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sábado, 11 de febrero de 2023

Los principales monumentos (Arquitectura civil; Castillo; Convento de la Merced, Ermita de la Virgen de Consolación; e Iglesia de San Pedro apóstol) de la localidad de Cartaya, en la provincia de Huelva

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Huelva, déjame ExplicArte los principales monumentos (Arquitectura civil; Castillo; Convento de la Merced, Ermita de la Virgen de Consolación; e Iglesia de San Pedro apóstol) de la localidad de Cartaya, en la provincia de Huelva.
Ubicación
     Situada en la Costa de Huelva, en la Tierra Llana de la provincia.
Reseña histórica breve
     Sus orígenes datan del tiempo de los fenicios, aunque no se han hallado restos arqueológicos destacables. De la dominación romana sí quedan restos, destacando factorías de salazón y otros agrícolas.
     De la época musulmana datan algunas alquerías como la de Mogaya, la Mezquita y su propio topónimo, Cartaya.
     Su nacimiento se data en el siglo XV, en el Marquesado de Gibraleón, pasando luego a manos de Don Pedro de Zúñiga quien mandó construir el castillo en 1453 para poder defender el paso por el Río Piedras.
     Durante el siglo XVI tuvo un período de auge demográfico y económico, que se vio afectado posteriormente por las epidemias y las guerras en el siguiente período.
     Su crecimiento se hizo más patente en el siglo XVIII, merced a las actividades pesqueras y agrícolas de la zona.
Patrimonio cultural y artístico
        Arquitectura religiosa
     Iglesia Parroquial de San Pedro, del siglo XVI, de estilo renacentista.
     Ermita de Nuestra Señora de Consolación, del siglo XVI.
     Ermita de la Cruz de los Milagros, del siglo XIX.
     Convento de Nuestra Señora de la Merced, del siglo XVII, declarado de Interés Local.
        Arquitectura popular
     Castillo de los Zúñiga, del siglo XV, para defender el paso de barcas en el Río Piedras.
     Pilares Mudéjares, del siglo XVI y XVII.
     Puente de La Tavirona, de hierro, cruza el Río Piedras.
     Casa Consistorial, edificio barroco del siglo XVIII.
     Casas Barrocas de El Rompido, habitadas básicamente por marineros del lugar.
     Faro de El Rompido, del siglo XIX
     Castillo de San Miguel
     Almadraba de El Rompido
     Molinos mareales, del siglo XIX.
Fiestas y tradiciones
     Fiesta de Nuestra Señora Virgen del Rosario, primer domingo de octubre.
     Romería San Isidro Labrador, mes de mayo.
     Fiestas de Nuestra Señora del Carmen
     Fiestas de El Rompido, finales de julio.
     Procesión de la Virgen de Consolación
     Fiesta de San Sebastián, en torno al 20 de enero
     Semana Santa.
     Feria agrícola e industrial y Salón del Automóvil.
Recursos económicos y sociales
     La agricultura, principalmente de regadío, basada en la producción de cítricos y fresas.
     En El Rompido se pueden encontrar pescados recién cogidos.
Gastronomía
     Los platos más típicos de Cartaya se elaboran con productos del campo, frutas y hortalizas, y del mar, pescados y mariscos de la costa. Son típicas las habas enzapatadas, la cotufa y el gazpacho. En repostería destacan las tortas de Pascua (Diputación Provincial de Huelva).
     La villa de Cartaya surgió en torno a 1420, gracias a D. Pedro de Stúñiga, titular del señorío de Gibraleón. Perteneciente al partido judicial de Ayamonte, dista 35 Km. de Huelva. Está a 26 m. sobre el nivel del mar y cuenta con 14.767 habitantes. Formó parte del marquesado de Gibraleón, perteneciendo pues a la jurisdicción señorial de los duques de Béjar. Su economía actual se basa en la agricultura de la fresa y del naranjo, en la pesca y en el turismo de sus playas (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
     Cartaya, pueblo vivo y pujante, con mucha gente en la calle, que conserva muy íntegro el sabor andaluz. La vía urbana llamada de la Plaza ejemplifica esa desbordada vitalidad. A la plaza Redonda se asoma la fachada barroca y bien articulada del Ayuntamiento, las trazas palaciegas del Juzgado y la entrada de la iglesia parroquial. Del templo de San Pedro, erigido entre 1575 y 1606, queda una puerta mudéjar del XV perteneciente a un edificio anterior. Conserva también Cartaya el castillo de los Zúñiga, levantado en 1420 sobre una colina que controlaba los accesos a la población. Tiene forma rectangular y sus cortinas alcanzan 8 m de altura y 130 de perímetro. Una restauración excesiva, que ha uniformado los volúmenes y deja ver el ladrillo en las torres prismáticas, otorga cierta monotonía al conjunto.
     Además de la torre de la iglesia, otra torre domina los tejados de Cartaya. Pertenece al convento de la Orden de la Merced, que se dedicó en el pasado a redimir cautivos. Tras el terremoto de Lisboa, se construyó un nuevo recinto monástico que se atrevió a plantar en su punto más alto una torre barroca de piedra, rematada con chapitel cubierto de azulejos (Pascual Izquierdo, Un corto viaje a Huelva. Guíarama compact. Anaya Touring. Madrid, 2012).
