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sábado, 28 de enero de 2023

La pintura "Santo Tomás de Aquino", de Herrera el Joven, en la sala VI del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santo Tomás de Aquino", de Herrera el Joven, en la sala VI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.       
     Hoy, 28 de enero, Memoria de Santo Tomás de Aquino, presbítero de la Orden de Predicadores y doctor de la Iglesia, que, dotado de gran inteligencia, con sus discursos y escritos comunicó a los demás una extraordinaria sabiduría. Llamado a participar en el II Concilio Ecuménico de Lyon por el papa beato Gregorio X, falleció durante el viaje en el monasterio de Fossanova, en la región italiana del Lacio, el día siete de marzo, fecha en la que, años después, se trasladaron sus restos a la ciudad de Toulouse, en Francia (1274)  [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "Santo Tomás de Aquino", de Herrera el Joven, en la sala VI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.   
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     En la sala VI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Tomás de Aquino", de Herrera el Joven (1627-1685), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, realizado hacia 1656, con unas medidas de 0'82 x 0'60 m., procedente de la donación de Dª Margarita Álvarez-Ossorio, en 1983.
    Muestra este lienzo a Santo Tomás de Aquino, de medio cuerpo, en el momento en que, con la mirada dirigida hacia arriba, recibe la inspiración divina e inicia el escrito de su famoso lienzo eclesiástico "Pange lingua gloriosis". Es una obra muy interesante desde el punto de vista iconográfico ya que el personaje se rodea de símbolos relativos a su vida y obra.
    El pintor ha representado la figura del Santo tal como la descripción del mismo ha llegado a nuestros días; de constitución corpulenta, un poco gruesa, con cara de bonachón y siempre ensimismado en sus rezos. Viste el hábito de la Orden dominica, y luce en su pecho un sol que pende de una cadena dorada alusiva a su obra "Catena aurea". Así mismo, aparece tocado con birrete en referencia a su condición de Doctor de la Iglesia, y con una pluma en la mano como recordatorio de su ingente producción escrita. En el ángulo superior derecho aparece un angelillo, que hace alusión a su nombre de Doctor Angélico, y el ostensorio por su devoción eucarística.
     Destaca el tratamiento del color con un profundo juego de contrastes de tonos y luces (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
     La actividad artística de Herrera el Joven significó dentro de la pintura española de mediados del siglo XVII una decidida orientación hasta las formas dinámicas y aparatosas del barroco. Su trayectoria artística es mitad sevillana y mitad madrileña; había nacido en Sevilla en 1627 y murió en Madrid en 1685. 
     Su formación se realizó en el seno del taller familiar, al lado de su padre Francisco Herrera el Viejo. Su biografía, redactada por Antonio Palomino señala, quizá por un exceso de leyenda, que padre e hijo no se llevaban bien debido al mal carácter del primero y que por ello el joven Herrera abandonó Sevilla después de haberle robado una importante suma de dinero. Con estos recursos viaja a Italia donde en Roma completó su formación.
     La estancia italiana de Herrera concluyó en 1650 porque al menos en ese año el entonces joven pintor se encontraba en Madrid donde sus pinturas mostraban un lenguaje innovador, brillante y espectacular tanto en el aspecto compositivo como en su dibujo y en la aplicación del color. En 1654, al morir su padre, regresó a Sevilla para hacerse cargo de su herencia, al tiempo que contrató algunos cuadros con instituciones religiosas sevillanas como la Hermandad Sacramental del Sagrario y el Cabildo de la Catedral.
     La estancia sevillana de Herrera el Joven se prolongó hasta 1660, año en que figura entre los miembros fundadores de la Academia de Pintores, de la cual fue nombrado primer presidente, cargo que compartió colegiadamente con Murillo. Sin embargo, su intención no era la de permanecer en su ciudad natal puesto que a final de 1600 regresó a Madrid, donde residió ya hasta la fecha de su  muerte. En la corte obtuvo el cargo de pintor del rey y de maestro de las obras reales, realizando trabajos pictóricos de gran interés como fueron la decoración al fresco de numerosas iglesias madrileñas, obras que por desgracia se han perdido todas.
