Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Huelva, déjame ExplicArte los principales monumentos (Casa Grande – Centro Cultural; Cementerio y antigua Ermita de San Roque; antiguo Convento de Santa Clara; y Ermitas de San Antonio de Padua, y de San Sebastián) de la localidad de Ayamonte (II), en la provincia de Huelva.
Casa Grande - Centro Cultural
Manuel Rivero, que vivía en la calle San Sebastián, en la Villa, decide trasladar su residencia familiar, y construir un edificio funcional y representativo de su actividad comercial y de su status social, en La Ribera, en una zona en franco desarrollo. No había terminado la construcción de la Casa de la Laguna, cuando emprende este nuevo proyecto, que iba a requerir una fuerte inversión económica. Un golpe de suerte le aportó la inyección extraordinaria de dinero para acometer la obra y terminarla, cuando llevó a feliz término la recuperación de los navíos San Jorge y La Princesa, y su traslado desde Lagos hasta Cádiz.
Después de agrupar varios solares, encomienda el proyecto a Pedro Luis Afanador, arquitecto gaditano, autor de obras tan importantes como el Hospital de Mujeres, el convento de Descalzas Concepcionistas y la casa del Marqués de Campo Fuerte. Opta por un tipo de edificio habitual entre los comerciantes y hacendados de Sevilla y de Cádiz: una planta baja dedicada a apeadero, almacenes de las mercaderías, bodegas de vino y de aceite; en entresuelo servía para los despachos, archivos y vivienda de los empleados; y la planta noble para habitaciones principales.
La gran fachada, por su parte, hacía pública la importancia de los negocios que en ella se llevaban a cabo, y, al mismo tiempo, prestigiaba a sus moradores. El cuerpo inferior, correspondiente a la planta baja y entresuelo está fabricada por piedra ostionera de Puerto Real, que queda vista al exterior; mientras que el superior aparece estucado y esgrafiado con labores geométricas. La fachada, simétrica, se compone de cinco vanos adintelados por planta, que tienen como eje una gran portada, formada por pilastras que abarca los vanos del primer cuerpo, enmarcados en molduras mixtilíneas, ventana de entreplanta ennoblecida por rica labor de forja, balcón con baranda de hierro y tejaroz de pizarra. El resto de las ventanas quedan cerradas por sencillas rejas de forja sobresalientes. Por un extremo, después de un leve hiato y un ligero quiebro en línea de fachada, se añade un sexto orden de puerta y ventanas, para acceso a la zona de carruajes.
La casa debió estar terminada en diciembre de 1744. Además del ladrillo de Sevilla y la piedra de Puerto Real, se usó la piedra de Tavira para las columnas y peldaños, y el mármol blanco de Génova para el brocal del aljibe, la pila de agua bendita del oratorio y el reloj de sol. En su construcción intervinieron, además del arquitecto Afanador, los maestros de obras Manuel Gómez, de Sevilla, y los maestros locales Juan Escamilla, alarife, y Palma, carpintero. La forja y la cerrajería las hizo el herrero ayamontino Machado. Los canteros que labraron la piedra de Puerto Real fueron Blas y Lorenzo; otro trabajó la piedra de Tavira, aunque la terminación de las columnas se debió a un cantero de Sevilla, llamado Estrella, y un peón de Cádiz. Indudablemente, la Casa Grande ha contribuido a otorgar a Ayamonte una especial impronta, que tanto la semeja al urbanismo gaditano.
Su interior se enriqueció con numerosas obras de arte, estudiadas por Alfonso Pleguezuelo, y que hoy están repartidas entre los herederos. La Casa Grande estuvo habitada desde 1745 hasta 1977, en que fue enajenada. El Ayuntamiento la adquirió en 1996, y, tras su rehabilitación, la destinó a Casa de Cultura, dotada de salón de actos y numerosas salas de exposiciones, entre las que destaca las salas dedicadas a los conjuntos pictóricos del retablo de Cristo Salvador, de Jan van Hemessen, depósito de la parroquia del Salvador, y las pinturas de la Casa Cuna, depósito de la Diputación Provincial.