     Aunque situado tierra adentro, junto al río Piedras, este bello pueblo pertenece a la Costa de la Luz, gracias a que buena parte de su término municipal se ubica en ella.
Historia
     Los restos arqueológicos encontrados prueban la fundación fenicia de Cartaya. Los romanos se aposentaron en la localidad tras las Guerras Púnicas utilizando sus campos para abastecer de productos agrícolas la cercana comarca de las Minas. Junto con Ayamonte y Lepe, perteneció al marquesado de Gibraleón, como parte del precio que tuvo que pagar Fernando IV a Alfonso de la Cerda por su renuncia a la corona de Castilla. En 1453 Pedro de Zúñiga, a quien había pasado la villa, edificó el castillo.
Gastronomía
     Las habas enzapatadas, habas cocidas con sal, y el gazpacho con uvas o los huevos a la cotufa, cocidos con pimiento y atún, constituyen las principales aportaciones de tierra a una cocina que se caracteriza desde hace bastantes años por la utilización de los productos del mar, con platos como los chocos fritos, las gambas rebozadas, las pavías de merluza y una amplia variedad de mariscos. Como postre, la torta de pascua, a base de almendra, limón y huevos, además de las abundantes frutas de su huerta, tales como fresas, melón, sandía, peras...
Artesanía
     Aunque prácticamente desaparecida, continúan practicándose finos trabajos de cerámica y de alfarería.
Fiestas
     En torno al primer domingo de octubre se celebran las festividades en honor de la patrona, la Virgen del Rosario, junto a una Feria Agrícola e Industrial de gran importancia en la región.
Visita y Alrededores
     Cartaya tiene dos zonas perfectamente diferencias: la ciudad y la playa. La ciudad se encuentra junto a un inmenso bosque de pinos que sube desde la costa hacia la sierra, rodeada de viñedos, higueras, melocotoneros y naranjales. La Plaza Redonda, clara, lumi­nosa, constituye el núcleo monumental más interesante de la población. En ella se alza el Ayuntamiento, noble edificio barroco de finales del siglo XVIII; la iglesia de San Pedro, cuya construcción data del siglo XV, aunque de su estilo original mudéjar sólo conserva una puerta, ya que ha sufrido sucesivas reformas principalmente barrocas, y algunas casas solariegas de añejo sabor.
     Cerca de esta plaza, en la calle Arenal, se levanta el castillo de los Zúñiga, construcción defensiva del siglo XV en estilo mudéjar, recientemente restaurado.
     La playa aparece a unos 11 km de la ciudad. En ella, extensísima, de arenas muy finas y muy claras, hay que destacar la barra del río Piedras en su desembocadura, junto al cual se encuentra el poblado -ayer de pescadores, hoy ya centro turístico- de El Rompido, y la laguna de El Portil, espacio natural protegido, habitado durante la mayor parte del año por una gran variedad de aves acuáticas (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).

Arquitectura civil
     En la plaza de la iglesia se alzan, desde el año 1555, las Casas Capitulares, evidenciando la centralización de los poderes religiosos y civiles. El antiguo ayuntamiento mudéjar de Cartaya, destruido por el terremoto de 1755, fue reconstruido en 1787.
     Posteriormente, en 1846, su estado de conservación era muy deficiente. La fachada actual, de sobrio y elegante formato, corresponde a una remodelación del arquitecto Alberto Balbontín de Orta en 1954. En la actualidad, el Consistorio está siendo profundamente remodelado según proyecto firmado por las arquitectas Luisa Alarcón González y María Luz Galdames Márquez.
     En otro orden de cosas hay que señalar la existencia de ejemplares de arquitectura popular del siglo XVI. Del siglo XVII hay varias casas, en estilo barroco. Mayor es el conjunto de casas de entre 1700 y 1850, que constituyen el modelo típico de vivienda de la población.
     Por último, esta vez de estilo mudéjar, son los pilares para abastecimiento de agua de la localidad. Y del siglo XIX es el Faro del Rompido, construido en el año 1861, en ladrillo y piedra ostionera de Puerto Real, en uso hasta la construcción del actual y anterior al doblamiento de este lugar (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).

El Castillo
     El castillo de Cartaya fue construido en 1420 por don Pedro de Zúñiga, en el punto más ele­vado del terreno, con la finalidad defensiva o de vigilancia sobre el río Piedras, donde se encontraba la frontera entre los señoríos de Gibraleón y Lepe y lugar donde podía controlarse el comercio. En su origen contó con siete torres almenadas, que con el tiempo fueron cayendo, y con una arquitectura abaluartada exterior, como refuerzo defensivo, hoy desaparecida (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).   
     El castillo de los Zúñiga se encuentra situado al oeste del casco urbano de Cartaya, en el sur de la provincia de Huelva, sobre una elevación del terreno que dominaba todos los accesos a la población.
     Es de planta rectangular, con siete torres cuadradas, cuatro en las esquinas, dos al centro de los lados mayores y una al de los menores, protegiendo el acceso. Sus murallas son de 8 metros de altura y una longitud total de 130 metros.
     Destacan la torre de las Campanas, la del Homenaje y una hermosa puerta mudéjar.
