonio Ponz, Manuel de Roda, Pedro Rodríguez Campomanes y José Moñino, entre otros).
     Olavide, como intendente de Sevilla, se ocupó principalmente de la navegación del río Guadalquivir entre Sevilla y Córdoba, de la reforma de los gremios comerciales y del fomento de la agricultura. Uno de los escritos más célebres del intendente es el Informe al Consejo sobre la Ley Agraria (1768), al que su autor llamaba “código de agricultura”, que influyó tanto a Romà i Rosell, Cicilia Coello Borja y Guzmán, Bruna, Sisternes i Feliu y Jovellanos, entre otros economistas de los reinados de Carlos III y Carlos IV, como en las reales provisiones de 11 de abril de 1768 y 26 de mayo de 1770 sobre reparto de tierras concejiles y baldíos.
     Para la confección de este Informe contó con un nutrido grupo de especialistas en el tema. Aunque se desconocen sus nombres, los “expertos colaboradores” del intendente pudieron ser los miembros de la Junta de Propios y Arbitrios de la ciudad de Sevilla, que elevaron una representación al Consejo de Castilla, fechada también en 1768, sobre el modo de repartir las tierras de propios de la ciudad de Sevilla. Dicha representación expone las mismas ideas que el Informe: formación de pequeños propietarios, labradores y ganaderos a un mismo tiempo, dispersos a lo largo del campo. Aparece firmada por Pablo de Olavide, Juan Antonio de Zuloeta, Joseph Luis de los Ríos, el marqués de Vallehermoso, el conde de Gerena, el marqués de Grañina, el marqués de Dos Hermanas, Joseph de Santa María y Pardo, el conde de Mejorada y Pedro Joseph Pérez de Guzmán el Bueno. También, hay razones para suponer que los miembros de esta Junta no fueron los colaboradores en la elaboración del Informe. La Junta de Propios y Arbitrios puso continuos obstáculos a los repartos de las tierras de propios de Sevilla realizados según las ideas contenidas en el Informe y es más, uno de los miembros de la Junta, el conde de Mejorada, llegó a declarar que había firmado la representación por imposición de Olavide.
     Vicente Palacio Atard (1964: 153-155) avanzó la hipótesis de que un colaborador del intendente en la elaboración del Informe pudo ser José Cicilia en contra de lo mantenido por Defourneaux (1965: 122-124). José Cicilia era personero del Común de la ciudad de Écija y uno de los escasos sujetos que apoyaba la empresa colonizadora en el seno del Cabildo de dicha ciudad y que, cuando abandonó este cargo, trabajó junto a Olavide en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Cicilia presentó la Memoria sobre los medios de fomentar sólidamente la agricultura al concurso convocado por la Real Sociedad Matritense de Amigos del País en 1776 sobre “cuáles son los medios de fomentar sólidamente la agricultura de un país, sin detrimento de la cría de ganado y el modo de remover los obstáculos que puedan impedirlos” y obtuvo el primer premio. Defourneaux fue el primero que se percató de la semejanza entre el Informe de Olavide y la Memoria de Cicilia, tras una minuciosa confrontación de ambos textos. Palacio Atard señala que esta semejanza “no haría sino describir el origen de una colaboración [de Cicilia] en el proyecto olavideño”. Defourneaux, en cambio, mantiene que Cicilia copia literalmente la mayor parte del Informe. En primer lugar, argumenta el hispanista francés que la Memoria de Cicilia no sólo tiene el mismo contenido que el Informe del intendente de Sevilla, sino que además plagia la forma y las frases, el estilo y el tono propios de Olavide. Añade Defourneaux que cuando la Matritense concedió el premio a Cicilia en 1777, Campomanes conocía la semejanza entre ambos textos; queriendo premiar de esta manera al intendente que, desde noviembre de 1776, permanecía en las cárceles de la Inquisición. Por lo tanto, Cicilia, más que plagiar a Olavide, hizo un favor a su infortunado amigo al presentar el informe a la Sociedad Matritense y conseguir el primer premio. En suma, Olavide contó con la colaboración de un nutrido grupo de expertos para la elaboración del Informe al Consejo sobre la Ley Agraria, de los que se desconocen sus nombres.