El antiguo retablo de la parroquia ayamontina de Nuestro Señor y Salvador estaba bastante deteriorado en 1735, en que se habla de ocho tablas, por lo que es posible que ya por entonces se hubiera perdido la tabla de San Lucas. Entonces se encargó un nuevo retablo a José Fernando de Medinilla, en el año 1740. Las tablas del primitivo retablo desarrollaban un discurso cristológico, que, teniendo como principio y fin la Transfiguración -iconografía propia de Cristo Salvador- recorría las escenas de la pasión y muerte de Jesús: Flagelación, Escarnio, Crucifixión y Llanto sobre Cristo muerto, ante los testigos inspirados, los cuatro Evangelistas. Las tablas se atribuyen al pintor de Amberes Jan Sanders van Hemessen, quien pudo realizarlas en torno a 1545. Hemessen es considerado como uno de las más destacados pintores romanistas de la Amberes de los años 1520 al 1556, que sirvieron de puente entre los primitivos góticos y los maestros de la pintura de género del barroco holandés. Su taller coincide en el tiempo con los de pintores tan insignes como Joos van Cleve, Quentin Massys, Joachin Patinir, Gerard David, Valentin y Bernard van Orley.
Las piezas más destacadas son la Flagelación y el Llanto sobre Cristo muerto. En estas tablas, y en las demás, podemos admirar la plasticidad, casi táctil, de las formas, y muy especialmente la tersura de la piel de rostros y de manos, síntesis de las encarnaciones de los flamencos y del sfumato leonardesco. Dan relieve a la composición los contrastes lumínicos y cromáticos, y hacen que la atmósfera penetre entre los personajes. La proyección difusa de la luz favorece la calidad del modelado, la creación de suaves claroscuros, con modulaciones delicadas de la luz a la sombra, y la acertada descripción anatómica. Toda la maestría del pincel se dirige a conseguir el máximo realismo, para transmitir el rico contenido teológico y producir la mayor conmoción del sentimiento religioso.
De la parroquia de Las Angustias se exhiben, en depósito, los cobres flamencos de la Adoración de los Pastores y de la Adoración de los Reyes, de autor anónimo flamenco del círculo de Franz Francken II, hacia 1630-1640.
También se expone un conjunto de seis pinturas procedentes de la Casa Cuna de Ayamonte, que estaban situadas en distintas dependencias administrativas. Tienen en común su origen en donaciones particulares, como las que hicieron las hermanas Urbana y Juana Garfias antes de 1733, y su temática religiosa centrada en personajes infantiles. Santa Justa y Santa Rufina al pie del Calvario es obra de un autor sevillano, seguidor de Murillo, de fines del s. XVII. Figura ya en el inventario de 1733. Sobre un fondo tormentoso, compone el anónimo autor una mística escena, de rigurosa simetría, centrada por un Cristo crucificado, a cuyos lados se sitúan las niñas mártires, Santas Justa y Rufina, quedando al fondo el episodio del martirio de las jóvenes, ocurrido hacia el año 287. El cuadro establece tres planos, cuyos contenidos iconológicos se entrelazan: en la lejanía, a la izquierda, la salida de una ciudad amurallada: Jerusalén, para aludir al monte Calvario, o las murallas de la Macarena, ante la que fue decapitada la joven Rufina. A la derecha, una escena de martirio establece el nexo de unión entre la historia y el culto de las santas. En el eje compositivo, en un plano intermedio, Cristo crucificado, sobre un montículo, con la calavera de Adán en la base. En primer plano, las mártires alfareras, vestidas con túnica y manto, mostrando a sus pies las vasijas de barro, de variadas formas. Todo ello queda envuelto en una atmósfera densa y oscura, apenas iluminada por un fugaz relámpago que desgarra el cielo. Esta obra puede asociarse a la titulada Calvario con San Ignacio y Santa Bárbara, de la sacristía mayor de la Catedral de Sevilla. Al igual que esta obra sevillana, se puede datar el lienzo ayamontino en los últimos años del siglo XVII.