     En los planos existentes desde mediados del siglo XVII, esta estructura estaba rodeada por otro recinto murado o falsabraga con baluartes triangulares, que ya en el año 1740 se encontraba "algo escarnada", al utilizarse de cantera para nuevas construcciones. Ese mismo año se le intentó devolver su utilidad militar al proyectarse en su interior la construcción de un cuartel de caballería, propuesta que no llegó a materializarse.
     Posteriormente, se colocaron campanas en los torreones del castillo, se revistieron muros con piedras y se repararon las techumbres con maderas. En 1815 se cedió al Ayuntamiento y posteriormente fue usado como cementerio hasta 1872.
     Por último, fue sometido al saqueo de sus paredes para utilizar sus materiales en losas y empedrados de calles.
     Actualmente el castillo, tras el proyecto de restauración llevado a cabo por la Diputación, presenta sus lienzos de muralla en buen estado, aunque resulta bastante negativo el impacto visual que provocan en el observador las bandas de mármol del pavimento, así como la instalación eléctrica colocada.
     Esta torre-fortaleza fue construida entre los años 1.417 y 1.420, al crearse la población como plaza fuerte por Pedro de Estúñiga, conde de Plasencia.
     A principios del siglo XV, el marqués y señor de Gibraleón estableció un paso en barca por el río Piedras, enfrentándose a los intereses del señorío de Ayamonte.
     Siete años después se iniciaron las obras del castillo de los Zúñiga. Dos siglos más tarde, al peligro de las incursiones de los piratas desde la cercana costa, se añadieron ciertos conflictos fronterizos con la vecina Portugal, fortificándose el recinto con el revestimiento de los muros y artillándose los torreones (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

Convento de la Merced
     El convento de Ntra. Sra. de la Merced fue fundado por Teresa de Zúñiga, duquesa de Béjar, en 1628, para frailes mercedarios descalzos. Tras la desamortización de Mendizábal, la comunidad contaba con cinco religiosos, tres de ellos presbíteros y dos coristas. El edificio se utilizó de tahona y casas de habitación y el templo, de buena construcción y orden jónico, pasó a la villa, sir­viendo como auxiliar a la parroquia.
     En 1755, su fábrica sufrió daños con motivo del terremoto de Lisboa. En 1763 el General de la Orden, fray Miguel Ramón de San José, ordenó el comienzo de las reparaciones. Con tal motivo, varios maestros de obra acometieron las inspecciones previas. Y todos ellos dudan entre arreglar o hacer otro nuevo edificio, pues todos aconsejan el antiguo en 1772. Al año siguiente, en 1773, otro seísmo ocasiona daños más graves, pues se caen algunas bóvedas del claustro y otras amenazan con caer. La reedificación se comienza desde los cimientos en 1774. La dirección de las obras recaen sucesivamente en varios maestros hasta que en 1775 se hace cargo de las mismas un maestro de Fuentes de Andalucía, Antonio Ruíz Florindo, que había trabajado para lo Orden de la Merced en el convento de Osuna. Se trajo como aparejador a un ursaonense, Cristóbal Moreno, que fue quien en realidad estuvo a pie de obra. En marzo de 1778 sólo queda por terminar la torre. En mayo de ese mismo año se celebra en el convento mercedario de Cartaya el Capítulo General de la Orden, lo que supone el final de las obras.
     El sector residencial del inmueble se organiza en torno a dos patios desiguales. El mayor actúa como claustro oficial y el otro como patio de servicio. Los dos tienen planta baja porticada, con arcos sobre columnas, y en la alta galerías con balcones. En la crujía ubicada entre los dos patios se disponía una escalera de notable desarrollo.
     La planta baja de todo el edi­ficio se cubría con bóvedas, con­servadas en gran parte. Y la alta lo hacía con cielo raso y tejado. Los muros exteriores de la calle son de piedra ostionera gaditana y el resto de mampostería careada. La escalera, columnas de los patios y algunas solerías eran de mármol de Génova. El edificio, desde el punto de vista morfológico, es bastante clásico y se enriquece con detalles barrocos.
     La iglesia es de una sola nave con crucero y capilla mayor acabada en testero plano. En el centro del crucero, que sobresale ligeramente del buque del templo, voltea una media naranja sobre pechinas.
     El elemento más llamativo del conjunto es la torre, que se compone de caña y cuerpo de cam­panas con remate bulboso, propio de la época. Se restauró en el año 2003 bajo la dirección téc­nica de la arquitecta Rosa Martín Martín (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).   
     El edificio estaba constituido con los tres espacios habituales en este tipo de cenobios: Convento, iglesia o capilla con sus dependencias anejas, y huerto, éste último ya segregado del resto y edificado.
     El templo o capilla conventual es la construcción más antigua, edificada entre 1624 y 1628, siguiendo el mismo modelo que la Orden de la Merced Descalza había construido poco antes en Cádiz. Se trata de un edificio de una sola nave con crucero indicado y cabecera plana. Era una construcción con muros de mampostería reforzada por verdugadas de ladrillo, cubierta con bóveda de cañón con lunetos en la nave y el presbiterio, y media naranja sobre pechinas en el crucero.