     La representación de Santo Tomás de Aquino de Herrera el Joven ha sido recientemente donada al Museo de Sevilla. Es obra que puede estar realizada hacia 1655 cuando se encontraba en su ciudad natal con motivo de la recepción de la herencia de su padre; posee gran calidad y en ella el artista hace gala de un magnífico dibujo y un excepcional dominio del color. Al mismo tiempo Herrera el Joven ha sabido captar una emotiva expresividad en la figura del Santo que contrasta con la leve y graciosa actitud del pequeño ángel, que tras él empuña una custodia (Enrique Valdivieso González, Pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia
HISTORIA Y LEYENDA
   Nacido cerca de Aquino, en Campania, en 1225, en principio fue oblato en el monasterio de Montecasino, pero continuó sus estudios en Nápoles, don­de en el año l243, contra la voluntad de su familia, ingresó en la orden de los dominicos.
   Discípulo de Alberto Magno en Colonia y en París, en 1252 profesó como teólogo en la Sorbona y tuvo una segunda residencia en París entre 1269 y 1272.
   Murió en 1274 a los cuarenta y ocho años de edad, en la abadía cisterciense de Fossanova, mientras se dirigía al concilio de Lyon.
   Su obra capital es la célebre Summa theologica que le valió el título de Doctor angelicus, Scholarum prínceps, Lumen Ecclesiae.
   Su biografía ha sido engalanada con numerosas leyendas que inspiraron a los artistas.
   Un ermitaño anunció a su madre que el hijo que iba a parir se convertiría en un gran santo.Con un tizón encendido expulsó a una mujer impúdica que había entrado en su habitación para seducirle. Dos ángeles le ciñeron un cinturón de castidad para protegerlo, de allí en adelante, contra las tentaciones de la carne. Deseaba arenques frescos como los que comiera en París. Un pescador de Terracina se los proporcionó, aunque esa especie ictícola fuese desconoci­da en aquellas latitudes. Un monje dominico de la ciudad de Brescia lo vio aparecer junto a san Agustín, con el pecho adornado con un gran carbúnculo (rubí) que ilumi­naba a la Iglesia.
CULTO
   Canonizado en 1323 por el papa francés de Aviñón Juan XXII, se convinio en motivo de orgullo de la orden de los dominicos, que lo celebraba como el quinto Doctor de la Iglesia latina.
   En 1369 su cuerpo fue trasladado a la iglesia de los dominicos de Toulousse, casa matriz de la orden. El monumento funeral que se le erigió poco después del traslado de sus reliquias, en 1629 fue reemplazado por un nuevo mausoleo. El papa Urbano V concedió su brazo derecho al convento de Saint Jacques de París, de allí la denominación jacobinos (Jacobins), que se aplicó a los dominicos.
   En 1567 el papa Pío V decretó que la Iglesia, a partir de entonces, profesaría a santo Tomás de Aquino el mismo culto que a los Padres de la Iglesia. Así se explica el cuadro de Zurbarán que se conserva en el Museo de Sevilla, donde se lo representa de pie entre los cuatro doctores de la Iglesia latina: san Ambrosio, san Agustín, san Gregorio Magno y san Jerónimo. 
 Particularmente venerado en Nápoles, era el patrón no sólo de la orden de santo Domingo, sino de los teólogos en general, de las escuelas y de las universidades católicas. Los libreros y fabricantes de lápices (fabbricanti di ma­tite) también se ponían bajo su protección.
   En España, el convento de los dominicos de Ávila, que hicieron construir los Reyes Católicos y donde se erigió la tumba de don Juan, está puesto bajo su advocación.