Forman pareja dos cuadros de óleo sobre lienzo, que representan a La Virgen Niña hilando, o La Hilanderita, y el Niño Jesús de la Espina, atribuidos a Andrés Pérez, de hacia 1700. Ambos aparecen sentados, en posición simétrica. La Virgen niña aparece ocupada en hilar lana con la rueca, vestida como una princesa, y adorna da con preciosas joyas. Tras la inocente escena se encierra la premonición de la pasión de su Hijo: el velo del templo que ella está hilando se verá desgarrado de arriba abajo al producirse la muerte redentora de Jesús. El contraste entre la placidez de la escena presente y la tragedia que se cierne en su destino es un cabal ejemplo del gusto barroco por la paradoja. El Niño Jesús, sentado, en posición de tres cuartos, en un pequeño sillón con brazos de madera y asiento y respaldar tapizado en terciopelo rojo, medita en los futuros tormentos de la pasión; ha trenzado una corona de espinas, que reposa en su regazo, y se ha pinchado en un dedo con una espina de la corona. Se trata de un presagio de la pasión, a través de una descripción amable y melancólica. El tema es especialmente apreciado en los siglos del barroco, inmersos en la teología de la participación en los méritos de Cristo por las buenas obras y el sacrificio personal. El contraste entre el candor y la dulzura del niño y el horror de los instrumentos de tortura lo gran conmover los sentimientos del fiel. Ambos cuadros fueron restaurados por José Vázquez hacia 1985.
Los Desposorios místicos de Santa Catalina, de autor anónimo sevillano, del círculo de Andrés Pérez, primer tercio del s. XVIII, figuraba en el inventario de 1798. Representa una escena divina a lo humano, o retrato de dos niños efigiados a lo divino. Sobre un alto sillón tapizado de terciopelo rojo, el Niño Jesús, vestido a la moda infantil de principios del siglo XVIII, ofrece la mano derecha a la joven Catalina, destacando en el gesto la sortija o alianza de su dedo índice. Santa Catalina, identificada por los símbolos iconográficos del martirio -la palma y de la rueda dentada- es representada como una joven infanta, ataviada con ricos ropajes y costosas joyitas. Como los anteriores, ha sido restaurado por José Vázquez hacia 1985.
San Juan Bautista niño es copia de Murillo, de hacia el primer tercio del siglo XVIII. Aparece en el inventario de la Casa Cuna de 1798, realizado por Francisco Fernández. Se trata de una copia del San Juanito y el Cordero, que se encuentra en el Museo del Prado, de Madrid. La Virgen de la Soledad sigue la tradición murillesca, y podría datarse en los primeros años del s. XIX. Lo encontramos por primera vez en el inventario de 1828. Gran importancia adquiere el marco dorado, que casi le roba protagonismo al cuadro (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
Se trata de un tipo de edificio habitual entre los comerciantes y hacendados de Sevilla y Cádiz: una planta baja dedicada a apeadero, almacenes, bodegas de vino y aceite; en entresuelo servía para despachos, archivos y vivienda de los empleados; y la planta noble para habitaciones principales.
El cuerpo inferior, de la gran fachada, se corresponde con la planta baja y entresuelo. Está fabricado en piedra ostionera de Puerto Real, que queda vista al exterior; mientras que el superior aparece estucado y esgrafiado con labores geométricas. La fachada, simétrica, se compone de cinco vanos adintelados por planta, que tienen como eje una gran portada, formada por pilastras que abarca los vanos del primer cuerpo, enmarcados en molduras mixtilíneas, ventana de entreplanta ennoblecida por rica labor de forja, balcón con baranda de hierro y tejaroz de pizarra. El resto de las ventanas quedan cerradas por sencillas rejas de forja sobresalientes.
Manuel Rivero, que vivía en la calle San Sebastián, en la Villa, decide trasladar su residencia familiar, y construir un edificio funcional y representativo de su actividad comercial en La Ribera, en una zona en franco desarrollo. No había terminado la construcción de la Casa de la Laguna, cuando emprende este nuevo proyecto, que iba a requerir una fuerte inversión económica. Un golpe de suerte le aportó la inyección extraordinaria de dinero para acometer la obra y terminarla, cuando llegó a feliz término la recuperación de los navíos San Jorge y La Princesa, y su traslado desde Lagos hasta Cádiz.