     Esta construcción original ha sufrido diversas alteraciones: En 1777 se reforzó la cabecera con dos contrafuertes y se enfoscaron las paredes exteriores imitando sillares en amarillo con llagueado en blanco; ha desaparecido la fachada original, sustituida por otra de ladrillo más avanzada respecto al plano de la calle; la nave se presenta actualmente cubierta con forjado de hormigón, habiendo desaparecido la bóveda y rebajado la altura de sus paredes; el presbiterio también ha perdido la bóveda; y todo el volumen del conjunto está dividido tanto vertical como horizontalmente.
     Conserva el templo la media naranja del crucero sobre pechinas, realizada con una doble vuelta de ladrillo en plano y decorada con ocho bandas radiales y un pinjante bulboso central, la cual descansa sobre una sencilla cornisa de canon clásico. Los arcos torales apean sobre pilastras adosadas, que dan forma al crucero indicado. Al exterior animan la fachada lateral los dos contrafuertes dieciochescos citados, y las cornisas del crucero y el presbiterio, de formas clásicas.
     Adosados a la iglesia se encuentran dos construcciones complementarias: junto a la cabecera, la sacristía, que tuvo dos plantas, la inferior cubierta con bóveda, y de la que sólo quedan dos de sus tres muros perimetrales; y la torre, adosada al muro perimetral del Evangelio, una de las partes más interesantes y mejor conservadas del conjunto.
     Asimismo, el convento se ubica en el frente sureste de la iglesia, adosado a la misma por el muro perimetral izquierdo o del Evangelio y a la torre por su fachada principal. Es una amplia construcción rectangular con alzado de dos plantas y ordenada en torno a dos patios de superficies desiguales, rectangular el mayor y cuadrado el más pequeño. Conforman el conjunto dos crujías paralelas: la delantera o principal, que da hacia la calle Convento; y la trasera, hacia la desaparecida zona del huerto, unidas entre sí por otras dos crujías menores, transversales, una central que albergaba la escalera de acceso a la planta superior y otra exterior situada en el lado izquierdo del edificio.
     En la planta baja las crujías principales iban cubiertas con bóvedas de arista separadas por fajones, algunas con decoración en relieve, que apeaban sobre ménsulas terminadas en pinjantes, de las cuales se conservan las de la crujía delantera o de fachada y las huellas en los muros de las demás. La crujía intermedia alojaba una escalera monumental, de planta en H, de la que se conserva la arquería y la bóveda de soporte de la meseta, así como los muros exteriores con sus vanos. La crujía trasversal exterior o del sur va cubierta con bóveda de cañón rebajado de doble vuelta, que se conserva completa; se comunicaba con el huerto a través de un amplio vano de medio punto, situado en el centro de la crujía, y cuya altura determina la existencia de un luneto que interrumpe la bóveda.
     La planta alta reproduce el mismo plano de la baja. De ella sólo se conservan los muros, y no en todo su perímetro. El elemento más notable de esta planta es una triple arcada de medio punto con intradós achaflanado, que apea sobre pilares rectangulares de aristas también achaflanadas con molduras a modo de capiteles.
     Los patios estaban porticados en la planta baja, con galerías cubiertas con bóvedas de arista separadas por fajones, que apeaban sobre ménsulas prolongadas por pinjantes; se abrían al patio por arcos de medio punto rebajados que apeaban sobre columnas de mármol de Génova, de orden dórico; el patio mayor presentaba tres arcos por cada lado, y el menor tres en los lados mayores y dos en los menores; de todo el conjunto solamente se conserva una de las bóvedas, en el ángulo nororiental del patio mayor. En planta alta, las galerías de los patios eran cerradas, y su iluminación y ventilación se realizaba mediante balcones; los muros presentaban pilastras adosadas prolongando las columnas de la planta baja.
     Las aguas de lluvia procedentes de los tejados que vertían al patio principal se recogían en dos aljibes, existentes aún, de los que se conserva visible uno de los dos brocales, y las que vertían en el patio chico a un pozo.
     La única fachada que mantiene un estilo definido es la principal, distribuida en dos plantas separadas por una cornisa. La planta alta termina en un entablamento con ancha cornisa, sobre la que va el antepecho de la azotea. En ambas plantas unas pilastras dóricas que enmarcan las portadas señalan el límite entre los dos patios y refuerzan las esquinas. El conjunto presenta dos puertas de acceso, ambas enmarcadas por sendas pilastras que dan entrada a los dos patios. La principal, situada en el extremo norte de la fachada junto a la torre, actualmente transformada en ventana, está enmarcada por una sencilla moldura mixtilínea centrada por el escudo de la orden. La secundaria no lleva decoración, salvo un cordón o baquetón que recorre las aristas. El resto de los vanos, ventanas y balcones llevaban rejería de forja.