     En el Informe se describe la situación del campo andaluz y sus problemas, se aporta numerosa información y se esboza un plan de reforma completo. Su pensamiento sobre la reforma agraria recogido en este informe y en otros escritos del período 1767-1776 ofrece dos líneas bien diferenciadas dependiendo de las tierras en que se fuera a aplicar la reforma. Si eran tierras estatales (baldíos, principalmente) o concejiles (propios y comunales) se debían aplicar inmediatamente las reglas maestras de la empresa colonizadora de Sierra Morena y Andalucía, que eran un modelo para el resto del país. Si eran tierras particulares, el fin era el mismo pero mediante el empleo de la persuasión, de métodos indirectos, “sin revoluciones”. Es decir, las “demostraciones oculares” de un nuevo método de cultivo o tipo de arado, los ejemplos dados por las nuevas poblaciones de Sierra Morena y Andalucía o una legislación “suave”. La principal medida de la reforma agraria, que parte del rechazo de una tasa para la renta de la tierra, se basa en crear pequeños labradores y poner más tierra en cultivo o mejorar su labor. Propone estimular a los grandes propietarios para que enajenen a canon en frutos o arrienden a largo plazo sus tierras, y más aún a los que lo hagan dividiendo su tierra en pequeñas suertes. Otras medidas serían la educación de los nobles y eclesiásticos, que los inclinará al bien público, el establecimiento de sociedades económicas orientadas a fomentar todos los sectores económicos productivos, y la libertad de comercio interior que beneficia tanto al consumidor como al productor, al conseguir la abundancia y baratura y un “buen precio” de los productos agrícolas, respectivamente.
     Su labor como intendente del Ejército de los cuatro Reinos de Andalucía se centró en el suministro de alimentos, utensilios y vestuario a los soldados y oficiales y, en particular, en ubicar el asiento del vestuario del Ejército en el Reino de Castilla y León con el fin de fomentar la industria en Andalucía. Fue más sobresaliente su labor como asistente de la ciudad de Sevilla. En este cargo emprendió diversas reformas, que van desde una ordenación urbanística de la ciudad, hasta una nueva política de abastos, pasando por una reglamentación para la limpieza semanal de las calles. Los tres frentes en los que Olavide trabajó con mayor energía fueron en la ordenación de las diversiones públicas, en la creación de nuevas poblaciones en las tierras de propios de la ciudad (dehesas de Armajal y Prado del Rey, principalmente) y, sobre todo, en la reforma educativa.
     En 1768 redactó el Plan de estudios para la Universidad de Sevilla, junto a seis informes sobre la formación de un hospicio general, un seminario clerical, un seminario de educandas, otro de alta educación para niños y un colegio para estudios de Gramática. Al igual que el Informe sobre la Ley Agraria, el Plan de Estudios es un documento que refleja sus ideas y las de sus amigos. Para su elaboración contó con la colaboración de un nutrido y selecto grupo de intelectuales sevillanos. La Biblioteca Colombina de Sevilla conserva una copia del Plan de estudios con una nota minuciosa del conde del Águila que dice: “De D. José Cevallos es el Plan de Estudios Teológicos, y muchos materiales para la formación del Seminario clerical y lista de Autores. De D. Domingo Morico, la Planta de dicho Seminario Conciliar o Clerical; y toda la parte Matemática y la Médica, esta última con consulta de algunos profesores. Del abogado D. Bartolomé Romero la parte legal. D. Antonio Cortés hizo de Secretario y extendió el informe. El Asistente ingirió [sic] en todas sus ideas y formó los proyectos del Seminario de Nobles, Colegio de Señoritas y Hospicio, siendo originalmente suya la elección de Casas jesuitas para estos destinos. Los médicos consultados fueron D. Cristóbal Nieto y D. Bonifacio Lorite, por el P. Morico D. Antonio Anguita fue preguntado en algo por el Asistente. Todos dijeron lo que podían decir unos hombres que ignoraban el fin de la consulta pues al que más, se le mostró el Plan en bosquejo, y como idea de un facultativo sobre las mejoras que podía hacerse al estudio de la Medicina, sin objeto alguno”. La colaboración de este nutrido grupo de intelectuales sevillanos dio como fruto la convergencia de diversas influencias en el Plan de estudios, que van desde las del valenciano Gregorio Mayáns y Siscar hasta las de portugués Luis Antonio Verney, el Barbadiño. El Plan influyó a Floridablanca, quien, como primer ministro, intentó llevarlo a la práctica en otras universidades, como Alcalá o Granada.