Después de agrupar varios solares, encomienda el proyecto a Pedro Luis Afanador, arquitecto gaditano, autor de obras tan importantes como el Hospital de Mujeres de Cádiz. Opta por un tipo de edificio habitual entre los comerciantes y hacendados de Sevilla y de Cádiz. La casa debió de estar terminada en diciembre de 1744. Además del ladrillo de Sevilla y la piedra de Puerto Real, se usó la piedra de Tavira para las columnas y peldaños, y el mármol blanco de Génova para el brocal del aljibe, la pila de agua bendita del oratorio y el reloj de sol. En su construcción intervinieron, además del arquitecto Afanador, los maestros de obras Manuel Gómez, de Sevilla, y los maestros locales Juan Escamilla, alarife, y Palma, carpintero. La forja y la cerrajería las hizo el herrero ayamontino Machado. Los canteros que labraron la piedra de Puerto Real fueron Blas y Lorenzo; otro trabajó la piedra de Tavira, aunque la terminación de las columnas se debió a un cantero de Sevilla, llamado Estrella, y un peón de Cádiz.
El inmueble estuvo habitado desde 1745 hasta 1977, en que fue enajenada. El Ayuntamiento la adquirió en 1996 y, tras su rehabilitación, la destinó a Casa de la Cultura, dotada de salón de actos y numerosas salas de exposiciones, entre las que destaca las salas dedicadas a los conjuntos pictóricos del retablo de Cristo Salvador, de Jan van Hemessen (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Era costumbre que los enterramientos se efectuaran en el subsuelo de las iglesias, algunos de ellos en bóvedas próximas a determinados alta res, para los donantes y sus familiares. Pero en el siglo XIX se generalizaron, por evidentes razones higiénicas, los cementerios en el extrarradio de las poblaciones, en lugares bien aireados. En el año 1801, el mayordomo de la fábrica parroquial de Las Angustias solicitó la construcción de un cementerio junto a la ermita de San Benito. Finalmente se construyó en 1805 junto a la ermita de San Roque.
La capilla, remodelada en 2005, está presidida por el Cristo del Buen Viaje, escultura en madera policromada. El crucificado, muerto, pende de tres clavos sobre una cruz arbórea. Presenta corona de espinas y tres potencias de plata. El paño de pureza se pliega en aspas al centro, y cuelga por los lados en ligero movimiento. Por la forma cruzada del perizoma podríamos pensar en un autor anónimo del círculo gaditano genovés del siglo XVIII.
La escultura proviene de la Ermita del mismo nombre, hoy desaparecida, que se situaba a la salida de la población, a la distancia de mil pasos, saliendo de esta ciudad para la villa de Lepe, junto al lugar donde se levanta el actual Auditorio Municipal.
La ermita era cuidada por el gremio de hortelanos y molineros de los alrededores, que redactaron unas reglas en 1762, aunque dan a entender su existencia desde fechas anteriores. En el año 1850, el párroco de las Angustias, José María Aguilera, trasladó la dicha imagen de Jesucristo y los ornamentos a la ermita del Cementerio, en donde a la sazón hacía falta.
El antiguo retablo de Santa Ana, que procede del convento de San Francisco pasó a la capilla de las Hermanas de la Cruz. Se trata de un retablo de un cuerpo y tres calles, de madera en su color de traza y ornamentación rococó, de la segunda mitad del siglo XVIII (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
El convento de clarisas, hoy habitado por las Hermanas de la Cruz, fue fundado por doña Isabel de Zamora, viuda de Alonso González Palacios, por escritura otorgada en Ayamonte el 2 de abril de 1639. Se fundó bajo la dedicación de Nuestra Señora de la Limpia Concepción y San Ildefonso, bajo la segunda regla de Santa Clara. El edificio habría de presentar la disposición de un convento de clausura, para la vida contemplativa, en la que no faltaría el compás y el claustro, al que confluirían la iglesia, el refectorio y los dormitorios. El terremoto del 1 de noviembre de 1755 causó tan graves desperfectos, que obligó a las clarisas a residir hasta 1761 en el Hospicio de Niños.