     La torre campanario se encuentra adosada al convento y al templo por el lado sur de la fachada principal. Presenta un cuerpo medio o caña que sobrepasa ligeramente la altura original de la nave de la iglesia, y aloja en su interior la escalera que da acceso al campanario. Este cuerpo medio se asienta sobre una edificación anterior más antigua, consistente en un habitáculo de planta cuadrada cubierto con bóveda apuntada de crucería, reforzada por gruesos nervios de sección cuadrada, posible presbiterio de una antigua ermita, dado que uno de sus lados se abre mediante un ancho arco apuntado, siguiendo así la orientación canónica de un templo. Sobre esta base se asienta la caña de la torre citada, cuyo exterior presenta los muros cerrados. En la zona superior este cuerpo termina en un entablamento decorativo, rematado por una amplia cornisa realizada en piedra ostionera, con dos pinjantes de morfología textil en cada uno de sus cuatro frentes. Sobre esta base se asienta el cuerpo de campanas, de planta cuadrada, con ángulos achaflanados; presenta en cada frente un vano de medio punto trasdosado y con la clave en resalte, flanqueado con dos pilastras adosadas de capiteles corintios que sostienen un entablamento liso interrumpido por las prolongaciones de las mismas pilastras y del resalte de la clave del arco, en cuya zona superior de los ángulos termina con perinolas cerámicas sobre dados. Remata la torre un chapitel bulboso de planta octogonal sobre base prismática, también octogonal, decorado en la mitad superior con azulejos dieciochescos distribuidos en dos fajas o niveles; el inferior con piezas de diseño foral y el superior de cuadros verdes y blancos. El conjunto está rematado con un pequeño casquete semiesférico que culmina en una cruz de forja que originariamente estuvo sobredorada.
     El antiguo convento de Mercedarios Descalzos de la Santísima Trinidad en Cartaya (Huelva), ocupa el lugar de otro anterior levantado entre 1624 y 1628, que alojó a la congregación desde la fundación del cenobio. Pero los distintos terremotos y vendavales que se sucedieron a lo largo del siglo XVIII afectaron a su fábrica gravemente. En principio la intención fue reparar ese edificio primitivo, pero sucesivos informes periciales aconsejaron su derribo y sustitución por uno de nueva planta.
     La construcción del nuevo convento comenzó en 1774 y terminó en 1778, siendo promovido por el General de la Orden Mercedaria Descalza Fray Miguel Ramón de San José. A lo largo del proceso se sucedieron en la dirección de la obra tres maestros: el posiblemente roteño Pedro Ximenes, Manuel Tadeo de Mora y por último el ursaonense Antonio Ruiz Florindo, miembro de una saga de arquitectos con bastante trabajo en su zona de origen.
     Inaugurado en 1778, tuvo una vida relativamente corta, pues los frailes tuvieron que desalojarlo en cumplimiento de una Orden de 20 de marzo de 1820, y aunque volvieron en 1823 fue por poco tiempo, pues la exclaustración definitiva se produjo en noviembre de 1835. En 1840 tiene lugar la enajenación, aunque no la venta efectiva, que no se produce hasta un poco después, antes de 1846. El Ayuntamiento de Cartaya compró la capilla después de 1847 y la cedió a la Parroquia, que la tenía como propia en 1860, hasta que la vendió en pública subasta en 1917 (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

Ermita de la Virgen de Consolación
     La ermita de Consolación, con el soportal y con la casa anexa para el ermitaño, según una tradición popular, fue construida extramuros de la población en el siglo XVI por un devoto hijo de esta villa que, establecido en América, envió una suma de dinero para labrarla. Actualmente consta de tres naves, capilla mayor con camarín, y un soportal ante la puerta principal. Como dependencias auxiliares cuenta con una pequeña sacristía, del XVIII, y la vivienda del santero.
     En su interior las arquerías divisorias de naves presentan tres arcos de medio punto entre pilastras que sostienen el dintel, semejando alfices. Apean sobre pilares de sección cruciforme. La nave central, más ancha y alta que las laterales, se cubre con techumbre de madera en forma de artesa con tirantas de sencillos lazos. Las laterales ostentan las consabidas cubiertas de colgadizo. La capilla mayor, de planta cuadrada, se cierra con bóveda esquifada octogonal sobre pechinas triangulares, en cuyos vértices inferiores hay sendas veneras. El arco triunfal es apuntado y apea sobre medias columnas cilíndricas adosadas al pilar, elementos compositivos propios del Quinientos. El camarín es circular. Su bóveda está perforada por una linterna con cuatro óculos que inundan de luz la estancia. La bóveda está decorada con pinturas murales que reproducen una gloria de ángeles con símbolos bíblicos y el Paráclito en forma de paloma. Varias inscripciones las datan: «Eduardo Acosta, 1943» y «Pedro Román, 1969»; a la derecha, «Fue donada la obra de este camarín y retablo por doña Am­paro de Berges. Año del Señor de 1943». El camarín fue construido por el arquitecto Alberto Balbontín de Orta. A este se accede por una escalerilla desde la sacristía, ubicada a la derecha del santuario. Esta dependencia comunica con el presbiterio por el flanco derecho, y con la nave del evangelio por la cabecera, acabada en testero plano. Una y otra puertas son adinteladas. La techumbre de madera se dispone a una sola vertiente. Y tan sólo un escueto ventanuco la ilu­mina. El coro alto, situado a los pies del edificio se dispone sobre bóveda de tres centros.