   A causa de un episodio de su leyenda, se lo invocaba como protector de la castidad. A su cinturón, que se conserva en Vercelli, se le atribuía la facultad de apaciguar los ardores lascivos (omnem libidinis motum).
ICONOGRAFÍA
   Según los testimonios de sus contemporáneos y su retrato de Montecasino, era muy corpulento, y hasta obeso.
   Pero los artistas lo adelgazaron para idealizarlo, tal como lo hicieran con el franciscano san Antonio de Padua. Se complacieron en representarlo entre Aristóteles y Platón, pisoteando al herético árabe Averroes. Sobre la túnica lleva el cinturón de castidad (cingulum castitatis) que le colocaran dos ángeles. Sus atributos usuales son la paloma del Espíritu Santo, que le habla al oído, un emblema que comparte con el papa san Gregorio Magno, una estrella o un pequeño sol que, aludiendo a la visión del monje de Brescia, brilla como un carbúnculo ya sobre su pecho, ya sobre su hombro derecho.
   Aunque es infrecuente, en algunas representaciones sostiene una maqueta de iglesia, que significa que se encuentra situado entre los grandes doctores de la Iglesia; un cáliz y un lirio.
   A veces, en alusión a su título de Doctor angelicus se lo ha representado con alas, o tal vez haya sido a causa de una confusión con el predicador domi­nico san Vicente Ferrer (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Francisco de Herrera el Joven, autor de la obra reseñada
     Francisco de Herrera, El Mozo. (Sevilla, 28 de junio de 1627 – Madrid, 25 de julio de 1685). Pintor y arquitecto.
     Hijo del pintor homónimo llamado El Viejo y de su esposa María de Hinestrosa, recibió su primera formación con su padre, hombre rígido y difícil, con el que hubo de tener problemas, no sólo en asuntos de su arte, sino personales. Palomino dice que abandonó la casa paterna apoderándose “de seis mil pesos” con los cuales metió religiosa a una hermana que le acompañó y él se marchó a Roma, “donde acabó de perfeccionarse en la pintura”. Este episodio tal vez tenga que ver con la boda con Juana de Auriolis en 1647 que se deshizo, en fecha desconocida, con divorcio. La estancia en Italia no está documentada pero, según Palomino, estuvo varios años en Roma, donde se aplicó a pintar bodegones, especialmente de peces, de donde le vino el sobrenombre de il Spagnolo degli pexe.
    En 1653 estaba de regreso en Madrid, donde contrató el retablo mayor de los carmelitas de San Hermenegildo, hoy parroquia de San José. El único lienzo subsistente, San Hermenegildo en gloria (Museo del Prado), es una obra maestra. En 1655 estaba en Sevilla, solicitando ser inscrito en la Hermandad Sacramental del Santísimo Sacramento para la que pintó ese mismo año el Triunfo del Sacramento (catedral de Sevilla) y de inmediato San Francisco en gloria, para su altar de la misma catedral, que se instaló en junio de 1657. Son dos obras maestras las que contribuyen a renovar, en sentido barroco, el ambiente pictórico sevillano, con influencia decidida de Murillo y Valdés Leal.
     En enero de 1660 se constituyó la Academia de Sevilla, con Herrera y Murillo alternándose en la presidencia, pero en noviembre del mismo año ya no estaba en la Academia. Pasó a Madrid donde, antes de la muerte de Felipe IV en 1666, decoró la bóveda de la iglesia de Atocha inaugurada en 1665. En los años sucesivos trabajó para la Corte y en noviembre de 1672 se le nombró pintor del rey Carlos II. Pero no perdió el contacto con Sevilla, pues el lujoso libro de Torre Farfán, dedicado a las fiestas de la ciudad hispalense por la canonización de san Fernando, tiene grabados excelentes de Herrera. Entre diciembre de 1672 y los primeros meses de 1673 se ocupó en diseñar escenarios para las representaciones teatrales celebradas en el Salón Dorado del Alcázar. Por fortuna, se han conservado algunos dibujos en la Biblioteca Imperial de Viena.