Por las medidas desamortizadoras, tuvieron que salir de Ayamonte y agregarse a las clarisas de Moguer en 1855. Tras no pocas gestiones realizadas por doña Vicenta Íñiguez, las clarisas volvieron en 1864, pero, al no ver posibilidades de continuidad, consiguió atraer la voluntad de Santa Ángela de la Cruz, para que hiciera en Ayamonte su tercera fundación. En la actualidad, lo más notable que queda de la primitiva fundación es la elegante ventana geminada, labrada en piedra con el peculiar arcaísmo que podría atribuirse a la presencia de canteros portugueses formados en la tradición manuelina. El ajimez está enmarcado por dos balaustres muy delgados, de cuyos capiteles surgen los dos arcos de medio punto, que se apoyan en el parteluz, una fina columna lisa, con el mismo tipo de capitel que los balaustres. El trasdós de los arcos, decorado con ganchos de cardinas, se prologa en forma de arco conopial, rematado en una flor de cardo en su coronamiento.
La espadaña presenta dos vanos de medio punto sobre pilastras. Fue levantada después del terremoto de Lisboa, en el año 1763, como puede leerse en su entablamento. Destaquemos los elementos túmidos situados sobre el eje de las pilastras, cuyo parecido con la torre de las Angustias y con la de la vecina localidad de Villablanca es innegable (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
La ermita de San Antonio fue promovida por el gremio de marineros. También se la conocía como "Capilla de la Marina" (1833). Tiene una sola nave cubierta con techumbre de madera en forma de artesa con tirantes. Un arco triunfal apuntado abre a la capilla mayor de planta cuadrada, cubierta con bóveda de nervadura. El testero de fondo, plano, se adorna con un sencillo retablo de escayola. A los pies de la nave se levanta la tribuna del coro, con antepecho de madera, de barrotes torneados.
Los tres paños de la cubierta son de par y nudillo, a dos vertientes, sin lima. Las vigas, cintillas y tablazón son lisos; por el contrario, el arrocabe y las cuatro tirantas están talladas con roleos vegetales. Las ménsulas sobre las que reposan las tirantas adoptan la forma de dragones. De la tiranta que está junto al arco de triunfo pende una embarcación, tallada en madera. La armadura fue realizada entre abril y agosto de 1597, gracias al armador ayamontino Diego Lobato. Los artífices fueron los carpinteros de la localidad Sebastián Fernández y Francisco Álvarez. La ermita, precedida de un atrio, tiene una escueta fachada clásica, cuyos perfiles laterales denuncia una cubierta a dos aguas. Se remata con una espadaña de un solo vano, con campana, y antepecho de hierro. Llama la atención la serie de lienzos, situados bajo el arrocabe de la techumbre, que recuerdan diversos episodios relacionados con el santo lisboeta, pintados en 1729 y retocados en 1858. En sendas cartelas se explica el contenido de cada lienzo. En la flanco de la epístola se inicia la serie, con la escena del nacimiento del santo, que aparece en una cuna, rodeado de familiares y sirvientes, mientras que la madre se ve acostada en su cama bajo dosel. A continuación, se representa una escena conventual, en que el santo deja los hábitos agustinos para recibir los de la orden seráfica. Sigue otra escena, con el milagro del joven de la pierna cortada. La última escena resulta difícil identificar, por su deterioro.
En el lado del evangelio, la primera escena tampoco puede identificarse. Otro lienzo refiere la curación de la Infanta de Portugal. Inmediatamente después viene la escena de la toma del hábito franciscano. Una escena de ambiente militar se refiere a una reprensión que hizo el santo al general Exceligno. Acto seguido, hay otra escena con el sepulcro del santo, ante el cual hay dos orantes.
Las pinturas se extienden sobre el arco toral, que siguen relatando milagros de San Antonio. En ellas, vemos dos apariciones del Niño Jesús al santo. En la capilla mayor, al lado del evangelio, hay un medio punto, cuyas pinturas representan el Infierno, con los pecados capitales: lujuria, soberbia, pereza, envidia, avaricia. En el otro cuarto de punto se ve a San Antonio metiendo a un fraile la mano en la boca, y también a San Antonio bendiciendo a un fraile que yace en el suelo. Frente por frente hay otro medio punto con otras escenas. En una se ve cómo socorre San Antonio a una doncella. En la escena contigua hay otra cartela, de un condenado que devuelve una cantidad robada.