     Este recinto sagrado tiene sólo dos puertas de acceso. La principal, con arco apuntado, abre a los pies de la nave central. Es obra mudéjar del XVI. Flanqueando esta puerta, un azulejo dice lo siguiente: «En toda tribulación esperamos el remedio confiamos en tu mano Virgen de Consolación». Hay otros dos azulejos, firmados por J. Soriano de Benacazón, en memoria de la restauración de 1998 y de los 75 años de la Corte de Honor. La puerta está precedida por un soportal del siglo XVII, compuesto por cuatro arcos de medio punto, tres en el frontal y uno en el lateral. Los arcos descargan sobre pilares cuadra­dos con impostas. En las enjutas hay triángulos curvos en resalto. Y se cubre con bovedillas. La parte alta de este soportal corresponde al siglo XIX. La portada lateral de la ermita responde a un esquema muy sencillo. Se trata de una puerta adintelada, que abre por el centro de la nave de la epístola.
     Exteriormente queda protegida por un tejaroz que reposa sobre tornapuntas de hierro.
     Por último, reparamos en una sencilla espadaña que monta sobre el imafronte. Es el remate usual de este tipo de construcciones rurales. Tie­ne un solo vano con esquila. Y se corona con un moldurón central, flanqueado por remates piramidales, que sirve de basamento a una sencilla cruz de cerrajería. Es el resultado de una profunda remodelación del XIX, sobre la obra original del XVI.
     En el interior hay que destacar el zócalo de azulejos, de 1943 y el retablo mayor, obra de José Alarcón Santacruz, que consta de un solo cuerpo de estípites y cartones laterales. Está do­rado y policromado. Y por supuesto, la imagen de la titular, escultura en madera policromada, de Joaquín Gómez del Castillo, que la hizo en 1940. En el año 1975 la restauró Antonio León Ortega. La talla de la Virgen, sedente sobredorado sillón, reproduce en lo posible el modelo de la desaparecida en 1936. Viste túnica marfileña y amplio manto verde claro. Ambas prendas lucen una rica estampación floral, moteada de estrellas, y ancha fimbria dorada. Completan su adorno los atributos de la realeza, dispensación de gracias y consuelo: cetro y corona. El pequeño Jesús, con túnica color franciscana, eleva el mundo en su mano derecha (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).  

Iglesia de San Pedro Apóstol
     El actual templo consta de tres naves, crucero y capilla mayor. Se edificó entre 1575 y 1606. La nave central, más ancha y alta que las contiguas, se cubre con techumbre mudéjar en forma de artesa con tirantas. En cambio, las naves laterales presentan sendas cubiertas de colgadizo. Las arquerías divisorias de naves se componen de tres arcos de medio punto con rosca moldurada y óculos que perforan las enjutas. Los arcos apean sobre columnas cilíndricas, propias de fines del siglo XVI.
     El arco triunfal, con rosca moldurada y moldurón en la clave, accede al tramo central del crucero, cubierto con bóveda semiesférica sobre pechinas. Los cuatro arcos torales lucen moldura en la clave por el interior. La bóveda y pechinas están decoradas con temas geométricos incisos. La bóveda de horno de la capilla mayor imita casetones, de gusto renacentista.
     Los brazos del crucero, terminados en testero plano, enlazan con sus respectivas naves a través de sendos arcos de medio punto, doblados, sobre pilastras también dobladas. A la nave del evangelio abren tres capillas, construidas a lo largo del siglo XVII. Por tanto, en 1714 ya están documentadas. La capilla de la Virgen del Rosario, de planta cuadrada, se cubre con bóveda semiesférica sobre pechinas. La siguiente es la capilla del sagrario, de estilo manierista. Fue edificada para el Nazareno. Es una estancia rectangular con dos accesos paralelos, cubiertos por bóveda de cañón con imposta en forma de ancho listel. La bóveda elíptica de la capilla descarga sobre molduradas pechinas. Se decora con cuatro pares de pilastras que arrancan de una cartela central con el emblema de JHS. En  los cuatro paños angulares aparecen pintados unos angelitos entre tallos vegetales. A continuación, la actual capilla sacramental enlaza con el crucero gracias a un arco de medio punto. Tiene planta cuadrada y bóveda vaída. La reciente decoración pictórica, de temas eucarísticos, finge una bóveda semiesférica sobre pechinas. Por último, la capilla bautismal, ya documentada en 1704, se sitúa a los pies de la nave de la epístola. Carece de intencionalidad artística.
     La sacristía se levantó, en el flanco izquierdo del templo, según el parecer del maestro mayor José Álvarez entre 1784 y 1788. En esta ocasión se rehicieron, además, los tejados y las techum­bres de madera del templo. La actual sacristía, de planta rectangular, se cubre con tres bóvedas vaídas, separadas por arcos fajones que apean sobre pilares con impostas y pinjantes.
     De las tres portadas de la iglesia la más antigua es la principal. Está situada a los pies del edificio, en el eje longitudinal del mismo. Tiene sólo dos arquivoltas. Según Angulo Íñiguez, es lo único que resta de la primitiva fábrica medieval. Di­cha portada ojival, del siglo XV, forma parte de la torre-fachada, cuyo cuerpo de campanas reproduce una morfología propia del siglo XVIII, ya que fue reedificada en 1756. Y en 1956 volvió a ser restaurada. Las dos portadas restantes corresponden a las naves laterales. La del lado del evangelio es de formato severo. Se compone de dos pilastras toscanas, entablamento y frontón triangular, rematado con una bola en el vértice superior.
