Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "La cueva del gato", de Manuel Barrón, en la sala XII del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 15 de enero, es el aniversario del fallecimiento (15 de enero de 1884) de Manuel Barrón, autor, de la obra reseñada, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "La cueva del gato", de Manuel Barrón, en la sala XII del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala XII del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "La cueva del gato", obra de Manuel Barrón (1814 - 1884), siendo un óleo sobre lienzo en estilo romántico, pintado en 1860, con unas medidas de 0,69 x 1,17 m., de procedencia desconocida.
Escena desarrollada en la magnífica majestuosidad de la cueva que le sirve al autor para recrear una escena paisajística de perfil romántico. Un grupo de bandoleros, representados dentro del tipismo romántico, se sitúan en el ángulo inferior izquierdo, en el momento de ser sorprendidos por la Guardia Civil que se encuentran en la penumbra. La boca de la cueva vista desde dentro de la misma adquiere el protagonismo y se abre hacia la luz del exterior (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
Especialista en la pintura de paisaje, fue Barrón el pintor de la ciudad en sus vistas externas, pintor del río y también de escenas rurales impregnadas en el espíritu del romanticismo. Había nacido en Sevilla en 1814 y en esta ciudad falleció en 1884. Fue discípulo de Antonio Cabral Bejarano y también estudió en la Escuela de Bellas Artes en la que más tarde fue ayudante de pintura y finalmente director de la misma.
El paisaje fue la dedicación principal que Barrón realizó a lo largo de su vida; en ellos supo captar la belleza de la Sevilla de su época sin incurrir en exaltaciones ni arrebatos propios del período romántico; aprovechó Barrón un momento histórico en el que el paisaje se convirtió en un elemento decorativo apropiado para integrarse en la decoración de los centenares de nuevos edificios residenciales que se construyeron en Sevilla en el segundo tercio del siglo XIX.
Barrón cumplió su papel primordial acomodándose al gusto de la burguesía sevillana de su momento, que se complacía especialmente en la recreación del entorno geográfico donde vivía.
Lamentablemente ningún paisaje sevillano se conserva en el Museo de Sevilla realizado por Barrón; si figuran en él varias vistas de excelente calidad y de intenso romanticismo como son visiones de las serranías andaluzas, con sus cuevas y caminos y naturalmente la indispensable presencia de contrabandistas y bandoleros. En este ámbito las pinturas de Barrón alcanzaron una indiscutible originalidad, siendo las más peculiares y atractivas de cuantas se pintaron en Andalucía en su momento. Testimonio de ello son las pinturas del Museo denominadas Contrabandistas en la Serranía de Ronda, firmada en 1852, y Contrabandistas en la Cueva del Gato, firmada en 1860. En ambas obras se advierten grandiosos escenarios naturales en los que el hombre intenta sobrevivir apartado de la legalidad en el ejercicio del contrabando o de bandolerismo.
Gran atractivo presenta también la pintura que describe las Lavanderas al pie de la ciudad de Ronda, obra realizada en 1853, donde el gran tajo de esta población es pretexto para describir la grandiosidad del efecto geográfico contrastada con la insignificancia de las mujeres que, junto al curso del agua, se afanan en su modesto quehacer.
El sentimiento de apacibilidad y bucolismo que emana de las llanuras y campiñas andaluzas se plasma en la pintura del Museo que representa a unas Vacas abrevando a orillas del Guadalquivir, firmada por Barrón en 1860. En este caso la visión romántica se torna idílica y pastoril al describirse las manadas de vacas transitando por las riberas del río, en un ambiento inundado por luces cálidas que señalan el atardecer y con ello la hora del regreso de los animales a sus establos (Enrique Valdivieso González, Pintura, en Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Manuel Barrón y Carrillo es considerado el gran maestro del paisaje romántico andaluz. Inició su primera formación artística como discípulo del pintor costumbrista Antonio Cabral Bejarano (1798-1861), además de cursar estudios desde 1828 a 1835 en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, institución en la que ocuparía en 1841 el puesto de ayudante y en 1844 el de teniente en la sección de Pintura.
Especializado desde su juventud en el género de paisaje, fundamentalmente de la ciudad de Sevilla y sus alrededores, participó en la fundación del Liceo Artístico de la capital hispalense en 1838, siendo nombrado en 1851 miembro de la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal.
Fue participante asiduo en las exposiciones públicas del Liceo desde su creación, obteniendo una medalla de plata en la Exposición de Jerez de la Frontera de 1862 por su cuadro Ganado vadeando un río. Además, envió a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864 las obras tituladas Una posada del Huesúa junto a la fábrica del Pedroso y Vista de la campiña de Córdoba, firmando en 1862 su espléndida Vista de Sevilla desde el puente de Triana (Patrimonio Nacional), una de sus obras más conocidas, adquirida ese mismo año por la reina Isabel II en su visita a la ciudad.
En 1872 fue nombrado director de la Escuela de Bellas Artes sevillana, cargo que ostentó hasta su muerte, ocurrida el 15 de enero de 1884.
La obra paisajística de Barrón es, además de fecunda, muy elocuente de la evolución estilística experimentada por el artista a lo largo de su carrera. Formado todavía en el rigor dibujístico y descriptivo del paisaje de raíz clasicista, de composición clara y ordenada, en su etapa plenamente romántica se muestra claramente influido por el paisaje flamenco del siglo XVII. Utiliza grandes masas de boscaje en los primeros términos junto a diáfanas lejanías, resueltas a base de delicadísimas transparencias, en vistas de tono bucólico pobladas generalmente por pastores y ganado, mostrando a la vez una interpretación espectacular y caprichosa de la naturaleza en obras como La cueva del Gato, realizada en 1860 (Sevilla, Museo de Bellas Artes), aprendida de grandes paisajistas románticos que visitaron Sevilla, como Genaro Pérez Villaamil (1807-1854) y David Roberts (1796-1864), a los que hubo de conocer en su juventud. En su producción última deriva hacia un tímido realismo, más objetivo pero menos sugerente, mostrando siempre un especial gusto por el detalle anecdótico en la representación de las pintorescas figurillas que pueblan sus paisajes, además de una absoluta fidelidad documental en la descripción de sus vistas de edificios y monumentos, aderezado todo ello con un especial instinto decorativo en el uso del color, rico y brillante; ingredientes todos ellos que explican en buena medida el éxito que Barrón alcanzó entre la clientela de su tiempo.
Barrón fue además pintor de algunas escenas costumbristas, y cultivó también, aunque con menor éxito y facultades, géneros como el retrato y el bodegón (José Luis Díez, en Museo Thyssen Málaga).
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