Retablos e imágenes fueron destrozados en 1936.
No obstante pudieron recuperarse algunas muy valiosas. El Cristo de las Aguas, venerado con especial devoción por el gremio de marineros, es una escultura anónima del círculo de Bautista Vázquez el Viejo, del último cuarto del siglo XVI. La Virgen de la Esperanza fue donación de Manuel Rivera González, quien encargó la escultura desde Cádiz, en julio de 1774, al valenciano José Esteve Bonet; la policromía es obra del pintor José Vergara. Fue restaurada por José Vázquez Sánchez en 1941. Reseñemos también un retablito neoclásico, con el relieve del Ecce Homo, que vino a la ermita en el año 1924 (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
La Capilla de San Antonio se encuentra ubicada entre medianeras y rodeada, en tres de sus flancos, por construcciones, siendo visible al exterior su fachada meridional situada en la calle San Antonio.
Su interior es de planta rectangular, con una sola nave de gran desarrollo longitudinal, cubierta con armadura de par y nudillo, con cuatro tirantes apoyados en canes y decorados con cabezas de dragones. Tanto los tirantes como la viga perimetral se encuentran ornamentados con entalladuras barrocas, compuestas de hojas grandes y planas insertas en cenefa y volutas de acanto. Asimismo, pende del cuarto tirante de la cubierta un exvoto representado con una maqueta de una embarcación a vela de tres palos. En los muros perimetrales de la nave, en la zona cercana al presbiterio, se abren enfrentadas dos capillas hornacinas. El púlpito se encuentra adosado al muro perimetral izquierdo de la nave y tiene acceso desde la sacristía. Consta de un cuerpo hexagonal que descansa en un pilar sobre basa y capitel superior. El tornavoz, también de forma hexagonal, se cubre con un cupulino; ambos están realizados en madera y su extrema sencillez e inspiración clasicista armonizan con el espíritu general de la Capilla. Decoran el tercio superior de los muros de la nave, en todo su perímetro, adaptándose al marco arquitectónico, excepto en el testero de la capilla mayor, un ciclo pictórico realizado al óleo sobre lienzo, con el tema iconográfico dedicado a la vida y milagro de San Antonio.
El coro alto se ubica a los pies de la nave, se compone de antepecho de balaustres de madera que apean en un tirante procedente de la cubierta de la nave. Su acceso se realiza a través de una escalera situada en un pequeño patio anexo situado en el lado del Evangelio.
El presbiterio está separado de la nave mediante un arco triunfal de medio punto. Se encuentra a mayor altura y tiene acceso a través de tres escalones delimitados, en ambos la- dos, con una baranda de balaustres de hierro. La capilla mayor, de planta cuadrada y testero recto, se cubre con bóveda de crucería, decorada con rosetones, de motivos vegetales muy estilizados, dispuestos en la clave y en el centro de cada uno de sus cuatro nervios; éstos apean en los ángulos sobre cuatro pilastras de piedra, con basas y capiteles de reminiscencia clásica, aunque muy desdibujados, posible material de acarreo procedente de otra construcción anterior. En la zona alta de cada uno de los muros laterales de la capilla se abre un vano rectangular flanqueado por dos lienzos pintados al óleo, terminados en la parte superior en medio punto, que re- presentan el tema iconográfico de la vida y milagro de San Antonio.
La sacristía y su dependencia aneja se ubican en el lateral izquierdo de la nave, son de planta rectangular y están cubiertas con alfarje de madera. En el lado del Evangelio de la nave y con acceso desde la sacristía se ubica un pequeño patio alargado, que comunica con la escalera de subida al coro y con el atrio.