     La otra, ubicada en el flanco de la epístola, abre a la plaza pública. Responde al gusto estético de las postrimerías del Setecientos. La puerta queda configurada por dos pilastras que soportan un elegante cornisón, sobre el que se dispone el ático con frontón curvo partido. En su interior, un paño de cerámica representa a San Pedro Apóstol, titular del templo.
     A los pies de la nave del evangelio está la capilla de Padre Jesús, cuyo retablo neobarroco fue realizado por Luis Jiménez Espinosa en 1955. Se compone de mesa de altar, banco, un solo cuerpo de tres calles y ático. En la hornacina central está el Nazareno, imagen de vestir, obra de Antonio Bidón. En las calles laterales, sobre ménsulas, hay dos ángeles arrodillados de León Ortega.
     En el muro frontero, a la izquierda del reta­blo del Nazareno, se expone, en el interior de una sencilla hornacina, la Virgen de los Dolores, imagen de candelero para vestir, gubiada por Antonio Bidón en 1937. A continuación está el retablo-hornacina de la Virgen de Fátima, en madera tallada y dorada, que fue ejecutado por Manuel Alarcón en 1942. Se enriquece con cua­tro tablitas pintadas por León Ortega, con las apariciones de la Virgen a los niños Francisco, Jacinta y Lucía.
     Después, sobre el muro, se expone el cuadro de la aparición de Jesús y María a San Francisco de Asís para encomendarle la construcción de la Porciúncula, óleo sobre lienzo, inventariable en el siglo XVIII y en el círculo de los seguidores de Murillo. Acto seguido aparece otro óleo so­bre lienzo, con Cristo de pie, vestido con túnica blanca y mantolín rojo, con los ojos vendados y las manos atadas. Al pie se lee: «Profetiza nobis Criste quis est. qui te percusit?». Fue pintado por el sacerdote Corpas hacia 1895, que hizo otra réplica donada por sus familiares a la ermita de Consolación. Más adelante se cuelga en el muro otro cuadro de tema franciscano, en este caso, la fundación de la Orden Tercera, pintura de tradición murillesca.
     Tras pasar la puerta lateral del flanco del evangelio, sobre una ménsula se alza San Sebastián, escultura en madera policromada, debida también al artista ayamontino Antonio León Ortega.
     En la capilla de Ntra. Sra. del Rosario, patrona de la localidad, preside el retablo de la titular, de Luis Jiménez Espinosa en 1953. Se compone de mesa de altar, banco, cuerpo de tres calles y ático semicircular. Se decora con molduras doradas sobre fondo verde. En la hornacina central se venera la Virgen del Rosario, obra de León Ortega, de 1939, cuyo Niño Jesús corresponde a la efigie mariana destruida en 1936. En la vitrina empotrada en el muro izquierdo se expone el simpecado de la Hermandad del Rosario, las varas, incensario, libro de Reglas, etc.. Y en el muro frontero hay otro lienzo dieciochesco, de estilo murillesco, con Santa Isabel de Portugal ante el sepulcro de Santiago. La bóveda de esta capilla ostenta pinturas murales, con  flores  de lis, hojarascas y veneras. En las pechinas cam­pean  emblemas  marianos.
     Sobre el arco de acceso  a la capilla de Ntra. Sra. de la Esperanza hay un lienzo murillesco del siglo XVIII, con el tema de las tentaciones de San Francisco. En el interior destaca la bóveda oval sobre pechinas, de estilo manierista, con pi­lastras pareadas y cartela central con el trigrama del JHS. Preside el antiguo Crucificado de las Siete Palabras de Sevilla, de papelón y telas en­coladas, obra del artista hispalense Manuel Ramos en 1645. En la hornacina lateral izquierda se sitúa el Cautivo, del cartayero Fernando Álvarez Galán; y en la hornacina frontera, la Virgen de la Esperanza, imagen de candelero para vestir, realizada por éste último autor en 1961. 
     De nuevo en la nave del evangelio, sobre el arco de salida de esta capilla, está el lienzo murillesco del Setecientos, que recoge la escena de la Predicación del Seráfico Padre a los animales.
     Ya en la capilla del Sagrario, que tiene una bó­veda semiesférica, se pueden contemplar unas pinturas murales de tema eucarístico, obra de José  Benítez de Linares en el año 1945. El  retablo, dedicado a la Inmaculada Concepción, en madera dorada y policromada sobre fondo rojo pompeyano, es de José Alarcón, que lo ejecutó en 1942. Está compuesto de mesa de altar, banco, cuerpo único con hornacina central flan­queada por columnas salomónicas pareadas con hojas de vid y racimos de uvas. En el muro lateral, a la derecha del retablo, está una pintura barroca, que representa la Coronación de la Virgen por la Santísima Trinidad, con San Joaquín y Santa Ana.
     Preside la nave del evangelio el retablo de San José, de José Alarcón (1942). Está compuesto de altar, banco, cuerpo con tres calles y ático. El fondo es jaspeado con molduras doradas.
     El retablo mayor es asimismo de Luis Jiménez Espinosa, posterior a 1940. Consta de altar, banco, cuerpo de tres calles y arco trilobular. Se decora sobre fondo rojo oscuro con molduras doradas, cartelas, jarras, columnas, guirnaldas, etc. En la hornacina central está el Corazón de Jesús. En los intercolumnios laterales figuran San Rafael, talla de José Alarcón; y Santa Bárbara, talla en barro cocido del mismo autor. En la hornacina superior del ático está el titular del templo, San Pedro Apóstol, con dos ángeles a los lados.