     En 1674 trazó el retablo de la iglesia del Hospital de los Aragoneses o de Montserrat, destruido en 1903, cuyas columnas salomónicas se conservan muy deterioradas en los almacenes del Patrimonio Nacional, que le proporcionó un lugar destacado y de avanzada en la arquitectura de retablos. La realización de ese retablo, supervisada por él, estuvo a cargo de José Ratés y el joven José de Churriguera. En los años siguientes a la par que crecía su actividad como arquitecto, progresaba su currículum palaciego. En 1677 se le nombró “ayuda de la furriera”, y en el mismo año maestro mayor de las obras reales. En 1679 revisó los planos del templo del Pilar de Zaragoza, que había enviado el Cabildo eligiendo el de Felipe Sánchez, pero al año siguiente, por disposición real, pasó a Zaragoza a controlar las obras, introduciendo algunos cambios en el proyecto hasta que los enfrentamientos con el Cabildo le obligaron a volver a Madrid, donde, debido a que en su ausencia Carreño se ocupó de la dirección de una escultura de san Lorenzo para El Escorial, Herrera creyó que se menoscababan sus privilegios de maestro mayor y, según Palomino, desató una violenta campaña de “papelones” satíricos contra él.
     También, en 1680, un grupo de pintores, que desde Roma, solicitaban la creación de una Academia española en aquella ciudad a imitación de la francesa, invocaban su nombre para dirigirla si se llevaba a cabo, prueba de su prestigio y de que su paso por Roma no se había olvidado.
     En 1684 redactó un testamento estando “sano de cuerpo y de entendimiento”, y en agosto de 1685 falleció. La semblanza que de él ha dejado su primer biógrafo dibuja un hombre de ingenio pronto, agudo y vivaz, pero de trato difícil.
    De sus obras, han desaparecido los frescos de San Felipe el Real, de Atocha y de Santo Tomás, todos ellos en Madrid, que se inscribirían en la estela de los boloñeses Mitelli y Colonna. De las obras que Palomino refiere al óleo, se conservan los dos cuadros grandes que, procedentes del convento de Santo Tomás (Ecce Homo y Camino del Calvario), guarda el Museo Cerralbo de Madrid, el Sueño de San José de la misma procedencia, que estuvo en el Chrysler Museum de Norfolk, que ahora se encuentra en la colección Arango, y los óleos encastrados en la cúpula de los agustinos recoletos, que están en el Museo del Prado (San León, San Hermenegildo, San Nicolás de Tolentino, Santa Águeda, Santa Teresa, Santa Ana, Santa Justa y San Antonio de Padua) son obra desigual que denuncia la labor de colaboradores. En Aldeavieja de Ávila, en la ermita del Cubillo, un retablo que alberga la Anunciación en el ático; santos (San Antonio de Padua y San Luis de Francia en una de las calles laterales, y una Huida a Egipto en la predela; y en el convento del Corpus Chisti o las “Carboneras” de Madrid, un pequeño retablo conserva las pinturas del banco, que Palomino califica de “cosa peregrina”.
     Herrera cultivó también el retrato con elogio de sus contemporáneos, pero no ha quedado constancia de su actividad en este campo. Sólo un retrato de Don Luis García de Cerecedo, procedente de la iglesia de Aldeavieja y ahora en colección particular, le ha podido ser atribuido con verosimilitud.
     Fue también dibujante prolífico, de pluma libre. Contribuyó a la difusión del Barroco pleno, tanto en Madrid como en Sevilla, constituyendo junto a Carreño y Francisco Rizi, que fallecieron en el mismo año 1685, la tríada que representó mejor el punto de partida del Barroco pleno madrileño (Alfonso E. Pérez Sánchez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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