La fachada de los pies de la Capilla muestra, en su costado izquierdo, un vano que comunica con el patio lateral y con la sacristía. Descentrada hacia la derecha de la fachada se abre la portada que da acceso al interior. Se compone de un vano adintelado, cubierto con puerta de doble hoja de madera y clavazón, flanqueado por pilastras sobre pedestales, friso y pequeña cornisa superior, que a su vez coronan dos florones en los extremos. Todos estos elementos se encuentran pintados de color albero. En la zona superior se abre un vano rectangular, recercado con sencilla moldura y cubierto con vidriera. Remata la fachada una espadaña de inspiración barroca, compuesta de un vano de medio punto que alberga una campana, cubierto con pretil de hierro y flanqueado con sendas pilastras dóricas, friso, y como remate un pináculo de lados curvos bajo una cruz férrea. En ambos lados de las citadas pilastras muestra dos molduras curvas que se prolongaban en otros tantos remates, actualmente desaparecidos. El atrio tiene planta trapezoidal, está delimitado por la fachada que le da acceso desde el exterior, fachada de los pies de la Capilla, situada frente a la anterior, así como por dos muros laterales en sus lados mayores, en los que se adosan un banco corrido en cada lado construidos en ladrillo. La fachada que da acceso al atrio se compone de un muro alto, abierto en la zona central mediante un vano escarzano cubierto con cancela metálica y coronado con frontón triangular, en cuyo tímpano alberga un cuadro de azulejos dedicado a San Antonio. En la zona baja del mismo aparece la denominación de la Capilla. El paramento de las fachadas y del atrio se encuentra pintado de blanco.
El edificio aparece como fundación del gremio de marineros. Teniendo en cuenta la fecha del contrato para la realización de la cubierta (1597), la erección de la capilla estaría vinculada a la expansión de la ciudad por la zona de la Ribera, como resultado del auge marítimo-pesquero alcanzado desde finales de la Baja Edad Media y sobre todo a lo largo del siglo XVI.
Según se ha mencionado, entre los escasos datos conocidos sobre la historia constructiva de la capilla debe mencionarse en primer lugar, la fecha del contrato para la realización de la armadura de la nave, revelada en un documento que publica Romero Jiménez. Siguiendo sus informaciones se sabe que, el 30 de marzo de 1597, comparecen, ante el escribano público Pedro Álvarez, el mayordomo de la ermita, Diego Lobato, y los carpinteros Sebastián Fernández y Francisco Álvarez, todos ellos vecinos de la población, con objeto de firmar las condiciones de ejecución de la cubierta y cuya terminación se establece para finales de agosto del mismo año.
El segundo dato fable con el que se cuenta para poner en pie del proceso histórico de la capilla se refiere a las fechas de realización y restauración de las pinturas sobre la vida y milagros de San Antonio de Padua. Según consta en las cartelas identificativas que decoran los flancos del arco toral, los cuadros se realizaron en 1729, siendo mayordomos Francisco Domínguez Aguilera y Domingo de los Reyes.
Teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, podría aventurarse una hipótesis sobre el proceso constructivo del edificio- escasamente aparada en fuentes documentales, según la cual la capilla de San Antonio pudo haber sido realizada en dos grandes fases: una primera, posiblemente en el siglo XVI, que culminaría con la adición de la armadura de la nave en 1597; y una segunda época en la que se añadirían la actual fachada con su espadaña y el coro, y que por sintonía estilística podría hacerse coincidir con la cronología de las pinturas sobre la vida del santo (1729) (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Como en tantos lugares, también en Ayamonte se levantó una ermita al mártir San Sebastián como protección contra los contagios de la peste. En Ayamonte se ubicó en la parte alta de la Villa, al final de la calle que recibió el nombre del santo. En dicho lugar se ubicaba una enfermería dedicada a los apestados. Según documentación referida por María Luisa Díaz Santos, la fundación de la ermita se debe a la iniciativa de Gaspar Lorenzo, piloto de Indias, y su construcción fue realizada en 1590 por el maestro alarife Pedro Núñez. Sin embargo, no puede descartarse la existencia de una ermita anterior o incluso que la obra promovida por Gaspar Lorenzo fuera una ampliación de la misma, pues ya consta su existencia en 1564, en el testamento de Lorenzo Yanes Maestre.
La ermita había sufrido notable abandono en la primera mitad del siglo XIX, y, tras sucesivos arreglos, quedó sin culto desde 1948. Finalmente, el edificio fue cedido por el Obispado al Ayuntamiento para usos culturales, en virtud de un convenio fechado el 19 de julio de 1996.