     El retablo de la Virgen del Carmen preside la cabecera de la nave de la epístola. Es obra de Luis Jiménez, en el año 1956. Se compone de mesa de altar, banco, un solo cuerpo y ático se­micircular. Sobre fondo rojo destacan candelieris, veneras, hojarascas, querubines, etc. Preside el escudo del Carmelo. La titular, imagen de candelero para vestir, es de Antonio Castillo Lastrucci, efigiada en 1937. El pequeño Jesús corresponde a la desaparecida imagen carmelita­na, destruida en 1936.
     En este mismo flanco del templo hay que reseñar un lienzo dieciochesco, de impronta murillesca, con San Francisco de Asís confortado por los ángeles. De la misma serie franciscana cuelgan otras dos pinturas so­bre lienzo: El seráfico Padre con las Virtudes, y la Virgen con San Juan Bautista y San Francisco.
     El retablo del Calvario es una gran hornacina con el Cristo de la Vera Cruz, obra de Antonio León Ortega en 1954. La Virgen de la Amargura, adquirida en la casa de objetos religiosos «La Fortuna», de Madrid, en 1956, fue retocada posteriormente por el citado León Ortega; y San Juan Evangelista es obra de Antonio Castillo Lastrucci (1938-1940). Después se puede observar otro cuadro de la serie franciscana de este templo, el del Beato Juan de Prado.
     El gran cuadro de Ánimas es de Cristóbal Chaparro. Debajo está la urna del Cristo yacente, obra de José Alarcón y Demetrio Madrid, de 1944. Sobre el cancel lateral del lado de la epístola se cuelga el cuadro de la muerte de San Francisco, último óleo de la citada serie, depositada en esta iglesia por el Museo de Sevilla en 1945. El retablo de San Antonio es de José Alar­cón Santacruz (1943).
     A los pies de la nave se dispone la capilla bau­tismal, en la que destaca un paño cerámico del Bautismo de  Cristo, que tiene la siguiente inscripción: «Cerámica A. Martín B. Cam Sevilla 1942». Sobre ménsulas laterales dos imágenes del Niño Jesús. La de la derecha del siglo XVIII y la otra del siglo XVII. En una lápida puede leerse: «En el pontificado de Juan Pablo II, siendo Obispo de Huelva D. Ignacio Noguer Carmona, fue llevada a cabo la restauración del templo San Pedro Apóstol. El pueblo De Cartaya agradece el empuje Y tesón de D. Antonio González Piosa, Párroco del mismo en dichas obras. Cartaya 6-6-94 y 9-9-95». Y finalmente, en el coro alto, sobre la puerta principal, hay una copia de una Inma­culada de Murillo, quizás obra de Chaparro.
     En la sacristía hay algunos óleos del siglo XIX, de factura popular, como un San Cayetano de origen filipino, o un San Juan Nepomuceno, así como una Virgen de Consolación, un San José sedente con el Niño, un Ángel de la Guarda y una Santa Marta. Y dos lienzos del siglo XX, copias de obras murillescas que representan a los Niños de la Concha. En dicha estancia hay que reseñar también una escultura en madera y telas encoladas de San Joaquín, procedente del tem­plo de San Vicente, de Sevilla, obra de finales del siglo XVIII. Igualmente, son destacables dos jarrones de china, donación a la Parroquia, según consta en inscripción que se halla en su interior, así como un lienzo de A. Chaparro con pintura del primer obispo de Huelva, de 1954, que se encuentra en la colecturía.
     La orfebrería del templo cuenta con algunos ejemplares de interés, como son los que siguen: De la primera mitad del siglo XVII es un osten­sorio de plata, de estilo purista. Hay también un cáliz manierista, con decoración de cartelas. Dieciochescos son dos cálices. Uno con el astil de la centuria anterior, de estética barroca. Otro con repujado vegetal barroco, y con astil procedente de otra pieza.
     Del siglo XIX es un copón argénteo, de estilo neoclásico, con cruz romboidal de época anterior y con punzones BEGA, SAN/CHEZ, VR/PINO. Decimonónicas parecen también otras piezas, como las siguientes: un copón de plata dorada, decorado con rocallas, querubines y emblemas eucarísticos y pasionistas, con la marca de NO8DO, Un incensario, con naveta a juego, decorada con guirnaldas de hojas y flores, pelícano, y con las marcas de P SALA NO8DO C. SÁNCHEZ. Una caja de llaves de sagrario, de plata portuguesa, con la marca «AL DE SOUZA. LISBOA». Un pequeño copón, con  decoración de hojarasca, de hacia 1900.
     Del siglo XX es un hostiario de hacia 1945, igual que una crismera, así como una bandeja con decoración de roleos y cartelas y una palmatoria con la leyenda: «A el Sagrario de Cartaya. Carmen Jaldón. 6-4-1945». De hacia 1950 es un portaviático, con panes y peces y cuatro esmeraldillas. Hay también un cáliz moderno, con decoración de peces en el nudo, de R. Sunyer (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).

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