     Todas estas actividades en Sevilla y en las nuevas poblaciones se vieron interrumpidas en noviembre de 1776 con la detención de Olavide por el Santo Tribunal de la Inquisición y la celebración de un “autillo de fe” en 1778 en el que se le acusó de impiedad, materialismo y herejía. Hay unanimidad entre sus biógrafos en señalar que el “autillo de fe” pretendió quitar de la escena a un fiel ejecutor de las reformas propuestas por el gobierno “ilustrado” y dar un castigo ejemplar que sirviese de escarmiento y aviso al resto de la minoría ilustrada. Sus reformas pudieron fracasar por diversos errores, contradicciones o enemigos, pero lo que se percibe con claridad es que se paralizaron con su encarcelamiento.
     Desde su detención en 1776 hasta su muerte en 1803 no volvió a desempeñar ningún cargo público. Olavide huyó a Francia en 1780 y su imagen fue utilizada por los ilustrados franceses, entre ellos su primer biógrafo Diderot, como prototipo de víctima de la Inquisición por emprender reformas dirigidas a paliar el atraso cultural, social y económico de España. Olavide, aunque aprobó algunas de las primeras medidas de los revolucionarios franceses, no compartió los principios en que se basaba la Revolución Francesa porque destruían los dos pilares de una “buena sociedad”, el Altar y el Trono. A raíz de su desacuerdo con los principios revolucionarios intentó pasar inadvertido y se retiró, huyendo de “los horrores de la Revolución”, al pequeño pueblo de Meung, donde administró el Hotel-Dieu, convertido en “Casa de Socorro”. En esta casa estableció a su costa una manufactura de paño para vestir a ancianos y niños pobres, al igual que años antes hiciera en el Hospicio de San Fernando. Además, fue miembro fundador de la Société Populaire de Meung.
     Coincidiendo con un período en que antiguos y nuevos amigos estuvieron en el poder (Jovellanos, como ministro de Gracia y Justicia, y Luis Mariano Urquijo o Francisco de Saavedra en la Secretaría de Estado), Olavide regresó a España en 1798 para retirarse a la ciudad andaluza de Baeza. Los últimos diez años de su vida dio a luz una extensa producción literaria.
     La obra más conocida, por las numerosas ediciones en castellano y otros idiomas, es el Evangelio en triunfo, o Historia de un Filósofo desengañado (1797- 1798), escrito en Cheverny. El libro consta de cuatro volúmenes, a destacar el último donde desmenuza de nuevo su pensamiento socio-económico, que había expuesto y llevado a la práctica entre 1766 y 1776.
     En cuanto a la reforma agraria, insiste en la formación de pequeños propietarios, poseedores al menos, del dominio útil de la tierra, asociación de la labranza y cría de ganado, introducción de mejoras agrícolas, “industria popular” y el ejemplo para que los propietarios adoptasen estas reformas, “sin revoluciones”. La diferencia más destacable con respecto a sus propuestas anteriores es que la colonización en este caso habría de ser privada, es decir, la tendrían que iniciar los particulares y no el Estado como en 1767. Otras obras de carácter puramente religioso escritas en este período son Los poemas cristianos (1799), el Salterio español o versión parafrástica de los salmos de David, de los cánticos de Moisés, de otros cánticos y algunas oraciones de la Iglesia en verso castellano (1800), y, por último, el incompleto Testimonio de un filósofo conservado en el Archivo Municipal de La Carolina (Jaén).
     Al final de su vida también escribió, con el seudónimo de Anastasio Céspedes y Monroy, novelas recogidas en sus Lecturas útiles y entretenidas (1800-1817). Algunas de estas novelas fueron reeditadas póstumamente en Nueva York en 1828. Se trata de novelas de carácter moralizante e influidas por autores ingleses como Richardson, que critican los vicios que afectan a las sociedades y a las buenas costumbres y cantan las ventajas y pureza de la vida en el campo (Luis Perdices de Blas, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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