El edificio tiene planta de tres naves, separadas por arcos apuntados sobre pilares, con los ángulos achaflanados y sin impostas, y capilla mayor separada por arco toral de medio punto, con su línea doble de imposta. Las naves laterales forman capillas o ámbitos separados por arcos escarzanos o rebajados. En la cabecera del lado del evangelio se sitúa la sacristía, mientras que la del lado de la epístola se amplió con la construcción de una capilla, dedicada a Ntra. Sra. de la Encarnación. La nave principal se cubre con armadura de par y nudillo, con tirantes, y ladrillos por tablas; las laterales son de colgadizo, y también tienen ladrillos por tablas. La cabecera se cubre con armadura de madera a cuatro aguas. En cambio, la capilla situada en la cabecera del lado de la epístola se cubre con bóveda de media naranja.
Al exterior, destaca la simplicidad y pureza de líneas, con la blancura de sus paramentos. Llama la atención la carencia de cornisa y el pequeño vuelo de las canales, que aproximan estas construcciones a las de las Islas Canarias. El edificio queda inscrito en un rectángulo, del que sobresale ligeramente la capilla de la Encarnación. La portada, en ladrillo tallado, está situada a los pies de la nave central, y resalta sobre el muro. Sobre un pequeño basamento, se forma el grueso de la portada, interrumpida por pilastras de sección triangular. Tras la imposta, continúa un arco conopial, remarcado por un baquetón en el arco y en la pilastra. Todo ello se remata con la cornisa, similar a la imposta. El frontis queda rematado por una sencilla espadaña de un solo vano, en arco de medio punto y cubierta a dos aguas de acusada pendiente (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
El edificio tiene planta de tres naves, separadas por arcos apuntados sobre pilares, con los ángulos achaflanados y sin impostas, y capilla mayor separada por arco toral de medio punto, con su línea doble de imposta. Las naves laterales forman capillas o ámbitos separados por arcos escarzanos o rebajados. En la cabecera del lado del evangelio se sitúa la sacristía, mientras que la del lado de la epístola se amplió con la construcción de una capilla, dedicada a Nuestra Señora de la Encarnación. La nave principal se cubre con armadura de par y nudillo, con tirantes y ladrillos por tablas; las laterales son de colgadizo, y también tienen ladrillos por tablas. La cabecera se cubre con armadura de madera a cuatro aguas. En cambio, la capilla situada en la cabecera del lado de la epístola se cubre con bóveda de media naranja.
Al exterior, destaca la simplicidad y pureza de líneas, con la blancura de sus paramentos. Llama la atención la carencia de cornisa y el pequeño vuelo de las canales. El edificio queda inscrito en un rectángulo, del que sobresale ligeramente la capilla de la Encarnación. La portada, en ladrillo tallado, está situada a los pies de la nave central, y resalta sobre el muro.
Sobre un pequeño basamento, se forma el grueso de la portada, interrumpida por pilastras de sección triangular. Tras la imposta, continúa un arco conopial, remarcado por un baquetón en el arco y en la pilastra. Todo ello se remata con la cornisa, similar a la imposta. El frontis queda rematado por una sencilla espadaña de un solo vano, en arco de medio punto y cubierta a dos aguas de acusada pendiente.
Como en tanto lugares, también en Ayamonte se levantó una ermita al mártir San Sebastián como protección contra los contagios de la peste. En Ayamonte se ubicó en la parte alta de la Villa, al final de la calle que recibió el nombre del santo.
En dicho lugar se ubicaba una enfermería dedicada a los apestados. Según la documentación referida por María Luisa Díaz Santos, la fundación de la ermita se debe a la iniciativa de Gaspar Lorenzo, piloto de Indias, y su construcción fue realizada en 1590 por el maestro alarife Pedro Núñez. Sin embargo, no puede descartarse la existencia de otra ermita anterior, o incluso que la obra promovida por Gaspar Lorenzo fuera una ampliación de la misma, pues ya consta su existencia en 1564, en el testamento de Lorenzo Yanes Maestre.
La ermita había sufrido notable abandono en la primera mitad del siglo XIX, y tras sucesivos arreglos, quedó sin culto desde 1948. Finalmente, el edificio fue cedido por el Obispado al Ayuntamiento para usos culturales, en virtud de un convenio fechado el 19 de julio de 1996 (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
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